Capítulo 20. "La Pregunta Enigmática"

– Y entonces me alejé de ahí – concluyó Harry ante la mirada atónita de sus amigos. Había optado por contarles lo que vio en el pensadero de Ékuva.

Los observó atentamente y en silencio, esperando que alguno hablara y le aclarara todas sus dudas, pero como ninguno hizo comentario, se vio obligado a insistir:

– ¿Qué opinan?

– Bueno Harry – comenzó Hermione –, creo que lo que tú piensas es verdad: ese recuerdo no era de Ékuva, sino de su madre.

– Y su madre conoció a tus padres – complementó Ron.

– Y tú conociste a Anya en las vacaciones – agregó Hermione.

– ¿Te das cuenta de lo que eso significa Harry? – inquirió Ron emocionado.

– ¿Qué? – preguntó sin entender.

– Que es por eso que Snape se intimida tanto cuando Ékuva está cerca – explicó deprisa –, si lo que tú dices es cierto, ella es la viva imagen de su madre y al parecer, Snape sentía algo por Anya.

– Es verdad – corroboró Harry bastante sorprendido, puesto que él pensaba que era el único que se había percatado de la actitud de Snape, y evidentemente estaba en un error.

Permanecieron unos minutos en silencio, asimilando esa información, cuando de repente, Hermione exclamó:

– ¡Tal vez a eso se refería Ékuva!

Los dos la miraron con expresión de incertidumbre.

– ¡Es tan obvio! – dijo levantándose súbitamente de donde estaba sentada y poniéndose a caminar frente a ellos, con los ojos clavados en el suelo.

– ¿A qué te refieres? – inquirió Ron un poco asustado.

– ¿Qué no lo ven? ¡Si está clarísimo! ¡De eso hablaba Ékuva!

– ¡Por supuesto! ¡Ahora lo entiendo todo! – repuso Ron en tono sarcástico.

Hermione lo miró un poco exasperada, pero haciendo uso de toda su paciencia, se volvió a sentar frente a ellos y se dispuso a explicarles:

– ¿Recuerdan cuando Ékuva encontró a Peter Pettigrew en esa habitación?

– Nos acordamos – contestaron al unísono.

– Pues bien – prosiguió pausadamente –, ella dijo que él le había arruinado la vida . . .

– Sí.

– ¡Pues ahí está! – concluyó triunfal.

Harry miró ceñudo a Ron y luego a Hermione, tratando de comprender el punto de su amiga, pero por donde lo viera, aquello parecía no tener ni pies ni cabeza.

– ¡¿Qué no lo entienden?! – exclamó Hermione perdiendo la paciencia –. ¡Pettigrew seguramente le hizo algo a Anya y por eso Ékuva está resentida con él!

– Pero Hermione – intervino Ron –, ¿qué le pudo haber hecho a Anya?

– No lo sé – admitió su amiga –, pero creo que eso es lo más lógico.

– Puede que tengas razón Hermione – terció Harry pensativo – Ron, ¿recuerdas cuando te pregunté sobre Anya? Tú dijiste que nunca le viste el rostro porque siempre lo llevaba cubierto . . .

– Tal vez quedó deforme por algún ataque – aventuró el pelirrojo.

– Y por eso Ékuva lo odia – finalizó Hermione con una mirada significativa.

El silencio envolvió la sala común mientras ellos pensaban en lo que acababan de deducir. Ahora todo tenía sentido: por eso Ékuva se veía tan alterada, por eso había hecho todo lo posible por matar a Peter.

– Sólo estoy reclamando lo que es justo – dijo Harry por lo bajo.

– ¿Qué? – inquirió Ron acercándose un poco más a su amigo para poder escuchar mejor.

– Sólo estoy reclamando lo que es justo – repitió elevando la voz –, eso es lo que Ékuva le dijo a Colagusano antes de que intentara matarlo.

– ¡Claro! – exclamó Hermione –. ¡Ella buscaba venganza y es por eso que se molestó tanto con Dumbledore, seguramente se sintió muy frustrada al no poder cobrarse esa deuda!

– Ahora todo cuadra – susurró Ron mientras veía su reloj y daba un largo bostezo –. Ya es muy tarde, es mejor que nos vayamos a dormir.

Los tres se levantaron y se dirigieron a sus respectivos dormitorios.

– ¿Y dónde está Joey? – inquirió Harry súbitamente.

– Se fue a dormir hace horas – respondió Ron –, dijo que le dolía mucho la cabeza y prefirió acostarse temprano.

Entraron silenciosamente al dormitorio, tratando de no despertar a sus compañeros.

– Tal vez es mejor así – murmuró Harry para sí una vez que los dos estuvieron acostados –, no creo que Joey entienda . . .

El cansancio hizo que dejara la frase inconclusa. Acababa de caer en un profundo sueño. Estaba corriendo por entre los árboles del Bosque Prohibido. En un principio pensó que corría sin un sentido fijo, pero cuando enfocó bien la vista, se dio cuenta de que alguien delante de él le indicaba el camino que debía seguir.

