Capítulo 34. "Una Señal de Esperanza"
Cuando Harry despertó, estaba comenzando a amanecer. Escasamente hacía dos o tres horas que se había ido a dormir. Había estado acompañando a los Weasley hasta tarde, brindándoles todo el apoyo que podía. Se sentó silenciosamente en la cama. Los ojos le ardían a causa del sueño. Miró a su alrededor. Los demás aún estaban dormidos, incluso Ron, quien había tardado mucho en conciliar el sueño, puesto que la mayor parte de la noche se la pasó sollozando.
Harry tomó sus gafas de la mesita que estaba junto a su cama, y se levantó con sumo cuidado. Muy sigilosamente salió de la habitación y bajó las escaleras hacia la sala común. Una vez ahí, se asombró al darse cuenta de que aquel día era el último del año escolar.
Debido a los múltiples incidentes ocurridos recientemente, no se había percatado de que su estadía en sexto curso estaba por terminar. Al día siguiente abandonarían Hogwarts, para regresar a sus respectivas casas. Si bien el último día de clases jamás había sido el más esperado por Harry, este año era peor. Estaba preocupado por los Weasley. Aquellas vacaciones sólo serían un calvario para ellos.
Se acercó a un asiento frente a la chimenea, pero cuando se disponía a sentarse, se dio cuenta de que no quería estar solo. Se dio la vuelta y salió de la torre de Gryffindor. Caminaba lentamente, preso de una enorme pereza, pero sabía muy bien a dónde se dirigía. Dobló por una esquina y continuó con su caminata. Estaba totalmente absorto en sus pensamientos, y fue precisamente por esto que no notó que alguien caminaba en dirección contraria a él, alguien que también estaba perdido en sus pensamientos. ¡ZAS! Irremediablemente, ambas personas chocaron y cayeron al piso.
– Lo siento – balbuceó Harry tratando de incorporarse –, no te vi y . . .
– No te preocupes – era la voz de Navs –, yo también estaba distraída.
Ambos se levantaron y permanecieron un momento en silencio.
– No sabía que aún estabas en el castillo – dijo Harry, tratando de buscar un tema de conversación.
– Decidí quedarme hasta hoy para estar segura de que los malos ya se habían ido.
– ¿Y?
– No hay un solo mortífago por aquí. Hogwarts está totalmente limpio, a excepción de un cadáver que encontramos en una habitación. Estaba mutilado y totalmente seco. Alguien bebió de él hasta morir.
Un escalofrío recorrió la espalda de Harry. Sabía muy bien que se trataba de Peter Pettigrew. Sobreponiéndose a aquello, continuó:
– Ya veo. ¿Y los vampiros?
– Ellos estaban en el bosque, pero ayer fuimos a buscarlos y acabamos con la mayoría.
Harry guardó silencio, asimilando aquella información. De pronto dijo:
– ¿Puedo hacerte una pregunta Navs?
– Claro.
– ¿Dónde estaban los Slytherin cuando todo ocurrió?
– ¿Los Slytherin?
– Sí, verás, yo estaba con Anya y Sirius cuando la explosión ocurrió, y yo vi que el vestíbulo estaba atestado de alumnos, pero los Slytherin no estaban por ninguna parte.
– Milagrosamente ellos se encontraban en su sala común – respondió Navs –, completamente sanos y salvos. Es como si desde un principio hubieran sabido lo que estaba a punto de ocurrir.
– Pues no lo dudo – expresó Harry –, considerando que sus padres son mortífagos.
– Sí, eso pensé yo también. De cualquier modo Dumbledore va a hablar de eso en el banquete de esta noche. Le va a decir a todos lo que sucedió en Hogwarts. Él cree que lo más apropiado es que lo sepan, y para ser franca, estoy de acuerdo con él.
Harry asintió en señal de concordancia. Era mejor que todos supieran la verdad. Repentinamente recordó que había interrumpido su caminata para hablar con Navs, así que le dijo:
– Navs, tengo que irme, necesito hacer algo muy importante.
