Capítulo 9. "Una Clase Poco Común"

Parecía que a todos se les había ocurrido lo mismo que a Ron, porque el pasillo que conducía al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras estaba abarrotado de alumnos que murmuraban emocionados.

Faltando cinco minutos para que iniciara la clase, todos se amontonaron y empujaron para pasar por la puerta.

Ékuva no estaba ahí, y mientras iban a sentarse, la tensión aumentó. Como Joey era nuevo y probablemente no entendía por qué tanto alboroto, los tres amigos le relataron lo sucedido en el tren.

– ¡Ellos estuvieron ahí! – gritó Seamus, mientras señalaba a Harry, Ron y Hermione.

– ¿De verdad? – inquirió Parvati Patil, emocionada.

– ¡Sí! – confirmó Dean –, Harry nos contó.

– ¿Y cómo fue? – preguntó Lavender Brown –, no omitan ningún detalle.

– Todo pasó así . . . – comenzó Ron, pero se calló instantáneamente.

Era la hora exacta de que empezara la clase y la puerta se había abierto de par en par, dando pasó a su nueva profesora.

– ¡Buen día! – saludó la joven, con voz potente.

– ¡Buen día! – contestaron al unísono.

Avanzó hasta llegar a su escritorio. Otra vez estaba vestida de negro y Harry supuso que ese debía ser su color favorito. Ya estando a unos centímetros de su escritorio, se sentó en él, paseando la vista por los rostros de sus nuevos alumnos. Parecía que los analizara con esos ojos tan extraños, como si los desintegrase hasta dejar una mínima partícula, y después los volviera a formar.

– Muy bien alumnos – comenzó – para todos aquellos que no pusieron atención al discurso de ayer del profesor Dumbledore, me voy a presentar. Soy Ékuva Roswell, es un placer conocerlos.

Hubo un murmullo general por parte de los estudiantes.

– Antes de comenzar la clase – continuó, poniendo fin al ruido – hay tres reglas muy importantes que deben saber:

Uno: me gusta que la gente me ponga atención cuando estoy hablando, y si alguno de los aquí presentes no está dispuesto a hacerlo, la puerta es igual de ancha tanto para entrar como para salir.

Dos: para poder enseñarles como se debe, necesito que por su parte haya total y completa confianza en mí, y les aclaro que con el término "enseñarles" no me refiero solamente a lo académico, sino a la vida misma.

Todos la miraban estupefactos.

– Y tres – hizo una pausa, disfrutando el impacto que sus anteriores palabras habían provocado, después sonrió ampliamente –: no me gustan los formalismos. Estoy segura de que cada uno de ustedes tiene su manera particular de saludar, ya sea una palabra, una seña o un gesto y, por lo menos en mi clase, tendrán libertad de decir "hola" como quieran.

Respecto a que me llamen profesora . . . – dejó la frase suspendida, como si eso le diera escalofrío – mejor llámenme por mi nombre. Después de todo, me veo como la mayoría de ustedes.

Se volvieron a escuchar las voces susurrantes de los estudiantes.

– Ya que aclaramos todos los puntos necesarios – continuó Ékuva –, estoy segura que les alegrará saber que la clase de hoy, no la tendremos ni aquí ni ahora, sino en la torre de Astronomía esta noche. Me esperarán en esta aula y a las once en punto vendré por ustedes, así que les recomiendo que lleguen un poco antes.

No pudiendo controlarse, comenzaron a murmurar sobre la noticia recibida.

– Pero – dijo Ékuva con voz potente –, he pensado que esta clase la podemos ocupar para conocernos mejor. Si tienen que confiar en mí, primero deben saber cómo soy, así que estoy dispuesta a contestar lo que se les ocurra.

En ese momento, todos estallaron en miles de preguntas incomprensibles.

– ¡De uno por uno! – gritó la joven para hacerse oír –, levanten la mano los que quieran hablar.

Todas las manos se agitaron en el aire.

– ¡Vaya! – exclamó Ékuva visiblemente sorprendida –, esto es extraño.

Miró todos los rostros ansiosos de sus alumnos y señaló a Parvati Patil, quien lanzó un grito de triunfo.

– ¿Es verdad que le diste una paliza a Malfoy? – inquirió emocionada.

– Sabía que me preguntarían eso – respondió con tono resignado –. Sí, es verdad.

