天 T E N
Un fanfic basado en Ranma 1/2
escrito por R. E.
traducido por karburator
e ilustrado por Irka
CAPÍTULO CUARTO
"Mitad y mitad"
(Título original: Nibunnoichi)
Fuego
Una figura solitaria, silenciosa e inmóvil, en pie dentro del feroz remolino de caóticas y furiosas llamas.
Abrasador, inflexible, aquella tormenta de fuego sinfín era un infierno de inaguantable intensidad que giraba una y otra vez describiendo espirales. El aire parecía apartarse al paso del fuego rampante, cuyas llamaradas bailaban con un color rojo brillante alrededor de aquella silueta al ritmo de una melodía oculta.
La oscuridad envolvía a la figura a pesar la intensa luz anaranjada que el fuego arrojaba. La negra y profunda penumbra parecía ser más poderosa que la misma luz, parecía ser capaz de mantener el fuego a raya. La figura avanzó hacia delante haciendo retroceder el muro de fuego al tiempo que un líquido negro se acumulaba en el suelo junto a sus pies.
Una nube de frío vapor surgió de entre las sombras en el momento en que la figura levantó su cabeza. En la oscuridad brillaron con claridad dos puntos de color blanco; la figura había abierto sus ojos desprendiéndose del velo de las sobras para revelar una cara de aspecto hosco marcada por cicatrices rematada y por una mata de pelo que parecía resplandecer del mismo modo que las brasas de una hoguera; una mata de pelo roja como las tempranas cerezas.
Ya estamos aquí.
— — —
—¿Qu... Qué? —preguntó Akane sacudiendo la cabeza. La voz de Ranma la había liberado de su ensueño.
—He dicho que ya estamos aquí.
Akane tardó en reaccionar, completamente desorientada.
—... ¿Sí?
Los sentidos de Akane se veían desbordados por la avalancha de sonidos, olores y colores del bosque, desplazando las desagradables imágenes que ocupaban su mente; fuego, muerte, dolor, sangre. Aquellas imágenes, sin embargo, eran reacias a desaparecer. Recordándolas de nuevo, Akane dio un paso hacia atrás, tambaleándose, sintiendo cómo las náuseas retorcían su estómago. Apoyando una rodilla en tierra, hizo esfuerzos para contener el vómito ante las imágenes de la pálida piel de Ranma cubierta de sangre que pasaban por su cabeza, intentando dominar su mente. Tanta sangre, tanta fría sangre, derramada, encharcada... Se llevó una temblorosa mano a la boca, tan pálida como la de Ranma hacía tan solo un rato, manchada con aquella misma sangre.
—¿Estás bien?
La voz de Ranma volvió a traerla de vuelta a la realidad. El frío tacto de la mano de Ranma sobre su hombro la hizo estremecer.
Sacudiendo la cabeza otra vez, Akane asintió levemente. Se apoyó en el suelo con una mano y empujó con intención de ponerse en pie. Una ligera sensación de helor envolvió su mano cuando hizo fuerza con ella para levantarse. Ya de pie, se miró la mano y se dio cuenta de que la tenía cubierta de barro fresco.
Miró a su alrededor. Donde antes no había más que espesa vegetación y tierra seca, había ahora la pared de un acantilado que se extendía desde el suelo embarrado hasta el cielo. Levantando la vista, intentó ver el pico de la montaña, pero éste se perdía entre las nubes.
Volvió sus ojos hacia Ranma, que estaba de pie a cierta distancia, aparentemente sin atreverse a acercarse. Akane sintió un escalofrío al ver la sangre seca en la cara de Ranma, apartando rápidamente la vista.
—¿Cuánto rato he estado así...?
—Una hora, más o menos —contestó Ranma, mirándola con preocupación—. Estabas tan quieta... No sabía qué decir...
—No me acuerdo de nada —dijo débilmente—. Tras la pelea... lo tengo todo en blanco. Es como si hubiera estado en otro lugar, en otro mundo...
—Sé que es difícil digerir... algo como esto —admitió la pelirroja—. La mente tiene sus propios medios de defensa.
Akane apretó una mano contra su estómago.
—No me encuentro bien.
—Lo siento... que tuvieras que ver aquella pelea —dijo Ranma.
—¿Quién era esa chica? —preguntó Akane, levantando la vista—. ¿Y qué diablos te pasó cuando te clavó la espada?
