La Canción del Perro Blanco

La Canción del Perro Blanco

Capítulo 4

Sus dos niñas

En donde finalmente, se actualiza el capítulo, y nos enteramos de la relación de Sesshoumaru con su hija. También Rin aparece, pobre Rin, y al fin, comienzan a aparecer los enemigos.

-¡Harumi Shiranui Nishino!- gritó la ya muy molesta voz de su mujer, interrumpiendo sus pensamientos- ¡ven aquí, que te tengo que cortar esas uñas! ¡Parecen zarpas!

-¡¡Nooo...!! ¡¡Duele!!-respondió la asustada vocecita de Harumi. Y no era para menos. Cuando Kagome la llamaba por su nombre completo, era que estaba en problemas.

Pero aún así, el proceso de acicalado seguía siendo odiado por su hija.

-Ha-chan...-la voz de Kagome ahora sonaba peligrosamente compradora- deja que mami te corte las uñas, ¿sí? Mami tiene muchas, muchas cosas que hacer, ¿sí? y se está cansando...

Un gemido salió del baño, seguido de tenues ruiditos metálicos.

Harumi Shiranui Nishino...

Nishino.

"Del Oeste".

Su nuevo apellido, su nueva identidad.

Ese no había sido su primer nombre "moderno", no, había tenido otro, que Kagome le había conseguido...Ella había dicho con todo el tacto que pudo, y con razón, que su nombre era demasiado llamativo para el Japón moderno. Que un cambio de apariencia no bastaba, que si él no estaba registrado en las actas del gobierno, sospecharían de él y lo encerrarían.

No podía estar fuera de la ley, había enfatizado Kagome. Ella no lo permitiría. Tenía que ser un ciudadano legal.

Así que después de un mes de investigaciones y tratativas, y con la ayuda del inefable Souta, su mujer consiguió por el mercado negro documentos falsos...ella todavía temblaba, hablando de cómo fue la entrega del dinero al jefe de la yakuza local. Pero, repetía, lo importante era que él ya era un ciudadano legal y decente...

Era irónico, en más de un sentido, y ante la mirada de Kagome, él evitó todo comentario.

Pero luego, consiguió su identidad definitiva...esta vez con la ayuda del gobierno, por cierto. De su secreta división Protección Espiritual, para la cual Kagome y él trabajaban.

Eligió su nuevo nombre, y su apellido, Nishino, que también llevaba su hija.

Otra vez sus pensamientos volvieron a Harumi...

Harumi...

¿Cómo se puede amar a alguien, tanto, tanto? ¿Aún en contra de lo que te enseñaron?

¿Aún en contra de lo que en un momento creíste que pudiera ser lo mejor para ese bebé?

Harumi nunca debió haber existido.

Esa era la cruel realidad.

Una mezcla de youkai y humano...esos niños eran una aberración, y estaban marcados de por vida, a no pertenecer ni a los humanos, ni al reino mágico.

Eran parias, rechazados y temidos por todos.

Como...Inuyasha.

Sin embargo, esos nacimientos eran contados, muy pocos humanos tenían la capacidad de engendrar hijos con un youkai. Esos bebés, además de ser socialmente inaceptables, eran en sí mismos un peligro para sus madres humanas. Un bebé humano tomaba el alimento necesario del organismo de su madre, pero un bebé youkai, además se alimentaba con grandes dosis de magia y energía de su madre. Si la madre no tenía algún tipo de habilidad mística, ya era considerada como muerta.

Pero Kagome pudo hacerlo. Pudo hacer lo imposible.

Pudo concebir un bebé de ambos.

El milagro de cómo dos, se vuelven tres

Cuatro años antes

Kagome y Sesshoumaru se hallaban en la cocina de la casa, con tazas de té entre sus manos. Sin embargo, esa tarde, ambos estaban muy serios.

Habían tenido la confirmación de que Kagome se hallaba embarazada.

Y estaban conversando, hundidos en esa charla nada placentera.

Sesshoumaru le había explicado el grave peligro que corría. En ese tiempo, ella estaba estudiando con un maestro zen y con otros místicos para aprender a controlar la enorme cantidad de energía que su cuerpo albergaba, y su cuerpo no estaba en un estado de equilibrio.

Pasaba de sacar chispas a todo lo que tocaba, a caer sin fuerzas ni energía.

Cuando se enteró lo del bebé, Kagome sintió que se moría de miedo. Ella ya se había hecho la idea de que nunca tendría un bebé, y varios posteriores análisis confirmaron del todo lo que había dicho el médico. Entonces, ni hablar de que el tema de los bebés hanyou jamás había pasado por su mente. Dado que no podía tener hijos, Sesshoumaru y ella...no habían sido nada cuidadosos. Ambos tenían un saludable apetito por el otro, y cuando Kagome lo pensó en retrospectiva, lo extraño era que no hubiesen tenido antes un crío...perdón, un bebé, se corregía Kagome, quien tampoco era mejor que Sesshoumaru en esos temas.

A Kagome le encantaban los niños, pero los más grandecitos, cuando podían hablar, y darse a entender. Si le pasaban un bebé, tenía miedo de dejarlo caer. ¿Como se daban cuenta las madres lo que sus bebés querían?

Era difícil después haberse sentido tan sola, de haberse hecho la idea de que su vida sería un camino solitario, aceptar el hecho de que pronto tendría una familia propia. Con Sesshoumaru, la felicidad y la risa habían vuelto a su vida. Ya no se sentía sola, porque lo tenía a él. Pero un bebé hanyou...era un asunto difícil.

¿Cómo lo criarían? ¿Y qué si lo encontraban? Sesshoumaru era un adulto, y vivía en perpetua alerta, pero un niño...¿y si se enfermaba? ¿A quién acudirían? ¿Y si salía un monstruo, como Jinenji del Sengoku? ¿Y con orejas, como Inuyasha? ¿Podría ir al colegio? ¿Encontraría una pareja?

Y...acaso... Sesshoumaru la detestaría por tener un hanyou...¿la dejaría de querer?

Era un asunto complicado.

¿Y si ella moría...? No quería ni pensar en lo que sería de Sesshoumaru sin ella...y ella tampoco tenía deseos de morir. Ahora que la vida estaba comenzando a sonreírle, lo último en lo que quería pensar, era que existía la posibilidad de su propio fin, de que no seguiría al lado de Sesshoumaru...

-¡No quiero morir!- era el continuo grito de su mente aterrorizada.

Justo ahora ese problema, ahora que su maestro zen los había recomendado para la división paranormal del gobierno...no sólo ella, sino Sesshoumaru también, tendría un trabajo bien remunerado. Y dioses, que necesitaban ese dinero...

Así que.

Hablaron acerca de interrumpir el embarazo. O por lo menos, intentarlo. Los bebés con una parte de sangre mágica en sus venas, se aferraban con fuerza al vientre de sus madres humanas. Kagome pareció algo aliviada, más tranquila.

