2
Reuniendo el ejército.
— ¡Maldita sea! ¿Queréis callaros? Intento concentrarme. — ¡Oh, claro, disculpe eminencia...!—respondió una chica malhumorada— Llevas una hora mirando ese maldito montón de piedras. ¡Una puñetera hora! ¡No tenemos toda la noche! —Venga, Dora. Deja que haga su trabajo—dijo una voz masculina. — ¡Claro! ¡Eso lo dices porque no te estás jugando tu puesto de trabajo! Si alguien nos descubre la responsabilidad será mía. MÍA. ¿Entiendes? ¡Y no me llames Dora! —Estoy arriesgando tanto como tú. Y si nos descubren me da igual, la causa merece la pena. No puedo creer que valores más tú carrera que... — ¡BASTA! Nos vamos —gritó la mujer— sacadme de este maldito sitio. La mujer siguió a los muchachos (que aún estaban inmersos en una acalorada discusión) por largos pasillos con un sinfín de puertas. Llegaron por fin al vestíbulo y la mujer se dirigió hacia la una de las chimeneas de la pared de la derecha. Rebuscó algo en uno de los bolsillos de su capa y sacó una pequeña bolsa de cuero. —Incendio—dijo apuntando con su varita al hueco de la chimenea. Los chicos dejaron de discutir cuando se dieron cuenta de que la mujer ya se marchaba. — ¿Has descubierto algo?—preguntó la chica. —Desde luego no gracias a ti...—murmuró la mujer mientras arrojaba un puñado de polvos Flu al fuego. —Por favor, señorita O´Faolain, disculpe a mi compañera. ¿Sería tan amable de decirnos qué ha averiguado? Tenemos que presentar un informe... —Yo misma haré ese informe—dijo mientras se internaba en las llamas verde esmeralda—Cuando me haya ido apagad el fuego y limpiad las cenizas. Supongo que podréis hacerlo, ¿no? — ¡Pero bueno! ¿Por quién me tomas?—chilló la chica enfadada. —Al Caldero Chorreante. Mientras viajaba por la chimenea a toda velocidad aún pudo oír retazos de una nueva discusión de los dos chicos. ¡Por Merlín! No son más que un par de crios... no deberían estar involucrados en todo esto... Un par de minutos más tarde apareció en la chimenea del Caldero Chorreante. —Señorita O´Faolain, su habitación está lista. —Me temo que no podrá ser, Tom. Tengo que marcharme: negocios—dijo sonriéndole al viejo tabernero. — ¿Le ha dado problemas Algol? —Ninguno, señorita. Es un animal muy listo, está en el almacén. La mujer le entregó un saquito a Tom. —Tenga esto por las molestias, Tom. Muchas gracias. —Oh, no puedo aceptarlo, señorita. —Claro que puede, y me sentiré muy ofendida si no lo hace. —Está bien, está bien. La acompañaré al almacén. Entraron por una puerta que había tras la barra del bar y oyeron un leve ruido de cascos. Un caballo alado de brillante pelo castaño se acercó a la mujer y cabeceó alegremente. —Hola Algol, ¿me extrañaste?—dijo mientras sacaba la varita. Dio tres suaves toque de varita al caballo y éste tomó el color y la textura exactos de las cajas que tenía detrás. —Bueno, señorita, espero que vuelva a visitarme pronto. Salude a su familia de mi parte—dijo Tom extendiendo la mano. —Lo haré Tom, gracias de nuevo—respondió ella estrechándole la mano que le tendía. Salieron por la puerta trasera del establecimiento. La mujer se puso la capucha de la capa ocultando los largos rizos pelirrojos, y después de aplicarse a sí misma el encantamiento desilusionador, montó al caballo y emprendió el vuelo.
Una hora más tarde un caballo alado tomaba tierra en la colina de Tara, en Irlanda. —Bien, muchacho, has volado como un campeón, te mereces un descanso. —dijo Deirdre O´Faolain, dando unas palmadas en el cuello del animal Se internaron al trote en un bosque, tomando el camino que conducía a una imponente construcción de siglo XV. En cuanto aumentó la espesura del bosque, Deirdre redujo la velocidad de su montura y aplicó el encantamiento ilusionador. No había peligro de que nadie les viese, pues la población muggle del condado de Meath procuraba mantenerse apartada de la zona. Para ellos, la gran mansión tenía la apariencia de unas simples ruinas, pero no era considerado un buen lugar. Se decía que allí habitaban fantasmas y espectros de todo tipo. En esta ocasión, la ignorancia y superstición de los muggles jugaba a favor de los magos: no había necesidad de proteger los alrededores con encantamientos anti-muggles. El jinete y su montura llegaron ante los magníficos muros de piedra que delimitaban la propiedad y se detuvieron ante las enormes puertas, flanqueadas por dos gárgolas. Una de ellas se movió de su pedestal. — ¿Contraseña? —Audaces fortuna iuvat. —pronunció Deirdre. La gárgola hizo una reverencia, y las puertas se abrieron. Recorrieron al trote la ancha avenida que conducía a la casa. Un elfo domestico les esperaba ante la gran puerta de roble. —Bienvenida, señorita. Los señores la esperan en el salón principal. —Gracias, Boreen. Lleva a Algol al establo y almoházale bien. Dale una buena cena, se lo merece. —Como ordene, señorita—dijo el elfo, cogiendo las riendas del corcel y haciendo una reverencia. Entró en la mansión, le entregó la capa de viaje a un elfo que la esperaba en vestíbulo y subió la amplia escalinata, cubierta por una alfombra roja con motivos en dorado. Dos hombres la esperaban en el salón, sentados en sendos sillones frente a la chimenea. —Tío Candidus, Tío Niveus—saludó la mujer. —Ah, ya has vuelto querida—dijo Candidus, el mayor de los dos. Era un hombre alto y delgado, de espesa cabellera blanca. Unas gafas de cristales triangulares escondían unos profundos ojos azules. —Mi querida niña, ¿cómo están las cosas por Inglaterra?