天 T E N

Un fanfic basado en Ranma 1/2

escrito por R. E.

traducido por karburator

e ilustrado por Irka

CAPÍTULO TERCERO

"Tiras y aflojas"

(Título original: Slings and arrows)


Shampoo jadeaba con cada paso que daba sobre la arena de la playa en dirección a la orilla sin prestar atención al calor que le quemaba los pies. Llevaba dos horas de búsqueda, pero la sensación de cansancio había desaparecido por completo desde hacía rato.

En la lejanía yacía un cuerpo bocabajo sobre la arena, pequeño y chamuscado. Las olas mecían suavemente, con cadencia uniforme, aquel cuerpo sin vida.

El nauseabundo olor de carne quemada que invadió sus fosas nasales la hizo detenerse en seco. Resbalando un par de palmos sobre la arena, tuvo que hacer esfuerzos para contener las arcadas que constreñían su estómago.

—Es horrible —dijo con voz temblorosa. Con una mano en el estómago, dio un titubeante paso hacia delante. El cuerpo, que yacía desnudo sobre la arena tras haber ardido las ropas que lo cubrían, desprendía un humillo blanco que iba acompañado por el siseo que el agua producía al evaporarse cada vez que una ola lo salpicaba.

Tapándose la nariz con los dedos índice y pulgar, Shampoo observó más de cerca aquella masa de carne ennegrecida y pelo chamuscado. En la espalda tenía un largo tajo que había sido cauterizado por el intenso calor. Negras marcas de quemaduras oscurecían muchos de los rasgos del cadáver, pero rodeando al cadáver, Shampoo vio un objeto largo y estrecho de color blanco puro.

—¡La espada! —digo ahogando un grito. A esas alturas, ya se había convencido de que la espada había sido tragada por las aguas.

La ennegrecida mano de Ranma se cerraba firmemente alrededor del mango. Shampoo miró de nuevo la enorme herida de la espalda de Ranma, preguntándose cómo la joven había sido capaz de agarrar la espada en la que había quedado ensartada tras la caída. Acercó su mano al mango de la espada y tiró con suavidad, pero Ranma la agarraba con fuerza. Lo único que consiguió Shampoo fue arrastrar el cuerpo sobre la arena. Frunciendo el ceño, tiró con más fuerza, pero no había forma de que el cadáver soltara la espada.

—Lo siento —susurró Shampoo, tomando su espada. No le hacía gracia tener profanar a los muertos, pero no tenía alternativa. Acercando la espada al brazo de Ranma, presionó con su filo contra la muñeca de Ranma, calculando el punto de corte. Levantando la espada para tomar impulso, se dispuso a dar el tajo.

—Nnng... —Ranma gimió con la cara hundida en la arena. Durante un par de segundos su mano se aflojó alrededor del mango de la espada, pero enseguida volvió a aferrarlo con más fuerza que antes.

—¿¡Cómo es posible!? —exclamó Shampoo dando un salto hacia atrás por la sorpresa que la hizo caer de espaldas en la arena. Miró a Ranma preguntándose en voz alta:

—¿Está... viva?

Ranma dio otro lastimoso gemido de dolor, casi inaudible a través de la arena húmeda de la orilla. Su cuerpo se sacudió levemente, haciendo esfuerzos por respirar. Shampoo, envainando su espada, de inclinó sobre Ranma y, tirando con la mano del hombro de la joven, la volteó para ponerla bocarriba. Le costaba tanto respirar que su pecho temblaba con cada aspiración. Su debilitado cuerpo se estremecía a causa de la brisa marina, haciendo que sus dientes castañetearan con fuerza.

—No puede ser... —murmuró Shampoo. El miedo era visible en sus ojos—. ¡Es imposible!

Sin embargo, lo imposible yacía frente a ella. Las contracciones del cuerpo de Ranma aterrorizaban cada vez más a Shampoo. Se quedó helada intentado decidir qué acción debía llevar a cabo a continuación, pero su línea de pensamiento se vio interrumpida al darse cuenta de que sobre el vientre de Ranma, justo encima de la herida causada por la espada, había aparecido un pequeño símbolo rojo. No fue capaz de reconocerlo, pero tampoco necesitó hacerlo para sentirse intranquila por este hecho.

Del símbolo se elevaban pequeñas volutas de humo. Shampoo acercó su mano y notó un intenso calor que amenazaba con quemarle la piel. Tragó saliva, nerviosa. Decidió llevar a la joven a alguien que pudiera saber qué era lo que había ocurrido.

Pasando un brazo bajo el cuello de Ranma y otro bajo sus rodillas, Shampoo levantó el cuerpo sin fuerzas de la joven y tomó el camino de regreso al pueblo, mientras la espada de Ranma era arrastrada tras ella sobre la arena con cada apresurado paso.

—Esto no puede ser bueno... —afirmó Shampoo, mirando el cuerpo humeante que llevaba en brazos.

= = =

—Lo primero que recuerdo después de la caída es despertarme de nuevo en el pueblo de las amazonas.

—A ver si lo he entendido: te dispararon una flecha, te caíste por un acantilado... y sobreviviste —dijo Akane, inexpresiva—. Es la historia más absurda que he oído en mi vida.

Ranma sonrió a su compañera.

—Bueno... Aún eres joven. Estoy segura de que las oirás aún más extrañas.

—Estás de coña, ¿no? —preguntó meneando la cabeza con incredulidad—. ¿De verdad esperas que me crea eso?

En ese momento, oyeron un crujido proveniente del arbusto que Akane tenía a sus espaldas. En un abrir y cerrar de ojos, Ranma se puso en guardia, espada en mano, mirando fijamente al arbusto.

—Agáchate —dijo, situándose entre Akane y el arbusto—. Quédate detrás de mí.

Akane asintió en silencio, quedándose junto al suelo sin dejar de mirar a Ranma. Su mente estaba demasiado ocupada preguntándose cómo Ranma había sido capaz de moverse tan rápido como para poder debatir si debía seguir la orden de Ranma o no.

Ranma se agachó ligeramente, escudriñando el arbusto con la vista. Sus ojos miraban a un lado y a otro, explorando el follaje. Finalmente distinguió algo que se movía. Lentamente, volvió a envainar la espada, que quedó otra vez oculta bajo su capa y se preparó para introducir la mano en el arbusto. Con un movimiento fugaz como una centella, su mano entró y salió del arbusto. Akane dio un pequeño salto hacia atrás al verse sorprendida por el fugaz movimiento de Ranma. Ésta se giró hacia Akane, sujetando en la mano un objeto pequeño y peludo que se revolvía violentamente en su mano, intentando liberarse desesperadamente.

Akane reconoció la forma de aquella bola de pelo. Era un mapache, que tiritaba de manera incontrolable a causa del gélido agarre de Ranma, mientras el aire frío que envolvía a ésta le robaba el calor corporal al animal.

—¡Oh! ¡Qué mono! —exclamó Akane. Levantándose de un salto, se acercó para acariciar al mapache, el cuál seguía haciendo esfuerzos por escapar de las frías manos de Ranma. Cuando Akane acercó su mano, el animal comenzó a frotarse contra ella, sintiendo un gran alivio al tomar contacto con la piel de Akane, mucho más caliente que la de Ranma. Akane la acariciaba con placer, sintiéndose feliz por unos instantes, mientras la pequeña criatura apretaba su cabecita contra la mano de la joven.

Ranma soltó un suspiro de exasperación. No parecía hacerle gracia que Akane se dedicara a juguetear con aquel bicho.

—Tenemos que irnos —dijo con firmeza—. Ahora.

—¿Por qué? —dijo levantando su vista durante un breve instante antes de devolver toda su atención al mapache—. ¡Pero qué cosita más bonita! —le decía mientras le revolvía el pelo sobre la cabeza, cosa que no pareció ser muy del agrado del animal.

—Porque en este bosque hay cosas más peligrosas que los mapache —contestó, apartándolo de las afectuosas manos de Akane para dejarlo en el suelo. El animal, en cuanto hizo pie, corrió otra vez hacia los arbustos tan rápido como pudo, huyendo de los humanos.

Akane miró con tristeza hacia el lugar por donde se había ido el mapache, oyendo cómo se apagaban poco a poco los ruidos que este producía en su huida. Exhalando, volvió a mirar a Ranma, quien observaba el cielo gris que tenían sobre la cabeza a través de las ramas de los árboles.

—Hemos perdido mucho tiempo aquí. El sol saldrá dentro de poco. Deberíamos apresurarnos. Si nos vamos ahora llegaremos allí esta noche.

—¿Esta noche? —preguntó Akane con renovado buen humor—. Entonces, ¿podrás empezar a enseñarme cosas cobre esos cazadores?

—Antes hay que hacer unas cuantas cosas —respondió girando levemente la cabeza mientras se encaminaba hacia el límite del claro.

