5
¿Sueño o realidad?
Una mañana, un ensordecedor grito estremeció la mansión Black.
Harry y Ron, soltaron todo lo que tenían entre manos y se miraron mutuamente, asustados.
Salieron rápidamente al pasillo, y casi chocan contra Ginny y los gemelos.
Molly y Arthur subían las escaleras corriendo, totalmente pálidos.
Ron fue el primero en reaccionar.
—Hermione...
Salió disparado escaleras arriba, hasta el tercer piso.
Harry y los demás corrieron tras él.
Cuando pudieron alcanzarle vieron a una Hermione pálida, con el rostro desencajado, que lloraba entre los brazos de Ron.
Estaban frente a la habitación de la madre de Sirius.
Harry se acercó a la puerta. Temía que algo le hubiese pasado a Buckbeak, pero la escena que vio era muy distinta.
La imagen era grotesca: sangre por todas partes, y el hipogrifo, furioso, pateaba algo que parecía un saco.
En un segundo vistazo Harry comprendió que no era un saco, sino Kreacher.
O mejor dicho, el cuerpo de Kreacher, porque su cabeza había sido separada del tronco y reposaba en una esquina de la habitación, en medio de un charco de sangre.
Al contrario de todos los demás, que se habían agolpado en el marco de la puerta, Harry no conseguía apartar la vista del mutilado elfo.
Se oyeron unas arcadas y Ginny salió corriendo, seguramente en dirección al baño.
Si las cosas hubiesen acaecido de forma diferente, la reacción de Harry también hubiera sido diametralmente distinta. Jamás había sido cruel y despiadado, pero no podía menos que alegrarse. Aquel gusano era en gran parte el culpable de la muerte de Sirius.
Una sensación de bienestar recorrió su cuerpo, y entró en la habitación.
Hizo oídos sordos a las súplicas de los demás para que se detuviera.
Se situó frente a Buckbeak y clavó sus ojos en los del animal, para después hacer una leve inclinación con la cabeza.
El hipogrifo estaba nervioso, pataleaba y chasqueaba el pico de forma amenazante, pero finalmente hizo una profunda reverencia y permitió que Harry se le acercara.
Harry le acarició, manchándose con la sangre que Buckbeak tenía en el pico, hasta que el animal estuvo totalmente calmado.
Remus, que acababa de llegar, miraba a Harry de una forma extraña, como si fuese un completo desconocido.
—Harry...
—Después de todo ha muerto como él quería. Creo recordar que su mayor aspiración era ser decapitado y que colgaran su cabeza de la pared...
Lo dijo con una fingida aflicción, pero el brillo de sus ojos demostraba que la muerte del elfo era lo mejor que le había pasado en todo el verano.
—Será mejor que saquemos a Hermione de aquí—dijo Molly, recuperando la compostura—llévala a su habitación Ron.
Ron obedeció a su madre y cogió a Hermione en brazos, pero antes de comenzar a andar miró fijamente a Harry, de la misma forma en que lo había hecho Remus.
Y esa mirada fue lo que más afectó a Harry.
—Si me disculpáis, voy a lavarme un poco...—murmuró, y salió corriendo hacia el baño.
Cerró la puerta tras de si y sacó la varita.
—Impasibilus.
Se sentía fatal. Pero no por la muerte de Kreacher, sino por su reacción y su comportamiento.
Vio su imagen reflejada en el espejo, con las manos y la cara manchadas de sangre.
Y comprendió que no era tan distinto a Voldemort. Se había regocijado del sufrimiento ajeno, y ni siquiera se sentía culpable por ello. Lo que en realidad le preocupaba era lo que pudieran pensar Remus, Ron, el resto de los Weasley...
Pero de todas formas ellos no podrian comprenderle aunque quisieran.
Egoístamente, pensaba que él era el único que sufría por la pérdida de Sirius.
Y quería venganza. Rabia, eso era lo que sentía. Quería matar a todos los mortifagos con sus propias manos, hacer pedazos a Voldemort, devolverles todo el sufrimiento que habían provocado.
¿Y esto no le hacía ser igual que ellos? Se quitó la ropa y entró en la ducha. El agua caliente que caía sobre su cabeza le reconfortaba, pero su mente seguía divagando.
