天 T E N

Un fanfic basado en Ranma 1/2

escrito por R. E.

traducido por karburator

e ilustrado por Irka

El suelo desapareció bajo mis pies
y todo lo sólido se convirtió en aire.
Caí en mi naturaleza con todo mi ser
y la oscuridad me tragó desde abajo
trayendo voces de duda, voces de teoría,
voces oscuras junto a mí,
a mi alrededor, mientras la razón se ahoga
con el sonido del clamor.
El golpear del martillo

es confusión, ilusión
sumergida en sombras y bruma.
Contengo mi aliento, aterrada,
pero no me enfrentaré a una muerte aún no manifiesta.

- Salva Mea -
Sin fe
(traducción libre)

CAPÍTULO PRIMERO

"Por derecho de nacimiento"

(Título original: Birthright)


Concentración. Atención. Control.

Akane arrugó la frente cuando se tambaleó, manteniendo un precario equilibrio sobre la barra. Las voces de sus compañeros de clase flotaban en el aire detrás de ella, pareciendo provenir de miles de kilómetros de distancia. A pesar de la muchedumbre, Akane se sentía completamente a solas.

"No puedo caerme... No puedo caerme..."

Tragó saliva tratando de ignorar el fuerte latir de su corazón, que llegaba a sus oídos como un estruendo ensordecedor. Entrecerró los ojos intentando centrarse en medio de aquel vacío en el que se sentía. Una suave racha de viento se deslizó sobre su espalda generando un escalofrío involuntario que recorrió su columna de arriba a abajo.

"No puedo caerme..."

No acababa de comprender por qué estaba tan nerviosa. Todo lo que tenía que hacer era encadenar tres volteretas seguidas hacia atrás y un salto mortal final para bajar al suelo. Sabía que no era la mejor gimnasta del instituto, pero lo que se llevaba entre manos no era algo fuera de su alcance.

Quizá se trataba de todas aquellas filas de estudiantes del Fûrinkan que la miraban expectantes, esperando a que Akane hiciera su jugada. La exhibición se estaba llevando a cabo en el exterior, y podía notar cómo todo el instituto esperaba a ver sus movimientos, pero por el motivo que fuera, el sudor que le producía su nerviosismo no le permitía sentirse a gusto sobre la barra.

Hizo un esfuerzo desesperado para encontrar en lo que ocupar su mente, para recordar por qué había decidido unirse al grupo de gimnasia deportiva. Habría preferido estar en casa entrenando con su padre. Su padre le había enseñado bien a concentrarse, a prestar atención a mantener el control. Le había hecho escuchar atentamente sus lecciones sobre la actitud y el uso de la fuerza.

Con frecuencia la regañaba por su falta de gracia y sutileza. El acercamiento de Akane a las artes marciales se basaba puramente en la fuerza; él siempre se lo decía. Las lecciones de su padre acababan invariablemente con algún ejercicio destinado a corregir el estilo y el porte.

—No sacrifiques agilidad y velocidad por fuerza y poder —solía decirle—. Tienes que mantener un equilibrio.

Exhalando lentamente, cerró los ojos y se resignó a seguir adelante. No había vuelta atrás. Las voces a su alrededor se apagaron lentamente hasta alcanzar el silencio. Akane cobró ánimos durante unos instantes y se lanzó hacia atrás.

Se encontró con una extraña sensación; abriendo los ojos, se descubrió a sí misma flotando, ingrávida bajo el cielo azul. Un pájaro permanecía inmóvil en el aire justo encima de ella; tenía las alas medio desplegadas. Sintió cómo todos sus músculos se relajaban durante el breve instante en que su cuerpo quedó sin apoyo y a merced del viento.

Podía hacerlo. Todas sus dudas desaparecieron en aquel instante revelador. Sabía exactamente cómo lo tenía que hacer.

El cielo se volteó dejando paso de nuevo al horizonte. Difuminadas por la distancia, fue capaz de distinguir las caras de sus amigas Yuka y Sayuri justo antes de que la barra apareciera de nuevo ante sus ojos. Extendió los brazos para apoyar las manos otra vez sobre la barra, que se dirigía de nuevo hacia su cabeza. Ese fue el momento en que lo percibió. No estaba segura de qué se trataba en un principio; le parecía como si dos agujas afiladas hubieran sido clavadas sobre sus hombros. Intentó ignorarlo, pero llegó a invadir su cabeza de tal forma que era incapaz de pensar en otra cosa.

Podía sentirse... ¿espiada?

Era como si alguien la estuviera observando, como si ese alguien estuviera justo detrás de ella atrapándola en aquel momento secreto y privado. Su cara enrojeció de vergüenza al mismo tiempo que una descarga de adrenalina recorría su cuerpo. No pudo saber porqué, pero se sintió intranquila. Una oscura paranoia creció en su cabeza desplazando cualquier otro pensamiento.

El miedo la atravesó con un fuerte destello. Necesitaba ver quien la estaba observando por la espalda. Su curiosidad le hizo girar la cabeza hacia atrás, pero en ese momento aquella sensación se desvaneció con la misma velocidad con que había aparecido, dejando en paz a Akane en el preciso instante en que su hombro golpeó contra la barra, enviándola a la colchoneta bajo la barra.

= = =

Deriva, caída, impacto.

Akane se despertó lentamente con la mirada enturbiada por una neblina que no parecía querer irse. Vagos recuerdos de briznas de hierba y vómito aparecieron en su mente para apagarse casi inmediatamente, dejando tras ellos el ligero regusto de la angustia. Intentó sentarse, pero un dolor punzante atravesó su hombro haciéndola desistir. Cayó sobre la almohada y agarró la sábana, envuelta en mareos, con la sensación de que el techo se movía.

Al cabo de unos instantes, las náuseas y el mareo se desvanecieron, pero no se atrevió a respirar de nuevo hasta que no estuvo segura de que no iba a vomitar.

"Genial. Es... genial" pensó mientras miraba el techo de color blanco estéril. Debió parecer idiota cayendo de la barra de aquella manera delante de todo el instituto.

"¡Qué vergüenza!"

Dirigió su mirada a través del ventanal que había junto a su cama. El día era soleado, lo que significaba que no había estado inconsciente durante mucho tiempo. Éso, o bien había estado inconsciente toda la noche. No estaba segura, así que hizo un esfuerzo para apartar esos pensamientos de su cabeza. Sin embargo, rápidamente se dio cuenta de que no estaba en su habitación. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras su mente, aún atontada, intentaba calcular las implicaciones de este hecho. Si no estaba en su cama, entonces probablemente se trataba de una cama de hospital, y si estaba en un hospital era porque probablemente tenía alguna contusión seria, lo que significaba que no podría competir en el campeonato.

Se cubrió la frente con una mano y cerró los ojos dejando escapar un largo suspiro en un intento de calmar su furia. No, no se iba a enfadar, no iba a hacerlo.

Intentando desviar sus pensamientos, volvió la cabeza tanto como le dejó el dolor de su hombro para inspeccionar lo que la rodeaba. Había una gran abundancia de blanco (en las paredes, el techo, el suelo) y un leve aroma de desinfectante "olor pino" flotaba en el aire. Desde que se rompiera una pierna siendo niña, Akane recelaba de los hospitales. Estar en un hospital significaba tener que lidiar con el dolor, y esta vez no era una excepción.

Junto a la cama había una mesilla con una lamparita. Un poco más allá había una cortina recogida, lo cual permitía distinguir que la cama de al lado estaba vacía. Fuera de la habitación se oían voces atenuadas por la distancia y los pasos de las personas que circulaban arriba y abajo por el pasillo.

Se preguntó inútilmente si su padre sabía que ella estaba allí. "Probablemente no", pensó, "o estaría aquí, sentado junto a la cama".

Con otro suspiro, miró hacia el techo y... ahí estaba otra vez. Volvió su mirada hacia la puerta invadida por los nervios, sintiendo de nuevo aquella oscura paranoia que se cernía sobre ella. Sintió un profundo desasosiego, un desasosiego producido por la sensación de estar siendo observada.