—¿Cómo qué? —preguntó Akane al tiempo que echaba a andar tras Ranma—. ¡Dijiste que me enseñarías!

—Quizás empecemos ahora mismo con las lecciones —dijo arqueando una ceja—. La paciencia es una de ellas; la primera que deberías aprender.

—¡Pero...!

—Los detalles llegarán a su debido tiempo. No te preocupes; no tendrás tiempo de aburrirte.

—¿Qué quieres decir? —preguntó al tiempo que apartaba una rama para adentrarse en el bosque detrás de Ranma.

—Ya lo verás —contestó Ranma rodeando un árbol—. Ten paciencia, Akane. Tendrás tu oportunidad de vengar a tu madre.

—Éso es todo lo que quiero. —Su voz sonó con tanta determinación como su estómago—. Aunque algo de comida no estaría mal.

—Puedo atrapar otro mapache, si tienes hambre.

—¡No tiene gracia! —contestó Akane, palideciendo ligeramente. Ranma respondió con una sonrisa sobre su hombro mientras seguía guiando a la joven que tenía a su cargo a través del bosque.

Ninguna de las dos advirtió cómo dos ojos las observaban atentamente desde las copas de os árboles.

= = =

Te están esperando. Es hora de despertar.

Ranma gimió roncamente. Tenía la garganta demasiado seca como para articular palabras. Lentamente, haciendo un esfuerzo cómo si de escalar una montaña se tratara, consiguió abrir los párpados. Sus ojos se llenaron de una luz calinosa e hiriente de color marrón. Rápidamente volvió a cerrarlos y esperó unos instantes antes de atreverse a abrirlos de nuevo. Poco a poco, la visión borrosa se fue haciendo más definida, dando lugar a líneas y formas más sólidas. Sentía un dolor agudo en la cara, detrás de los ojos, e instintivamente intentó llevarse la mano al foco del dolor. Sin embargo, apenas pudo levantar la mano antes de que ésta empezara a temblar de forma incontrolada. Con otro gemido, volvió a dejarla en reposo.

Una imagen borrosa apareció ante sus ojos, oscureciendo la luz. Una voz distante resonó en sus oídos, proveniente de la imagen que sobre ella había.

—No intentes moverte.

Esforzándose por concentrarse, tratando de apagar los ruidos que resonaban en sus oídos, Ranma quiso que sus ojos se movieran. Con los ojos entreabiertos, la joven vio cómo la imagen borrosa lentamente dio lugar a una cara, la cara de una anciana.

—Tú... —consiguió chillar su malograda garganta. El pánico crecía en su corazón ante tal encuentro.

—¡Estate quieta! —ordenó Cologne [1]—. Pasará un rato hasta que puedas siquiera moverte, así que descansa.

[1] N. del T: Al igual que en el capítulo segundo, la autora vuelve a referirse a una Ranma pelirroja. Sin embargo, como ya explicó este traductor anteriormente, en estos momentos el pelo de Ranma aún no ha cambiado de color; sigue siendo negro. En próximos capítulos se explicará este hecho. Se trata, pues, de un lapsus de la autora.

Cologne se apartó del lecho sobre el que yacía Ranma, y ésta intentó seguirla con la cabeza, pero las afirmaciones de la anciana resultaron ser ciertas; Ranma no tenía fuerzas. Sin embargo, advirtió que Cologne no tenía intención de matarla, lo cual hizo disminuir un poco su pánico. Su mente comenzó a preguntarse por qué Cologne no pretendía acabar con ella.

—¡Qué curioso! —oyó decir a Cologne—. Deberías haber muerto.

El sonido de pies arrastrándose llegaron hasta los oídos de Ranma, y la cara de Cologne apareció de nuevo antes sus ojos. La anciana tenía una expresión de cansancio dibujada en la cara. Sus apagados ojos miraban a Ranma desde sus profundas cuencas. Dejó escapar un largo suspiro y sacudió la cabeza.

La mujer se giró y se apartó otra vez del lecho de Ranma. Ésta la siguió con los ojos. La luz del Sol llenó la cabaña cuando Cologne apartó la cortinilla que había en la puerta. Ranma entrecerró los ojos ante el brillo de la luz, recortando la silueta de Cologne bajo el marco de la puerta.

—Sé en qué estás pesando —añadió Cologne—. No vamos a matarte. Debes relajarte y tratar de dormir un poco. Volveré contigo dentro de un rato.

= = =

Un pájaro cantaba en su vuelo entre las copas de los árboles, buscando una rama sólida sobre la que posarse. Con su melodioso canto, el ave miraba a un lado y a otro del bosque, buscando ansiosamente alguna hembra que pudiera haber escuchado su cantar. De hecho, dos lo escucharon, pero se eran de otra especie sobre la que el animal no podía tener interés alguno, de modo, que con una leve irritación, batió alas retomando el vuelo de nuevo por encima de los árboles.

Akane comía con apetito una de las muchas manzanas que llevaba mientras miraba al pájaro cantando en la distancia. Ranma guardaba el paso junto a ella, meditando en silencio sobre sus viejos recuerdos, que a pesar de los años no habían perdido claridad ni intensidad.

Acabándose la manzana, Akane tiró el corazón y atacó vorazmente una segunda, hincándole el diente con entusiasmo. El crujido de las manzanas machacadas por los molares de Akane empezó a serle molesto a Ranma.

—Perdón —dijo Akane, avergonzada, dejando de masticar bajo la mirada de Ranma—. Es que tengo tanta hambre...

—No hay de qué —contestó Ranma mostrando algo parecido a una sonrisa, tratando de quitar importancia—. Me alegro de que te gusten las manzanas.

—¡Son deliciosas! ¿Seguro que no quieres una?

—No —respondió—, no tengo hambre.

—No duermes, no comes... —observó Akane—. ¿No estás cansada?

—No, la verdad es que no —respondió encogiendo los hombros de manera casi imperceptible.

—Viajar tanto por ahí debe curtir mucho a una persona —comentó Akane—, y tú llevas dando vueltas por el mundo... ¿cuánto tiempo?

Akane miró a su acompañante, que parecía inmersa otra vez en sus pensamientos, con la mirada perdida en la distancia. Ranma parecía deslizarse sobre el suelo sin necesidad de mover los pies. Envuelta en su capa, la cual no producía ningún sonido al ser arrastrada sobre la hierba, daba la impresión de que la joven estaba completamente inmóvil. Akane pensó que, de no ser por el vaho que ocasionalmente salía de su boca, la pelirroja podría muy bien haber sido confundida con una estatua. Con una larga exhalación, Akane abandonó cualquier esperanza de recibir una respuesta, devolviendo su atención a la manzana.

La pareja llegó a una pequeña elevación cubierta de hierba. Akane miró a lo lejos desde el cerro, anonadada por el exuberante valle que se extendía en la distancia entre dos imponentes montañas.

—¡Vaya! ¡Es extraordinario! —dijo con sorpresa, observando el profundo y húmedo bosque que cubría todo el valle. La frondosa vegetación suponía un contraste bastante fuerte en comparación con las escarpadas y recortadas montañas que lo bordeaban. Deteniéndose junto a un árbol, Akane se apoyó sobre su tronco y se tomó unos momentos para apreciar la majestuosidad del paisaje que tenía frente a ella. Sus ojos se perdían en la mágica sencillez de aquel paisaje.

Ranma, que ya había dado algunos pasos descendiendo la colina en dirección al valle, se detuvo volviéndose para mirar a Akane.

—¿Estás cansada? —dijo mientras buscaba con la vista algún lugar para descansar.

—No, sólo... —empezó a decir Akane, mirando a Ranma un instante—. Sólo es que no había visto nunca nada como esto. Había visto fotos y tal, pero nunca...

—Es un sitio muy bonito —acordó Ranma por fin, mirando al valle.

Akane asintió en silencio, mirando cómo una bandada de pájaros volaba elegantemente sobre el valle.

—Vamos —dijo Ranma haciendo un gesto en dirección al valle—. Deberíamos seguir. El bosque puede ser bonito, pero eso no hace que atravesarlo por la noche sea menos peligroso.

Asintiendo de nuevo, Akane se apartó del árbol y comenzó a descender la colina, unos pasos por detrás de Ranma, cuyo tono al decir aquella última frase convenció a Akane de que era mejor creer en la advertencia de la pelirroja.

= = =

Luz.

—Es más fuerte de que pensaba.

—Entonces, ¿está vivo?

—A duras penas; debería estar muerto. Debe tener una voluntad muy fuerte para haber sobrevivido a semejante caída.

—Y ahora... es...

—No te preocupes por éso, pequeña. Si es fuerte, se adaptará.

—Es todo por mi culpa. Lo siento, Bisabuela.

—Hiciste lo que tenías que hacer. Recibirás tu castigo por tu falta, pero éso te convertirá en una guerrera más fuerte.