De pronto una intensa luz blanca iluminó todo el bosque e hizo que Harry perdiera visibilidad durante unos pocos segundos. Cuando recuperó la vista, ya no se encontraba en el bosque, sino en medio de un enorme desierto. No entendía cómo había llegado hasta allí. El viento le soplaba en la cara. Dio media vuelta para que la arena que el viento levantaba no se le siguiera metiendo a los ojos, y vio con sorpresa que se encontraba ante una ciudad completamente en ruinas.

La única manera de entrar a esa ciudad era atravesando un arco de piedra, resguardado por unas imponentes gárgolas. Harry avanzó por inercia hacia ese punto y conforme se acercaba, se dio cuenta de que además de las enormes estatuas de piedra, dos figuras encapuchadas vigilaban la entrada del recinto.

Paró en seco invadido por una gran emoción. No sabía por qué pero sentía que la respuesta a todas sus preguntas se encontraba del otro lado de ese portal. De pronto la figura de Ékuva apareció frente a él. Lo miraba fijamente y en silencio. Repentinamente extendió su mano derecha, mostrándole un objeto circular parecido a un reloj.

Era una Onimac, mas no cualquiera, en la tapa del artículo, con unas finas líneas doradas, se perfilaba la palabra Harry . Era la brújula que le habían regalado los Weasley en su cumpleaños.

– Esto te ayudará – susurró Ékuva con una voz distante y apagada.

– ¿Cómo me . . .

– ¡HARRY! – la voz de Ron lo despertó tan súbitamente, que se levantó de la cama de un brinco, con el corazón palpitándole fieramente contra el pecho.

– ¿Qué pasa? – preguntó con un hilo de voz.

– ¡Es tardísimo! – contestó su amigo mientras se movía de un lado a otro por toda la habitación – ¡Rápido, vístete! ¡Faltan diez minutos para que la primer clase comience!

– ¿Por qué no me despertaste antes? – inquirió Harry indignado.

– ¡Porque yo también me acabo de levantar!

Como pudieron, lograron salir en menos de cinco minutos y a toda velocidad abandonaron la torre de Gryffindor, dirigiéndose al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, su primer clase del día.

– Pensé que no vendrían – dijo Hermione cuando sus amigos atravesaron la puerta a trompicones.

– ¿No ha llegado Ékuva? – preguntó Ron, ignorando aquel comentario y escudriñando el salón.

– No – respondió Joey –. Es muy extraño, ella siempre es muy puntual.

Pasaron quince minutos y Ékuva no aparecía. La inquietud se apoderó de todos los alumnos.

– ¿Crees que le pasó algo? – le susurró Ron a Harry.

– No lo sé – contestó con una ligera nota de angustia –, espero que no.

De pronto la puerta se abrió y Ékuva entró apurada.

– ¡Lamento la demora! – se disculpó –, ¡comenzaremos ahora mismo!

La clase transcurrió con normalidad, sin más contratiempos ni interrupciones.

– ¡Me estoy muriendo de hambre! – exclamó Ron cuando la campana resonó en el aula, indicando el final de la clase.

– Yo también – concordó Harry, pues ambos se habían saltado el desayuno –, ¿qué les parece si bajamos a la cocina a comer?

– Yo no puedo – repuso Joey –, le dije a Neville que lo ayudaría con sus movimientos de Tae Kwon Do.

– Bueno, entonces nos vemos en la siguiente clase – dijo Ron.

– De acuerdo – convino Joey y salió del salón.

Cuando se disponían a irse, una voz sonó a sus espaldas:

– Harry – el muchacho giró sobre sus pies para poder ver de frente a la persona que lo llamaba. Era Ékuva –, ¿puedo hablar contigo?

– Claro – contestó Harry.

– Bueno – comenzó Hermione un poco incómoda – será mejor que nosotros nos . . .

– No tienen que irse – la interrumpió Ékuva –, en realidad, es algo que también les incumbe. Vamos a mi despacho.

Dicho esto los cuatro abandonaron el aula, y se encaminaron al despacho. Una vez ahí, Ékuva cerró la puerta con magia e hizo aparecer dos sillas más aparte de la que ya estaba ahí, de esta forma los tres chicos pudieron sentarse frente al escritorio.

– Supongo que quieres hablar sobre lo del otro día – empezó Harry –, he estado pensando y . . .

– Eso no es importante en este momento – lo atajó Ékuva al tiempo que se sentaba frente a ellos –. ¿Les apetece un poco de té?

Los tres asintieron. Con un movimiento de varita, la joven hizo que aparecieran cuatro tazas humeantes de té. Todos tomaron una y bebieron unos sorbos en silencio.

– Si no es de eso de lo que quieres hablar – dijo Harry –, entonces ¿de qué?

– Harry lo que voy a decirte es algo muy delicado – repuso colocando su taza sobre el escritorio y entrelazando sus manos –, pero después de razonarlo mucho, llegué a la conclusión de que es algo que debes saber.

– ¿Y qué es?

Ékuva lo miró fijamente a los ojos y luego preguntó muy lentamente:

– ¿Qué pensarías si yo te dijera que podemos traer a Sirius de vuelta?