Capítulo 29. "Diciendo lo Importante"

Una hora antes de que amaneciera, Harry se despertó bruscamente, y por más que lo intentó, no logró conciliar el sueño nuevamente. Cavilaba. Esas últimas noches le habían sucedido muchas cosas: había recuperado a su padrino, y también se había dado cuenta de que la Orden lo mantenía bien vigilado. Pero sobre todo, no podía dejar de pensar que sí tenía otro familiar, aparte de los Dursley.

Muchas noches él había permanecido en vela, maldiciendo su suerte, preguntándose por qué tenía que vivir con ellos; qué mal había hecho para que lo castigaran de aquella manera. Y ahora se enteraba de que todo ese sufrimiento podía haberse evitado, si tan solo Anya no hubiese buscado venganza.

Tenía sentimientos encontrados. Por una parte estaba resentido con ella, porque no había pensado en las consecuencias de sus actos; pero por otra parte estaba emocionado por haberla encontrado. Todo era muy confuso.

Para cuando despuntó el alba, Harry había tomado una decisión. Se levantó sigilosamente y salió del dormitorio. Aún tenía puesta la ropa de la noche anterior, pues había estado demasiado cansado para quitársela. Rápidamente atravesó la sala común y abandonó la torre de Gryffindor.

Caminó a paso ligero por los largos corredores, sumido completamente en sus pensamientos, tanto así, que repentinamente notó que ya había dejado atrás la puerta de la habitación a la que quería llegar. Regresó sobre sus pasos y se paró frente a la puerta. Era el despacho de Anya. Llamó tres veces, pero nadie contestó. Volvió a intentar con mayor insistencia, pero obtuvo la misma respuesta. Aparentemente Anya no estaba.

Harry reflexionó sobre los posibles lugares en los que ella podría estar, y una corazonada lo hizo encaminarse al lago. Efectivamente Anya se encontraba ahí, pero no estaba sola, Sirius le hacía compañía. Estaban sentados debajo de un árbol cercano a la orilla del lago. Harry dudó en acercarse, pero su necesidad de hablar con ella pudo más que cualquier otra cosa. Continuó con paso decidido, y cuando estuvo detrás de ellos, se aclaró la garganta ruidosamente, anunciando su presencia en el lugar. Ambos giraron sobresaltados.

– Hola Harry – saludó Sirius alegremente –, pensé que aún estarías dormido.

– Desperté hace horas – dijo Harry –, tenía muchas cosas en que pensar.

Observó a Anya fijamente, pero ella no pronunció palabra alguna. Ni siquiera le devolvió la mirada. Buscando algún tema de conversación, Harry notó la capa negra que envolvía a Sirius, así que preguntó:

– ¿Esa es una de las capas que protege del sol?

– Así es – contestó éste con una sonrisa –. Anya me la dio, es muy eficaz. Puedo estar bajo el sol y no me pasa nada.

Dicho esto, volvieron a sumirse en un tenso silencio. Harry no lo entendía, dos noches antes Anya había hablado hasta enronquecer, pero ahora parecía que no tenía nada que decir.

– Bueno – dijo Sirius abruptamente, al tiempo que se ponía en pie –, es mejor que los deje solos, supongo que tienen mucho de qué hablar.

Anya le dirigió una mirada desesperada y suplicante, pero de cualquier modo Sirius se fue, dejándolos solos. Harry se sentó al lado de ella y guardó silencio, contemplando la calmada superficie del lago.

– Perdóname Harry – pidió Anya repentinamente –, perdóname por todo.

Harry la miró analíticamente. En ese momento miles de frases de reproche cruzaron su mente, pero no externó ninguna. No pudo hacerlo. Él ya había planeado todo lo que le reclamaría a Anya, pero simplemente no podía hacerlo.

– Aún no puedo creer que me hayas mentido – dijo de pronto.

– Sabes Harry – continuó la joven –, yo soy de las personas que piensan que no hay verdad o mentira, todo depende del cristal con que se mira.

Harry sonrió silenciosamente. Esa sí que era una buena respuesta.

– Está bien – cedió el muchacho –. Te perdono.

