Capítulo 30. "Más Puertas"
Todo era un caos. Los alumnos corrían de un lado a otro y no paraban de gritar. Anya se llevó dos dedos a la boca y silbó ensordecedoramente. Todos se detuvieron y la observaron atentamente.
– Deben conservar la calma – indicó con voz potente –, nosotros los llevaremos a sus salas comunes, donde estarán seguros.
Un murmullo general de asentimiento cubrió el vestíbulo.
– Anya no hay ni un solo Slytherin aquí – susurró Sirius.
– Lo sé – contestó la joven –, ya lo noté.
Guardó silencio y después habló rápidamente:
– Sirius, ¿puedes llevar a todos los Ravenclaw a su sala común?
– Claro.
Mientras Sirius comenzaba a llamar a todos los alumnos que pertenecían a Ravenclaw, Anya se giró hacia Harry y le dijo:
– Los Gryffindor están a tu cargo, llévatelos a la torre y ayuda a Ron y Hermione a controlarlos. Cuento contigo, ¿de acuerdo?
El muchacho asintió con energía y guió a todos los alumnos pertenecientes a su casa. El vestíbulo quedó totalmente vacío. Harry avanzó velozmente, llevando a los demás por pasadizos secretos que los acercaron más rápido a la torre de Gryffindor.
Cuando estuvo frente al retrato de la Señora Gorda, pronunció la contraseña y cuidó que todos los que lo seguían atravesaran el agujero hacia la sala común. Una vez adentro buscó a sus amigos con la mirada, y no tardó en encontrarlos. Estaban en el centro de un corro de alumnos.
– Escuchen – decía Hermione con tono autoritario –, no hay por qué preocuparse, seguramente la explosión se debió a una broma de algún gracioso. En estos momentos los profesores ya deben haber encontrado al culpable.
Un murmullo general se apoderó de la acogedora sala común. Dijera lo que dijera Hermione, los alumnos estaban seguros de que aquello no era una simple broma.
– Tengo que hablar con ustedes – les susurró Harry cuando estuvo cerca de ellos.
Sus dos amigos asintieron y lo siguieron a un rincón vacío de la sala. Harry les contó lo que había pasado en el límite del Bosque Prohibido, tratando de repetir lo más textualmente posible cada palabra de Janis y Taikkobo. Para cuando terminó de hablar, Ron había palidecido repentinamente y Hermione se tapaba la boca con ambas manos, horrorizada. Cuando se calmó un poco preguntó con voz temblorosa:
– ¿Creen que fue . . .
– . . . Voldemort? – terminó Harry –. Sí, yo creo que es él.
– Pero entonces todas las personas que están en el colegio corren un grave peligro – concluyó la chica horrorizada.
Los tres guardaron silencio, asimilando su terrible realidad. De pronto, Harry levantó la vista, al notar que alguien se dirigía al agujero que estaba detrás del cuadro de la Señora Gorda. Era Joey. Aparentemente había vuelto a tomar la poción rejuvenecedora, porque una vez más se veía de 16 años.
Hermione y Ron también se dieron cuenta de la presencia del muchacho. Los tres se miraron significativamente y sin necesidad de ponerse de acuerdo, se encaminaron hacia él y le cerraron el paso.
– Hola chicos – los saludó como si no ocurriera nada.
– Tú sabes lo que pasa Joey – sentenció Ron sin preámbulos.
– ¿Qué quieres decir? – preguntó el joven en tono ingenuo.
– No finjas Joey – pidió Harry –, yo estaba con Anya y Sirius cuando sucedió la explosión. Vi a Janis y Taikkobo.
Joey no le contestó, sólo lo miró escrutadoramente. Después de unos segundos levantó la vista y miró analíticamente a su alrededor, luego se acercó un poco más a ellos y les habló en un tono apenas audible:
– Tienen razón, la explosión no era una broma. De alguna forma los mortífagos encontraron más puertas para entrar a Hogwarts y en este momento los profesores se están enfrentando a ellos.
– ¡¿QUÉ! – gritaron los tres al unísono.
– ¡Bajen la voz! – ordenó en un susurró –, lo que menos queremos en estos momentos es que los demás entren en pánico.
Joey volvió a observar a su alrededor y después continuó:
– Justo ahora me voy a unir a los profesores para tratar de defender Hogwarts el mayor tiempo posible, al menos hasta que llegue la Orden del Fénix.
– Yo voy contigo – dijo Harry al instante.
– Yo también – repuso Hermione.
– Y yo – agregó Ron.
– No – negó Joey rotundamente –, voy solo.
– No vas a salir de aquí a menos que sea con nosotros – advirtió Harry muy serio.
