Capítulo 19. "Pensamientos Ocultos"

Súbitamente sus pies golpearon el suelo. Esto sucedió tan de pronto, que Harry no tuvo tiempo de reaccionar y cayó inevitablemente, perdiendo el equilibrio. Se incorporó embargado por una gran emoción y al levantar la vista se decepcionó terriblemente. Él esperaba ver el pasillo de un colegio desconocido, pero en lugar de eso, se encontró en medio del vestíbulo principal de Hogwarts. Probablemente ese era un recuerdo reciente, porque según sabía Harry, Ékuva no había estado en Hogwarts hasta el momento en que fue designada profesora.

Una vez que hubo asimilado esto, se asombró al darse cuenta de que el pasillo en donde se encontraba estaba atestado de estudiantes que salían del Gran Comedor.

Harry comenzó a buscar rostros conocidos entre aquellos jóvenes que caminaban en distintas direcciones, pero nadie le parecía familiar. Y entonces, a lo lejos, Harry distinguió una espalda conocida. Era la de una joven con el cabello negro, muy corto (de hombre) y peinado hacia arriba. Aparentemente escribía algo.

Se encaminó al lugar en donde ella estaba, y no intentó esquivar a los alumnos; al estar dentro del pensadero no era necesario evitarlos porque no podían ver a Harry y por lo tanto tampoco podían sentirlo.

Cuando estaba a punto de alcanzar a Ékuva, escuchó que una voz femenina gritaba, mas no fue un grito común, había sido una palabra pero Harry no pudo distinguir cuál era.

La joven que tenía delante levantó la cabeza y giró sobre sus pies, quedando de frente a Harry, quien interrumpió su caminata y se quedó ahí, estático. Se dio cuenta de que esa joven no era Ékuva. Físicamente era idéntica a su profesora, pero un pequeño detalle las diferenciaba: sus ojos. Esa joven tenía los ojos de un bonito café oscuro, además llevaba gafas. Harry sabía que el color de los ojos se podía cambiar con pociones, pero los de Ékuva no sólo eran de otro color, eran otros ojos.

Otra diferencia notable era la vestimenta: Ékuva siempre vestía de negro, y esa joven tenía puesto el uniforme de Hogwarts, mas no el que le correspondía bajo su condición de mujer, sino el uniforme de los hombres. Obviamente ella era una estudiante del colegio. Esta situación confundía mucho a Harry, y tal vez fue por eso que no se percató de que dos muchachas se acercaron a la supuesta Ékuva y se pusieron a platicar animadamente:

– Y, ¿cómo te fue en el TIMO?

– Supongo que bien.

– Oh por favor Anya, seguramente obtendrás un Extraordinario . Defensa Contra las Artes Oscuras es tu materia favorita.

Así que ese era el nombre de aquella joven de cabello corto: Anya. Harry no sabía por qué, pero ese nombre le resultaba familiar, ya lo había escuchado antes pero, ¿dónde?

– ¿Qué les parece si vamos a descansar junto al lago? – preguntó una de ellas.

Las otras asintieron y avanzaron por el largo corredor. Harry las siguió pensativo. Si aquella muchacha no era Ékuva y sin embargo existía un parecido asombroso entre ambas, lo más seguro es que fuera su familiar, probablemente su madre. Eso explicaría la diferencia de los ojos.

Cuando les faltaba poco para llegar a la puerta que conducía al lago, vio como una joven de cabello rojo oscuro y ojos de un verde intenso entraba al castillo hecha una furia. Era la madre de Harry.

– ¡Lily! – dijo Anya –, ¿qué sucede?, ¿te encuentras bien?

– ¡ES ÉL OTRA VEZ! – estalló furiosa –. ¡ES UN COMPLETO IDIOTA! ¡NO SÉ CÓMO LO SOPORTAS!

Dicho esto, giró a su derecha y se unió a la multitud de alumnos que caminaban por el vestíbulo.

– Vayan a calmarla, ¿de acuerdo? – pidió Anya al tiempo que le daba sus libros a una de sus amigas –. Tengo trabajo que hacer.

Las dos muchachas asintieron y siguieron a Lily, mientras Anya salía por la puerta que conducía al lago. Harry no tuvo más opción que seguirla, puesto que ese recuerdo le pertenecía.

