Capítulo 24. "Doble Identidad"
En opinión de Harry, aquel mundo no era tan extraño. Solamente eran unas ruinas muy similares a las que existían en el mundo de los vivos. Además, al igual que en su sueño, esa ciudad parecía estar completamente abandonada.
– No se ve tan peligroso – le dijo Harry a Ékuva, quien estaba junto a él.
– No te dejes llevar por lo que ves – le aconsejó mientras observaba el panorama y después analizaba la Onimac.
– ¿Hacia dónde vamos? – inquirió Navs aproximándose a Ékuva.
– Según este objeto debemos ir al frente – respondió la joven.
– Bueno, ¿y qué esperamos? – preguntó Janis entusiasta –. ¡A buscar!
Y así fue como comenzaron con su caminata. De vez en cuando se detenían para verificar si iban por el camino indicado en la Onimac. Poco a poco la preocupación disminuyó y la tensión se hizo casi nula.
– Oye Janis – dijo Ron repentinamente –, ¿puedo hacerte una pregunta?
– Claro.
– ¿Por qué no se puede ver tu rostro? – al terminar esa pregunta fue obvio que se quitó un peso de encima. Evidentemente estaba ansioso por saber –. No parece que lo tengas cubierto y sin embargo no se distingue nada de tu cara.
– Eso es porque yo soy una de las Guardianas de la Muerte – explicó –, y aún no te corresponde ver mi rostro. Pero no te preocupes, cuando mueras te garantizo que me verás.
Esa respuesta pareció calmar la inquietud de Ron.
– ¿Aún falta mucho Ékuva? – inquirió Harry bastante ansioso.
– Creo que sí – contestó la joven con la Onimac en la mano –. Según tengo entendido, el recuadro en donde se escribe lo que se está buscando deberá brillar cuando estemos cerca, al igual que el de los amigos o enemigos, todo depende de con quién nos vayamos a encontrar.
Harry permaneció en silencio, digiriendo la explicación que acababa de recibir y siendo consumido por la ansiedad.
– ¿Tienes miedo? – preguntó Ékuva de pronto, al notar el silencio del muchacho.
– No – respondió Harry con firmeza, pero luego miró a los ojos a la joven y corrigió –. Un poco.
– Eso es bueno – replicó su profesora –. No hay coraje sin miedo.
– Ékuva, ¿puedes venir un momento? – dijo Navs.
La joven se separó de Harry y se colocó entre las dos mujeres encapuchadas, por delante de los demás. Eran un trío muy singular. Ron y Hermione aprovecharon ese momento para hablar con Harry.
– ¿Ya te diste cuenta? – inquirió el pelirrojo.
– ¿De qué? – cuestionó Harry desconcertado.
– De que a Janis y Navs no se les pueden ver los rostros, igual que a Anya – contestó su amigo.
– ¿Y qué con eso?
– Pues que alguna de ellas podría ser Anya – concluyó Hermione –, y tal vez se cambió el nombre para no levantar sospechas.
Harry dirigió su mirada al frente, hacia Janis y Navs, y pensó que lo que sus amigos decían no era tan improbable. A decir verdad, era muy posible, puesto que el motivo de esa misión era rescatar a Sirius, y en sus tiempos de colegiales, él y Anya habían sido pareja. Las suposiciones de Ron y Hermione podrían ser verdad y tal vez, sin que nadie supiera, Anya podría estar ahí, acompañándolos en su viaje.
– Puede ser – murmuró Harry para sí mismo.
De repente algo muy extraño sucedió a su alrededor. Las ruinas en las que se encontraban comenzaron a desaparecer.
– ¡Vaya! – exclamó Janis –. Ya empezó.
– ¿Qué pasa? – inquirió Joey observando a su alrededor.
– Este mundo está haciendo todo lo posible para que nos quedemos aquí – explicó con calma –. Ahora vamos a ver cosas que añoramos o que odiamos.
– ¿A qué te refieres exactamente? – preguntó Hermione.
– Bueno, nuestro entorno se modificará para que nosotros veamos cosas que queremos o que quisimos en algún punto de nuestras vidas – explicó –; y lo mismo con lo que odiamos, nos mostrará cosas que preferimos no ver o recordar.
– Es un arma de dos filos – concluyó Joey –. Si no nos atrapa con lo que queremos, nos torturará con lo que odiamos.
– Exacto – confirmó Ékuva –. A partir de ahora no se fijen en lo que hay a su alrededor. Si no prestan atención no tiene por qué afectarles.
En cuanto terminó de hablar, las ruinas desaparecieron completamente y en su lugar se edificó la sala de estar de una bonita casa. Estaba tenuemente iluminada por el repiqueteante fuego de una chimenea cercana. Dos personas estaban sentadas junto a la fuente de luz, dejándose envolver por el reconfortante calor del fuego.
– Sigan de frente – indicó Ékuva –, no presten atención.