Pero después de un momento, Kagome suspiró, y escondió su cabeza largo tiempo entre sus brazos, derrotada. Luego, levantó la cabeza. Parecía tranquila, como si hubiese tomado una decisión:

-No puedo hacerlo...me muero de miedo, pero no puedo hacerlo...-dijo- nosotros tenemos la culpa, por no haber sido cuidadosos, no este pobre bebé. Él no pidió ser concebido. Es parte tuya. Es parte mía. Y puede ser el único hijo que jamás tenga...-dijo, y añadió con voz temblorosa.- Seshoumaru...aunque me mate, nunca, nunca, podría acabar con algo que haya salido de ti...- esa frase, dicha lentamente y con sentimiento, era toda una declaración en sí misma.

-Kagome...- Sesshoumaru comenzó a decir, miles de protestas amontonándose en su garganta.

Ella levantó las manos, indicando que no había terminado. Sonriendo, y con la voz timbrada con una nueva suavidad, y con maravilla, dijo:

-Pasó lo imposible. Cuando era más desdichada, viniste tú. Y luego, te quedaste conmigo. Y ahora...otro imposible. Un hijo en mí. ¿Sabes? Tengo que creer en los milagros... -dijo ella con los ojos brillantes- y tengo que creer, que todo saldrá bien.

Tomó la mano de su marido.

-Soy una tonta. No me preocupaba mucho el tema de tener o no tener hijos, lo que realmente me molestaba, era no poder tener uno si algún día quería...supongo que las mujeres somos así.- dijo, como disculpándose.- Y ahora que tengo uno, que salió sin que yo lo planeara, me achico...y tengo mucho miedo. Esto no solo es difícil para ti, sino para mi, en otros sentidos además de lo del peligro...más allá de que sea hanyou, este bebé no pudo esperar unos años más, a que fuera planeado...o no – dijo con algo de pena.- Cayó justo ahora, que no podemos pensar en cuidar a un bebé...

Esperó que a él dijese algo, pero Sesshoumaru permaneció callado e inmóvil. Como una estatua. Qué perfecto e inhumano parecía. Cómo la hería esa glacial belleza.

Y ella estaba a punto de quebrarse.

-Sesshoumaru...sé que no lo quieres...pero ayúdame, por favor...necesito que me apoyes en esto...no me dejes sola. No pienso abortar, me da mucho miedo, pero tampoco siento que me nace de la nada el instinto maternal, no estoy preparada para un bebé, ¡me muero de miedo! ¡No es justo! Yo pensaba que si algún día, algún día podría tener un hijo, estaría saltando de felicidad, agradeciendo mi suerte...¡y mira, estoy llorando! No es justo para él. No es justo que tenga unos padres que no lo quieren.Soy tan cobarde, pero no quiero morir, quiero vivir.- terminó Kagome, su rostro ya convertido en un río de lágrimas, incapaz de contener más tanta tensión, tanta rabia...tanta vergüenza.

Sesshoumaru la atrajo hacia su pecho, y la dejó llorar toda su pena, hasta que de sus ojos hinchados no salió ninguna lágrima más.

Y entonces, como una flor que sale en medio de la nieve, llegó el bendito sonido.

-Es una ella.-dijo él.

-¿Qué...?-Kagome preguntó, sorbiéndose la nariz, creyendo que había escuchado mal.

-Qué es una ella. Y mejor deja de autocompadecerte y llorar. Llevar un bebé hanyou no es una broma, y créeme que necesitarás cada gota de energía que tengas.

Kagome no lo podía creer. Había esperado cualquier cosa de él, cualquier cosa, menos esas palabras dichas en un tono perfectamente normal, sólo un toque irritado.

-Sesshoumaru, entonces...-Kagome se interrumpió, no sabiendo como expresarse.-¿Porqué...?

-Porque es una cuestión honor. No entenderé ninguna de tus razones, y no nombres al amor, porque tú ahora no lo sientes hacia ella...pero al honor...lo entiendo. Y lamentablemente, no esperaba menos de ti.- dijo acariciando el rostro de Kagome-Mi mujer sabe lo que es tener honor -dijo con una mezcla de orgullo y pena asomándose a sus ojos dorados. Pero se recuperó enseguida, y Kagome se preguntó si no habría estado imaginando cosas - Y porque tienes razón.- admitió.- Los dos nos descuidamos. Y la culpa no es tanto tuya como mía.

Ahora, Kagome estaba completamente perdida.

-N..no entiendo,- tartamudeó.

-Debí no hacerte caso. Ahora tienes más poder místico del que jamás tuvo esa Midoriko.- Midoriko. La legendaria miko que destruyó sola a cientos de youkais, y que de su cuerpo, nació el Shikon no Tama.- Con tanto poder, era más que posible que pudieses engendrar un hijo conmigo...tú no lo sabías, pero yo sabía que era posible...y me dejé estar.- terminó amargamente.

Eso ya fue demasiado para Kagome. Acariciando el terso rostro, dijo:

-Basta, Sesshoumaru. ¿Sabes? Compartamos la culpa y listo. Yo sabía que comprar ese antiguo libro de almohada, y llevar todo lo que decía a su práctica, iba a ser contraproducente para los dos...- bromeó suavemente. Acercó su rostro al de Sesshoumaru, y posó sus labios sobre los de él, sintiendo la fuerza con la que él le devolvía el beso.

-Eres mi pareja. No estarás sola como las amantes humanas de los youkais. –dijo mirándola fijamente a los ojos, su frente contra la suya. Con toda la intimidad que compartían cuando estaban solos.

Kagome supo por qué lo decía. Por el bajo destino que habían sufrido las amantes de los youkais.

Y también, por la madre de Inuyasha. Al final, su padre, al morir, no pudo salvarlos de la vida que les esperaba.

Volvió a besar al youkai, y con su boca junto a la de él, murmuró:

-Gracias, Se-chan...gracias por estar conmigo, y no presionarme.

Dio un respingo al sentir los dientes de Sesshoumaru mordiendo suave, pero firmemente, su labio inferior. Parecía uno de los mordiscos que los animales dan a los cachorros desobedientes. Luego, sorprendida, le oyó decir:

-Oh, no. No te pienso presionar. Pero una sola cosa: te mueres, y yo me mato. Tendrás que cargarme sobre tu conciencia. Y te seguiré a la otra vida para atormentarte.

Kagome se quedó muda, pero luego comenzó a reírse a las carcajadas. Ya se sentía mejor. Devolvió el mordisco, y dijo al youkai.

-Que te quede bien claro: NO voy a morir. Lucharé como jamás me has visto, eso te lo prometo.–Sí, Kagome al menos podía prometer eso.

Los meses siguientes fueron un drama en sí mismos. Sesshoumaru prefería no acordarse de nada.

Y entonces, un día, al final del invierno, llegó Harumi.

Harumi..."la personificación de la primavera".

O como a veces la llamaba Kagome, cambiando un kanji a su nombre "fruta de primavera".

Ese nombre fue como un buen augurio, como el primer capullo que ves después de un largo invierno. También, en la versión Kagome, augurio de la fascinación de Haru por todo lo que fuese fruta comestible (o no).

Cuando se la alcanzaron, Kagome sintió que se derretía ante su bebita. Sus pechos le dolían de solo mirarla, queriendo alimentarla, amarla, tenerla consigo...por fin, al fin, conocía a quién había estado en su vientre, a quien todos esos meses había tratado de soñar, de imaginar, de intuir...y que había empezado a amar.

tengo una familia...