—preguntó Niveus, mientras se acercaba para besarla en la frente. Era ligeramente más joven que el otro. Algunos mechones pelirrojos atisbaban en su larga cabellera y su barba, pero las canas estaban a punto de ganar la partida. —Me temo que mal. ¿No ha venido el tío Abe? —No, todavía no, ya le conoces...—dijo el más anciano con un punto de irritación—Una de esas bestias que cría se puso de parto... Y bien, ¿qué has conseguido averiguar? —Mucho y en realidad nada. La inscripción era prácticamente ilegible, y los pocos símbolos intactos no pertenecen a ninguna lengua existente. ¡Es tan frustrante! Tendrá que hacerlo él solo. Pobre hombre... El fuego de la chimenea se avivó, y un hombre surgió de entre las llamas. —Voy a matar a ese Theodosius... hijo de mala madre... con razón me vendió tan baratos esos polvos Flu...—gruñó mientras apagaba con la varita las pequeñas llamas que quemaban su larguisima barba. — ¡Tío Abe! —rió la mujer. El recién llegado anciano se acercó a su sobrina para abrazarla, casi pisando su propia barba canosa. Lo que más destacaba de su cara era una enorme nariz aguileña, y unos enormes ojos azul claro con un brillo travieso, que le daban un aspecto de niño grande. —Deberías moderar tu comportamiento, Abe. Pareces un chiquillo...—dijo Candidus en tono severo. —Oye, que tú hayas nacido siendo ya un viejo no significa que los demás tengamos que comportarnos como abueletes decrépitos—respondió el aludido—Y deja de fastidiarme: eres mi hermano pequeño, me debes respeto y además tengo algo que contaros. Theodosius Blackstone me dio el soplo de que había una reunión tenebrosa en Drogheda y me aparecí por allí. Han recibido órdenes de partir hacia Inglaterra para un ataque. Creo que van a asaltar el Expreso. —Bien, entonces hay que ponerse en contacto con Albus. Si los mortifagos se van a Londres nuestro lugar está allí—dijo Niveus. —Pero no está en Hogwarts, y no podemos localizar el escondite de la Orden—dijo la mujer razonablemente. — ¿Y que hay de Lupin?—preguntó Candidus. Deirdre negó con la cabeza. —No sé dónde encontrarle. Cuando me escribió me advirtió que estaría fuera una temporada, en una misión. Simplemente me dijo que si podía me reuniese hoy con esa muchacha en el Caldero Chorreante. —Sé donde encontrar a Mundungus Fletcher. Tal vez sepa algo, ya sabéis que le debe unas cuantas al chiflado de Albus—sugirió Abe. —Y así de paso puedes meterte en uno de esos trapicheos a los que llamas negocios, ¿verdad?—respondió Candidus irónicamente. —Bien, ya me han insultado bastante por ésta noche, me voy—replicó el viejo con aire ofendido. —No, tío por favor. Intenta ponerte en contacto con ese Fletcher—dijo Deirdre lanzando miradas asesinas a su otro tío. —Sólo por que tú me lo pides, querida. Pero no pienso ir a ver al tarado de Albus, de eso os ocupáis vosotros. —No me extraña que Albus te haya retirado la palabra...—murmuró Candidus. —Por favor, dejemos las rencillas familiares para otra ocasión. Esto es algo serio—les apaciguó Niveus—Deirdre, hija, mañana reúne a todos y comunícales que partiremos a Londres en cuanto tengamos noticias de Albus. En esos momentos unas llamas surgieron de la nada en medio de la estancia. Un bello canto precedió a la aparición de Fawkes.
— ¡CRUCIO! —Por favor mi señor...— gimió el hombre. — ¡Fuera de mi vista! El hombre se incorporó lentamente y abandonó la habitación. Otra figura alta y vestida de negro entró en la estancia. Se aproximó a Voldemort, e hizo una reverencia. —Excelente Malfoy. Veo que la poción ha dado resultado. —Si, mi señor. He sido declarado inocente por falta de pruebas. Ni siquiera el Veritaserum más fuerte ha funcionado. — ¿Y cómo se encuentran mis seguidores en Azkaban? —Deseosos de volver a su lado para servirle, amo. — ¿Has localizado a la persona que me puede proporcionar la información que necesito? —Si, amo. No me cabe la menor duda de que el próximo curso estará en Hogwarts. —Bien, en ese caso Snape puede sernos muy útil. Serás recompensado. Ahora vuelve a tu casa y continúa guardando las apariencias. —Como ordenéis, amo—dijo Malfoy haciendo una reverencia. —Una cosa más Malfoy. — ¿Si, amo? —Quiero que seas tu quien se encargue de sobornar a ese asqueroso muggle. Confío en que podáis llegar a un acuerdo, los dos sois hombres de negocios. No quiero que utilices la magia en ningún momento, no debemos dar pistas. —Podéis estar tranquilo, amo, cumpliré sus instrucciones al pié de la letra.
