Capítulo 33. "Viviendo lo Inevitable"

Después de unos segundos de incómodo silencio, la persona que estaba al lado del director habló:

– Es mejor que busquemos sobrevivientes – era Anya, se veía un poco alterada –, es posible que haya personas debajo de los escombros.

Un murmullo de asentimiento se hizo oír. Rápidamente todos descendieron y comenzaron a buscar. Harry se quedó un poco más en ese lugar, totalmente inmóvil, hasta que sintió que alguien tiraba de su brazo.

– Vamos Harry – susurró Anya al tiempo que lo arrastraba de ahí –, tenemos que ayudar.

– Sí – contestó Harry, y se fue con ella.

Cuando estuvieron en el piso inferior, Ron y Hermione corrieron hacia su amigo y Anya los dejó solos.

– ¿Qué pasó Harry? – preguntó Ron.

Harry les explicó lo que había visto escrito en las rocas y después guardó silencio, esperando a que sus amigos le dijeran algo.

– Bueno Harry – comenzó Hermione en tono tranquilizador –, tal vez ese mensaje no significa gran cosa y . . .

– No Hermione – interrumpió Harry – yo sé lo que significa, es una advertencia. El día se aproxima y debo estar preparado para cuando pase.

Ron y Hermione lo miraron asombrados y después Ron dijo:

– Cuando eso pase, nosotros estaremos contigo.

Harry los miró agradecido, pero en ese momento . . .

– ¡AQUÍ HAY UN HERIDO! – gritó Joey.

Todos corrieron hacia ese lugar. Harry, Ron y Hermione se paralizaron cuando vieron quién era el herido. Se trataba de Percy Weasley.

– ¡PERCY! – exclamó Ron horrorizado.

Joey miró significativamente a Ron y luego dijo:

– Es mejor que se vayan de aquí.

– ¡Pero es mi hermano! – replicó Ron.

– Lo sé – repuso el joven –, y es por eso que te pido que te vayas, esto te podría alterar mucho.

Ron abrió la boca para contestar, pero justo en ese momento Remus Lupin se acercó a ellos.

– ¿Qué pasó aquí? – preguntó en cuanto vio a Percy en el suelo.

– Estaba debajo de las rocas – explicó Joey – y está totalmente inconsciente.

– Debemos llevarlo a la enfermería – indicó el licántropo –, no se ve nada bien.

Y con un movimiento de varita hizo aparecer una camilla sobre la cual colocó a Percy. Lo llevó hasta la enfermería, seguido muy de cerca por los tres amigos.

– ¡Aquí tengo a otro herido! – informó cuando estuvo en la enfermería.

La señora Pomfrey lo guió hasta una cama vacía y le indicó que pusiera a Percy ahí.

– ¿Qué están haciendo aquí? – inquirió la señora Pomfrey cuando se percató de la presencia de Harry, Ron y Hermione –, es mejor que vayan a su sala común.

– Yo no me voy – repuso Ron muy serio.

– Nosotros tampoco – dijeron Harry y Hermione con determinación.

– No sean obstinados – dijo Remus con calma –, vengan, los llevaré hasta la torre de Gryffindor.

Pero cuando se disponía a caminar, Ron se puso frente a él y le dijo:

– Por favor profesor, es mi hermano.

Remus lo miró fijamente y después habló de forma pausada:

– Está bien. Pueden quedarse.

– Gracias – murmuró Ron aliviado.

– Voy a buscar al resto de tu familia – indicó Remus, y salió de la enfermería a paso veloz.

Los tres amigos se acercaron a la cama donde Percy yacía inconsciente. Ninguno habló. Harry tenía la mente en blanco. No sabía que palabras debía decirle a su amigo. Era verdad que Percy Weasley no era su persona favorita, pero sabía de sobra que Ron lo quería (pese a todo lo que Percy había dicho y hecho el año anterior) y esa idea lo perturbaba. Más que nada, estaba preocupado por Ron.

Después de unos minutos, la familia Weasley entró apresuradamente a la enfermería. Todos estaban ahí.

– ¡Percy! – exclamó la señora Weasley rompiendo en llanto y cubriéndose la boca con ambas manos.

El señor Weasley la abrazó protectoramente, pero era visible que él también estaba profundamente contrariado. Bill y Charlie estaban al pie de la cama donde yacía su hermano. Lo miraban en silencio, con una gran angustia en los ojos. Los gemelos se habían colocado a un lado de la cama, y una Ginny llorosa estaba de pie en medio de los dos. En esos momentos ni una luz de travesura iluminaba sus miradas. Sólo se podía ver una gran impotencia en sus ojos.

Los minutos pasaban y Percy no mejoraba. Después de una media hora aproximadamente, el señor Weasley fue a hablar con la señora Pomfrey. Harry vio desde lejos cómo la bruja ponía una mano sobre el hombro del mago, al tiempo que le murmuraba algo que lo devastaba.

