Capítulo 18. "Un Fulgor Llamativo"

– ¿No vienes Harry? – preguntó Hermione después de la clase de Herbología.

Esa había sido su última clase del día, y a petición de Ron, iban a descansar cerca del lago.

– No – respondió Harry –, tengo que hacer algo muy importante y no puede esperar a mañana.

– De acuerdo – terció Ron –, si quieres alcanzarnos, ya sabes dónde estamos.

De esta forma se separaron y se fueron en direcciones contrarias. Harry había optado por no decirle nada a sus amigos, porque estaba seguro de que Hermione no le permitiría llevar a cabo lo que tenía planeado: iba a esperar a Ékuva en su despacho y le preguntaría sobre su asunto con Colagusano.

Por suerte ya conocía el camino hacia el despacho de Ékuva, debido a que había estado ahí en varias ocasiones. Dobló por una esquina y siguió por un pasillo hasta que llegó a su meta. La puerta estaba cerrada, así que levantó la mano derecha y golpeó tres veces. Nadie contestó. Volvió a intentar con mayor insistencia, pero obtuvo la misma respuesta.

Aparentemente, Ékuva no se encontraba ahí. Eso hacía las cosas más difíciles, puesto que ella podía estar en cualquier parte. Harry se quedó ahí parado decidiendo adónde iría a continuación, pero el sonido de unos pasos hicieron que regresara a la realidad. Miró un extremo del corredor y vio que Ékuva se acercaba lentamente.

– Harry – dijo ella cuando se percató de su presencia –, ¿qué haces aquí?

– Quiero hablar contigo – respondió sin preámbulos.

– ¿Conmigo? – repitió con un dejo de incredulidad –. De acuerdo. Entremos al despacho.

Abrió la puerta y le indicó a Harry que pasara, después ella entró y cerró la puerta tras de sí. Ékuva le señaló una silla vacía frente a su escritorio, Harry se sentó y ella hizo lo mismo del lado opuesto.

No había gran decoración en el despacho. En realidad, Harry ya lo había visto igual de vacío una vez: cuando Remus era su profesor. Sólo un detalle llamó mucho su atención: en una esquina cercana al escritorio reposaba una guitarra acústica y un poco más alejado se encontraba un piano.

Debió ser realmente obvio que Harry miraba los instrumentos, porque Ékuva dijo súbitamente:

– Una de mis más grandes pasiones: la música. Mis amigas y yo formamos un grupo musical. Ibamos a ser más famosas que Las Brujas de Macbeth, pero ciertas cosas interfirieron con nuestros planes y . . . en fin, estoy segura que no estás aquí para escuchar sobre mis sueños frustrados, ¿de qué quieres hablar?

– De Peter Pettigrew – respondió de inmediato.

Ékuva lo observó muy seria y por un momento Harry creyó que estaba enfadada, pero entonces ella suspiró y miró el techo mientras decía:

– Sabía que esto pasaría, y para ser sincera, me sorprende que tardaras tanto. Te esperaba desde hace mucho.

Ékuva se puso cómoda en su silla y miró a Harry fijamente.

– Lo primero que debes saber es que yo . . .

Unos fuertes golpes a la puerta hicieron que dejara la frase inconclusa.

– ¿Sí? – exclamó Ékuva.

La puerta se abrió y dio paso a la profesora McGonagall.

– Profesora, ¿qué sucede? – inquirió la joven.

– Lamento la intromisión Ékuva, pero el director me ha pedido que te diga que quiere hablar contigo, si no te molesta.

Ékuva meditó un instante y volvió la vista a Harry.

– Si deseas esperarme podremos continuar con esto, no creo tardar mucho.

Harry asintió lentamente mientras ella se levantaba de su silla y salía del despacho junto con McGonagall.

De cierta forma Harry se sentía un poco aliviado; ya había dado el primer paso y Ékuva no se negó a hablar. Se acomodó en su silla no pudiendo evitar que una oleada de satisfacción lo invadiera.

En ese momento un destello cerca del piano llamó su atención. Su curiosidad afloró y sin pensarlo se dirigió al lugar del que provenía aquella luz.

Cuando encontró la fuente de ese resplandor, no se sorprendió, porque ya tenía sospechas de lo que era y comprobó que estaba en lo cierto: se trataba de un pensadero. Mas no era el que Harry estaba habituado a ver (el que poseía Dumbledore), sino uno pequeño, de color negro y con incrustaciones de piedras preciosas de un verde intenso. Seguramente le pertenecía a Ékuva.

Esto hizo que la curiosidad de Harry se incrementara. Miró hacia la puerta, ella había dicho que no se tardaría mucho, pero si pasaba lo contrario, Harry tendría tiempo para desvelar los misterios tras Ékuva Roswell.

Volvió la vista al recipiente y contempló la sustancia plateada que reposaba dentro. Eran los pensamientos de su profesora, esos secretos que ella guardaba, lo que había vivido, y sobre todo, lo que Colagusano le había hecho. Era una oportunidad que no se le volvería a presentar.

No fue necesario que continuara cavilando: se inclinó sobre la vasija y se dejó envolver por los pensamientos de Ékuva. Al instante fue absorbido y llevado al interior del recipiente.

Tenía una extraña sensación en el estómago, era como si muchas mariposas revolotearan dentro de él. Pero a pesar de que Harry no paraba de dar vueltas, estaba seguro de que no se debía a eso lo que sentía en su interior. Lo que lo invadía era una emoción infinita, era como una corriente eléctrica que comenzaba en su cerebro y terminaba en los dedos de sus pies.

Estaba totalmente seguro de que ahí, en ese pensadero, encontraría las respuestas a muchas de sus preguntas. Descubriría el gran secreto detrás de esa extraña joven.