Una figura oscura apareció borrosa en su visión periférica. Akane giró rápidamente la cabeza para mirar a aquella figura. Su hombro protestó amargamente, pero fue completamente ignorado. Su interés se centraba en aquella persona que permanecía de pie delante de la ventana.

—¿Quién eres? —preguntó Akane lentamente, escudriñando con la mirada aquella figura. La figura se acercó, revelando la cara de una joven mujer. Era una cara amable, a pesar de la larga cicatriz que recorría una de las mejillas desde la base del ojo hasta el cuello. Dos ojos azules de mirada punzante la miraban bajo una mata de pelo rojo y brillante.

Aquella chica se cubría con una gruesa capa negra que ocultaba todo su cuerpo. Un aire helado que enfriaba la habitación parecía surgir de aquel tejido, produciendo a Akane agudos escalofríos que recorrían su espalda. Notó que la temperatura en la habitación se redujo de manera drástica, hasta el punto de que el aire que exhalaba entre tiritones se transformaba en blancas nubes de vaho que surgían de su boca.

—¿Quién eres? —repitió, mirando a aquella chica que le devolvía intensamente la mirada.

—Te has dislocado el hombro —dijo al fin—. Los médicos te lo han puesto otra vez en el sitio, pero aún te duele.

—¿Y tú cómo...? —empezó a decir Akane, pero se detuvo al ver que la chica se acercaba a donde ella estaba—. ¿Qué haces? ¿Qué es lo que quieres...?

Una mano fina y grácil salió de debajo de la capa alcanzando el hombro de Akane y descendiendo luego por su brazo, y sintió cómo su cuerpo era invadido por el frío, cómo su brazo se dormía acompañado por un cosquilleo en los dedos de la mano. Intentó moverse para evitar que aquella joven continuara haciendo lo que quiera que aquello fuera, pero no pudo. Sin poder hablar, sin poder moverse, sus opciones se limitaban a ver cómo aquella chica le sujetaba el hombro y lo apretaba con su mano.

Como una ola, el cansancio venció a Akane. Aunque su cuerpo estaba frió, notaba un increíble placer, una sensual calidez que surgía de su hombro y que contrastaba con la gélida sensación del resto de su cuerpo. Miró a la joven tratando de descubrir sus intenciones, pero tan solo pudo hallar una dulce sonrisa.

Con los ojos cerrados, un dulce susurro de exquisito placer se deslizó por su cuerpo, arrastrando consigo el dolor y dejándola con una maravillosa sensación de relax.

La joven habló de nuevo. Su voz, suave y amable, se quedó flotando en la cabeza de Akane:

—Puede que te sientas un poco débil, pero el dolor ha desaparecido. Ahora descansa.

»Dentro de un rato, cuando te hayas despertado, tu padre vendrá para llevarte a casa —continuó—. No le hables de mí. Esta noche yo me reuniré contigo para dar respuesta a tus preguntas.

Akane quiso despertar; quería evitar que aquella chica se fuera sin haberle explicado antes quién era y qué era lo que acababa de hacer, pero su cuerpo no obedecía a su voluntad. Sus párpados permanecieron cerrados como si un gran peso le impidiera abrirlos.

—Sé que quieres saber quién soy —resonó la voz de la joven en la conciencia de Akane—. Soy Ranma, y he venido a protegerte. Pero ahora, duerme.

= = =

Poco se dijeron padre e hija durante el camino de vuelta a casa. Ella se había despertado hacía pocas horas, y tal y como había dicho Ranma, Sôun llegó poco tiempo después. Parecía muy preocupado, pero los esfuerzos de Akane por asegurarle que se encontraba bien terminaron por calmarlo. Lo mejor de todo es que era cierto; no lo decía sólo para tranquilizar a su padre. De hecho, hacía tiempo que no se encontraba tan bien.

No sabía si aquella extraña visita había sido soñada o no, pero estaba claro que el hombro ya no le dolía. El médico se mostró más que sorprendido por este hecho. Akane no pudo darle ninguna explicación, pues ni siquiera tenía una para sí misma. Todo lo que sabía era que se sentía verdaderamente bien, y que no debía comentarle el tema a su padre por mucho que deseara hacerlo.

Mientras volvían a casa, el sol bañaba la ciudad con el tono anaranjado del ocaso, haciendo que sus sombras se alargaran y se proyectaran en el muro que discurría a los largo del camino. Aquellos rayos vespertinos intentaban infundir una última pizca de calor antes de que llegara el frío de la noche.

—Voy a preparar algo de té —dijo Sôun mientras se acercaban al dojo Tendô. —No sé tú, pero me encantaría tomar algo calentito.

Cuando llegaron a la puerta, Sôun la abrió haciéndose a un lado, caballeroso, para dejar pasar a Akane. Ella le dedicó una sonrisa.

—Gracias papá, pero no hace falta que te preocupes tanto. Ya sabes...

—No quiero que te canses, Akane. Recuerda que aún eres mi chiquitina.

—¡Y más que me voy a cansar en el campeonato, papá! —dijo Akane, aún sonriendo—. No te irás a preocupar por eso, ¿verdad?

—¿Aún puedes participar? —preguntó Sôun sorprendido mientras cerraba la puerta tras él.

—¡Por supuesto! No voy a dejar que algo así me detenga.

—¡Vaya! Pensaba que con lo del golpe y tal...

—Sé lo mucho que este campeonato significa para ti, papá —dijo Akane volviéndose para mirarlo de frente— y tú sabes lo mucho que significa para mí. Iré y demostraré lo bueno que es nuestro dojo.

Sôun le sonrió poniendo su mano sobre el hombro de ella.

—Haces que tu padre se sienta orgulloso... ¡Ah! El hombro... ¡Lo siento!

—No pasa nada, papá. No me duele.

—Deberías darte un baño —sugirió Sôun—. El calorcito te irá bien para el golpe.

Akane le sonrió asintiendo con la cabeza, decidiendo que ya estaba bien de protestar ante los intentos de su padre por cuidar de ella.

= = =

Akane respiró profundamente mientras su cuerpo se hundía en el agua humeante de la bañera.

—Aaahhhh...

Sintió cómo el agua envolvía todo su cuerpo con calidez, haciendo que sus músculos se relajaran casi de inmediato. Cerró los ojos para sentir cómo el calor ascendía por su pecho mientras ella se dejaba caer hasta estar sentada en el fondo de la bañera, con el agua acariciando la base de su cuello.

Abrió de nuevo los ojos y miró al agua. Podía ver su propia imagen reflejada en la superficie, a través de las nubecillas de vapor que lentamente se levantaban sobre el agua. Cruzó los brazos bajo sus pechos para intentar atrapar todo el calor que fuera posible. Ya estaba bien de frío por aquel día.

Tomó una bocanada de aquel aire húmedo y tibio e intentó relajarse. Le gustaba sentir el calorcillo y quería disfrutarlo después de un día tan largo y confuso.

No acababa de entender el porqué del fallo que tuvo mientras hacía aquella voltereta. Vagamente recordó una oscura sensación de pánico en su interior, pero no era capaz de discernir de qué se trataba. También en el hospital notó algo parecido, pero no sabía comprender esa sensación. Sin embargo, sabía que aquella segunda vez guardaba alguna relación con la aparición de la chica del pelo rojo. Los pensamientos de Akane se dirigieron entonces hacia aquella chica que se envolvía con una capa negra.

¿De verdad aquella chica había estado en la habitación del hospital, o solo se trataba de un sueño? Parecía una persona rara, aquella chica, aquella tal... ¿cómo se llamaba?

—Ranma —murmuró—. Qué nombre tan raro.

Cuanto más pensaba en ello, más raro le parecía todo. Esa joven de piel pálida envuelta en una capa oscura, cuyos ojos azules, capaces de atravesarte con la mirada, se escondían bajo una mata pelirroja, y cuyas manos tenían un tacto frío como el hielo... Esa chica tenía un aspecto irreal, tanto que parecía una visión del más allá, un sueño concebido por una mente semiinconsciente.

