Capítulo 5. "El Fin de las Vacaciones"

Ya habían pasado tres semanas desde la sorpresiva fiesta de Harry, y sólo les quedaba una más de vacaciones. Ya tenían las cartas de Hogwarts y precisamente esa última semana se iban al callejón Diagon, a hospedarse en El Caldero Chorreante.

– Vamos Harry – exclamó Ron – apresúrate, ¿cómo es posible que tardes tanto en guardar tus cosas?

– Tú también te tardarías si tuvieras que guardar todos esos detectores de tenebrismo – respondió Harry exasperado –. Si no los acomodo bien, comienzan a vibrar y sonar.

– ¿Quieres que te ayude?

– Sí, por favor – suplicó Harry – yo solo nunca voy a terminar.

Entre los dos acomodaron los detectores dentro del baúl. Una vez listos, los bajaron a la sala junto con los de Hermione y Ginny, y se sentaron a desayunar.

– Cuando lleguemos al callejón Diagon, los llevaremos a que conozcan nuestra tienda de bromas – susurro Fred, como si no quisiera que su madre lo oyera.

– Les va a gustar – farfullo George, con la boca llena de comida.

Durante el tiempo que había pasado, Harry veía que los gemelos se marchaban a primera hora del día y regresaban antes de que anocheciera. Les iba muy bien con todos sus artículos de broma y, según ellos, esa era la mejor semana, porque era cuando el callejón se llenaba de niños "inocentes", como los llamaban Fred y George.

Cuando terminaron de desayunar y estuvieron listos para irse, se apretujaron frente a la chimenea. Usaron polvos flu para transportarse al Caldero Chorreante. Una vez ahí, se registraron y subieron sus cosas a sus respectivos dormitorios.

Después, fueron guiados por los gemelos a través del callejón hasta un pequeño local, con un gran letrero en el que se leía SORTILEGIOS WEASLEY , escrito con tinta verde esmeralda.

Aunque no hubieran visto el letrero (lo que era imposible), adivinarían de inmediato que era la tienda de Fred y George. En los aparadores se encontraban todos los artículos de broma que ellos mismos inventaron, y también estaban unos nuevos.

– Como podrán ver – dijo George muy serio – ahora somos hombres de negocios.

– Sí – confirmó Fred – "Grandes proveedores de diversión para niños aburridos".

– Ese es nuestro lema – informó George.

– Y además podemos aportar dinero a la casa.

– Pues parece que les va muy bien – observó Harry.

– Esta semana lo que más se vende son los Surtidos Saltaclases – explicó George –, para Hogwarts.

– ¿Cómo es posible que vendan eso a estudiantes? – inquirió Hermione un poco molesta.

– Esa es la idea – replicó Fred –, por eso son "Saltaclases", para faltar a clases.

– No seas tan aburrida Hermione – la reprendió George – de vez en cuando es bueno romper unas cuantas reglas.

– ¡Yo estoy de acuerdo! – exclamó Ron –, y quiero comprar todos los dulces que pueda.

– ¡RON! – gritó Hermione exasperada –, ¡eres un prefecto, debes de poner el ejemplo a los otros alumnos!

– Oh es cierto – dijo Ron con profunda tristeza – lo había olvidado.

– Bueno, será mejor que se hagan a un lado – indicó George.

– Porque vamos a abrir – dijo Fred ceremoniosamente.

En opinión de Harry, los gemelos exageraban un poco. Seguramente tenían muchos clientes, pero no al grado de que abarrotaran el lugar.

Lo que pasó después, demostró que estaba en un error. En cuanto la puerta se abrió, muchos niños entraron empujándose sin parar. Según Harry, tenían los ojos maliciosamente brillantes, justamente como Fred y George.

– Oigan, ¿qué les parece si nos vamos? – sugirió Ginny.

Todos estuvieron de acuerdo, aunque hacerlo fue mucho más difícil que decirlo. Tardaron aproximadamente 10 minutos en salir de ese pequeño local, y sintieron un gran alivio cuando se encontraron afuera.

Pasaron el resto del día viendo los diferentes tipos de tiendas que había a lo largo del callejón.

Antes de regresar al Caldero Chorreante, fueron a comprar un helado a Florean Fortescue. Cuando volvían para cenar, se encontraron con los gemelos, que estaban muy felices.

– ¡Fue grandioso! – exclamó Fred.

– ¡Vendimos mucho! – añadió George.

– Y todavía faltan unos días, ¡imagínense cuánto vamos a ganar! – dijo Fred con orgullo.

Regresaron juntos, platicando de los planes que tenían para aquel dinero.

Así transcurrió la semana, hasta que inevitablemente, llegó el día en que tenían que marcharse a Hogwarts.

– ¡HARRY!, ¡RON! – gritó Hermione, despertándolos de su profundo sueño –. ¡Ya es muy tarde, rápido, vístanse! – y dicho esto, salió del dormitorio.

Se habían desvelado jugando ajedrez mágico, y por eso no se levantaron.

La señora Weasley compró los libros dos días antes y los tenían que haber guardado desde entonces, pero estaban más ocupados divirtiéndose, como para prestarle atención a ese tipo de cosas.

Ahora pagaban las consecuencias, puesto que ya no les quedaba mucho tiempo y aún no estaban listos.

Fueron los últimos que bajaron al comedor y no pudieron desayunar. Iban a viajar en taxis muggles y si salían más tarde, no llegarían a tiempo.

Con el estómago vacío, subieron sus baúles y las jaulas de sus mascotas, a los portaequipajes de los autos.

Viajaron en silencio hasta la estación de King's Cross. Después de encontrar carritos para llevar los baúles, tuvieron prácticamente que correr, porque faltaban cinco minutos para las once, y el expreso de Hogwarts era famoso por su puntualidad.

Finalmente llegaron a los andenes nueve y diez. Tenían que pasar por el centro de la barrera que estaba entre ambos números para poder llegar al que los llevaría al expreso: el andén nueve y tres cuartos.

Pasaron de dos en dos y cuando estuvieron del otro lado, subieron todo a la locomotora escarlata. Recibieron unas últimas recomendaciones por parte de los señores Weasley y finalmente abordaron.

El tren comenzó su marcha, y mientras se despedían, los Weasley se fueron haciendo pequeños, hasta que su imagen se perdió de vista.