Capítulo 7. "Una Agradable Sorpresa"
– ¡Los de primero por aquí! – por sobre la multitud retumbó la voz de Hagrid, llamando a los más pequeños para hacer su tradicional viaje por el lago. Harry lo saludó con un gesto de la mano.
– Él es Hagrid – explicó –, te va a agradar.
Después ambos se encaminaron, con cierta dificultad, hacia el centenar de carruajes que los esperaban fuera de la estación.
– Tal vez no los veas – dijo Harry –, pero los carruajes son tirados por unas criaturas llamadas thestrals – explicó, refiriéndose a los esqueléticos caballos negros con alas similares a las de un murciélago y cara y cuello de dragón.
– Sí los veo – susurró Ékuva – se encuentran ahí – y con su dedo índice, señaló el lugar en donde estaban esas criaturas.
– ¿En serio? – inquirió Harry – ¿a quién has visto morir?
– A mi hermano – respondió lacónicamente.
– Lo siento.
– Estoy segura que sí – dijo Ékuva.
– ¿Ya están listos? – apresuró una voz a sus espaldas. Era Ron, quien se acercaba con Hermione.
Subieron a un carruaje disponible y comenzaron a charlar animadamente. Harry estaba un poco apenado por el asunto de la muerte, pero en unos instantes se olvidó de él y platicó con agrado.
Los carruajes aminoraron la marcha, lo que significaba que habían llegado a los escalones de piedra que conducían a las puertas de roble de Hogwarts.
Bajaron del carruaje y se unieron a la gran muchedumbre que entraba al castillo. Pasaron por el iluminado vestíbulo, hacia el Gran Comedor. En ese punto los alumnos se separaban y se sentaban en alguna de las cuatro mesas que había, correspondientes a las casas de Hogwarts.
Frente a todas, una quinta mesa se erigía al fondo del comedor, los profesores del colegio estaban sentados ahí. Albus Dumbledore, director de Hogwarts, ocupaba el lugar central. Estaba mirando hacia arriba donde debía estar el techo, pero lo que se veía era la noche estrellada.
– Es un hechizo – explicó Hermione, dirigiéndose a Ékuva – en realidad sí hay techo.
Los cuatro se encaminaron a la mesa de Gryffindor, y cuando llegaban, vieron que Malfoy hablaba con un hombre de piel cetrina y cabello negro grasiento. Era Severus Snape, profesor de Pociones y jefe de la casa Slytherin.
– Oh no – susurró Ron.
– Parece que ya te acusaron – murmuró Harry.
– Entonces es mejor que me vaya, o si no los castigarán – dijo Ékuva –. Además, tengo que hablar con el profesor Dumbledore.
Cuando ya había avanzado unos pasos, Snape la alcanzó furioso. Harry, Ron y Hermione se prepararon para intervenir si era necesario, pero lo que pasó a continuación los dejo muy desconcertados.
Snape había comenzado a hablar, pero cuando vio de frente a Ékuva, su mirada denotó sorpresa y abrió ligeramente la boca. Parecía que intentaba decir algo, pero su voz no salía. Después, supusieron que la joven había hablado, porque Snape movió la cabeza negativamente y murmuró unas palabras, mientras se hacía a un lado para dejarla pasar. Ékuva siguió su camino y Snape se quedó ahí plantado, viéndola, aún con la boca abierta.
Ninguno de los tres entendió lo que había pasado, y el no haber podido escuchar ni una palabra, no les era de gran ayuda.
Ékuva llegó al extremo derecho de la mesa y se dirigió a Dumbledore, quien la esperaba de pie, con una gran sonrisa y los brazos abiertos. Ella también sonrió y avanzó con paso decidido hacia él, y cuando estuvieron frente a frente, Dumbledore la abrazó. Como un abuelo que abraza a su nieto favorito, después de no haberlo visto en semanas.
Cuando se separaron, Dumbledore le dijo unas cuantas cosas a las que ella respondía afirmativamente con la cabeza, sin dejar de sonreír. Dumbledore le indicó el asiento vacío a su derecha, Ékuva se sentó y después lo hizo él.
