NdeA: ¡Muchas gracias por los reviews

NdeA: ¡Muchas gracias por los reviews! ¡Realmente! Poner reviews a una historia que recién empieza, a una autora desconocida, antes de que la historia alcance unos más de veinte reviews, es algo valiosísimo. ( saca el abanico y el sake, y empieza a bailar desvergonzadamente en la mesa )

Besos a los que pusieron reviews, y también a los que no, ¡pero están allí! ( aunque si algún día deciden poner algo, me hará muy feliz saber lo que piensan)

Sobre este capítulo: originalmente, era uno solo, pero se fue transformando tanto, y se hizo tan largo, que me pareció mejor dividirlo en dos, para facilitar la lectura. Los que estén esperando la súper acción ( como servidora), y los tórridos encuentros de tercer tipo entre nuestro youkai y Kagome, van a tener que esperar tantito más.

Ranking: PG-13 , por ahora, pero conociéndome, se volverá R. Por vocabulario, violencia, y sí, lo que están pensando. (¡degenerados!)

Pareja: Sesshoumaru/Kagome

Inuyasha y todo su universo pertenecen a Naoko Takeuchi. Nada es mío. Solamente el delirio, Harumi ,y algunos personajes originales que aparecerán en algún futuro. No demanden, por favor. ¡No tengo dinero! (sniff).

La Canción del Perro Blanco

Capítulo dos

El camino recorrido...(1)

O donde nos encontramos (al fin), con Sesshoumaru, se habla sobre no querer recordar el pasado, y sin embargo Kagome, para nuestro beneficio, tiene interesantes flashbacks. ¡Ah! También aparece otro personaje.

Sesshoumaru parecía muy concentrado en el árbol, pero su mirada no se detenía en las doradas ciruelas ni en los juegos que los haces de luz efectuaban entre las hojas.

Tampoco en el cielo de esa maravillosa mañana de verano,que, sin embargo, estaba a punto de convertirse en un sofocante día.

Estaba concentrado en un movible bulto, que había pasado del ciruelo a un alto árbol a su costado.

Kagome se acercó, usando el perrito de peluche como protección contra el ya picante sol.

Mirando la espalda del youkai y su pálido cabello, Kagome sintió el acostumbrado encogimiento de su estómago. Dioses, no era humano...

Aunque, en cuanto a su apariencia, lo habían intentado todo.

"-Esto no es seda...solo un humano o un youkai de baja categoría, podrían usar algo de tan baja calidad...- murmuraba Sesshoumaru.

-Puedes usar yukatas, pero pasarás más desapercibido así...- había suplicado ella. Ya tenía bastantes problemas con tratar de mantener el templo, para que un ser mitológico fuese por allí llamando la atención.

Con un ligerísimo fruncimiento en su ceño, el youkai de pelo blanco se calló y dejó caer su bata, quedándose desnudo, sin ninguna visible pizca de vergüenza. Kagome procedió a ayudarlo con la ropa, debido a que tenía que indicarle como se colocaban esas vestimentas, con botones y cierres.

Mientras lo hacía, trataba de mirar hacia otro lado.

-Me podría facilitar las cosas, y mostrarse avergonzado...- pensó, pero por supuesto, Sesshoumaru no le facilitaría nada. Más bien, lo contrario.

Ser humano o youkai, era alguien del sexo masculino ( definitivamente, pensó), desnudo en su pieza, y buscando la menor excusa para aniquilarla.

Antes de esa forzosa tregua, de hecho, por poco la había matado, y más de una vez, pensó, frotándose una herida en su pierna que no quería terminar de cicatrizar.

Razón de más para llevar ese cuchillo del que nunca se desprendía desde que el youkai había llegado. Una chica tenía que tener cuidado. Los hechizos habían sido útiles, pero ya no tenía energía ni para encender una lamparita.

Mierda. Había tratado de matarla.

Y eso era algo que, forzada tregua o no, no se olvidaba fácilmente.