Cuando el señor Weasley regresó, estaba totalmente destrozado. No dijo nada y no era necesario que lo hiciera. Harry lo miró fijamente y tragó saliva con dificultad. Algo en el semblante del agobiado hombre le decía que Percy no se salvaría. Harry cruzó una mirada con Hermione, y sus ojos le indicaron que pensaba lo mismo que él: no había esperanzas.

Repentinamente Percy comenzó a despertar, poniendo fin a los pensamientos funestos que nublaban la mente de Harry.

– Hola querido – susurró la señora Weasley.

Percy miró a su alrededor totalmente desconcertado.

– Me duele todo – dijo con cierta dificultad.

– No hables cariño – indicó la señora Weasley –, no debes esforzarte demasiado.

– ¿Cómo estoy? – preguntó pausadamente.

La señora Weasley levantó la vista buscando los ojos de su esposo, pero éste le devolvió una mirada de desconsuelo y negó con resignación.

– Te vas a poner bien – le dijo la mujer conteniendo el llanto –. No te preocupes.

Percy miró a su padre y luego dijo:

– No es cierto, ¿verdad? No me voy a poner bien.

– Claro que sí – repuso la señora Weasley, al tiempo que miraba a su esposo –. ¿Verdad que se va a poner bien Arthur?

El señor Weasley no dijo nada, simplemente bajó la vista, evitando la mirada de su hijo.

– Yo sé lo que siento madre – dijo serenamente –, y sé que no me queda mucho tiempo.

– No digas tonterías querido. Tiempo es lo que te sobra.

Percy guardó silencio y respiró profundamente, después dijo:

– Antes de irme, necesito decirles que lo siento. Siento haber sido un estúpido arrogante, y siento haberlos tratado como los traté.

Todos guardaron silencio. Evidentemente el dolor les impedía hablar. De pronto, Ron tomó con fuerza la mano de Percy y le dijo:

– Resiste un poco más, todavía hay algo que podemos hacer.

Y sin decir más, giró sobre sus pies y se dispuso a salir.

– ¡Espera Ron! – exclamó Harry dando media vuelta, pero cuando estaba por seguir a su amigo, una mano le tomó el brazo y le impidió irse.

– No te vayas Harry – pidió Percy, sujetando débilmente el brazo del muchacho –, también debo disculparme contigo.

– ¿Conmigo? – repitió Harry sin entender.

– Sí. Desde que te conozco, siempre has demostrado ser un mago honesto y valiente, además de una gran persona, pero cuando comenzaste a asegurar que Quien-tú . . . – se interrumpió para respirar profundamente y continuó – que Voldemort había vuelto, yo no te creí. No me convenía creerte, era más fácil decir que estabas loco. Por esto te ofrezco disculpas Harry, discúlpame por haber dudado de ti.

Harry lo miró asombrado. Percy le estaba ofreciendo disculpas a él, al mismo que había tachado de desequilibrado y violento.

– Por favor Harry – suplicó con cierta dificultad –. Necesito oír que me perdonas. Por favor.

– Te perdono – dijo Harry sincero. Algo en su interior le impidió negarse a aquella petición.

– Gracias – repuso Percy aliviado, soltando finalmente el brazo de Harry.

– Ya no te desgastes cariño – pidió la señora Weasley, al tiempo que tomaba la mano de su hijo entre las suyas.

Percy emitió un prolongado suspiro y después habló de nuevo:

– Aún me falta pedirles perdón a ustedes. Papá, lamento mucho todo lo que te dije el día en que me fui a Londres. Desde entonces no ha habido un solo día en que mi consciencia me haya dejado tranquilo. Tenías razón, el ser humano podrá librarse de todo, menos de su consciencia. Lo siento.

El señor Weasley posó su mano sobre la cabeza de su hijo y le dijo:

– No te preocupes hijo, ya pasó.

Percy cerró los ojos y sonrió ligeramente. Tragó saliva con dificultad y continuó:

– Mamá, perdóname por haber sido tan idiota. Perdona todas mis estupideces, por favor. Sólo así podré irme tranquilo.

La señora Weasley besó la mano de su hijo y le susurró con voz quebrada:

– Te perdoné desde hace mucho tiempo querido.

Percy sonrió nuevamente y dejó que unas lágrimas corrieran libres por su rostro. Tomó varias bocanadas de aire y finalmente, exhaló su último aliento. Su pecho ya no se movía; su nariz ya no inhalaba; sus ojos permanecían abiertos, pero ya no miraban; su mano cayó flácida de entre las manos de su madre. Había muerto.

La señora Weasley rompió a llorar inconsolable, aferrando con fuerza el cuerpo inerte de su hijo. Todos los presentes lloraron en silencio al contemplar aquella desgarradora escena.

