天 T E N

Un fanfic basado en Ranma 1/2

escrito por R. E.

traducido por karburator

e ilustrado por Irka

CAPÍTULO SEGUNDO

"El Diente de Dragón"

(Título original: The Dragon's Tooth)


Akane caminaba calle abajo varios pasos por detrás de Ranma. El peso de la mochila sobre sus hombros dificultaba su avance. Miró hacia atrás sobre su hombro mientras caminaba, viendo cómo la silueta de su casa se hacía cada vez más pequeña en el horizonte con cada paso que daba. Se le hizo un nudo en el estómago que parecía crecer cuanto más se adentraba en lo desconocido.

Miró de nuevo hacia adelante, a Ranma. La mata de pelo rojo era lo único que no quedaba envuelto por el manto negro que se confundía perfectamente en la negrura. ¿Por qué estaba siguiendo a esta desconocida en la oscuridad? ¿Por qué estaba dejando atrás la única vida que había conocido siguiendo a una persona que había conocido tan sólo un día antes?

Con un suspiro, Akane intentó desterrar las raíces de duda e incertidumbre que invadían su mente, una mente que hacía apenas una hora estaba sembrada con las fértiles semillas de la venganza, la justicia y la gloria.

—¿Ranma? —la llamó, intentando apartar su cabeza de tales asuntos.

—¿Mh? ¿Qué pasa? —respondió Ranma bajando el ritmo y girando la cabeza.

—Me gustaría hablar... —dijo Akane, avanzando un par de pasos para alcanzar a Ranma.

—¿Sobre qué? —preguntó mirando a Akane cuando ésta la hubo alcanzado.

—Bueno... —se interrumpió Akane. Tenía tantas preguntas que era difícil centrarse en un punto concreto. Tras pensarlo un momento, se decidió por el más acuciante—. Quiero saber más sobre ti.

—¿Sobre mi? —preguntó la otra, levantando una ceja—. ¿Qué quieres saber?

—¡Todo! —contestó Akane, apenas pudiendo contener su curiosidad—. No eres como otras personas que he conocido. Pareces saber mucho sobre mí, y yo apenas se nada sobre ti.

—Mmmmhh —dijo Ranma encogiéndose de hombros. Volviendo la vista hacia delante, continuó—. ¿Qué te gustaría saber?

—¿De donde vienes? —empezó Akane, abriendo la caja de las preguntas—. ¿Cuál es la historia de esa capa tuya? ¿Qué edad tienes? ¿Cómo...?

—¡Más despacio, más despacio! —la interrumpió, levantando una mano para pedir silencio—. Soy de un lugar bastante cercano a aquí, pero ya no existe; desapareció hace algunos años.

—¡Qué lástima! —comentó Akane—. ¿Por qué?

—Los tiempos cambian...

—Entonces, ¿dónde vives?

—En cualquier lugar al que me lleven mis pies, supongo —contestó Ranma, lanzando su mirada hacia la oscuridad.

Akane sopesó ésto último unos momentos mientras caminaban en silencio.

—¿Estudias? ¿Vas a clase? —preguntó por fin Akane. Ranma dio un traspié; la pregunta la pilló totalmente desprevenida. Miró a Akane con cara de total y absoluta sorpresa.

—¿Qué pasa? —Akane se puso a la defensiva.

—Nunca me lo habían preguntado —dijo Ranma mostrando una sonrisa—. Es una buena pregunta.

—¡Perdona! —se picó Akane—. No pensaba que fuera una pregunta tan fuera de lo común.

—En tal caso, no —respondió, aún sonriendo—. No estudio. Soy algo mayor para eso.

Akane entrecerró los ojos, lanzando una mirada crítica a Ranma.

—¿Qué edad tienes, entonces?

—La suficiente como para no tener que ir al instituto —contestó con un brillo en el ojo—. Dejémoslo estar.

Akane miró hacia la calle apartando su vista de Ranma. Los pasos de Akane era lo único que rompía el silencio que se hizo entre ambas.

—¡Qué suerte! —comentó Akane tras unos instantes.

—¿Por qué? —preguntó Ranma, volviendo a mirar a Akane.

—¡Ojalá yo no tuviera que ir a clase!

—Yo no lo diría tan a la ligera.

—Eso lo dices porque tú no tienes que ir.

Ranma rió entre dientes.

—Probablemente... Bueno, dentro de poco estarás lo bastante ocupada como para no preocuparte por el instituto.

—Supongo —acordó Akane sin mucho convencimiento.

»De todas formas, ¿por qué me persiguen esos Cazadores?

—No estoy segura —admitió Ranma—. Aún no he sido capaz de imaginarme el porqué.

—Pero tiene que haber algún motivo.

—Seguro que lo hay —asintió Ranma—. Cuando consiga averiguarlo serás la primera en saberlo.

—Eso no me supone un gran alivio —suspiró Akane—. He estado pensado mucho sobre éso. Cuando resulta que hay un montón de gente persiguiéndote, es difícil no preguntarse el porqué, ¿sabes?

—Puedo imaginármelo —dijo Ranma—. Pero no te preocupes. Voy a enseñarte a cuidar de ti misma.

—¿Cómo?

—Lo verás cuando lleguemos.

—¿Llegar? ¿A dónde? —preguntó Akane con impaciencia. La falta de respuestas empezaba a serle molesta.

—A una colina cerca de aquí —contestó—. Allí hay un campo de entrenamiento, y tengo un regalito para ti cuando lleguemos.

—¿Un regalo? —preguntó Akane, viendo crecer considerablemente su interés.

—Lo verás cuando lleguemos —dijo Ranma mostrando aquella sonrisa traviesa—. Es una sorpresa.

—Eso no me dice mucho... —apuntó Akane, dejando escapar un suspiro.

= = =

La luna brillaba allá, en lo alto del cielo. Su largo paseo nocturno por las alturas estaba a punto de acabar. Una fina niebla tintaba el valle de un tono grisáceo. La humedad del suelo provocó un escalofrío a Akane; mientras dormía se había deslizado sobre la hierba.

Finas gotas de agua se desprendían de las hojas de los árboles con cada ráfaga de viento, cayendo algunas de ellas al suelo. Una de ellas fue a caer justo en la nariz de Akane, sacándola de su sueño.

—¿Mmeh? —gimió mientras se incorporaba. Parpadeó varias veces con los ojos medio abiertos, mirando a su alrededor.

—Casi es de día. —La voz de Ranma llegó flotando hasta sus oídos, haciéndola dirigir la mirada hacia donde ésta estaba.

Ranma estaba sentada cerca, mirando cómo ardía una pequeña hoguera. Akane parpadeó de nuevo para despejarse los ojos.

—No quería haberme dormido —dijo bostezando.

—No pasa nada —respondió Ranma—. Nos hemos dado una buena caminata. Creo que, de momento, estamos seguras aquí. Puedes seguir descansando si quieres.

—Creo que estoy despejada —dijo, alargando los brazos—. Y tú ¿qué tal?

Ranma miró un momento a Akane. Las vacilantes llamas de la hoguera iluminaron tenuemente su cara. La mirada de aquella cara resultaba intensa en un primer momento; los azules ojos de Ranma parecían atravesar a Akane con su mirada. Finalmente, Ranma sonrió y volvió a mirar a la hoguera.

—Estoy bien. Yo no duermo mucho.

Akane inhibió un escalofrío al ver a Ranma mirando fijamente al fuego. Su compañera de viaje parecía bastante amigable, pero a veces adoptaba una postura ciertamente aterradora. Akane no podía sino preguntarse a dónde iba a llevarla este viaje.

Acercándose a la hoguera, Akane extendió las palmas de las manos para recibir el calor del fuego. Como siempre, el aire que rodeaba a Ranma estaba helado, pero mirando más de cerca, Akane pudo ver que la baja temperatura no parecía incomodar a la pelirroja.

Ranma miró a Akane y se dio cuenta de que ésta estaba temblando. Alargó la mano hacia atrás para coger algo de leña y echarla al fuego.