—Pues... se llama Ukyô Kuonji. Es mi... rival.
—¿¿Rival?? ¡En vuestra lucha había bastante más que simple rivalidad!
Ranma suspiró, dándose la vuelta.
—Su familia y la mía han estado enfrentadas durante años, pero no sé qué es lo que desató el odio entre las dos familias. Todo lo que sé es que Ukyô me odia.
—Eso no me dice mucho... —comentó Akane, mirándose la sangre seca de su gi—. Alguna razón tendrá para querer matarte...
—Alguna habrá... —respondió encogiendo los hombros—, pero no la sé.
—Entonces... ¿simplemente dejas que te ataque así? ¿Dejas que te raje sin devolverle el golpe? ¿Qué honor hay es eso?
—Mi padre me enseñó muchas lecciones sobre el honor, Akane. La que nunca olvidaré es la que le costó la vida: atacar ciegamente cada vez que alguien te lanza una afrenta es una estupidez.
—¿Así es como sobrevives? ¿Huyendo? —preguntó Akane, acusadora.
—¡He luchado en cientos de batallas! —respondió furiosa mientras avanzaba hacia Akane, apuntándola con su índice—. ¡La suficientes como para no tener que justificarme ante ti!
Akane empequeñeció ante la imponente presencia de Ranma. Era como si ésta hubiera duplicado su tamaño, oscureciendo la luz del sol. La oscuridad fluyente de la capa de Ranma parecía envolver a la joven Tendô.
—...Lo... lo siento... —tartamudeó Akane, dando un paso atrás para apartarse de la amenazante figura de Ranma.
—La disputa entre las casas Kuonji y Saotome no terminará con la muerte de Ukyô. Así sólo empeorarían las cosas —dijo Ranma, dándose la vuelta—. Y no quiero seguir formando parte de eso.
—Ukyô no parece pensar como tú. No parecía tener inconveniente en atacarte.
—Eso no importa. —Ranma suspiró como dejando que su enfado se evaporara—. Lo que importa es que no nos ha hecho daño, y ahora Ukyô nos dejará en paz.
—¿Qué no nos ha hecho daño? —preguntó Akane con incredulidad—. ¡Pero si te ha clavado un palmo de espada!
—Tengo poderes de curación rápida —respondió Ranma con cierto toque de amargura—. Créeme. Es más fácil así.
—¿Pero cómo puedes decir eso? —Akane no cabía en su asombro. El recuerdo de los negros ojos de Ranma, tan negros como el carbón, pasó rápidamente por su cabeza—. Y además... ¿Cómo... Qué hiciste para curarte de ese modo?
—No pienses mucho en ello —se impacientó Ranma—. Mientras estemos aquí afuera estamos en peligro. Esta conversación puede esperar.
—Pero, Ranma...
—¡Puede esperar! —insistió la de la trenza, lanzando una mirada hacia el bosque—. Tenemos que entrar.
—¿Entrar? ¿En dónde?
—Allí —dijo Ranma, indicando una pequeña apertura en las rocas de la base del acantilado, apenas visible a causa de los matojos de hierba que crecían sobre el suelo embarrado.
Akane miró a Ranma con poco convencimiento, viendo cómo su capa se mecía suavemente con la fría brisa que silbaba a través del valle.
Mirando al cielo, Ranma vio en la distancia una línea de nubes negras, más allá del otro lado del valle. Dejando escapar un leve sonido de descontento, se giró hacia Akane.
—Vamos.
— — —
Akane ahogó un grito de asombro cuando la luz iluminó el interior de la enorme caverna. Ranma estaba delante de ella, manteniendo la punta de Garyoutensei junto a la recién encendida antorcha. La pelirroja volvió a guardar la espada bajo su capa y tomó la antorcha en su mano, retirándola de la pared. Con un gesto, le indicó a Akane que entrara en la cueva.
—E-Es... in-increíble... —tartamudeó, sin creer lo que sus ojos le mostraban.
El estrecho túnel por que habían entrado era largo, oscuro y húmedo. Akane no estaba segura de su longitud, pero le pareció que habían andado una eternidad. Todo el túnel estaba oscuro como la boca del lobo, y solo el helado tacto de Ranma en su mano le había servido de buena guía a través de la oscuridad.