– Está bien. Adiós.
Y ambos continuaron con su respectivo camino. A los pocos minutos Harry se encontró de pie frente a una puerta. Era la puerta del despacho de Anya. Esa era su meta. Golpeó tres veces y aguardó la respuesta. Nadie contestó. Volvió a golpear con mayor insistencia, pero obtuvo la misma respuesta.
– ¿Anya? ¿Sirius? ¿Están ahí?
Nada. Sin vacilación, abrió la puerta y entró al despacho. Estaba completamente vacío.
– ¿Anya? ¿Sirius?
Se adentró un poco más con la esperanza de encontrarlos, pero aparentemente no estaban ahí. Hizo un último intento:
– ¿Anya?
– Ella no está aquí Potter – contestó una voz fría a sus espaldas.
Harry dio un respingo y giró sobre sus pies. Snape estaba recargado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. Estaba viéndolo fijamente, con un intenso odio en los ojos.
– ¿Qué? – inquirió Harry sin comprender.
– Ella no está aquí – repitió Snape parsimoniosamente –, se fue con él antes de que amaneciera.
Aquellas palabras fueron como un balde de agua fría para Harry.
– No puede ser – murmuró incrédulo –, ella no se iría así como así . . .
– Pues lo hizo – interrumpió Snape cortante –, se fue y lo más probable es que no regrese.
Harry se dejó caer en una silla vacía cercana a él, totalmente desconsolado. Anya se había ido, y ni siquiera se había despedido. Sintió como si cayese en un profundo hoyo negro.
– Antes de irse, ella me pidió que te entregara esto – dijo Snape súbitamente, tendiéndole un sobre sellado –, y no me pude negar.
Harry tomó el sobre y lo analizó cuidadosamente. En la parte posterior, con tinta verde esmeralda, estaba escrita la palabra Harry . El muchacho levantó la vista y se dio cuenta de que Snape ya no estaba ahí. Rápidamente abrió el sobre y sacó una carta, escrita con la misma tinta. Comenzó a leerla deprisa. La carta decía:
Harry:
Espero que algún día llegues a perdonarme por haberme ido de esta manera, pero sabía que nadie en el mundo me haría cambiar de opinión, nadie excepto tú, y quedarme en el colegio es un lujo que no me puedo dar. Supongo que pensarás que soy una cobarde y que no tuve la delicadeza de decir adiós, pero es que te quiero tanto, que me faltó valor para despedirme. Lo siento.
Tal vez te preguntes por qué me fui, pues la razón es muy simple: lo único que no se le perdona a un vampiro es matar a los de su especie, más aún cuando se mata a quien lo creó. Los vampiros van a buscar venganza, y si me hubiera quedado en Hogwarts, les hubiera servido un banquete en bandeja de plata, y eso es algo que no me iba a permitir. Suficiente daño he hecho ya. Sirius está conmigo, probablemente vayamos a Grimmauld Place, aunque aún no lo hemos decidido. Yo no tolero a la madre de Sirius. De cualquier modo, vamos a seguir en contacto contigo, de eso no te quepa la menor duda. En estos momentos lo primordial en tu mente debe ser ayudar a Ron. Sufrió una pérdida muy grande (sé por experiencia propia que perder a un hermano no es poca cosa), debes tener presente que un amigo es invaluable, porque en la vida puede abandonarte todo, incluso el valor, pero tus amigos nunca lo harán; y ahora más que nunca Ron necesita de sus amigos, y tú como tal debes estar con él.
No te tortures por el mensaje de las rocas, tú eres el amo de tu destino, no el esclavo de tus miedos, recuérdalo. Estoy muy orgullosa de ti Harry, y no por lo que hiciste cuando no eras consciente de tus poderes, sino por las decisiones que has tomado desde que se te asignó la pesada carga de enfrentarte a Voldemort. Sin duda eres un digno portador de nuestro apellido. Haz planes como si fueras a vivir para siempre, pero vive cada día como si fueras a morir mañana; te doy este consejo no como tu tía, sino como un ser que está destinado a ser eterno.