Los tres amigos miraron toda la escena sin entender, pero no pudieron platicar sobre lo sucedido, porque las enormes puertas del comedor se abrieron y dieron paso a los pequeños estudiantes de primero, guiados por la profesora McGonagall, subdirectora del colegio y jefa de la casa Gryffindor.
Los nuevos alumnos avanzaron frente a los ojos de los demás y, visiblemente nerviosos, formaron una fila frente a un taburete que la profesora acababa de poner. Sobre éste reposaba un sombrero de mago, muy viejo, con una rasgadura cerca del borde. Era el Sombrero Seleccionador, encargado de enviar a los nuevos alumnos a su respectiva casa. Como era costumbre, el sombrero abrió esa gran rasgadura, como si fuera una boca, y entonó una canción.
Sin embargo, Harry no oyó nada. Estaba sumido en sus pensamientos, con la mirada fija en Ékuva. Era bonita, no cabía duda, mas no era eso lo que llamaba su atención. Aún no sabía por qué, pero no podía dejar de mirarla.
Entonces una tormenta de aplausos lo sacó de su ensimismamiento. La canción ya había terminado y la escuela entera ovacionó al Sombrero Seleccionador.
A continuación la profesora McGonagall fue leyendo los nombres de los alumnos, los cuales avanzaban hacia el taburete y se ponían el sombrero. Básicamente de eso se trataba todo: se colocaban el sombrero y éste les decía en que casa debían de estar.
Harry no pudo evitar distraerse otra vez. Algo raro estaba pasando. Volvió a tener esa extraña sensación en el interior, como cuando estrechó la mano de Ékuva. Ella le era muy familiar, como si la conociera de toda la vida, pero eso era imposible. Una persona así no se olvida. Necesitaba saber. Tenía que hablar con ella en ese mismo momento y aclararlo todo. No podía esperar.
– ¡Harry! ¿qué estás haciendo? – la voz de Ron lo trajo a la realidad, y se dio cuenta de que su amigo lo agarraba del brazo. Al parecer, había intentado pararse, pero Ron lo detuvo.
– ¿Te sientes bien? – preguntó Hermione alarmada.
– Sí – contestó bastante apenado y se sentó, al mismo tiempo que Dumbledore se ponía en pie.
– ¡Bienvenidos sean todos ustedes! – dijo, con una gran sonrisa en los labios y con los brazos extendidos –, y como sé que deben estar muy hambrientos, ¡A COMER!
Las cinco mesas se llenaron de todo tipo de platillos, que los alumnos disfrutaron al máximo.
– ¿Y cómo estuvo su verano? – preguntó Neville Longbottom, otro Gryffindor de sexto curso.
– Buy bieb – contestó Ron con la boca llena.
– ¡Ron!, sabes que eso es asqueroso – lo reprendió Hermione –, ¿por qué lo haces?
Haciendo un gran esfuerzo, Ron se tragó todo lo que tenía en la boca, y luego dijo:
– Yo no tengo la culpa de que me hablen cuando estoy comiendo.
Hermione lo miró exasperada.
Harry también comía, pero no tan desesperadamente como su amigo. Cuando estuvo lleno, volvió a observar la mesa de los profesores. Ékuva estaba hablando con Dumbledore. Al parecer, le contaba cosas muy graciosas, porque el director reía constantemente.
Unos cuantos lugares más allá estaba sentado Snape, y para sorpresa de Harry, no apartaba la vista de la joven. La miraba de una forma que Harry conocía muy bien, pero no podía ser, era totalmente imposible.
– Es muy joven ¿no les parece? – comentó Dean Thomas, que estaba sentado entre Neville y Seamus Finnigan.
– ¿Quién? – preguntó Harry despistadamente.
– La nueva profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras – puntualizó Seamus.
– ¿Ya la vieron? – inquirió Ron sorprendido.
– ¿Qué les pasa a ustedes dos?, ella está justo ahí, hablando con Dumbledore – dijo Dean.
Harry miró la mesa de los profesores, pero sólo vio a Ékuva hablando con Dumbledore. Y entonces, lo comprendió. Ella estaba sentada a la derecha del director, y esa posición le correspondía al profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.
