Capítulo 22. "El Ritual"

– Harry, creo que tu capa se está encogiendo – susurró Ron después de doblar las rodillas para que no se vieran sus pies debajo de la capa invisible.

– ¿Y qué esperabas? ¿Que aún tuviéramos la misma estatura de cuando entramos a primer año? – inquirió Hermione sarcástica –. ¡Ay! Me pisaste Ron.

– ¡Ya cállense los dos! – los regañó Harry por lo bajo –. Por si no lo recuerdan nadie debe oírnos, y apresúrense que vamos retrasados.

Harry quería reunirse con Ékuva lo más pronto posible. Después de aquella inquietante conversación el resto del día le había parecido eterno. Sólo ansiaba que la hora acordada llegara y que comenzaran con su plan.

Avanzaron por desolados corredores tenuemente iluminados, hasta que visualizaron la puerta principal del castillo. Eran las once y media exactamente y Ékuva ya estaba ahí parada, esperándolos. Su acostumbrada capa negra la envolvía.

– Muy bien – murmuró Ékuva antes de que los tres amigos hablaran –. La primer fase del plan está completa. Comencemos con la segunda.

La joven abrió la puerta y esperó a que ellos pasaran, después lo hizo ella cerrando la puerta tras de sí.

– Aún no se quiten la capa – ordenó –, los otros profesores ya están acostumbrados a verme rondar por las noches. No les sorprenderá que hoy haga lo mismo.

Los muchachos obedecieron y continuaron su caminata cubiertos por el manto mágico.

– ¿Cómo es posible que puedas vernos si llevamos la capa invisible? – preguntó Ron inquieto.

– Es un talento especial con el que nací – respondió la joven sin inmutarse.

Apresuraron el paso y en pocos segundos se encontraron en el límite del Bosque Prohibido.

– Ya pueden quitarse la capa – indicó Ékuva –. Saquen sus varitas y manténgalas encendidas, listas para atacar. Es un largo camino el que debemos recorrer.

Avanzaron muy sigilosamente unos cuantos pasos, cuando repentinamente una figura humana se perfiló delante de ellos.

– Jamás mencionaste que ellos vendrían – la voz fría de Snape rompió el intenso silencio del ambiente.

– ¿Te incomoda? – preguntó Ékuva con un ligero tono de burla.

– Por supuesto que no – respondió de inmediato –. Vámonos, dijiste que teníamos que estar ahí a las doce.

Ron rió por lo bajo al comprobar que su teoría era correcta: Snape haría cualquier cosa por Ékuva.

Las cinco personas comenzaron con su caminata, internándose cada vez más en el bosque. Harry temía que en cualquier momento alguna criatura extraña les saltara encima. Principalmente le preocupaban los centauros. Pero nada pasó. Avanzaron en silencio durante aproximadamente diez minutos, en medio de la oscuridad total. Parecía que Ékuva se sabía de memoria el camino a seguir, pues a pesar de encontrarse en plena noche, ella se movía con bastante ligereza y determinación.

Harry se puso al lado de la joven y preguntó algo que lo estaba torturando:

– Ékuva, dijiste que los maestros ya estaban acostumbrados a que tú salieras por las noches, ¿por qué lo haces?

– Me gusta la noche Harry – contestó sencillamente –, me siento cómoda en medio de la oscuridad, ya que creo que ese es el único momento en que puedes ser quien realmente eres, sin máscaras, sin mentiras, porque después de todo, nadie está mirando.

Harry analizó aquella respuesta y descubrió que estaba de acuerdo. En muchas ocasiones él había encontrado paz y tranquilidad en la oscuridad.

De pronto, unos ruidos detrás de ellos hicieron que pararan en seco y se prepararan para atacar. Unos matorrales se agitaban frenéticamente. Cuatro de las cinco varitas se levantaron en el aire para lanzar un conjuro, pero Ékuva, quien no había levantado su varita, indicó con su mano izquierda que detuvieran su ataque. Todos la miraron atónitos y desconcertados, y su sorpresa se acrecentó cuando vieron que la joven se acercaba con calma al lugar del que provenían los ruidos.

– Sabía que harías eso – dijo Ékuva en tono neutral –. Bueno, ya que estás aquí será mejor que te unas a nosotros, no puedo permitir que andes por el bosque tú solo, podrías salir herido.

Harry no tenía ni la más remota idea de con quién estaba hablando la joven, y ahogó una exclamación de sorpresa al descubrir de quién se trataba. Era . . .

– ¡JOEY! – los tres muchachos gritaron al unísono al descubrir a su compañero.

– Hola – los saludó como si aquello fuera de lo más normal.

