Capítulo 15. "La Fiesta Privada"
Los días pasaron sin que lo sintieran en lo más mínimo, y en un santiamén, se encontraron a una semana de las vacaciones de Navidad. Normalmente en esa temporada se producía un gran alboroto en la escuela, pero ese año se incrementó considerablemente.
La razón de aquel suceso, fue el rumor de que para el banquete de Navidad habían contratado a Las Brujas de Macbeth. Aparentemente se efectuaría un baile, pero oficialmente no se había informado a los alumnos.
– ¿Por qué nos hacen esto? – preguntó Ron con desesperación –. Siempre es una tortura asistir a los bailes.
– Aún no han confirmado Ron – dijo Harry, pero en su voz se apreció una nota de angustia.
– ¿Por qué se preocupan tanto? – inquirió Joey –, es sólo un baile.
– Ese es el problema – replicó Ron –. Un baile siempre es en parejas.
– Tendremos que invitar a alguien – complementó Harry.
– No me dirán que les da vergüenza, ¿o sí? – dijo Joey maliciosamente –. Eso es muy fácil.
– Pues eso lo dirás tú porque sabes que le gustas a las chicas – se defendió Ron –, pero para nosotros es un poco más difícil.
– ¿Otra vez hablan del baile? – la voz de Hermione se oyó a sus espaldas. Regresaba de la biblioteca –. No veo por qué se preocupan tanto. Tal vez el baile ni siquiera sea para los alumnos.
– ¿Te refieres a que es para los profesores? – inquirió Harry.
– Podría ser.
– Pues eso espero – dijo Ron –. No quiero volver a pasar por lo mismo de hace dos años.
Todo el personal docente de Hogwarts trató que las clases siguieran igual, pero fue imposible. Sólo unas cuantas como Transformaciones, no sufrieron cambios. Pociones, sin embargo, fue más dura, si es que era posible. Snape se paseaba irritado por entre los calderos, quitando puntos por cualquier cosa.
Realmente se alegraron cuando la semana terminó y dieron comienzo las vacaciones de Navidad.
Como la noticia del baile no fue confirmada, los alumnos prefirieron irse a sus casas antes que quedarse en la escuela. Harry siempre se quedaba, y afortunadamente Ron, Hermione, Ginny y Joey también lo hicieron.
El día de Navidad se levantaron muy temprano. Los habituales regalos estaban al pie de sus camas. Entre ellos se encontraban los clásicos calcetines que Dobby le regalaba cada Navidad, y el suéter tejido por la señora Weasley. Después de abrirlos todos, bajaron a la sala común, donde Hermione los esperaba para ir a desayunar.
– Creo que somos los únicos en la escuela – murmuró Ron en tono lúgubre.
– Mucho mejor – dijo Harry.
Cuando llegaron al Gran Comedor, sus sospechas fueron confirmadas al encontrar una sola mesa en el centro del salón, tal y como había sucedido en su tercer año. En aquella ocasión Dumbledore les explicó que consideraba absurdo emplear las cuatro mesas teniendo en cuenta la cantidad de personas presentes.
Los profesores ya estaban sentados y cuando los chicos se acercaron, Dumbledore se levantó y los recibió con una gran sonrisa.
– ¡Feliz Navidad! – exclamó con alegría –. ¡Siéntense! Estamos a punto de comenzar.
Los cinco se sentaron y permanecieron en silencio. Durante unos incómodos minutos nadie habló.
De repente se escucharon unos pasos corriendo por el vestíbulo, y enseguida, Ékuva apareció en el marco de la puerta, ligeramente agitada.
– ¡Disculpen la demora! – dijo –, me quedé dormida.
– No te preocupes – contestó Dumbledore –. Vamos, siéntate, te estábamos esperando.
Se sentó al lado de Harry y le dedicó una gran sonrisa.
– Lo ves Albus, mis conjeturas resultaron ser ciertas – comentó Ékuva muy contenta –, sabía que solamente ustedes se quedarían aquí.
– Esto mejora las cosas – dijo Dumbledore –. Todo será más fácil.
Hablaban en una especie de código, puesto que Harry no entendió ni una palabra, y supuso que sus amigos tampoco. También notó que Ékuva se dirigía a Dumbledore por su nombre de pila, y se extraño un poco, ya que sólo había escuchado a la profesora McGonagall hablarle con tanta confianza.
Entonces, un majestuoso pavo apareció en la mesa, todos colmaron sus platos y comenzaron a comer.