Anya lo abrazó fuertemente en una efusiva demostración de alegría y regocijo.

– Pero con una condición – aclaró de pronto. Anya se separó de él y lo observó intrigada –: que contestes a todas mis preguntas.

Anya sonrió ampliamente y dijo:

– Si sé la respuesta, lo haré con gusto.

– De acuerdo. Para empezar, ¿cómo debo llamarte?

– Anya está bien. Después de todo, no me veo mucho mayor que tú.

Harry pensó rápidamente en su siguiente pregunta y dijo:

– ¿Por qué no apareces marcada en el mapa del merodeador?

– Porque técnicamente estoy muerta, y cuando tu padre y sus amigos hicieron el mapa, decidieron que los muertos o fantasmas no aparecerían en él, a menos que significaran un peligro para ellos. Además, mi condición de vampiro me da la libertad de escoger si quiero aparecer marcada o no. Es una ventaja que tienen los de mi especie. Lo mismo pasa con Alemis, sólo que ella también puede elegir entre aparecer como Alemis o como Trevor .

Harry se quedó callado, asimilando aquella confesión.

– ¿Eso es todo? – preguntó la joven.

– ¿Bromeas? Apenas estoy comenzando. Déjame ver . . . ¡Ah, ya sé! ¿Qué otras habilidades posees como vampiresa?

– Bueno, puedo ver a través de las capas invisibles, soy más fuerte que cualquier mortal, también soy más rápida. Gracias a estos extraños ojos puedo ver en la noche y también puedo ver a los thestrals. Y gracias a mi condición puedo leer la mente de cualquier mortal.

– ¿En serio?

– Sí, es por eso que supe que Peter estaba aquí, lo vi en la mente de Severus. Y también supe cómo reaccionar cuando vi a Joey por primera vez, sólo leí su mente y me enteré de lo que pretendía. Aunque varias veces nos tuvimos que poner de acuerdo sobre la versión de los hechos que íbamos a dar.

– ¿Es por eso que se reunían en las noches?

– Así es. Aunque debo decir que el que los dos habláramos francés nos ayudó mucho para hacerlos creer que veníamos de Beauxbatons – guardó silencio reflexionando –. Creo que son todos los talentos con los que nací a esta vida inmortal – dijo pensativa. Después agregó –: también poseo una especia de barrera mental que impide que se inmiscuyan en mi mente. No me pueden controlar con la maldición imperius ni tampoco pueden usar la Legeremancia.

Harry se quedó pensativo en silencio.

– ¿Te dolió? – preguntó súbitamente.

– ¿Qué?

– Morir.

– Sinceramente no lo recuerdo, aunque supongo que sí existe una especia de dolor, pero si algo he aprendido viviendo esta vida, es que la muerte no es el final de la vida, es sólo el comienzo de algo más perfecto.

Harry no dijo nada. Estaba asimilando toda la información que Anya le estaba dando.

– Anya tengo una duda – expresó – es una insignificancia, pero me gustaría que me la resolvieras.

– Claro.

– La moto en la que viajamos a la casa de los Weasley, ¿es la moto de Sirius?

– Sí. Hagrid me la dio cuando regresé para ponerme bajo las órdenes de Albus. Dijo que me ayudaría en mis misiones.

– Hablando de eso, ¿en qué consistían tus misiones?

– Tenía que seguir a los mortífagos y desaparecerlos.

– ¿Los matabas?

– No – respondió calmada –, no se debe beber la sangre de un muerto, así que primero me bebía su sangre y después morían por la ausencia de su líquido vital.

En el rostro de Harry se dibujó una expresión mezclada de asombro y asco. Anya lo observó divertida y luego aclaró:

– En realidad no es tan malo. Es mi alimento y para ser franca, me gusta, aunque creo que eso se debe a que soy una vampiresa.

Harry asintió lentamente pensando que Anya tenía razón: ella se alimentaba de sangre, era obvio que le gustaba. Reflexionó un instante y pensó que él jamás podría acostumbrarse a beber sangre para vivir.

– ¿Te alimentas de cualquiera? – inquirió de pronto un poco nervioso.