Y entonces...

Cayó en cuenta de un...pequeño detalle.

Su bebita.

No tenía nada de youkai.

Y Kagome temió por su vida. Miró espantada a Sesshoumaru, que las miraba impasible desde un rincón de la habitación.

-¡Sesshoumaru!- gritó – ¡Te juro que no estuve con nadie mas que tú! ¡Esta bebé, es tu hija! ¡Le haremos un ADN!!- qué inteligente de su parte, se burlaba la mente de Kagome, qué inteligente. Como si Sesshoumaru fuese a hacerse uno, y anunciar al mundo, en plan karaoke..."¡Hola a todos! ¡Mi nombre es Sesshoumaru, y soy un feroz youkai!

Quiso desvanecerse.

Pero Sesshoumaru parecía no oírla. Estaba absorto mirando las uñitas de su bebé. Uñitas. No garras.

-Lo sé, Kagome. Esta bebé es mía. ¿No te acuerdas lo que te conté sobre el aroma?-

Los perros youkais tenían el olfato muy bien desarrollado. A sus hijos, los reconocían de entre un montón de idénticos niños color nieve, solamente olfateando el aire. Era un aroma personal, que sobresalía entre los demás como una rosa entre los tréboles...era difícil de explicar. Estaba compuesto por una parte del aroma de la madre, otra del padre, y finalmente, una base absolutamente personal del niño.

Y Harumi, sí, olía como él. Le habían explicado, tiempo atrás en el Sengoku, que cuando tuviera un niño sabría que era suyo simplemente porque olfateabas, y sabías que era tuyo. Sesshoumaru no había comprendido bien eso, lo más cerca que jamás estuvo de ese concepto fue buscar el rastro de Rin cuando desaparecía un rato, y sentirse aliviado de encontrarlo.

Pero sí. Tenían razón. Era diferente. Esta bebita, sabía que sin duda alguna era suya.

Kagome miró a su bebé. Habían tenido largas charlas con Sesshoumaru sobre los medio-youkai, pero esto, no se lo esperaba. Tendría que haber nacido con la apariencia mestiza, como Inuyasha...

-Eh...quizás después se convierta en hanyou...- aventuró Kagome, mientras pasaba su nariz encima de la negra cabecita de Harumi. Delicioso...Kagome se derritió ante ese cálido y dulce aroma. Su bebita.

-No lo hará. Es completamente humana. No huele como uno. Tiene mi aroma, porque soy su padre, pero no huele como lo haría si fuese hanyou...¿entiendes?

No. Kagome no entendía nada.

Sólo entendía que tenía una personita a su cuidado, a su hija...su hija y la de Sesshoumaru.

Guau.

Harumi Shiranui Nishino, había salido completamente humana, y por lo tanto, no se tendrían que preocupar por su destino.

Sesshoumaru la miraba, y no sentía nada de la protección hacia ella que debería haber sentido. Todos los meses de ese terrible embarazo, en que la vida de Kagome parecía escaparse de entre sus manos, lo habían dejado exhausto. Su esposa por poco murió, a causa de ese bebé. Ella, su otra mitad, como decía esa leyenda humana.

Había atravesado lo imposible, había dejado todo lo que era atrás, para estar con ella, y de golpe, estaba en peligro de muerte, justo cuando más feliz él se había sentido.

Había querido tenerla para él solo. El tema de la sección paranormal del gobierno, y las curaciones reiki, ya le estaba quitando bastante la compañía de Kagome, y entonces, un bebé...

Aparte, se sentía algo mal...humillado.

¡No era padre siquiera de una hanyou, sino de una humana! ¿Es que no era lo suficientemente...youkai, para siquiera tener un hanyou?, pensaba Sesshoumaru, él también podía tener dosis de irracionalidad, que por supuesto, no compartía con nadie. Se sentía miserable, por no tener ya la constante atención de Kagome, de no ser ya el centro de su universo, y porque ese odiado bebé, no había sacado siquiera alguna garra o pelo pálido, y salvado a él de esa vergüenza.

Era un fracaso como youkai, se repetía, no atreviéndose ya a salir a la noche, por miedo a que la luna se estuviese riendo a carcajadas de él.

Pero todo llega...

Pero todo cambia, y un buen día Sesshoumaru se encontró con que amaba, amaba a esa bebita. Era tan, pero tan fuerte ese sentimiento, que nada se le podía comparar. Dolía en una buena manera, y se sentía como si fuese el sol, con su pecho a punto de estallar de emoción al verla.

¿Cómo había sido?

¿Cómo había pasado?

¿Qué lo había hecho cambiar tanto...?

Simplemente, la había estado alimentando con una papilla. Ni Kagome ni nadie de su familia se encontraban allí, sólo él y Harumi.

El youkai jamás le negaba el cuidado necesario, y ayudaba a Kagome sin chistar. Sólo que ese mediodía, dándole la papilla de banana a Harumi, por alguna extraña conjunción de los astros, al mirar los serios ojos de su hija, un amor que se extendió rápidamente por todo su ser, se despertó dentro de él. O quizás, al fin comprendió lo que había estado sintiendo.

Quizás, tal vez, no era que la había odiado, sino que había estado en una gran negación, de tener un hijo hanyou...

Tal vez, vió algo de él en ella.

Y tal vez, experimentó lo que muchísimas personas: el amor que llega. Que se toma su tiempo, hasta que el órgano llamado corazón esté preparado para recibirlo, pero llega...y no lo hace menos valioso.

No lo sabía. No entendía, no comprendía como había pasado. Tampoco le importaba mucho comprenderlo.

Quizás, al ver los ojos de Harumi, con el color y forma de los de Kagome, pero con la anciana expresión sabia que tenían los niños perros youkais, mirándolo como si entendiese a su padre, como sabiendo la forma en que procesaba sus pensamientos.

Años después, seguiría recordando ese momento, sintiendo el primer ramalazo de comunicación extrasensorial con su hija. Se sintió conectado a ella.

Y vió que había algo de él en ella...había nacido humana, pero algo del espíritu de los perros youkai aparecía en la bebé.

Su gente no había muerto del todo, finalmente.

Como youkais, no sobrevivieron al avance humano...pero así, con alguien nuevo, alguien humano, pero con un chispazo de las antiguas memorias...

Pero...¿acaso importaba?

La niña era una bebita, solamente. La expresión, quizás, de alguien que tiene una vieja alma, y comprende muchas cosas por instinto aún sin saberlo, pero era una bebita al fin.

-Vaya, no eres una extraña, Harumi...-le murmuró a la bebita, con algo de sorpresa. Extendió un dedo para acariciar la redondeada orejita de Harumi. El contacto pareció enviar oleadas de tibieza a su cuerpo.

Entonces, Harumi, por primera vez hizo algo, un gesto personal e íntimo, que continuaría con el tiempo, un pequeño ritual de amor privado entre ellos dos.