—Gracias —dijo Akane mientras miraba el baile de llamas sobre la madera. Grises nubes de humo se elevaban acompañadas por los crujidos de la madera seca.

—¿Cómo has encendido la hoguera? —preguntó Akane, mirando el montón de leña húmeda.

—Con Garyoutensei —respondió con total naturalidad, encogiendo los hombros.

—¿Garyoutensei? —preguntó Akane, sorprendida—. ¿Tu espada ha encendido el fuego?

—Sí —dijo, asintiendo con la cabeza—. Es una "Hoja Elemental", infundida con uno de los cuatro elementos de la Naturaleza; en este caso, fuego. Quema lo que toca.

—¿Una espada mágica? —preguntó Akane con incredulidad. Ranma asintió con un tono glacial en su voz.

—Es una explicación algo simple, pero... sí.

—Estás de broma ¿verdad?

Ranma sacudió la cabeza.

—¡Nop!

—Una espada mágica —repitió Akane— ¡Vaya!

—¿Tan difícil es de creer, Akane? —preguntó Ranma ladeando la cabeza. Alcanzando el mango de la espada, tiró de él por debajo de su capa con un suave movimiento, sacándola por debajo de su brazo izquierdo. Sujetando el mango con poca firmeza, dejó descansar la espada suavemente sobre su regazo.

Akane gateó sobre sus manos y sus rodillas para poder estudiar la Hoja más de cerca. La hoja de Garyoutensei era de un color blanco puro que brillaba bajo la luz de la luna. El pálido resplandor de la luna se veía atrapado por el filo y por la suave curva de la Hoja. Acercándose más, Akane escudriñó la Hoja atentamente, viéndose reflejada en ella.

—Puedo... verme —dijo examinando su propia cara. La luz anaranjada de la hoguera le iluminaba la piel con su inconsistente parpadeo, pareciendo envolverla desde todas partes. Viendo aquella imagen, no hubiera sabido decir si la luz provenía de la hoguera o de la propia espada.

Sus propios ojos reflejados en la Hoja le devolvían la mirada, una mirada que tenía la misma intensidad que había visto en los ojos de Ranma hacía unos instantes. Era incapaz de apartar los ojos; detrás de sus propias pupilas, un fuego la mantenía paralizada con su danza.

—Está caliente —murmuró mientras sentía fluir la calidez desde la blanca hoja. El calorcillo era tentador, y produjo en Akane un vivo deseo de zambullirse en ella como si se tratara de una bañera llena de agua caliente.

—¡No la toques! —Ranma sujetó a Akane por la muñeca. El contacto físico sacó a Akane de su ensueño. Se sorprendió al ver que su mano estaba a centímetros de llegar a tocar la Hoja.

—No iba a...

—Lo sé —respondió Ranma, ocultando de nuevo la espada bajo su capa. La calidez que las rodeaba desapareció, haciendo que el helado frío nocturno se apoderase otra vez de Akane.

—Está en tu naturaleza el querer tocarla.

—Lo siento —se disculpó Akane sacudiendo la cabeza ligeramente para despejarse.

—¿Lo crees ahora?

—Pues... —respondió Akane al cabo de un momento, intentando ver la espada a través de la capa de Ranma, bajo la cual se ocultaba—. No es una espada normal...

—La magia es peligrosa —afirmó Ranma—. Sería mejor para ti que no tuvieras que saber nada sobre magia, pero eso será imposible. Tendré que enseñarte

—¿Puedo sostenerla? —preguntó Akane. Sus ojos seguían intentando atravesar el tejido para poder ver de nuevo la hoja de la espada—. Me gustaría probar.

—Aún no eres capaz de manejarla. Quizá con algo de entrenamiento...

—¿Acaso crees que soy tan inútil como para no saber manejar una espada? —dijo Akane con cierta irritación en su voz—. ¡No soy idiota!

—Ni yo he dicho que lo seas, Akane —respondió, inexpresiva.

—Pero, ¿por qué no puedo? —Akane miraba a Ranma con cierto enfado—. ¿Piensas que voy a dejarla caer? ¿O qué?

—Cálmate, Akane —dijo alargando las vocales.

—¡Déjame intentarlo, y me calmaré! —gruñó Akane—. ¡No va a pasar nada!

—Ya ha pasado —respondió Ranma fijando su mirada en los ojos de Akane.

—¿Qué? —preguntó, presa de la confusión.

Ranma entrecerró los ojos, mirando a Akane con ojo crítico, pero no dijo nada. Akane palideció bajo la mirada de Ranma. Su furia desapareció del mismo modo que la sangre le bajó de la cabeza. Se estremeció y volvió a mirar hacia el fuego.

—Lo siento por haberte molestado —se disculpó, rascándose la nuca con cara perpleja—. No pretendía hacerlo.

—No pasa nada, Akane.

—No suelo enfadarme así —enfatizó, más para sí misma que para Ranma.

—No te preocupes —respondió Ranma—. No importa.

Akane se apartó de Ranma para acercarse al fuego. Se acurrucó rodeando las piernas con los brazos y aprentándolas contra su pecho. El silencio se hizo; lo único que se escuchaba era el crujido de la hoguera y el sonido de las hojas de los árboles rozando unas contra otras.

Ranma miraba el fuego fijamente. Akane también quiso hacerlo, pero su mirada se desviaba todo el rato hacia Ranma, intentando descifrar el humor de ésta a través de la expresión de su cara.

Akane se sentía incómoda, como si estuviera envuelta con un manto áspero. Se movía con desficio intentando librarse de la sensación, pero nada parecía funcionar, y finalmente decidió correr el riesgo de hablar de nuevo.

—La espada, ¿te la dio tu padre? —preguntó Akane, intentando quitar leña al asunto.

—Sí, cuando murió —respondió sin apartar la vista del fuego.

—Y desde entonces has vivido por tu cuenta, ¿no?

—¡Síp! —dijo, asintiendo—. Juntos, viajábamos mucho, así que nunca estuve en un mismo sitio el tiempo suficiente como para hacer muchos amigos.

—¿Por qué no echaste raíces en alguna parte? Eso de ser bohemia me parece algo tan triste y solitario...

—Tengo un deber que cumplir. —Ranma hablaba con firmeza—. No puedo "echar raíces". Tengo que considerar la importancia de otras cosas.

—¿Qué deber? —preguntó Akane mientras se sacudía el polvo de su gi—. Aparte, claro, de entrar en mi casa y poner mi vida patas arriba.

—No estoy del todo segura —admitió Ranma—. Todo lo que sé es que tiene que ver con tu familia y los Cazadores.

—¿Qué no estás segura? —preguntó Akane, con los ojos como platos.

—No conozco todos los detalles, pero sé qué es lo que debo hacer por el momento —contestó encogiendo los hombros—. A partir de ahí, estoy segura de que todo se aclarará de un modo u otro. Mi padre no fue muy específico cuando me pasó el relevo.

—¿Qué quieres decir?

Ranma miró a Akane y suspiró antes de devolver la mirada a las llamas. Un brillante fuego anaranjado danzaba en el fondo de sus ojos mientras veía cómo ardía la leña.

—Es una larga historia —contestó.

—Tendrás que empezar a hablarme de ti en algún momento, ¿no? Sobretodo por lo que a mí respecta.

—Supongo que tenemos bastante tiempo —dijo Ranma tras una pausa. Exhaló dejando escapar una nubecilla de vapor—. Trataré de explicarlo lo mejor que pueda.

= = =

El viento ululaba con tono grave en el Valle de Jusenkyo, resonando con cada una de las ráfagas que atravesaban los pasos de las montañas. El frío viento sacudía una y otras vez las finas briznas de hierba que se atrevían a crecer en los bordes de los riscos antes de descender hacia el valle.

En el fondo del valle había varios manantiales de los cuales sobresalían postes de bambú de aspecto endeble. Sobre dos de esos postes había dos hombres, cada uno de los cuales mantenía un precario equilibrio apoyado tan solo sobre uno de sus pies.