El lugar en el que ahora estaba la había dejado pasmada. Podía vislumbrar el techo de la cueva allá arriba, débilmente iluminado por la pálida luz de la antorcha, pero el lado opuesto al que ellas estaban quedaba fuera del alcance de las llamas, permaneciendo oculta en las sombras.
Las paredes de piedra estaban húmedas, cubiertas a trozos por manchas de musgo. Había algunas grietas, no muy largas, pero en su mayor parte las pareces parecían sorprendentemente lisas.
Akane vio que en el suelo, junto a Ranma, había una pequeña charca de agua. Ésta sacó otra vez a Garyoutensei para encender otra antorcha. Más charcas se hicieron visibles con cada antorcha que Ranma iba encendiendo a lo largo del perímetro de la cueva. Mientras tanto, Akane miraba en silencio. Finalmente, cerca de una docena de antorchas iluminaron el interior de la cavidad con un manto de luz pálida y titilante. Una vez hubo encendido la última antorcha, Ranma volvió donde Akane, volviendo a envainar la Hoja bajo su capa.
—Aquí deberíamos estar a buen recaudo durante un rato —comentó, volviendo la vista hacia la cueva cuando llegó junto a Akane—. No es mucho, pero es mejor que estar en el bosque.
—¿Cómo encontraste este sitio? —dijo Akane. Su voz hizo eco rebotando en las paredes de la cavidad.
—Es un secreto de la familia Saotome. Mi viejo me habló de él.
Akane sacudió la cabeza, incrédula, mirando las alrededor de veinte charcas de agua que salpicaban el suelo. Los más alejados parecían ser de aguas termales. De ellos se elevaban nubecillas de vapor. En cambio, de los más próximos no salía vapor.
—Deberías darte un baño y lavar ese gi —sugirió Ranma—. Te has traído más ropa, ¿verdad?
Akane asintió. Descargó la mochila que llevaba al hombro y la depositó en el suelo.
—Muy bien. Puedes usar cualquiera de estos manantiales. Yo... necesito descansar un rato, pero me uniré a ti dentro de un rato, ¿de acuerdo?
Akane examinaba las charcas.
—¡Síp! —respondió, asintiendo con la cabeza—. ¿Dónde estarás tú?
—Por allí —dijo señalando una pequeña entrada en el lado opuesto de la caverna—. Date un baño. Yo vuelvo enseguida.
Dicho esto, Ranma se alejó de Akane, caminando entre los manantiales en dirección al hueco que había al otro lado de la cueva. Deteniéndose un momento junto a un manantial, se arrodillo y se enjuagó la cara para quitarse los restos de sangre y, a continuación, continuó su camino.
Akane miró con interés cómo el agua de las charcas más próximas a ella comenzó a calentarse. Pronto se levantó ante ella una fina cortina de vapor. En cambio, las charcas a las que Ranma se acercaba dejaban de humear. Así continuó esto hasta que la pelirroja desapareció a través del hueco de la pared, dejando a Akane sola y perpleja.
Akane se acercó a uno de los manantiales. "No pienso irme de aquí sin algunas respuestas".
— — —
En cuclillas, Ranma cerró los ojos en una mueca de intenso dolor a causa de la herida de su vientre. Contuvo la respiración llevándose una mano a la herida. Su capa resbaló sobre sus hombros y su espalda, formando una especie de charco negro tras ella. Exhalando larga y temblorosamente, abrió los ojos para mirarse el corte.
—Mierda... —murmuró. Desató los botones de madera que mantenían cerrada su camisa para poder ver mejor el mal causado. Introdujo una mano bajo el tejido y presiono suavemente sobre la herida. El simple roce de su mano con el corte le produjo un dolor agudo y ardiente, haciéndole aguantar la respiración una vez más.
—Ya he hecho lo que me pediste —susurró, teniendo en cuenta que Akane estaba en la cavidad contigua—. Ahora, libérame.
Un suave eco resonó en la pequeña cavidad de piedra, repitiendo sus palabras, extinguiéndose hasta el silencio. Miró al muro que había frente a ella y suspiró.
—Prometiste liberarme —pronunció en la oscuridad—. ¡Lo prometiste!