Te quiero con cada fibra de mi ser Harry, y te prometo que muy pronto nos volveremos a ver, pero por ahora lo único que me resta decirte es adiós.
Tu tía que te quiere:
Anya Potter
Cuando Harry terminó de leer la carta, ya no sabía si estaba molesto o frustrado. Era muy confuso. Dobló el pergamino cuidadosamente, lo metió de nuevo al sobre y salió del despacho, con el cerebro atiborrado de ideas y el pecho lleno de sentimientos.
El día había sido largo y doloroso, pero finalmente, para alivio de Harry, la noche había caído. Ni él ni Ron bajaron al Gran Comedor para el banquete de fin de curso, ninguno estaba de humor. Hermione por su parte, sí había asistido, asegurando que la información que Dumbledore les iba a dar podía ser crucial en el futuro. Harry no tenía ánimos de discutir, así que simplemente se había limitado a encogerse de hombros y hundirse en un asiento frente a la chimenea. Ron se la había pasado encerrado en el dormitorio. No tenía ganas de ver a nadie y Harry no quería forzarlo a salir de ahí. Lo entendía perfectamente, pues cuando Sirius había cruzado el velo de la Muerte un año anterior, Harry simplemente había querido que lo dejaran solo. Lo que Ron sentía era normal, pues como Anya decía en su carta, perder a un hermano no era poca cosa.
Anya. En ella era en quien Harry pensaba. Su partida lo había dejado muy triste. Parecía que toda persona cercana a él estaba destinada a alejarse y dejarlo solo. Por unos instantes la horrible idea de no volver a ver a sus amigos cruzó su mente, pero la bloqueó de inmediato. No quería sufrir más pensando en lo que podría pasar. Cerró los ojos para descansar la vista un momento, pero en ese instante la puerta hacia la sala común se abrió y al poco tiempo se vio infestada de alumnos. Como Harry no quería hablar con nadie, se escabulló como pudo a las escaleras de los dormitorios de los chicos, y subió a toda velocidad.
Cuando entró a la habitación, Ron ya estaba acostado en su cama, con las cortinas corridas. Harry pensó que probablemente aún seguía despierto, pero no quiso importunarlo, así que simplemente se puso el pijama y se metió a la cama.
Al día siguiente, el barullo se apoderó del colegio. Unos hablaban de lo que Dumbledore les había dicho en el banquete; otros hablaban de lo que harían en sus vacaciones de verano, o en dónde se la pasarían. Era increíble que alguien estuviera tan feliz al mismo tiempo que alguien más estaba sufriendo. Antes de abandonar el castillo, Hagrid fue a despedirse de ellos, y le ofreció todo su apoyo a Ron, quien le dio las gracias.
El viaje a bordo del expreso de Hogwarts fue muy largo, o al menos así le pareció a Harry. En todo el camino nadie se atrevió a hablar. Ron estaba viendo a través de la ventana del compartimiento, Hermione leía un libro, y Harry tenía la carta de Anya en las manos. De cuando en cuando la leía y pensaba en su tía.
¿Qué estarán haciendo en estos momentos? , se preguntaba constantemente. Tal vez sí fueron a Grimmauld Place , le contestaba una vocecilla dentro de su cabeza. Sí, tal vez , decía otra.
Cuando el tren aminoró la marcha, los tres se levantaron y tomaron su equipaje. Salieron hacia el andén nueve y tres cuartos, y se encontraron con la comitiva que los esperaba. Ojoloco, Remus, Tonks, Joey, Bill y el señor Weasley, eran los que conformaban el pequeño comité de bienvenida. Después de unos tristes hola , Ojoloco cruzó la barrera que los comunicaba con la estación muggle de King's Cross. Los demás debían esperar a que él les indicara cuándo era seguro pasar.
– Me preguntaba dónde estarías – dijo Harry de pronto, dirigiéndose a Joey.
– Ya no tenía ningún caso continuar la farsa – explicó el muchacho.