—Sí... lo comprendo. ¿Cuál será mi castigo?

—Cuidarás de él. Serás su guía, y le enseñarás que las amazonas no le pretenden ningún mal.

—Pero...

—Shampoo, debes comprenderlo. Debemos mostrarle que no queremos hacerle daño. Tenemos que aliarnos a él. Debes demostrarle, Shampoo, que no somos sus enemigas.

—¿Y cómo voy a enseñárselo? Yo soy la responsable de todo esto.

—Considéralo como tu castigo. Te has deshonrado en la batalla; demuestra tu valía a ese joven y así te redimirás.

Ranma gimió. El sudor corría por su frente mientras los ecos de las voces de sus captoras empapaban los bordes de su consciencia, solo para ser arrastradas por el mareo casi al instante.

Ranma hacía esfuerzos por despertar y volver a la realidad, pero era incapaz de detener su caída hacia la oscuridad que había bajo ella, perseguida por los ecos de voces que descendían tras ella hacia el oscuro y vacío océano.

= = =

Akane bostezó, estirando los brazos por encima de su cabeza mientras la luz del día descendía sobre el valle. El canto de los insectos se hacía más fuerte a cada paso. Akane intentaba espantar a los pequeños bichos con una frecuencia que empezaba a resultar irritante, y la aparente indiferencia que mostraba Ranma respecto al revoloteo de los insectos a su alrededor no contribuía a mejorar el humor de la joven Tendô.

—¿Cómo es posible que no te molesten estos estúpidos bichos? —se quejó.

—Porque no se acercan a mí —respondió, sin volver la cabeza—. No les gusta el frío.

—A mí tampoco —contestó Akane, cruzando los brazos y frotándolos con las manos para conseguir algo de calor. La humedad del bosque se condensaba alrededor de Ranma envolviéndola en una especie de niebla que giraba sin parar a su alrededor—. ¿Por qué hace siempre tanto frío allí a donde estás tú?

Una de las manos de Ranma salió de debajo de la capa, mostrando un dedo índice que negaba moviéndose a un lado y a otro.

—Es un secreto.

—Sabía que me ibas a decir eso. Contigo, todo son secretos.

—Todo a su debido tiempo, Akane —respondió Ranma volviendo a ocultar su brazo bajo el oscuro tejido de su capa—. Todo a su debido tiempo.

—Hablando de tiempo —dijo Akane, advirtiendo que la luz a su alrededor se atenuaba poco a poco—, ¿cuánto va a durar este viaje?

—Casi hemos llegado. Hay que andar un poco más; hasta la base de esa montaña.

—¿De verdad? —preguntó con repentina excitación. Por vaga que fuera la descripción, tener un punto de llegada real y tangible era mucho más confortante que el hecho de andar por andar. Ranma se limitó a asentir con un movimiento de cabeza.

Akane sonrió felizmente por primera vez en unas horas, comenzando a andar a grandes zancadas con renovada energía. Ni el suelo resbaladizo por el musgo, ni el aire frió y húmedo ni los abundantes insectos eran ya problema; ahora tenía una meta que alcanzar, aunque solo se tratara de llegar a su destino. Sin embargo, el brazo extendido de Ranma la hizo parar en seco, indicándole que se quedara detrás.

—¿Qué...?

—¡Ssh! —ordenó Ranma antes de situarse más cerca de Akane—. He oído algo.

Akane pestañeó, mirando a los árboles de alrededor. Ella no era capaz de oír nada, aparte del zumbido de los insectos, que tenía metido en los oídos desde hacía bastante rato, y el murmullo del agua de los arroyos que descendían de las montañas. Miró a Ranma, quien giraba lentamente la cabeza explorando con la vista los alrededores en busca del origen del ruido, y vio que ésta tenía una expresión tensa dibujada en la cara. Se hizo el silencio durante unos momentos, permitiendo que Akane oyera los latidos de su propio corazón. De pronto, una oscuridad impenetrable la rodeó, siendo sus gritos silenciados por el frío paralizador que invadió todo su cuerpo.

= = =

Ranma envolvió a Akane dentro de su capa y se lanzó a un lado justo antes de que el origen de sus sospechas aterrizara exactamente donde ésta había estado. Echándose hacia atrás, Ranma gruñó, dejando salir a una temblorosa Akane de debajo de su capa. Haciendo esfuerzos por respirar, Akane se dejó caer a los pies de Ranma.

Ranma se apartó unos pasos de Akane, dando a su compañera una oportunidad para reponerse. Entrecerrando los ojos, miró atentamente a la chica que estaba frente a ella sosteniendo una espada ya desenvainada. La joven vestía negros ropajes y llevaba una cinta colgada en bandolera en la que se alojaban varias dagas de pequeño tamaño. Una vaina pendía de su cintura, meciéndose lentamente adelante y atrás. En el otro costado llevaba varias bolsitas anudadas con cordeles deshilachados.

Habiendo reconocido a su asaltante hacía rato, Ranma volvió a gruñir. Sus sospechas fueron confirmadas en cuanto la chica salió de las sombras, dejando que la tenue luz del Sol que se filtraba por un hueco del follaje revelara su apariencia. Aquellos ojos bajo una mata de pelo castaño lazaron una dura mirada a Ranma, casi sin prestar atención a Akane.

—Veo que has encontrado otro aprendiz —dijo con tono indiferente.

—Ukyô —le advirtió Ranma con voz rugiente—, tócala... ¡y te arrancaré el corazón!

= = =

Puedo sentirte en mi interior... ¿Quién eres?

Yo soy tú, y tú eres yo. Somos uno. Somos el mismo.

¡No tiene sentido!

Incomprensión no significa falsedad.

¿Quién eres y cuál es tu nombre, si es que lo tienes?

Yo soy Ranma Saotome.

¡No mientas! ¡No lo eres!

No te miento, amigo.

No lo entiendo...

Lo entenderás, pero ahora... despierta; estás haciendo que se preocupen por ti.

¿Quién?

= = =

Los apagados crujidos de la leña seca que se quemaba en la hoguera fueron percibidos por la mente de Ranma, la cual se aferraba desesperadamente a cualquier agarre que le permitiera trepar las paredes del pozo sin fondo de su inconsciencia. Podía sentir cómo la oscuridad avanzaba tras ella, intentando darle alcance para llevársela de nuevo, al tiempo que su pánico crecía más y más en su interior.

Cuanto más se aferraba al sonido de la hoguera, más fuerte se hacía éste, y pronto otros sonidos se unieron al primero: el lejano ulular del viento, el cantar de los insectos... Gradualmente, la oscuridad desapareció, dejando a Ranma a las puertas de la luz.

Luz.

Sus ojos se entreabrieron lentamente; el fuerte pulso que sentía en su cabeza a punto de estallar le indicó que no le convenía abrirlos por completo. Lo que vio le resultó familiar; el mismo techo tenuemente iluminado por la misma luz anaranjada. Se preguntaba cuánto tiempo había estado durmiendo. Tenía la sensación de haber dormido tan solo un par de horas; se sentía exhausta. Parpadeando unas cuantas veces para intentar aclararse la vista, Ranma intentó sentarse, pero un dolor agudo en el vientre la detuvo, enviándola de nuevo a la horizontal. Gimiendo por el dolor, se llevó una mano con cautela al foco del dolor.

Deslizó su mano sobre la suave piel de su estómago, suave salvo por lo que, al tacto, parecía ser una cicatriz. Moviendo el cuello, intentó mirarse la zona afectada, y fue entonces cuando se hizo consciente de cierto detalle: pechos. Tenía pechos... otra vez...

Su agudo chillido fue cortado en seco por el fuerte dolor que recorrió todo su esqueleto. Ranma se llevó las manos a la cabeza, como sujetándola, al tiempo que apretaba los dientes, deseando que cesara aquel terrible dolor que parecía rebotar una y otra vez en las paredes de su cráneo.

—Auhhh —carraspeó con la garganta seca.

Había alguien junto a ella. Aguardando a que el dolor disminuyera, Ranma finalmente intentó girar la cabeza para ver quién estaba con ella, consiguiendo distinguir una borrosa silueta de color morado.

—Tú... —dijo ahogadamente. Podía sentir cómo la furia invadía su corazón, apartando cualquier otro pensamiento.

—Te has despertado —dijo Shampoo, de pie mientras se frotaba los ojos, soñolienta—. ¡Gracias al cielo! Creí que te ibas a morir.

—Tú... —repitió Ranma, atravesando a la joven amazona con la mirada.

—He estado aquí sentada toda una semana —dijo Shampoo al tiempo que se acercaba—, esperando a que despertaras. Me tenías... preocupada.

—¡Tú...! —acabó gritando Ranma, incapaz de creer lo que sus ojos le mostraban: la asesina de su padre justo junto a su lecho.