La joven le pidió que no hablara de ella, y Akane había accedido a ello. ¿Por qué? Quizá porque así su padre no pensaría que estaba loca, razonó. Pero, en cualquier caso, si la chica de verdad estuvo allí, Akane debía estarle agradecida.

Se incorporó y se frotó el hombro con suavidad. Aún le sorprendía la total ausencia de dolor, de un dolor que, mientras estuvo en el hospital, le pareció como su hubiera tenido cientos de agujas clavadas en el brazo. Sin embargo... ya no estaba. Aunque... podría ser una coincidencia...

Volviendo a sus pensamientos, recordó el frío que se había esparcido por la habitación con la mera presencia de Ranma. Era como si la joven hubiera absorbido el calor y hubiera reemplazado la cama por un bloque de hielo. Akane notó cómo se le erizaba el pelo de la cabeza sólo de pensar en ello.

Sus ojos se abrieron de par en par cuando se dio cuenta de que no era solo un recuerdo. Un escalofrío sacudió todo su cuerpo; estaba sintiendo frío de nuevo. Se frotó con fuerza los brazos para recuperar algo de calor, notando que se le había puesto la carne de gallina.

Dejó escapar un grito ahogado cuando vio frente a ella —donde hacía unos instantes no había nada— a la chica del hospital. Se levantó de un salto cubriéndose instintivamente con los brazos, olvidándose por completo del frío que tenía.

La joven retiró la capucha que llevaba sobre la cabeza, mostrando su cara una vez más.

—Lo siento, Akane —dijo en voz baja—, pero era la única manera que tenía de hablar a solas contigo.

—¿Pero cómo has...?

—¿...entrado? —concluyó Ranma cruzando los brazos. —No es complicado para mí. Siéntate, no tengas vergüenza.

Akane asintió, atontada; más que sentarse, se cay hacia atrás en el agua. Sentía la urgente necesidad de defenderse, pero algo le decía que eso no era necesario.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Sé mucho sobre ti —respondió Ranma mirando a Akane. —Eres Akane Tendô, la única heredera del de la Escuela Tendô de Artes Marciales, estilo Musabetsu Kakutô. Tienes dieciséis años, hija única. Tu madre murió hace doce años y tu padre te ha criado sin ayuda, enseñándote la tradición en artes marciales de tu familia para que tú puedas continuarla cuando él ya no esté.

Akane tragó saliva. El sudor producido por los nervios empezó a concentrarse en su frente. ¿Cómo era posible que aquella chica supiera todo eso?

—Lo que has dicho es verdad —dijo Akane levantando las cejas—, pero esa no era mi pregunta.

—Cierto —admitió Ranma—. Tengo mucho que contarte, pero no tengo mucho tiempo. Dentro de un momento vendrá tu padre para decirte que quiere hablar contigo, y que me vea no entra dentro de mis planes, así que intentaré ser breve.

—Aha —asintió Akane, sin molestarse en preguntar cómo Ranma podía saber eso.

—Te he estado observando desde hace unos días, Akane —continuó Ranma—. Lo que sé se debe a os he observado a ti y a los que te rodean.

—Pero... ¿por qué? ¿Qué es lo que quieres de mí?

—No quiero nada de ti —respondió, exhalando. Arqueó una ceja, pensativa—. Joder, ojalá tuviera más tiempo.

»Tengo una deuda con tu familia —continuó tras una breve pausa para pensar—, y un deber que cumplir. Estás en peligro, Akane, y mi deber es protegerte de ese peligro.

—¿Peligro? ¿Qué peligro?

—Es una historia larga y ahora no hay tiempo para ello. Hay muchas cosas que he de decirte, pero ahora que estamos frente a frente, no sé por donde empezar. Me tengo que ir, pero me reuniré contigo mañana en el dojo. Quizá sea más fácil si... ¡Éso es...! —añadió tras una corta pausa—. Trae a Sôun contigo. Dile que he venido a saludar.

—Pero... —y antes de que Akane pudiera terminar la frase, Ranma había desaparecido. Parpadeó varias veces por la sorpresa. Llevó su mirada alternativamente de la ventana al lugar que había estado ocupando Ranma. La ventana estaba cerrada, y la puerta no se había abierto. ¿Dónde se había metido Ranma?

Una fina voluta de vapor pasó ante sus ojos; Akane se dio cuenta de que la temperatura del cuarto era templada otra vez. Apretó varias veces seguidas los puños para quitarse el entumecimiento. Entonces, oyó que alguien golpeaba la puerta.

—¿Akane? —Era la voz de su padre.

—¿Sí? —respondió con la mirada fija en el lugar en el que Ranma había estado. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Quién era esa chica?

—Akane, por favor, ven a la mesa —dijo Sôun entreabriendo la puerta. —Te he preparado algo caliente para beber, y me gustaría hablar sobre lo que ha pasado hoy.

—De acuerdo, enseguida voy —contestó.

—Gracias —dijo Sôun, cerrando la puerta a continuación.

Akane mantuvo la mirada quieta, posada en el mismo punto durante unos momentos. Tenía que haber alguna explicación para todo esto.

—Ranma... —murmuró—. Que nombre más raro...

= = =

—Veamos —dijo Sôun tras dar un sorbo a su segunda taza de té—, ¿qué es lo que recuerdas?

—No mucho —admitió. —Me distraje y perdí la atención —dijo con un suspiro. Su padre había adoptado la postura de un profesor; era obvio que una clase magistral era lo que Akane necesitaba.

—Y acabaste por hacerte daño —añadió Sôun, haciendo un solemne movimiento con su cabeza. Habló sin levantar la vista; sus ojos miraban fijamente a su taza. —Fue un fallo muy tonto. ¿Qué fue lo que hiciste mal?

—No debí distraerme —respondió Akane, mirando también a su taza de té.

—Exacto —acordó Sôun. —No puedes permitirte perder la concentración, Akane. Concentración y disciplina mental son de la mayor importancia.

Akane seguía mirando a su té, dejándose empapar por la clase que su padre había empezado a darle. Ya había escuchado antes esas mismas palabras, muchas veces, y probablemente volvería a escucharlas muchas más. Por un momento sintió un atisbo de furia; no se habría descentrado si no fuera por...

—Papá —dijo de repente, interrumpiéndole.

Él le devolvió una mirada de irritación.

—No he educado a mi hija para que interrumpa a su padre, ni a su maestro.

—Lo siento —se disculpó levantando la vista—, pero he de decirte algo, algo que pasó mientras estaba en la barra. Fue algo que... no pude evitar.

—¿De qué se trata? —preguntó Sôun con curiosidad.

Akane hizo una pausa para buscar las palabras adecuadas.

—¿Te dice algo el nombre de "Ranma"?

—¡¿Ranma?! —La sorpresa fue visible en los ojos de Sôun por unos instantes—. Hrmmm —gruñó, pensativo, dando otro sorbo a su té—. Ya veo... Ella ha hablado contigo.

—Sí —contestó Akane, bastante confundida—. ¿La conoces?

—Demasiado bien... —admitió con un suspiro—. Demasiado bien...

—¿Quién es?

—Es... una conocida de la familia. Si está aquí, significa...

Sôun se quedó en silencio. Akane lo miró, y vio que en la expresión de su cara se combinaban reflexión y preocupación. Conocía esa expresión; la había visto varias veces, cada vez que ella competía en un campeonato. Él solía lanzarle miradas protectoras durante los campeonatos, y ella se sentía fortalecida bajo aquellas miradas.

Esperó a que su padre hablara, pero éste permanecía en silencio. Pasó un rato hasta que Akane volvió a hablar.

—Ranma quiere que vengas conmigo mañana al dojo.

Sôun asintió con otro gruñido lleno de reflexiones. No parecía sorprendido, pero su expresión era de angustia.

—¿De qué va todo esto? ¡Parece que todos sepan lo que pasa menos yo!