El gotear de agua rompió el silencio. Su sonido llegó a través de la caverna hasta los oídos de Ranma. Su tibia sangre se escurría entre sus dedos, produciéndole una sensación de hormigueo debida al contraste de temperatura entre su sangre y su fría piel. Se agarró más fuertemente el estómago con un escalofrío; el dolor se negaba a desaparecer.
—Ya tienes lo que querías, viejo —gruñó débilmente—. Hasta Ukyô ha podido conmigo. ¿Y si hubiera sido un Cazador? ¿Qué habría pasado, entonces?
»Sabes tan bien como yo —continuó tras una breve pausa, dirigiendo sus palabras a la oscuridad— que no podría defenderla en estas condiciones, y ella no tendría ninguna posibilidad.
De nuevo esperó, y de nuevo obtuvo el silencio por respuesta. Dejando caer los hombros, miró fijamente al suelo.
"¡Maldito!", pensó, apretando el puño de la mano que le quedaba libre. Cerró los ojos pensando en su padre; se lo imaginó allí, de pie, frente a ella, avergonzada y humillada. "Perdóname por haberme convertido en esto", dijo para sus adentros, sintiendo cómo una nube de vergüenza pendía sobre su cabeza.
—No me hagas suplicar —murmuró hacia el suelo—. Ya me has humillado bastante. Quiero luchar, pero... casi no puedo hacerlo...
—Creía que ya no querías seguir luchando. Creía que querías que todo acabara.
Ranma levantó la cabeza como un resorte, abriendo los ojos de par en par.
—Sí, antes era así... —respondió en voz baja—. Pero ahora... las cosas han cambiado. Puedo percibir algo en su interior, algo que hacía mucho que no sentía...
—Ya lo veo. Ahora piensas diferente, y puedo entender por qué. Yo también lo percibo.
—Quiero seguir luchando. Todo lo demás no importa; ha desaparecido. Luchar es todo lo que ahora me queda. No me quites eso.
—Eso no es verdad. Tienes a Akane; ella se unirá a ti, igual que las otras.
—Pero ella no es como las otras. Es... como yo solía ser. También quiere luchar. Quiere aprender sobre nosotros.
—Akane es la última. No hay más ramas en el árbol. Ella se unirá a ti.
—¿No hay más?
—No. De un modo o de otro, esta joven supondrá el fin.
—Entonces... ¡qué así sea! —respondió, levantándose sobre sus pies— ¡Estoy preparada!
—¿La entrenarás?
—Devuélveme lo que es mío —dijo Ranma con dureza— y la instruiré.
—¡De acuerdo! Está hecho. No repitas los errores del pasado, chaval.
Ranma gruñó, agarrándose más fuerte el estómago. Un intenso dolor atravesó todo su cuerpo, sintiendo cómo éste ardía desde lo más profundo de sus entrañas. Cayendo sobre una rodilla, la joven hacía esfuerzos para tomar aire. La sensación de ardor se esparció por todo su cuerpo. Podía sentir cómo las llamas la envolvían a ella y a su propia alma, arrollándose y deslizándose sobre su piel. Donde antes su piel había sido pálida, ahora brillaba con un tono radiante; donde los huesos habían sido frágiles ahora se reafirmaban sólidamente. Apartó la mano de su estómago, comprobando que ya no salía sangre de su cuerpo. La herida ya no la hacía estremecer de dolor.
Pasó su mano sobre su suave abdomen y acarició dulcemente el kanji de su piel. Cerrando un puño fuertemente, se puso en pie y lanzó un puñetazo al aire. Una sonrisa se dibujó en su cara cuando examinó su mano. La abría y la cerraba observando con satisfacción cómo los músculos de su antebrazo se tensaban y se relajaban. Miró de nuevo hacia la pared; sus ojos resplandecían con un nuevo brillo.
—¡Ah! ¡Había olvidado esta magnífica sensación!
Extendió un brazo hacia atrás y la capa se levantó desde el suelo, trepando por su brazo hasta colocarse de nuevo sobre sus hombros. Su calor corporal la abandonó una vez más, pero su cuerpo conservó aquel vivo matiz. Dándose la vuelta, se dirigió hacia el débil resplandor que entraba en el hueco proveniente de la gran cavidad contigua. Entornando los ojos, alzó su puño.
—Akane ya ha dado el primer paso. Ahora debes guiarla.
—Eso no es un problema —declaró. La determinación de esas palabras brilló con fuerza en el fondo de sus ojos—. Ranma Saotome ha vuelto.