Durante los días siguientes, Harry buscaba quedarse a solas con su tía para poder preguntarle de nuevo si mantenía contacto con algún mago. Una tarde en la que estaba solo en casa, Harry oyó la puerta de entrada. Tenía que ser su tía. Era demasiado temprano para que Vernon hubiese salido de trabajar, y Dudley, que había salido con sus amigotes, no aparecería hasta que su estómago le indicara que era hora de cenar. Era la ocasión perfecta. Salió de su habitación y bajó corriendo las escaleras. Desde la noche de la pesadilla, había mantenido la mente ocupada elucubrando teorías sobre el por qué su tía sabía acerca del mundo mágico, y esto le había permitido apartar sus sentimientos de culpa por la muerte de Sirius. La encontró en la cocina, poniéndose un delantal. —Hola. ¿Te ayudo a hacer la cena? Su tía le observó un momento, analizándole. —No sé que pretendes conseguir, mocoso... —Nada, nada... es que me aburro y pensé que tal vez necesitaras ayuda... —Pues... puedes poner la mesa y después desaparecer de mi vista. Harry obedeció. Mientras colocaba los cubiertos y platos en la mesa del comedor pensaba la forma de hacer la pregunta. Tenía que hacerlo de manera que ella no se sintiese acorralada. Pero definitivamente la sutileza no era su fuerte, eso se le daba mejor a Hermione. Volvió a la cocina para coger los vasos. —Eh... Tía, sobre lo de la otra noche... ¿Estás en contacto con Dumbledore? Petunia dejó caer la salsera que tenía entre las manos, que estalló en mil pedazos. Por la reacción, Harry supuso que había dado en el clavo. —Mira, niño. Tengo problemas con Vernon por tu culpa, estoy arriesgando la vida de mi familia por salvar la tuya. ¿No puedes estar agradecido y dejarme en paz?—chilló. Tenía que estar muy enfadada para dar esos gritos sin preocuparse siquiera de lo que pensarían los vecinos. —Vuelve a tu habitación y no salgas hasta que te avise para cenar. ¡Y ni una palabra más sobre éste tema o te arrepentirás! Harry pensó que sería mejor no forzar la situación y hacer lo que decía su tía, así que subió a su habitación y cerró la puerta tras él. Se asomó a la ventana pensando dónde estaría Hedwig. Hacía días que había salido a cazar y aún no había regresado. En esos momentos, y en respuesta a sus dudas, un dispar grupo de lechuzas se acercaba a su ventana, entre ellas Hedwig. Se apartó para dejarlas pasar y todas aterrizaron sobre la cama. Pig gorjeaba alegremente bajo la mirada de reproche de Hedwig y la otra lechuza. Cogió primero la carta de la lechuza marrón. Por la letra supo que era de Lupin. La carta que llevaba Pig debía ser de Ron, y Hedwig llevaba un sobre rojo entre las garras. — ¡Joder!—exclamó enfadado— ¡Un howler! Se abalanzó hacia la ventana para cerrarla, casi golpeando a la lechuza marrón que en esos momentos intentaba salir. Abrió el sobre, suplicando que su tía no oyese nada. —Harry, eres un desconsiderado. Supongo que ni siquiera has abierto nuestras cartas. Perdona que haya utilizado éste método, pero era la única forma de asegurarme de que escucharías lo que tengo que decirte. Ten mucho cuidado, hemos escuchado un par de conversaciones, y por lo que sabemos alguien podría intentar atacarte. Tal vez puedas reunirte con nosotros antes de principio de curso, y creo que deberías leer la carta de Remus. Te echamos mucho de menos, hasta pronto. Cuando la voz amplificada de Hermione terminó de hablar, el howler ardió y se convirtió en cenizas. Se notaba que Hermione había hablado lo más bajo posible, pero su voz, cien veces más fuerte de lo normal, le había levantado dolor de cabeza. Por suerte su tía no había oído nada, o ya estaría aporreando la puerta.
¿Atacarme? ¿Quién podría atacarme aquí? Dumbledore me lo dijo el año pasado: mientras puedas llamar hogar al sitio donde habita la sangre de tu madre, allí Voldemort no podrá tocarte ni hacerte ningún daño A Harry le picaba la curiosidad, así que abrió la carta de Lupin.
Querido Harry,
Créeme cuando te digo que sé como te sientes.
Estoy pasando por lo mismo, le echo mucho de menos.
Sólo quiero hacerte saber que no estás sólo.
Te quiero tanto como te quería Sirius, y espero que no
pienses que estoy tratando de reemplazarle.
A partir de ahora yo seré tu tutor en el mundo mágico
hasta que alcances la mayoría de edad.
Una vez que acabes tus estudios puedes vivir conmigo.
Si te sirve de algo, te juro que yo mismo tomaré venganza:
No descansaré hasta que Colagusano y Bellatrix paguen por lo
que hicieron.
Sólo quiero recordarte que tienes una familia, que te queremos.
No te culpes, no te encierres en ti mismo, entre todos podremos
superar esto.
Con cariño,
Remus.
Justo cuando terminó de leer oyó los gritos de su tía para que bajara a cenar, de modo que no tuvo mucho tiempo a pensar en lo que le decía Remus. —Ya era hora, mocoso—gruñó tío Vernon—Pero ni si quiera tú podrás estropearme el día. — ¿Ha pasado algo querido?—preguntó tía Petunia, mientras servía a Dudley, que estaba sentado dónde normalmente solía hacerlo su padre. Dudley le tenía tanto miedo Harry que ocupaba el sitio principal de la mesa porque era el más alejado de la silla de su primo. —Acabo de firmar el contrato más importante de mi vida. Si todo sale bien podremos comprar una casa más grande que ésta y viviremos como reyes—anunció con una gran sonrisa, semi oculta por el espeso bigote. — ¿Y me comprarás un ordenador nuevo? ¿Y otro teléfono móvil?—exclamó Dudley con la boca llena, escupiendo trocitos de verdura al hablar. —Te compraré todo lo que quieras, Dud—respondió Vernon, con los ojos mezquinamente fijos en Harry. Esa noche Harry se fue a dormir en cuanto terminó de cenar. Ni si quiera recordó que en unas horas cumpliría dieciséis años. A media noche una intensísima luz blanca le hizo despertar. Al principio no comprendía de qué se trataba, pero en cuanto se puso las gafas se dio cuenta de que la luz surgía de su baúl. Se levantó y lo abrió. La intensidad de la luz aumentó, y tuvo que protegerse los ojos con una mano. Palpó hasta encontrar lo que parecía la fuente de luz y lo cogió, entonces la luz comenzó a apagarse lentamente. Los círculos de colores que habían aparecido frente a sus ojos le impedían saber de qué se trataba. Unos segundos más tarde, lo descubrió. El espejo. El espejo de Sirius, que estaba totalmente reparado, como si nadie lo hubiese hecho pedazos. Lo alzó con manos temblorosas hasta que vio su cara reflejada en él. —Sirius Black. Durante un par de segundos su corazón dejó de latir, esperando ver aparecer el reflejo de su padrino, pero no sucedió nada. En un principio se sintió decepcionado, pero después, una extraña sensación de tranquilidad se apoderó de él. Pasó un buen rato preguntándose que significaría aquello, hasta que consiguió dejar la mente en blanco y dormirse. Soñó con Sirius. Se vio a si mismo viviendo feliz con su padrino, alejados de todo mal.
—Despierta. Harry abrió los ojos al notar un zarandeo. Era tío Vernon. Miró el reloj. Las ocho de la mañana.
