Capítulo 27. "Reencuentro de Enemigos"
Anya dio un respingo antes de girar bruscamente sobre sus pies, buscando al dueño de esa voz. Detrás de ellos estaba de pie un hombre desconocido. Vestía ropas propias de la época del renacimiento, y estaba envuelto por una capa de viaje de color negro. Su tez blanca resaltaba en medio de aquella inmensa oscuridad. Una larga cabellera castaña enmarcaba su rostro y sus ojos color ámbar observaban atentamente cada movimiento del grupo.
– Lástima que yo no pueda decir lo mismo – replicó Anya –, porque para mí no es un placer volver a verte Aldebarán.
– Sabes, es un tanto irónico – continuó el extraño, ignorando el comentario de la joven –, la última vez que nos encontramos fue en un bosque, justo como hoy.
– Tienes razón – concordó la joven –, pero esta vez es diferente. Yo soy diferente.
– Lo sé – repuso aquel hombre –. Yo te hice lo que eres, ¿recuerdas?
– Es algo que jamás olvido – respondió Anya fríamente –. Váyanse – ordenó bruscamente dirigiéndose a los demás –, esto es un asunto personal.
– No seas descortés Anya – la reprendió Aldebarán –, no tienen por qué irse, pueden ser nuestros espectadores.
Aquel hombre observó a Anya con una mirada burlona y una sonrisa insulsa. Anya le sostuvo la mirada, pero en sus ojos se podía ver un intenso odio.
– Llévatelos de aquí Navs – dijo Anya sin apartar la mirada de él.
– No nos vamos a ir – replicó Sirius.
– Por favor – pidió la joven –, esto es algo que debo arreglar yo sola. Vayan con Dumbledore y díganle todo lo que sucedió. Yo los alcanzaré después.
Harry miró dubitativo a sus amigos y luego a Sirius, y entendiendo que no tenían otra opción, lentamente comenzaron a alejarse de ahí.
– No, no lo harán – murmuró Aldebarán.
Todos giraron sobre sus pies, preparados para un posible ataque, y vieron con asombro que Aldebarán había desaparecido. De repente aquel hombre apareció frente a Harry, pero Anya le cerró el paso y lo empujó con fuerza.
– ¡Váyanse ya! – gritó Anya.
No fue necesario que lo repitiera. Rápidamente todos salieron del bosque, dirigiéndose a la puerta principal del castillo. Entraron estrepitosamente al vestíbulo de Hogwarts y se encaminaron al despacho del director.
Mientras avanzaban, Harry no podía evitar pensar en Anya y en aquel hombre que se había presentado. Yo te hice lo que eres, ¿recuerdas? , esas palabras hicieron que Harry intuyera que ese tal Aldebarán era quien había transformado a Anya en vampiro. Estaba muy preocupado por ella, temía que algo le sucediera. Para esos momentos, él ya había comenzado a asimilar la idea de que tenía otra tía.
En unos cuantos minutos, se encontraron frente a la gárgola que resguardaba la entrada al despacho del director. Snape pronunció la contraseña y al instante la estatua cobró vida y se movió, dando paso a una escalera en forma de caracol.
Subieron rápidamente y en segundos estuvieron frente a la puerta del despacho. Cuando se disponían a abrirla, ésta se abrió sola, dando paso al director de Hogwarts. Debido a esa inesperada sorpresa, todos se quedaron estáticos, viendo a Dumbledore atentamente.
– ¡Qué sorpresa! – exclamó con cierto tono alegre –. Supongo que tienen algo que decirme, pasen.
Obedecieron al instante. Los usuales artilugios de Dumbledore estaban girando y zumbando, como siempre hacían. El profesor dio un rodeo a su escritorio y se sentó detrás de él, viéndolos de frente. En ese momento sus ojos denotaron asombro, al percatarse de la presencia de Sirius.
– Hola Sirius – dijo con calma y aún con ese brillo de sorpresa en los ojos –, me da mucho gusto volver a verte, aunque creo que debes explicarme cómo es que llegaste hasta aquí.