—Akane... —dijo Sôun dejando la taza sobre la mesa—. Si Ranma está aquí, ella puede explicártelo todo. Eso... no me corresponde a mí, mi niña.

—¡No soy una niña! —contestó, irritada—. Lo sabes de sobra.

—Lo sé —se lamentó Sôun—. Ése, mi querida hija, es el problema.

—No te entiendo...

—Lo entenderás —contestó Sôun con tristeza—. Pronto lo entenderás todo... demasiado bien. Mañana iremos y hablaremos con Ranma.

—Está bien —asintió Akane, satisfecha de ver que por fin estaba llegando a algún sitio.

—Pero ahora —continuó Sôun, alargando su brazo para alcanzar la mano de su hija— le darás un beso de buenas noches a tu padre, te acostarás y te dormirás placenteramente.

—Pero...

—No hay peros que valgan, Akane —le interrumpió, mirándola sin enfado ni irritación—. Esta noche no...

Akane miró la mano de su padre y luego a su cara. Arrugas aparecieron en donde antes no las había; su padre parecía haber envejecido diez años en un instante. Ella posó su otra mano sobre la de Sôun.

—De acuerdo —accedió. Se acercó a él, lo besó en la mejilla y se levantó. Esperar un día más no le haría ningún daño. Volviéndose, abandonó la habitación y subió las escaleras, dejando a su padre sumido en sus pensamientos.

—Mi Akane no —murmuró Sôun mientras una lágrima recorría su mejilla—. Por favor, no mi pequeña.

Aquella no fue una noche agradable ni para el padre ni para la hija.

= = =

—Espera Akane. Déjame ir delante —dijo Sôun, tirando de su hija hacia un lado.

Akane miró a su padre y asintió con la cabeza, apartándose para dejarlo pasar. Él caminó hacia la puerta del dojo y se quedó de pie, completamente inmóvil durante unos segundos, antes de abrir la puerta y acceder al interior.

El dojo estaba frío, bastante más frío que el exterior, lo cual hizo que el aire que exhalaba Sôun tras cada respiración se transformara en nubes de vapor. Caminaba con cuidado, mirando a derecha e izquierda en cada paso que daba. Akane lo acompañaba un par de pasos más atrás, con el brazo de Sôun a modo de barrera a la altura de sus hombros.

—Quédate detrás —le ordenó.

Ella asintió en silencio mientras notaba cómo su cuerpo entraba en tensión. El ver a su padre caminando con tanta precaución le hizo actuar de la misma manera. Era el fruto de varios años de entrenamiento junto a su padre; había aprendido a prestar atención al lenguaje corporal de éste.

La pálida luz de la mañana se filtraba débilmente a través del papel de las puertas que había en el lado opuesto del dojo, pero no llegaban a calentar el suelo de madera. Akane tenía la sensación de estar caminando sobre hielo.

—Hace mucho frío —comentó Akane, mirando a su alrededor. La humedad se había condensado sobre la hoja de una espada que colgaba de la pared. Algunas gotas de agua caían al suelo con ritmo irregular, formando un pequeño charco. Aquel goteo era lo único que rompía el silencio, aumentando su nerviosismo.

—Sí —respondió Sôun, desviando su vista hacia el altar sagrado del dojo, en busca de algo que le permitiera tomar fuerzas. Cuando llegó al centro del dojo, se detuvo y, girando sobre sus pies, gritó:

—¡Muéstrate, Ranma!

Akane se sobresaltó por el repentino grito de su padre. Volviéndose hacia la puerta por la que habían entrado, ambos vieron que allí estaba Ranma, envuelta en un manto negro.

Ranma se adentró en el dojo, cerrando la puerta tras ella y, mirando hacia el altar, hizo una reverencia.

—¡No tienes derecho a reverenciar ese altar! —bramó Sôun, con su aliento transformándose en vapor con cada palabra—. ¡No tienes derecho a estar en este dojo!

Akane miraba a su padre, alucinada por su repentina furia. Jamás en su vida había oído ese tono en su padre. Desvió su mirada hacia Ranma, para ver cuál era su reacción. Ésta, por su parte, hincó una rodilla en tierra y se apartó la capucha de la capa, y mirando a través del flequillo que le caía sobre la cara, habló:

—Lo lamento. No quería ofender.

—Es demasiado tarde para eso —gruñó Sôun con desprecio, viendo cómo Ranma apartaba su mirada y la dirigía hacia el suelo.

—Dejo mi vida en tus manos; puedes disponer de ella, si lo deseas —contestó Ranma, bajando la cabeza hasta dejar visible su cuello.

—¡Palabras vacías! —bufó Sôun—. Sabes tan bien como yo que no significan nada.

—El espíritu tiene voluntad —dijo Ranma en voz baja—, pero la carne es débil.

Se hizo el silencio en el dojo mientras Sôun escogía sus palabras. Ranma volvió a levantar la cabeza para buscar la mirada de Sôun.

En la garganta de Akane se amontonaban las preguntas, pero ninguna de ellas se atrevió a salir de sus labios. Miró a su padre y luego a Ranma, preguntándose quién sería el primero en romper el tenso silencio.

—¿Por qué has vuelto? —preguntó Sôun, por fin.

—He venido para prevenirte.

—¿Prevenirme? ¿De qué? —preguntó, a pesar de conocer la respuesta. Con un suspiro, se dio la vuelta y continuó:

»Antes de contestar, quítate esa capa maltita; está trayendo demasiado frío.

—Cómo quieras —contestó Ranma, asintiendo con la cabeza al tiempo que se desabrochaba la capa. Se levantó para ponerse de pie. La capa se soltó de su cuello y cayó al suelo, formando a sus pies una especie de charco de negro tejido. Casi de inmediato, el frío pareció desaparecer de la estancia.

Akane miró la capa por un momento, fascinada, antes de mirar de nuevo a Ranma, viendo por primera vez lo que se escondía bajo aquella capa. Lo primero que llamó su atención fue la larga katana que Ranma llevaba colgada en la espalda. No acababa de entender cómo una espada tan larga podía quedar tan perfectamente oculta bajo aquella capa.

La estatura de Ranma era un poco menor que la de Akane. Se vestía con una camisa china de seda roja que parecía ser varias tallas superior. Llevaba las mangas recogidas por encima de los codos, mostrando unos brazos que parecían estar en buena forma. Tiró de la cinta de la que colgaba la espada y, pasándola por encima de su cabeza, depositó el arma en el suelo, delante de la capa.

Akane pudo ver un gran dragón tatuado a lo largo del brazo derecho, y por un momento se preguntó cómo una chica tan joven como Ranma había conseguido encontrar a alguien que accediera a tatuarla, aunque este pensamiento desapareció tan rápido como había aparecido.

Del mismo modo que la camisa, Ranma llevaba unos sencillos pantalones de seda. Sin embargo, iba descalza, y sus pálidos pies, al mismo tiempo que eran de apariencia delicada, transmitían una imagen vigorosa.

Akane percibió firmeza en la postura de Ranma. La gracia con la que se movía le hizo pensar por un instante en las dotes para la lucha de aquella chica. Sintió un repentino deseo de entrenar con ella y ver qué tal se le daba.

Ranma miró a Akane, adivinando por la mirada en qué estaba pensando Akane. Una leve sonrisa apareció en sus labios, a la cual Akane correspondió con otra sonrisa, casi sin darse cuenta.

De la nuca de Ranma se desprendía una gruesa trenza de color rojo cereza que le llegaba hasta la cintura. Estaba sucia y apelmazada, pero, sin embargo, lo que de verdad llamaba la atención de Akane era el color radiante que se asomaba bajo la suciedad.

Lo cierto es que Ranma iba bastante sucia, cubierta de polvo y de barro seco. Sus ojos, aquellas dos órbitas de vibrantes colores azul y blanco, parecían brillar en contraste con su polvoriento rostro. "¿Qué clase de chica descuida tanto su higiene?" se preguntaba Akane. De pronto se dio cuenta de que Ranma tenía sus ojos puestos sobre ella. Ranma se había dado cuenta de que Akane la observaba. Como avergonzada, Akane apartó la mirada.