Shampoo iba a hablar de nuevo, pero apenas abrió la boca, la mano de Ranma se abalanzó sobre su garganta, apretándola con toda su fuerza, ahogando las palabras de la amazona.

—¡Mataste a mi padre! —Las palabras de Ranma sonaron afónicas. La furia desatada que sacudía su cuerpo le hacía escupir saliva con cada sílaba—. ¡Tú lo mataste!

—¡Fue en... defensa propia! —dijo Shampoo a duras penas. Las manos de la chica agarraban desesperadamente el brazo de Ranma, intentando liberarse de su agarre.

—¡Lo mataste! ¡Era mi padre!

—¡Lo... lo siento! ¡No... tenía... elección! —respondió entre sollozos, al tiempo que hacía esfuerzos por tomar aire. Cálidas lágrimas de dolor y arrepentimiento resbalaban por sus mejillas, hasta alcanzar la mano de Ranma, que gritaba furiosa, apretando más y más fuerte el frágil cuello de Shampoo; podía sentir el pulso de la amazona a través del contacto de las pieles sudadas y los desesperados intentos que ésta hacía por respirar a través de una tráquea que estaba siendo rápidamente comprimida.

—Mátame... ahora, si es tu... deseo —dijo Shampoo ahogadamente cerrando los ojos—. Mi vida está... en tus... manos. Llévatela si... así... lo quieres...

Shampoo dejó de agarrar el brazo de Ranma, dejando su cuerpo a merced de la gravedad y cesando todo esfuerzo por respirar. Al mismo tiempo, Ranma notó cómo el cuerpo de su víctima, pálida y empapada en lágrimas, se hacía más pesado. La furia se ardía en el interior de Ranma, recorriendo todo su cuerpo; sin embargo, dentro de todo ese insoportable estruendo, pudo distinguir dos voces:

¡Lo comprendo perfectamente! ¡Esta espada va a acabar contigo y con todo tu pueblo!

He venido a por la espada. ¡No me obligues a matarte para conseguirla!

Abriendo los ojos como platos, Ranma aflojó su mano alrededor del cuello de Shampoo, la cual cayó al suelo, intentando tomar aire para respirar.

—No voy a matarte —dijo Ranma, bajando lentamente su brazo. Cerró los ojos, sintiendo cómo la furia se apagaba; cuando la quietud de la calma regresó a su mente, volvió a abrirlos.

Shampoo tosió con una mano en la garganta, apoyándose en el suelo sobre las rodillas y sobre la mano que le quedaba libre, sin intención aparente de levantarse.

—¿Por qué estoy aquí? —preguntó Ranma, calmada pero firme.

—Te... te encontré en la playa —respondió Shampoo, aún sollozando—. Estabas...

—...ardiendo —susurró Ranma, perdida la mirada. Las imágenes pasaban por su cabeza a toda velocidad; carne quemada, llamas socarrantes, sufrimiento y tormento sin fin. Su cuerpo se estremeció al recordar el impacto contra un muro de agua, portador de un bendito frío refrescante y de una dulce aniquilación. El tenebroso y oscuro olvido la arrastró hacia el fondo, y desde las profundidades algo acudió a su encuentro...

Aquellas imágenes se desvanecieron tan rápido como habían aparecido, y ahora Ranma jadeaba tumbada sobre la cama. Shampoo se arrodillaba en silencio junto a ella, observando con mórbida fascinación.

—Yacías sobre la arena... viva —recordó Shampoo, aún dudando de sus palabras—. Te traje aquí, y desde entonces has estado en cama toda una semana.

—¿Por qué no me mataste y te llevaste la espada? —preguntó, desafiante, con la mirada fija en el techo.

—No soy una ladrona —respondió llanamente mirando al suelo.

—Pero eres una asesina. —No fue una acusación, sino la enunciación de un hecho.

—Sí, lo soy —admitió Shampoo con ojos húmedos—. Maté a tu padre. Lo siento, no quería matar a nadie —susurró.

—¡Shampoo! —dijo otra voz—. Déjanos. Deseo hablar con Ranma.

La amazona asintió intentado aguantarse las lágrimas, saliendo rápidamente de la cabaña. Cologne dio unos pasos tras su biznieta, pero se detuvo y, meneando la cabeza con tristeza, se volvió hacia Ranma.

—Esta chica... aún no es una guerrera... —comentó para sí misma, apoyándose en su vara al tiempo que se acercaba al lecho de Ranma.

—¿Por qué? ¿Porque no puede soportar matar a inocentes? —preguntó con rencor, mirando fijamente a los ojos de la anciana.

—La decisión de impartir muerte no debe ser tomada a la ligera —respondió la vieja amazona sin apartar los ojos—. Ser capaz de tomar tal decisión y vivir con sus consecuencias es la marca de una guerrera.

—Un guerrero no es un asesino.

Cologne dejó escapar un suspiro y se apoyó pesadamente sobre su vara.

—No queríamos mataros; ni a ti ni a tu padre. Solo queríamos la espada —aclaró Cologne—. No comprendíais su poder, y tú sigues sin comprenderlo. En tus manos es peligrosa. Si tan sólo hubierais atendido a razones y nos hubierais dado la espada...

—¿¡Atendido a razones!? ¡Fuisteis vosotras las que matasteis a mi padre, así que no me hables de razones!

—Fue tu padre el que empezó. Nosotras sólo nos defendimos.

Ranma abrió la boca dispuesta a berrear su respuesta, pero se dio cuenta de que no tenía ninguna. Cologne había dicho la verdad: su padre atacó primero.

—Tu padre mató a tres de mis hermanas —continuó Cologne —porque no comprendía el poder de la espada. Si Shampoo no te hubiera detenido, también la habrías matado.

—Pero... yo... —intentó decir Ranma, incapaz de encontrar unas palabras que se perdieron en su garganta. Todo era cierto: la habría matado sin pensarlo dos veces.

—Ambas hemos sufrido pérdidas. Tú has perdido a tu padre; yo a tres de mis hermanas. No debe haber más derramamiento de sangre.

—Y ahora ¿qué? ¿Soy vuestro prisionero? —preguntó con recelo, desconfiando de los ofrecimientos que pudiera hacerle la anciana.

—Prisionera, en todo caso... pero no. Te quedarás aquí a nuestro cuidado hasta que te hayas repuesto. Después podrás ir a donde quieras. [2]

[2] N. del T: Las dos últimas entradas del diálogo no son una traducción exacta de la versión original, pues en inglés no existe diferencia entre "prisionero" y "prisionera" (prisoner), pero he pensado que introducir este cambio en la versión traducida podía quedar bien y ofrecer mayor claridad.

—¿Por qué no dejasteis que muriera?

—¿Deberíamos?

—Pues... bueno...

—Te trajimos aquí porque era lo correcto —dijo Cologne—. Fue tu padre quien nos infligió su mal, y ya pagó su precio. Tú solamente estabas allí.

—Qué suerte, la mía —suspiró Ranma, sabiendo que lo suyo no era suerte. Se sentía perdida, completamente sola. Por primera vez en su vida no tenía a su padre para guiarla. A pesar de lo anárquicos que eran los métodos de su padre, eran mejor que... ésto.

—Me compadezco por tu pérdida. —Cologne puso una mano sobre el hombro de Ranma y habló en voz baja—. Siento que muriera tu padre.

—Y yo... siento lo que hizo —respondió Ranma, también en voz baja—. Si hubiera sabido lo que pretendía hacer...

—No tienes de qué arrepentirte, Ranma —dijo Cologne al tiempo que apretaba suavemente el hombro de Ranma—. Son nuestras acciones lo que nos define como individuos. Hiciste lo que hiciste debido a quien eres. No es algo que tengas que lamentar.

—Entonces... el viejo ha murió a causa de lo que yo soy —murmuró.

—No. Murió a causa de lo que él era.

—Y ahora yace en el bosque. Probablemente haya sido devorado por algún animal o algo...

—No lo creas.

= = =

—¡Viejo...!

Ranma se inclinaba pesadamente sobre los hombros de Shampoo, quien la cargaba sobre su espalda. Con sus extremidades entumecidas e inertes, miró a la pequeña tumba que había en el suelo. Las lágrimas recorrían sus mejillas, cayendo sobre el brazo de Shampoo.

—Lo enterramos aquí —dijo Cologne señalando al pequeño túmulo—, junto a las tres amazonas que mató. Derrotar amazonas en combate es toda una hazaña para un extranjero.

—¿Hazaña? —sollozó Ranma suavemente.

—Fue mejor en el combate que nuestras luchadoras; pocos son los que pueden decir eso. Será recordado como... un desafío formidable.

—Cologne... —trató de decir Ranma, pero las palabras le fallaron. Intentó girarse hacia la anciana, y Shampoo, comprendiendo lo que quería Ranma, giró su cuerpo para que Ranma pudiera mirar a Cologne. La de la trenza miró a la anciana con los ojos empapados en lágrimas y esbozó una leve sonrisa.