– Es una historia larga – respondió Sirius con una sonrisa – y Anya es quien mejor la conoce.
Dumbledore observó a Harry con una mirada significativa.
– No se preocupe profesor – dijo Harry –, ya lo sé todo.
– Bueno – prosiguió el director –, ¿y dónde está Anya?
– En el bosque – contestó Navs –. Se está enfrentando a Aldebarán.
– Entonces es preciso que vaya por ella – repuso Dumbledore al tiempo que se ponía en pie.
– Yo le indicaré el camino – se apresuró a decir Harry.
Dumbledore lo miró con sus cálidos ojos azules, tal vez pensando si debía permitir que lo acompañara o no.
– Está bien Harry – dijo de pronto –. Vamos.
Los dos salieron del despacho, dejando al resto del grupo ahí. Bajaron rápidamente por la escalera de caracol y continuaron por los largos corredores vacíos. Harry sintió un profundo temor. Si Dumbledore había decidido ir por Anya, era porque ella estaba en peligro.
Ambos apresuraron el paso y en segundos se encontraron fuera del castillo, adentrándose en los límites del Bosque Prohibido. Conforme avanzaban, comenzaron a escuchar unos leves murmullos, parecía que hablaban. Siguieron caminando con mayor sigilo, cuidándose de no ser descubiertos. Unos metros adelante finalmente vieron a las dos personas que buscaban, aunque la escena no era nada reconfortante. Anya yacía de espaldas en el suelo, y Aldebarán estaba de pie frente a ella.
– Es una lástima Anya – dijo Aldebarán en tono burlón –. Pensé que al transformarte cambiaría tu actitud, pero ya veo que no.
Anya no dijo nada. Sus extraños ojos estaban viendo algo detrás de Aldebarán. Estaba observando atentamente a Harry y Dumbledore. Al parecer, Aldebarán no se había percatado de la presencia de los dos intrusos. Harry pensaba a toda velocidad en algún hechizo que pudiera ayudar a Anya, y el único que se le ocurrió fue el mismo que ella les había enseñado aquella noche en la torre de Astronomía. Sacó su varita y se preparó para atacar. Anya asintió lentamente, comprendiendo lo que Harry pretendía hacer.
– Sabes – continuó el vampiro –, yo solamente quería darte una nueva vida, pero no la aceptaste. En fin, creo que simplemente tú no naciste para este mundo.
– No es que yo no haya nacido para este mundo – dijo Anya viéndolo fijamente –, es que este mundo no nació para mí.
– ¡DAMNUM SPLENDOR!
Todo ocurrió muy rápido. Anya se había movido del lugar en donde se encontraba justo un segundo antes de que ese rayo iluminara el bosque, logrando ocultarse tras unos matorrales. Aldebarán no había alcanzado a reaccionar y fue impactado de lleno por el hechizo. Cuando la luz cesó y la oscuridad se apoderó del bosque una vez más, ese hombre había desaparecido y en su lugar yacía un montoncito de cenizas. Todo salió tal y como Harry lo había planeado, excepto que él no había lanzado el hechizo, sino Dumbledore.
– ¿Te encuentras bien Anya? – el profesor se había acercado al lugar en donde ella estaba escondida, y le había tendido un brazo para ayudarla a incorporarse.
– Sí – respondió la joven aceptando la ayuda del director –. Gracias.
– Bueno, será mejor que regresemos al castillo – dijo Dumbledore con su voz serena.
Las tres personas regresaron sobre sus pasos, esta vez más tranquilas. Cuando entraron al despacho de Dumbledore, encontraron a Sirius y Snape en plena discusión:
– ¡Todo esto es tu culpa Black! – gritó Snape furioso.
– ¡¿Mi culpa! – contestó Sirius airado –. ¡Es tu culpa por entrometerte en esto!
– ¡Para tu información, Anya me pidió ayuda! – se defendió Snape encolerizado –. ¡Pero ahora veo que fue un error, ya que por culpa tuya ella puede estar en peligro en estos momentos!
– ¿Qué es lo que pasa? – la voz de Anya resonó en la habitación, poniendo fin a la discusión.