En esos momentos Ron entró apresuradamente a la enfermería, seguido muy de cerca por Anya. Cuando Ron vio todo lo que ocurría, se paralizó por unos instantes, pero rápidamente volvió en sí y le dijo a Anya:

– Aquí está, hazlo.

Anya miró el cuerpo de Percy, y después miró a Ron.

– ¿Qué pasa Anya? – preguntó Ron ansioso –. Hazlo.

– No puedo Ron – contestó la joven –. Él ya ha muerto, no se debe beber de un muerto. No puedo transformarlo.

– ¡Pero lo hiciste con Sirius! – exclamó desesperado, acercándose a la muchacha y tomándola de los hombros, zarandeándola –, ¡pudiste transformar a Sirius!

– El caso de Sirius era diferente – explicó Anya al tiempo que trataba de zafarse del pelirrojo.

– ¡NO! ¡Debes hacer algo! ¡No lo puedes dejar morir!

– Lo siento Ron – repuso Anya soltándose finalmente de su alumno –, yo . . .

– ¡Debes hacer algo! – suplicó el muchacho desesperado.

– Escucha Ron – dijo la joven tomando el rostro del pelirrojo con ambas manos y viéndolo fijamente a los ojos –, no hay nada que yo pueda hacer. Lo siento.

Y sin decir más, salió de la enfermería. Ron se quedó ahí, estático, contemplando la nada. Hermione se le acercó con paso vacilante y le susurró:

– Ron, ¿estás bien?

– No Hermione – contestó entre sollozos –, no estoy bien. Tal vez Percy no era el mejor de los hermanos, pero yo lo quería, ¿sabes, yo lo quería.

Tras decir esto último, Ron dejó escapar unas lágrimas de desconsuelo. Hermione lo abrazó con fuerza y dejó que el pelirrojo se desahogara en su hombro.

Harry no sabía qué hacer. Se sentía mal. Abrumado, salió de la enfermería, esperando que afuera de ese ambiente sus ideas pudieran aclararse. Ahí encontró a Anya. Tenía ambos brazos apoyados en el muro de enfrente, y mantenía la cabeza agachada. Le daba la espalda a Harry.

– ¿Cómo está él? – preguntó Anya de pronto.

Intuyendo que se refería a Ron, Harry contestó:

– Está mal, muy mal.

Anya permaneció en la misma posición y de sus labios no brotó palabra alguna.

– ¿Tú estás bien? – cuestionó Harry viéndola fijamente.

– No – respondió con sinceridad –, pero ya se me pasará.

Harry analizó la actitud de Anya y notó que había algo extraño en ella, algo más que tristeza.

– No fue tu culpa – dijo de pronto, acercándose a su tía –, ya no podías hacer nada.

Anya dejó escapar una risa amarga y después se volvió hacia su sobrino.

– Tienes razón – concordó la joven –, ya no podía hacer nada, pero eso no me exonera de la culpa.

– No puedes decir eso Anya, tú . . .

– ¡¿Acaso no te das cuenta Harry! – estalló desesperada, al tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas –. ¡Por mi culpa se supo todo sobre el Limbo! ¡Por mi culpa Voldemort pudo llegar a Hogwarts! ¡Es por mí que en estos momentos los Weasley están en la enfermería llorando la pérdida de un ser amado!

Dicho esto último, se cubrió el rostro con ambas manos y sollozó. Harry la observó angustiado, pero no dijo nada. No sabía qué era lo que debía decirle.

– Creo que lo mejor hubiera sido que jamás hubiera regresado de mi exilio – expresó repentinamente, con voz glacial –. No he causado nada más que problemas.

– Pero eso es absurdo – sentenció Harry –, si no hubieras regresado, yo nunca te hubiera conocido.

– En toda tu vida nadie te dijo que yo existía – repuso Anya fríamente –, no supiste de mí y no era necesario que lo hicieras; si no sabías que yo existía, entonces tampoco me necesitabas.

– ¿Pero de qué estás hablando? – exclamó Harry –. Por supuesto que te necesité. Toda mi vida me pregunté qué habría pasado con la familia de mi papá, y tú eres la respuesta. Eres muy importante para mí.

Anya lo miró a los ojos, y después lo abrazó fuertemente. Harry la aferró firmemente, como si temiera que pudiera evaporarse en sus brazos.

– Te quiero Harry – le susurró al oído –, te quiero mucho.

Lo besó fugazmente en la frente y se fue, dejándolo triste y pensativo. Se quedó un poco más en ese lugar, respirando profundamente, aclarando sus ideas. Pensó que si él estuviera viviendo lo mismo que Ron, querría con toda el alma que sus amigos estuvieran junto a él, así que después de un rato decidió regresar a la enfermería, para acompañar a su amigo el tiempo que fuera necesario.

Ron necesitaba todo el apoyo que fuera posible, y Harry estaba dispuesto a dárselo. Después de todo, para eso son los amigos.