Hola! Pues al final parece que si que seguiré, : -)

Gracias otra vez a fénix-fernay por su review, y Iremione por sus comentarios. Amsp14: que alegría verte por aquí! A ver si te gusta. ANgiE-SBM: gracias por el review! Lo único malo de fanfiction es la presión de saber si el siguiente capítulo no es demasido malo… Latifa: había pensado en dejarla un poco en tensión… que sufra un poco , jaja.

Caherine Lartwright: pues son mi pareja favorita, sin duda! Al principio me daba náuseas pensarlo, pero ahora ya no puedo leer otra cosa!

Jorg: muchas gracias! También me dejaste revew en la otra, gracias!!!

Un beso, ahí va.

- - -

Se recuperó rápidamente. Después de todo, era un espía. Tosió suavemente y dijo:

"Cien galeones"

Hubo un ligero murmullo en la sala.

Snape esperó, indiferente a los comentarios; era consciente de que por primera vez en mucho tiempo participaba en las diversiones de sus compañeros, y eso no había pasado desapercibido. Entonces oyó la voz de Lucius Malfoy.

"Doscientos"

El resto de la gente en la habitación los miró como si estuviesen locos. ¿Quién gastaría tanto en una sangresucia adolescente?

Y Malfoy parecía querer a toda costa a la chica que había conseguido humillar públicamente a su hijo Draco. Granger era peor que una patada en el trasero, pensó Snape, pero no podía dejar que una alumna de Hogwarts cayera en manos de Malfoy. Una sensación de urgencia se apoderó de él.

"Quinientos" Snape podía muy bien permitírselos. Era lo suficientemente rico como para vivir varias vidas. El problema era que Lucius también, así que tuvo que hacerlo. Después de todo, era un Slytherin y un mortífago. ¿Porqué no usar algunos trucos?

"Silentio" "Petrificus Totalus" murmuró para sí.

"Uno, dos... y tres!" "¡Vendida a Severus Snape por 500 galeones!"

La subasta aún duró una hora y media más, pero Snape no se quedó. Corrió a por Hermione, temiendo tal vez que Lucius pudiese pensar en vengarse.

"...silicet ut fulvum spectatur in ignibus aurum, tempore sic duro est inspicidenda fides..."

"...silicet ut fulvum spectatur in ignibus aurum, tempore sic duro est inspicidenda fides..."

Snape repetía mecánicamente las palabras que Lovecraft le indicaba que debía pronunciar. Fides. Lealtad. Curiosa elección. El hechizo en sí era curioso; palabras antiguas, magia blanca convertida en negra. Si era lo que él sospechaba, iba a llevarle mucho tiempo encontrar una forma de revertir el hechizo. Tiempo que puede que muchos de los subastados no tuvieran.

Se preparó para dejar la sala, y rápidamente decidió que no podía volver a Hogwarts en esa situación, así agarró bruscamente a Hermione y apareció en su propia casa, que rara vez usaba.

Tan pronto como llegaron, se paseó por la sala con su habitual expresión de disgusto. Qué situación tan incómoda. Insoportable. No podía librarse de Granger; eran vacaciones, no tenía ninguna excusa que dar a los mortífagos, a la chica no la echarían en falta en Hogwarts. Por lo menos, no hasta que empezase el curso.

A Snape no le gustaba la compañía (ni a la compañía Snape, para ser justos), y nada le molestaba más que las irrupciones no invitadas en su vida, justo lo que Hermione Granger involuntariamente acababa de hacer.

Se había olvidado por completo de la chica. Con las manos a la espalda, y su capa ondeando tras él, se acerco a ella y le dijo en tono cortante:

"Bien, Señorita Granger... parece que ninguno de los dos disfrutaremos del verano este año. ¿Se encuentra bien? ¿Tiene algún tipo de herida...?"

Ella negó con la cabeza. No estaba segura, pero estaba demasiado cansada para pensar.

"Bien. Ahora me gustaría que comprobásemos exactamente en qué consiste ese hechizo."