En ese momento la mano nudosa de Ojoloco les indicó que podían pasar. Fueron pasando de dos en dos, hasta que todos estuvieron del otro lado. Harry vio desde lejos que los Dursley ya lo estaban esperando, pero se quedó un poco más de tiempo ahí, para recibir las acostumbradas recomendaciones sobre que se cuidara y que no se metiera en líos.
– Harry, son las últimas vacaciones que pasas con ellos – informó Remus –, trata de tolerarlos durante ese tiempo.
– De acuerdo.
– Vamos Harry – dijo Ojoloco –, te acompaño.
Los dos caminaron hacia los Dursley, quienes se hicieron un poco para atrás cuando vieron que Ojoloco se acercaba junto con Harry.
– Lo que hablamos hace un año aún está vigente – les espetó el mago en tono malicioso –, o tratan bien a Harry, o no acabarán bien.
Dicho esto, se despidió de Harry y se fue. Un poco asustados, los Dursley se encaminaron hacia donde estaba su auto, y sin más remedio, Harry los siguió.
Como ya era costumbre, nadie le habló en todo el tiempo que tardaron en llegar al número 4 de Privet Drive. Una vez ahí, bajaron del auto, sin importarles si Harry los seguía o no. Harry descendió lentamente, llevando su equipaje al interior de la casa. Se sentía muy desanimado. Cuando estaba subiendo las escaleras para llegar a su habitación, las fuerzas lo abandonaron, así que simplemente giró sobre sus pies y se sentó en los escalones. Apoyó su cabeza entre ambas manos y observó desconsolado a la nada.
Miró lentamente a su alrededor. A pesar del poco tiempo que le quedaba de vivir con ellos, su estadía no sería agradable. Tal vez esas vacaciones le parecerían las más largas de su vida, porque eran las últimas que pasaría ahí.
– Anya – susurró con desconsuelo. Le hubiera gustado despedirse de ella y de Sirius, antes de regresar con esos muggles.
De pronto unos leves golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos, pero a él no le importaba quién estaba detrás de esa puerta, así que no se levantó. Como nadie abrió, los golpes volvieron a sonar, esta vez más fuertes. Tía Petunia salió de la cocina y se encaminó a la puerta. Cuando la abrió, Harry pudo ver que su tía se cubría la boca con una mano, al tiempo que retrocedía lentamente.
– Hola Petunia, veo que aún te acuerdas de mí.
Harry se levantó de un salto. Esa voz, era la voz de . . . No, no podía ser.
– Quiero ver a Harry.
En ese momento a Harry no le cupo la menor duda. Bajó de un salto los escalones y se precipitó hacia la puerta. Justo ahí, en el umbral de la casa, estaban Anya y Sirius.
– Hola Harry – saludaron los dos al unísono.
Harry se había quedado sin habla. Cuando pudo articular palabra, dijo:
– Pensé que no los vería por un tiempo.
– ¿Acaso no te fue suficiente el tiempo que no nos vimos? – preguntó Anya incrédula –. Para mí fue excesivo.
– Es verdad – confirmó Sirius –. Todo el tiempo se la pasó preguntando ¿crees que Harry esté bien, ¿crees que haya entendido mis razones? . Ya estaba comenzando a molestarme.
– No le hagas caso – repuso Anya –, él también estaba preocupado.
Harry los observó atentamente, y sintió que la tristeza que sentía comenzaba a disminuir.
– ¿Quieren pasar? – preguntó Harry de pronto. Tía Petunia se fue de ahí, horrorizada.
– No Harry – contestó Anya –, no creo que a tus tíos les agrade la idea; además, no nos quedaremos mucho tiempo, sólo venimos a darte algo.
Harry los miró intrigado.
– ¿Y qué es? – inquirió ansioso.
Sirius le tendió un paquete que Harry tomó y abrió rápidamente. Dentro había un pequeño espejo cuadrado.
– No es posible – murmuró contemplando el objeto.