– ¡Anya! – exclamaron Sirius y Snape al unísono, acercándose a la joven.
– ¿Te encuentras bien? – preguntó Sirius preocupado, tomándola por la cintura y alejándola de Snape.
– Sí – contestó Anya dejándose arrastrar –. Albus y Harry llegaron justo a tiempo.
– Ya que estás aquí Anya – comenzó Dumbledore dirigiéndose a su silla detrás del escritorio – tal vez puedas explicarme cómo hiciste para traer a Sirius de vuelta.
Después de decir esto último, hizo un ligero movimiento de varita con el que aparecieron muchas sillas, las suficientes para que todos se sentaran. Cuando estuvieron cómodos, Anya comenzó con su relato. Le habló de su teoría sobre el Limbo, de sus múltiples investigaciones sobre el portal y de su intromisión en aquel lugar. Le explicó cómo fue que sacaron a Sirius de ahí y también le contó sobre la estadía temporal de Joey en el Limbo, resguardado por las Guardianas de la Muerte.
– Y pensamos que tal vez tú conocías a algún vampiro que estuviera dispuesto a ayudarnos – finalizó la joven viendo a Dumbledore atentamente.
El director guardó silencio, entrelazando lentamente sus manos y apoyando su barbilla en ellas. Meditaba. Repentinamente se levantó de su lugar y dijo:
– Espérenme aquí, no tardo.
Dicho esto salió de su despacho, dejándolos a todos con muchas dudas.
– ¿Qué pasó con Aldebarán? – preguntó Navs súbitamente.
– Lo derrotaron con el hechizo del sol – contestó Anya con calma –. Realmente llegaron en el momento preciso, porque para ser sincera, yo estaba perdiendo.
– ¡Lo ves Black! – exclamó Snape triunfal –. ¡Ella estaba en peligro por tu culpa!
Sirius se puso en pie al instante, hecho una furia. Snape hizo lo mismo.
– ¡Estábamos mejor cuando tú no estabas aquí! – espetó Snape con desprecio.
– ¡No empiecen por favor! – dijo Anya parándose en medio de los dos hombres.
– ¿Estaban mejor sin mí, o eras tú quien estaba mejor Quejicus? – inquirió Sirius astutamente –. ¿Acaso creíste que si yo no estaba, tú tendrías una oportunidad con mi chica?
Snape se puso rojo de ira ante aquel comentario. Sacó su varita y apuntó a Sirius.
– ¡Ya basta! – gritó Anya perdiendo la paciencia –. Este no es el momento para sus riñas de colegiales. Tenemos cosas más importantes en qué pensar.
Snape la miró unos instantes y luego bajó su varita. Fulminó a Sirius con la mirada y regresó a su silla, sin hacer comentario alguno. En ese momento la puerta del despacho se abrió, dando paso al profesor Dumbledore. Llevaba algo en las manos, aunque no supieron definir qué era.
Dio un rodeo al escritorio y se sentó en su silla. Todos lo observaban atentamente. Dumbledore colocó cuidadosamente sobre el escritorio lo que sujetaba con ambas manos. Se trataba de un sapo.
– Es Trevor, ¿o no? – inquirió Hermione –. El sapo de Neville.
– Así es – confirmó el director con una ligera sonrisa de diversión.
Harry miró al sapo y luego a Dumbledore, sin entender qué era lo que pretendía. Después de unos segundos de silencio, Anya habló:
– Pero Albus, ¿por qué . . .
– No todas las cosas son lo que parecen – la interrumpió Dumbledore –. Ya puedes mostrarte.
El sapo saltó del escritorio al piso, y ante el asombro de todos, comenzó a transformarse, adoptando forma humana. Era una mujer, alta y delgada; de tez blanca y cabello oscuro. Vestía una túnica verde. En general, no guardaba mucha similitud con Trevor, excepto por los ojos. Eran plateados, como los del sapo, además, tenía la misma mirada de travesura que el anfibio.
– ¡Alemis! – exclamaron Navs y Anya al mismo tiempo.
Aquella mujer les sonrió ampliamente antes de contestar:
– Hola chicas.