– ¿Y por qué lo hiciste? – se apresuró a decir Lavender Brown.

– Porque se lo merecía.

Esta sencilla respuesta, provocó una gran satisfacción en todos los ahí presentes.

Después, con ayuda de Harry, Ron y Hermione, relató lo sucedida en el vagón. Cuando contaba las partes emocionantes, podían escucharse todo tipo de exclamaciones de alegría.

– Y así fue – concluyó Ékuva al tiempo que les dedicaba una gran sonrisa.

Todos quedaron satisfechos con la historia, por eso les sorprendió ver la mano de Ron agitándose.

– Ron – dijo la joven al percatarse de esto –, ¿quieres decir algo?

– ¿Nos vas a enseñar Dae Twon Ko? – finalmente había externado la duda que lo torturaba desde el día anterior.

– Tae Kwon Do – lo corrigió la joven –, y la respuesta es no.

– ¿Por qué? – inquirió Harry.

– Bueno, ustedes vienen aquí para aprender a usar la magia y poder defenderse – aclaró –, y no creo que a sus familias les agrade saber que yo no cumplo con esa misión.

– En mi opinión personal – terció Joey, quien hasta entonces había permanecido en silencio –, creo que es muy útil que sepamos defendernos de otra forma en la que no se requiera la magia.

Ékuva lo miró durante unos segundos, pensativa, luego sonrió.

– Joey Reagan – dijo divertida –, no creí volver a verte.

– Así soy de impredecible – respondió alegremente –, si me permites sugerirte algo, puedes enseñarnos Tae Kwon Do en las tardes y así no interfiere con el programa de estudio.

En todo el salón estalló un murmullo de asentimiento. Unos a otros se miraban emocionados.

– ¿Y? – preguntó Joey alzando la voz –, ¿qué te parece mi idea?

– Me parece estupenda – respondió –, pero creo que sería inútil que tú te presentaras a esas sesiones, porque ya sabes Tae Kwon Do.

Todas las miradas de los alumnos se desviaron de la joven y se posaron en Joey, incrédulos.

– ¿Tú sabes Tae Kwon Do? – exclamó Ron –, ¿por qué no lo dijiste?

– Nunca lo preguntaste – contestó con calma.

– ¿Y si nos muestran lo que saben? – propuso Neville emocionado.

– ¡Sí! – gritaron todos al unísono.

Ékuva y Joey se miraron dubitativos.

– Yo no tengo ningún inconveniente – dijo el apuesto joven al tiempo que sonreía.

– Bueno – comenzó su profesora – no creo que haya problema alguno.

Una ensordecedora ovación cubrió el lugar, al tiempo que Joey se ponía en pie y se dirigía a donde estaba Ékuva.

Se colocaron uno frente al otro e hicieron una pequeña reverencia, luego tomaron sus respectivas posiciones de combate y comenzaron.

Era increíble: patadas, puñetazos, saltos y evasiones. En un instante, el aula se llenó de exclamaciones tales como ¡Oh! y ¡Ah! . Incluso era mejor que la paliza de Malfoy, porque aquí los dos sabían lo que hacían, sin duda era algo extraordinario.

Entonces, con un movimiento rápido, ambos quedaron frente a frente, cada uno con el puño del otro a unos cuantos centímetros del rostro.

Sin moverse ni un solo milímetro, Ékuva habló:

– Eres muy bueno.

– Gracias – respondió Joey, conservando su posición –, tú también.

Ambos sonrieron y bajaron sus brazos, después volvieron a hacer reverencia; la pelea había terminado y aparentemente era un empate.

Todos estallaron en aplausos y ovaciones, mientras los dos jóvenes los miraban muy divertidos.

– ¡Los veré en la noche! – exclamó Ékuva por sobre aquel escándalo –, ¡la clase ya terminó!

Automáticamente los aplausos fueron sustituidos por expresiones de inconformidad, pero no teniendo más remedio, comenzaron a salir del aula.

Harry, Ron y Hermione se quedaron para esperar a su nuevo amigo.

– ¿Me lo pueden prestar un instante? – preguntó Ékuva tomando a Joey del brazo.

– Claro – respondieron al unísono y emprendieron el camino hacia la puerta.

Cuando estaban por salir pudieron escuchar parte de la conversación, aunque no entendieron nada, porque estaban hablando en francés.