—¿Y bien? —dijo Sôun.

—¿Y bien, qué? —preguntó Ranma, viendo su atención apartada de Akane.

—¿De qué has venido a prevenirnos?

—De los Cazadores —contestó Ranma con tono de obviedad—. Saben de la existencia de la sucesora de los Tendô, y la están buscando.

—¿Cazadores? —preguntó Akane, siendo ignorada.

—¿Cómo lo han conseguido? —dijo Sôun dando pasos sin rumbo. Su preocupación era visible en su cara y en sus movimientos.

Akane miró de cerca de su padre por primera vez desde que Ranma apareciera en el dojo. Su tensión y su nerviosismo eran evidentes. También ella estaba cada vez más nerviosa; nunca antes había visto a su padre tan intimidado. Le preocupaba ver a su padre —al hombre que representaba en la vida de Akane la quinta columna de su fuerza— tan desconcentrado. Ella quería ayudar de alguna manera, pero no sabía qué hacer.

—No lo sé —respondió Ranma—. Sus técnicas son cada vez más sofisticadas. No sé en qué consisten más de la mitad de los chismes que usan para localizarme.

—Entonces... ¡si sabes que te están siguiendo...! —dijo Sôun mirando a Ranma de nuevo— ¡¿por qué has venido aquí?! ¿Pretendes que atraerlos para que se echen sobre Akane?

—¡Pero atraer ¿a quién?! —gruñó Akane, molesta por ver que se estaba quedando fuera de la conversación.

—No tengo otra opción —contestó Ranma—. Aunque me mantuviera alejada, acabarían encontrándola. Tiene más posibilidades si está conmigo que si no lo está.

Sôun bufó:

—La historia me sugiere todo lo contrario.

—Pero... ¡¿DE QUÉ ESTÁIS HABLANDO VOSOTROS DOS?! —gritó Akane, frustrada. Estaba harta de que la ignorasen.

—Dile quien eres —dijo Sôun con tono de derrota. Ranma se giró hacia Akane con una respetuosa reverencia.

—Soy Ranma Saotome —dijo, manteniendo arqueado el cuerpo—, del clan de los Saotome.

—¿El clan de los Saotome? —preguntó Akane, perpleja.

—Durante casi novecientos años, tu familia y la mía han tenido un enemigo común. No sabemos bien de quién se trata, pero nos buscan, y no tienen piedad. No sé cómo han conseguido encontrarte, pero debo sacarte de aquí antes de que ellos lleguen.

—Debes estar de coña, ¿no? —contestó Akane, rotunda—. ¿Quién te has creído que eres?

—Sé que es difícil de entender, Akane, pero no tenemos mucho tiempo. Debemos salir de aquí, lejos. Tu familia y tú estáis en peligro mientras te quedes aquí. Aún no eres capaz de enfrentarse a esa gente.

—¡No puedo irme! —respondió Akane, notablemente enfadada—. Tengo un campeonato la semana que viene, sin mencionar las clases del instituto. ¿Acaso piensas que voy a irme y a echarlo todo a rodar solo porque tú lo digas?

—No te será fácil convencer a mi hija —dijo Sôun.

—No esperaba menos —respondió Ranma—, considerando quién es su sensei. ¡Akane!, no tienes posibilidades frente a los Cazadores. No importa lo bien entrenada que creas estar; no es suficiente.

—Primero intentas mangonearme, ¿y ahora insultas a mi padre? —Akane estaba visiblemente irritada—. No tengo porqué aguantar ésto. ¡Me voy! —añadió, acompañando sus palabras con una sacudida al aire de sus manos—. Y no te preocupes por mí —dijo señalando a Ranma—. Soy buena en artes marciales. ¡No voy a huir de un combate! ¡Puedo cuidar de mí misma!

Diciendo esto, giró sobre sus talones y salió del dojo, cerrando la puerta corrediza tras ella con bastante violencia. El golpe seco de la puerta al cerrarse resonó en el dojo, seguido de un breve silencio que fue roto por Ranma cuando Sôun se volvió hacia ella.

—¡Vaya genio! Podría ser un problema.

—Aún tratándose de ti, habría esperado que tuvieras más tacto con la personalidad de mi hija —dijo Sôun, con tono seco—. Supongo que aún no has aprendido nada de eso.

Ranma tensó los músculos, mostrando su puño apretado.

—Habría sido más fácil si no te hubieras dedicado a quitar importancia a mis palabras. ¿Acaso quieres que muera tu hija?

—¿Cómo te atreves? —chilló Sôun, acercándose peligrosamente a Ranma. Sin embargo se detuvo, haciendo un esfuerzo para apartar su ira. Respirando profundamente, continuó en un tono más suave cuidadosamente escogido—. Te recuerdo que estás en mi dojo, ¡en mi casa! Teniendo en cuenta todo de lo que eres responsable, ¡debes guardarme respeto!

—Lo siento —dijo Ranma en voz baja, relajando su postura. Dejó escapar un suspiro al tiempo que inclinaba la cabeza levemente hacia delante—. Quiero sobreponerme a lo que ocurrió. Sabes tan bien como yo que lo que he dicho es verdad; no importa si Akane lo cree o no.

—No eres el único que se arrepiente, Ranma —dijo, melancólico, mientras se acercaba al altar—. No pasa un solo día sin que desee poder volver atrás para cambiar lo que pasó aquel día. Sé que mi propia terquedad no fue ninguna ayuda, pero... —continuó en voz baja, hablando más para sí mismo que para Ranma— nunca podré perdonarte lo que ocurrió... Nunca.

—Lo único que quiero... —Ranma se interrumpió al ver que los hombros de Sôun acompañaban sus sollozos.

—No quiero que ahora vuelva a pasar lo mismo. Yo he aprendido de mi error —dijo Sôun con los ojos llenos de lágrimas—. Sólo puedo rezar para que tú también lo hayas hecho. Cuida de mi hija, Ranma, o te haré desear no haber oído nunca el nombre de Tendô.

—Prometo hacerlo —contestó solemnemente—. Haré todo lo que esté en mi mano para tenerla a salvo de los Cazadores. Será más fácil si puedo ser su amiga; necesito que confíe en mí. Te lo ruego: no se lo hagas más difícil de lo que ya es.

—Ojalá no necesitara amigas como tú —dijo Sôun, con un sollozo incontrolado—. Habría sido mejor que no hubieras venido.

Dicho ésto, Sôun se dirigió lentamente hacia la puerta, siguiendo el camino que había hecho su hija. Ranma miró como se iba, y se quedó de pie, a solas y en silencio durante unos momentos, antes de recoger su espada y su capa. Se colgó la espada al hombro otra vez y tiró de la capa, la cual rodeó su brazo y trepó por él hasta posarse sobre sus hombros, envolviéndola y cubriendo todo su cuerpo de nuevo.

Otra vez cubierta de negro, con aquella expresión sombría en el rostro, se quedó de pie un momento en el interior del dojo, cuyo aire volvía a ser frío, antes de darse la vuelta y caminar hacia la salida.

—No fallaré —susurró, echando una última mirada al altar por encima de su hombro—. No otra vez...

= = =

La cálida tonalidad del sol poniente teñía la residencia Tendô en tonos anaranjados. Aquel calor vespertino parecía ralentizar a personas, plantas y animales mientras el ajetreo del día daba paso a la tranquila noche.

Sin embargo, había una persona a la que no parecía importarle la llegada de la noche. Akane gruñía furiosa mientras descargaba una serie de patadas sobre el maniquí de entrenamiento. ¿Cómo se atrevía esa tal Ranma a entrar en su vida pidiéndole que lo abandonara todo y que se apartara de su padre? Durante años había entrenado aprendiendo de su padre el estilo de la familia. Cuando su padre muriera, ella se haría cargo de la dirección de la escuela. Siempre se había imaginado que haría eso; no permitiría que ningún desconocido irrumpiera en su vida y lo echara todo a perder.