Algo en la inexpresiva cara de ese insufrible cubo de hielo, mientras tocaba su camisa, le hizo decir:

-Usar o no usar estas ropas, es tu decisión. Pero si quieres sobrevivir aquí, tendrás que adaptarte- había dicho seriamente, para luego dirigirse hacia la puerta.- Tu decisión.

Realmente, no la había sorprendido verlo más tarde caminando con esas ropas. Sesshoumaru sería muchas cosas, pero jamás, un necio.

Así que había seguido con sus cosas. Mientras miraba las cuentas en rojo del templo, un minúsculo pensamiento aleteó en alguna esquina de su mente:

-Vaya...tiene esas marcas atigradas también en sus costados...-

Para encajar mejor en la sociedad humana, había tenido que modificar su apariencia. Su largo cabello había sido cortado, hasta que cortos mechones acariciaron su nuca y sus mejillas. En su rostro había tenido que disimular, con el poco poder mágico que le quedaba, las marcas atigradas y la media luna, los símbolos de su familia y del alto status que había tenido como youkai.

Comenzó a usar ropas "humanas", y tuvo que aprender incontables cosas por medio de libros. No le gustaba la televisión, y la evitaba.

Pero lo peor de la "adaptación" fue su cola...

En un gesto inconsciente, Kagome vió como Sesshoumaru tocaba su hombro, un resabio de las épocas en que la llevaba enrollada alrededor de su brazo y hombro.

-No estás tranquila- y volvió a abstraerse en la contemplación del reflejo de la luna en un cuenco de plata.

-No me resulta fácil...-había dicho Kagome, con voz estrangulada, a su lado, su cuenco tembloroso. Dioses,¿ que hacían los dos con ropas tradicionales, en medio de esa fría noche, con tantos problemas, tantos, perdiendo el tiempo mirando a la maldita luna en una taza...? Como podía estar tranquilo, sabiendo que mañana su cola sería...su cola...

-Hoy solo se contempla la luna. La estás insultando al no admirar su belleza, al ignorar lo que trata de decir.¿Cómo sabrás lo que te diga si no te callas y la escuchas...?

Kagome , entonces, se había callado. Ese vetusto ritual no le decía nada a ella, pero obviamente, a él sí. Decidió respetar eso. Seguramente le traía serenidad. Sabía que tenía que sentirse agradecida de que la hubiera invitado a compartirlo con él.

Pero no escuchó a la luna. No. Sino que con su desesperada mente, le preguntó una y otra vez porqué hacía esto con su último hijo.

Kagome tragó saliva, sintiéndose culpable.

Sesshoumaru ya no tenía esa cola.

Sí, no convenía pensar en el pasado.

Ahora se veía "humano", tanto como podía serlo un palidísimo ser mágico en un Japón de gente morena. Cada vez que salía, asombradas miradas lo seguían a todos lados. El había optado por llevar anteojos negros, y un gorro negro, ya que sus ojos amarillos y níveo cabello eran demasiado para los humanos. Se quedaban mirándolo como hipnotizados.

Es que a pesar de todo, seguían reconociendo la criatura mágica en él. Su belleza los llenaba de temerosa reverencia y admiración.

Kagome le decía que quizás recordaban algo en su interior. Viejos cuentos de hadas, sueños de adolescencia, de ser un apuesto guerrero o tener el corazón del príncipe azul. –Elfos- añadía Kagome. Las películas de "El Señor de los Anillos" de hecho, no habían facilitado la situación de su consorte. Ya se había resignado a la sensación que causaba Sesshoumaru, pero con esas películas... las chicas en esos ridículos uniformes marineros, sí, ridículos, dioses, vas a un colegio, no a un buque de guerra, se desviaba el pensamiento de Kagome, eran las peores, riéndose como tontas. Nadie de esta época estaba preparado para alguien como él, realmente.

Ante su un tanto extraña "lógica", él solamente la miraba, sin ni siquiera levantar las cejas, con esa mirada que hacía que Kagome dijese, levantando las manos: -Lo sé, lo sé, soy la creación de alguna divinidad inepta.- Sesshoumaru no decía nada, solamente se volvía a concentrar en lo que había estado haciendo.