—Vístete. En cinco minutos te quiero en la cocina. ¡Y no hagas ruido! A Harry no le apetecía verse envuelto en una discusión tan temprano, así que hizo lo que su tío le había dicho. Vernon bebió lo que quedaba de su café y se levantó. —Vamos. — ¿A dónde? —No hagas preguntas y vamos—dijo mientras salía al jardín. Harry le siguió, receloso por lo extraño de su comportamiento. Vernon se dirigió al coche y abrió la puerta del copiloto. —Sube al coche. —Pero, ¿a dónde vamos? Tío Vernon le cogió fuertemente por un brazo, lo empujo dentro del coche y cerró la puerta. Después subió al coche, arrancó y condujo por Privet Drive en dirección a la avenida Magnolia. Llegó a una intersección y tomó la desviación hacia Londres. — ¿D"NDE VAMOS? —A cerrar un negocio. — ¿Un negocio? ¿Y qué puñetas tengo yo que ver con tus negocios? —Oh, si... ya lo creo que tienes que ver... Después de todos estos años al fin vas a servir para algo... — ¿De qué coño estás hablando?—gritó Harry. —Una familia me ha ofrecido cinco millones de libras por quedarse contigo. ¡Cinco millones de libras! ¿Quién podría pensar que vales tanto...? Todos seremos felices: nosotros seremos asquerosamente ricos y tú seguro que estarás a gusto. Son unos fenómenos, cómo tu. En cualquier otra situación me avergonzaría de tener trato con ese tipo de gente, ¡pero que demonios!, el dinero siempre es dinero... Es el sueño de mi vida: que alguien me pague por deshacerme de ti... Harry estaba totalmente pálido. — ¿Cómo... cómo se llama esa gente? —Mal... Mal no se que... — ¿Malfoy?—preguntó Harry totalmente aterrado. —Si, ese es su nombre. ¿Los conoces? Harry tardó en contestar. Parecía que su cerebro se había ido a otra parte. —No... No puedes entregarme... son...Son... mortifagos. —Mira chaval, no sé que es eso, pero por mí como si son bailarinas. El año pasado unos deme-no-se-cuanto atacaron a mi hijo por tu culpa. Petunia insiste en no echarte de casa, tiene miedo de esos anormales amigos tuyos... Pero este hombre me ha asegurado que no nos harán nada, él nos protegerá. En cuanto tu tía lo sepa le encantará la idea Harry empezaba a marearse y estaba a punto de vomitar. No podía saltar del coche, a la velocidad que iban se mataría. Piensa, Harry, piensa... Voy a morir... voy a morir como un puto gilipollas... y ni siquiera tengo mi varita... Vernon tomó una desviación. Una señal indicaba que había una zona de descanso a quinientos metros. Harry sudaba muchísimo, y se golpeaba la cabeza con el puño, murmurando algo parecido a ¿por qué todo me pasa a mí...? Finalmente el coche se detuvo, y Harry alzó la vista. Vio un enorme coche negro y a dos hombres impecablemente vestidos con trajes muggle. Uno de ellos era McNair. El otro llevaba un maletín en la mano. Tío Vernon salió del coche, lo rodeó y obligó a Harry a bajarse. Harry intentó forcejear, pero su tío le había cogido fuertemente por la nuca y apretaba dolorosamente. — ¿Quién es usted?—preguntó Vernon receloso. —El señor Malfoy es un hombre muy ocupado, yo he venido en su lugar. Veo que no se ha echado atrás. —dijo McNair con una sonrisa de satisfacción pintada en su cara. Tío Vernon empujó a Harry, que cayó de bruces en el suelo. —Aquí lo tiene. ¿El dinero? — ¡AHORA!—gritó una voz ronca. Por suerte Harry estaba en el suelo, porque si no un montón de maldiciones hubieran impactado en él. Tío Vernon recibió una en toda la cara, que le dejó inmovilizado. Ojoloco, Mundungus, Lupin y Tonks habían aparecido de la nada lanzando maldiciones como locos. En un momento se formó un pandemoniun de chorros de luz de todos los colores, algunos de ellos verdes. De pronto todo acabó y Harry vio a Mundungus caer al suelo. Los dos mortifagos estaban irreconocibles debido a la combinación de maldiciones, y ambos yacían en el suelo en una posición extraña. Lupin se abalanzó sobre Harry para comprobar que estaba bien. — ¿HARRY? ¿Estas...? ¿Te han hecho algo?—preguntó mientras le abrazaba con fuerza. Harry no podía articular palabra. Lupin le ayudó a levantarse y vio cómo Ojoloco se acercaba a tío Vernon. —... Y tu... maldita sabandija... muggle rastrero... te advertí que te las verías conmigo...—murmuraba Moody mientras le apuntaba con la varita. Un enorme cuerno de rinoceronte ocupó el lugar de la nariz de Vernon, que se llevó las manos a la cara gimiendo de dolor y corrió a meterse en el coche. —Si... huye como una rata...—gruñó Ojoloco. Después hizo un movimiento de varita y tío Vernon desapareció junto con el coche. — ¡MOODY! ¿Qué has hecho con él?—chilló Tonks. —Le he enviado a otra carretera... en alguna parte cerca de Edimburgo... — ¿Cómo... Cómo habéis sabido...?—consiguió decir Harry. —Tonks estaba de guardia. Nos avisó de que te ibas en coche con tu tío y pensamos que algo andaba mal, así que os seguimos. —respondió Remus. — ¿Y tú? ¿En que demonios estabas pensando? Y supongo que ni siquiera tendrás tu varita...—le reprendió Ojoloco. —Oye, ¿alguien puede ´acerme caso?—gimió Mundungus. Tenía una fea quemadura en una pierna. —Tonks, lleva a Mundungus a San Mungo, esa pierna tiene mala pinta. Luego ve a Privet Drive y recoge las cosas de Harry—dijo Lupin. Tonks y Mundungus se desaparecieron. — ¿Cómo vamos a llevarle, Alastor? —Yo me encargo. A ver, chico, estate muy quieto—dijo Ojoloco mientras le apuntaba con la varita— Coorior Grimmauld Place. Harry cerró los ojos. Por un momento pensó que Moody iba a transformarlo en un hurón o algo así. Cuando volvió a abrir los ojos se encontraba en una parcela de hierba sin cortar, situada entre dos viejas y decrépitas casas. Lupin y Moody estaban a su lado. Remus le tendió un trozo de pergamino.
El cuartel general de la Orden del Fénix está ubicado en
el número 12 de Grimmauld Place, en Londres.
Acto seguido, la mansión Black apareció ante sus ojos.
Nota: Algol es un aethonan, una raza de caballo alado. Aparece en "Animales fantásticos y dónde encontrarlos"
Reuniendo el ejército.