Con su manita, hizo un gesto como tratando de alcanzar el rostro de Sesshoumaru. El youkai se arrodilló, poniendo su cara cerca de la de Harumi. Entonces, ella muy seria, alargó sus manitos abiertas como flores hacia el rostro del youkai, como estudiándolo, y acercando su cara para mirar asombrada los ojos de Sesshoumaru, abriendo y cerrando la boquita, como diciendo: "Padre, que ojos tan extraños tienes"

Tenía la expresión de un solemne Buda asombrado, y Sesshoumaru sintió una risa naciendo en el fondo de su alma. Qué graciosa parecía.

Y allí, ese amor recién descubierto, se instaló por siempre jamás en el corazón de Sesshoumaru.

El youkai sonrió, y esa sonrisa llegó a sus ojos.

Harumi, a su vez, también sonrió, emitiendo deleitados gorgoritos. Y Sesshoumaru se dio cuenta de una cosa, algo que se le había pasado, quizás porque sonreía poco, y las pocas que lo hacía, no se miraba a un espejo.

Los ojos de Harumi, sonreían igual a los de él.

Ahora, cuatro años más tarde, pensaba que Harumi era un verdadero milagro. ¿Cómo no querer a esa muñequita viviente, con lacios flequillos y ojazos oscuros, que olía tan maravillosamente bien? Él solo tenía que tomar su aroma en la distancia, para que sus problemas se desvanecieran.

Y Harumi lo idolatraba...lo seguía a todos lados. A pesar de ser menor de lo que fuera Rin cuando estuvo con él, Harumi tenía un sentido del autocontrol más desarrollado que el de Rin. ¿Algún resabio de memoria youkai?¿Algún mecanismo propio para manejar la vida excéntrica que a veces la rodeaba? La familia de su mujer la estaba educando maravillosamente en las antiguas tradiciones, lo mismo que los sacerdotes, místicos, y demás adultos con los que tenía contacto. Sólo Souta...Sesshoumaru acalló toda crítica hacia el. Después de todo, Harumi necesitaba la compañía de otro "niño".

Harumi y él formaron un vínculo muy especial. Estaban juntos en todos lados. En la casa, cuando salían a pasear, cuando se quedaban mirando la luna...

Lo único que evitaba, era decirle que la amaba a la luz del día. Los dioses son celosos, y no quieren que los seres de la Tierra sientan más amor hacia otros seres. Son celosos, y se los llevan con ellos.

Y Sesshoumaru tenía terror, terror, a que su niñita desapareciera. Tanto, que él también a veces se olvidaba de respirar. Por fin la comprendió a Kagome, y sus terrores a que se él se desvaneciera. Ya no sabía como decirle que no lo haría, y que si se perdían de vista, él revolvería cielo y tierra para encontrarla, era tan claro como el agua, pero Kagome dijo que la lógica en eso no importaba...la lógica de él decía que sí o sí la encontraría y punto, pero la de ella, se preocupaba.

Así que Sesshoumaru, se convirtió en Kagome en sus peores momentos. Se levantaba en medio de la noche para chequear que Harumi no hubiese desaparecido. No una, sino tres veces, cuando era una bebita. Ahora sólo una, pero porque rastreaba su aroma desde su dormitorio.

Así que durante la luz del sol, solo la podía mirar, mordiéndose la lengua. Y a Kagome se le humedecían los ojos, ante la mirada tan llena de amor con la que él miraba a Harumi.

Pero a la noche era distinto. La poderosa diosa luna había cuidado a su clan. Ante ella, podía decirle a Harumi

-Te quiero, Harumi. Tu padre te ama.-le decía. Él no era uno de esos padres que revoleaban a sus hijos por el aire, hacían cosquillas en el estómago de sus hijos, o abrazaban con locura. Él era más reservado, antes de Kagome, nunca había estado cómodo con el contacto corporal, pero, con su hija, ansiaba...ansiaba...

Un abrazo.

Y dioses, con Kagome era una cosa, porque sabía que lo amaba y deseaba sus abrazos, ¿pero como saber si no estaría molestando a Harumi? Harumi odiaba que la tratasen como un chiquito, como decía ella.

En eso, era calcada a Sesshoumaru cuando éste era solo un cachorro de youkai.

Pero Harumi encontró una forma de facilitarle las cosas. Ella solita se trepaba a las rodillas de él, y apoyaba su carita contra la afilada suya. –También.- respondía. Entonces, Sesshoumaru la abrazaba. Él no sabía como iniciar un abrazo, como pedirlo, pero Harumi sabía dárselos. El ritual seguía con la inspección de su cara, efectuada por las manitos de Harumi, uno de los más grandes placeres para Sesshoumaru. Se quedaba quieto, observando la seria carita de su hija, concentrada en estudiar su cara. Tenía una especial fascinación por sus ojos, y por sus pálidas pestañas.

A Harumi no le molestaba que su papá fuese tan contenido. Al parecer, le gustaba que fuese tranquilo. Entre mamá y Souta, su niñera Yurika, y los muchos excéntricos místicos que frecuentaban el templo, sin hablar de sus siempre presentes mascotas, todos ellos hacían de su pequeño mundo un lugar movido.

Su papá era el más guapo de todos, y al que ella más quería, pensaba Harumi.

Así se quedaban los dos un rato, hasta que Harumi habría la boca para expresar algún inmortal pensamiento, como:

-Me hago pis.- bueno, tampoco había que pedirle frases inmortales a una niñita.

Y allí iban los dos, a la carrera, a buscar un baño vacío.

"-Protege a los tuyos, sé poderoso, honra a tu herencia. Así es la manera de nuestro clan."

El antiquísimo proverbio con el cual aprendían a hablar los niños de su clan, volvía otra vez a la mente del youkai.

Protege a los tuyos...

Tenía cosas para proteger. Su familia era humana, y vivían en un mundo humano.

Y él protegía a ese mundo humano, para que su hija creciera en él feliz.

El Presente

Un limpísimo bulto de toallas salió del baño. No era otra que la señorita Harumi, envuelta en toallas, despidiendo olor a jabón y colonia de bebés, y dirigiéndose hacia su habitación.

Una despeinada y empapada Kagome entró a la cocina, estirando sus brazos al cielo y diciendo:- ¡Sí! ¡Por fin podré meditar!

Sesshoumaru escondió su diversión ante la expresión de alivio y felicidad de su pareja, y le dijo:-¿No se te olvida de algo?

-¿De darte un beso?- preguntó seductoramente Kagome, estirando sus tatuados brazos detrás de su cabeza, y apoyándose provocativamente contra la puerta de la heladera.

De más está decir, que él obvió la pregunta.

-Tienes que vestir a Harumi.- pronto vendría su niñera, y ellos tendrían que ir a trabajar.

Kagome puso sus ojos en blanco, y se dio vuelta para abrir la heladera y preparar su desayuno. Mientras se internaba en las profundidades del freezer, dijo a Sesshoumaru:

-Ah...pero para eso tiene a su maravilloso padre...yo ya la bañé, y traté de componer el lío que causaron los dos...- anunció, emergiendo con un montón de cosas para desayunar. De hecho, ya estaba masticando un trozo de queso, algo pasado, en la opinión de Sesshoumaru.

En la mesa, ella se sirvió té, y empezó a atacar la comida.

