Capítulo 32. "El Epitafio de los Marcados"
Pero ese golpe nunca llegó. Desconcertado, abrió los ojos, y una exclamación de sorpresa brotó de sus labios. Frente a él se encontraba Anya, de pie y con ambos brazos extendidos. Por unos breves segundos la batalla cesó. Fue como si el tiempo se hubiera detenido. Todos estaban pendientes de aquella escena. Harry no se movió. No podía creer lo que sus ojos veían. No podía ser cierto. De pronto pasó algo que nadie esperaba:
– ¿Qué no lo entiendes? – Anya habló con mucha calma, como si nada estuviera pasando –. No puedes matarme, yo ya estoy muerta.
El rostro de Voldemort se contrajo de ira, pero justo en el instante en que se disponía a atacar nuevamente, la escena se congeló literalmente. A excepción de Harry, Hermione, Ron, Joey, Sirius y Anya, todos estaban inmóviles.
– ¿Qué está pasando? – inquirió Harry en voz alta.
– ¡Váyanse de aquí! – ordenó una voz sobre ellos. Todos alzaron la mirada y se quedaron boquiabiertos al ver quién les hablaba.
Encima de ellos se encontraban Janis y Taikkobo, totalmente repuestas de sus heridas. Estaban flotando en el aire, con los brazos semiextendidos.
– ¡Váyanse ahora! – indicó Taikkobo –, nosotras mantendremos la barrera hasta que ustedes estén lo suficientemente lejos.
– Bien – dijo Anya –, ¡vámonos!
Rápidamente comenzaron a avanzar por entre las figuras congeladas de los magos y brujas. Cuando se encontraban un piso más arriba, el barullo de la batalla resonó nuevamente.
– ¿Qué fue lo que hicieron? – preguntó Ron curioso.
– Una Congelación – respondió Anya –. Las Guardianas de la Muerte poseen muchos poderes, y uno de ellos es detener el tiempo a voluntad, dándole movilidad a las personas que ellas quieran e inmovilizando a las que no.
Continuaron avanzando aprisa, pero cuando estaban a punto de subir al siguiente piso, Anya se detuvo y giró bruscamente.
– ¿Qué pasa? – cuestionó Harry desconcertado.
– No puede ser . . . – murmuró la joven, y echó a correr por el largo corredor vacío, regresando sobre sus pasos.
Los demás la siguieron sin demora. Finalmente se detuvo frente a una puerta y la abrió con violencia. Todos entraron a una pequeña habitación que tenía varios muebles desvencijados y un gran ventanal al frente. El pequeño cuarto estaba iluminado por una antorcha junto a la puerta, gracias a la cual podían ver que no había nada extraño ahí.
Anya se colocó en el centro de la habitación, mirando escrutadoramente por todos los rincones.
– Ya sé que estás aquí – dijo la joven repentinamente, dirigiéndose a la nada –, y esta vez no escaparás.
Harry estaba a punto de preguntarle con quién estaba hablando, pero en ese momento una pequeña sombra se proyectó en la pared.
– Te tengo – susurró Anya antes de gritar –: ¡Petrificus totalus!
El sonido de un ligero golpe se hizo audible en la habitación. Una rata yacía inmóvil en el suelo, viéndolos con un gran temor.
– No puede ser – murmuró Sirius con asombro.
Aún sin poder creerlo se acercó al roedor y lo contempló fijamente. Después de unos segundos, levantó su varita y apuntó a la rata con mucha determinación. Un destello azul y blanco iluminó el pequeño cuarto y momentos después la rata había desaparecido y en su lugar estaba nada más y nada menos que Peter Pettigrew.
– Hola Peter – saludó Anya con calma –, me da gusto verte.
Colagusano la miró horrorizado.
– A . . . Anya – balbuceó torpemente –. Si . . . Sirius . . .
– ¿Por qué estás tan nervioso? – interrogó Sirius con malicia.
– No estoy nervioso – se defendió, aunque su voz seguía temblando –, es sólo que no pensé que nos volveríamos a encontrar.