—¡Más te vale estar preparado, chaval! —dijo Genma mientras la brisa balanceaba los extremos sueltos de su cinturón.

—¡Heh! —sonrió Ranma, satisfecho—. ¡Vamos allá, viejo! ¡Aún te guardo una por no haberme ayudado con aquellos bandidos!

—¡Silencio, crío! —gruñó Genma—. ¡Guarda respeto a tu padre! ¡Deberías saber guardar respeto a tus mayores, o tendré que recordarte el porqué!

—¡Podría tumbarte con los ojos cerrados!

—¡No seas estúpido! —bramó, haciendo que su voz resonara en todo el valle—. ¡Morirás joven si no aprendes a ser más humilde!

—¡Estoy esperando esa lección, si es que eres capaz de enseñármela! —contestó Ranma.

—¡Tu exceso de confianza te pierde, chaval! —apuntó Genma, desenvainando su espada. A su alrededor se formó un halo de aire caliente en el momento en que blandió su espada contra Ranma—. ¡Te lo voy a demostrar!

Ranma buscó equilibrar su postura mientras Genma iniciaba su vuelo por el aire con un salto y, de este modo, comenzó la batalla.

Esperando hasta el último momento, Ranma saltó hacia atrás con un salto mortal, que le permitió escabullirse de la arremetida de su padre. Durante su vuelo pudo distinguir el sonido de la espada cortando el poste que lo había soportado. Cuando aterrizó sobre otro poste, su padre aún estaba en el aire, habiendo dejado tres de sí el poste partido, cuya punta estaba ardiendo.

—¿No crees que te estás pasando? —preguntó Ranma, en jarras, observando el humo que surgía de la hoja de la espada.

—¡No eres más que un gallito arrogante! —exclamó Genma al posarse en un poste distinto. Blandiendo de nuevo la espada, continuó:

—¡Nunca alcanzarás la maestría de las artes marciales mientras te sigas considerando un maestro!

—Pues por esa lógica, ¡tú tampoco! —contestó Ranma. Su trenza ondeaba tras su cabeza a causa del racheado y caliente viento que mecía el poste sobre el que estaba.

—Te olvidas demasiado rápido de quién es el maestro y quién el aprendiz, chaval —bufó mientras sujetaba firmemente la espada—. Ese es el primero de todos tus errores.

Otra vez, Genma se lanzó hacia Ranma, comenzando un poderoso tajo mientras describía un arco por el aire, y otra vez, Ranma se apartó en el último momento, convirtiendo su torpe salto en una grácil acrobacia cuando ya se acercaba al siguiente poste que le serviría de apoyo.

—¡Ni siquiera te acercas! —se burló Ranma, sonriendo de satisfacción—. ¡Te estás volviendo lento, viejo!

La respuesta de Genma fue un furioso rugido seguido de otro ataque, y así continuó la batalla durante un rato. Por donde pasaban quedaba un rastro de ardientes postes de bambú aún plantados sobre los manantiales. Ambos combatientes vieron cómo su espacio se redujo al cabo de un rato, hasta que tan solo quedaron intactos dos de los postes.

Ranma volvió a sonreír de satisfacción, malicioso, mientras su padre jadeaba, rojo de ira.

—Y ahora, ¿qué, viejo? —chuleó Ranma, sabiendo perfectamente que si su padre seguía la misma táctica, éste se quedaría sin ningún poste en el que apoyarse tan pronto como Ranma alcanzara el poste abandonado por su padre.

Genma gruñó en su nueva arremetida. Ranma se preparó para saltar otra vez, pero el rápido tajo que Genma lanzó contra el poste lo pilló por sorpresa. No tuvo posibilidad de reaccionar antes de que la espada golpeara el poste. El filo de la espada hizo un tajo limpio en el bambú que, sin llegar a partirse, empezó a arder violentamente. Ranma apretó los ojos al verse envuelto por una llamarada que surgió del astillado poste. Un fuerte golpe de calor lo alcanzó como si recibiera un puñetazo, desequilibrándolo. Se tambaleó, tosiendo por el humo que ascendía invadiendo su nariz. Intentó valientemente mantener el equilibrio mientras localizaba otro lugar en el que aterrizar, pero Genma ya había ocupado el único poste que quedaba. Ranma perdió pie, cayéndose del poste.

—¡Respeta a tu maestro!

Las palabras de Genma resonaron en la cabeza de Ranma justo antes de que su cuerpo se zambullera en las frías aguas de un manantial.

= = =

—Cuando caí al agua perdí el conocimiento —aclaró Ranma, sin dejar de mirar el fuego—. Mi padre me sacó del agua; me habría ahogado si no llega a hacerlo.

—Parece que se pasó un poco —apuntó Akane—. Solo estabais entrenando, pero tal como lo cuentas... ¡parecía que quisiera matarte!

—¿Un poco, dices? Aún no sabes la mejor parte —comentó amargamente—. Resulta que el manantial estaba maldito, y al caer en él la maldición también cayó sobre mí.

—¿Una maldición?

—Mejor no preguntes —suspiró Ranma—. Dejémoslo en que mi vida fue bastante diferente a partir de ese día.

= = =

Ranma caminaba con dificultad tras su padre. Sus pisadas eran pesadas y crispadas, tanto como su humor.

—¡Aún no puedo creerlo! —se quejaba—. ¡No puedo creer que me llevaras a ese estúpido lugar! ¡¿Acaso no sabías que estaba maldito?!

—Deja de lloriquear —musitó Genma—. Ya te he pedido perdón. Además, esto te pasa por ser tan insolente.

—¡Tú solo te la buscas, la insolencia! ¡Idiota! —chilló Ranma, llena de furia, agitando los puños—. ¡Mira lo que me has hecho! ¿A dónde puñetas se supone que voy a ir con esta pinta? ¿Eh?

—Querías una lección de humildad, ¿no? ¡Pues sé humilde!

Ranma explotó.

—¿¿HUMILDE?? ¡Te voy a matar!

—Tienes lo que te mereces —continuó Genma—. Eres arrogante e insensato. Ya era hora de que un golpe así te bajara los humos.

—No puedo creerlo... ¡De verdad que no puedo creerlo! —murmuró mientras su ira era desplazada por el aturdimiento del "shock". Su vida, tal como la conocía, se había acabado.

—Deja de quejarte —dijo sacudiendo la mano indicando su hastío—. Te comportas como una nena... Das vergüenza.

La respuesta de Ranma consistió en susurrar entre dientes una retahíla de obscenidades. Caminaron un rato en silencio. Mientras Genma inspeccionaba los alrededores, Ranma miraba al polvo del camino, haciendo esfuerzos por olvidar sus nuevos pechos.

—Había un pueblo por aquí —dijo Genma al cabo de un rato—. Lo vi hace un par de días. Viviendo cerca de los manantiales, quizá conozcan algún remedio.

—¿Desde cuando te preocupas tanto por las cosas que me pasan? —le espetó Ranma. Dando una patada a una piedra, murmuró:

—Viejo estúpido; no hace más que meterme en mierdas de todo tipo...

—Tu aspecto de niña inútil me gusta tan poco como a ti, Ranma —apuntó Genma—. No me sirve de nada que mi heredero sea mujer.

—¡Lógico! —se picó, lanzando una mirada furiosa.

—Ahora calla y mantén los ojos bien abiertos —continuó Genma—. Sé que el pueblo está por aquí cerca.

= = =

—No parecen muy simpáticos —comentó Ranma mientras escudriñaba a través de la alta hierba el poblado, allá abajo. Sus ojos prestaron especial atención a las lanzas, espadas y demás armas que los habitantes llevaban.

—Sí, bueno... —observó Genma, ajustándose su gi—. Ve tú delante; eres el único de los dos que habla chino.

Ranma dirigió una dura mirada contra su padre:

—¡Mira qué bien!