Cuernos, que horrendo era estar unida a un ser tan callado...

Había aprendido que no le gustaba a Sesshoumaru que le hablasen de su apariencia. Como youkai, lo importante era el poder que tenías, como usarlo para tu beneficio. La belleza era sólo fruto de siglos de cuidadosos cruzamientos de sangre.

-Mi clan...- comenzaba a decir Sesshoumaru, entonces. Luego se detenía, mirando un momento a la lejanía, para luego, al parecer ya recuperado, cambiar la conversación, o directamente, callarse.

Kagome había aprendido también, que era imposible hacer que volviera a lo que iba a decirle, a lo que hubiera dicho después de esas dos fatídicas palabras.

Con el tiempo, sin embargo, aprendió toda la historia. Y era una historia muy larga, y complicada, realmente.

Así que, otra vez con el tema de la imagen, había aprendido entre otras cosas a no decirle – qué bien te ves -cuando se ponía un traje, ni a elogiar la etérea cualidad de su cabello, ni los ambarinos destellos de sus ojos, casi iridiscentes de noche. Si eso lo hacía feliz, entonces, respetaría eso. De todas maneras, lo que la había atraído de él, era otra cosa. La belleza entraba en el paquete, para qué negarlo, y era un plus, pero a ella le gustaba él.

Tanto, que había llegado silenciosamente detrás de Sesshoumaru, con la vaga sensación de que algo se le estaba olvidando...

-Puedes respirar- dijo la tranquila voz del youkai.

Sesshoumaru nunca se había dado vuelta.

Era eso lo que se le olvidaba. Bastante importante, por cierto.

Y lo que había dicho Sesshoumaru, tenía un significado especial.

Era algo así como un código personal entre los dos.

Porque en ese doloroso pasado común, cuando pasaron el odio, las acusaciones y la rabia, Kagome, entonces, había sentido que su pecho estaba ocupado por un nuevo peso que hacía que se le detuviese la respiración. Miedo a que si respiraba, todo fuera solamente una ilusión, un hechizo, y que ese youkai desapareciera para siempre de su vida. Haber encontrado, luego de mucha negación, el verdadero motivo de lo que le estaba pasando, no le había traído precisamente consuelo alguno.

Más bien, todo lo contrario.

Ya que se quiso morir al darse cuenta de que se había enamorado de Sesshoumaru.

-Perfecto, primero Inuyasha, y ahora él...el premio a la idiotez tendría que ser mío, sin duda alguna.- se repetía una y otra vez, en súbitos accesos de indignación hacia ella misma. ¿Cómo se podía tener tan poco amor propio...?No se podía ser más estúpida, no.

-¡Maldito amor!-pensaba Kagome. ¿Qué había hecho para tener tal Karma de real mierda? ¿Qué desastre habría hecho en alguna vida pasada? ¿Quién habría sido...?

Y aquí, menos consuelo encontraba aún.

Kikyo. Había sido Kikyo.

Mierda.

Eso explicaba bastantes cosas.

¿Por qué, por qué había nacido siendo budista, y no había sido cristiana, o judía o musulmana? Cualquier religión sin reencarnación. Sin una Kikyo que le siguiera amargando la vida.

Kagome solo podía esconder la cara entre sus manos, y maldecir su ya por los siglos de los siglos arruinado destino.

Y su dificultad respiratoria, finalmente, no se fue, sino que se instaló para siempre, en el inesperado momento en que, luego del inmenso terror al creer que definitivamente lo había perdido, de tantos días de estar casi enloquecida de dolor, sintió la mano de Sesshoumaru ferozmente aferrada a la suya, la punta de su nariz tocando la suya, su respiración acariciando sus labios...

¿...eh...? Mmmhhh...

...Nunca más solo...

...Nunca más sola...

...volví...

...sí...estás aquí...

...te llamaba...

...te llamaba...

-Y extendí mi mano, y la tomaste.