— ¡Maldita sea! ¿Queréis callaros? Intento concentrarme. — ¡Oh, claro, disculpe eminencia...!—respondió una chica malhumorada— Llevas una hora mirando ese maldito montón de piedras. ¡Una puñetera hora! ¡No tenemos toda la noche! —Venga, Dora. Deja que haga su trabajo—dijo una voz masculina. — ¡Claro! ¡Eso lo dices porque no te estás jugando tu puesto de trabajo! Si alguien nos descubre la responsabilidad será mía. MÍA. ¿Entiendes? ¡Y no me llames Dora! —Estoy arriesgando tanto como tú. Y si nos descubren me da igual, la causa merece la pena. No puedo creer que valores más tú carrera que... — ¡BASTA! Nos vamos —gritó la mujer— sacadme de este maldito sitio. La mujer siguió a los muchachos (que aún estaban inmersos en una acalorada discusión) por largos pasillos con un sinfín de puertas. Llegaron por fin al vestíbulo y la mujer se dirigió hacia la una de las chimeneas de la pared de la derecha. Rebuscó algo en uno de los bolsillos de su capa y sacó una pequeña bolsa de cuero. —Incendio—dijo apuntando con su varita al hueco de la chimenea. Los chicos dejaron de discutir cuando se dieron cuenta de que la mujer ya se marchaba. — ¿Has descubierto algo?—preguntó la chica. —Desde luego no gracias a ti...—murmuró la mujer mientras arrojaba un puñado de polvos Flu al fuego. —Por favor, señorita O´Faolain, disculpe a mi compañera. ¿Sería tan amable de decirnos qué ha averiguado? Tenemos que presentar un informe... —Yo misma haré ese informe—dijo mientras se internaba en las llamas verde esmeralda—Cuando me haya ido apagad el fuego y limpiad las cenizas. Supongo que podréis hacerlo, ¿no? — ¡Pero bueno! ¿Por quién me tomas?—chilló la chica enfadada. —Al Caldero Chorreante. Mientras viajaba por la chimenea a toda velocidad aún pudo oír retazos de una nueva discusión de los dos chicos. ¡Por Merlín! No son más que un par de crios... no deberían estar involucrados en todo esto... Un par de minutos más tarde apareció en la chimenea del Caldero Chorreante. —Señorita O´Faolain, su habitación está lista. —Me temo que no podrá ser, Tom. Tengo que marcharme: negocios—dijo sonriéndole al viejo tabernero. — ¿Le ha dado problemas Algol? —Ninguno, señorita. Es un animal muy listo, está en el almacén. La mujer le entregó un saquito a Tom. —Tenga esto por las molestias, Tom. Muchas gracias. —Oh, no puedo aceptarlo, señorita. —Claro que puede, y me sentiré muy ofendida si no lo hace. —Está bien, está bien. La acompañaré al almacén. Entraron por una puerta que había tras la barra del bar y oyeron un leve ruido de cascos. Un caballo alado de brillante pelo castaño se acercó a la mujer y cabeceó alegremente. —Hola Algol, ¿me extrañaste?—dijo mientras sacaba la varita. Dio tres suaves toque de varita al caballo y éste tomó el color y la textura exactos de las cajas que tenía detrás. —Bueno, señorita, espero que vuelva a visitarme pronto. Salude a su familia de mi parte—dijo Tom extendiendo la mano. —Lo haré Tom, gracias de nuevo—respondió ella estrechándole la mano que le tendía. Salieron por la puerta trasera del establecimiento. La mujer se puso la capucha de la capa ocultando los largos rizos pelirrojos, y después de aplicarse a sí misma el encantamiento desilusionador, montó al caballo y emprendió el vuelo.
Una hora más tarde un caballo alado tomaba tierra en la colina de Tara, en Irlanda. —Bien, muchacho, has volado como un campeón, te mereces un descanso. —dijo Deirdre O´Faolain, dando unas palmadas en el cuello del animal Se internaron al trote en un bosque, tomando el camino que conducía a una imponente construcción de siglo XV. En cuanto aumentó la espesura del bosque, Deirdre redujo la velocidad de su montura y aplicó el encantamiento ilusionador. No había peligro de que nadie les viese, pues la población muggle del condado de Meath procuraba mantenerse apartada de la zona. Para ellos, la gran mansión tenía la apariencia de unas simples ruinas, pero no era considerado un buen lugar. Se decía que allí habitaban fantasmas y espectros de todo tipo. En esta ocasión, la ignorancia y superstición de los muggles jugaba a favor de los magos: no había necesidad de proteger los alrededores con encantamientos anti-muggles. El jinete y su montura llegaron ante los magníficos muros de piedra que delimitaban la propiedad y se detuvieron ante las enormes puertas, flanqueadas por dos gárgolas. Una de ellas se movió de su pedestal. — ¿Contraseña? —Audaces fortuna iuvat. —pronunció Deirdre. La gárgola hizo una reverencia, y las puertas se abrieron. Recorrieron al trote la ancha avenida que conducía a la casa. Un elfo domestico les esperaba ante la gran puerta de roble. —Bienvenida, señorita. Los señores la esperan en el salón principal. —Gracias, Boreen. Lleva a Algol al establo y almoházale bien. Dale una buena cena, se lo merece. —Como ordene, señorita—dijo el elfo, cogiendo las riendas del corcel y haciendo una reverencia. Entró en la mansión, le entregó la capa de viaje a un elfo que la esperaba en vestíbulo y subió la amplia escalinata, cubierta por una alfombra roja con motivos en dorado. Dos hombres la esperaban en el salón, sentados en sendos sillones frente a la chimenea. —Tío Candidus, Tío Niveus—saludó la mujer. —Ah, ya has vuelto querida—dijo Candidus, el mayor de los dos. Era un hombre alto y delgado, de espesa cabellera blanca. Unas gafas de cristales triangulares escondían unos profundos ojos azules. —Mi querida niña, ¿cómo están las cosas por Inglaterra?