– ¿Qué haces aquí? – inquirió Hermione –, ¿cómo es que sabías que vendríamos?

– Bueno yo . . .

– Este no es el momento para dar explicaciones – interrumpió Ékuva de tajo –, debemos apresurarnos porque si no llegamos a tiempo esta será una noche perdida.

Comprendiendo la importancia de llegar a tiempo dejaron las preguntas para después y reanudaron su caminata, con Joey junto a ellos.

Unos minutos después volvieron a detenerse, esta vez sin razón aparente. Ékuva escudriñó con la mirada cada recoveco del inmenso bosque, aunque en opinión de Harry, ni siquiera alguien con excelente vista hubiera distinguido algo extraño en medio de aquella oscuridad. El silencio era tan intenso que les oprimía los oídos. Como no ocurría nada, Harry comenzó a hablar:

– Ékuva, ¿qué . . .

– No se muevan – ordenó en un susurro – y no emitan ni un sonido. Ellos están aquí.

– ¿Quién . . . – la pregunta que Harry iba a formular quedó interrumpida cuando una flecha salió de entre los árboles y se clavó en el suelo, a unos cuantos centímetros frente a él.

A continuación, una lluvia de flechas cayó sobre ellos.

¡Protego! – gritaron todos al tiempo que levantaban sus varitas. Gracias a este hechizo las flechas rebotaban en el aire y caían a su alrededor.

– ¡Humanos! – una profunda voz masculina resonó en el bosque, provocando que el silencio se interrumpiera –. Han osado adentrarse en nuestros dominios. Van a pagar muy caro su insolencia.

Lo que Harry tanto temía estaba pasando, en segundos se vieron rodeados de por lo menos un centenar de criaturas mitad hombre y mitad caballo. Eran centauros.

– Ellos vienen conmigo Magorian – informó Ékuva en un tono muy frío.

– ¡Tú! – exclamó Magorian, un centauro de largo cabello negro y pelaje marrón. Se le veía un poco sorprendido –. No deberías estar aquí.

– Tengo tanto derecho de estar aquí como lo tienes tú – repuso ella con calma –. Ahora, déjanos pasar, tengo cosas más importantes que hacer que estar discutiendo contigo.

– Ustedes no van a ningún lado – sentenció un centauro de piel negra, al cual Harry reconoció como Bane.

– ¿Piensas impedírnoslo? – inquirió Ékuva con un dejo de insolencia.

– Así es – contestó Bane avanzando hacia donde estaban los seis magos.

– Adelante – dijo la joven con descaro al tiempo que lo incitaba con las manos –. No te tengo miedo, y sabes que yo puedo hacerte más daño del que tú a mí.

– ¡Basta! – exclamó Magorian –. Sólo por esta noche los dejaremos pasar.

– Bien, vamos – ordenó Ékuva a las cinco personas que estaban detrás de ella, quienes comenzaron a avanzar hacia Magorian, el único que se había movido para cederles el paso.

Bane los fulminó con la mirada y varios centauros emitieron resoplidos de furia contenida. Ékuva se paró al lado del centauro y esperó a que los demás pasaran. Cuando Harry pasó junto a Ékuva, escuchó claramente que Magorian susurraba:

– Será mejor que lo que pretendes hacer dé resultado, no toleraremos otra intromisión de este tipo.

– Lo tolerarán – aseguró la joven –, porque si esta noche no funciona, vendremos las veces que sean necesarias.

Dicho esto último se alejó con paso decidido, dejando a aquellos centauros muy encolerizados.

– ¡Rápido! – apresuró Ékuva –. Hemos perdido mucho tiempo.

En ese punto la desesperación se apoderó de Harry. ¿Y si no llegaban a tiempo? ¿Cuánto más tendría que esperar para volver a ver a Sirius? No, no debía dejarse abatir por esas preguntas. Lo lograrían, estaba seguro de ello.

– Ya estamos cerca – anunció Ékuva.

Harry escuchó que Hermione y Ron emitieron suspiros de alivio al oír esas palabras y no los culpó. Después de todo, ya se habían adentrado mucho en el bosque, mucho más incluso que la última vez que habían ido en compañía de Hagrid.

Unos segundos después vieron con asombro que algo raro sucedía con la vegetación. Frente a ellos se encontraba una especie de cráter, sin árboles o matorrales. Era muy extraño. Alrededor todo estaba igual, con los enormes árboles erigiéndose orgullosamente, solamente ese pequeño espacio estaba vacío, y no sólo eso, sino que dentro del cráter se encontraban unas ruinas muy antiguas. Era como si algo muy poderoso se hubiera impactado contra ese punto, dejándolo todo en ruinas y sin vegetación.