Eso se decían, en el idioma que se habla entre besos, apenas modulado, con palabras sin terminar, la mayoría sin pronunciar. Pero que entiendes, oh, como entiendes, cuando al fin lo hablas con quién quieres y te quiere...

Frente al Goshinboku, solo se escucharon sordos ruidos, el sonido del viento, el sonido de tela acariciada y estrujada, el sonido de las hojas, el sonido de respiraciones entrecortadas, el cercano canto de los pájaros, suaves gemidos y ruidos húmedos...

Y quizás, también, se escuchó la silenciosa voz de la luna creciente, al fin contestándole a Kagome.

Y así seguía siendo, aún ahora, en la noche, cuando se quedaba despierta contemplándolo, seria, pensando si él, durmiendo allí con ella, sería un invento de su imaginación.

Entonces, en la oscuridad, una un tanto cansada voz decía:

-Kagome

-¿Eh? ¿Sí?

-Basta

-Ehmm...¿qué?

Silencio

-Duérmete.

-Sí...

-Primero tienes que cerrar los ojos, ¿sabes?- ahora la voz sonaba vagamente divertida.

-Bueno..¡.ey! quieres que duerma, y me muerdes el cuello...¡saca esa garra!

-De acuerdo.

-Que duermas bien.

-NO. Duérmete.

-...(maldición)...

Así que por eso...

-Puedes respirar- dijo la tranquila voz del youkai.

Sesshoumaru nunca se había dado vuelta.

Hubo un palpable silencio.

Y luego, el inconfundible sonido de alguien que suelta la respiración.

-Mejor- respondió Sesshoumaru.

-¡¡AHHHH...!!Me estaba , ¡¡COFF...!!- se descompuso Kagome, toda doblada, estrujando al peluche contra su estómago.

Sesshoumaru la tomó del brazo en el momento en que parecía que iba a caerse al piso, a fuerza de tanto doblarse por la tos. Había pasado, otras veces.

-Me alegro de hayas comenzado bien tu día- un brillo divertido jugaba en las amarillas pupilas de Sesshoumaru.

-Me alegro de que te puedas divertir a mi costa- contestó Kagome, ya calmado su acceso de tos. Parándose de puntas de pie y elevando su rostro, con los ojos cerrados a causa del sol, esperó el beso de Sesshoumaru.

Y esperó.

Una chicharra cantó.

Otras más se le unieron.

Cayó una ciruela del árbol.

Kagome abrió un ojo.

Sesshoumaru estaba otra vez mirando el árbol.

Y comprensivamente...

-¡¿Y?!

...explotó Kagome.

Sesshoumaru, sin dejar de mirar al árbol, dijo:

-Está allí arriba...no pienso darle malos ejemplos.

Otra vez con lo mismo...

-Lo que es de la alcoba, queda en la alcoba. No hay necesidad de ventilar nuestra intimidad, y menos a la vista de ella.

Kagome, cerró los ojos, y esta vez contuvo la respiración a propósito para contar hasta diez, y repetirse de nuevo, por enésima vez, que Sesshoumaru se movía por reglas de hacía mil años. Podría haberle respondido muchas, muchas cosas, pero en un matrimonio, como decía su madre, muchas veces hay que morderse la lengua y ceder.

Y bien que sabía que él había tenido que ceder en muchísimas más cosas que ella.

Igualmente, había dicho "la alcoba" ante un más que mínimo y casto besito...por favor. Y ella ni siquiera estaba viendo...

Pero bueno.

Así era la vida.

Pequeñas Tragedias

-Buenos días a ti también, Sesshoumaru.-dijo- ¿Ha-chan está allí?- la pregunta. Por supuesto. ¿Quién más estaría asaltando un árbol de ciruelas a esa hora, a pleno sol? Aparte de Souta y de ella, claro...pero ambos había aprendido con la experiencia, que no era muy inteligente hacer eso.

-Sí. Se levantó temprano, desayunamos, y quiso venir aquí.- informó el youkai.- Estuvo trepando en todos los árboles, y dejó para el final al ciruelo.