—preguntó Niveus, mientras se acercaba para besarla en la frente. Era ligeramente más joven que el otro. Algunos mechones pelirrojos atisbaban en su larga cabellera y su barba, pero las canas estaban a punto de ganar la partida. —Me temo que mal. ¿No ha venido el tío Abe? —No, todavía no, ya le conoces...—dijo el más anciano con un punto de irritación—Una de esas bestias que cría se puso de parto... Y bien, ¿qué has conseguido averiguar? —Mucho y en realidad nada. La inscripción era prácticamente ilegible, y los pocos símbolos intactos no pertenecen a ninguna lengua existente. ¡Es tan frustrante! Tendrá que hacerlo él solo. Pobre hombre... El fuego de la chimenea se avivó, y un hombre surgió de entre las llamas. —Voy a matar a ese Theodosius... hijo de mala madre... con razón me vendió tan baratos esos polvos Flu...—gruñó mientras apagaba con la varita las pequeñas llamas que quemaban su larguisima barba. — ¡Tío Abe! —rió la mujer. El recién llegado anciano se acercó a su sobrina para abrazarla, casi pisando su propia barba canosa. Lo que más destacaba de su cara era una enorme nariz aguileña, y unos enormes ojos azul claro con un brillo travieso, que le daban un aspecto de niño grande. —Deberías moderar tu comportamiento, Abe. Pareces un chiquillo...—dijo Candidus en tono severo. —Oye, que tú hayas nacido siendo ya un viejo no significa que los demás tengamos que comportarnos como abueletes decrépitos—respondió el aludido—Y deja de fastidiarme: eres mi hermano pequeño, me debes respeto y además tengo algo que contaros. Theodosius Blackstone me dio el soplo de que había una reunión tenebrosa en Drogheda y me aparecí por allí. Han recibido órdenes de partir hacia Inglaterra para un ataque. Creo que van a asaltar el Expreso. —Bien, entonces hay que ponerse en contacto con Albus. Si los mortifagos se van a Londres nuestro lugar está allí—dijo Niveus. —Pero no está en Hogwarts, y no podemos localizar el escondite de la Orden—dijo la mujer razonablemente. — ¿Y que hay de Lupin?—preguntó Candidus. Deirdre negó con la cabeza. —No sé dónde encontrarle. Cuando me escribió me advirtió que estaría fuera una temporada, en una misión. Simplemente me dijo que si podía me reuniese hoy con esa muchacha en el Caldero Chorreante. —Sé donde encontrar a Mundungus Fletcher. Tal vez sepa algo, ya sabéis que le debe unas cuantas al chiflado de Albus—sugirió Abe. —Y así de paso puedes meterte en uno de esos trapicheos a los que llamas negocios, ¿verdad?—respondió Candidus irónicamente. —Bien, ya me han insultado bastante por ésta noche, me voy—replicó el viejo con aire ofendido. —No, tío por favor. Intenta ponerte en contacto con ese Fletcher—dijo Deirdre lanzando miradas asesinas a su otro tío. —Sólo por que tú me lo pides, querida. Pero no pienso ir a ver al tarado de Albus, de eso os ocupáis vosotros. —No me extraña que Albus te haya retirado la palabra...—murmuró Candidus. —Por favor, dejemos las rencillas familiares para otra ocasión. Esto es algo serio—les apaciguó Niveus—Deirdre, hija, mañana reúne a todos y comunícales que partiremos a Londres en cuanto tengamos noticias de Albus. En esos momentos unas llamas surgieron de la nada en medio de la estancia. Un bello canto precedió a la aparición de Fawkes.
— ¡CRUCIO! —Por favor mi señor...— gimió el hombre. — ¡Fuera de mi vista! El hombre se incorporó lentamente y abandonó la habitación. Otra figura alta y vestida de negro entró en la estancia. Se aproximó a Voldemort, e hizo una reverencia. —Excelente Malfoy. Veo que la poción ha dado resultado. —Si, mi señor. He sido declarado inocente por falta de pruebas. Ni siquiera el Veritaserum más fuerte ha funcionado. — ¿Y cómo se encuentran mis seguidores en Azkaban? —Deseosos de volver a su lado para servirle, amo. — ¿Has localizado a la persona que me puede proporcionar la información que necesito? —Si, amo. No me cabe la menor duda de que el próximo curso estará en Hogwarts. —Bien, en ese caso Snape puede sernos muy útil. Serás recompensado. Ahora vuelve a tu casa y continúa guardando las apariencias. —Como ordenéis, amo—dijo Malfoy haciendo una reverencia. —Una cosa más Malfoy. — ¿Si, amo? —Quiero que seas tu quien se encargue de sobornar a ese asqueroso muggle. Confío en que podáis llegar a un acuerdo, los dos sois hombres de negocios. No quiero que utilices la magia en ningún momento, no debemos dar pistas. —Podéis estar tranquilo, amo, cumpliré sus instrucciones al pié de la letra.
