Capítulo 16. "Un Mal Presentimiento"
– ¡Lo ves Joey! – exclamó Ron –. Es verdad lo que te dije.
– ¿Sobre qué? – inquirió el apuesto joven.
– ¡Sobre que le gustas a las chicas!
– ¿Cómo puedes asegurar eso? – preguntó con una ligera sonrisa de satisfacción.
– ¡Porque desde que llegamos no han parado de saludarte y sonreírte!
Se encontraban en medio de otra excursión a Hogsmeade y, en efecto, las muchachas no habían parado de sonreír y saludar a Joey.
– Están comenzando a ponerse pesadas – susurró Harry cuando los cuatro se sentaron en torno a una mesa de Las Tres Escobas.
– ¿Cómo lo haces? – exclamó Ron.
– En realidad no soy yo – contestó Joey y se acercó más al centro de la mesa. Los otros hicieron lo mismo y se colocaron de tal forma que nadie pudiera escucharlos, después les susurró –: Es por mi cana mágica.
– ¿Tu qué? – inquirió Hermione como si no hubiera escuchado la última parte.
– Mi cana mágica – repitió el muchacho –. Es la que me ha ayudado todo este tiempo.
Ron adoptó una expresión de profundo asombro, mientras Hermione miraba a Joey como si se le hubiera zafado un tornillo y Harry se esforzaba por no reír.
– ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó Hermione –. Una cana no puede ser mágica, además eres muy joven para tener una.
– Ese es el detalle – respondió calmado –. Me salió a los once años, cuando comencé a estudiar magia, y desde entonces me ha ayudado mucho.
– Pero eso es absurdo – replicó Hermione –, una cana no tiene nada que ver con tu desempeño académico.
– Eso dices tú porque no tienes una, no sabes lo que se siente.
Hermione abrió la boca para contestar, pero Harry fue más rápido y cambió el tema:
– ¿Y qué opinan de las clases de Tae Kwon Do?
– Es lo mejor – dijo Ron –, aunque es un poco cansado.
– Las clases son algo duras – corroboró Joey –, pero de esa forma aprenderán más rápido.
Continuaron hablando animadamente, siguiendo los giros que tomaba la conversación, y en uno de tantos, tocaron el tema de los elfos domésticos.
– Creo que aún no te lo he comentado Joey – dijo Hermione –, yo fundé una asociación que defiende a los elfos, la Plataforma Élfica de Defensa de los Derechos Obreros .
– Ya vas a empezar con el peddo – dijo Ron en tono cansino.
– ¡No es peddo Ron! – lo corrigió Hermione airada –, ¡es pe, e, de, de, o!
– ¿Y qué es lo que hace? – se apresuró a preguntar Joey.
– Bueno, el objetivo principal de la asociación es conseguir la liberación de los elfos domésticos – recitó –, así como buenos sueldos y prestaciones.
– ¿Y los elfos de Hogwarts están de acuerdo?
– En realidad ellos no lo saben, pero estoy segura de que ansían su liberación.
– Déjame aclarar esto – dijo Joey con calma –, quieres liberar a los elfos.
– Sí.
– Pero ellos no lo saben.
– Así es.
– Entonces, ¿cómo es que estás tan segura de que eso es lo que quieren?
– Porque su vida es horrible. Siempre teniendo que servir sin recibir nada a cambio . . .
– Hermione, ellos así son felices – interrumpió Ron con un dejo de fastidio.
– Por magos como tú, ellos no han podido progresar – espetó Hermione indignada.
– Mira Hermione – habló Joey pausadamente –, pongámoslo de este modo: a ti te gusta estudiar, ¿verdad?
– Sí.
– Y eres buena en eso.
Hermione adoptó un gesto de infinita suficiencia.
– ¿Cómo te sentirías si alguien, digamos yo, te prohibiera estudiar?
– Pero eso es muy diferente . . .
– Sólo contesta a la pregunta.
Hermione meditó un poco y luego respondió:
– Me molestaría mucho.
– ¿Por qué?
– Porque nadie tiene el derecho de prohibirme hacer lo que me gusta.
– Pues pasa exactamente lo mismo con los elfos – concluyó Joey en tono triunfal.
– Claro que no – se defendió –. Ellos no conocen nada mejor, además, ¿cómo sabes que no desean su libertad?
– Porque si lo hicieran, estoy seguro que Dumbledore ya los habría liberado.
Hermione no le dijo nada, se limitó a verlo con una expresión de incertidumbre. Cuando abrió la boca para continuar con la conversación, la puerta del local se abrió estrepitosamente de par en par, provocando que todas las miradas se dirigieran a ese punto.
Ékuva estaba ahí, con los brazos extendidos manteniendo la puerta abierta, y aparentemente buscaba algo. No decía nada. Sus extraños ojos pasaban de un lado a otro con desesperación.
De repente, una figura se levantó de una mesa lejana y se encaminó hacia ella. Era Snape. Normalmente él se quedaba en el castillo, pero aquella ocasión había cambiado de opinión.
Cuando estuvieron frente a frente, y antes de que Snape pudiera hablar, Ékuva susurró:
– Está aquí.
Se miraron aproximadamente durante un minuto. En el rostro de Snape se dibujaba un profundo desconcierto. De pronto su expresión cambió para dar paso a la sorpresa y asintió lentamente, como si todo hubiera estado claro desde un principio.
– ¡Todos fuera de aquí! – dijo él con voz fuerte y clara.
Nadie se movió.
– ¡LARGO!
Sin perder tiempo los visitantes fueron vaciando el lugar. Incluso la señora Rosmerta, propietaria del pub, fue obligada a salir de ahí.
– ¿Qué creen que es lo que pasa? – preguntó Ron, mirando con impotencia la puerta del local.
– No tengo idea – contestó Hermione.
Se quedaron ahí afuera esperando a que Ékuva y Snape salieran, pero 15 minutos después, la profesora McGonagall los estaba apresurando para volver al colegio.
– Esto es muy extraño – comentó Harry repentinamente.
– ¿El qué? – inquirió Ron.
– Bueno, primero: Snape decide venir a Hogsmeade y todos sabemos que él lo detesta – explicó al tiempo que levantaba su dedo índice –; segundo: Ékuva entra a Las Tres Escobas aparentemente buscando algo; tercero: ambos se hablan en una especie de código; y cuarto: nos sacan del lugar – concluyó con cuatro dedos levantados.
– Sí – confirmó Joey –, es muy extraño.
– Tal vez no sea algo tan importante – opinó Hermione –. Quizá para nosotros sea irrelevante.
– Tal vez – murmuró Harry no muy convencido.
Tenía un mal presentimiento, estaba seguro de que aquel suceso significaba más de lo que Hermione creía.