—Gracias, Cologne.

La vieja amazona correspondió a Ranma con su mirada y asintió en silencio. No fue necesario decir más. Cologne dio la espalda a las tumbas y comenzó a caminar hacia las cabañas del poblado. Shampoo la siguió, portando a Ranma consigo.

= = =

Ranma sorbía con entusiasmo su estofado de verduras. Había recobrado el apetito y el tener el estómago lleno la hacía sentir feliz, pero no quería que las amazonas pensaran que estaba bajando su guardia, de modo que procuró mostrar una cara de aspecto inexpresivo, comiendo lentamente el estofado para no parecer tan hambrienta como en realidad lo estaba.

Ya llevaba dos semanas en cama, y durante todo ese tiempo sus captoras amazonas no habían sido sino hospitalarias. Considerando que su padre había matado a tres de las habitantes del poblado, Ranma estaba sorprendida por su cordialidad. Pareciera que la habían aceptado como una de las suyas en el poco tiempo que había estado con ellas.

Había visto varias amazonas trayendo comida y madera para alimentar el fuego, pero la única que siempre estaba presente era Shampoo, la misma Shampoo que casi acaba con su vida. Era muy callada, diciendo poco o nada; tenía la costumbre de no mirar a Ranma a los ojos casi nunca en las pocas conversaciones que tuvieron. La mayoría de las veces Shampoo preguntaba a Ranma si quería comer algo, Ranma contestaba, y eso era todo.

La falta de conversación y de movimiento físico hacía que la mente de Ranma anduviera dispersa. El volver a tener cuerpo de mujer era un pensamiento que ocupaba su mente continuamente con un fuerte sentimiento de frustración. Shampoo le había explicado que el agua caliente sólo era una cura temporal. El arrebato de cólera de Ranma hizo que la amazona no se atreviera a decir una sola palabra durante dos días.

Una vez, incluso intentó tirarse por encima un bol de estofado caliente, pero la siempre presente Shampoo frustró su plan. Sin ninguna otra fuente de agua caliente, Ranma se encontraba atrapada en un cuerpo de mujer que estaba empezando a despreciar. Pidió repetidas veces a Shampoo y a Cologne que le proporcionaran agua caliente, pero éstas se negaron una y otra vez sin dar ninguna razón. La única respuesta a la petición de Ranma era un unilateral «no». Ranma supuso que tenía algo que ver con la aparente ausencia de hombres en el pueblo.

Cuando no estaba compadeciéndose de sí misma a causa de su cuerpo femenino, Ranma dirigía sus pensamientos hacia su padre y la promesa que le hizo antes de morir. Su padre siempre había sido algo cobarde; mucho ruido y pocas nueces. Eso no significaba que no fuera bueno en artes marciales (de hecho era bastante bueno), pero su talento era más bien teórico. Genma no parecía mostrar inclinación a luchar por luchar, y evitaba la confrontación siempre que fuera posible. Ranma estaba desconcertada por el repentino cambio en su padre. Fue como si aquel fatídico día se hubiera transformado en otra persona.

"Aunque..."

Cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que aquel cambio no había sido para nada repentino. En los últimos meses Genma había estado más irritable. Se enfurecía por comentarios que antes simplemente le rebotaban. Su dedicación por las artes marciales había llegado hasta el punto de estar dispuesto a arrastrar a Ranma hasta los manantiales malditos de Jusenkyo para entrenar más duramente. Y además, estaba aquella espada.

Genma no portaba consigo muchos objetos personales. Su sed por el dinero era significativa, pero se sentía más motivado por llenar su barriga con vino y comida que por comprar objetos materiales. De hecho, a parte del hatillo con su ropa, Genma nunca había cargado con nada más... salvo con la espada, la cual era protegida con celo por su dueño bajo el pretexto de que, al tratarse del legado de la familia Saotome, había que tomar buen cuidado de ella.. Ranma simplemente asumía que Genma no quería dañar aquella espada.

Sin embargo, Genma comenzó a utilizarla en los entrenamientos, presentándola como Garyoutensei, e insistiendo en que Ranma debería familiarizarse con ella. Ranma nunca tuvo muy claro por qu era tan importante entrenar con la espada. Además, Genma siempre había defendido firmemente la tesis de que confiar en un arma era en realidad una debilidad de la que podía sacar provecho el oponente. Por otro lado, Ranma, escuchaba agradecido cualquier explicación recibida concerniente a las artes marciales; en este caso se trataba de los rudimentos del manejo de la espada. Con ayuda de su padre, practicaba contra Garyoutensei utilizando otra espada de metal. Su habilidad con la espada no era muy destacable, pero aprendió fácilmente los fundamentos de su manejo.

En realidad, Ranma nunca había sostenido a Garyoutensei. Su padre insistía en que ese momento llegaría en el momento en que le perteneciera. La batalla contra Shampoo fue la primera vez que Ranma había sostenido el mango de aquella espada entre sus manos, pero incluso durante aquel breve contacto pudo sentir el calor de su interior.

—Un arma fascinante, ¿verdad?

Ranma apartó la mirada de las pálidas profundidades de la Hoja y vio a Cologne, que estaba de pie junto a la puerta de la cabaña.

—No sólo trae la muerte consigo, sino la destrucción total. Es un arma con un poder inmenso.

—Lo sé —respondió Ranma en voz baja, mirando de nuevo su arma.

—Pudiste sentir su poder, ¿no? —preguntó Cologne, acercándose—. Cuando la tocaste... Puro y crudo poder; tan hondo, tan profundo que incluso parece tener vida propia. Un poder capaz de juntar el cielo y la tierra. —Cologne estaba cada vez más cerca—. Un poder que está más allá de tu imaginación, más allá de este mundo.

—Sí... Pude sentirlo —admitió Ranma, con la mirada perdida en el tenue y palpitante resplandor que emanaba de la espada.

—Dice la leyenda que... donde una simple espada corta carne y huesos, un Diente de Dragón atraviesa la verdadera esencia de sus víctimas, partiendo al mismo espíritu con la misma facilidad con que parte los cuerpos. Su corte llega más allá de este mundo que conocemos; llega hasta la dualidad de mundo del caos y la armonía; llega desde el mundo de los vivos hasta alcanzar el de los muertos. Es un poder que ni siquiera puedes comenzar a comprender ni, mucho menos, controlar.

Ranma no dijo nada. Las palabras de Cologne resonaban en su mente.

—Dame la espada, Ranma —dijo Cologne—. Puedo sellarla, apartarla de las manos del ser humano; no pertenece a este mundo.

Ranma miró fijamente a la blanquecina Hoja, perdiéndose en el aparentemente infinito mar en el que se mezclaban la más pura luz blanca con un leve tinte rojizo. La calidez de la mano de Cologne sobre la suya la hizo salir de su ensueño. Sus ojos se posaron en la vieja amazona, quien suavemente apretaba la mano con la que Ranma agarraba el mango de la espada.

—Dame la espada, Ranma Saotome —dijo con voz melosa, fijando su mirada en la de Ranma—. Intenta controlarla. Suéltala.

—¿Qué? —preguntó mirando a Cologne—. No, no voy a darte mi espada.

—¿Porque no quieres o... porque no puedes?

—¡Por supuesto que puedo!

—Demuéstramelo.

—¡Muy bien!

Ranma intentó aflojar su agarre sobre el mango, pero fue incapaz de hacerlo. De pronto, se hizo consciente de que su mano se apretaba alrededor del mango con tanta fuerza como podía. Sus nudillos se habían vuelto blancos a causa de la presión que ejercia sobre la espada.

—No... no puedo —murmuró, deseando que su mano cediera a aquel agarre. Sus músculos estaban tensos y su brazo temblaba con cada intento de soltar la espada. Una fina capa de sudor apareció en su frente a causa del esfuerzo que estaba realizando. Cologne suavemente cerró su mano alrededor del mango, despacio pero con firmeza, agarrándolo con fuerza junto a la temblorosa mano de Ranma.

—Eso es... —la alentó colocando su otra mano sobre el hombro de Ranma—. Y ahora...

Cologne, sujetando el mango, tiró de él al tiempo que empujaba a Ranma hacia atrás apoyándose en el hombro de ésta. No le fue fácil soltar la espada del firme agarre de Ranma. Cologne se tambaleó hacia atrás sujetando la Hoja, la cual perdió su blanquecina y radiante aura casi al instante.

La reacción de Ranma fue inesperada para vieja amazona. La joven comenzó a contorsionarse sobre su lecho con violentas sacudidas. Su mano se abría y cerraba incontrolada intentando agarrar una espada que ya no estaba allí.

Cologne, asustada y con ojos como platos, se hizo hacia atrás. Con cada paso que se apartaba de Ranma la Hoja perdía más y más brillo. Los espasmos de Ranma se hicieron más exagerados, acompañados de gruñidos de dolor mientras la joven luchaba por controlar su cuerpo.