Unas palabras vinieron a su cabeza. "No hay ni mal ni bien, sólo hay poder y personas demasiado débiles para buscarlo..."
No, no era el ansia de poder lo que le movía. Y si conseguía llevar a cabo su venganza liberaría al mundo mágico. De todas formas, esa era una responsabilidad que no podía eludir: ser víctima o verdugo.
Cuando salió del baño eran las seis de la tarde, y fue directamente a ver a Hermione.
Molly estaba a su lado, sentada en la cama, y la chica estaba intentando explicarle lo sucedido a Dumbledore entre sollozos.
—... él me... me... llamó sangre sucia, y... Buckbeak se abalanzó sobre él...y...
—Está bien, querida, bébete esto—dijo Molly acariciándole el pelo y entregándole una taza humeante—Es poción para dormir sin soñar.
Hermione obedeció, y enseguida se quedó dormida.
—Está muy afectada, Albus, presenciar todo eso...
—Obliviate—dijo Dumbledore apuntando a Hermione con la varita—Podrá recordar los hechos, pero he borrado las imágenes del ataque, espero que sea suficiente. —explicó el anciano.
La señora Weasley advirtió la presencia de Harry.
—Cielo, ¿estás bien?
—Eh, si, si... Sólo quería saber que tal se encontraba Hermione.
—Lo superará, cariño, es fuerte. Pero necesita descansar.
—Hola, Harry. Si tienes un momento me gustaría hablar contigo sobre lo ocurrido hoy—dijo Dumbledore, mirándole por encima de los cristales de las gafas.
—No tengo nada de que hablar con usted. Y le agradecería que nuestra relación se ciñera estrictamente a la normal entre un director y un alumno.
Dicho esto Harry abandonó la habitación, decidido a intentar dormir un rato y evadirse de las preguntas que rondaban su cabeza.
Las palabras de Harry afectaron mucho al anciano director.
Por supuesto, hacia mucho que su relación había ido más allá de la de profesor alumno.
No tenía nietos, pero, de haberlos tenido, les hubiese querido tanto como quería a aquel muchacho tozudo de pelo rebelde.
Había sido progresivo, casi sin darse cuenta. El dia que depositó aquel bebé rechoncho frente a la puerta del número cuatro de Privet Drive, un trocito de su corazón se había quedado con él. Aquella noche fue cuando comenzó.
Gracias a Merlín, había sido capaz de mantener la única decisión tomada respecto a Harry con la cabeza fría y no con el corazón.
Y esto no era otra cosa que el haber obligado a Harry a volver cada verano a casa de sus tíos, y posiblemente lo que le había mantenido con vida hasta el momento.
Pero desde que Harry había comenzado a asistir a Hogwarts... Ah, aquello era otra cosa...
Le había consentido más que a cualquier otro alumno durante toda su carrera como profesor y director. Había hecho lo imposible porque aquel chico fuese feliz y estuviera a salvo. Y en eso radicaba su mayor virtud, y al mismo tiempo su mayor error: eso era lo que le diferenciaba de Voldemort y lo que le hacía, en cierto modo, más débil que su enemigo.
La capacidad de querer, de amar, de albergar en su interior algo más que odio y crueldad. Voldemort no hubiera dudado en utilizarle, sin importarle si el muchacho sufría: lo hubiera visto como un arma, lo que diferenciaba la derrota de la victoria. Definitivamente, para el Señor Tenebroso el fin justificaba los medios.
Pero para Dumbledore era inconcebible. Si había ocultado a Harry tantas cosas era por su bien, por el instinto de protección que despertaba en aquel viejo cada vez que veía a Harry.
Un refrán muggle sentenciaba sabiamente que "quién bien te quiere, te hará llorar".
Deseaba que Harry entendiese pronto el por qué de su comportamiento y le perdonara.
Y se dio cuenta de que de nuevo estaba cometiendo el error de olvidar lo que se siente en la juventud:
El perdón y la comprensión de Harry tardarían mucho en llegar. Tardarían tanto como tardase Harry en recorrer el camino de los años, que lleva inexorablemente a la madurez.
Aquello era insoportable. De nuevo sintió el vacío de la soledad, con aquellas dos puertas, testigos mudos de su encierro.
Y por supuesto continuarían cerradas...
