Capítulo 11. "Whisper"
– ¡Rápido!, no quiero perder la clase – extrañamente, era Ron el que los estaba apresurando.
– Ron faltan quince minutos para la hora acordada – reclamó Hermione –, ¿no te parece que llegaremos con tiempo de sobra?
– Me sorprendes Hermione – terció Harry – creí que tú eras la que decía que como prefectos deben poner el ejemplo.
– ¡Sí! – exclamó Ron –, no me molestes.
– Cuando se ponen en mi contra son insoportables – se quejó Hermione indignada.
– No se peleen – dijo Joey en tono apaciguador –, ya llegamos.
Caminaron lo que les hacía falta para alcanzar la puerta y cuando la cruzaron, se quedaron paralizados, viendo a su alrededor.
En el aula no sólo estaban los de Gryffindor, también se encontraban ahí los alumnos de Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin.
Todos hablan de la paliza de Malfoy, y tal vez era por eso que el Slytherin permanecía en un rincón, más pálido de lo normal y completamente en silencio.
– ¡Hola muchachos! – Ernie Mcmillan, un alumno de Hufflepuff, se acercaba a ellos –, ya me enteré Harry, felicidades por tu nuevo puesto.
– Gracias – contestó Harry.
– Pero les hacen falta dos jugadores ¿no? – inquirió Ernie maliciosamente.
– Nos faltaban – aclaró Ron –, mi hermana ocupará un puesto y seguramente no conoces a Joey Reagan, nuestro nuevo cazador.
– Hola – saludó Joey amistosamente.
– Mucho gusto – respondió Ernie.
– Le hicimos las pruebas esta tarde – explicó Harry – y es un gran jugador.
– Pues me alegro por ustedes – replicó Ernie – pero no crean que será fácil derrotarnos. El equipo va a entrenar mucho para ganar.
En ese momento la puerta del aula se abrió, dando paso a Ékuva. Eran las once en punto.
– Bien – murmuró la joven – parece que todos están aquí. Síganme – ordenó, y se dio vuelta para guiarlos a la torre de Astronomía.
Caminaron silenciosamente hasta que Hannah Abbott, otra estudiante de Hufflepuff, recibió un golpe en la cabeza con algo que parecía ser una bola de pergamino.
Al instante una estruendosa risa cubrió el largo corredor.
– ¡Estudiantes repulsivos! – una aguda voz llena de malicia sustituyó las carcajadas. Era Peeves, el poltergeist, y estaba flotando en el aire por sobre los demás. Enseguida, todos fueron bombardeados por pequeñas bolas, no sólo de pergamino seco. Los alumnos trataban de evitar los golpes, aunque fue totalmente inútil.
– ¡PEEVES! – gritó Ékuva enfadada.
Normalmente el poltergeist se hubiera burlado, pero lo que pasó sorprendió a todos. Al escuchar el grito de la joven, Peeves cayó unos cuantos metros de altura, deteniéndose justo a tiempo para no chocar con el suelo.
– Vete de aquí – ordenó Ékuva –, no molestes.
– Oh, discúlpeme – dijo el poltergeist muy asustado –, yo no sabía que . . . realmente lo siento, yo . . .
– No te pedí que te disculparas – corrigió la joven – te dije que te fueras.
– Es verdad – reconoció – . . . disculpe mi torpeza . . . yo . . .
– ¡LÁRGATE!
Peeves se fue volando rápidamente, aterrorizado.
– Bueno – dijo Ékuva más calmada –, sigamos.
Reemprendieron la marcha, bastaste anonadados. El travieso poltergeist sólo le tenía miedo al Barón Sanguinario, el fantasma de la casa Slytherin. Cuando ya estaban en medio de la oscuridad de la torre, la curiosidad aumentó al máximo.
– Estoy segura que se preguntarán el por qué esta clase será así – comenzó su profesora –. La razón es muy simple: lo que les voy a mostrar sólo se puede ver de noche. Para su mayor comodidad, cité a todos a la misma hora y así no pierden tanto tiempo esperando.