Con un grito, dirigió una patada alta a la cabeza del maniquí; la cabeza se partió con un ruido sordo y cayó rodando al la hierba del patio.

Se arrodilló para recoger la cabeza. "Ya me he cargado otro maniqu". El ruido de estudiantes entrenando dentro del dojo le recordó que no debía interrumpir para tomar otro maniquí.

Entrenar... Eso era lo que había hecho toda su vida. "¿Entrenar para qué?" Su padre parecía muy interesado en que aprendiera la técnica de la familia. Akane sabía que su padre quería que ella se encargara de dar las clases cuando él ya no fuera capaz, pero ¿era esa la única razón? ¿O sabía que Ranma iba a venir? ¿Había estado intentando prepararla para eso durante todos estos años?

El campeonato regional era dentro de tres días. Se había estado entrenando duramente, más de lo habitual en estos casos. Su padre quería que ganara para mostrar a todo el mundo que la escuela Tendô era la mejor, lo cual haría que la gente quisiera asistir a ella.

Ese había sido su objetivo, su meta, pero ¿luego qué más? ¿Otro campeonato, y otro más tras el siguiente? ¿De verdad quería pasarse la vida haciendo eso? Aún no lo sabía. Lo que sí sabía es que quería estar junto a su padre. La necesidad de fuerza y de protección del hogar era lo que la empujaba. Ese era el motivo de su entrenamiento; no era por los campeonatos ni por el prestigio, sino por ayudar al hogar.

Se acordó de Ranma sonriéndole en el dojo. Una vagabunda mugrienta y cubierta de barro. Akane se preguntó si Ranma había tenido alguna vez un hogar que defender, y rápidamente supuso que no. Entonces ¿por qué había visto Akane tan fuerte determinación en aquellos brillantes ojos azules? Ella misma había sentido determinación en muchas ocasiones a lo largo de su vida. Determinación para ganar a sus adversarios. Determinación para demostrar a su padre que era capaz de hacer todo lo que él la creía capaz de hacer (y más aún).

Sin embargo, no era capaz de recordar ninguna sensación comparable a la profundidad e intensidad de la voluntad que aquella mañana había percibido en un solo instante en los ojos de Ranma. Nunca se había sentido tan decidida a hacer algo como Ranma, aparentemente, lo estaba acerca de la supuesta amenaza que estaba a punto de ser revelada.

Siempre se había esforzado en probar su valía ante su padre, pero sabía que en realidad nunca había necesitado hacerlo, pues su padre jamás había dudado de ella, jamás había cuestionado su habilidad. Si él le decía que hiciera algo, Akane lo hacía, y aunque no saliera a la primera, no necesitaba intentarlo mucho hasta que finalmente lo conseguía. La única vez que había visto a su padre dudar acerca de sus habilidades había sido... esa misma mañana, mientras Sôun hablaba con Ranma.

Akane apretó el puño. En aquel momento no se dio cuenta, pero había sido la primera vez que su padre no confiaba plenamente en ella.

Aquel pensamiento la horrorizó y cautivó a un tiempo. Si su padre no la consideraba capaz, ¿qué implicaba eso respecto a su nivel como practicante de artes marciales? Pero por otro lado... si su padre cuestionaba sus habilidades, eso significaba que Akane se enfrentaba a un desafío, y eso era algo a lo que Akane no se podía resistir.

Su mente se movía alrededor de lo que Ranma había dicho aquella mañana. Había muchas preguntas sin contestar alrededor de esa tal Ranma, muchas cosas que Akane no sabía.

De pronto, sintió otra vez ganas de enfrentarse a Ranma en un entrenamiento. Akane miró por encima del hombro hacia el dojo, casi esperando que Ranma estuviera allí de pie, como solía hacer. Pero allí no había nadie.

Resignada, colocó la cabeza del maniquí en su sitio y se dirigió hacia la casa. La furia de hacía unos minutos había dejado paso a una candente curiosidad que se cernía sobre ella como una sombra que se negaba a desaparecer.

Ranma tenía algo extraño, innatural. Su mera presencia absorbía el calor del lugar en que se encontrara, pero al mismo tiempo, el aire a su alrededor resultaba cargante. Este recuerdo hizo que los cabellos de la nuca se le erizaran, al tiempo que sentía un escalofrío sobre su piel.

Incluso cuando Ranma estaba cerca, parecía que sólo estaba medio presente, como si fuera a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. De hecho, ya había mostrado esa capacidad en dos ocasiones.

Akane no podía distinguir el qué, pero había algo fuera de lo común en aquella chica. Necesitaba tiempo para pensar, para dar solución al rompecabezas que se había presentado ante ella. Sonriendo para sí misma, decidió que un baño caliente le daría el tiempo que necesitaba para pensar.

= = =

El suave sonido del goteo era lo único que acompañaba a Akane en su relax dentro del agua. Estiró las piernas dejando que sobresalieran de la superficie del agua mientras su cabeza descansaba apoyada en el borde de la bañera con los ojos cerrados, notando cómo el agua envolvía su cuerpo.

Su mente intentaba moverse entre todas las novedades que se le habían presentado, pero era incapaz de concentrarse. Estaba soñando despierta, pensando en la sonrisita que Ranma le había dedicado en el dojo.

—Enfréntate a mí —le decía Ranma—. Muéstrame de lo que eres capaz.

Akane se encogió al recordarse a sí misma chillando con una rabieta como la de un crío pequeño. No era forma de comportarse para un guerrero. La vergüenza la hizo enrojecer.

Un escalofrío la hizo salir de su sueño; otra vez podía sentir aquella aguda sensación de frío invadiendo la estancia. Abrió los ojos, escudriñando la habitación a través del vapor.

—Eres difícil de encontrar a solas —dijo la voz de Ranma—. El baño es el único momento en el que puedo reunirme contigo en privado sin que estés destruyendo algo.

Akane frunció el ceño. La curiosidad que había sentido hasta hacía un momento quedó apartada por la irritación que le produjo tan acertada (aunque poco delicada) observación.

—No nos pongamos melodramáticas ahora —contestó Akane, intentando sin éxito zafarse de la burla de Ranma—. ¿No tienes ningún aviso de muerte esta vez?

—Pensé que estaría bien olvidarse un poco de las formalidades —respondió Ranma—. Tu padre parece apreciarlo más que tú. Quería mostrarte mi auténtico yo.

—Antes no pareció apreciarte mucho, ni a ti ni a tu formalidad —comentó Akane, inclinándose sobre el borde de la bañera—. ¿De qué iba todo aquello?

—Es una historia muy, muy larga, Akane —contestó con una exhalación—. Tendremos mucho tiempo para hablar de ello durante el viaje.

—Pareces muy convencida de que me voy a ir contigo. ¿Qué te hace pensar que no voy a poder hacer frente a lo que se me presente? ¡Si ni siquiera va a pasar nada!

—La confianza siempre fue mi fuerza —admitió Ranma con una sonrisa torcida—. Siento haber sido tan grosera. No pretendía menospreciarte; te pido disculpas.

»Es justo que te cuente más cosas sobre mí y sobre tu familia. Creo que estarás de acuerdo en que irse es, de momento, la mejor opción.

—Me alegra que te hayas decidido a dejarme participar en el gran secreto —dijo Akane amargamente—. Parece que todos sepan lo que pasa menos yo.

—Antes de eso, quiero preguntarte algo muy importante.

—¿El qué?

—¿Te importa si me uno a ti ahí adentro? Hace años que no me doy un buen baño caliente.

Akane pestañeó; la pregunta la pilló fuera de juego. Miró la cara polvorienta de Ranma y fue incapaz de ocultar una sonrisa.

—No, no me importa. Tengo algo de jabón aquí.

= = =

Akane seguía sentada, en silencio, mientras Ranma se frotaba con la espuma del jabón para retirar las capas de porquería que cubrían su cuerpo.

Ranma tarareaba una canción mientras acometía la faena, tomándose tiempo para disfrutar de la sensación y del olor del jabón sobre la piel y del champú en su cabello. Mientras se lavaba, mostraba una sonrisa de felicidad, y no parecía tener prisa por acabar.