-Bien.- Y sí, pensó Kagome. Ha-chan debió haber pertenecido a una familia de monos.

Pero su lado responsable despertó, dándose cuenta de lo caliente que ya estaba el sol. Y cambiando de voz y postura, interpeló a Sesshoumaru.

-Sesshoumaru...espero que no esté comiendo ciruelas calientes...- su mirada se volvió tan peligrosa como la de su marido en sus peores momentos.

Sesshoumaru, como era de esperarse, no dijo nada, pero sus ojos se agrandaron un poco.

Claro como el agua. Ha-chan se estaba banqueteando con frutas calientes. Ciruelas calientes, para mayor y (alarmante), información.

No es justo, se lamentaba Kagome, cerrando los ojos. Un día, sólo un día me quedo un poco más en la cama, pensando que bueno, está bien, mi marido es el ser más confiable que hay, y me encuentro con esto...

-¡Ha-chan, ven aquí!- gritó al árbol, hacia un punto donde se movían especialmente las hojas.

El punto quedó inmóvil.

-¡Ya te ví, así que será mejor que bajes ya!- continuó, con las manos en la cintura, y luego, se dirigió al youkai.- Eres increíble, realmente. Ya te expliqué que la fruta caliente no es saludable, y menos aún, después de tomar leche fría...y la dejas venir a comer directamente del árbol.

-¡Ha-chan!-se acercó al árbol, cada vez más amenazadora.

El ser "Ha-chan" asomó su cabeza, en medio de hojas y frutos.

Era una diminuta niñita.

-Mami...

El secreto del ciruelo

La miniatura no tendría más de cuatro años, toda ojos y flequillos.

Y completamente cubierta de mugre y de jugo de ciruela, además.

-Harumi. Baja de ese árbol, sino, mamá se enojará mucho más- anunció Kagome.

La niña midió la altura entre su lugar en el árbol y el piso, y alargó sus bracitos hacia Sesshoumaru. También como medida de protección ante la furia de mami. Harumi podría ser de todo, menos tonta. Y sabía que no tenía que comer ciruelas calientes.

El youkai en dos pasos estuvo junto al árbol, extendiendo su brazo hacia la pequeña.

-Papá, hay un caracol allá arriba...- dijo con una diminuta voz, los ojos abiertos de par en par, aferrada a una canasta con ciruelas. Impresionada sin duda alguna por su magistral descubrimiento en el ciruelo. Y también algo asustada al ver el ceño fruncido de mamá.

-Perfecto- Sesshoumaru ayudándola a bajar.

El youkai no había cambiado su cara, tenía el mismo aire inexpresivo y desinteresado de siempre.

Pero Kagome vió, como, al tomarla en sus brazos para ayudarla a bajar, él la retenía un segundo más de lo necesario en sus brazos.

Un segundo.

La mayoría diría que no es nada.

Pero un segundo basta, para hacer un mundo de diferencia.

Para que una mariposa aletee, y llueva en Hong Kong.

Y también basta para romper un hechizo de tiempo, y tomar la mano extendida de una persona. Lo sabía muy bien.

No obstante, el segundo pasó, y la dejó en el suelo.

-Ve a decirle buenos días a tu madre,- dijo- y pídele disculpas.

La niñita miró a su alrededor, y encontró a Kagome, que se había escondido detrás del ciruelo mientras la ayudaban a bajar. Kagome decidió,ante la cara angustiada de su hija, que Ha-chan, después de todo, era solo una niña, así que hizo una cara graciosa, y la nenita se rió, entre aliviada y divertida.

-¡Mami!- gritó entre risas. Luego, miró de reojo a su padre, y calmó sus risas. Fue como si se acordase de algo.

Y de repente, ya no era la alegre niñita japonesa.

Lo más cercano, era a una de esas muñecas de porcelana.

Tenía la misma distante y perfecta expresión de ellas.

Y como la de…, como...

...Sesshoumaru...

Una capa de tranquilidad cubrió a la niña.