-Justo hoy de todos los días, Sesshoumaru. Yo soy el miembro inconsciente de esta relación, pero hoy...realmente me sorprendes.- dijo Kagome, meneando la cabeza negativamente, mientras se soltaba el rodete que se había hecho para bañar a Harumi. El largo cabello cayó en un golpe, desordenado, y Sesshoumaru contuvo la respiración un instante. Su pareja era realmente hermosa.

Sintió un ramalazo de deseo hacia ella, y sus pupilas se dilataron, oscureciendo sus ojos de oro. No podía evitarlo. La encontraba atractiva siempre, pero cuando estaba molesta, y vociferando su opinión contra él, con los ojos brillantes, la cara sonrosada, hecha una furia, él sentía que ese era uno de los mejores afrodisíacos, y sentía la compulsión de callar su boca a besos, y estrechar su furioso y menudo cuerpo contra él, pero...

Pero Kagome lo miraba como esperando una respuesta, y él tuvo que recordar lo que había dicho mientras se soltaba el cabello.

Y ,Sesshoumaru, recordó. No dijo nada, y puso su mejor cara inexpresiva ante su mujer, pero se acordó, y mentalmente, se golpeó la frente.

Hoy era el recital de koto de Harumi.

Con la boca llena, y apuntándolo con un trozo de pan, Kagome siguió sermoneándolo:

-Entre los nervios y las ciruelas, la panza de Ha-chan no soportará nada. ¿Te la imaginas, con la yukata rosada y las peinetas, frente al público, tocando "El vuelo de la libélula", y con la panza al ruido?

Sí, Sesshoumaru se la imaginaba...el delicado estómago de Harumi era el peor enemigo de la dignidad de la niña.

Kagome continuó emitiendo oráculos:

-Y le dará ganas de ir al baño...¡y cómo! Ya sabes que Ha-chan se empacha enseguida, y tú dale no más dejando que ella haga lo que se le antoja.-Kagome tomó un sorbo de agua, y un comprimido de ibuprofeno, sus ovarios la estaban empezando a torturar de nuevo. Pero, Kagome al fin, la siguió.-¡No puedo dormir un día tranquila, hasta tarde…!-Kagome se agarró su cabeza- mejor me pongo a meditar ya mismo.-terminó con un suspiro.

-Creo que es lo mejor- abrió la boca Sesshoumaru. Error.

Kagome alzó los ojos en llamas, y abrió la boca, pero en ese momento, sonó el teléfono.

Sesshoumaru ni se movió.

-¡AHHHH!! Está escrito que hoy no meditaré nada.- gimió Kagome.-Y todavía no vino Yurika con la yukata...Viste a Ha-chan, ¿sí?

Y dicho esto, corrió hacia el teléfono.

Sesshoumaru se dirigió hacia la habitación de Harumi, encontrando un toallón abandonado en su camino. Realmente, a Harumi no toleraba la limpieza. Su olfato percibió otras tres presencias en el cuarto de su niña, pero eran presencias amigas. Dos grandes perros, Taro y Alfa, y esa vergüenza para el género gatuno, adorado con delirio por Kagome y Harumi, el gordísimo gato Tofu.

Se detuvo un momento detrás de la puerta, escuchando como hablaba Harumi. Al parecer, se hallaba otra vez jugando con el teléfono de juguete que le había regalado Kagome. Hacía unas semanas la habían encontrado muy contenta desarmando los teléfonos de la casa, según ella "para ver como andaban".

Kagome optó por comprarle muchos juegos de ingenio y construcción, además de un teléfono de juguete, y decirle que no tenía que desarmar nada en la casa.

Luego, le dijo en privado a Sesshoumaru que posiblemente Harumi estaba muy adelantada para su edad. La cara de Kagome estaba algo preocupada.

Sesshoumaru se sintió orgulloso. Por supuesto estaba adelantada, era su hija, y tenía su inteligencia. Pero Kagome no se había tranquilizado demasiado.

-El koto, los teléfonos, y tantas otras cosas...podría ser una genio...-divagaba ella. Al día siguiente, trajo a casa libros sobre la educación de niños, más aún de los que ya tenía.

Pero, escuchándola hablar con sus animalitos, Harumi se oía como una normal niña humana.

-...uen día, señor Taro. ¿Está bien? ¡Venga a verme a la noche! ¡Ahora, tú, Alfa!-

-¡Rin, rin! Buen día, señora Alfa. ¿Cómo está? ¡Hoy toco el samisén! ¡Venga!¡Tofu!-

-Rin, rin, rin...ay, parece que no hay nadie, ¿será posible? Rin, rin, rin...

Rin, rin, rin...

Rin. Rin.

Rin.

Sesshoumaru se dejó caer contra la pared.

Malditos sentimientos.

Rin había sido un poco más grande que Harumi cuando la encontró. No le había dado los cuidados que una niñita merecía, y sin embargo ella lo adoraba...tal como Harumi lo hacía.

En su breve estadía en el Sengoku, la última vez, mientras se dirigía a la carrera al pozo que debería llevarlo de vuelta junto a Kagome, se había acordado que tenía que hacer una última cosa importante. Apartándose momentáneamente de su camino, se había dirigido hacia su fortaleza secreta, escondida aún de los suyos. Allí, antes de ir a las guerras, había dejado a Rin, Jaken y Au-Un, su dragón. Ya no podía llevarlos con él, en las guerras estaría muy ocupado en su calidad de Jefe del Clan Blanco, no podría siquiera pensar en protegerlos. Y porque sabía que ser capturados, sus enemigos se ensañarían especialmente con ellos.

Pero cuando llegó a toda velocidad a destino, su ya abatido ánimo se desplomó al ver los restos quemados de Guarda Luna, su fortaleza. Todo había sido arrasado. Todo.

El clan Gris había pasado por allí, y dejado sólo desolación a su paso.

Ellos no solían tomar prisioneros.

El youkai supo que no quedaba nadie allí. Sintió que ya nada lo ataba al Sengoku. Una angustia que no había sentido en siglos se apoderó de él, y se aferró a lo único que le quedaba, aunque también desvaneciéndose. El rostro y el aroma de la única mujer que jamás amaría. El lazo desaparecía. Tenía que encontrarla, volver al futuro, y rápido.

Sesshoumaru sintió dolor, dolor y rabia, contra todos los malditos clanes de Perros.

Por esa vez, no le importó nada más, ni honor, ni familia, ni nada...todo su ser clamaba por Kagome, y quiso hacer algo por él mismo, por una única vez. Encontrarla.

-Rin, rin, rin...¡hola papi! ¡Atendiste! ¡Soy Ha-chan, y tienes que venir a la noche, te tengo una sorpresa! ¡Ah, te quiero!- escuchó la alegre voz de Harumi, ese "te quiero" calentado su pecho.

Ahora que tenía a su pequeña, se daba cuenta de lo poco que le había dado a Rin, ni siquiera una milésima parte del cuidado y atenciones que tenía con su preciosa Harumi. Y en cuanto a quererla...que miserable parecía todo al lado de lo que sentía por su hija. Y de lo mucho que en cambio, le había dado ella. Había tenido tan, tan poco, esa niñita golpeada, tirada a los lobos, tan sin valor había sido tratada, que ante la primer mano no agresiva se encendía toda en sonrisas y felicidad. Sesshoumaru se daba cuenta de que la había querido, sin darse cuenta en el momento.