Cuando habían comenzado a caminar, las dos figuras humanas se levantaron y se pusieron frente a ellos. Gracias a la luz del fuego pudieron ver con claridad los rostros de las dos personas. Harry se detuvo abruptamente al descubrir de quiénes se trataban. Eran Lily y James Potter.
– ¡Vámonos! – apresuró Navs.
Harry volvió a la realidad y continuó con su caminata, obligándose a no ver lo que había a su alrededor. La imagen del fondo se distorsionó otra vez y una nueva imagen ocupó su lugar. Ahora estaban rodeados por arañas, de todos tamaños y formas.
Esta vez fue Ron quien tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para ignorar a los insectos. La imagen volvió a cambiar y ahora vieron a muchos elfos domésticos a su alrededor, moviéndose de un lado a otro.
Cambio una vez más. La siguiente escena que observaron fue un tanto extraña. Parecía ser un cuarto de hospital, tal vez de San Mungo, y en el centro se encontraba una cama vacía. No había nada más. Bruscamente la imagen cambió y esta vez todos se esforzaron por ignorar a un gran dragón que acababa de aparecer.
De pronto todo quedó en penumbras. Una figura encapuchada similar a un dementor se perfiló delante de ellos. Los estaba señalando con su mano derecha. No hacía otra cosa, simplemente señalaba a alguien indeterminado.
Continuaron con su marcha como si nada estuviera pasando. Harry se preguntaba de quién serían esas últimas tres visiones, cuando repentinamente el lugar se iluminó totalmente. Ahora se encontraban en el vestíbulo de Hogwarts. Frente a ellos vieron a una joven de cabello corto, que estaba agarrada al brazo derecho de un muchacho. Se trataba de Anya y aquel joven era nada más y nada menos que James Potter. Parecía que conversaban alegremente.
La escena se desvaneció y súbitamente se encontraron en medio de una casa en llamas. Hicieron caso omiso de las flamas que envolvían sus cuerpos y siguieron caminando.
Si a Harry no le fallaban las cuentas, ya habían presenciado ocho visiones, correspondientes a las siete personas que estaban a su alrededor y a él mismo. La pregunta era, ¿qué pasaría después?
El paisaje cambió otra vez, pero para su sorpresa, no apareció nada extraño, sino las antiguas ruinas en las que habían comenzado.
– ¿Qué pasa ahora? – preguntó Harry dirigiéndose a Ékuva.
– No lo sé – contestó la joven al tiempo que observaba la Onimac. Súbitamente levantó el rostro y miró a Harry fijamente. Sus extraños ojos que siempre parecían estar muertos, ahora estaban más vivos que nunca, y le indicaban que algo importante sucedía en ese preciso momento –. Ya estamos cerca.
– ¿Qué? – inquirió Harry aproximándose a su profesora y tomando el objeto circular que la joven sostenía en su mano. El cuadro en donde estaba escrita la palabra Sirius había comenzado a emitir un débil y parpadeante fulgor dorado.
– Tiene que estar por aquí – dijo Ékuva elevando la voz para que todos pudieran oírla –. En este punto la Onimac ya no nos es de gran ayuda, debemos separarnos. Busquen en los alrededores, no puede estar muy lejos. Quien lo encuentre primero que lance chispas verdes al cielo, así sabremos en dónde está.
Inmediatamente el grupo se fragmentó, tomando diferentes direcciones para cubrir todo el terreno indicado. Harry comenzaba a sentir que la emoción se apoderaba de cada fibra de su ser. Sirius estaba cerca, lo sabía. Se adentró en algo que parecía ser un templo muy antiguo. A pesar de que estaba muy deteriorado, aún guardaba dejos de gloria milenaria en su interior.
Recorrió todo el recinto con la esperanza de que Sirius estuviera ahí oculto, pero no encontró nada. Cuando se disponía a salir, un ruido a sus espaldas hizo que diera media vuelta con la varita en alto, preparado para atacar ante el más mínimo movimiento. No estaba seguro de que fuera Sirius, y tampoco tenía la certeza de que aquel lugar estuviese abandonado.
Después de unos cuantos minutos de estar en la misma posición, concluyó que aquel ruido había sido un producto de su imaginación. Volvió a girar sobre sus pies y salió del templo. Se detuvo un momento para decidir hacia dónde iría a continuación, y cuando había empezado a caminar, un fuerte golpe en la espalda hizo que cayera de bruces al suelo. Un gran peso lo mantenía acostado ahí. Le era totalmente imposible moverse. De pronto aquel ser comenzó a gruñirle.
– ¿Si . . . Sirius? – preguntó torpemente, esperando cualquier respuesta y sintiendo que los latidos de su corazón se aceleraban.
Aquel peso dejó de oprimirlo contra el suelo, permitiéndole incorporarse y ver de frente a su agresor. Se trataba de un enorme perro negro. Lo estaba observando expectante.
– S . . . soy yo – balbuceó Harry.
El perro lo miró un poco más, antes de transformarse en un hombre andrajoso. Era él, era Sirius. Tenía el cabello negro largo y enmarañado y se le veía muy pálido. Su cuerpo tenía unas cuantas heridas, algunas sangrantes, pero fuera de eso, estaba bien.