— — —
Akane suspiró e intentó relajarse, pero las sangrientas imágenes que pasaban por su mente cada vez que cerraba los ojos le impedían hacerlo. Antes que seguir pensando en aquel combate, prefirió mantener los ojos abiertos y centrarse en el presente.
La calidez del agua envolviendo su cuerpo le pareció una sensación sorprendentemente buena, más aún teniendo en cuenta todo el tiempo que había pasado cerca de Ranma. Se preguntaba qué era lo que hacía que el aire se helara allí donde Ranma aparecía, robando incluso el calor de cualquier ser vivo que se le acercara. Fuera lo que fuese, Akane estaba dispuesta a descubrirlo.
Por el momento, su entusiasmo se dirigía a disfrutar del calorcillo que el agua le proporcionaba con su suave abrazo. El vapor que lentamente surgía el agua le recordó por un momento la bañera de su casa. Inevitablemente, sus pensamientos se dirigieron hacia su padre. Se preguntó qué estaría haciendo es ese momento, si sabría cuidar bien de sí mismo, si el dojo estaba funcionando bien y un millón de pequeñas cosas más. Quería llamarlo por teléfono, pero estaba claro que no era en aquella cueva donde iba a encontrar uno, de modo que ésto tendría que esperar.
Exhaló lentamente y miró cómo su gi flotaba en el lado opuesto del manantial. Las manchas de sangres habían desaparecido, lo cual le extrañó. Su gi ya se había manchado de sangre otras muchas veces en los diversos campeonatos en que había participado, y sabía que las manchas de sangre no salían con tanta facilidad.
Juntó las manos, retorciéndolas. Demasiadas cosas extrañas estaban pasando como para no sentirse nerviosa. Había algo raro en aquel lugar, en aquella chica...
Inclinándose hacia atrás, apoyó la cabeza en el borde de la charca y miró hacia el techo de la cueva, que pendía allá arriba, en lo alto. Aparentemente, la relajación era reacia a hacer acto de presencia. A pesar de todos sus esfuerzos, el recuerdo de la pelea volvía a su mente. Aquella chica —"¿Cómo se llamaba?"— parecía decidida a acabar con Ranma. Akane se había encontrado con algunos enemigos en su vida, pero (que ella supiera) ninguno había pretendido matarla. Intentó imaginar cómo sería vivir con alguien que quiere matarte, pero no lo consiguió, como tampoco era capaz de imaginarse a sí misma sacándose una espada clavada en el estómago como si tal cosa. No era médico, pero no creía que fuera posible perder tal cantidad de sangre y quedarse como si nada. No sabía cuanta sangre contenía el cuerpo humano, pero no debía ser mucha más que la que Ranma había perdido en la batalla.
A pesar de lo desagradable que era aquella imagen grabada en su mente, tenía que admitir que estaba intrigada por el hecho de que Ranma siguiera con vida tras recibir un golpe como ese. Sin duda alguien con esa capacidad tenía que ser un luchador formidable. Quizá Ranma pudiera enseñarle el secreto. En ese momento se alegró de que Ranma estuviera de su parte y no en su contra. Sin embargo, había un insistente pensamiento que rondaba por la cabeza y que se negaba a desaparecer: si una espada clavada en el estómago no había podido con Ranma, ¿qué podían hacer los tales "cazadores" para intimidarla? Se estremeció sólo con pensarlo, y decidió devolver sus pensamientos hacia su padre y su casa. Intentó imaginar que estaba en su bañera tras un día de entrenamiento.
Cruzando los brazos sobre el estómago estiró las piernas, deslizando los pies sobre el fondo de la charca. La tibia fricción de las piedras rozando con las plantas de sus pies resultaba inmensamente placentera. Cerró levemente los dedos de los pies y sonrió, arqueando suavemente la espalda. Entonces, uno de sus dedos rozó con algo que había en el fondo del manantial. Levantó la cabeza mientras seguía palpando con el pie aquel pequeño abultamiento que parecía no ser una piedra. Se sentó e intentó mirar a través de la superficie del agua, pero no pudo ver qué era aquello.