Suspirando, apartó dos matojos para observar de nuevo el poblado. Las edificaciones eran simples cabañas, rodeadas por una empalizada construida con bambú. Varias hogueras de las que se levantaban pequeñas columnas de humo ardían junto a las cabañas.

Todos los habitantes parecían portar algún tipo de arma, y Ranma notó que había algo fuera de lo común en ellos.

"¿Dónde están los hombres?", se preguntó, mirando por todo el valle a izquierda y derecha.

—¡Date prisa! —dijo Genma, dando un empujón a Ranma—. Yo te sigo.

Gruñendo por el empujón, Ranma se levantó sobre sus pies y empezó a caminar colina abajo hacia el poblado. Apenas había hecho la mitad del camino cuando una de las guardas los vio, dando la voz de alarma a todo el pueblo.

—¡Intrusos! —gritó la guarda, apuntando a Ranma con su lanza. Ésta se aproximó con cautela levantando las manos, seguida de su padre, que guardaba la misma posición. Ranma mantenía la mirada fija en la de la guarda, procurando no hacer ningún movimiento brusco, mientras se acercaba lentamente.

—¡Hey! —la llamó Ranma.

—¡Alto! —gritó la guarda, avanzando unos pasos—. ¡Ni un paso más!

Ranma se detuvo donde estaba. Su padre, que iba detrás, no previó la repentina parada, dándose contra ella. Ranma le lanzó una mirada por encima del hombro.

—Escúchame —le susurró frunciendo el ceño—. Haz lo que yo, o nos vas a meter en problemas a los dos.

Dos habitantes más, también convenientemente armadas, salieron corriendo por la puerta del poblado y tomaron posiciones junto a la primera.

—¿Quiénes sois? —gritó la primera guarda—. ¿Qué queréis?

—Me llamo Ranma Saotome —respondió en chino—. Éste es mi padre —añadió señalando con un gesto de la cabeza—. Queremos preguntarles por los manantiales que hay cerca del pueblo.

—¿Los Manantiales de Jusenkyo? —preguntó otra de las guardas—. Deberíais manteneros alejados de ese sitio, extranjera. Sólo un loco se atrevería a acercarse.

—¿Qué dicen? —preguntó Genma.

—Parece que ya te conocen, y bastante bien —respondió Ranma, burlona.

—¡Ah! Mi reputación me precede —dijo Genma, sonriendo y sacando el pecho.

—Éso se diría... —dijo Ranma con tono inexpresivo.

—Los extranjeros no son bienvenidos aquí —interrumpió la primera guarda.

—Ya hemos estado en los manantiales —dijo Ranma—. Necesitamos ayuda.

Su interlocutora frunció el ceño mientras las otras dos guardas se miraban la una a la otra.

—Locos... ¡Esperad aquí! No deis un solo paso más hacia el pueblo, ¡o moriréis!

—¡Captado! —contestó Ranma. Vio que la primera guarda se dio la vuelta y se dirigió hacia el interior del poblado. Entonces se giró y se dirigió a Genma en japonés:

—Tenías razón; no son muy simpáticas.

= = =

—Sabía que esto no era buena idea —se quejaba Ranma, intentando apartarse de la punta de la lanza que apuntaba hacia ella. Tres guardas los rodeaban, guiándolos hacia el centro del poblado. Las puntas de las lanzas cuidaban de que ni Ranma ni su padre se salieran del camino que les era marcado.

—Calla, chaval —murmuró Genma—. Si nos movemos con cuidado todo irá bien.

Se aproximaron a un pequeño grupo de personas que, reunido entorno a una hoguera, se intercambiaban murmullos de unas a otras. Todos los ojos que allí había estaban fijos en la pareja de extranjeros.

—No parece que tengan visitas muy a menudo —observó Ranma, mirando a un grupo de niños que parecían atemorizados, tras el cual una mujer vigilaba con el ceño fruncido y actitud protectora. De su cinturón pendía una larga espada.

Los ojos de Ranma se abrieron al comprobar, con sorpresa, que también las pequeñas iban armadas con pequeñas dagas colgadas de sus cinturones.

—Definitivamente, no suelen recibir visitas.

—Mira, chaval —dijo Genma, dando un codazo a Ranma—. Ésa debe ser su líder.

Ranma contempló unos instantes al grupo de niños antes de mirar hacia donde señalaba Genma. Sobre una silla finamente fabricada con bambú se sentaba una mujer vieja, marchita y de baja estatura, cuyo pelo era tan largo que se apilaba tras ella sobre el suelo.

Ranma observó a esta extraña mujer de facciones extremadamente arrugadas, cuerpo encorvado y cara hundida y vieja. En cambio, sus ojos eran diferentes; brillaban con la ardiente curiosidad propia de la juventud, lo cual no encajaba bien con una cara tan envejecida.

—Euh... —acertó a decir Ranma, estremeciéndose ante el anciano aspecto de la mujer. Comparada con el resto de habitantes, cuyo aspecto era extremadamente atractivo, la vieja solo podía ser descrita como... una pasa.

—Soy Cologne —dijo la mujer, saltando ágilmente de su asiento—. Soy la líder de este pueblo de amazonas. ¿Quiénes sois vosotros?

—Soy Ranma, y este es mi padre —contestó Ranma, sorprendida por la agilidad de la anciana—. Hemos estado...

—...en Jusenkyo; ya lo sé —interrumpió Cologne. Ésta se acercó a Ranma, inclinándose, inspeccionando de cerca la cara de la chica[1]—. Hmmm. No me parece un problema tan grave.

[1] N. del T: En la versión original dice "inspeccionando la cara de la chica pelirroja". Se trata de un lapsus de la autora, pues en siguientes capítulos descubrimos que, a pesar de convertirse en chica, el pelo de Ranma no cambia repentinamente de color, de modo que en estos momentos el pelo de Ranma aún es negro.

—¿Cómo ha sabido que yo era el afectado por la maldición?

—Andas como un bruto, sin finura —respondió Cologne con una oscura sonrisa—. Cualquier mujer de verdad se daría cuenta de que tú no naciste mujer.

—¿¡Bruto sin finura!? —dijo Ranma, furioso—. ¿Pero qué...?

—¿Puede curarte? —preguntó Genma, viendo cómo la anciana inspeccionaba a su hijo—. ¿Qué es lo que pasa?

—¿Sabe cómo acabar con esta estúpida maldición? —preguntó, irritado—. No puedo seguir perdiendo el tiempo con esta pinta de niña estúpida. Tengo que seguir con mi entrenamiento.

—¡Ja! —rió Cologne, apartándose de Ranma—. ¡Por supuesto que lo sé! No soy capaz de imaginar porqué quieres deshacerte de un don tan maravilloso como es el tener cuerpo de mujer, pero si ese es tu triste deseo... el agua caliente te devolverá tu aspecto original.

—¿Agua caliente? ¿Sólo éso?

Cologne asintió con la cabeza.

—¡Genial! —exclamó Ranma dando un salto—. ¡Éso es fácil!

—¡Shampoo! —llamó Cologne sobre su hombro—. Trae agua caliente para nuestros visitantes.

—¿Qué es lo que ha dicho la vieja? —preguntó Genma, viendo la euforia de Ranma—. ¿Cuál es el remedio?

—¡Agua caliente! —respondió Ranma alegremente—. ¡Éso es todo: agua caliente!

—Sencillo... —comentó Genma rascándose la barbilla, pensativo—. Habría esperado algo más complicado.

—¡Lo que sea! Seré feliz en cuanto vuelva a ser un chico —dijo con entusiasmo.

—Estoy de acuerdo. Me preocupaba que tuvieras que quedarte con ese cuerpo inútil para siempre.

Cologne le interrumpió, hablando en japonés:

—Harías bien en guardarte tus insultos mientras estés en este pueblo.

—¿Hablas japonés? —preguntó Ranma, boquiabierta.

—Sí, y he oído todo lo que ha dicho el imbécil de tu padre. Te sugiero, viejo, que dejes la lengua quieta a partir de ahora.