Cerca del lago había un grupo de estudiantes que miraban entretenidos cómo uno de sus compañeros estaba colgado de cabeza en el aire.

– Oh no – murmuró la joven y comenzó a correr hacia allá al tiempo que sacaba su varita.

Harry hizo lo mismo, pero ahora su curiosidad lo había alentado a correr tras ella. Él ya había estado en ese recuerdo, aunque aquella vez no pudo terminar de verlo porque Snape lo había interrumpido.

– ¿Quién quiere ver cómo le quito los calzoncillos a Snape? – la voz de James Potter llegó hasta los oídos de Harry.

Estaba en lo cierto, lo que veía era la continuación de aquel recuerdo de Snape.

James se acercó amenazadoramente a Snape, quien aún estaba de cabeza, pero antes de que pudiera hacer algo, Anya gritó:

¡EXPELLIARMUS! – las varitas de James y Sirius volaron de sus manos y Snape cayó estrepitosamente –. ¡Accio varitas!

– ¡No! – exclamó James –, ¿por qué siempre nos arruinas la diversión?

– Devuélvenos las varitas – dijo Sirius en tono autoritario.

– No les voy a dar nada – repuso Anya desafiante –. ¿Y ustedes qué están mirando? – exclamó dirigiéndose a los alumnos que estaban viendo aquella escena –. ¡Lárguense! El espectáculo ya terminó.

Los espectadores expresaron su inconformidad con murmullos incesantes. Anya se había acercado a Snape y lo estaba ayudando a levantarse. Harry notó que la joven también tenía la varita de Snape en la mano, probablemente para evitar que volviera a comenzar la riña.

– Voy a acompañar a Severus hasta su sala común – dijo Anya –, y cuando regrese, más les vale estar aquí, tengo que hablar con ustedes.

Tomó a Snape del brazo y lo llevó hasta el castillo. Harry fue detrás de ellos. Cuando se acercaban a las mazmorras, Anya susurró:

– Realmente lamento lo que pasó arriba Severus, sé que tal vez lo que te diga no te servirá de nada, pero te ofrezco mi más sincera disculpa.

– No eres tú quien debe disculparse – corrigió Snape –, tú no hiciste nada malo . . .

– Escucha – interrumpió ella –, voy a hablar con James, esto debe terminar.

Habían parado su caminata y se miraban frente a frente.

– Creo que hasta aquí puedo llegar – dijo Anya y le devolvió su varita –. Nos vemos.

Al terminar la frase dio media vuelta y regresó sobre sus pasos. Harry aprovechó ese momento para pensar. Ya no cabía duda alguna, aquel recuerdo no le pertenecía a Ékuva, sino a su madre.

Cuando volvieron al punto de partida se dieron cuenta de que James y sus amigos se habían sentado una vez más junto al lago, como si no hubiera pasado nada.

– ¿Nos vas a dar nuestras varitas? – inquirió James en cuanto vio que la joven se les acercaba.

– No – contestó escuetamente –, primero vamos a hablar del por qué les encanta hacerse notar.

– ¡No nos encanta hacernos notar! – reclamó James al tiempo que se ponía en pie de un brinco.

– ¡Oh claro que sí! – lo contradijo Anya –, ¿no siempre haces esto? – y con su mano derecha imitó a James cuando se despeinaba –. Crees que te mereces toda la atención.

– Ya basta Anya – dijo Sirius poniéndose frente a ella.

– ¿Qué pasa, no te gusta oír la verdad? Tú eres igual que él, quieres que todos se fijen en ti.

– Anya – comenzó Peter – creo que . . .

– ¡Tú no tienes derecho a opinar! – estalló tajante –, ¡siempre estás celebrándoles todo lo que hacen!

– Será mejor que dejemos las cosas como están – sugirió Remus.

– Sabía que dirías eso – repuso molesta –. ¡Eres un prefecto pero jamás has hecho algo para impedir las estupideces de tus amigos!

– ¡Ya es suficiente! – exclamó James –, ¡no vamos a permitir que nos insultes!

James hizo un ademán de irse, pero Anya gritó:

– ¡No te atrevas a dejarme hablando sola!