– ¿Sabías que tu amo está aquí, en Hogwarts? – preguntó Anya viéndolo significativamente.
– ¿En serio?
– Sí – afirmó la joven –, está abajo, enfrentándose a toda la Orden del Fénix. Si yo no conociera a Voldemort, pensaría que están intentando salvarte, pero sé que no es así, porque desde un principio todo estuvo planeado, ¿o no?
– ¿A qué te refieres? – preguntó Colagusano, incorporándose lentamente.
– Por favor – dijo Anya –, no te hagas el inocente conmigo. Puedo leer tu mente, y sé que tu captura no fue mas que una farsa. Voldemort lo planeó todo y te mandó a ti porque sabía que yo no descansaría hasta haberte atrapado.
– Ahora habla – ordenó Sirius –. Dinos cómo llegaron los mortífagos a Hogwarts.
– Yo no sé . . .
– ¡Habla de una vez! – gritó Sirius sacando su varita.
Peter lo miró horrorizado, y entendiendo que no tenía más remedio, confesó:
– Estuve espiando a Anya y me enteré de toda la teoría del Limbo.
– Es por eso que vinieron tantos vampiros – reflexionó Anya –, para poder abrir las diferentes puertas que existen.
Se quedaron unos momentos en silencio, asimilando aquella información. De pronto Harry levantó la vista al notar un extraño movimiento a través del ventanal, pero no había nada.
– Bueno Peter – comenzó la joven con voz calmada –, gracias por la información. Ya no nos sirves para nada, así que adiós.
Anya y Sirius levantaron sus varitas y lo apuntaron sin vacilación.
– ¡No por favor! – suplicó Colagusano –. ¡No me maten! ¡Yo puedo ayudarlos a luchar contra los vampiros!
– ¿En serio? – inquirió Anya burlándose –, pero si ellos también son vasallos de tu señor.
– Pero ellos son diferentes – contestó Peter, justificando su propuesta –. Ellos sólo se preocupan por su bienestar, no les importa de qué lado pelean mientras puedan satisfacer sus necesidades. Son criaturas despreciables que no deberían existir y . . .
– No te preocupes – interrumpió Anya bruscamente –. Nos las arreglaremos sin tu ayuda.
– Pero . . .
– Adiós Peter.
– ¡No me maten por favor!
– ¡Eres un cobarde! – estalló Sirius.
– ¡James no lo hubiera querido! – continuó lastimeramente –. ¡Anya, tú sabes que tu hermano no hubiera querido que mancharas tus manos con mi sangre!
– Mis manos ya están lo suficientemente manchadas – dijo Anya fríamente –, tu sangre no hará la diferencia. Además – se acercó al hombre indefenso y lo tomó por el cuello de las ropas –, no sabes cómo me gustaría ser yo quien pusiera fin a tu miserable vida – lo soltó bruscamente y continuó –, pero tienes razón: James no hubiera querido que desperdiciara mi tiempo contigo.
– Gracias – dijo Peter aliviado.
– No tienes nada que agradecerme – repuso Anya –. Ellos se harán cargo de ti.
Dicho esto, el ventanal que tenían en frente se resquebrajó en mil pedazos, y cuatro vampiros entraron por ahí.
– Así que piensas que somos criaturas despreciables – dijo uno de ellos, viéndolo fijamente.
– ¡No! Yo no quise decir eso, yo . . .
– Parece que ya tenemos comida – dijo otro malévolamente.
– ¡NO! Yo no . . .
Pero Peter no terminó su frase, porque en ese momento los cuatro vampiros se abalanzaron sobre él.
– ¡SIRIUS! ¡ANYA!
– Adiós Peter – se despidió Anya con una mirada malvada y un movimiento de la mano –. Tienes lo que te mereces.
Y sin decir más salió de la habitación, seguida de los demás. Los gritos suplicantes de Colagusano seguían siendo audibles, pero ellos no detuvieron su marcha ni un segundo.