—¿Viejo? ¡Mira quién habla...! —pero las palabras de Genma fueron interrumpidas por el chapuzón de agua caliente que fue vertida sobre Ranma.

—¡¡Quema!! —chilló Ranma, esta vez con su voz masculina, cuando el agua hirviente cayó sobre su cuerpo. Ranma se sacudió, dejando escapar gotas de agua en todas direcciones, lo cual hizo que su padre, Cologne y la chica de pelo morado que había vertido el agua le lanzaran miradas poco amistosas.

—¡Sí! ¡Soy un hombre otra vez! —exclamó Ranma, excitado, mirándose el pecho.

Genma reconoció la transformación de su hijo asintiendo con los labios apretados. Si vista estaba fija en Cologne. Frunciendo el ceño, enojado, alcanzó el mango de su espada con una mano. Al asirlo, su ceño se frunció todavía más.

—No es prudente insultarme —gruño Genma.

—¿Estás dispuesto a desafiar a todo un pueblo de amazonas? —preguntó Cologne, riendo—. Los hombres son verdaderamente idiotas...

Ranma miraba a uno y a otra. Genma y Cologne se lanzaban miradas fulminantes. Mirando a su alrededor, vio que el resto de amazonas se preparaban para alzar sus armas.

—¡Eh, viejo! ¡Cálmate! —dijo, cogiendo a su padre por el brazo—. Yo me dedico a insultarte todo el rato; no te piques ahora sólo porque...

—¡No dejaré que esta vieja bruja me insulte —gruñó Genma, sujetando la vaina con una mano y apretando la otra alrededor del mango. Lentamente, tiró de éste, desenvainándola. Ranma sintió cómo el aire a su alrededor se hizo más caliente en cuanto la espada estuvo a la vista.

—Nadie insulta a un Saotome y vive para contarlo —dijo Genma, sonriendo con malicia—. Espero que estés preparada para morir...

—Ehhh... —Ranma miró a las cerca de cincuenta amazonas armadas que los rodeaban—. ¡Viejo, por Dios...! ¿¡Qué estás haciendo!?

—¡Cállate! —La voz de Genma sonó grave, con un estruendo que pareció sacudir el suelo bajo los pies de Ranma. El veneno que portaba la voz de su padre le hizo tambalearse; miró con ojos como platos a aquel hombre que estaba delante de él. Varias amazonas avanzaron blandiendo afiladas armas, pero todas se detuvieron en cuanto Cologne alzó una mano. Sus ojos denotaban su grado de sorpresa.

—¿¿¡Tienes una espada de diente de dragón!?? —exclamó—. ¿Qué hace un hombre portando esa espada?

—¡Heh! —sonrió Genma, malévolo—. Los hombres no son tan débiles como a tu ego le gustaría.

—¡Tú, estúpido! —dijo Cologne con la mirada fija en la espada—. Ni siquiera puedes alcanzar a comprender lo que esa espada...

—¡Lo comprendo perfectamente! —respondió confiado—. ¡Esta espada va a acabar contigo y con todo tu pueblo!

—¡No puedes pretender controlar su poder!

—¡Te sorprenderías de lo que puedo hacer, bruja!

—Por el bien de cualquiera que tenga la desgracia de cruzarse en tu camino... ¡no puedo dejar que te la quedes! ¡Entrégamela, o morirás!

—¡Hey, hey, hey! —quiso llamar Ranma la atención, levantando las manos—. Que las cosas se están saliendo de madre aquí...

Ranma se apartó de las amazonas que estaban más próximas a él, viendo que sus palabras no surtían ningún efecto.

—Viejo, ¡dales la puta espada! —gritó, sabiendo que no tenían ninguna posibilidad—. ¡Nos van a matar si no lo haces!

—Esta es la espada de la familia Saotome. ¡Me pertenece, y algún día pertenecerá a mi hijo! Sólo podrás tocarla... —dijo Genma a Cologne, amenazándola con la espada— ¡cuando te parta por la mitad!

—De acuerdo —dijo Cologne con aire solemne. Lanzó una mirada a sus amazonas y dio la orden:

—¡Matadlo!

= = =

Ranma cayó en silencio mientras Akane la miraba, perpleja. Hacía rato que el fuego se había apagado; ya quedaban tan solo las brasas, que se apagaban lentamente. El sol de primera hora de la mañana empezaba a asomarse entre follaje.

—¿Por qué actuó así tu padre? No lo entiendo.

—Era orgulloso. Orgulloso y estúpido. Estaba convencido de que podía cargárselas a todas.

—"Juer"... —dijo Akane.

—Aquel día se comportó de manera extraña —añadió Ranma—. No solía molestarse tanto por un insulto. Yo lo insultaba todo el rato y él ni se inmutaba.

Akane no dijo nada durante unos instantes, meditando sobre la historia.

—No entiendo por qué se ofendió tanto. Quiero decir: su hija parece ser una buena luchadora. ¿Por qué pensaba que las mujeres eran inferiores?

Ranma meditó un momento sobre ésto último. Le había contado a Akane parte de la historia, pero no toda. La naturaleza de su maldición la había dejado fuera de su relato; ya habría tiempo para sacarla a la luz.

—No lo sé —dijo—. Supongo que estaba furioso porque había sido maldecida.

—¿En qué consistía la maldición? Te libraste de ella con agua caliente, ¿no?

—El agua caliente solo fue una cura temporal; luego volvió —dijo Ranma tristemente—. No me lo dijeron entonces, pero con agua fría aparecía de nuevo la maldición.

—Pero —insistió Akane, pensativa—, antes estuvimos en la bañera, con agua caliente, y no noté ningún cambio.

—Es una larga historia. Éso tendrá que esperar a otra ocasión.

Akane miró con curiosidad a Ranma, pero la expresión en la cara de la pelirroja le permitió adivinar que no iba a conseguir más información al respecto.

—Vale —dijo, dejando estar el tema—. Entonces, ¿qué pasó después de que os atacaran las amazonas?

—Mi padre las combatió. Nunca lo había visto tan cabreado; estaba loco. Masacraba a todo el que se ponía por delante. Si hubiera controlado su furia podría haber sobrevivido...

—Ranma... Lo siento... —dijo Akane en voz baja, sabiendo muy bien lo que significaba perder a un padre.

—Jamás lo había visto así antes —continuó Ranma, mirando los restos de la hoguera—. Fue espantoso; parecía un monstruo. La maldita espada le hizo creer que era invencible.

—Si tan horrible fue, ¿cómo es que aún llevas esa espada?

Ranma se ajustó la capa y, con un profundo suspiro, contestó:

—Porque... esa es mi obligación.

= = =

Ranma miraba atontado cómo su padre inició su arremetida con un poderoso mandoble. La Hoja, de puro color blanco describió un arco en el aire. La espada convertía los despuntados e iracundos movimientos de la mano de Genma en suaves movimientos, controlados y elegantes. Ranma no era capaz de moverse. Los bellos movimientos de la Espada lo tenían paralizado. El mismo aire parecía cantar cada vez que era cortado por el filo de la espada, la cual dejaba una estela tibia y blanquecina tras de sí en cada tajo.

Tres amazonas se abalanzaron sobre Genma, con las espadas en alto, prestas para el ataque.

La cara de Genma se retorcía con cada gruñido. La espada trazó un semicírculo guiada por sus brazos, rajando a las tres amazonas justo en el estómago. Sus gritos resonaron en el aire, pero las tres mujeres no llegaron a caer al suelo, sino que ardieron en llamas convirtiéndose rápidamente en una nube de cenizas, consumidas por el intenso calor que surgía de Garyoutensei.

Todos los presentes ahogaron un grito mientras las cenizas caían lentamente a los pies de Genma. Tal espectáculo dantesco cautivó a Ranma, quien era incapaz de dejar de mirar. Empezó a notar cómo el horror y la repugnancia se apoderaban de su cuerpo, palideciendo al tiempo que su estómago se encogía por las náuseas. Su padre jamás había matado a nadie, jamás había atravesado a nadie con su espada. Apenas unos momentos antes, a Ranma le habría parecido ridículo Genma Saotome fuera capaz de matar a nadie, pero ya no.