– No – contestó –, un vampiro puede resistir mucho tiempo sin sangre, y yo prefiero esperar hasta encontrarme con algún mortífago del que me pueda alimentar. De esa forma lo quito del camino y satisfago mi necesidad de sangre.

Harry se relajó con aquella respuesta.

– Sólo una vez me he alimentado de un inocente – aclaró Anya.

– ¿De quién?

– De Navs.

– ¿Tú fuiste quien la transformó?

– Sí. Ella estaba en San Mungo, muriendo, y me suplicó que la transformara. Me dijo que aún no era su momento y que la ayudara. Yo accedí y la transformé. Debo confesar que al principio me sentía terrible, como si fuera una asesina, pero ahora pienso que hice lo correcto. Ella me ha ayudado a descubrir maneras de protegernos de la luz solar, y realmente son efectivas.

Contemplaron en silencio todo el paisaje que componía a los jardines de Hogwarts. Era realmente hermoso.

– Anya, ¿recuerdas que cuando nos hablaste del Limbo, dijiste que antes no contabas con lo necesario para efectuar el ritual, pero ahora era diferente?

Anya asintió en silencio.

– ¿A qué te referías?

– El portal sólo puede abrirse con la sangre de un vampiro. Cuando yo hice aquella investigación en mi época de estudiante, yo era una muchacha como cualquier otra, pero evidentemente ahora es diferente.

– Tienes razón – concordó. En ese momento estaba por decir que ya habían terminado sus preguntas, cuando de repente una duda saltó a su mente –: Anya, ¿tú sabías que Alemis nos vigilaba?

– No, yo no estaba enterada de nada, aunque creo que era obvio que Albus te pondría a alguien muy cerca para tenerte bien vigilado.

– Pero Alemis dijo que también vigilaba a Neville, ¿por qué?

– Desgraciadamente no tengo la respuesta a esa pregunta, sólo tengo conjeturas. Supongo que Albus cree que en algún punto de tu misión Neville te va a ayudar, si no es que ya lo ha hecho.

Harry recordó el año anterior, en el Ministerio de Magia, y pensó que Neville ya lo había ayudado bastante.

– Entonces, ¿tú no sabías que Alemis era una animaga? – inquirió de pronto.

– No – contestó la joven –, yo no tenía idea.

– Y ya que estamos hablando de eso, aún no me has dicho si tú también eres animaga.

– ¿Y qué te hace pensar que lo soy?

– Bueno, mi padre y sus amigos se hicieron animagos a escondidas, tal vez tú también lo hiciste.

– Pues sí – confirmó sonriente –, mis amigas y yo también conseguimos hacernos animagas, aunque era un secreto para los demás. Los únicos que sabían eran los merodeadores.

– ¿Y? ¿En qué se transforman?

– Janis es un cuervo, Navs es un gato y yo soy una lechuza.

– Ya veo – dijo Harry reflexivo, preguntándose si sería muy difícil convertirse en animago.

– No – negó Anya repentinamente.

– ¿Qué?

– No es difícil, pero es tedioso.

Harry sonrió. Debía cuidarse de lo que pensaba cerca de ella.

– ¿Te acuerdas de aquella tarde en Hogsmeade, cuando tú y Snape obligaron a todos a salir de Las Tres Escobas?

– Me acuerdo.

– Tú dijiste que estaba ahí, ¿a quién te referías?

– A Peter. El muy cobarde se metió ahí para poder esconderse, porque sabía que yo lo había visto. Está claro que no fui yo quien lo encontró, sino Severus, y él prefirió llevárselo a Albus que a mí. Supongo que pensó que yo me pondría violenta.

– Y no se equivocó – agregó Harry con una leve sonrisa.

Anya le devolvió la sonrisa y después volvió a observar el lago.

– ¿Eso es todo? – preguntó de pronto.

– En realidad, tengo una duda más.

– Dime.

– Cuando nos enseñaste el hechizo del sol, dijiste que nadie más lo conocía, pero cuando te estabas enfrentando a Aldebarán, fue Dumbledore quien usó el hechizo, no yo.