—La... espada... —dijo con voz ahogada, girando el cuello con gran esfuerzo para mirar a donde estaba Cologne— ...devuélvemela... por favor...

Cologne miró la espada, que ahora tenía un triste y apagado color gris, y luego a la chica que se retorcía ante ella haciendo esfuerzos por respirar.

—No puede ser cierto...

El cuerpo de Ranma se sacudía con violencia. Sus labios empezaron a amoratarse. Cologne podía ver en pánico en aquellos ojos. La amazona tragó saliva, mirando al oscuro filo y, frunciendo el ceño, miró de nuevo a la joven. Ahora tenía su espada, pero no era capaz de apartarla de ésta. Sacudiendo lentamente la cabeza, se forzó a sí misma acercarse a Ranma, incapaz e ignorar aquella desamparada y agonizante mirada.

—Maldita eres, pequeña —murmuró al tiempo que depositaba la espada en la desesperada mano de Ranma—. Debiste morir cuando tuviste la ocasión.

La mano de Ranma se cerró torpemente sobre el mango, e inmediatamente la espada volvió a la vida irradiando una luz blanca que surgía desde lo más profundo de la Hoja. Ranma tomó una gran bocanada de aire. Los espasmos cesaron, dejándola aturdida e inmóvil salvo por el subir y bajar —cada vez más lento— de su pecho mientras su respiración recuperaba el ritmo normal.

—¿Qué es lo que me has hecho? —preguntó Ranma con tono peligroso. Su cara enrojecía por momentos.

—Yo no hice nada —respondió con mirada triste—. Ha sido la espada. Tenía la esperanza de que esto no...

—¿La espada? —preguntó Ranma. La ira había dejado paso a la confusión.

—Sí. Esto complicará las cosas hasta límites insospechados...

—¿Cómo? —preguntó sorprendida—. ¿Qué quieres decir? ¡Casi me matas otra vez!

Cologne fruncía el ceño, tomándose unos instantes para reflexionar.

—¿Cómo podría explicarlo? —se preguntó con un suspiro. Se apartó de Ranma y se sentó suavemente a los pies de la cama, inclinándose sobre su vara y mirando fijamente al suelo—. Cuando apuñalas a alguien, su cuerpo empieza a sangrar, ¿cierto?

—Sí, claro... —asintió Ranma.

—Y si retiras el puñal de su cuerpo, sale mucha más sangre que si dejas el puñal donde está, porque el mismo puñal evita, hasta cierto punto, que la sangre salga del cuerpo.

—Supongo —respondió Ranma con creciente confusión—. No lo sé... Nunca he rajado a nadie...

—Me temo que tu situación es parecida, pequeña. La Hoja ha llegado a perforar tu propio espíritu.

—¿Mh? —Ranma estaba desconcertada—. ¿Mi espíritu?

—Sí —asintió Cologne—. Todos tenemos un espíritu. Es lo que nos une al mundo. Cuando mueres, el espíritu deja el cuerpo y abandonamos este mundo. Seguro que tienes una idea de lo que te estoy diciendo.

—Eso creo... La verdad es que nunca he aprendido mucho sobre cosas que no estuvieran relacionadas con las artes marciales...

—Cuando la espada es retirada de tu espíritu, éste empieza a "sangrar", y tú empiezas a morir, a apartarte de este mundo. Al devolverte la espada, lo que he hecho ha sido tapar la herida de tu espíritu, por así decirlo, deteniendo tu muerte. ¿Entiendes?

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Ranma, esforzándose por asimilar la información.

—Cuando una ha vivido tanto, se acaban aprendiendo cosas sobre el mundo.

—No sé si creerte...

—La prueba la tienes ante ti, pequeña. Cuando te quité la espada, empezaste a morir; cuando te la devolví, te recuperaste. Me creas o no, eso no cambiará lo que acaba de pasar ahora mismo, ¿cierto?

—Pues... supongo que sí —dijo con Recelo—. Pero... ¿qué significa todo esto? —insistió la joven.

Cologne se puso en pie y, cojeando, echó a andar hacia la puerta.

—Significa que... de momento... debes conservar tu espada.

= = =

Ranma estaba sentada en silencio junto a Cologne sobre el margen cubierto de hierba de uno de los campos de cultivo del poblado. La combinación producida por la calidez de la luz del Sol y la brisa que soplaba en el resultaba muy agradable. Las rachas de aire meneaban la hierba haciendo aguas, como si de una superficie líquida se tratase.

Era agradable estar al sol, y Ranma estaba disfrutando de su primer día en pie después de pasar un largo tiempo en cama. Su piel estaba pálida, pero ella había ganado algo de peso gracias a aquellos estofados de los cuales había comido cada vez en mayor cantidad.

La calidez que ahora sentía contrastaba fuertemente con el frío que había sentido la semana anterior a causa de la fiebre, que le había producido tiritones que se prolongaron durante largos periodos. Ahora, los gentiles rayos de luz solar le proporcionaban una sensación de bienestar que tenía su origen en la creciente calidez que sentía en el interior de su cuerpo.

No sabía el porqué, pero no estaba enfadada. Quizás se trataba de los cuidados a los que había estado sometida por parte de las amazonas, o quizás, sencillamente, estaba consiguiendo dejar atrás la tragedia de la muerte de su padre. Cuanto más pensaba en él, mas se convencía de que las amazonas habían actuado en defensa propia. No iba a perdonarlas por ello, no; jamás podría perdonarlas, pero si que podía comprender por qué hicieron aquello.

Shampoo practicaba delante de ellas, realizando una serie de lentos movimientos con s espada, la cual describía arcos perezosos y sin fuerza en el aire. A Ranma le pareció que el propósito de estos ejercicios era la búsqueda del control y del equilibrio más que el ataque.

—Sus movimientos son descuidados... —comentó Ranma, viendo cómo Shampoo perdía el equilibrio tras realizar un giro, casi haciéndola caer.

—Se distrae... —respondió Cologne.

—Las distracciones no importan... No cuando uno está solo. [3]

[3] N. del T: Siendo que Ranma ya se ha convertido en chica, quizá sería más adecuado que hablara refiriéndose a si misma como una chica, es decir, "No cuando una está sola". Sin embargo, este traductor ha creído más acertado que Ranma siga refiriéndose a sí mismo como un chico, al menos por el momento, pues no hace ni dos semanas en la cronología de la historia, Ranma aún era hombre.

—Aha —asintió Cologne—. Tienes razón. Aún es joven; todavía no ha alcanzado su potencial.

—Podría hacerlo mucho mejor.

—Pareces muy bien formada en las artes marciales para ser tan joven —comentó Cologne con aire burlón. [4]

[4] N. del T: De nuevo, la autora comente un lapsus al referirse a la pelirroja. Por motivos expuestos en notas de anteriores capítulos, este detalle ha sido omitido en la traducción.

Ranma encogió los hombros.

—Tuve un... buen maestro. He practicado artes marciales toda mi vida.

—Un objetivo encomiable —apuntó Cologne—, aunque un poco corto de miras.

—Tal vez... —concedió Ranma encogiendo de nuevo los hombros. Entornando un poco los ojos observó a Shampoo más de cerca—. No entiendo por qué está tan distraída.

—Por ti, pequeña.

—¿Por mí? —preguntó mirando a la anciana.

—La tienes aterrorizada. ¿Acaso no puedes verlo en sus ojos?

—Supongo que tiene motivos para tenerme miedo. Casi acabo con su vida.

—No es solo por eso. Shampoo...

Cologne detuvo sus palabras. Ranma, impacientándose, insistió:

—Shampoo... ¿qué?

—...no está llevando muy bien las consecuencias de su acto. Está dejando que la culpabilidad la destruya. Durante la primera semana que estuviste aquí pasó la mayor parte del tiempo llorando, y aún sigue llorando por las noches. No quiere que nadie lo sepa, pero... está poniendo en entredicho sus capacidades como guerrera. Creo que está pensando en abandonar la tribu.

—¿Y puede hacerlo?

—Sí, si ella quiere —respondió Cologne—, pero entonces sería considerada como caída en desgracia y no se le permitiría volver a este lugar.

Ranma miraba a la anciana con los ojos muy abiertos.

—Perdería a su familia, su hogar... todo —continuó Cologne—. Lo que ella está considerando ahora demuestra hasta qué punto le ha afectado este asunto. No debí haberla forzado tanto.

—No me había parado a pensarlo —dijo Ranma en voz baja—. Solo pensaba en mí y en mi viejo...

—No es para menos, pequeña —dijo Cologne suavemente—. Has perdido a tu padre, a tu maestro... En cambio... Shampoo se ha perdido a sí misma... —La anciana volvió su mirada hacia donde estaba Shampoo—. Ella cree que tú eres un demonio, que has venido desde el mundo de los espíritus para atormentarla por haberte matado. Ha estado esperando que fueras a matarla.