Ranma pudo verlo en los ojos de Genma, ojos que brillaban con un intenso deseo: deseo de matar, de destruir. Ranma miró a su padre y sintió cómo un escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de que ante sí tenía la imagen de un hombre al que no era capaz de reconocer. Genma pretendía matarlas a todas, y ninguna de ellas podría detenerlo. Aquello no era una lucha, era una masacre. Había que pararlo. Respirando hondo, Ranma apretó los puños y dio un paso hacia su padre.

—¡PARA! —Su potente bramido resonó en todo el valle, trayendo el silencio a la escena en cuanto el eco de su voz se disipó. Todas las miradas se dirigieron a él. La calma se hizo en el valle, deteniendo incluso el salvaje baile de Garyoutensei.

Ranma miró fríamente a su padre; los ojos de éste brillaban con un resplandor rojizo que daban a Genma aspecto de provenir de otro mundo. El calor que irradiaba Genma enturbiaba el ambiente. Genma cruzó su mirada con la de su hijo en la distancia. De pronto, su mirada pareció apaciguarse. Parecía que el peso de sus acciones hubiera sido descargado de golpe sobre sus hombros. Sus ojos se humedecieron al tiempo que bajaba su arma, cuya punta descendió hasta tocar el suelo. Hubo un momento de silencio entre ambos en el que sobraron las palabras.

—Hijo... —murmuró Genma, soltando la espada. Fue en ese momento cuando una flecha silbó atravesando el aire, clavándose en el pecho de Genma.

Shampoo bajó su arco mientras su mano tomaba otra flecha del carcaj. Cologne alzó una mano, deteniendo la acción de Shampoo.

—Deja que se rindan —ordenó Cologne—. No habrá más muertes hoy.

—¡Viejo! —gritó Ranma, precipitándose mientras su padre empezaba a tambalearse.

Genma miró la parte de la flecha que sobresalía de su pecho. Una mancha roja comenzó a extenderse por el tejido de su gi. Temblándole el pulso, aturdido por la incredulidad, Genma llevó una mano a la flecha. Tiró de ella con suavidad, y en ese momento sobrevino un estallido de dolor que sacudió todo su cuerpo.

Ranma llegó a tiempo de sujetar a su padre antes de que éste cayera al suelo, sosteniéndolo con cuidado.

—Huir... —dijo Genma difícilmente, escupiendo sangre con cada sílaba—. Hay que huir, Ranma...

—¿Papá? —dijo Ranma, ahogado por las lágrimas que nublaban su vista.

—Ahora, chico... —resolló Genma con un hilo de sangre goteando de su barbilla. Con dificultad, consiguió llevar el mango de la espada hasta la mano de su hijo, indicándole que debía agarrarla. Ranma gritó de angustia viendo que su padre se retorcía en su agonía. Apretando los dientes, se puso en movimiento.

Shampoo volvió a levantar su arco rápidamente en cuanto vio que los extranjeros empezaban a moverse de nuevo, preparando otra flecha.

Ranma, con una determinación y una fuerza que ni siquiera sabía que tenía, cargó a su padre sobre un hombro y se lanzó a correr hacia las puertas del poblado, apartando a empujones a seis amazonas que se interponían en su camino. Antes de que éstas tocaran el suelo, Ranma ya había traspasado las puertas.

Shampoo se quedó anonadada al ver cómo aquellos dos forasteros desaparecían antes sus ojos.

—¡Qué increíble velocidad! —dijo bajando su arco a la vez que lo destensaba.

—Y éso que cargaba con el otro —añadió Cologne asintiendo, pensativa—. No se puede permitir que ese joven posea semejante espada. Tres amazonas han muerto innecesariamente, y habrás más muertes si ese arma no es destruida.

—¡Yo la recuperaré! —dijo Shampoo solemnemente—. ¡Las vengaré!

—No serán presa fácil —advirtió Cologne—. Aunque el mayor esté herido, éso no significa nada.

—¡Soy una amazona! —dijo Shampoo con orgullo—. ¡No podrán conmigo!

—Muy bien, pequeña —acordó Cologne—. Encuéntralos y trae de nuevo esa espada. Es tu momento, mi querida biznieta. Hazlo. Prueba tu valía como guerrera.

—¡No fallaré! —juró, cerrando los puños, y colgando el arco sobre su hombro, echó a correr tras la espada.

= = =

Ranma corría salvajemente entre los árboles con todo el follaje del bosque golpeándole en la cara. Jadeando, forzando al aire a entrar en sus pulmones, tomó impulso para saltar una zanja. Sus hombros empezaron a quejarse por tener que cargar con el peso de su padre. La lágrimas enturbiaban su vista y su cara estaba manchada por la sangre que brotaba de los numerosos rasguños que se había hecho en su huida. También notaba un calor ardiente en su mano; el calor que surgía del mango de la espada le estaba quemando la piel, pero a pesar de ello, ignoró el dolor y agarró más fuertemente la espada.

"¿Hacia dónde diablos voy?"

Oyendo un gemido de dolor sobre su hombro, Ranma aflojó un poco el agarre sobre su padre.

—Te voy a sacar de aquí —jadeó, mirando a derecha e izquierda en busca de una ruta de escape.

—Bájame al suelo —gimió Genma, respirando con dificultad.

—¿¡Qué!? —preguntó Ranma, desconcertado, mientras cargaba contra un arbusto—. No podemos parar. ¡Nos pisan los talones!

—Al suelo... Bájame —repitió, con muecas de dolor—. Ahora.

Ranma, de mala gana, fue parando poco a poco. Con cuidado, descargó a su padre y le ayudó a sentarse al pie de un árbol.

—Debes escapar —dijo Genma entre silbidos—. Te estoy... lastrando...

—¡Ni de coña, viejo! —insistió Ranma—. Voy a conseguir ayuda y...

—¡No! —le interrumpió Genma, negando con la cabeza. Se miró de nuevo la mancha roja, casi granate, de su gi—. Aparte del pueblo... por aquí no hay más que montañas...

—¡Pero...!

—Escucha... ¡chico! —dijo Genma apretando el hombro de Ranma—. Coge la espada... ¡y huye! Es el legado... de la familia Saotome. El nombre de Saotome debe pervivir. No dejes que se acabe aquí hoy por culpa de mi estúpido acto.

—¡No voy a dejarte!

—Si has de obedecerme alguna vez... ¡obedéceme ahora! —suplicó mientras las lágrimas brotaban de sus ojos de mirada agónica—. Llévate la espada... Vuelve a Japón... No te separes jamás de Garyoutensei...

—Pero... yo...

—¡Prométemelo! —insistió Genma. Su mano soltó, temblorosa, el brazo de Ranma para alcanzar la vaina de la espada y entregársela a Ranma—. Tienes que hacerlo... Es importante...

Ranma miró fijamente a su padre y, con lágrimas corriendo por sus mejillas, descansó una mano sobre su hombro. Con un apretón y un gesto afirmativo de la cabeza, Ranma tomó la vaina.

—De acuerdo, papá —dijo solemnemente al tiempo que enfundaba la espada—. Te lo prometo.

—Vuelve a casa. Continúa con el legado Saotome. Encuentra... a Kayoko...

—¿Kayoko? —preguntó sorprendido—. ¿Por qué?

—Ya lo averiguarás —respondió Genma entre golpes de tos. Mostrando una leve sonrisa, continuó:

—Hazme sentir orgulloso, Ranma.

—Lo... lo intentaré —dijo apretando la mano a su padre—. Lo siento...

—No lo sientas. Serás fuerte, serás...

Las palabras de Genma fueron interrumpidas por el sonido de arbustos moviéndose que parecían provenir de detrás de Ranma. Éste se volvió para mirar, explorando con la mirada a través del follaje.