– Hay muchas cosas que no me explico de Albus – aclaró prontamente –, como por qué siempre actúa como si supiera lo que va a pasar o cómo vamos a reaccionar, y desgraciadamente lo que tú me indicas también es una de esas cosas. No sé cómo es que él conocía mi hechizo, por más que lo he pensado no me lo explico. A la conclusión que he llegado es que él es un hombre en extremo sabio, que entiende a la perfección la naturaleza humana, aunque no esté completamente de acuerdo con ella.

Harry analizó aquella respuesta. No era la que estaba esperando, pero no podía hacer otra cosa mas que aceptarla.

– Sabes Harry, supongo que todos te lo habrán dicho ya y tal vez es fastidioso, pero debo decirte que eres igual a James. Cada facción de ti me recuerda a mi hermano, excepto los ojos, son los bellos ojos de Lily.

Harry sonrió. Era verdad, todos los que habían conocido a sus padres se lo habían dicho, pero jamás pensó que lo oiría de los labios de la hermana de su papá, porque para empezar, nunca se le ocurrió que su padre tuviera una hermana.

– ¿Quién era el mayor? – preguntó de pronto con mucha curiosidad.

– Yo, pero sólo por unos minutos.

– ¿Qué quieres decir?

– James y yo éramos gemelos fraternos – explicó. Debió ser realmente obvia la expresión de incertidumbre de Harry, puesto que Anya aclaró –: quiere decir que nacimos casi al mismo tiempo, pero no guardábamos mucho parecido entre los dos. Para empezar, diferíamos en el género: él fue hombre y yo mujer.

Aquello esclareció el asunto. Ahora lo entendía todo.

– ¿Crees que mis padres estarían orgullosos de mí? – inquirió repentinamente.

– No lo creo Harry, lo sé. Ellos te amaban con cada fibra de su ser.

Los ojos de Harry se humedecieron ligeramente.

– ¿Sabes qué me dijo tu padre a los pocos días de que habías nacido?

– ¿Qué?

– Que tú serías un gran jugador de quidditch; que desde el instante en que montaras una escoba, amarían volar tanto como lo hacía él, y que jamás perderías un partido de quidditch.

– Pues ya perdí uno – repuso tristemente.

– Lo sé, pero yo siempre le dije a tu padre que desde mi punto de vista personal, un perdedor no es aquel que ha sido derrotado, sino aquel que no acepta su derrota.

Lo miró fijamente y le regaló una gran sonrisa, después continuó:

– De cualquier forma, en ese momento él me dio su snitch y me pidió que te la entregara en tu onceavo cumpleaños, si es que algo les llegaba a suceder y no podían estar contigo. Espero que disculpes los seis años de retraso.

Harry sonrió al darse cuenta del por qué aquella snitch le había parecido ligeramente familiar. Era la misma que había visto en el pensadero aquella sesión fatal de Oclumancia.

– Creo que ya les di el tiempo suficiente para que hablaran – una voz a sus espaldas los sobresaltó. Era Sirius –. Ya es hora de comer y ustedes siguen aquí.

– ¡Oye! – exclamó Anya divertida –, el muchacho no sabía nada de mí, tenía muchas cosas que preguntar.

– De cualquier forma – continuó Sirius –, vengo a avisarles que Hagrid nos invitó a comer a su cabaña y no me pude negar.

Anya y Harry se miraron. Ambos conocían muy bien los dotes culinarios de Hagrid.

– Entonces es mejor que vayamos – dijo Anya resignada –, no debemos hacerlo esperar.

Ambos se levantaron de sus lugares, y junto con Sirius, emprendieron el camino hacia la cabaña del guardabosques.

Estuvieron con Hagrid hasta que la noche cayó. Tenían mucho de qué hablar.

– Aún no entiendo cómo es posible que no me hayas dicho nada de Anya – reclamó Harry incrédulo, simulando estar muy ofendido.

– Era muy fácil guardar el secreto mientras ella no estaba aquí – explicó Hagrid alegremente –. El problema surgió cuando ella vino a ser profesora de Hogwarts. Ni yo mismo sé cómo me controlé.