– Por cierto Ékuva – dijo Dumbledore súbitamente –, gracias por tu regalo. Me hacían falta calcetines de lana.
– No hay de qué.
– ¡Buenos días! – Harry oyó una voz que hacía mucho tiempo no escuchaba. Miró a la puerta para confirmar sus sospechas, las cuales resultaron ser ciertas. Era la profesora Trelawney.
– Lamento la tardanza. Aunque claro, yo ya sabía que llegaría tarde.
– ¡Sybill! – dijo Dumbledore alegremente –. Pasa.
La profesora entró y se sentó, siempre con su aire místico y misterioso. Luego habló con su voz lejana y soñadora:
– ¡Vaya! A quién tenemos aquí . . .
– Creo que no habíamos tenido el gusto, soy Ékuva Roswell – se presentó cortésmente.
– Oh . . . ya entiendo – respondió la profesora en tono de complicidad.
Después de servirse un plato con un poco de todo, fijo su vista en Ékuva.
– Creí que no te apetecía esta comida – dijo pensativa.
La joven la miró escrutadora antes de contestar:
– ¿A qué te refieres?
– Bueno – contestó calmada – considerando tus . . . preferencias, pensé que no comías esto.
– ¿Por qué no hablas claro? – Ékuva se puso en pie bastante molesta –. ¿Qué es lo que quieres decir?
– No es para que te exaltes, sólo era un comentario. Estaba externando mi opinión.
– Cuando quiera una opinión estúpida, me aseguraré de preguntarle a un trol.
– No veo razón alguna para discutir . . . – comenzó Dumbledore, pero fue interrumpido por la profesora Trelawney:
– ¡Yo no vine aquí para que me insultaran!
– ¡Pues ya debías estar preparada, porque se supone que sabías que esto pasaría!
– ¡Para tu información sí lo sabía, lo vi esta mañana!
– ¿En serio? Lo dudo, ya que si así fuera, no te hubieras sentado ahí, ¡porque sabrías que yo iba a hacer esto!
Y sin decir más, tomó su copa de jugo de naranja y se lo aventó a la cara, después salió del Gran Comedor hecha una furia.
– Aún no entiendo por qué Ékuva se molestó tanto – dijo Ron entrecortadamente, porque en ese instante fue bombardeado con bolas de nieve.
– Yo tampoco lo entiendo – externó Harry.
– Creo que debe ser una especie de secreto – comentó Ginny esquivando un proyectil.
Después de haber desayunado, salieron a pasear por los terrenos del castillo. Luego tuvieron un buen partido de quidditch. Así se la pasaron el resto del día, jugando y divirtiéndose.
Una vez que el sol comenzó a ponerse en el lejano horizonte, decidieron regresar al castillo.
Caminaban por un largo corredor desolado cuando una voz los llamó:
– ¡Chicos! – era Ékuva –. Al fin los encuentro. Los estábamos esperando en el Gran Comedor, pero como no llegaron, decidí salir a buscarlos.
– ¿Y que hay en el Gran Comedor? – inquirió Harry curioso.
– Ya lo verán. Síganme.
Dicho esto se encaminó al comedor, con los cinco jóvenes detrás.
Al llegar ahí, no pudieron contener un grito de sorpresa. En el salón se encontraban todos los integrantes de la Orden del Fénix.
– ¿Qué es esto? – exclamó Ron asombrado.
– Es una pequeña fiesta – le contestó su padre, quien lo miraba sonriente.
– Una fiesta – repitió Harry lentamente –. ¿De qué?
– De Navidad Harry – respondió la señora Weasley.
– Ékuva nos dio la idea – explicó Remus Lupin –. Dijo que necesitábamos un descanso, y cuando supimos que solamente ustedes estarían en el colegio, decidimos aprovechar la oportunidad.
– Bueno – intervino Dumbledore –. ¡QUE EMPIECE LA FIESTA!
En ese instante se dieron cuenta de que un grupo de brujas, con vestimenta gótica y tétrica, se acercaban a unos instrumentos musicales, ubicados sobre un pequeño estrado.
Comenzaron a tocar una melodía triste y calmada. Como esas que se escuchan cuando se disfruta de una cena.
En la mesa apareció un majestuoso banquete, que todos disfrutaron enormemente.
– Joey – dijo Harry súbitamente –, ¿cómo es posible que no te sorprenda todo esto? ¿Ya sabías de la Orden?