– El mismo día que regresamos del Limbo, entré a hurtadillas en tu dormitorio, y lo tomé de tu baúl – explicó Anya –, Sirius me había dicho que te lo había dado hace un año, pero que no lo habías usado.
– Pensábamos dártelo el día después de cuando volvimos del Limbo por segunda vez, cuando fuimos por Joey – continuó Sirius –, justo el día en que hablaste con Anya. Pero debido a todo lo que pasó ese mismo día, se nos olvidó.
– Como podrás ver, lo reparamos – dijo Anya –, si eres como mi hermano, estoy segura de que lo rompiste en un arranque de frustración, después de lo de Sirius; y un espejo de doble sentido no funciona si está roto.
– Nosotros tenemos la pareja – informó Sirius –, ya sabes qué es lo que tienes que hacer si quieres hablar con nosotros.
– Escúchame Harry – dijo Anya, tomando el rostro de su sobrino con ambas manos y viéndolo fijamente a los ojos –, no dudes en llamarnos si algo extraño pasa, ¿está bien? Si notas algo raro, inmediatamente debes comunicarte con nosotros para que vengamos por ti, ¿de acuerdo?
Harry asintió enérgico, pero en ese momento . . .
– ¡Ahí están Vernon! – chilló tía Petunia.
Tío Vernon avanzó a la puerta y les gritó:
– ¡Lárguense de aquí o si no . . .
– ¿O si no qué? – preguntó Sirius dando un paso al frente.
Tío Vernon retrocedió, y era comprensible que lo hiciera; después de todo, Sirius era un hombre joven y mucho más alto que aquel muggle; además, Sirius era un mago.
– Veo que tus modales no han cambiado Petunia – dijo Anya fríamente –, sigues siendo tan grosera como siempre.
– ¡No voy a permitir que me insultes! – exclamó Petunia –, en casa de mis padres yo tenía que soportarte cada vez que Lily te invitaba, pero ya no. Esta es mi casa, y no eres bienvenida; ni tú ni ninguno de los de tu clase.
– Ya veo – repuso Anya –, no te preocupes, ya nos vamos. Sólo les voy a decir una cosa: Harry puede comunicarse directamente con nosotros en el momento en que él quiera, y si yo me llego a enterar de que ustedes lo han tratado mal, entonces su hijo será quien pague las consecuencias.
– ¿Nuestro hijo? – dijo Petunia asustada.
– Así es Petunia, sé que tienen un hijo, y supongo que no querrán que le pase nada malo, ¿verdad?
– No te atreverías – balbuceó la mujer.
– ¿En serio? Pruébame y lo descubriremos. O tratan bien a Harry o se acostumbran a ver que su hijo amanezca todos los días con perforaciones en el cuello. Ustedes deciden.
Después de decir esto, sonrió ampliamente, dejando ver sus afilados colmillos. Los Dursley la miraron horrorizados y se fueron de ahí.
– No tenías que hacer eso – dijo Harry con una disimulada sonrisa –. Ojoloco ya los había amenazado.
– Una amenaza más no les hará daño.
Harry la miró agradecido, pero en ese momento Sirius habló:
– Bueno Harry, creo que es mejor que nos vayamos.
– Está bien – se resignó el muchacho.
– Sólo es un mes el que tienes que pasar con ellos – lo consoló Anya –, en cuanto ese tiempo pase, vendremos por ti.
– De acuerdo – aceptó Harry un poco más alegre.
– Entonces adiós – dijeron los dos, y desaparecieron con dos fuertes estampidos.
Harry cerró la puerta y contempló el espejo que tenía en las manos. Después corrió a las escaleras y terminó de subir su baúl hasta su recámara. Una vez ahí, se tendió sobre la cama, con un poco de regocijo en su interior.
Ese espejo era como una señal de esperanza para él. Anya tenía razón: el tiempo que le quedaba con los Dursley ya era escaso, soportarlos no sería gran cosa. Después de todo, si ya los había soportado durante 15 años, bien podía soportarlos un mes más.
FIN