Evidentemente, no estaban cómodos compartiendo el lugar con los Slytherin.
– ¿Tienen alguna idea de lo que veremos esta noche? – cuestionó Ékuva.
Sin duda todos tenían teorías, pero no se atrevieron a exponerlas. Ni siquiera Hermione, quien parecía no hallar respuesta a la pregunta.
– Lo que les enseñaré es un hechizo que los ayudará a defenderse de las criaturas nocturnas.
Un murmullo recorrió la torre.
– Sé que muchos pensarán que no es necesario que conozcan este conjuro, pero les aseguro que éste es diferente. Yo lo creé, y está particularmente diseñado para criaturas que no pueden exponerse al Sol, tales como gárgolas o vampiros. Repitan después de mí: ¡DAMNUM SPLENDOR!
– ¡DAMNUM SPLENDOR! – dijeron con voz fuerte y clara.
– Muy bien, ahora vamos a la práctica – se aproximó a la orilla de la torre y gritó: ¡SIGFRYD!
Al instante un enorme ser salió disparado por los aires y sobrevoló por encima de los estudiantes, después aterrizó al lado de Ékuva.
– Buenas noches – dijo una voz profunda proveniente de aquel ser.
– Él es Sigfryd – explicó la joven –, aceptó ayudarme esta noche.
Todos se quedaron boquiabiertos contemplándolo.
– Es una gárgola – susurró Hermione bastante impresionada.
– Así es Hermione – dijo Ékuva, visiblemente aliviada de que ese comentario aligerara la tensión.
– Sigfryd es mi amigo, y por eso no tuvo inconveniente en aceptar mi oferta – explicó –; pero cualquier otra gárgola los destrozaría en un instante. No están muy contentos con los humanos. ¿Alguien sabe por qué?
Como siempre, la mano de Hermione fue la primera y única en agitarse en el aire. Ékuva le concedió la palabra.
– Las gárgolas son criaturas que hicieron un pacto con los humanos, acordando protegerse mutuamente cuando más lo necesitaran – informó –. De esta manera, la gárgola estaba obligada a cuidar del hombre en la noche, mientras que éste la defendía durante el día – hizo una pausa para tomar aire –. Pero algunas personas, temiendo por su propia seguridad, destruyeron muchas de las que entonces fueron sus aliadas, rompiendo así el pacto para siempre.
– Muy bien – dijo su profesora – diez puntos para Gryffindor.
– Ni yo mismo lo hubiera relatado mejor – expresó Sigfryd.
– Y es precisamente por eso que deben saber cómo defenderse – aclaró Ékuva –. Sigfryd, ¿puedes tomar tu posición por favor?
– Será un placer – respondió, mientras se colocaban frente a frente.
– A la cuenta de tres – dijo la joven –: uno . . . dos . . . ¡TRES! . . . ¡DAMNUM SPLENDOR!
Todo pasó en un instante: Sigfryd se abalanzó sobre Ékuva en el instante en que ella gritaba y una luz cegadora iluminaba la torre. Antes de que la oscuridad los envolviera otra vez, pudieron apreciar que la enorme gárgola había sido transformada en piedra.
– Como pudieron ver – comenzó su profesora – el hechizo consiste en concentrar algunos rayos de Sol dentro de la varita, para después usarlos como protección. Con este conjuro se puede destruir a un vampiro y paralizar por un pequeño momento a una gárgola. También se puede cegar al enemigo. Es muy eficiente – hizo una pausa contemplando la reacción de sus alumnos –. ¿Quién quiere intentarlo?
Nadie contestó. Estaban demasiado impresionados como para moverse. Sin embargo, Harry sentía una especie de compromiso hacia Ékuva, así que levantó la mano.
– No esperaba menos de ti Harry – dijo con una ligera sonrisa –. Acércate.
Harry avanzó un poco temeroso pero seguro de sí mismo.