– Sí – contestó – ¿no recuerdas que mi padre es auror? Él es un integrante del grupo.
– ¿Y está aquí? – inquirió Ron mirando a su alrededor.
– No, me avisó que viajaría a París junto con mamá.
Continuaron comiendo y Harry vio con agrado cómo Snape se irritaba cuando alguien le hablaba. Seguramente Dumbledore lo había convencido de ir, a pesar de que él no disfrutaba esas cosas.
Cuando terminaron, Lupin se dirigió a donde estaban Las Brujas de Macbeth y les dijo algo a lo que ellas asintieron y comenzaron a tocar nuevamente, esta vez era una melodía más rítmica.
– Creo que se llama Rock 'n' Roll – susurro Hermione – fue un movimiento musical muy importante para los muggles.
– Pues parece que también le gusta a los magos – comentó Joey –. Mi papá lo baila.
Lupin se encaminó sonriente hacia Ékuva y le tendió su mano. La joven la tomó y avanzaron al centro de la pista improvisada. La canción reinició y ellos comenzaron a bailar al son de la música.
– No sabía que Ékuva bailaba – dijo Harry, observando atentamente las reacciones de Snape, que pasaron de la incertidumbre al disgusto. Aparentemente no estaba de acuerdo en que Ékuva bailara con Remus.
– Ella sigue siendo un misterio – murmuró Ron.
La canción terminó y todos aplaudieron. Después de eso, bailaron los distintos ritmos interpretados por el grupo de brujas.
Así transcurrió la mayor parte de la fiesta, y Harry y Ron estaban bastante aliviados de que no tuvieran que bailar con alguien, pero entonces Ékuva se acercó amenazadoramente, tomó a Harry de las manos y, literalmente, lo arrastró a la pista, ya que él intentó de todo para zafarse.
– ¡No Ékuva! ¿Qué haces?
– Te saco a bailar, no me vas a desairar, ¿o sí?
– ¡Pero yo no sé! – dijo suplicante.
– No te preocupes – contestó Ékuva, poniéndose frente a él –, yo te enseño.
Dicho esto, comenzaron con unos pasos sencillos. Harry ya había bailado una vez, pero aquello no se comparaba con lo que estaba haciendo en ese momento. Notó que con la pareja correcta, no era tan difícil. Hasta llegó un punto en que olvidó la vergüenza y lo disfrutó.
– ¿Puedo preguntarte algo Ékuva? – inquirió Harry.
– Claro, ¿qué quieres saber?
– ¿Cómo es posible que conozcas a Remus?
– Yo también formo parte de la Orden del Fénix Harry.
– ¿Pero no eres muy joven?
– La edad no limita la capacidad, recuérdalo.
La canción terminó y fue cuando a Ron le tocó lo suyo, puesto que después de Harry, Ékuva lo jaló hasta la pista y bailaron toda una pieza. Descubrieron que no solamente era una buena profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras, sino que también era una muy buena maestra de baile. Joey tampoco se quedaba atrás, y se pudieron dar cuenta de eso porque después de ellos, le tocó su turno con Ékuva.
– Ron, ¿por qué no sacas a bailar a Hermione? – preguntó Joey una vez que hubo terminado la pieza.
– ¡A Hermione! – repitió Ron incrédulo –. No creo que ella quisiera . . .
– No tiene nada de malo – lo interrumpió Joey –, es tu amiga. Yo ya bailé con ella y Harry también, sólo faltas tú, además, bailaste con Ékuva y eso no te compromete a nada.
– Está bien – contestó Ron.
Cuando Hermione estuvo desocupada, Ron se acercó y le dijo algo que lo hizo sonrojarse hasta las orejas. Hermione se ruborizó ligeramente pero asintió con la cabeza, y juntos bailaron la pieza que el grupo estaba interpretando.
Al final de la fiesta todos, excepto Snape, habían bailado y disfrutado al máximo. Hacía mucho que Harry no se divertía tanto, pero entre tanta alegría no pudo evitar sentir nostalgia, porque un año atrás él se encontraba en el número 12 de Grimmauld Place, con Sirius.
Pero no era el momento para pensar en eso, no era justo para todos los presentes, así que antes de que la depresión lo invadiera, tomó una rápida decisión: se dirigió a donde estaba Ékuva y la sacó a bailar. Fue entonces cuando reafirmó lo que había sentido cuando ella lo abrazó aquella noche: en sus brazos él se sentía mejor.
