Capítulo 17. "La Amenaza"
– ¡Potter! ¡Diez puntos menos para Gryffindor! – dijo Snape en tono triunfal. Parecía que seguía un poco tenso por lo de Hogsmeade, y descargaba todo eso en sus alumnos, principalmente en Harry.
Faltaban 15 minutos para que la espantosa clase de Pociones terminara y ellos pudieran salir de esa cámara de tortura, cuando la puerta de la mazmorra se abrió y dio paso a una Ékuva furiosa.
Avanzó con paso decidido al escritorio donde Snape se encontraba sentado, mirándola expectante, y entonces sin previo aviso, la joven comenzó a gritar a viva voz:
– ¡¿POR QUÉ DEMONIOS NO ME LO DIJISTE?! ¡ERA TU DEBER INFORMARME!
– Ékuva, este no es buen momento – dijo Snape –. ¿Por qué no hablamos más tarde? Cuando estés calmada.
– ¡NO ME VOY A CALMAR! ¡TE EXIJO UNA EXPLICACIÓN!
Snape se puso en pie y avanzó hacia Ékuva, quedando uno frente al otro, entonces dijo en voz baja:
– Faltan diez minutos para que termine la clase, si quieres esperar, estoy dispuesto a contestarte todo lo que desees.
Por toda respuesta, Ékuva giró sobre sus pies y se fue a un rincón de la mazmorra, donde aguardó cruzada de brazos.
Cuando el plazo hubo concluido, Snape se acercó a Ékuva y juntos salieron de la habitación. Harry miró desconcertado a sus amigos, pero no hicieron comentario alguno sobre lo sucedido. Salieron de ahí y tomaron un pasillo que los llevaría a la torre de Gryffindor, pero entonces . . .
– ¡RESPÓNDEME! ¡¿POR QUÉ DIABLOS NO ME DIJISTE NADA?!
La voz furiosa de Ékuva les llegaba de un corredor cercano. Se movieron en silencio hasta que los profesores aparecieron en su campo visual.
– No sé de qué estás hablando – dijo Snape inexpresivo.
– ¡CLARO QUE LO SABES! ¡ERA TU DEBER DECÍRMELO! ¡TRAICIONASTE MI CONFIANZA!
Snape no se defendió y evitó mirar a Ékuva a los ojos. Un profundo silencio lo envolvió todo. Snape veía el piso, y Ékuva no apartaba los ojos del rostro de su colega, tal vez pensando que ahí se encontraba la respuesta a su pregunta.
Entonces, como si alguien hubiera dado el disparo de salida, Ékuva comenzó a correr por el largo pasillo, con Snape pisándole los talones. Harry miró a sus amigos y no fue necesario que se pusieran de acuerdo, los cuatro corrieron siguiendo la trayectoria de sus profesores.
Pasaron a toda velocidad por largos corredores vacíos. Harry no sabía en dónde terminaría esa carrera, pero hizo todo lo posible por no perder de vista la espalda de Snape.
De pronto, sin previo aviso, vieron como Ékuva derrapaba para detenerse frente a una puerta. Cuando estiró su brazo derecho para abrirla, Snape la detuvo violentamente. La joven se abalanzó sobre él, acorralándolo contra la pared y al separarse, Snape cayó al piso totalmente inconsciente.
– ¡Alohomora! – exclamó Ékuva con su varita en la mano.
La puerta se abrió de golpe y la joven entró a la habitación. Hicieron un último esfuerzo y en segundos se encontraron frente a la puerta. Cuando Harry miró aquel cuarto, se llevó una gran impresión.
Ékuva estaba de espaldas a ellos, con la varita lista para atacar, y al fondo de la habitación, atado a una silla, se encontraba Peter Pettigrew.
– ¡TÚ! – gritó Harry fuera de sí, pero Ron y Hermione lo sostuvieron de ambos brazos.
Colagusano sollozaba, como había hecho la mayoría de las veces que Harry lo vio desde su tercer año, cuando se enteraron de que Scabbers no era una rata común, sino un animago.
Pero había algo que no cuadraba en aquella escena: la actitud de Ékuva. Ella no tenía por qué asumir esa posición, no le correspondía.
– ¡Por favor! – suplicó Colagusano –. ¡No me lastimes! ¡Por favor!
– ¿Lastimarte? – repitió Ékuva –. No. Yo no voy a lastimarte, voy a acabar contigo de una vez.
– ¡Por favor! – dijo entrecortadamente –. Trata de comprenderme . . .
– ¡COMPRENDERTE! – estalló Ékuva – ¡COMPRENDERTE! ¡TÚ ME ARRUINASTE LA VIDA!