Durante los días siguientes, Harry buscaba quedarse a solas con su tía para poder preguntarle de nuevo si mantenía contacto con algún mago. Una tarde en la que estaba solo en casa, Harry oyó la puerta de entrada. Tenía que ser su tía. Era demasiado temprano para que Vernon hubiese salido de trabajar, y Dudley, que había salido con sus amigotes, no aparecería hasta que su estómago le indicara que era hora de cenar. Era la ocasión perfecta. Salió de su habitación y bajó corriendo las escaleras. Desde la noche de la pesadilla, había mantenido la mente ocupada elucubrando teorías sobre el por qué su tía sabía acerca del mundo mágico, y esto le había permitido apartar sus sentimientos de culpa por la muerte de Sirius. La encontró en la cocina, poniéndose un delantal. —Hola. ¿Te ayudo a hacer la cena? Su tía le observó un momento, analizándole. —No sé que pretendes conseguir, mocoso... —Nada, nada... es que me aburro y pensé que tal vez necesitaras ayuda... —Pues... puedes poner la mesa y después desaparecer de mi vista. Harry obedeció. Mientras colocaba los cubiertos y platos en la mesa del comedor pensaba la forma de hacer la pregunta. Tenía que hacerlo de manera que ella no se sintiese acorralada. Pero definitivamente la sutileza no era su fuerte, eso se le daba mejor a Hermione. Volvió a la cocina para coger los vasos. —Eh... Tía, sobre lo de la otra noche... ¿Estás en contacto con Dumbledore? Petunia dejó caer la salsera que tenía entre las manos, que estalló en mil pedazos. Por la reacción, Harry supuso que había dado en el clavo. —Mira, niño. Tengo problemas con Vernon por tu culpa, estoy arriesgando la vida de mi familia por salvar la tuya. ¿No puedes estar agradecido y dejarme en paz?—chilló. Tenía que estar muy enfadada para dar esos gritos sin preocuparse siquiera de lo que pensarían los vecinos. —Vuelve a tu habitación y no salgas hasta que te avise para cenar. ¡Y ni una palabra más sobre éste tema o te arrepentirás! Harry pensó que sería mejor no forzar la situación y hacer lo que decía su tía, así que subió a su habitación y cerró la puerta tras él. Se asomó a la ventana pensando dónde estaría Hedwig. Hacía días que había salido a cazar y aún no había regresado. En esos momentos, y en respuesta a sus dudas, un dispar grupo de lechuzas se acercaba a su ventana, entre ellas Hedwig. Se apartó para dejarlas pasar y todas aterrizaron sobre la cama. Pig gorjeaba alegremente bajo la mirada de reproche de Hedwig y la otra lechuza. Cogió primero la carta de la lechuza marrón. Por la letra supo que era de Lupin. La carta que llevaba Pig debía ser de Ron, y Hedwig llevaba un sobre rojo entre las garras. — ¡Joder!—exclamó enfadado— ¡Un howler! Se abalanzó hacia la ventana para cerrarla, casi golpeando a la lechuza marrón que en esos momentos intentaba salir. Abrió el sobre, suplicando que su tía no oyese nada. —Harry, eres un desconsiderado. Supongo que ni siquiera has abierto nuestras cartas. Perdona que haya utilizado éste método, pero era la única forma de asegurarme de que escucharías lo que tengo que decirte. Ten mucho cuidado, hemos escuchado un par de conversaciones, y por lo que sabemos alguien podría intentar atacarte. Tal vez puedas reunirte con nosotros antes de principio de curso, y creo que deberías leer la carta de Remus. Te echamos mucho de menos, hasta pronto. Cuando la voz amplificada de Hermione terminó de hablar, el howler ardió y se convirtió en cenizas. Se notaba que Hermione había hablado lo más bajo posible, pero su voz, cien veces más fuerte de lo normal, le había levantado dolor de cabeza. Por suerte su tía no había oído nada, o ya estaría aporreando la puerta.
¿Atacarme? ¿Quién podría atacarme aquí? Dumbledore me lo dijo el año pasado: mientras puedas llamar hogar al sitio donde habita la sangre de tu madre, allí Voldemort no podrá tocarte ni hacerte ningún daño A Harry le picaba la curiosidad, así que abrió la carta de Lupin.
Querido Harry,
Créeme cuando te digo que sé como te sientes.
Estoy pasando por lo mismo, le echo mucho de menos.
Sólo quiero hacerte saber que no estás sólo.
Te quiero tanto como te quería Sirius, y espero que no
pienses que estoy tratando de reemplazarle.
A partir de ahora yo seré tu tutor en el mundo mágico
hasta que alcances la mayoría de edad.
Una vez que acabes tus estudios puedes vivir conmigo.
Si te sirve de algo, te juro que yo mismo tomaré venganza:
No descansaré hasta que Colagusano y Bellatrix paguen por lo
que hicieron.
Sólo quiero recordarte que tienes una familia, que te queremos.
No te culpes, no te encierres en ti mismo, entre todos podremos
superar esto.
Con cariño,
Remus.
Justo cuando terminó de leer oyó los gritos de su tía para que bajara a cenar, de modo que no tuvo mucho tiempo a pensar en lo que le decía Remus. —Ya era hora, mocoso—gruñó tío Vernon—Pero ni si quiera tú podrás estropearme el día. — ¿Ha pasado algo querido?—preguntó tía Petunia, mientras servía a Dudley, que estaba sentado dónde normalmente solía hacerlo su padre. Dudley le tenía tanto miedo Harry que ocupaba el sitio principal de la mesa porque era el más alejado de la silla de su primo. —Acabo de firmar el contrato más importante de mi vida. Si todo sale bien podremos comprar una casa más grande que ésta y viviremos como reyes—anunció con una gran sonrisa, semi oculta por el espeso bigote. — ¿Y me comprarás un ordenador nuevo? ¿Y otro teléfono móvil?—exclamó Dudley con la boca llena, escupiendo trocitos de verdura al hablar. —Te compraré todo lo que quieras, Dud—respondió Vernon, con los ojos mezquinamente fijos en Harry. Esa noche Harry se fue a dormir en cuanto terminó de cenar. Ni si quiera recordó que en unas horas cumpliría dieciséis años. A media noche una intensísima luz blanca le hizo despertar. Al principio no comprendía de qué se trataba, pero en cuanto se puso las gafas se dio cuenta de que la luz surgía de su baúl. Se levantó y lo abrió. La intensidad de la luz aumentó, y tuvo que protegerse los ojos con una mano. Palpó hasta encontrar lo que parecía la fuente de luz y lo cogió, entonces la luz comenzó a apagarse lentamente. Los círculos de colores que habían aparecido frente a sus ojos le impedían saber de qué se trataba. Unos segundos más tarde, lo descubrió. El espejo. El espejo de Sirius, que estaba totalmente reparado, como si nadie lo hubiese hecho pedazos. Lo alzó con manos temblorosas hasta que vio su cara reflejada en él. —Sirius Black. Durante un par de segundos su corazón dejó de latir, esperando ver aparecer el reflejo de su padrino, pero no sucedió nada. En un principio se sintió decepcionado, pero después, una extraña sensación de tranquilidad se apoderó de él. Pasó un buen rato preguntándose que significaría aquello, hasta que consiguió dejar la mente en blanco y dormirse. Soñó con Sirius. Se vio a si mismo viviendo feliz con su padrino, alejados de todo mal.
—Despierta. Harry abrió los ojos al notar un zarandeo. Era tío Vernon. Miró el reloj. Las ocho de la mañana.