Ékuva giró hacia la derecha y bordeó el gran agujero, después comenzó a descender por un camino empedrado que estaba hábilmente acomodado en forma de escalones.

Los demás la siguieron con mayor agilidad, ya que en medio de las ruinas del cráter se encontraba repiqueteando una fogata.

– Llegan tarde – dijo una voz femenina que les resultó desconocida.

– Lo sé – repuso Ékuva –. ¿Colocaste la fogata en el lugar indicado?

– Sí – respondió aquella voz.

– ¿Ya hiciste el hechizo?

– Sí.

– ¿Cuánto tiempo nos queda?

– Menos de cinco minutos.

– Entonces no podemos darnos el lujo de hacer presentaciones largas – concluyó Ékuva al tiempo que avanzaba hacia la fogata –. Ella es Navika . . .

– Pueden decirme Navs – la interrumpió para sugerir ese pequeño detalle.

– Sí – continuó su profesora –. Bueno como les decía, Navs nos va a ayudar en nuestra misión.

Todos miraron a Navs analíticamente. Estaba vestida de negro y una capa del mismo color la cubría. Unos largos guantes negros complementaban su atuendo. Tenía puesta la capucha, razón por la cual no se le podía ver el rostro.

– No se preocupen – dijo Ékuva de pronto, al notar que había cierto recelo hacia esa extraña joven –, pueden confiar en ella, es amiga mía, la conozco desde hace mucho.

Aquel comentario aligeró la tensión.

– Ya es casi la hora – anunció Ékuva –, acérquense a la fogata, vamos a prepararnos. Quiero que formen un círculo.

Todos obedecieron y se colocaron alrededor del fuego formando un círculo.

– Bien – dijo Ékuva, quien permanecía en el centro del círculo, al lado de la fogata –. Ahora deben tomarse de las manos.

Aquella orden no fue tan bien recibida como la primera. Unos a otros se miraban desconcertados.

– ¿Qué pasa? – preguntó Ékuva al notar esa actitud –. No hay tiempo para titubeos. ¡No se fijen y sólo háganlo!

Esta vez obedecieron la orden. Ékuva guardó su varita, sacó algo de su cinturón y lo abrió. Era una navaja negra, y se veía muy afilada. Se aproximó a la fogata y, para asombro de los demás, entró al fuego, dejando que las flameantes llamas envolvieran su cuerpo. Aparentemente el hechizo sobre el que había preguntado Ékuva era el mismo que empleaban las brujas de la Edad Media para enfriar las llamas de las hogueras en que eran quemadas, y de esta forma, no sufrir daño alguno.

– Es tiempo – murmuró Ékuva –. Hagámoslo.

Dicho esto levantó la navaja y se hizo un profundo corte en la muñeca izquierda. La sangre brotó al instante y se vertió sobre el fuego, en el mismo momento en que Ékuva comenzó a decir unas palabras extrañas:

Soiretsim susaos apédsony arbaeseuq latropla onedro oyergna satse edoi demrop.

En cuanto terminó de hablar una fuerza desconocida se apoderó de la joven. Se puso totalmente rígida, con el rostro hacia el cielo. Tenía los ojos en blanco, como si estuviera en una especia de trance. Repentinamente abrió la boca y un rayo de luz brotó de ella. De pronto y tan rápido como había comenzado, el rayo dejó de salir de la boca de Ékuva y se concentró en un punto del cielo, en forma de una reluciente esfera plateada. Ékuva cayó de rodillas sobre las llamas, respirando con mucha dificultad. Se veía muy agotada.

Cuando estaban a punto de soltarse, la luz descendió sobre el fuego a una velocidad sorprendente, provocando un fuerte impacto al chocar contra la tierra. Ékuva fue empujada por aquel impacto y cayó estrepitosamente sobre su espalda. Al ver esto, Harry pensó en soltarse y ayudar a la joven, pero antes de que lo hiciera, Ékuva gritó:

– ¡No rompan el círculo! ¡Deben mantener la conexión!

Todos se agarraron tan fuerte como pudieron, de tal forma que Harry comenzó a perder sensibilidad en los dedos. Finalmente el rayo terminó su descenso y al instante una explosión los golpeó a todos.

– ¡NO SE SUELTEN! – la voz de Ékuva se oía apagada y distante.

Una luz cegadora invadió el lugar, envolviéndolos a todos y obligándolos a cerrar los ojos. Harry no sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero ansiaba que el ritual llegara a su fin. Estaba comenzando a dolerle la cabeza. Abrió los ojos y un fuerte mareo se apoderó de él. Todo a su alrededor giraba sin control. No pudiendo resistir más, se desplomó en el suelo, totalmente inconsciente.