Gracias a ella, hoy tenía esta vida, y a su esposa, hijita, y un grupo de humanos a los que realmente estimaba. Si no hubiera sido por ese contacto humano, quizás nunca hubiera podido darse permiso para amar a su Kagome, la hubiera matado y con ella, a él. Hubiera estado siempre con esa percepción de que los humanos eran seres inferiores, agudizada cuando sucedió lo de la madre de Inuyasha...

De algún modo, le daba a Harumi todo lo que no le había dado a ella.

Seguridad. Afecto. Ternura. Amor...tanto, tanto amor...

Kagome le había explicado muchas cosas, y él había leído sobre Cristo, Miyamoto Musashi, Beethoven y Gengis Khan, pero sobre Rin, no encontró nada en los libros, fue como si se la hubiese tragado la tierra.

Claro, él lo sabía, la historia la escriben los que ganan, los fuertes...él mismo había visto su nombre aparecer en libros de mitos e historias japonesas.

Pero igualmente, sentía una enorme desazón porque Rin, a los ojos de la historia, no había sido más que una minúscula mota. Era injusto que tantos seres pequeños y amantes, seres anónimos, no fuesen dignos de que su historia fuese contada.

Podría escarbar todo Japón, pero nunca encontraría nada sobre Rin.

Sueños rotos

Más de 500 años atrás...

"Guarda Luna" se estaba incendiando.

La fortaleza se estaba destruyendo ante los ojos de la niña.

La había dejado allí, junto con Jaken-sama. Al parecer, había muchos peligros, y tenía que quedarse en algún lugar seguro.

Pero, pensó Rin, mientras corría detrás de Jalen-sama, al final, la hermosa Guarda Luna no había sido tan segura...

Jaken-sama, hacía unos meses le había explicado que Sesshoumaru-sama era ahora el líder de los Perros Blancos, y que estaban en medio de una guerra feudal. El youkai se había visto obligado a tomar otra vez el poder, y a dirigir a su gente en la lucha contra los que querían robarse sus territorios del Oeste.

Ya no podían vagar de un lado al otro, como habían acostumbrado.

-¡Sesshoumaru-sama, déjeme ir con usted!- había suplicado Rin por última vez, aún sabiendo que era inútil.

Sesshoumaru-sama la había mirado con una de esas miradas tan suyas, entrecerrando sus ojos, en un obvio "No". Qué extraño le había parecido, vestido con otras ropas, y con esa armadura y casco. No podía evitar sentirse algo intimidada, por primera vez realizando que Sesshoumaru-sama era alguien muy importante...oh, ella sabía que él tenía que ser importante, después de todo, no había nadie mejor que él, pero así preparado, cayó en cuenta que Sesshoumaru-sama tenía otra vida, de la que sabía poco y nada.

-Te quedarás con Jaken, Rin, y no salgas de aquí. Yo vendré cuando pueda, pero no desobedezcas y salgas.- Él había dicho. Luego sin más, se había dado vuelta, y había comenzado a retirarse.

-Sesshoumaru-sama...- se le escapó en tono anhelante a Rin.

El youkai se dio vuelta.

-¿Qué?-

Rin miró al piso.

-Nada...¡vuelva pronto!-trató de decir con voz alegre, levantando una mano para saludarlo.

Sesshoumaru ladeó la cabeza hacia un costado, como tratando de sopesar algo que se le había escapado. Al parecer, no encontró que era, y finalmente, se fue.

Rin se quedó parada en el patio frente al portón principal, un buen rato, haciendo figuras en la tierra con los dedos de su pie.

Había querido pedirle un abrazo.

Rin sabía que no debía abrazarlo, que esa fantástica criatura a la cual secretamente consideraba su padre, su salvador, el centro de su mundo, bien, él no toleraba los abrazos. Hubiese adorado que la alzara o algo así, pero no se quejaba.

Nunca.

Él la cuidaba. La había salvado, y ahora tenía una familia. Él, Jaken-sama y Au-Un. Y ella solamente podía correr y saltar de felicidad, gritar de alegría ahora que tenía voz, vivir la infancia que no había tenido...

No. No importaba que la abrazase o no. Él la cuidaba, y eso la hacía feliz.

Pero las guerras...Rin había revivido, pero jamás había olvidado el momento anterior a su muerte. Tenía pesadillas, pero jamás hubiera molestado a Sesshoumaru-sama con ellas. Ni se le hubiese ocurrido.

Pero sabía lo que era morir desesperado...

Desesperado, sin nadie que venga a ayudarte, sin nadie que te quiera...

Y no quería que algo así le pasara a Sesshoumaru-sama. No quería pensar en lo que sería de ella sin él.

Y en días así, en los que la asaltaban esos fantasmas, realmente deseaba que el youkai la abrazara, y la sostuviese junto a su corazón.

Pero algunas, cosas, eran imposibles.

Mientras se alejaba de la puerta principal, Rin se dirigió a explorar los magníficos jardines de la fortaleza, más seria de lo habitual.

Era pequeña, pero podía sentir cambios que se acercaban, cambios que no serían del todo buenos para ella...

Rin sacudió su oscura cabeza, tratando de desterrar esas horribles sensaciones de su mente. Tenía que pensar en otra cosa, como en jugar, en que cosas ricas comería, en lo divertido que sería correr dentro de la casa principal.

A veces, se preguntaba que sería de ella si él se casaba y tenía hijitos.

Rin se dejó caer desganada, retorciéndose la colita de su cabeza.

Era evidente, que hoy no podría pensar en otra cosa.

¿Y si tenía una niñita...? ¿Cómo sería...?

A su mente vino una carita de grandes ojos dorados, y blanquísimo pelo.¡Seguramente, sería preciosa! Con una colita blanca, y una luna en su frente...ella adoraría a una niñita así. Sería maravilloso tener una hermanita.

O por lo menos, servirle de doncella...la volvió a la realidad su mente.

Rin, a pesar de estar con Sesshoumaru-sama y Jaken-sama y tratar de reír siempre, de recuperar el tiempo perdido en dolor, sabía como eran las cosas. Ella había sido prácticamente una esclava, sin rango ni familia, pisoteada por todos, y sabía por Jaken-sama, que su señor era algo parecido a un príncipe. Que ahora la tratase así, era una cosa, pero cuando tuviera que volver con los suyos, todo sería distinto, por más que ella lo lamentara.

Pero no le molestaría servir en su casa. Ella sabía trabajar, y con tal de que la dejasen estar cerca de él, haría cualquier cosa.

Y así pasó el tiempo, con las cada vez más esporádicas visitas de Sesshoumaru-sama, cada vez pareciendo más serio y concentrado, con poco tiempo para ella, y más tiempo encerrado descansando o repasando hasta tarde con Jalen-sama los planes de batalla.

Rin pasaba todo ese tiempo de espera alejándose de la pena y la preocupación, usando lo único que tenía para evadirse, su imaginación. Pensando en su soñada hijita de Sesshoumaru-sama, quién se había convertido en una suerte de amiguita imaginaria.