– El secreto es pensar en el Sol – comunicó la joven –, sólo concéntrate en eso.
– De acuerdo.
– Sigfryd . . .
– Estoy listo.
– A la cuenta de tres – repitió Ékuva –: uno . . . dos . . . ¡TRES!
– ¡Damnum splendor! – exclamó Harry con voz potente, al tiempo que la gárgola se lanzaba para atacarlo.
Otro resplandor cubrió la torre, y aunque su intensidad fue menor, pudo paralizar a Sigfryd.
– ¡Muy bien Harry! – lo felicitó la joven – cinco puntos más para Gryffindor.
Después de Harry, fueron pasando de uno por uno, hasta que al final sólo quedó Neville.
Un poco nervioso pasó al frente, y poniendo toda su entereza en ello, logró hacer el conjuro de la forma correcta. Los Gryffindor prorrumpieron en aplausos.
– ¡OH POR FAVOR! – exclamó una voz que arrastraba las palabras –, ¡es obvio que la gárgola está actuando para no hacer sentir mal a ese idiota que no es capaz ni siquiera de efectuar el conjuro de desarme!
Un silencio espectral envolvió la torre. Ékuva respiró profundamente.
– Señor Malfoy está colmando mi paciencia – dijo la joven –, creí que había entendido mi mensaje en el expreso.
– Y yo creí que veníamos para aprender magia real – replicó airado –, no estúpidos conjuros inventados por principiantes.
– ¡Ya cállate Malfoy! – espetó Harry en tono amenazador.
– Espera Harry – lo calmó su profesora. Después se dirigió a Malfoy –. Si lo que quieres es cerciorarte de que el hechizo estuvo bien hecho, ¿por qué no vienes y lo compruebas por ti mismo?
– Claro que lo haré – contestó altivo, al tiempo que se aproximaba a la orilla de la torre.
– ¿Y bien? – inquirió la joven.
Malfoy no contestó, sólo se limitó a verla con un profundo odio.
– Te hice una pregunta – replicó Ékuva – ¿qué es lo que ves?
– A la gárgola transformada en piedra – respondió en un susurro.
– Eso creí – dijo la muchacha con una sonrisa de satisfacción – te recomiendo que para la próxima vez pienses antes de hablar.
Malfoy la fulminó con la mirada. No estaba dispuesto a que lo humillaran de esa forma. Cuando regresó sobre sus pasos vio su oportunidad: Neville estaba a unos cuantos centímetros del borde de la torre, así que "accidentalmente" chocó contra él, haciendo que éste perdiera el equilibrio y se precipitara al oscuro vacío.
– ¡NEVILLE! – un horrible temor invadió a los Gryffindor. Era imposible que sobreviviera a la caída.
Pero Ékuva fue muy rápida. Se había lanzado al abismo en un intento de rescatar a Neville. Milagrosamente logró alcanzarlo y aferrarlo a su cuerpo con fuerza. De repente un silbido ensordecedor resquebrajó el silencio de la noche.
Nadie entendió por qué la joven había hecho eso, pero todo se aclaró cuando el sonido de un batir de alas llegó hasta sus oídos. No era Sigfryd, porque él aún estaba en su forma de piedra. Entonces vieron como un gran ser se acercaba a Ékuva y Neville, siguiendo la trayectoria de su caída. Ékuva hizo una especie de giro en el aire y esa sombra los atrapó al vuelo. Después dio un rodeo y los llevó de vuelta a la cima de la torre. Cuando descendió, se dieron cuenta de que aquel ser era un hermoso pegaso negro.
– Muy bien Whisper – le susurró la joven mientras acariciaba su crin.
Con mucha agilidad, bajó del animal y dijo en voz alta:
– Señorita Parkinson, tráigame al profesor Snape.
En ese momento, Neville cayó al suelo desmayado.
– ¡AHORA! – gritó Ékuva fuera de sí.
Pansy salió corriendo de la torre mientras los Gryffindor se arremolinaban en torno a su profesora para poder ayudarla con Neville.