A Hermione le temblaban las piernas de una forma terrible, pero no quería que el Profesor Snape la viese flaquear. Asintió, sin atreverse a devolver la mirada feroz que el profesor le dirigía.

"¿Recuerda usted en qué consistía?"

"N... no... era muy largo... decía algo de probar la lealtad, y de fuego... y..."

"Esa parte no es importante. Quiero saber la parte de la unión. Cuál es exactamente el hechizo que la vincula conmigo."

Hermione se sonrojó estúpidamente. Decididamente, estar "vinculada" de cualquier forma al profesor Snape no era algo que uno desease.

"No lo sé, profesor. No estaba en mi mejor momento cuando pasó todo aquello."

"Eso no es excusa. Tiene usted los conocimientos suficientes de magia como para haber podido sacar algo útil de haber prestado atención"

Ella bajó la cabeza.

"Bien. Le ordeno que se niegue a realizar mis órdenes."

Hermione le miró sobresaltada.

"Le ordeno que venga hacia aquí."

Una terrible sacudida agitó su cuerpo. Parte de sí quería ir hacia delante, y otra parte quería quedarse quieta. Optó por esta última opción, y entonces cayó al suelo, presa de agudos dolores.

Así que en el caso de que tuviese la voluntad suficiente para romper el hechizo, aún tendría que sufrir las consecuencias. Vaya. Eso complicaba las cosas.

"Finite" masculló.

Ella se levantó despacio, dolorida, y asustada. ¿Es posible que el profesor de pociones no se hubiese dado cuenta del estado en el que se encontraba, con las ropas sucias y desgarradas, agotada y llena de moraduras y marcas? Pero no dijo nada. Pensó en sus compañeros de mazmorra antes de la subasta y en su suerte, y pensó que después de todo, Snape estaba o había estado del lado del Bien, y ella podía considerarse afortunada.

Pero Hermione, harás absolutamente todo lo que él te diga, sin poder evitarlo. Cualquier cosa. Y estamos hablando de un exmortífago, que ha matado y torturado. Y al que, además, no le caes bien.

Snape sintió la angustia de la chica, y pensó que tal vez era el momento de darle un respiro. La condujo hasta una puerta cerrada, que se abrió cuando llegaron a su altura.

Ante ella había una espléndida habitación, con un fuego ardiendo en la chimenea como si la casa nunca hubiese estado vacía. Era una habitación espaciosa, de techo alto, con un gran ventanal cubierto por pesados cortinones verdes, y suelos de madera oscura, elegantemente alfombrados. Había un escritorio de roble en una esquina de la habitación, junto a un pequeño mueble con algunos libros, y botellas con líquidos de colores extraños que titilaban a la luz del fuego. En el centro de la habitación, una inmensa cama de caoba cubierta con una colcha verde, una cama con dosel. En cualquier otra circunstancia, Hermione hubiese soñado con dormir en una cama como esa. Pero sus ojos toparon con el escudo de Slytherin, que colgaba sobre la cabecera de la cama.

¿Estaba en la habitación del profesor? Hubiese jurado que una cama con dosel no era... pero ¿por qué estaba ella en la habitación de Snape? Sus palabras la tranquilizaron en seguida.

"Señorita Granger, esta será su habitación. Espero verla mañana a primera hora de la mañana para discutir la... situación. Mi dormitorio se encuentra en la planta baja. Si necesita algo, llame a la puerta, pero confío en que eso no será necesario."

Y se fue. Hermione se quedó allí, de pie, contemplando la habitación. Cuando, muy a su pesar, arrancó los ojos de la hipnótica danza de las llamas, su cara estaba empapada de lágrimas, pero había tomado una decisión; saldría de esta. Como fuera. Tenía que hacerlo.

Se tumbó en la cama, y no tardó en dormir. Llevaba demasiados días viviendo en una pesadilla y su cuerpo necesitaba descansar.