– Tuve que hacerlo – se defendió Peter con voz temblorosa –, no había otra opción.
– ¡Siempre hay otra opción! – dijo ella muy enojada –, ¿por qué no aceptas la responsabilidad de tus actos? Lo hecho, hecho está, y ahora sufrirás las consecuencias.
Levantó su varita lentamente, ante los ojos impotentes de Colagusano.
– ¡Te lo suplico! . . .
– Tú sabías que tarde o temprano esto pasaría. Sólo estoy reclamando lo que es justo. Adiós Peter.
Colagusano adoptó un gesto de terrible dolor y angustia.
– Avada . . .
– ¡Expelliarmus! – la voz de Dumbledore resonó fuerte y claro sobresaltando a Harry, quien no se había percatado de su presencia. La varita de Ékuva voló de su mano y cayó en un rincón de la habitación –. ¡Accio varita!
El director había llegado justo a tiempo para impedir aquel asesinato.
– Ékuva, no deberías estar aquí – dijo Dumbledore con voz calmada –. Es mejor que te vayas.
– ¡CLARO! – exclamó ella –. ¡Tú lo sabías y no me dijiste nada!
En ese momento Snape entró a la habitación, ligeramente pálido y con ojos desconcertados.
– Severus, ¿quieres acompañar a Ékuva hasta su despacho por favor? – preguntó Dumbledore pausadamente.
– Por supuesto – contestó un poco aturdido.
– No me voy a ir Albus – repuso Ékuva airada –, y quiero que me devuelvas mi varita. Tengo un asunto pendiente que voy a arreglar ahora mismo.
– Me temo que no puedo hacer eso – dijo Dumbledore –, no voy a permitir que cometas una locura.
Ékuva lo miró con mucho detenimiento durante unos cuantos segundos, después asintió lentamente, como si se hubiera dado cuenta de que el director tenía razón.
– Muy bien – murmuró la joven con tono neutral –. Lo haré con mis propias manos.
Dicho esto, se abalanzó sobre Colagusano y comenzó a ahorcarlo. Como él aún permanecía atado a la silla, no podía defenderse de ese ataque. Dumbledore y Snape trataron de separar a Ékuva, quien luchó fieramente por terminar lo que estaba haciendo, pese al ajetreo que provocaba.
Después de unos minutos, lograron que la joven soltara a Peter y se incorporara violentamente. Miró a Dumbledore frente a frente, y en ese momento Harry volvió a ver ese profundo odio en sus ojos, el mismo con que ella lo había observado en su sueño.
Tal vez era el hecho de que normalmente sus ojos no decían nada, permanecían siempre inexpresivos; o que ella estaba realmente furiosa, el caso era que Ékuva les infundía temor. Podía sentirse una gran tensión en el ambiente.
– Está bien – dijo de pronto, aún con esa mirada de odio –, si eso es lo que quieres, yo lo acepto. Pero te sugiero que lo protejas muy bien, porque puede que una mañana no lo encuentres con vida.
– ¿Eso es una amenaza? – inquirió Dumbledore.
– Sí – respondió Ékuva altivamente –. Sí lo es . . . profesor.
Al terminar esa frase, Ékuva salió de la habitación, bastante alterada y molesta.
– Déjenme solo, por favor – dijo Dumbledore súbitamente –. Tengo que hablar con Peter.
Todos obedecieron. Cuando los cuatro amigos se encontraron lo suficientemente lejos, se pusieron a comentar sobre lo que acababan de ver.
– ¿Qué fue eso? – preguntó Harry atónito.
– No tengo idea – contestó Ron con sinceridad –. ¿Pero se dieron cuenta de que Ékuva remarcó mucho la palabra profesor ?
– Es muy extraño – dijo Hermione –. Sobre todo porque ella ya había aclarado que no le gustan las formalidades.
Siguieron hablando del tema hasta que llegaron a la torre de Gryffindor. Harry fue el único que se quedó totalmente callado durante ese lapso de tiempo.
No podía dejar de pensar en lo que Ékuva había dicho y hecho. Las palabras tú me arruinaste la vida daban vueltas incesantes en su cabeza.
¿Qué era eso que Colagusano le había hecho? Seguramente algo muy grave, a tal grado que ella aseguraba que le había arruinado la vida.
Cuando estuvieron en la sala común, Harry se fijó un firme propósito: hablaría con Ékuva y averiguaría que era lo que le había pasado, y no le importaba si para lograrlo tenía que perseguirla por toda la escuela. Estaba decidido a descubrir el gran secreto que Ékuva ocultaba con tanto recelo.