– No lo creo – contradijo el joven –, yo puedo verme como uno de ustedes, pero tengo más experiencia que ustedes tres juntos, así que se quedarán aquí y cuidarán del resto de sus compañeros.
Dicho esto salió rápidamente de la torre, sin que ellos pudieran hacer algo para evitarlo. Se quedaron en silencio aproximadamente durante cinco minutos, hasta que Harry habló:
– Si Joey cree que me voy a quedar aquí cruzado de brazos mientras ellos se enfrentan a Voldemort, está muy equivocado. Yo me voy.
– Nosotros vamos contigo – dijo Hermione.
– Bien, vámonos.
Los tres abandonaron la sala común y cuando se encontraron fuera de la torre de Gryffindor se discurrieron por un pasadizo secreto que los condujo varios pisos abajo. A cada paso se podía escuchar un gran alboroto. Conforme avanzaban, los gritos se hacían más audibles y las frases más claras. Eran maldiciones, maldiciones de todo tipo, incluso las llamadas imperdonables. Salieron del pasadizo y se encontraron a la mitad de un amplio corredor desolado.
– Vamos – ordenó Harry sacando su varita y guiando a sus amigos.
Una fuerte sensación de vacío se produjo en su estómago. Sabía que lo más probable era que se encontraran con un mortífago. De pronto, unos ruidos de pasos hicieron que pararan en seco. Alguien se acercaba. Harry miró a su alrededor, buscando desesperadamente un escondite para los tres, y descubrió que un poco más atrás de donde estaban había una puerta. Corrió hacia la puerta, seguido de sus dos amigos, y rápidamente se metieron en aquella habitación.
Se quedaron totalmente estáticos. Sentían los fieros latidos del corazón golpeando contra su pecho. Harry contuvo el aliento, suplicando que el palpitar de su corazón no fuera lo suficientemente ruidoso como para llamar la atención de alguien. Los pasos continuaron y se detuvieron frente a la puerta. Sin tener más remedio, los tres levantaron su varita y la apuntaron a la puerta, esperando a que aquella persona irrumpiera en la habitación.
Cuando ésta finalmente se abrió, los tres gritaron al mismo tiempo:
– ¡DESMAIUS!
– ¡Protego! – una voz familiar pronunció el encantamiento escudo. Se trataba de Joey –. ¿Qué están haciendo aquí? – cuestionó visiblemente irritado –. Creí haberles dicho claramente que debían quedarse en la torre de Gryffindor.
Ninguno de los tres dijo palabra alguna, solamente se limitaron a mirarlo fijamente.
– Será mejor que los lleve a la torre, no puedo dejar que regresen solos. Anya me mataría por eso.
Los cuatro salieron de la habitación y se dispusieron a regresar por el pasadizo por el que habían bajado, pero el sonido de pasos acercándose puso a Joey sobre alerta.
– Mejor tomamos otro camino – murmuró y giró sobre sus pies, avanzando muy aprisa por el largo corredor.
En cuanto doblaron por la esquina, Harry vio que un grupo de magos encapuchados y con el rostro cubierto por máscaras se perfilaba en el principio del amplio pasillo desolado. Evidentemente buscaban a alguien.
– Ya vienen – le informó a Joey.
– Lo sé – contestó éste –, debemos sacarles la mayor ventaja posible.
Al terminar esta frase echó a correr unos cuantos metros, después se detuvo y esperó a que los tres amigos lo alcanzaran. Se metieron por un pasadizo que los condujo dos pisos arriba. Salieron a otro pasillo, pero éste era más tenebroso que el de abajo. Todo estaba en penumbras.
– No enciendan sus varitas – indicó Joey –, no queremos levantar sospechas.
Los tres asintieron y comenzaron a avanzar lo más aprisa que podían. De pronto, un sonido extraño al final del corredor llamó la atención de Harry. Se detuvo para poder escuchar mejor.
– ¡Vamos Harry! – apresuró Joey.
– Sí – contestó vagamente –, en un momento . . .
Estaba seguro de que alguien más estaba en ese pasillo, pero aquel sonido no regresó, sólo podía escuchar el débil murmullo del viento.
– No es nada – informó Harry en voz alta, pero al mirar a su alrededor casi sintió que su corazón se detenía por unos segundos, al notar que el corredor estaba totalmente vacío. No había rastro alguno de Ron, Hermione o Joey.
Tranquilízate – dijo una vocecilla dentro de su cabeza –, seguramente deben haber entrado a otro pasadizo .
Avanzó unos cuantos metros mirando escrutadoramente los muros, buscando la entrada de algún pasadizo.
– Debí traer el mapa del merodeador – se reprendió en voz alta.