- - -

"Crabble, Goyle, dejadla en paz"

Hermione se volvió, agradecida. Hecha un ovillo en el suelo, miró a aquel hombre alto, rubio y atractivo que constantemente la salvaba cuando creía que no podría aguantar más. Y sólo a ella. Sus compañeros estaban atados, pero ella no, ella estaba sujeta a la mazmorra con un simple hechizo; no podía abandonar la habitación, pero podía moverse libremente, así que se escabulló a un rincón.

Uno de los prisioneros había muerto esa misma mañana. Hermione nunca había visto morir a nadie antes; no había sido agradable. El cuerpo despedía un olor pestilente cuando se lo llevaron; pero nadie pareció darse cuenta, muchos habían enloquecido por las torturas, y otros parecían ausentes. Los pocos que aún mantenían la cordura y el optimismo parecían no verla.

Pero aquel hombre siempre la protegía de Crabble y Goyle. Hermione deseaba que llegara, como un cachorro abandonado espera que vuelva su dueño a ocuparse de él. A ella no le había costado mucho esfuerzo sacar a los dos gorilas cuál era el destino de todos ellos, (era infinitamente más inteligente que ellos, incluso a su edad), y cuando el hombre rubio empezó a preguntarle cosas sobre magia, empezó a tener esperanzas. Tal vez, si demostraba que valía lo suficiente, él la compraría, no la sometería a ese estúpido hechizo, la conservaría junto a él... era demasiado lista para no saber que empezaba a desarrollar Síndrome de Estocolmo.

Y entonces, la pesadilla, al oír una conversación.

Él era Reginald Lovecraft. Por su culpa, ella estaba encerrada allí.

Aún así, mantuvo algo de esperanza. Puede que no fuese tan malo. Quizá incluso fuese otro mortífago renegado, como el Profesor Snape, y sólo estaba haciendo esto para obedecer a Voldemort... pero entonces Lovecraft entró en la habitación y la emprendió a golpes con un auror, mientras agarraba a una mujer del pelo y la sacaba de allí a carcajadas, y la esperanza de Hermione se apagó como la llama de una vela con un golpe de viento. Se quedó allí, inmóvil, esperando su destino.

El propio Lovecraft le confesaría luego que toda su intención al protegerla estaba destinada a evitar "daños en la mercancía"

"Si no," le dijo claramente una noche, "¿quién va a querer a una sangresucia inútil como tú? Una pura cuestión de márketing, querida" ¿Qué podía uno esperar de un mortífago?

Luego, la subasta, ser subida encima de una tarima de madera, oír como se ríen, ver sus ojos crueles fijos en ti, temblar, sentir tu piel erizarse, y saber que tu vida ya no será igual, y que una de estas personas te torturará hasta que tu cuerpo o tu mente no aguanten más y escapen lejos... y estar sola, de pie, indefensa, lejos de todo lo que conoces y amas.

Y la voz de Snape, la voz del profesor Snape, ronca y escéptica, que de pronto se convertía en música para sus oídos, que la había hecho caer de rodillas en la tarima, a punto de llorar, desfallecida, agradecida, asustada, luchando entre el alivio y el miedo al oír su voz, angustia al oír la puja de Malfoy, temiendo que el profesor se diese por vencido y la dejase sola, que la abandonase a su suerte, librándose así de un problema más...

Hermione se despertó empapada en sudor. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, y miró su reloj de pulsera. No funcionaba. No sabía que hora era. Se acercó a las ventanas, y se sorprendió al ver que tras los cortinones lucía el sol. Hubiera jurado que era de madrugada. Se vistió, y se sentó en la cama; no sabía lo que debía hacer. Miró a su alrededor, y se dio cuenta de que lo que colgaba sobre la cama no era el símbolo de Slytherin. Era una serpiente, sí, pero una serpiente que se mordía la cola.

Ya tendría tiempo de averiguar más cosas al respecto. De momento, tenía que comer algo. Aunque para ello tuviese que ver al profesor Snape.

