Capítulo 31. "La Rebelión de un Vampiro"
Harry trató de salir del pasadizo, pero Joey lo detuvo con fuerza.
– Tengo que ayudarla . . . – balbuceaba desesperado mientras forcejeaba –, tengo que . . .
– ¡Tranquilízate Harry, o nos descubrirán! – advirtió Joey en un susurro.
Pero Harry no oía nada, solamente quería salir y ayudar a Anya. No soportaba la idea de perderla ahora que se había acostumbrado a que era su tía. Cuando finalmente se liberó de aquella opresión, se dispuso a salir del pasadizo, pero el sonido de un batir de alas hizo que se detuviera abruptamente, escuchando con atención.
Todos miraron al ventanal y de pronto, un pegaso negro entró por ahí, batiendo fieramente sus enormes alas. Harry emitió un leve suspiro de alivio al ver quién era el jinete. Se trataba de Anya.
– ¡DAMNUM SPLENDOR! – gritó la joven apuntando a una de las mujeres, la cual se convirtió en cenizas en cuestión de segundos.
– ¿Qué has hecho? – exclamó la otra aterrada.
– Bonito, ¿no? – dijo Anya con una amplia sonrisa –, es un hechizo que creé especialmente para ustedes.
Aún montada sobre Whisper, giró un poco hacia donde estaba la otra mujer y la apuntó con la varita.
– ¡DAMNUM SPLEN . . .
Pero no pudo acabar el conjuro, porque justo en ese momento otros dos vampiros salieron de la nada y la tiraron del corcel.
– Él quiere verte – le informó uno de ellos.
– No podemos hacerlo esperar – dijo el otro.
Y sin decir más, se la llevaron (con ciertas dificultades) de ese lugar. A excepción de Whisper, el corredor quedó totalmente vacío. Harry salió del pasadizo y se acercó al equino, que se había quedado inmóvil sin su dueña.
– Vámonos Harry – ordenó Joey.
Pero Harry ignoró la orden, contemplando fijamente el suelo. Repentinamente se agachó y tomó algo en sus manos. Era la varita de Anya.
– ¿Adónde la llevaron Joey? – preguntó Harry de pronto.
– No lo sé – respondió – pero créeme, ella puede cuidarse sola.
– No sin esto – repuso levantando la varita de su tía –, tengo que dársela.
– No Harry, es muy peligroso . . .
– ¡¿No lo entiendes! – exclamó Harry elevando la voz –. ¡No puedo perderla, y si no me ayudas tú, iré a buscarla yo solo.
– Nosotros te acompañaremos – dijeron Ron y Hermione al unísono.
Joey los miró con un dejo de desesperación en los ojos, pero debió darse cuenta de que no podría persuadirlos de que lo acompañaran a la torre de Gryffindor, pues después de unos segundos dijo:
– Está bien. Escucha Harry, la explosión sucedió cerca del Gran Comedor, y los profesores creen que es ahí donde está Voldemort. Lo más probable es que llevaran a Anya a ese lugar.
Inmediatamente Harry comenzó a avanzar por el largo corredor.
– ¿Adónde se supone que vas? – inquirió Joey caminando junto a él.
– Al Gran Comedor.
– No puedes Harry – dijo Joey deteniéndolo de un brazo –, no hay manera de que puedas entrar.
– Sí la hay – contradijo Harry y siguió caminando con determinación.
Los tres lo siguieron rápidamente, preguntándose qué era lo que pretendía. Bajaron las escaleras y continuaron por otro amplio corredor.
– Es por aquí . . . – murmuró para sí mismo, al tiempo que palpaba el muro. De pronto, su mano traspasó la pared –. ¡Aquí está! – anunció con regocijo.
Los otros lo rodearon y lo vieron sin comprender. Después de unos segundos, Hermione habló:
– Harry, ¿qué . . .
– Es un muro falso – interrumpió Harry abruptamente –, aparenta estar ahí pero en realidad no está.
Sin decir más, Harry traspasó el muro a paso veloz. Los demás lo siguieron asombrados.
– ¿Cómo es que sabías esto Harry? – preguntó Hermione con bastante interés.
– Está marcado en el mapa – respondió Harry sin darle mucha importancia.
– ¿Y adónde lleva? – cuestionó Ron ansioso.
– Ya verán.
Continuaron caminando rápidamente, hasta que repentinamente se dieron cuenta de que aquel pasadizo estaba bloqueado por otro muro.
– Es un callejón sin salida – concluyó Joey al notar el obstáculo.
– No lo creo – contradijo Harry y sin hacerse esperar, atravesó el muro que parecía sólido. Hermione, Ron y Joey hicieron lo mismo.
Se encontraron en una pequeña sala, decorada con muchos retratos de brujos y brujas. Al frente de ellos se encontraba una puerta y a sus espaldas estaba una chimenea que ayudaba a disfrazar el muro falso.
– Ingenioso – dijo Joey –, muy ingenioso.
Harry se aproximó presuroso a la puerta de la habitación y la abrió con el mayor sigilo que le fue posible. Los demás se apiñaron a su alrededor para poder ver por la delgada abertura. Del otro lado de la puerta se encontraba nada más y nada menos que el Gran Comedor.
– Esta es la habitación que se encuentra justo detrás de la mesa de los profesores, ¿verdad? – dedujo Hermione analíticamente.
– Así es – confirmó Harry en un susurro –, aquí vine cuando fui nombrado cuarto campeón del Torneo de los tres magos.
Abrió la puerta un poco más y lo vio. Ahí estaba, sentado en la silla que le correspondía al director, con su fiel serpiente Nagini a un lado. Era Voldemort. Justo en ese momento la puerta del Gran Comedor se abrió estrepitosamente, dando paso a Anya, quien era resguardada por un grupo de mortífagos.