– ¿Harry? – su voz sonaba un tanto extraña, aunque Harry pensó que era lógico, tomando en cuenta que no había tenido con quien hablar –. Es imposible.
– No es imposible – contradijo Harry –, soy yo, de verdad.
Sirius lo miró de pies a cabeza. Parecía que trataba de entender qué era lo que estaba pasando. Cuando concluyó que no era una alucinación, se acercó a su ahijado y lo abrazó fuertemente. Una enorme emoción invadió el cuerpo de Harry.
– ¿Pero cómo? – dijo Sirius torpemente –. ¿Cómo es que llegaste aquí? ¿Acaso . . . – dejó la pregunta inconclusa, como si temiera la respuesta –, ¿acaso moriste?
– No – respondió Harry con una sonrisa –, la nueva profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras me ayudó a venir. ¡Ah! Se me olvidaba.
A continuación levantó la varita y lanzó unas chispas verdes al cielo. No tardarían en dar con ellos.
– ¿Te ayudó a venir? ¿Pero cómo es eso posible?
– Es una larga historia – explicó Harry, y es mejor que te la cuente ella. Lo importante ahora es que te encontré y podremos sacarte de aquí.
El ruido de pasos hizo que ambos miraran a su alrededor. Unos cuantos metros lejos de ahí, venían corriendo siete personas.
– ¡No puedo creerlo! – gritó Ron mientras abrazaba efusivamente a Sirius.
– ¡Oh Dios! – exclamó Hermione rompiendo en llanto.
– Debí suponer que ustedes también estarían aquí – dijo Sirius emocionado.
Harry estaba más feliz que nunca. Lo habían conseguido, habían encontrado a Sirius. Después de unos minutos de revuelo y regocijo, Sirius preguntó:
– ¿Y ahora qué hacemos?
– No lo sé – contestó –, Ékuva es quien lo sabe.
La joven, que hasta ese momento había permanecido callada, se volvió el blanco de todas las miradas. Al notar su presencia, Sirius quedó tan asombrado que le fue imposible articular palabra. Después de unos segundos, atinó a decir:
– ¿Tú . . . aquí?
– A mí también me da gusto verte Sirius – repuso ella con una gran sonrisa.
– ¿Ya se conocían? – inquirió Harry.
– Por supuesto – respondió Sirius –. ¿Acaso no lo sabes Harry? Ella es . . .
– Este no es momento para charlar – lo interrumpió la muchacha –, debemos apresurarnos.
– Ékuva tiene razón – concordó Hermione.
– ¿Ékuva? – repitió Sirius sin entender.
– Ya oíste Black – dijo de pronto Snape –. Debemos movernos.
Cuando Sirius reconoció esa fría voz, su rostro se contrajo de ira. Ambos se fulminaron con la mirada.
– Yo no voy a ningún lado con éste – sentenció Sirius furioso.
– Bien, entonces nos vamos sin ti – dijo Snape, al tiempo que hacía un además de irse.
– ¡Ya basta! – exclamó Ékuva irritada –. ¿Es que acaso nunca van a superar sus estúpidas riñas de colegiales?
– No, nunca – respondió Sirius desafiante –, además, ¿por qué se supone que debo confiar en ti?
– ¿Qué estás diciendo? – inquirió la joven indignada.
– Tú siempre dijiste que la verdad es la base de todo – espetó elevando la voz –. ¿Entonces por qué engañas a Harry?
– Este no es el momento para discutir eso – concluyó Ékuva tajante –. Vámonos.
– Yo no me voy, a menos que me expliques cómo es que llegaron aquí y por qué no le has dicho a Harry la verdad.
Al terminar esta frase, Sirius se sentó en una roca cercana, con los brazos cruzados, esperando una explicación.
– ¿A qué verdad se refiere Sirius, Ékuva? – preguntó Harry intrigado –. ¿Qué es eso que no me has dicho?
Ékuva comenzó a estrujarse las manos, como un signo de nerviosismo. Era evidente que la situación se había salido de su control.
– Estoy esperando Ékuva – replicó Sirius, remarcando el nombre de la joven con cierto tono insinuante.
– ¿Qué pasa Ékuva? – Harry estaba decidido a esterarse de todo. Ya una vez se había propuesto descubrir los secretos detrás de Ékuva Roswell, y ese era el momento indicado para saberlo todo.
La muchacha miró a Harry y luego a Sirius, era visible que la desesperación se estaba apoderando de ella. No pudiendo resistir la presión, la joven se dejó caer sobre una roca, cubriéndose el rostro con ambas manos.
– ¡Ékuva! – insistió Harry ansioso.
– Ékuva Roswell no existe – dijo la muchacha en un leve susurro. Apartó las manos de su rostro y continuó –. Mi verdadero nombre es Anya – miró al cielo y emitió un prolongado suspiro, después del cual agregó –. Anya Potter.