– ¿Y qué piensas hacer para impedirlo? – dijo James con insolencia –. Es mejor que no te metas conmigo.

– Chicos – comenzó Remus – creo que debemos tratar de calmarnos y . . .

– ¡Oh es verdad! – interrumpió la joven airada –, debo tener miedo porque me puedes maldecir, ya que crees que tienes la autoridad para hacer eso . . .

– Chicos . . .

– ¡No pongas palabras en mi boca!

– ¡Mejor pongo mi puño en tu boca!

– ¡Oh por favor! – espetó James en tono sarcástico –, no podrías hacerme nada, eres muy débil.

– ¿Qué dijiste? – inquirió la joven conteniendo la furia.

– ¡QUE ERES MUY DÉBIL!

Hasta Harry supo que eso había sido un error. Antes de que pudieran hacer algo, Anya le asestó un puñetazo en la cara a James, quien cayó de espaldas con las manos en el rostro. La joven se preparó para seguir atacando, pero Remus y Sirius la detuvieron de ambos brazos.

– ¡Suéltenme! – gritó mientras forcejeaba arduamente –, ¡te voy a enseñar qué tan débil soy!

– ¡Mi nariz! – James se había sentado y una hemorragia comenzó a brotar de su nariz –. ¡Me rompiste la nariz!

– ¡Y te voy a sacar los dientes! ¡Suéltenme!

– ¡Anya ya basta! – dijo Remus firmemente –. Eres una prefecta, debes mantener la compostura.

Estas palabras hicieron que la joven reaccionara y dejara de luchar para soltarse. Cuando su respiración se hubo normalizado, se acercó a James y tiró de él para levantarlo. Después lo llevó al interior del castillo. Los demás fueron tras ellos. Al parecer se dirigían a la enfermería. Una vez ahí, Anya les devolvió sus varitas y se alejó con paso decidido.

Antes de que Harry pudiera seguirla, la habitación comenzó a desvanecerse. Estaba cambiando de recuerdo. A continuación, se vio en medio de la sala común de Gryffindor. Anya estaba sentada cerca de una ventana, absorta en una redacción.

En ese momento alguien entró por el agujero que estaba detrás del retrato de la Señora Gorda y se encaminó al lugar en que se encontraba la joven. Era James.

– ¿Puedo hablar contigo? – le preguntó un poco temeroso.

– Si eres capaz de mover los labios y la lengua para emitir palabras, supongo que puedes – contestó sarcástica y sin levantar la vista.

James no se molestó con esa respuesta, puesto que se sentó frente a ella y comenzó a hablar:

– Quiero disculparme por lo que te dije allá afuera.

– No es conmigo con quien debes disculparte James, lo sabes – repuso ella con calma –. Yo ya me cobré lo que dijiste rompiéndote la nariz.

– Si lo que pretendes es que le pida perdón a ese . . .

– Lo único que pretendo es ayudarte con Lily – interrumpió bruscamente y levantando la vista finalmente –, tal y como me lo pediste, pero francamente me resulta muy difícil lograrlo si cada vez que estás cerca de ella cometes alguna estupidez. Con eso sólo reafirmas la opinión que ella tiene sobre ti.

– Pero no puedo evitarlo . . . ese tipo me . . . además, ¿por qué lo defiendes tanto?

– Porque ustedes han decidido hacerle la vida imposible.

– ¿Es sólo por eso? ¿Si fuera otra persona lo defenderías igual?

– Por supuesto que sí.

– Me alegra saberlo, pero te sugiero que no lo hagas, él podría mal interpretarlo.

Anya lo miró con el entrecejo fruncido y luego añadió:

– Escucha, sé que no puedo evitar que tú y él peleen, pero si de verdad quieres llegar a algo serio con Lily, debes aprender a controlarte.

James no dijo nada. Harry supuso que estaba pensando, ya que él adoptaba la misma expresión absorta cuando cavilaba.

– ¿Esto significa que tú y yo ya no estamos enojados? – inquirió él súbitamente.

– Sí – admitió ella con una ligera sonrisa –, ya no estamos enojados.

– Qué bien, porque tengo una pregunta que hacerte.