Imaginaba como se llamaría, como vestiría, como se comportaría...¿sería tan seria como él, o se reiría de gusto al girar de cara al sol?

En su tiempo en Guarda Luna, Rin ya no calculaba más los días, pasaba sus horas con Tai Tai, como había bautizado a su amiga. Un día, antes de que Sesshoumaru-sama partiera, había oído un trozo de conversación entre ellos, y había escuchado como Jaken-sama, con un suspiro, hablaba de cómo todo hubiera sido distinto si la Tai Tai estuviese allí...

Tai Tai. Rin adoró el sonido, y guardó ese nombre dentro de ella.

De alguna manera, le pareció adecuado para su creación.

Imaginó a Tai Tai como una miniatura de Sesshoumaru-sama, sólo que juguetona. Corrió con ella a través de los jardines de la fortaleza, en imaginarias carreras. Tomaron juntas el té, y Rin le habló de todas las cosas que pensaba que la pequeña a su cargo debía saber, y que quizás Sesshoumaru-sama no le diría.

El youkai era un youkai macho, después de todo. Y había cosas que no podía saber, cosas que no sabía que podían asustar a una niñita.

Le habló de cómo no hay que comer fruta a determinada hora del día, porque...bien, era embarazoso. Le habló sobre los animalitos de la floresta, y sobre encender un fuego ella sola.

Le habló sobre los hombres, y sobre como ellos podían lastimar, y hacer que nunca, nunca, olvidaras eso. Le habló de la soledad, y de cómo es vivir sin cariño. Sin mamá, sin papá, sin un amigo que te diga algo con afecto.

Cuando lo hacía, Rin lloraba. Pero al momento, tranquilizaba a Tai Tai, a quien creía ver con su carita preocupada, secándole las lágrimas con la suave piel de su colita.

Entonces, le decía que ella la cuidaría. Que le decía todo eso para que cuando caminara, mirase siempre hacia los dos lados, y tuviese cuidado.

Cada vez más, se internaban en la fortaleza, jugando. Corrían entre las pantallas shoji de papel, pasaban a la carrera pinturas con monumentales perros luchando, jugaban al atardecer a hacer sombras con las manos, y una vez, encontraron un koto, al que trataron de sacar algún sonido armonioso, solo resultando en la llegada de un enfurecido Jaken-sama, quién la mandó a su habitación.

Tai Tai fue su refugio. Sin ella, Rin hubiera caído en la desesperación.

Era sólo una niña.

Pero todo llega a su fin, y esa sensación de angustia que se arrastraba por su piel como si fuera un ciempiés, una noche se hizo realidad.

Esa noche, soñó con esa nenita de nieve, pero el sueño no fue agradable. Ella le pedía ayuda, los lobos estaban cercando a la pequeña youkai, y ella no podía hacer nada, estaba muy débil y lastimada. Su yukata y colita estaban sucios, los ojos de oro se llenaban de lágrimas, como los de ella, preguntándose, dónde, dónde estaba él, que no venía...

Luego, Tai Tai miró a la luna, moviendo las desgarradas zarpitas y la boca, pero fuera lo que fuera que quería hacer, estaba demasiado lastimada para hacerlo.

Rin quería correr hacia ella, pero estaba petrificada, y su garganta, como antes, muda. Sólo podía dejar salir ríos de ardientes lágrimas de sus ojos, sintiendo dolor y furia por Tai Tai, y también, oh, por ella.

-...cántale, Tai-chan...-

(¿cantar...?)

(eh...¿por qué le decía eso?)

Pero Rin no le había enseñado esa canción...

-Inventa, Tai, inventa la canción...ella la entenderá... –seguía diciéndole Rin, con su mente.

Pero lo que sí Rin había hecho, era haberle inventado muchísimas canciones, y le había enseñado a improvisarlas.

(¿quién la entendería?)

(¿por qué una canción?)

(¿y por qué tenía que mover las manos?)

Tai Tai movió las manitos, y una suave brisa surgió de algún lugar, haciendo que se arremolinaran pequeñas hojas alrededor de sus danzantes manos.

-Tai-chan, sí...sigue así...cántale para que te ayude...-

De la garganta de Tai Tai surgió un sonido, que no pudo escuchar, pero sí sentir.

Rin tuvo la sensación de que algo respondía a ese sonido, que la hacía pensar en manadas de blancos perros gigantes corriendo felices, lenguas afuera, dando saltos de alegría bajo la luna, que era una dama que sonreía y miraba feliz a sus criaturas.

Rin se sintió inexplicablemente feliz.

-¡Sí, Tai-chan, es así!-

Tai Tai extendió una mano hacia la luna.

Rin esperó el milagro.

Que nunca llegó, ya que un lobo atrapó entre sus fauces la pequeña mano, y la quebró de un fuerte mordisco.

-...Sesshoumaru sama...- murmuró Rin.

- ¡¡PAPAAAAAAAAAAÁ...!!- lanzó un agudo aullido Tai Tai.

A la mañana siguiente, había olvidado el sueño, y ya no vino más Tai Tai a su lado. Y en su corazón, no se asombró demasiado al pensar que Sesshoumaru-sama no aparecería. Ni en los siguientes días, meses, y años. Pero eso, Rin todavía no lo podía saber.

Tampoco se asombró al ver una horda de youkais parecidos a Sesshoumaru-sama, pero de colores grises y rojizos, penetrar las defensas de Guarda Luna, y destruir el lugar.

Era lógico que sin Sesshoumaru-sama el mundo se desplomase.

Sólo reaccionó, cuando Jaken–sama la puso en camino, y cuando él sólo hizo frente a los atacantes.

Rin gritó, aulló, arañó,¡¡no, Jaken-sama, no te dejaré solo!!

Jaken-sama, el otro pilar de su mundo, gruñón, pero que la quería y cuidaba tanto...Sesshoumaru-sama era el objeto de su veneración, pero Jaken-sama estaba allí siempre, para retarla, pero también para cuidarla.

Solo cuando te falta, sabes apreciar en todo su valor lo que es tener alguien que te rete…

Rin, que nunca había tenido nada, salvo su imaginación, jamás dejaba de sentirse emocionada ante los regaños y aparentes malos humores de Jaken-sama.

¿Cómo, cómo iba a dejar allí a su Jaken-sama?

Pero Jaken-sama, que la había amenazado cientos de veces con usarla de alimento para el dragón, y que había repetido que ella era una molestia tantas otras veces, la llevó hacia una camino seguro, y luego, al darse cuenta de que unos soldados del otro clan los habían rastreado, le gritó que escapara.

-¡No mires atrás, Rin!¡Y corre!- gritó con determinación Jaken.

-¡¡NO!!No, Jaken-sama!! ¡¡No te dejaré solo!!- Rin sintió a su corazón llenarse de miedo, y terror.

Los youkais ya se acercaban, bellos y mortíferos seres con cabellos color acero, y ojos de un amarillo aún más claro que el de Sesshoumaru.

-¡Rin...tienes que irte!-insistió Jaken-sama, enarbolando su báculo de dos caras.