– ¡Esto es magnífico! – exclamó Ron.
– ¿A qué te refieres? – inquirió Seamus.
– Su nombre es Ékuva Roswell – explicó Hermione –, compartió el último vagón del tren con nosotros.
– Entonces ella . . . ¿ella es quien le dio una paliza a Malfoy? – preguntó Dean.
– Sí, ¿cómo lo saben? – cuestionó Harry.
– Harry, esto es Hogwarts – contestó Seamus, como si eso lo explicara –, todos se enteraron.
– Cuando estábamos en el expreso se comenzó a correr el rumor de que una joven se había enfrentado a Malfoy – aclaró Neville –, y que ella estaba en el último compartimiento. Para cuando llegamos, todos lo sabían.
– ¿Estaban ahí cuando pasó? – preguntó Seamus emocionado.
– Sí – respondió Hermione.
– ¿Y?, ¿cómo fue? – dijo Dean ansioso.
– ¡Fue impresionante! – exclamó Ron –, lo que pasó fue . . .
Ron no continuó hablando, porque en ese instante el director se había puesto en pie, y todos en el Gran Comedor callaron.
– Ya que todos han comido y bebido cuanto pudieron – dijo Dumbledore, con voz fuerte y clara – voy a dar a conocer los avisos. Tal vez algunos de ustedes ya la conocieron, porque según tengo entendido, viajó en el último vagón del expreso de Hogwarts, pero de cualquier manera es para mi un gran placer presentarles a quien se hará cargo de impartir la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras: la profesora Roswell.
Era cierto lo que dijo Neville respecto a que se habían enterado, y en ese momento pudieron comprobarlo. Todos, a excepción de los Slytherin, aplaudieron con ganas ante el rostro sonriente de la joven.
Hubo incluso quienes gritaron cosas como así se hace o muy bien , pero lo que realmente agradó a Harry, fue la expresión que puso Malfoy cuando Dumbledore presentó a Ékuva como profesora.
Como parecía que nadie quería dejar de aplaudir, el director se vio obligado a hablar, poniendo fin a las ovaciones:
– A todos los alumnos de primero, se les informa que el bosque ubicado dentro de los terrenos del colegio, está estrictamente prohibido, y es bueno que los demás lo tengan en cuenta. Les recuerdo que no está permitido hacer magia en los pasillos entre clase y clase. Espero que todos disfruten este año en Hogwarts. Y como ya es tarde y no deben desvelarse, ¡A DORMIR!
Dumbledore se sentó y siguió su animada conversación con Ékuva.
Un gran estruendo recorrió el Gran Comedor cuando los alumnos se pusieron en pie.
Ron y Hermione se adelantaron para guiar a los de primero hasta la sala común de Gryffindor, mientras Harry, Neville, Dean y Seamus se fueron por su cuenta.
En el camino, Harry les relató todo lo sucedido en el tren. Llegaron al retrato de la Señora Gorda justamente cuando Harry concluyó la historia, y se dieron cuenta de que no conocían la nueva contraseña. Se miraron desconcertados, tendrían que esperar a que Ron y Hermione llegaran.
– ¿Qué pasa? ¿por qué no entran? – era Ginny, quien se acercaba tranquilamente.
– No sabemos la contraseña – dijo Neville apenado.
– Ah, es luciérnagas doradas – comunicó Ginny, al tiempo que el retrato se abría para dar paso a un agujero redondo –. Hermione me lo dijo antes de irse con los de primero.
Entraron a la sala común de Gryffindor, y a excepción de Harry, subieron a sus respectivos dormitorios, dejándolo solo esperando a sus amigos.
Pasados unos minutos, Ron y Hermione aparecieron seguidos por los pequeños alumnos nuevos, y después de dar las indicaciones sobre los dormitorios, se reunieron con Harry junto a la chimenea.
Platicaron un rato sobre las sorpresas de ese día y luego subieron a dormir. Cuando ya estaban en la cama, Ron susurró:
– Sabes Harry, creo que este va a ser un gran año.
– Sí – respondió adormilado, pero totalmente de acuerdo con su amigo.