– Aquí está, señor – dijo uno de ellos –, tal y como usted lo pidió.
– La hemos inmovilizado con magia para que no intente hacer nada – informó otro.
– Muy bien – la voz fría de Voldemort finalmente se hizo oír –. Déjenos solos.
Los vasallos obedecieron al instante. Sólo quedaron Anya y Voldemort en aquel gran salón.
– Vaya, vaya – comenzó Voldemort, poniéndose en pie –, así que los rumores eran ciertos: Anya Potter en persona.
La joven lo miró fijamente, pero no dijo nada.
– Sabes, creo que debes estar agradecida con Aldebarán – continuó el villano –, yo ordené claramente que se te matara, pero en lugar de eso, él te dio otra vida, una vida nueva.
– Yo hubiera preferido la muerte – respondió la joven con un infinito odio en la voz.
– Oh sí, la muerte. Ustedes siempre prefieren eso. Arriesgan su vida para salvar a otros. Eso carece totalmente de lógica alguna.
– No se necesita de lógica para entender que se debe defender lo que se cree, porque si no, entonces no vale la pena creerlo.
Voldemort se acercó a la joven, la tomó de la barbilla y le levantó el rostro para poder verla directamente a los ojos. Harry sintió que la cólera invadía su cuerpo. Él no tenía derecho a tocarla.
– Siempre fuiste una persona que defendió sus creencias – dijo el mago calculadoramente –, y yo siempre pensé que si esa lealtad hubiera sido para conmigo, hubiéramos logrado grandes cosas. El mundo mágico y el muggle se hubieran rendido a nuestros pies.
La soltó bruscamente y dio media vuelta, dándole la espalda.
– Pero en lugar de eso, decidiste seguir el mismo camino que tu hermano – sentenció rotundamente – y él acabó muerto.
– Hay muchas cosas por las que vale la pena morir – dijo Anya inquebrantable.
– ¡No! – gritó Voldemort encolerizado –. ¡No vale la pena morir por algo o por alguien! ¡No hay nada peor que la muerte!
– Me sorprende que digas eso cuando tú sabes perfectamente que sí hay cosas peores que morir. Además, la verdadera vida sólo se consigue cruzando las puertas de la muerte.
Voldemort la fulminó con la mirada y después dijo:
– Esa es la diferencia entre tú y yo: tú crees que hay cosas peores que la muerte y yo sé que no es así.
– ¿En serio? – exclamó Anya con tono burlón –. ¿Y qué me dices de esos 13 años en que no fuiste mas que una débil imitación de vida? Cuando tenías que posesionarte de animales para poder sobrevivir. Todos esos 13 años sabiendo que tus leales vasallos jamás te buscarían por temor a las represalias, ¿qué me dices de eso? – lo miró con una gran compasión y luego continuó –. No, podrás decir lo que quieras, pero a mí no me engañas. Yo sé que de esos 13 años no hubo un solo día en que no desearas la muerte y que todo finalmente terminara. Y esa es la verdadera diferencia entre tú y yo: yo vi a la muerte frente a frente y le escupí en la cara; tú, solamente la has deseado.
Voldemort sacó su varita y apuntó a la joven. Estaba totalmente fuera de sí. Aparentemente Anya había puesto el dedo en la llaga. Pero antes de que pronunciara algún conjuro, Harry había salido de su escondite y había gritado:
– ¡BOMBARDA!
Una fuerte explosión cubrió el lugar. Aprovechando aquella distracción los cuatro corrieron hacia Anya y la liberaron de sus ataduras mágicas. Harry le devolvió su varita y rápidamente salieron del Gran Comedor, hacia el vestíbulo, en el cual se encontraba la mayoría de los integrantes de la Orden del Fénix. Estaban combatiendo con muchos mortífagos.
– ¡Vengan! – gritó Anya por sobre el barullo.
Los cuatro la siguieron por el amplio vestíbulo. Aparentemente estaba intentando alejarlos del campo de batalla. Pero de pronto . . .
– ¡Crucio! – una voz masculina que arrastraba las palabras había pronunciado la maldición. Se trataba de Lucius Malfoy. Lo que Harry había supuesto un año atrás se había vuelto realidad: sin los dementores resguardando Azkaban, los presos podían salir fácilmente, y la prueba la tenían en el mortífago que estaba frente a ellos.
El conjuro alcanzó a Joey, quien comenzó a retorcerse en el suelo. Cuando los demás se disponían a atacar, una figura envuelta en una capa negra cayó sobre el mortífago, inmovilizándolo en el suelo. El hechizo cesó de inmediato.
– ¡Llévatelos de aquí Anya! – era la voz de Navs –, ¡nosotros nos encargaremos de esto! ¡Además, nos informaron del Ministerio que nos mandarían refuerzos!
Anya la miró y después asintió con determinación. Harry y Ron ayudaron a Joey a levantarse y reanudaron su caminata por el largo pasillo, pero todo era inútil, un grupo de mortífagos los seguía. Finalmente Anya paró en seco y giró sobre sus pies, lanzándole hechizos a los enemigos. Los demás hicieron lo mismo. Entre tanto alboroto, Harry vio de reojo que Sirius se acercaba a ellos. Tal vez fue por eso que el muchacho no se percató del peligro en que se encontraba: Voldemort los había alcanzado y lo había apuntado con su varia, al tiempo que gritaba:
– ¡AVADA KEDAVRA!
Eso era todo. Por fin había acabado, y en el final, Harry había sido víctima y no victimario. Todos esos años siendo protegido por los demás para que Voldemort no lograra dañarlo habían terminado al fin. Una fría carcajada de Voldemort cubrió el lugar. Harry cerró los ojos, preparado para recibir el golpe final que marcaría la vida de los que lo rodeaban.