—Quizás esté en lo cierto —dijo Ranma con mirada perdida, apretando fuertemente uno de sus puños, preguntándose por aquella sensación húmeda y fría que sentía en su piel—. Parece que lo único que esté haciendo yo aquí es convertirla en una desgraciada. Aún no tengo claro por qué me estáis cuidando.

—Sí, quizás esté en lo cierto —admitió Cologne—. Te estamos cuidando porque Shampoo quiere probarse ante ti. Quiere redimirse y ganar tu perdón. No creo que quiera morir, en realidad.

—Que no sea idiota. No puede esperar mi perdón después de haber matado a mi padre.

Cologne seguía mirando a Shampoo. La vieja amazona dio un suspiro al ver cómo su biznieta cometía otro error. Meneando su cabeza en desaprobación, volvió a mirar a Ranma, que se había tumbado sobre la hierba con los ojos cerrados. Los ojos de Cologne estaban fijos sobre la espada de Ranma, que ahora descansaba dentro de su vaina.

"Aún no comprendes nada", pensaba, "nada en absoluto".

Shampoo dio un rápido tajo al aire por encima de su cabeza, llevando la punta de la espada hasta el suelo, cerca de sus pies. No estaba contenta con el resultado, de modo que decidió repetir el ejercicio. Alzando la cabeza, se preparó para su desafío.

= = =

Ukyô levantó la mirada. La punta de su espada se apoyaba suavemente sobre la hierba del suelo que pisaba.

—No me insultes, especie de monstruo —espetó Ukyô mientras apuntaba a Ranma con su espada—. No he venido a por tu aprendiz; he venido a por ti, y sólo a por ti.

—¿Estás bien? —preguntó Ranma a Akane, mirando a ésta por el rabillo del ojo. Akane hacía esfuerzos para recuperar la respiración.

—S... Sí —dijo tosiendo—, pero... no vuelvas a hacerme eso.

—Lo siento, no tenía otra opción —se disculpó, lanzando una gélida mirada a Ukyô—. Te habría matado sin dudarlo si no llego a darte ese tirón.

—Te voy a cortar esa lengua mentirosa —bufó Ukyô.

—¿Me dejarás en paz alguna vez? —dijo Ranma con voz cansada—. T no puedes vencerme.

—¡Te seguiré hasta el fin del mundo! —exclamó Ukyô—. No descansaré hasta haber vengado a mi madre. ¡Voy a obtener mi venganza!

—¿Ranma...? —preguntó Akane, mirando a una y a otra.

—Apártate, Akane. Esto no te concierne —dijo sin quitar ojo a Ukyô.

—Pero...

—¡No discutas! —ordenó. Poniéndose en guardia, Ranma levantó su espada hasta situarla en posición de defensa—. ¡Ven a por mí, Ukyô!

Ukyô asintió con la cabeza casi imperceptiblemente y, en el momento en que Akane se apartó pegando la espalda al tronco de un árbol, cargó contra Ranma. Ésta se quedó inmóvil mientras Ukyô se abalanzaba sobre ella con su espada cortando el aire, y en el último instante alzó a Garyoutensei un rápido movimiento de muñeca para detener el ataque. La espada de Ukyô resbaló sobre la lechosa Hoja recorriendo toda su longitud, mandando a Ukyô hacia el suelo con toda su inercia. Ranma, girando sobre su eje, acompañó con su cuerpo al de la otra chica, y al mismo tiempo que aquélla caía aprovechó el momento para darle un empujón con el hombro sobre la espalda, haciéndola rodar por el suelo hasta que un árbol la detuvo. Ukyô tuvo el tiempo justo de protegerse con los brazos antes de estamparse contra el tronco. Gruñendo, se levantó y se enfrentó de nuevo a Ranma.

—Lección primera —dijo Ranma dirigiéndose a Akane—. Mantén bajo tu centro de gravedad, o perderás el equilibrio y acabarás empotrando la cabeza contra un árbol.

—Va... vale —balbució ésta.

—¿¡Te burlas de mí!? —rugió Ukyô, lanzándose otra vez sobre la pelirroja— ¿¡Cómo te atreves!?

—Lección segunda —repitió Ranma mientras se defendía del salvaje ataque de Ukyô, bloqueando con gran habilidad una furiosa lluvia de golpes—. No te dejes llevar por las emociones, o de lo contrario... —se agachó para evitar un corte alto de la espada de su contrincante y se lanzó bajo los brazos extendidos de ésta para propinarle un fuerte puñetazo en el estómago, enviándola hacia atrás— ...sólo cometerás errores...

—¿¡Pretendes convertir nuestro duelo en una clase!? —resolló Ukyô fuera de sí—. ¡MUERE!

Ranma afirmó un pie tras ella, preparándose para la arremetida de poderosos tajos por parte de Ukyô. Golpe y contragolpe, ataque y contraataque, Akane se las veía y se las deseaba para seguir con la vista el juego de ambas espadas. El sonido metálico del entrechocar de los metales se extendía por el bosque.

De pronto, Ranma se vio empujada hacia atrás por la poderosa fuerza de los ataques de Ukyô, cuya propia furia le hacía avanzar con una fuerza y una velocidad que Ranma no había esperado. La pelirroja detuvo, no sin dificultad, un ataque dirigido a su cabeza, justo a la altura de la frente. Garyoutensei consiguió mantener a raya la espada de Ukyô. Ranma no tardó en darse cuenta de que centrar su mirada en el filo de Ukyô era un error, pero ya era tarde. Pudo sentir el movimiento del cuerpo de ésta justo antes de que su mandíbula recibiera un potente uppercut que la levantó del suelo y la empujó hacia atrás.

—¡Ranma! —gritó Akane, levantándose de un salto. Sin embargo, estaba demasiado lejos como para poder ayudar. Desde su posición sólo pudo mirar cómo Ukyô levantaba su espada por encima de su cabeza, describiendo un círculo casi completo. El filo cortó el aire por encima de Ukyô y penetró con inmensa en las entrañas de Ranma.

Akane contempló en horrorizado silencio y con los ojos muy abiertos cómo la punta de la espada atravesaba la capa de Ranma, la cual se onduló del mismo modo que una superficie acuosa.

Ranma ahogó un grito de sorpresa. Garyoutensei se soltó de su agarre y volando por los aires fue a clavarse en la tierra hasta la mitad. Con la cabeza inclinada hacia delante, Ranma miraba con sorpresa la cara de Ukyô, una cara que denotaba un supremo sentimiento de satisfacción, la satisfacción de ver cumplido un sueño que había durado toda una vida.

—Lección tercera —gruñó Ukyô, mirando fijamente a los ojos de Ranma—, no te burles de Ukyô Kuonji.

Ranma respiraba con ahogada dificultad. Cayó de rodillas escupiendo sangre por la boca. Ukyô dio un paso atrás para tener una visión panorámica de la caída de su enemiga. Ésta cayó al suelo de espaldas con un golpe sordo. Sus ojos vacíos miraban al cielo mientras un charco de sangre se formaba a su alrededor, brotando de la herida en la que la espada de Ukyô aún estaba clavada.

—¡Lo he conseguido, Madre! —gritó hacia los cielos—. ¡Finalmente lo he hecho!

Akane dio un grito que consiguió llamar la atención de Ukyô, pero ésta no tuvo tiempo suficiente para esquivar el puño que golpeó su cara. Dando traspiés, Ukyô se llevó una mano a la nariz. Un hilillo de sangre empezó a correr sobre su boca. Con un grito de dolor, dedicó un furioso gruñido a Akane.

—¡La has matado! —chilló ésta. Su cuerpo irradiaba furia apocalíptica—. ¡Vas a pagar por esto!

Ukyô retrocedió un paso.

—No tengo nada contra ti. Ya he hecho lo que había venido a hacer.

—¡Nada de eso! ¡Ahora tendrás que habértelas conmigo! —dijo Akane mientras se ponía en guardia. Ukyô, dándose la vuelta, respondió:

—Si lo que deseas es seguir el mismo destino que tu sensei, te sugiero que empieces a entrenar. No voy a matar a una persona indefensa. Al contrario que tu sensei, soy persona de principios.

—¡Ahora verás! —Akane lanzó un furioso puñetazo a la nuca de Ukyô, pero su puño solo golpeó el aire. Antes de que Akane se acercara mínimamente a la cabeza de Ukyô, ésta ya se había apartado con un elegante salto, que le permitió posarse suavemente sobre la rama de un árbol, lanzándose a continuación entre el follaje de las copas de los árboles y desapareciendo.

—¡Maldita! —gritó Akane preparándose para seguirla, pero una voz la hizo detenerse.

—Akane... deja que se vaya...