Se levantó, y en medio de un acceso de ira, pateó una de las puertas de madera hasta quedarse sin fuerzas.
Cayó al suelo, sudoroso y fatigado. Apartó los oscuros cabellos que le caían sobre los ojos, y advirtió, con un deje de fastidio, que se había lastimado el pié.
Estaba a punto de estallar en una explosión de maldiciones e injurias cuando un temblor se apoderó de la estructura de la habitación.
Todo a su alrededor parecía tan furioso como él: las paredes y el suelo convulsionaban de manera alarmante, y del techo caían trocitos de piedra y argamasa.
Un fulgor le hizo volver la vista a la misma puerta que hacía unos momentos había soportado su acceso de ira.
Sobre ella, en el pétreo y curvado dintel, unas marcas comenzaron a aparecer, dibujadas por una mano invisible.
Una vez terminada la inscripción, las sacudidas de la sala cesaron, y también lo hizo el cegador brillo que salía de la puerta.
Tardó unos instantes en recobrar la compostura, y se odió a si mismo al reconocer el miedo que había pasado.
De un salto se puso en pié, y se acercó a aquella enigmática puerta.
Era lo más extraño que había visto en toda su vida. Aquellas marcas continuaban brillando de un modo muy raro, como si fuesen ascuas candentes que abrasaban la piedra.
Se puso de puntillas y alargó la mano hasta rozar el primero de aquellos símbolos, para después apartarla rápidamente: se había quemado.
— ¡Mierda!—exclamó, mientras chupaba la punta del dedo índice.
Tenía claro que aquello eran runas. Desde luego no sabía que significaba la inscripción, y era tarde para arrepentirse de no haber elegido aquella asignatura optativa.
Pero su instinto le indicaba que aquella puerta ya no estaba sellada.
Tomó aire y alargó la mano hacia el picaporte, sin poder evitar aquel estúpido temblor que recorrió cada centímetro de su anatomía. Tenía miedo, miedo a lo desconocido.
— ¡Maldita sea! ¡Soy un Gryffindor!—gritó.
Sus propias palabras parecieron reconfortarle e infundirle valor.
Cuando ya había cogido el picaporte y se disponía a girarlo, un dedo frío e invisible recorrió su columna vertebral.
Dio un salto hacia atrás, alejándose de aquella puerta. Supo que no debía abrirla. Al menos no todavía.
Y de pronto sintió que no estaba sólo. A pesar de que no oía aquellas insoportables voces que otras veces le taladraban los oídos, no le cabía la menor duda de que había alguien más allí.
Bien entrada la madrugada, un maravilloso incunable, encuadernado en piel de dragón, se estrellaba contra una de las paredes de la magnifica biblioteca de O´Faolain Manor.
Deirdre llevaba horas y horas consultando infinidad de diccionarios sin obtener ningún resultado.
Y en esos momentos estaba en medio de una pataleta, gritando y lanzando cosas.
Una vez calmada, se derrumbó en el sofá que había frente a la chimenea, abrumada por la frustración y la impotencia.
Se alegraba de que tío Candidus no hubiese presenciado aquella escena, porque siempre le recriminaba esas rabietas pueriles.
Incluso ella misma se odiaba por ello: era una mujer adulta, en la que mucha gente confiaba y de la que dependían las vidas de varias personas.
Suspiró. No podía creer que teniendo la respuesta al alcance de la mano no fuese capaz de encontrarla. Era una de esas personas que confiaba plenamente en los libros, y por primera vez le estaban fallando. Aquella maldita frase escrita en caracteres rúnicos era un insulto a su inteligencia.
Y con lo que le había costado provocar un trance para ver aquellas malditas puertas...
La clarividencia era sin duda el poder que más odiaba: durante toda su vida había tenido que soportar ver fogonazos del pasado, presente y futuro de la vida de los demás y de la suya propia.
Y la primera vez que aquello parecía servir para algo sólo había conseguido ver una maldita puerta con una inscripción indescifrable.
Le dolía la cabeza, pero cogió por enésima vez el trozo de pergamino donde había apuntado aquellos símbolos y comenzó a hablar en voz alta, como solía hacer cada vez que intentaba razonar algo.
—Vamos, Deirdre, piensa. Son runas del alfabeto Futhark, pero las palabras no tienen ningún significado... no existen...