Justo en ese momento el ruido de pasos acercándose se hizo más audible. Iban hacia él.
No te preocupes – dijo la vocecilla –, tal vez es Joey que viene por ti . Pero no estaba totalmente seguro de que así fuera.
Los pasos se incrementaron. Al parecer se acercaban por ambos extremos del corredor. Estaba acorralado. Instintivamente se echó para atrás, en un intento por aprovechar las penumbras en las que se encontraba, aunque sabía muy bien que no podría esconderse cuando el enemigo estuviese cerca.
Los pasos eran más audibles. Ya no tenía más tiempo. Sacó su varita dispuesto a atacar en cualquier momento, cuando de repente sintió un fuerte tirón por la espalda. Una mano le tapó la boca y un brazo lo aprisionó. Harry intentó soltarse con todas sus fuerzas, pero sus forcejeos no sirvieron de nada, puesto que aquella persona lo arrastró hacia una estatua con mucha facilidad, y después lo obligó a agacharse detrás de la misma.
– Tranquilízate Harry, soy yo – se trataba de la voz de Anya –. No emitas ni un sonido – le ordenó en un leve susurro.
Harry se calmó y permaneció totalmente inmóvil, temiendo lo peor. De pronto, un hombre encapuchado apareció en su campo visual. Caminaba lentamente, aparentemente buscando a alguien. Se detuvo frente a la estatua donde estaban escondidos, pero pasados unos segundos, se alejó de ahí.
Anya y Harry permanecieron un poco más en la misma posición, cerciorándose de que aquel mortífago ya se había ido. Finalmente se levantaron y salieron de su escondite.
– ¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó Anya exaltada.
– Quiero ayudar – respondió Harry con semblante serio.
– Si quieres ayudar entonces regresa a la torre de Gryffindor – indicó la joven.
– ¿Por qué?
– Harry este no es el momento para explicaciones, sólo haz lo que te digo.
– No hasta que me digas por qué.
– ¡Porque no quiero que te pase nada, ¡¿de acuerdo!
Harry la miró fijamente a los ojos y descubrió que tenían un brillo especial. Ya varias veces había visto aquellos extraños ojos normalmente vacíos, llenos de un odio y una amargura incontenible, pero ahora veía en ellos temor, mucho temor.
– ¡Harry! – Joey se acercó apresuradamente. Había salido por detrás de una estatua, donde aparentemente había un pasadizo –, ¿qué pasó, de pronto ya no nos seguías y . . .
– ¡Así que tú sabías de esto! – exclamó Anya molesta.
– No, te equivocas – se defendió –, yo dejé la torre de Gryffindor solo, y después los encontré vagando por un pasillo . . .
– ¿Los encontraste? – repitió la joven –, con eso quieres decir que también Ron y Hermione están aquí, ¿verdad?
Viendo que no podían esconderse por más tiempo, Ron y Hermione también salieron del pasadizo en donde estaban escondidos.
– No puede ser – murmuró Anya tapándose el rostro con las manos.
– Anya nosotros podemos ayudar – dijo Hermione en un intento por justificar su presencia ahí.
– Yo no lo dudo Hermione – repuso Anya –, sé que son capaces de hacerlo, pero nosotros no queremos que vuelvan a pasar por lo mismo que pasaron en el Ministerio de Magia hace un año.
Guardaron silencio un momento, hasta que Anya dijo:
– Joey, ¿puedes llevarlos a su sala común?
– Claro.
– Pero Anya . . . – comenzó Harry.
– Es lo mejor – puntualizó la joven elevando la voz.
No teniendo más remedio, entraron al pasadizo. No habían avanzado ni dos pasos, cuando de pronto . . .
– ¡Anya, qué gusto! – era una voz de mujer –, así que aquí estabas.
Harry giró sobre sus pies y vio que una mujer desconocida hablaba con Anya.
– ¿No me vas a saludar? – preguntó aquella mujer con cierto tono burlón.
– No tengo por qué – contestó Anya fríamente.
– ¿Así es como recibes a tus amigas? – una segunda mujer apareció en la escena.
– Ustedes no son mis amigas.
– ¡Oh, es verdad! – exclamó una de ellas –. Bueno, entonces no habrá ningún problema si hacemos esto . . .
Inmediatamente se abalanzó sobre Anya con la visible intención de dañarla, pero la joven fue más rápida y se movió de lugar. Sin embargo, un segundo ataque la tomó por sorpresa: la otra mujer también se había abalanzado sobre ella y la había empujado violentamente hacia un ventanal del pasillo.
El cristal se resquebrajó estrepitosamente al recibir el impacto, e inevitablemente, Anya cayó al vacío, envuelta por la inmensa oscuridad de la noche.