La joven giró sobre sus talones al reconocer la voz de Ranma, dejando de lado la persecución para precipitarse junto a Ranma. Se arrodilló junto a ésta, sin prestar atención al charco de sangre fresca sobre el que había hincado la rodilla.

—Ranma... —dijo mientras apoyaba la cabeza de la pelirroja sobre su regazo—. No puedo creer que te haya vencido...

—Ni yo —dijo con una debilitada voz—. ¿Cómo diablos ha conseguido esa velocidad?

Akane tocó con cautela la espada de Ukyô, que seguía allí clavada, sin saber muy bien qué hacer.

—¿Por qué me detuviste? La habría...

—La habrías... ¿qué? ¿Matado?

Akane se quedó en silencio, mirando cómo el charco de sangre crecía más y más.

—No tengas tanta prisa por impartir muerte —dijo Ranma lentamente, tosiendo sangre—. Cuando matas a alguien ya no hay modo de traerlo de vuelta. Si no eres capaz de asumir un hecho como ese, ello te destruirá desde el interior.

—No pensaba...

—Además, normalmente puedo ganar a Ukyô con los ojos cerrados —interrumpió Ranma con la mirada perdida en el cielo—. Si yo he perdido, tú no habrías tenido la más mínima oportunidad. No puedo entender cómo se ha vuelto tan rápida.

»Debe haber encontrado alguna nueva técnica de entrenamiento para mejorar su velocidad de esa manera.

Akane tiró con cuidado de la espada, demasiado preocupada por la cantidad de sangre que se acumulaba bajo Ranma como para responder a lo que ella habría considerado un insulto. Comprobó con sorpresa que Ranma, en lugar de reaccionar al intento de Akane por retirar la espada, continuó con su monólogo como si nada.

—He sido descuidada. Debería haber prestado más atención al combate, pero suelo estar acostumbrada a vencer a Ukyô con facilidad.

—Ranma —interrumpió Akane con creciente preocupación—, estás sangrando mucho.

—Ya lo sé —respondió la otra, mirando a la hoja que sobresalía de su vientre—. Duele.

—¿Du... duele? —repitió Akane, desconcertada—. ¿Éso es todo?

—Sí —respondió tosiendo de nuevo—, pero bien mirado, esto me permitirá quitarme a Ukyô de encima. Debería haberlo pensado antes.

Akane, incapaz de comprender nada, se quedó en silencio.

—Hazme un favor —dijo Ranma, mirando a Akane a los ojos—, quítame esta puta espada. El dolor es endiablado...

Akane, en su desconcierto, apenas supo qué responder.

—S-sí... voy...

Akane se puso en pie y agarró el mango de la espada con una mano pálida y temblorosa. Sentía como su estuviera a punto de vomitar. Tirando con suavidad, intentó no escuchar el espeluznante sonido del metal rozando con la carne de Ranma.

—Lección cuarta —dijo despacio Ranma mientras Akane retiraba cuidadosamente la espada de su tronco—. Nunca te confíes

Akane sacó la espada, viendo cómo el metal se deslizaba saliendo de aquella capa negra como la tinta. Frunció el ceño al darse cuenta de un hecho extraño: la hoja no estaba manchada de sangre.

Siguió tirando hasta que la punta salió a la luz. Vio entonces que tan solo una pequeña parte de la espada tenía manchas de sangre. Miró la espada durante unos instantes y luego miró a Ranma, perpleja.

—La espada no ha penetrado tanto. —Ranma había contestado la pregunta de Akane antes de que ésta hubiera tenido tiempo de formularla—. No es tan grave como parece.

—Pues tenía bastante mal aspecto —comentó Akane, mirando de nuevo la espada. Ukyô había hundido casi toda la hoja en el estómago de Ranma, pero apenas unos pocos centímetros se habían manchado con su sangre—. Quizás debería echarle un vistazo —sugirió, mirando la espada con curiosidad. Estaba segura de que la espada había penetrado muy profunda.

—Tengo que descubrir cómo Ukyô ha conseguido moverse tan deprisa —dijo Ranma, sumida en sus pensamientos, ignorando la sugerencia de Akane.

—Estás sangrando mucho. ¡Puedes morirte! —La confusión de Akane había dejado paso al pánico. Tirando la espada de Ukyô a un lado, cuidadosamente acercó sus manos al vientre de Ranma—. ¡Tenemos que hacer algo!

—No pasa nada —dijo la pelirroja quitando importancia—. Las he pasado peores. No te preocupes por mí. ¿Y tú? ¿Te has hecho algo? ¿Alguna herida?

—Yo... no, no... ¡Espera! ¿Cómo puedes decir que estás bien con todo lo que estás sangrando?

—No exageres —la regañó Ranma al tiempo que se incorporaba sobre el suelo. Se arrastró hacia el tronco más cercano y se apoyó sobre él—. Tan sólo déjame unos minutos para recuperarme.

Akane se dejó caer hacia atrás, sentándose sobre la tierra manchada de sangre, viendo cómo Ranma apoyaba la espalda contra el árbol. Sus ojos miraban perplejos, sin pestañear, la absurda escena que había ante ellos.

Ranma respiraba despacio. Sus manos manchadas con su propia sangre emergieron de aquel tejido de aspecto fluido en que la pelirroja se envolvía y se juntaron sobre su estómago, presionando a continuación sobre la herida. Ranma cerró los ojos y echó ligeramente la cabeza hacia atrás al aplicar la presión. De sus manos empezaron a surgir minúsculas ondas que recorrían el negro tejido de su capa con un leve murmullo que llegó hasta los oídos de Akane. La ensangrentada boca de Ranma se entreabrió y su respiración se ralentizó al tiempo que todo su cuerpo se relajaba sobre el árbol. Así se quedó durante algunos instantes.

—¿Qué... estás haciendo? —preguntó Akane en voz baja, sin obtener respuesta.

La cabeza de Ranma cayó hacia delante, juntado la barbilla y el pecho al tiempo que sus manos cayeron sobre su regazo. Empezó a inclinarse levemente hacia un lado, y Akane, previendo la caída, se apresuró para sujetarla por el hombro. En el mismo momento en que posó su mano sobre la pelirroja, Akane sitió una fría puñalada que recorrió todo su brazo hasta su hombro, lo cual la hizo saltar hacia atrás. Se tambaleó hasta que finalmente cayó al suelo de espaldas, plegando su brazo sobre el pecho al tiempo que miraba perpleja a Ranma.

Ésta comenzó a abrir los ojos. Lo que antes eran sido un par de pupilas rodeadas por un iris azul ahora eran dos puntos negros como el alquitrán. Exhalando, se apoyó sobre el tronco para levantarse.

—¿Qué es... lo que eres? —preguntó Akane, observando que poco a poco los ojos de Ranma volvían a ser como antes.

—Soy... una experta en artes marciales —respondió, no sin esfuerzo, mirando a Akane—, igual que tú.

= = =

Ranma caminaba con cautela, haciendo muecas de dolor con cada paso que daba. Akane la seguía desconcertada mientras su cabeza intentaba digerir todo aquello. Hacía apenas dos días era un chica normal con una vida normal, pero ahora...

"Esto no tiene nada de normal", pensaba mientras se miraba las manchas de sangre de su gi. Jamás en su vida había visto tal cantidad de sangre y, sin embargo, Ranma se limitaba a encogerse de hombros como si no pasara nada.

"¿Qué clase de persona hace eso?" Akane miró a Ranma, advirtiendo las muecas que ésta hacía mientras caminaba. "Entonces... s que siente dolor", concluyó Akane. "¿Cómo puede ser capaz de recibir una cuchillada en el estómago y quedarse como si tal cosa?"

Con las ideas yendo y viniendo por su cabeza, Akane no logró hallar respuestas razonables. Recordó entonces el desconcertante aspecto de los ojos de Ranma; aquel recuerdo amenazaba con hacer entrar en barrena su hilo de pensamiento.

= = =

El aire alrededor de la espada de Ukyô volvió a la normalidad cuando la pareja hubo abandonado el lugar. Sin la fría presencia de Ranma, no había nada más que mantuviera baja la temperatura. Nadie había entonces alrededor para oír el burbujeo que se extendía por el aire, ni para oír cómo el burbujeo se convertía en efervescencia.

La espada de Ukyô comenzó a hundirse lentamente en el barro al tiempo que la sangre de Ranma se evaporaba con un burbujeo alrededor del arma. Un nauseabundo olor a muerte invadió el lugar con el hervir de aquel líquido carmesí. En poco tiempo la sangre hubo desaparecido, dando lugar a una fina bruma rojiza que fue arrastrada por la brisa. Allí se quedó la espada que había herido a Ranma, enterrada en un parche humeante de barro seco.


天 T E N

humano. ya. com / sp-TEN

(Para acceder la web de TEN en castellano tenéis que eliminar los espacios y cambiar el guión " - " por "guión de subrayado").