Cuando estaban caminando por un pasillo desolado, un destello del exterior llamó su atención. Aparentemente ya habían pasado muchas horas, porque estaba amaneciendo.
Muchos gritos de alerta comenzaron a escucharse, provenientes de abajo. Se oía que la gente corría por doquier. De pronto, una tremenda explosión estremeció todo el castillo, y después todo fue envuelto por un silencio sepulcral. Los seis se detuvieron y se miraron preocupados unos a otros.
– Esto no puede ser bueno – murmuró Joey.
– ¿Creen que deberíamos regresar? – cuestionó Harry apremiante.
Anya y Sirius se miraron dubitativos por unos segundos, hasta que Sirius dijo:
– Tal vez necesiten nuestra ayuda.
Anya lo miró un poco más y finalmente dijo:
– Está bien. Vamos.
Todos emprendieron el camino de regreso al vestíbulo. Cuando estaban por llegar, una vez más volvió a escucharse un gran alboroto, pero ahora era diferente. Ya no eran sonidos bélicos. Cuando llegaron al campo de batalla, vieron asombrados que el camino estaba semiobstruido. Al parecer alguien había provocado un derrumbe en medio del vestíbulo.
– ¡Busquen por todas partes! – la voz de Navs retumbó en el corredor –, ¡no pueden estar muy lejos!
Anya se encaminó hacia su amiga y los demás la siguieron.
– ¿Qué sucedió Navs? – preguntó ansiosa.
– Unos segundos después de que ustedes se fueron, llegaron los refuerzos por parte del Ministerio – informó rápidamente –. Fueron de gran ayuda, porque de esa manera igualamos en número a los mortífagos. Cuando comenzó a amanecer, los vampiros fueron a esconderse al Bosque Prohibido y el número de enemigos se redujo. Supongo que Voldemort se dio cuenta de que no podrían ganar, y lanzó un conjuro al piso de arriba. Este derrumbe fue a causa de la explosión que provocó – explicó, señalando con su mano los escombros que obstruían el paso –. Cuando todo el barullo de la explosión cesó, ellos ya no estaban aquí. Dumbledore cree que se fueron, pero yo pienso que están escondidos dentro del mismo colegio.
Permanecieron unos momentos en silencio, asimilando todo aquello.
– Entonces vamos a ayudar a buscar – dijo Anya firmemente.
El grupo se fragmentó y comenzó a buscar por el castillo. Era inútil, de alguna forma, todos los mortífagos habían desaparecido. Harry pensó en todas las veces que Hermione le había dicho que era imposible aparecerse y desaparecerse en Hogwarts, y la remota posibilidad de que ella estuviera equivocada cruzó por su mente. Súbitamente recordó que el año anterior él había llegado hasta Hogwarts usando un traslador, y trató de convencerse de que eso era lo más probable, pero si no era así, entonces, ¿cómo? ¿Era Voldemort un mago tan poderoso como para romper esas reglas?
Repentinamente un grito lo sacó de sus pensamientos:
– ¡PROFESOR DUMBLEDORE! – era Joey. El muchacho se encontraba en el piso superior al vestíbulo –. ¡Venga rápido!
La curiosidad de Harry lo hizo dirigirse al lugar en que su compañero se encontraba. Para cuando llegó al piso de arriba, la mayoría de los integrantes de la Orden ya estaban ahí. Todos miraban hacia abajo. Cuando Dumbledore llegó, hizo lo mismo que los demás. Harry no entendía qué estaban mirando, así que se acercó y observó atentamente el piso inferior.
Justo en ese punto se encontraban las rocas desprendidas por el derrumbe. Visto desde abajo no se apreciaba nada extraño, pero desde arriba todo cambiaba. Sobre las rocas superiores se perfilaban unas finas líneas. Harry vio con asombro que esas líneas se juntaban para formar letras. Era una frase. La leyó lentamente y se quedó helado. Sobre las rocas se podía leer: EL DÍA SE APROXIMA .