Rin solamente se arrodilló a abrazarlo, ríos de lágrimas saliendo de sus aterrorizados ojos, moviendo su cabeza en un no.

Sintió las manos de Jaken-sama alrededor de sus hombros.

Un abrazo.

-Eres tan tonta...-dijo con un cariño tan enorme que desmentía lo que decía. Pasó su mano torpemente por la cabeza de Rin, y luego la apartó, diciéndole:

-¡Estaré bien, soy un poderoso youkai, Rin! ¡Ve con tu gente!- Jaken no veía la necesidad de mentirle. Él solo contra esos asesinos, no ganaría...pero al menos le daría tiempo a la cría humana para escapar.

Pero antes, tenía que darle un último reto:

-¡Nunca digas que estuviste con youkais!- si dices que estuviste con nosotros, serán despreciables contigo, pequeña, no dijo en voz alta Jaken.

Y luego...

-Ve, Rin. Haré todo lo posible por encontrarte.- prometió Jaken-sama.

Rin supo que tenía que correr, no por ella, sino por Jaken-sama. Su amigo estaba decidido a pelear por ella, por su bien. Él tenía que verla escapar, para poder pelear concentrado.

-¡Te estaré esperando, en el bosque, Jaken-sama!- le gritó, atragantándose con sus sollozos.

Y corrió. Y hubo luces, y gritos, y luego silencio.

Y Jaken-sama, no apareció.

Rin ya no lloró. Ya nunca lo haría. No le quedaban más lágrimas.

Había vivido con el temor de que llegara ese momento.

Agradecía el tiempo que había pasado con él, el regalo de estar junto a aquellos fantásticos seres...si había veces en que contenía la respiración, mirando a Sesshoumaru-sama y a Jaken-sama, con temor a que su nueva familia desapareciera, y con ella la sensación de sentirse hija de alguien.

Finalmente, había pasado.

Ahora, tenía que escapar como pudiera, como le había dicho Sesshoumaru-sama, e irse lejos, porque youkais y humanos la perseguirían.

Aunque en realidad, lo que quería hacer era acostarse allí mismo y dormir, y nunca más abrir los ojos.

¿Porqué, porqué entonces seguía viviendo, si la muerte sería tan bienvenida?

Porque Sesshoumaru-sama le había regalado una nueva vida. ¿Cómo podía destruir algo que él le había dado?

Aunque no quisiese vivir, aunque quisiera ir corriendo hacia esos youkais grises, y pedirles que la ayudasen a ir con Sesshoumaru-sama y Jaken-sama y Au-Un, sabía que haciendo eso, los estaría insultando. Todos, le habían obsequiado tiempo de vida.

Ella jamás los insultaría.

Rin comenzó a caminar sin un rumbo, automáticamente, pero caminando al fin.

-Tengo que vivir.- se decía una y otra vez. Por ellos.

Y aunque no lo sabía, también por ella. Era humana, Rin, y todo humano que se precie, consciente o inconscientemente, se aferra a la vida.

Es así.

Tokio moderno

-¡¡Se-chan!!

La voz de su mujer lo sacó de sus pensamientos, y dejó a Harumi para que siguiera hablando en paz con sus mascotas por un rato más. Se dirigió al dormitorio, en donde ya Kagome estaba eligiendo ropa formal.

-¡Sesshoumaru! Llamaron urgente de la División, hoy no tendremos el día libre.-Anunció Kagome, arreglándose el pelo a las apuradas,-y lo extraño, es que no tenemos que ir. Takeda y los demás vendrán aquí.

Sesshoumaru frunció el ceño. No tenía ningún buen presentimiento.

-¿Dijeron por qué?

-No. Pidieron disculpas porque este iba a ser nuestro día libre, por lo de Ha-chan, pero que tenían cosas que consultarnos.- Kagome también estaba preocupada.-También llamó la gente de seguridad de abajo, diciendo que Yurika ya llegó.- Yurika era la niñera de Harumi, antigua novia de Souta, y una de las pocas personas que sabía que Sesshoumaru no era humano.

Kagome estaba inquieta, y Sesshoumaru pasó su dedo por su mejilla, en un mudo gesto de apoyo. Kagome esbozó una rápida y nerviosa sonrisa, y continuó arreglándose.

-¿Sabes, Sesshoumaru? Más les vale que no sea de nuevo por Harumi...-comenzó, con una voz molesta, que iba en franco crescendo - Youkais, demonios, fuerzas oscuras, hanyous brutos y celosas mikos de mierda...-miró a Sesshoumaru como instigándole a que corrigiera su vocabulario, pero el youkai, aunque en silencio, compartía su misma indignación,- todo eso tuve que soportar, pero lo de Harumi...-Kagome se estremeció, y algunos cosméticos volaron por el aire, como si tuviesen vida propia, para estrellarse con fuerza contra una pared,

-¡Ah, no! ¡Eso sí que no!-siseó Kagome.

En otro lugar...

Era un edificio lujoso, una de esas estructuras de hierro forjado y cristal.

Pertenecía a un laboratorio de investigaciones genéticas, GenOmega, uno de los más avanzados del mundo, y el más poderoso de todo Japón.

Enfermedades, fertilizaciones, nuevos tipos de animales y plantas...todo, todo era tratado en esa mega compañía.

Sin embargo, el hombre se dirigió hacia el corazón de corporación, el centro en donde varios científicos investigaban el verdadero objetivo de sus investigaciones genéticas...

El hombre subió a un ascensor privado, y con una clave de voz y un visor de código genético, éste emprendió un rápido descenso.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, revelaron un búnker de alta tecnología, repleto de seguridad y de científicos también, cosa extraña, de un tercer tipo de gente, que no parecía encajar entre ellos. Eran demasiado "particulares".

Con particularidades de la clase que hacen levitar objetos.

Todos saludaron respetuosamente al hombre, inclinándose ante él.

Él se dirigió directo hacia un despacho privado, cuya decoración estaba en franco desacuerdo con la última tecnología y completa asepsia que acababa de dejar atrás.

Era una impresionante habitación decorada al estilo japonés antiguo, con sus paredes decoradas con antiguos rollos de pinturas. Pinturas que representaban leyendas, épicas batallas repletas de youkais. Todos temas mitológicos. Todas valiosas pinturas originales.

Sacándose su sobretodo, pasó sin mirar al lado de una vitrina iluminada, en donde se encontraban dos espadas, enfrentadas entre sí.

Llegó a su escritorio, en donde un perro de alabastro blanco parecía presidir todo la sala. El pequeño perro era un milagro de la artesanía antigua, con su airosa pose y su expresividad. A simple vista parecía uno de esos perros dragones chinos, pero una inspección minuciosa revelaba que no, que no era chino.Era más esbelto que esos perros, y sus rasgos tenían otra expresión. El blanco puro de la pieza era solamente cortado por tres gemas: dos rubíes, sus ojos, y un trocito de lapislázuli en su frente, una diminuta media luna.

El hombre se sentó y apretó un botón que encendió una pantalla gigante.

La parte delantera de su escritorio se iluminó y una foto de Kagome Higurashi Nishino apareció bajo un centelleante título.

El título era "Proyecto Youkai".

¡Gracias por los comentarios!