—¡Vete, chico! Les haré... perder tiempo. ¡Huye! ¡Sobrevive!

—Voy a encontrar la manera de ayudarte —dijo Ranma con firmeza. Tras ésto, echó a correr entre la maleza mientras decía:

—¡Volveré en cuanto la encuentre!

Genma vio partir a su hijo. Envuelto en la tristeza, negó la cabeza. Poco a poco dejaron de escucharse los ruidos que Ranma producía en su huida, y Genma dejó escapar un largo y doloroso suspiro.

—No... no volverás —murmuró—. Ha llegado tu turno. Lo siento... Ranma.

= = =

Ranma avanzaba precipitadamente a través del bosque, esquivando ramas y troncos, respirando fuertemente con cada obstáculo que superaba. En su avance intentaba encontrar con la vista algún pueblo, algún asentamiento, algo que pudiera procurar ayuda a su padre, pero no había nada. En aquel bosque tan solo le acompañaban el latir de su corazón, su jadeo y el ruido de la punta de la vaina al ser arrastrada por el suelo. Mirando frenéticamente a un lado y a otro, Ranma intentó encontrar algo que pudiera ofrecer esperanza. Un árbol por aquí, un zanja por allá...

"¡Un claro!"

Ranma lo vio a su derecha; el linde del bosque. Cambiando precipitadamente de trayectoria, se lanzó hacia el claro, respirando exhausto mientras avanzaba hacia éste. Apartando una rama que le bloqueaba el paso, salió de entre los árboles para entrar en el claro cubierto de hierba. La vista que apareció ante sus ojos le hizo reducir su carrera hasta parar por completo.

"¿Un acantilado? ¿Y ahora qué?" se preguntaba. Giró sobre sus talones y miró de nuevo hacia el bosque; espeso, imponente y aparentemente impenetrable, se cerraba a su alrededor en un semicírculo que alcanzaba hasta el borde del acantilado, tanto a un lado como al otro.

Volviéndose hacia el vacío, se acercó al borde y miró hacia abajo. La pared del acantilado, erosionada durante años por las lluvias y las tempestades, era muy escarpada. No había cantos afilados, pero tampoco había nada a lo que agarrarse.

Mientras, allá abajo, enormes olas golpeaban sin piedad las rocas desprendidas en la base del acantilado, difuminando minúsculas gotas de agua marina por el aire con cada impacto. Los sordos golpes de las olas al romper ascendían por el acantilado hasta los oídos de Ranma, sin sincronía con la vista que tenía sus pies. Ranma, aparentemente, estaba entre la espada y la pared.

—Mierda... —dijo furioso, presa de la duda y la indecisión.

—No hay escapatoria —dijo una voz desde el linde del bosque. Ranma se volvió en busca de su origen.

—¡Tú! —gritó con sorpresa mientras se ponía en guardia. Para llegar hasta allí, ella tenía que haber pasado por donde estaba Genma, lo cual sólo podía significar una cosa—. Tú... ¡Tú has matado a mi padre!

—¡Él mató a mis hermanas! —respondió con furia—. ¡Pagó el precio de sus actos!

Ranma lanzó una dura mirada a la amazona del pelo morado. Con la ira creciendo en su interior, bajó la mano hasta el mango de su espada.

—No lo hagas —advirtió Shampoo—. Ya viste lo que la Hoja hizo con tu padre. Tú tampoco puedes controlarla.

—¡No me des sermones! —bramó Ranma, afirmando su agarre sobre la espada. La furia fluía por sus venas haciendo arder su alma—. Cállate ¡y pelea!

—No quiero matarte —afirmó Shampoo sacando su espada. Se quitó el arco que llevaba colgado al hombro y lo dejó en el suelo—. He venido a por la espada. ¡No me obligues a matarte para conseguirla!

—No te preocupes —contestó Ranma, sacando blanca hoja de Garyoutensei a la luz—. No me matarás.

Ranma levantó la espada apuntado a Shampoo, maravillado por la ligereza de la Hoja. Tenía la sensación de estar apuntando a Shampoo con su propio dedo índice. Dio un par de tajos al aire frente a él a modo de prueba, viendo los arcos perfectos que la espada describía. Su padre no le había enseñado a luchar con espada, pero le pareció como si siempre hubiera sabido hacerlo.

Shampoo miraba la espada, perpleja, mientras Ranma la movía lentamente a un lado y a otro. Sus blancos filos reflejaban la luz con un brillo seductor, pareciendo llamar a Shampoo con la voz de una verdadera guerrera.

—Es tan hermosa... —murmuró, mirando de cerca la espada, y casi al instante se precipitó en un ataque contra su oponente.

Ranma notó cómo la espada se alzaba, y él no opuso resistencia, dejando que la espada le guiara. La espada se levantó lentamente por encima de su cabeza, haciendo que Ranma se preguntara por un momento a dónde pretendía ir ésta. Un fugaz destello morado se presentó ante su vista haciéndole entrar en acción.

Shampoo lanzó un golpe con una fuerza brutal, un tajo alto directo a la cabeza que podría haber sido decisivo para la batalla de no ser por el bloqueo rápido como el rayo de Ranma.

Ranma vio en primer plano cómo el filo de Shampoo y el suyo propio se arañaban el uno al otro. Actuando sin necesidad de pensar, inclinó su espada hacia un lado, haciendo que la espada de Shampoo se deslizara sobre la suya pasando por encima de su hombro. El impulso que la chica llevaba la llevó a ponerse a la altura de Ranma, ocasión que éste aprovechó para propinar a Shampoo un par de puñetazos en el estómago y otro más en las costillas.

Shampoo ahogó un grito mientras caía de rodillas, agarrándose el costado al tiempo que intentaba recuperar el aliento. Con un gruñido miró por encima de su hombro al joven que permanecía de pie tras ella.

—Eres rápido —dijo. Ranma se limitó a contestar con otro gruñido.

Levantándose sobre sus pies, Shampoo agarró su espada con ambas manos y cargó de nuevo contra Ranma con un salvaje grito, y de nuevo Ranma bloqueó el ataque. Pasando la espada a su mano izquierda, contuvo un mandoble que lo habría decapitado. En tal posición, el cuerpo de Shampoo quedaba expuesto sin protección. Ranma aprovechó la situación lanzando una descarga de puñetazos que empezó en el estómago y acabó en el pecho, rematando con un gancho en el mentón de la amazona. La increíble fuerza de los golpes lanzó a Shampoo hacia atrás por los aires, haciendo que perdiera el agarre de su espada, la cual fue a clavarse en el suelo, junto a los árboles. Fue una dura caída.

Sacudió la cabeza para deshacerse de la sensación de mareo que le sobrevino. De su nariz brotaba un hilillo de sangre. Se incorporó, sentada en el suelo, intentando no vomitar a causa de las náuseas.

"¡Mierda! Es demasiado rápido. No voy a..."

El sonido metálico del filo de Garyoutensei al rozar con la piel de Shampoo hizo que ésta girara la cabeza. Con la espada de Ranma en el cuello, la amazona tragó saliva, sudando a causa del calor que desprendía la Hoja.

"Me ha derrotado..." El corazón le dio un vuelco. Ya solo le quedaban dos opciones.

—Mátame rápido —dijo en voz baja, cerrando los ojos—. He fracasado.

Ranma miró a la chica que estaba a sus pies; a la derrotada amazona que temblaba y sangraba. La odiaba profundamente. El fuego que ardía en su alma le pedía justicia y venganza por la muerte de su padre. Una voz iracunda chillaba en su oído, ordenándole que atravesara a la joven con la espada y así acabar de una vez.

"Hazlo."

Levantando la espada, Ranma la agarró fuertemente con ambas manos y miró fijamente a Shampoo, cuya cara manchada de sangre y lágrimas no mostraba resistencia alguna, sino resignación por el destino que le aguardaba.

"¡Hazlo!"