Tenía ganas de llorar. El problema podía haberse solucionado enviando la inscripción a Hogwarts para que la profesora de runas lo examinase, pero la mujer no era miembro de la Orden y seguramente Dumbledore no quisiera arriesgarse.
Pasaron otro par de interminables horas y alguien picó a la puerta.
Estaba a punto de gritar enfadada que la dejasen sola, hasta que la puerta se abrió y vio la cara sonriente de tío Abe, con una humeante taza de café en la mano.
— ¿Llevas toda la noche despierta?
—Si—suspiró Deirdre—Y lo que me queda...
—Yo también. Te has perdido una maravillosa fiesta, querida. Ayer, Theodosius Blackstone y yo nos fuimos a las carreras de caballos de Trim. Deberías haber visto todos esos muggles furiosos... apostamos cincuenta libras al peor caballo y hemos ganado un buen pico, claro que el encantamiento acelerador que le aplicamos al caballo ayudó un poco... Después fuimos al banco para cambiar las ganancias a galeones, y para celebrarlo terminamos en un antro de Mullingar, hasta las cejas de hidromiel regada con wishky, y el bastardo de Blackstone se aprovecho de mi borrachera y me obligó a jugar al póker. ¡¿Puedes creer que me sacó hasta el último knut de lo que gané en las carreras?! No volveré a dirigirle la palabra en lo que me queda de vida.
Deirdre rió. Aquel hombre siempre era capaz de arrancarle una sonrisa, sin duda era su tío favorito.
—Siempre dices lo mismo, pero sois inseparables.
El anciano bufó, fingiendo indignación, y cambió rápidamente de tema.
— ¿Qué es esto?—dijo cogiendo el trozo de pergamino. Frunció el ceño y comenzó a leer los caracteres rúnicos con dificultad—Porta, per nun...
— ¿Qué has dicho?—exclamó ella arrebatándole el pergamino de las manos.
Deirdre leyó en voz alta la inscripción y comenzó a dar saltitos de alegría.
— ¿Cómo he podido ser tan estúpida? ¡Tío Abe, eres un genio!—gritó abrazando al viejo y besándole—En cuanto regrese nos iremos de juerga, te debo una, ¿vale? Ahora tengo que irme, tengo que ver a Albus.
Y dicho esto la mujer salió corriendo de la biblioteca camino de los establos, dejando a su anciano tío con la palabra en la boca.
—Dumbledore, siempre Dumbledore—gruñó el hombre malhumorado.
A petición suya, dedico éste capitulo a AkaneMalfoy y a su estómago. JAJA.
¿Y por qué? Pues porque ha sido la primera en leer la parte de la muerte de Kreacher, y su opinión ha sido tenida en cuenta a la hora de sustituir un par de versiones (más sádicas, gores, explicitas, sangrientas y desagradables de leer) de la misma por ésta que habéis leído.
Nota: Bueno, respecto al comienzo del capitulo... creo que mi odio hacia Kreacher ha quedado patente. Tengo una parte mortifaga que de vez en cuando se apodera de mi, y últimamente pugna demasiado a menudo por salir a la superficie. Desde que leí el 5º libro he tenido un irrefrenable deseo de estrangular a Kreacher, y supongo que no he podido evitar la tentación. No voy a negar que he obtenido un sádico placer escribiendo esto, pero quiero dejar claro que nada ocurre porque sí: me he servido de la situación para hacer ver el gran cambio que está sufriendo Harry. A los 16 años las cosas se magnifican; todo se vive muy intensamente, y supongo que el odio aún más. Digamos que aún está en el proceso de conocerse a si mismo. Y aprovecho para pedir disculpas por todo el tostón de los pensamientos de Dumbledore y Harry: no sé que me pasa, últimamente a mi cabeza le da por divagar y darle vueltas y vueltas a todo... y el resultado son capítulos demasiado narrativos y que seguramente os resultarán aburridos ¬¬. En lo sucesivo intentaré controlarme. Y también evitaré estas notas interminables que estoy convencida que nadie lee ¬¬
Gññññññ y por favor, dejadme reviews: si no hay review no hay capi
Vampy Weasley
Suma Sacerdotisa de la Orden de las Mortifagas