Akane no reconocía la música, pero sonreía al escucharla. Parecía una canción feliz, casi de origen fantástico, y hacía fuerte contraste con la fría seriedad que Ranma había mostrado en anteriores ocasiones. Pronto el tarareo se convirtió en un silbido que en algunos momentos se salía del tono, cosa que no parecía importar a Ranma. Para no molestarla, Akane prefirió pasar por alto las partes desafinadas.

Akane pudo ver más de cerca el cuerpo de Ranma mientras éste se aseaba. Bajo aquella suciedad, la piel de Ranma era clara y suave, aunque desgraciadamente estaba marcada por docenas de cicatrices, tantas que Akane perdió la cuenta en cuanto Ranma se movió. Además de las cicatrices, su cuerpo estaba decorado con varios tatuajes; una mezcla de estilos japonés y otros que no pudo reconocer. Akane sintió algo de envidia por la figura de Ranma, a la vez que cierta irritación al pensar en cómo Ranma se había dejado estropear semejante cuerpo a base de tatuajes.

Pudo reconocer unos pocos tatuajes —dragones, caras, kanji— pero otros no. Su curiosidad fue en aumento hasta que se sintió suficientemente confiada como para dejar escapar las preguntas que llevaba en su interior.

A Akane le pareció que Ranma estaba tardando una eternidad en asearse, pero ésta parecía satisfecha con la limpieza que se había hecho, y se tiró por encima una palangana de agua fría para retirar los restos de jabón y champú.

—¡Brrrr... frío! —exclamó Ranma, sacudiendo la cabeza de adelante a atrás. Gotas de agua fría salieron volando en todas direcciones con cada sacudida de su cabello; algunas mojaron a Akane, pero ésta estaba demasiado preocupada en otras cosas como para darse cuenta de ello.

Ranma se puso de pie y caminó hacia la bañera, dedicando una sonrisa a Akane mientras se introducía en el agua.

—Perdona por hacerte esperar.

—Te has dado una buena lavada —respondió Akane con lo primero que le vino a la mente.

—Gracias —dijo Ranma con sinceridad—. No tengo muchas ocasiones para asearme.

Ranma se hundió en el agua hasta la altura del cuello. Con la cabeza a ras del agua, cerró los ojos dejando que una expresión de éxtasis decorase su cara. "Tiene una cara muy bonita", pensó Akane. Lástima que aquella cicatriz de la mejilla estropeara una cara que pudo ser preciosa.

La habitación estaba sumida en el silencio. Ranma estaba inmóvil y Akane la miraba, esperando para algún comentario o alguna señal que le permitiera comenzar con las preguntas. Finalmente, su curiosidad pudo más que ella y, suavemente, se aclaró la garganta.

—Ahem...

Ranma abrió un ojo desviándolo hacia Akane.

—Mmmh?

—Ehm... decías que me ibas a contar algo sobre mi familia —tanteó Akane, ladeando la cabeza.

—¡Ah! Lo siento —respondió incorporándose—. Me había olvidado de lo maravillosamente bien que sienta un baño. Un buen baño caliente es bueno para el alma ¿no te parece?

—Ssssupongo... —contestó Akane, dubitativa—. Para mí se trata de una agradable rutina.

Ranma le sonrió, y Akane se puso colorada, con un repentino sentimiento de estupidez por no saber apreciar algo de lo que Ranma había disfrutado tanto. En cualquier caso, aquel incómodo momento pasó y Ranma empezó a hablar, con gran alivio para Akane.

—Bueno, comprendo tu curiosidad. Yo también lo sería en tu lugar.

»Hay tanto que puedo contarte... que es difícil decidir por donde empezar. Aunque... —se detuvo Ranma, mirando a Akane, quien aún la estaba observando— ...pareces más interesada en mí que en tu familia.

—Lo... lo siento —tartamudeó, sintiéndose sorprendida. Akane apartó la mirada—. No pretendía molestarte.

—No pasa nada —contestó Ranma con una suave risita—. No me importa. Supongo que no es frecuente ver un cuerpo con tan buen aspecto como el mío —continuó, mostrando una sonrisa traviesa—, aunque suelen ser los chicos los que miran, no las chicas.

—¡No es eso —desmintió Akane con irritación, a la vez que salpicaba a Ranma con la mano.

—Ya lo sé, ya lo sé... —contestó Ranma, sacudiendo la mano para quitar importancia al asunto, mostrando otra vez una sonrisa afable—. Solo lo decía para hacerte rabiar.

—¡Hay que ver...! —se picó Akane—. ¡No puedo creer que hayas dicho eso!

—A mí también me llamaría la atención —remarcó Ranma mirándose a sí misma—, si no fuera porque lo veo todos los días. Bueno... ¿por dónde empiezo?

»Mi padre... —dijo por fin, girándose hacia el lado contrario al que se encontraba Akane— está aquí.

Ranma se apartó el pelo sobre un hombro, mostrando una pequeña cara tatuada en la espalda, justo en la base del cuello. De nuevo se volvió hacia Akane.

—Murió protegiéndome, y desde entonces vigila mi retaguardia.

—¿Murió por ti? —preguntó Akane, sorprendida por la nobleza de tal acto—. ¿Cómo se llamaba?

—Genma —contestó retirando el pelo sobre su hombro—. Fue mi mejor amigo, y mi peor pesadilla; todo en uno.

—¿Tu peor pesadilla? —preguntó Akane, sin llegar a entender cómo alguien que moría para proteger a su hija podía ser una mala persona. Por un momento se imagino a su padre dando la vida por ella; no le resultó difícil imaginarse a su padre actuando de tal manera, lo cual le hizo sentirse orgullosa de él.

—Sí, bueno... me salvó unas cuantas veces, eso lo reconozco —dijo, sin darle mucha importancia—. Lo que pasa es que me metió en muchas más situaciones incómodas que de las que me sac

—Deberías guardarle más respeto —se quejó Akane—. Te salvó la vida; deberías estarle agradecida.

—¡Oh! Y se lo agradezco, por supuesto que sí —contestó Ranma—. No me malinterpretes. Lo quería, y daría cualquier cosa por volver a verlo. No creo que recordar todas las estupideces que hizo sea una falta de respeto. Sencillamente, él era así.

Akane intentó buscar la lógica de tal afirmación.

Ranma la miró un momento, sonriendo por lo absurdo que resultaba todo.

—Mi padre era un hombre raro. Tenía mucha dedicación a las artes marciales. Creo que tu padre y él tienen mucho en común.

»Mira —dijo Ranma señalando al dragón de brillante color rojo que serpenteaba a lo largo su brazo derecho desde el hombro hasta casi el codo—. Este es Garyoutensei. Lo llevo desde que murió mi padre.

—¿Qué significa?

Garyoutensei es mi espada —dijo Ranma señalando a sus pertenencias por encima del hombro—. Mi padre me la dio cuando murió, y me dijo que debía permanecer junto a ella durante toda mi vida.

—"¿Añadir ojos a un dragón?"... Curioso nombre para una espada.

—Me dijo que se la quitó a un dragón —explicó Ranma—. Le gustaba dar toques de dramatismo.

—Ya veo... y de tal palo, tal astilla —observó Akane. Ranma correspondió con una sonrisa a la puntilla de Akane.

—Según la historia que me contó, él hizo un trato con el espíritu de un dragón. Le pidió ser el mejor experto en artes marciales del mundo, y el espíritu le concedió su deseo. Como compensación, el dragón le ordenó que se llevara la espada, y que la llevara siempre consigo. Se convertiría en el legado de la familia. Le pareció un trato bastante bueno, así que tomó la espada y el trato fue cerrado.

—¡Vaya historia! —dijo Akane, sumida en el romanticismo que envolvía a la historia—. Parece que tu padre era un guerrero de verdad.