Ira; furiosa, devastadora y destructora ira. Los ojos de Ranma ardían con el rojo fuego del odio. Temblándole el pulso echó la espada hacia atrás, preparándose para asestar el golpe de gracia.

"¡HAZLO!"

Shampoo sintió retroceder el calor de la espada y apretó aún más los ojos, esperando lo inevitable. Los recuerdos de su familia y de su humillante derrota se aparecían en su mente como fantasmas. Con los puños cerrados, la joven esperaba en silencio la llegada de la muerte.

Y esperó...

El viento y el lejano romper de las olas eran los únicos sonidos que rompían el silencio. Respirando profundamente, se atrevió a abrir un ojo durante un instante.

Ranma estaba a cierta distancia de ella, de cara al acantilado, observando la espada. Shampoo abrió ambos ojos y miró al joven, que parecía ignorarla por completo. Aprovechando el momento, la chica se levantó del suelo.

—Puedo sentirlo... —murmuró Ranma, mirando en la profundidad del blanco puro de la Hoja. Se acercó al borde del acantilado apuntando con la espada al cielo para conseguir que ésta atrapara y reflejara la luz del Sol—. Puedo ver en tu interior...

—¡Dame la espada!

Ranma se volvió hacia la voz, bajando lentamente la espada. Shampoo estaba de pie junto al linde del bosque. En sus manos tenía su arco con una flecha apuntando directamente a Ranma, quien vio como los dedos de la joven se esforzaban en tensar la cuerda del arco. Sin embargo, dejó de prestarle atención para mirar de nuevo a la Hoja. Su reflejo le devolvía la mirada, una mirada envuelta en un blanquecino infierno. El calor abrasador que había entre él y su reflejo era tan intenso que casi quemaba su cara.

—Creo que empiezo a entenderlo... —dijo Ranma mirando fugazmente a Shampoo—. Esta espada...

—¡Dámela! —insistió Shampoo con firmeza—. ¡No lo repetiré!

—No puedo —respondió Ranma con semblante sombrío. Bajó la espada y miró fijamente a Shampoo—. He prometido guardarla.

La fiera e intensa mirada de Ranma la pilló por sorpresa. Shampoo ahogó un grito al tiempo que retrocedía un paso en el momento en que se sintió golpeada por una ola de calor. Apretando los dientes, con nervios de acero, afirmó los pies en el suelo y apuntó. Había que poner fin a ésto.

—¡Maldito seas por obligarme a matar otra vez, extranjero! —y diciendo ésto soltó la cuerda de su arco.

La flecha surcó el aire, directa y certera, penetrando en el hombro de Ranma con un espeluznante golpe seco. Éste dio un grito de dolor, llevándose la mano al hombro de forma instintiva. La sangre empezó a correr entre sus dedos cuando tiró con furia de la flecha. El dolor se apoderó de todo su cuerpo cuando la flecha fue desalojada con un fuerte tirón, haciendo que el brazo que sostenía la espada se sacudiera involuntariamente. Ranma abrió los ojos sorprendido al notar cómo la espada se escurrió de su mano, cayendo hacia atrás. Intentó agarrarla desesperadamente con sus dedos entumecidos por la falta de sangre, pero la espada escapó cayendo por el borde del acantilado.

—¡NO! —gritó Ranma con desesperación, viendo cómo la espada caída, dando vueltas por el aire, hacia el océano. Su mente y su corazón se vieron desbordados por este duro golpe. Ver cómo el legado de su familia desaparecía bajo las aguas le hizo olvidar incluso el dolor de su hombro.

—¡Maldita! —bramó enfrentándose a Shampoo de nuevo. La ira se adueñó de todos los tejidos de su ser, una ira nacida de la innecesaria muerte de su padre y de su propia incapacidad para guardar su promesa—. ¡Te voy a matar!

Shampoo no respondió; antes de que Ranma acabara de pronunciar esas palabras otra flecha surcó el aire, esta vez directa hacia su corazón. No tuvo oportunidad de esquivarla, ni tan siquiera de pensar. Ni tan siquiera de respirar. La flecha atravesó sus costillas clavándose cruelmente en su pecho. El aire escapó de sus pulmones con un silencioso grito de incredulidad mientras la fuerza de la flecha lo enviaba de espaldas hacia el acantilado. Agitando los brazos y con mirada agónica, Ranma se precipitó al vacío.

= = =

Ranma caía hacia el mar, intentando agarrarse a algo desesperadamente, cualquier cosa que detuviera su caída, pero no halló nada sino aire. Intentaba respirar mientras atravesaba el aire, cuya fuerza parecía querer empujarlo hacia arriba. Le parecía estar recibiendo una descarga de puñetazos de fuerza brutal por parte del viento, llenando su cuerpo de cardenales.

La caída se hacía eterna. El cuerpo de Ranma temblaba por el frío; la corriente de aire le había robado el calor corporal. El dolor en su pecho era punzante, terriblemente intenso. En su caída sin control notaba cómo su vital fluido escapaba de su cuerpo a través de sus heridas.

Su cuerpo giraba cada vez más despacio, lo cual le permitió ver con claridad el océano. Allá abajo, las olas rompían con violencia contra los restos de rocas desprendidas y... vio un destello de luz blanquecina que surgía de entre la espuma de las aguas. Sus ojos, secos por el efecto del viento, intentaron enfocar aquel punto brillante.

Aquel punto blanco se hizo cada vez más grande, hasta que Ranma pudo distinguir que en realidad se trataba de la espada, la cual sobresalía de entre las rocas de la base del acantilado. Ranma sintió alivio al comprobar que la espada se había quedado clavada entre las rocas en lugar de ser arrastrada por la marea. Sin embargo, ese alivio pronto fue desplazado por el pavor; la espada apuntaba hacia arriba, y él se dirigía directo hacia ella.

Alcanzado a ver su funesto destino, Ranma dejó escapar un grito desgarrador.

= = =

Shampoo dejó caer su arco en cuanto oyó el grito. Rápidamente se acercó al borde del acantilado, llegando a tiempo de oír el golpe seco de la caída de Ranma. Horrorizada, vio en el fondo una figura envuelta en llamas.

= = =

Ranma chilló, retorciéndose en la agonía mientras su malogrado cuerpo ardía desde el interior sobre las desgajadas rocas. Su propia sangre teñía la espada de rojo al deslizarse sobre la Hoja, la cual había ensartado a Ranma, entrando por el estómago y saliendo por la espalda.

Se llevó una mano envuelta en llamas a la garganta. Tosía y vomitaba sangre; sus propios fluidos lo estaban ahogando. Notaba cómo su piel se quemaba. En un intento por apagar las llamas quiso rodar sobre las rocas, pero con ello sólo consiguió que la espada se hundiera más en sus entrañas.

La flecha clavada en su pecho había ardido convirtiéndose en cenizas, pero Ranma ni siquiera se había dado cuenta de ello; todos sus esfuerzos se centraban en apagar el fuego, en sacar la espada... en morir... en parar el dolor como fuera. Entonces, una enorme ola se levantó ante él, tragándolo por completo. Las frías aguas del océano apagaron el fuego, dejando tras de sí tan solo el siseo producido por la evaporación.

La joven Ranma no pudo oponer resistencia al poderoso estampido de la ola contra el acantilado, ni pudo evitar ser arrastrada sobre las rocas hacia el océano cuando la ola retrocedió de nuevo hacia su lugar de origen. Cuando desapareció bajo la superficie, simplemente abrazó las frías profundidades, sin luchar contra aquella oscuridad que se las estaba tragando entera. Las burbujas de su última bocanada de aire ascendieron hasta la superficie, perdiéndose entre espuma de la furiosa marea.

Un éxtasis helado y silencioso envolvió su consciencia; silencioso salvo por un leve eco que resonaba en su mente:

—Bienvenido, amigo mío. Me alegro de volverte a ver...


天 T E N

humano. ya. com / sp-TEN

(Para acceder la web de TEN en castellano tenéis que eliminar los espacios y cambiar el guión " - " por "guión de subrayado").