Anya lo miró intrigada.

– ¿Qué . . .

– En realidad no es una pregunta mía – aclaró –. Es de Sirius.

– Ah . . .

– Verás, el próximo fin de semana es San Valentín y tenemos programada una excursión a Hogsmeade, y me pidió que te preguntara si quieres ir con él.

Anya lo observó detenidamente y Harry pudo ver que un ligero rubor enmarcaba sus mejillas.

– ¿Por qué no vino él a preguntar? – inquirió la joven.

– Pues no lo sé – respondió James cruzándose de brazos –. Tal vez le da pena.

– Pues puedes decirle a tu amigo que si quiere saber mi respuesta, venga a preguntarme personalmente.

– ¡Yo no soy tu mensajero!

– ¿Y de él sí? – cuestionó sarcástica.

James la miró unos segundos y después murmuró:

– Vuelvo enseguida.

Se levantó y se alejó a paso ligero. A Harry le hubiera encantado ir detrás de él, pero sabía que era imposible. Vio a Anya una vez más. Ya no estaba concentrada en su redacción, sino que tenía la vista perdida en el paisaje de la ventana. Una ligera sonrisa se dibujaba en sus labios.

Unos minutos después James regresó y sin preámbulos le espetó:

– Dice que no puede porque le da pena.

– Entonces me temo que se quedará con la duda.

– Anya, ¿por qué lo tratas así? – inquirió James –. A ti te gusta Sirius, se te nota cuando lo ves.

– Pues sí – confirmó la joven –, pero, dado como es él, no me explico por qué le avergüenza preguntarme.

– Bueno, tal vez si no te cortaras el cabello así, y usaras el uniforme que te corresponde, no le sería tan difícil . . .

– ¡Ahora vas a criticar mi modo de vestir!

– ¡Pues no sé cómo es posible que no te regañen los profesores por tu exhibicionismo!

– ¡A ellos no les interesa cómo me visto, mientras pueda hacer magia correctamente!

– No quiero volver a pelear – atajó James –, si te interesa tanto, ¿por qué no vas y le preguntas tú?

– ¡Pues eso es lo que voy a hacer! – exclamó mientras se levantaba –. ¡Yo misma le preguntaré!

Dicho esto se dirigió a la parte trasera del retrato y se fue. Harry caminaba a su lado mientras pensaba. De pronto ella se detuvo y miró a su alrededor.

– Olvidé preguntarle dónde estaba – susurró para sí misma.

Cuando ella se disponía a reemprender la marcha, una voz la llamó desde el otro lado del corredor. Era Snape.

– ¿Qué pasa Severus? – preguntó cortésmente –, ¿puedo ayudarte en algo?

– Bueno – comenzó Snape algo nervioso –, yo . . . me preguntaba si . . . Hogsmeade . . . este fin de semana . . . sólo si tu quieres . . .

Anya lo miraba con expresión de incertidumbre, pero Harry intuyó que sí había comprendido lo que Snape trataba de decir, porque le murmuró muy despacio:

– Lo siento mucho, ya quedé con otra persona.

– Oh, no hay problema – Snape parecía desilusionado. Se dio la vuelta para alejarse, pero sólo había dado unos cuantos pasos cuando inquirió –: ¿Con quién vas?

– Con Sirius Black – respondió ella con calma.

El rostro de Snape se contrajo de ira y se alejó con paso decidido, murmurando cosas sin sentido. La joven se quedó ahí parada, viendo cómo se marchaba, y de pronto . . .

– ¡Anya! – la voz de Sirius resonó a espaldas de la muchacha, quien dio un respingo y se volvió hacia él.

– ¡Sirius! Que bueno que te . . .

– ¿Qué demonios hacías hablando con ese sujeto? – inquirió furioso.

– ¿Disculpa?

– ¡No quiero que hables con él!

– ¿Acaso estás loco? Tú no puedes llegar a decirme con quién debo hablar y con quién no.

– ¡TE LO PROHIBO TERMINANTEMENTE!

¡ZAS! Una tremenda cachetada hizo que Sirius se tambaleara.