—Yo creo —continuó Ranma— que la verdadera historia es algo distinta. Yo creo que pagó una fortuna por ella; que se la compró a algún mercader en un momento de total euforia etílica. Le gustaba mucho beber.

Akane miró a Ranma con amargura. Ranma levantó las manos con gesto apaciguador.

»Pero... siempre quise recordar la historia, de modo que me tatué el espíritu del dragón en el brazo.

Ranma se levantó sobre sus rodillas hasta que su cintura se elevó sobre la superficie del agua y se señaló el estómago.

»...y esto es un signo que me fue dado la última vez que conté la historia de cómo conseguí a Garyoutensei.

Sobre una gran cicatriz que cruzaba el vientre de Ranma horizontalmente había un pequeño kanji.

—TEN... —leyó Akane, mirando el kanji—. ¿Por qué ese kanji?

—"¡Un guerrero invencible serás!" —citó Ranma con acento extraño a la vez que hacía un ademán ostentoso—. Me dieron esta marca hace bastante tiempo. Se supone que está ahí para protegerme.

—¿Y funciona?

—Me picó durante un tiempo después de ponérmela, pero no parece eso me haya sido de mucha ayuda.

—Me alegro de que te lo tomes con buen humor —observó Akane mientras se frotaba la sien derecha.

—Es importante tener sentido del humor —respondió serenamente. Volvió a sentarse en el fondo de la bañera—. Más de lo que puedas creer.

—Supongo... —admitió Akane, mirando el kanji a través de la superficie del agua—. Tú, de verdad eres... una guerrera... ¿no?

—Sí —asintió con expresión seria—. Lo soy.

—¿Y cómo...? —se detuvo Akane, considerando su pregunta—. ¿Cómo es eso de ser una guerrera?

Tras pensarlo un poco, Ranma dijo:

—Mi padre siempre solía decir: "El camino de un verdadero experto en artes marciales consiste en lidiar con el peligro". Supongo que eso lo resume bastante bien.

Akane no dijo nada; se quedó mirando el agua mientras asimilaba las palabras de Ranma.

—Sé lo que quieres —continuó Ranma tras unos instantes; miró a Akane y ésta levantó la cabeza para devolver la mirada—. Quieres ser una guerrera. Quieres luchar, mostrarte a ti misma y al mundo que eres fuerte, que puedes hacer cualquier cosa. Quieres "lidiar con el peligro".

—Sí —respondió Akane en voz baja—. Quiero mostrar al mundo de lo que soy capaz.

Ranma se inclinó hacia delante para acercarse a Akane. Acercando la boca al oído de Akane, como si fuera a contarle n secreto, susurró:

—Entonces ven conmigo. Serás más fuerte de lo que jamás te hayas imaginado.

Ranma se retiró hacia atrás sin quitar la vista de Akane, inclinándose sobre el borde de la bañera. Una sonrisa se dibujó en su cara cuando vio la reacción de Akane.

La vista de Akane se fijó en el infinito y su boca se secó al oír la oferta de Ranma. Tragando saliva, se dio cuenta de lo fuerte que estaba latiendo su corazón.

—¿Por qué quieres que me vaya contigo? ¿Qué ganas tú con eso?

Ranma suspiró. De su cara había desaparecido todo rastro de sonrisa. Sus ojos cambiaron; su brillo desapareció, y aquellas perlas azules se parecieron envejecer en el mismo momento en que Akane formuló la pregunta.

—Hace calor, aquí. Debería salir —comentó Ranma.

—¡Espera! —insistió Akane, sujetando a Ranma por el brazo—. Dímelo, por favor. No quiero quedarme envuelta en dudas.

Ranma la miró con profunda tristeza. Durante unos largos segundos no dijo nada. Finalmente habló:

—Akane, si no te vas de aquí, morirás.

—¿Cómo lo sabes? ¿Qué te hace estar tan segura?

—No eres lo bastante fuerte como para salvarte por ti misma —afirmó Ranma con voz determinante.

—Pero, ¿cómo puedes saber eso? —insistió Akane, apretando el brazo de Ranma—. Desde el primer momento has estado diciéndome que moriré si me quedo aquí, ¡pero no me has dicho por qu!

—Tu madre era como tú. Tu padre y ella vivían juntos en Okinawa. Me aparecí ante ellos del mismo modo que lo he hecho contigo y le expliqué a tu madre que debía irse conmigo.

—¿Conociste a mi madre? —preguntó Akane con lo ojos muy abiertos. Su mano dejó de agarrar el brazo de Ranma y cayó dentro del agua.

"¿Qué edad tiene Ranma?"

Ranma asintió con tristeza.

—No quiso irse. Estaba orgullosa de su fuerza y creyó que sería capaz de enfrentarse a cualquiera que la desafiara, pero estaba equivocaba.

»Vinieron de noche, en manada —siguió Ranma—, y antes de que me diera cuenta de lo que pasaba, ella se estaba enfrentando a cuatro de ellos. Intenté ayudarla, pero fue demasiado tarde. Murió antes de que su cuerpo tocara el suelo. Sabía que le había fallado —dijo, endureciendo la voz al rememorar tan dolorosos recuerdos—, así que hice lo único que podía hacer para ayudarla; escondí a su pequeña para que no pudieran encontrarla.

»Tu padre no volvió a hablarme desde entonces, pero al menos me hizo caso cuando le dije que se marchara de Okinawa. Al menos, eso lo entendió. Eso ocurrió hace doce años, y ahora aquella pequeña niña se ha convertido en una joven mujer.

»Él me odia por no haber sido capaz de salvar a tu madre, pero desde aquel día aprendió a escuchar mis advertencias. Le dije que volvería a por ti si conseguían localizarte. Aunque ha sabido esconderte bien, tengo suerte por haberte encontrado yo primero.

—Mi madre... —susurró Akane, llevándose una mano delante de la boca, abierta por el duro golpe. No recordaba mucho de su madre; solo tenía cuatro años cuando su madre murió. Tan solo recordaba su cara, su sonriente cara. Akane pudo imaginarse esa misma cara mostrando el amargo gesto de la agonía en el momento en que su madre fue asesinada.

—Era una mujer muy bella, una mujer maravillosa —dijo Ranma en voz baja, viendo cómo la pena invadía el rostro de Akane—. Era fuerte, virtuosa, orgullosa... pero su orgullo fue su perdición, Akane, y es por eso por lo que ahora debes tragarte el tuyo propio... por el momento.

—¿Pudiste haber salvado a mi madre? —preguntó mirando a Ranma a través de las lágrimas que vertían sus ojos enrojecidos.

—Si pudiera dar mi vida para que ella pudiera vivir, lo haría sin dudarlo, Akane —respondió Ranma mirando fijamente a Akane—, pero no puedo hacerlo. Lo que puedo hacer es evitar que se repita la historia. Depende de ti. No puedo elegir por ti.

—Soy experta en artes marciales. ¡No voy a huir sin más!

—Tendrás oportunidades para hacer justicia más adelante —dijo Ranma mirando el agua—, pero necesitar aprender más cosas sobre tu enemigo. Si te enfrentas a ellos ahora, morirás. Una muerte sin sentido, como la de tu madre.

—Enséñame más cosas sobre ellos —digo Akane con tono seguro; no era una simple petición.

—Lo haré, Akane —respondió, tomando la mano de Akane—. Te enseñaré todo lo que necesitas saber.

Akane se mordió el labio y apretó la mano de Ranma. Las muchas preguntas que hacía unos momentos le parecían tan importantes ahora le resultaban insignificantes, oscurecidas por el peso de la verdad que acababa de serle revelada.

No quería creer lo que Ranma le había contado, pero en el fondo de su corazón sabía que todo era verdad. Al infierno con el entrenamiento. Al infierno con los campeonatos. Al infierno con el dojo, los estudiantes, su hogar. Nada de eso importaba ya. Los responsables de la muerte de su madre estaban por ahí, en algún sitio, y se lo haría pagar. Les devolvería un dolor mil veces superior al que ella había soportado durante doce largos años.

Para Akane, había llegado el momento de partir.


天 T E N

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