En su redonda carita, los ojos parecían haberse alargado, mirando hacia algún punto distante. Su aura parecía estar más serena.

-Madre, lamento lo que hice- dijo con cada palabra cuidadosamente pronunciada.

Kagome la miró, seria. Harumi era una niñita bastante seria y ubicada, pero esto...esta situación se estaba repitiendo demasiado, en los últimos tiempos. Sabía, sabía que Sesshoumaru era su rol a seguir en todo, pero, igualmente...

Entonces, Sesshoumaru posó su mano en la renegrida y lacia cabecita, revolviendo su flequillo, y sacándola de su trance.

-Haru-chan, ¿crees que los caracoles del templo tendrán su hogar allí?- preguntó, señalando con su cabeza la copa del árbol.

Una lucha apareció en el rostro de Haru, y la excitación natural de una niñita de apenas cuatro.

Fue una gran lucha, era evidente, pero oh, ese caracol...

Un hogar...una casita...

¡¡...una CASITA...!!

Haru se dio por vencida. Algunas cosas, la superan a una.

Y salió de su trance.

-¡¡UNA CASITA !! ¡¡La casita de los caracoles!! ¡¡Haru-chan la quiere ver!!- otra vez la vocecita, como el maullido de un gato muy pequeño. La niña estaba en esa etapa en que dejan de hablar en tercera persona, repitiendo el nombre con el que la gente se dirige a ellos, pero de vez en cuando, como cuando estaba presa de gran excitación, se le olvidaba. Y ella era la primera en estar enojada, no quería hablar como "chiquito".

Kagome miró a Sesshoumaru, aliviada.

Sesshoumaru lo había hecho a propósito, para distraer a Harumi de lo que la estuviese haciendo actuar así. También él se había dado cuenta de eso.

Hizo un minúsculo gesto de asentimiento, dirigido a Kagome, con una apenas visible sonrisa. Kagome sonrió también, pero no pudo hacer nada más, ya que Harumi súbitamente cambió de expresión, luciendo algo enferma.

-Ha-chan no quiere más ciruelas...- anunció una algo pálida Harumi, cambiando incómodamente su peso de un a pie a otro, y agarrándose la parte trasera de sus pantaloncitos.-Y le duele la panza.- continuó informando.

-Sesshoumaru, cuántas ciruelas comió Ha-...olvídalo.- los grandes ojos de su hija la miraban entre desesperados y avergonzados, la misma mirada que cuando estaban en un lugar público, y decía...

-¡¡Me hago!!- gimió Harumi, toda su dignidad tirada a un costado. Kagome abandonó toda averiguación sobre el exacto monto de ciruelas ingeridas, para tomar a la niña bajo su brazo y correr a toda velocidad hacia la casa.

Sesshoumaru se quedó mirándolas. El no sonrió, pero sí sus ojos.

-¡¡Aguanta, Haru, ya llegamooooossss...!!- el viento traía el grito de su no tan digna pareja.

El youkai tomó la olvidada canasta, y al perrito de peluche, y se dirigió con toda calma hacia la casa.

Sesshoumaru, sabiéndose solo, sonrió. Kagome...Harumi...la vida estaba llena de saltos con ellas. No lo lamentaba. Todos los días, descubría cosas nuevas a través de sus ojos. Para su asombro, el mundo aún contenía miles y miles de secretos.

Miró al perrito.

Harumi.

Su sonrisa se desvaneció.

¿Cómo, como pudo desear su muerte antes de que naciera?

¿Cómo la pudo odiar tanto cuando nació?

¿Y cómo pudo haber querido matar a Kagome?

¿Cómo...?

Se detuvo, sintiendo un profundo desprecio por sí mismo.

Cualquier cosa, sugerencias, críticas ( ¡constructivas, mis queridos, constructivas!), pedidos para que me apure, y sobre todo, gritos de aliento (¡plis!), me lo hacen notar en el panel de reviews, o me escriben al email que aparece en mi profile. Será de Dios, ¿como se hace para que aparezca tu email aquí?

Meridiana, peleada con la tecnología.