Bajó las escaleras. No se le veía por ningún sitio, y tampoco se atrevía a deambular por la casa, así que se quedó en la sala de estar, presidida por una gran mesa de madera oscura y nudosa, que parecía muy antigua. Se imaginó al profesor Snape comiendo allí de niño. Porque era obvio los rumores de que había nacido de un huevo siendo ya adulto eran falsos.

Por supuesto, la librería pronto llamó su atención y dirigió su mano hacia el libro más polvoriento y grande que había.

En ese momento, unos dedos largos y pálidos se cerraron en torno a su antebrazo

"Yo que usted no lo haría, Señorita Granger" siseó la voz del profesor Snape. "¿no le han enseñado que es de mala educación fisgonear en casa ajena?"

"Yo... lo siento, Profesor Snape"

Él sacó el libro y se lo tendió. Tan pronto como sus manos entraron en contacto con él, el libro quedó reducido a cenizas.

"Reparo", murmuró Snape, mientras se agachaba a recogerlo del suelo. "Si lo cogen las manos adecuadas, el libro transmite su contenido. Pero si no..."

Ella se fijó en el título del libro. Venenos. Para qué si no tanta protección. Suspiró. Estaba en casa del profesor Snape, tenía que acostumbrarse.

Vio que la mirada del profesor se dirigía a su abdomen, y se dio cuenta de que involuntariamente ella se había llevado la mano allí.

"Señorita Granger, quítese la camisa"

Deseo que sus manos obedeciesen a su cerebro en vez de al de él, pero no pudo controlarlas, y de pronto, se encontró temblado, sin su camisa, frente al profesor Snape.

"Pro.. profesor?"

Con un bufido Snape se acercó a un cajón y cogió algo. Luego, abrió un armario y sacó un vaso.

"Sientese"

Seguía temblando, pero él la ignoró, atento al líquido que vertía en el extraordinario cristal italiano.

"Beba esto"

La observó pacientemente con los ojos entrecerrados mientras lo hacía, no sin olerlo primero.

Hermione se sintió mucho mejor, de pronto.

"¿Qué...?"

"Señorita Granger, tendrá que aprender a confiar en mí y no cuestionar cada cosa que hago, si quiere que lleguemos a un buen resultado. Y puede estar tranquila, no tengo ningún tipo de interés... eh... fuera de la relación profesor-alumna en usted." Dijo con sarcasmo. Hermione se sonrojó. Claro que no, Snape la odiaba, eso estaba claro. ¿Cómo había podido suponer que él se rebajaría a ponerle la mano encima aunque fuese para hacerle daño?

Estaba harta del desprecio de todos los Slytherin. Le hubiese gustado contestar algo hiriente, pero no se le ocurrió nada.

"Ahora, si me deja ver esa herida..."

Sorprendida, bajó la vista a su abdomen, y vio una costra rojiza de sangre seca. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba allí.

Snape mojó la punta de su pañuelo en agua, limpió la sangre lo menos bruscamente que pudo, teniendo en cuenta cuanto lo irritaba la situación, y después, mojando el dedo en el líquido azulado que aún quedaba en el vaso, lo aplicó en la herida y le tendió a Hermione su camisa. Ella se la abrochó, sin atinar a la primera con los botones. Tener al profesor Snape tan cerca que su pelo rozaba su abdomen, aplicándole la pomada curativa con sus propias manos había sido demasiado para ella. Trató de imaginarse a Neville Longbottom en esa situación, y se relajó con la idea.

"Siéntese."

Desapareció por la puerta, y volvió a aparecer con un plato lleno de comida y un vaso de agua, que puso delante de Hermione, y se sentó en una silla, no la más lejana, teniendo en cuenta que era una mesa enorme, pero a una distancia considerable. No llevaba la capa, pero sí su habitual ropa negra, y estaba estirado y tenso como habitualmente.

"¿A que espera, Señorita Granger?

"¿Usted no va a comer?"

"No."

Nada más, seco y tajante. Hermione comenzó a relajarse. Después de todo, el mundo no había cambiado.