– Gracias otra vez Hagrid – dijo Anya con una sonrisa –, gracias por haber cumplido con tu promesa.

– No hay de qué – contestó muy satisfecho de sí mismo –. ¿Seguros que no quieren más pastel?

– Oh . . . no, gracias Hagrid . . . – contestó Anya en el mayor tono educado que le fue posible –, en realidad, nosotros los vampiros no comemos mucho, sólo lo hacemos para guardar las apariencias, pero me encantaría cederle mi pedazo a Harry.

– Sí – continuó Sirius –, no podemos permitir que se desperdicie tu pastel; yo también le doy mi pedazo a Harry.

Harry los observó a ambos con una disimulada mirada de reproche. Él no tenía una excusa para negarse, así que tuvo que aceptar el pastel que Hagrid le ofrecía.

Continuaron conversando alegremente, hasta que Anya decidió que ya era muy tarde y que Harry no debía desvelarse. Era un poco extraño tener que recibir órdenes de alguien que un año atrás no existía en su vida, pero Harry se dio cuenta de que no le molestaba, sino que lo hacía sentirse protegido.

Se despidieron de Hagrid y emprendieron el camino de regreso al castillo. Harry nunca había visto a Sirius tan feliz por tanto tiempo. No paraba de sonreír, aunque tal vez eso se debía a que tenía a Anya tomada de la mano. Harry pensó que hacían una bonita pareja. Por unos instantes se dejó llevar por su imaginación y se preguntó cómo hubiera sido la vida con la hermana de su padre y su padrino. Seguramente tendría que ser mil veces mejor que la que llevaba con los Dursley.

– Estás muy callado Harry – dijo Anya repentinamente –. ¿Se puede saber en qué piensas?

– ¿No lo has visto ya? – preguntó fingiendo desconfianza.

– No, pero si no me lo dices me veré obligada a meterme en tu mente – respondió con una sonrisa de diversión.

– Pienso en lo que hubiese sido vivir con ustedes.

Anya posó su brazo izquierdo sobre los hombros de su sobrino y le dijo:

– Tal vez si hubieras vivido con nosotros no serías tan fuerte como lo eres ahora.

– Además, hubieras sido el blanco perfecto para comer lo que nosotros no quisiéramos – agregó Sirius alegre.

– A propósito Anya, ¿qué quisiste decir con eso de nosotros los vampiros no comemos mucho, sólo lo hacemos para guardar las apariencias ? Yo te he visto comer de todo – sentenció Harry con una sonrisa.

– Ese será nuestro pequeño secreto – le murmuró al oído en tono de complicidad.

Los tres se echaron a reír. Cuando les faltaba poco para llegar a la puerta principal del castillo, pasó algo que los sobresaltó.

– ¡ANYA! – alguien gritaba desde el Bosque Prohibido.

Sin esperar ni un momento, Anya giró y corrió hacia el bosque. Sirius y Harry la siguieron. Cuando llegaron al límite del bosque, encontraron a quien gritaba. Se trataba de Janis y Taikkobo. Estaban muy mal heridas. Ambas se tambalearon y estuvieron apunto de caer, pero Anya y Sirius las sostuvieron.

– ¿Qué fue lo que pasó? – preguntó Anya asustada.

– Fue una emboscada – murmuró Janis –, nos atacaron sorpresivamente . . .

– ¿Quiénes? – cuestionó Anya.

– No pudimos defendernos de todos – continuó Janis como si no hubiera escuchado la pregunta de Anya –, y ahora están aquí . . .

– Teníamos que venir a avisarte – explicó Taikkobo –, debes dar la alarma. ¡Vete y déjanos aquí, estaremos bien, sólo avísale a todos . . .

Una estruendosa explosión resquebrajó el calmado silencio de la noche. Al instante comenzaron a escucharse gritos provenientes del castillo. Sin esperar más, los tres corrieron hacia el castillo con un mal presentimiento en su interior.

¿Quién o qué era aquello tan poderoso que había herido a las Guardianas de la Muerte? Definitivamente algo malo estaba a punto de ocurrir, algo para lo que no estaban preparados.