—Vístete. En cinco minutos te quiero en la cocina. ¡Y no hagas ruido! A Harry no le apetecía verse envuelto en una discusión tan temprano, así que hizo lo que su tío le había dicho. Vernon bebió lo que quedaba de su café y se levantó. —Vamos. — ¿A dónde? —No hagas preguntas y vamos—dijo mientras salía al jardín. Harry le siguió, receloso por lo extraño de su comportamiento. Vernon se dirigió al coche y abrió la puerta del copiloto. —Sube al coche. —Pero, ¿a dónde vamos? Tío Vernon le cogió fuertemente por un brazo, lo empujo dentro del coche y cerró la puerta. Después subió al coche, arrancó y condujo por Privet Drive en dirección a la avenida Magnolia. Llegó a una intersección y tomó la desviación hacia Londres. — ¿D"NDE VAMOS? —A cerrar un negocio. — ¿Un negocio? ¿Y qué puñetas tengo yo que ver con tus negocios? —Oh, si... ya lo creo que tienes que ver... Después de todos estos años al fin vas a servir para algo... — ¿De qué coño estás hablando?—gritó Harry. —Una familia me ha ofrecido cinco millones de libras por quedarse contigo. ¡Cinco millones de libras! ¿Quién podría pensar que vales tanto...? Todos seremos felices: nosotros seremos asquerosamente ricos y tú seguro que estarás a gusto. Son unos fenómenos, cómo tu. En cualquier otra situación me avergonzaría de tener trato con ese tipo de gente, ¡pero que demonios!, el dinero siempre es dinero... Es el sueño de mi vida: que alguien me pague por deshacerme de ti... Harry estaba totalmente pálido. — ¿Cómo... cómo se llama esa gente? —Mal... Mal no se que... — ¿Malfoy?—preguntó Harry totalmente aterrado. —Si, ese es su nombre. ¿Los conoces? Harry tardó en contestar. Parecía que su cerebro se había ido a otra parte. —No... No puedes entregarme... son...Son... mortifagos. —Mira chaval, no sé que es eso, pero por mí como si son bailarinas. El año pasado unos deme-no-se-cuanto atacaron a mi hijo por tu culpa. Petunia insiste en no echarte de casa, tiene miedo de esos anormales amigos tuyos... Pero este hombre me ha asegurado que no nos harán nada, él nos protegerá. En cuanto tu tía lo sepa le encantará la idea Harry empezaba a marearse y estaba a punto de vomitar. No podía saltar del coche, a la velocidad que iban se mataría. Piensa, Harry, piensa... Voy a morir... voy a morir como un puto gilipollas... y ni siquiera tengo mi varita... Vernon tomó una desviación. Una señal indicaba que había una zona de descanso a quinientos metros. Harry sudaba muchísimo, y se golpeaba la cabeza con el puño, murmurando algo parecido a ¿por qué todo me pasa a mí...? Finalmente el coche se detuvo, y Harry alzó la vista. Vio un enorme coche negro y a dos hombres impecablemente vestidos con trajes muggle. Uno de ellos era McNair. El otro llevaba un maletín en la mano. Tío Vernon salió del coche, lo rodeó y obligó a Harry a bajarse. Harry intentó forcejear, pero su tío le había cogido fuertemente por la nuca y apretaba dolorosamente. — ¿Quién es usted?—preguntó Vernon receloso. —El señor Malfoy es un hombre muy ocupado, yo he venido en su lugar. Veo que no se ha echado atrás. —dijo McNair con una sonrisa de satisfacción pintada en su cara. Tío Vernon empujó a Harry, que cayó de bruces en el suelo. —Aquí lo tiene. ¿El dinero? — ¡AHORA!—gritó una voz ronca. Por suerte Harry estaba en el suelo, porque si no un montón de maldiciones hubieran impactado en él. Tío Vernon recibió una en toda la cara, que le dejó inmovilizado. Ojoloco, Mundungus, Lupin y Tonks habían aparecido de la nada lanzando maldiciones como locos. En un momento se formó un pandemoniun de chorros de luz de todos los colores, algunos de ellos verdes. De pronto todo acabó y Harry vio a Mundungus caer al suelo. Los dos mortifagos estaban irreconocibles debido a la combinación de maldiciones, y ambos yacían en el suelo en una posición extraña. Lupin se abalanzó sobre Harry para comprobar que estaba bien. — ¿HARRY? ¿Estas...? ¿Te han hecho algo?—preguntó mientras le abrazaba con fuerza. Harry no podía articular palabra. Lupin le ayudó a levantarse y vio cómo Ojoloco se acercaba a tío Vernon. —... Y tu... maldita sabandija... muggle rastrero... te advertí que te las verías conmigo...—murmuraba Moody mientras le apuntaba con la varita. Un enorme cuerno de rinoceronte ocupó el lugar de la nariz de Vernon, que se llevó las manos a la cara gimiendo de dolor y corrió a meterse en el coche. —Si... huye como una rata...—gruñó Ojoloco. Después hizo un movimiento de varita y tío Vernon desapareció junto con el coche. — ¡MOODY! ¿Qué has hecho con él?—chilló Tonks. —Le he enviado a otra carretera... en alguna parte cerca de Edimburgo... — ¿Cómo... Cómo habéis sabido...?—consiguió decir Harry. —Tonks estaba de guardia. Nos avisó de que te ibas en coche con tu tío y pensamos que algo andaba mal, así que os seguimos. —respondió Remus. — ¿Y tú? ¿En que demonios estabas pensando? Y supongo que ni siquiera tendrás tu varita...—le reprendió Ojoloco. —Oye, ¿alguien puede ´acerme caso?—gimió Mundungus. Tenía una fea quemadura en una pierna. —Tonks, lleva a Mundungus a San Mungo, esa pierna tiene mala pinta. Luego ve a Privet Drive y recoge las cosas de Harry—dijo Lupin. Tonks y Mundungus se desaparecieron. — ¿Cómo vamos a llevarle, Alastor? —Yo me encargo. A ver, chico, estate muy quieto—dijo Ojoloco mientras le apuntaba con la varita— Coorior Grimmauld Place. Harry cerró los ojos. Por un momento pensó que Moody iba a transformarlo en un hurón o algo así. Cuando volvió a abrir los ojos se encontraba en una parcela de hierba sin cortar, situada entre dos viejas y decrépitas casas. Lupin y Moody estaban a su lado. Remus le tendió un trozo de pergamino.
El cuartel general de la Orden del Fénix está ubicado en
el número 12 de Grimmauld Place, en Londres.
Acto seguido, la mansión Black apareció ante sus ojos.
Nota: Algol es un aethonan, una raza de caballo alado. Aparece en "Animales fantásticos y dónde encontrarlos"