– ¡Cuando te conocí pensé que eras diferente! – espetó Anya irritada –, ¡pero me equivoqué! ¡No eres más que un estúpido, presumido y pedante! ¡Por si no te has dado cuenta, yo no soy un objeto que te puede pertenecer y estás loco si piensas lo contrario!

Cuando terminó de hablar, dio medio vuelta para alejarse, pero antes de que diera un paso, Sirius la tomó del brazo, la giró hacia sí y la besó tiernamente en los labios. James tenía razón: ella sentía algo por Sirius, y a juzgar por la escena, era algo recíproco.

De pronto, el recuerdo comenzó a disiparse una vez más. En ese punto los pensamientos comenzaron a mezclarse y Harry lo dedujo porque a continuación, vio muchas escenas de Sirius y Anya en Hogwarts, en Hogsmeade o en la sala común de Gryffindor, siempre juntos. Se veían muy felices.

En uno de los pensamientos, Harry vio algo que lo dejó frío. Snape hablaba desesperadamente con Anya, y antes de que el recuerdo cambiara, pudo escuchar un poco de la conversación:

– Anya, no te cases con Black – suplicaba –, ¿qué te da él que no pueda darte yo?

– No se trata de lo que él me da – respondió ella –, se trata de lo que yo le doy a él y no puedo darte a ti.

El recuerdo se desvaneció. Súbitamente vio a Anya sentada en una bonita sala, con un bebé de cabello negro azabache y ojos de un verde impresionante en brazos, y acompañada de Lily y James.

Todo cambiaba otra vez y en instantes se vio a sí mismo al pie de la puerta del número 4 de Privet Drive, con la varita en la mano, mirando a una mujer envuelta en una capa.

– ¿Quién eres? – Harry escuchó a su propia voz formular esa pregunta.

– Eso no es importante, tenemos que irnos enseguida – respondía aquella mujer –. Te espero afuera.

El recuerdo cambió una vez más, pero antes de que se escenificara otro pensamiento, una mano se posó en el hombro derecho de Harry. Sobresaltado, giró la cabeza y se encontró con los extraños ojos de Ékuva. Ella no le dijo nada, simplemente lo sacó de ahí y en segundos se encontró fuera del pensadero, en medio del despacho de su profesora.

La joven avanzó lentamente hasta que alcanzó su silla y se sentó sin inmutarse ni un poco. Harry no sabía que pensar, tal vez ella estaba enojada, y si así era, tenía todo el derecho de estarlo, porque Harry había llegado demasiado lejos.

– Lo siento Ékuva – balbuceó torpemente –, no debí de . . .

– No te preocupes – repuso ella –. Yo tuve la culpa por haber dejado mi pensadero a tu alcance, ya me habían dicho que tiendes a curiosear . . .

– ¿Estás molesta?

– No – contestó con una sonrisa –. La curiosidad es algo muy natural en el ser humano, pero te aconsejo que no siempre sigas tus impulsos, puede traerte problemas.

Harry asintió y se sentó frente a ella.

– Bueno – murmuró Ékuva –, después de lo que has visto, supongo que con mayor razón querrás que hablemos.

– Si no te molesta – respondió sincero.

– Por supuesto que no. Como ya te dije, sabía que esto pasaría y creo que es tiempo de que sepas que . . .

Unos golpes a la puerta la interrumpieron. Ésta se abrió inmediatamente y Snape entró a la habitación. Se quedó petrificado cuando vio a Harry ahí.

– ¿Qué sucede Severus? – inquirió Ékuva cordialmente.

– Necesito hablar contigo – contestó sin rodeos.

– ¿No es algo que pueda esperar?

– Me temo que no.

– De acuerdo – respondió ella –. Creo que es mejor que platiquemos después Harry, al parecer, hoy no es un buen día para que hablemos.

Harry pensó lo mismo y decidió no seguir insistiendo, así que se incorporó y salió del despacho. Estuvo tentado a quedarse detrás de la puerta que se acababa de cerrar y escuchar la conversación, pero lo que Ékuva le dijo sobre sus impulsos daba vueltas en su cabeza. Por respeto a su profesora, se alejó de ahí y se encaminó a la sala común de Gryffindor, decidiendo si debía contarle o no a sus amigos lo que había visto en ese pensadero.