Su curiosidad pudo con ella, e inclinándose hacia delante se sumergió bajo el agua apretando fuertemente los ojos. Su mano palpaba el fondo a ciegas intentando encontrar aquel objeto. Tuvo la impresión de que la oscuridad que la rodeaba bajo el agua estaba durando una eternidad. "¿Dónde diablos está?". Con los pulmones a punto de estallar, estaba a punto de darse por vencida cuando sus dedos rozaron el suave objeto. Cerrando la mano a su alrededor tiró del objeto, liberándolo de entre las rocas con un esfuerzo mucho menor de lo que había esperado.
Sacó la cabeza fuera del agua en busca de respiración. Gotas de agua se deslizaban sobre su cara y se escurrían de su pelo. Sacudió la cabeza a un lado y a otro para desprenderse del exceso de agua en su pelo y en sus ojos.
Akane tomó una gran bocanada de aire. Cuando su respiración volvió a la normalidad, miró el objeto que tenía en su mano, que aún permanecía bajo el agua. Se trataba del mango de una espada, apenas más largo que dos veces la anchura de su mano. Era negro y suave y estaba frío al tacto, en crudo contraste con el agua que rodeaba su mano.
"¿¡Pero qué...!?" se preguntaba, mirando con confusión aquel mango. "¿Cómo ha llegado esto hasta aquí?".
Akane sacó lentamente el mango del agua y lo que vio la dejó completamente perpleja: el agua seguía al mango. En el lugar en el que debería haber estado la hoja de la espada se levantó una columna de agua conectada al oscuro mango. Levantó aún más la espada, sacándola completamente del agua. Al sacarla, el nivel de ésta descendió ligeramente en la charca.
La superficie translúcida de la hoja se ondulaba suavemente como la superficie del agua. Akane era incapaz de articular palabra. Podía ver el suave reflejo de su cara de asombro sobre la espada.
—¿Qué es esto...? —murmuró, acercando su otra mano para tocar la hoja con cautela. Su dedo presionó sobre la hoja y apareció en el otro lado, atravesándola. Akane esperaba, no muy convencida, que la hoja estuviera hecha de algún metal extraño pero, para su sorpresa, la espada resultó estar hecha de agua, de agua fría como el hielo.
Retiró rápidamente el dedo y giró el mango en su mano para examinar la espada más de cerca. Era fina, con una ligera curvatura y uno de sus bordes parecía estar afilado. La curiosidad le hizo acercar un dedo al borde afilado, preguntándose cómo era posible que el agua pudiera formar tal filo, pero el sentido común se impuso y retiró la mano.
—Veo que ya la has encontrado. —La voz de Ranma resonó en las paredes de la cueva.
Akane se giró, sobresaltada. Ranma estaba allí, de pie. La capa se arremolinaba sobre la figura de la pelirroja.
—Esto de interrumpir tus baños ya parece una costumbre —dijo Ranma, sonriendo—. Perdona.
De pronto, Akane empezó a tiritar. Se miró y vio que tenía la piel de gallina; estaba helada hasta los huesos. La espada la había cautivado de tal forma que ni siquiera se había dado cuenta.
—¿Qué... qué es...?
—¿Esa espada? —Ranma completó la frase de Akane—. Esa, Akane, es la espada ancestral de tu familia.
—No... no sabía que mi familia tuviera una espada —murmuró Akane, devolviendo de nuevo su atención a la acuosa arma. La hoja líquida parecía llamar a Akane con el leve zumbido que emitía cada vez que Akane la movía a un lado y a otro. La acercó a su cara y la miró escudriñándola concienzudamente.
—Shoryoutensei... —murmuró.
—Sí —reconoció Ranma, asintiendo con la cabeza, sacando su espada de debajo de su capa a continuación—. Tu espada y la mía son afines. Elegante, ¿verdad?
Akane asintió atontada, con la mirada perdida en las profundidades de la historia de su familia. Se preguntó por un momento cómo había sabido el nombre de la espada. Apartando los ojos de su Hoja, dirigió una mirada a Ranma llena de interrogantes. Se dio cuenta de que la espada de ésta ahora tenía distinto aspecto. Si bien antes parecía relativamente normal salvo por la blancura del metal, ahora destellaba como una llama en la que pequeñas lenguas de fuego blanquecino bailaban sobre los bordes.
—Tu espada... ha cambiado —dijo Akane con total asombro.
—Sí, ha cambiado —respondió la otra, asintiendo.
—Ranma —dijo Akane con firmeza, afirmando su agarre sobre el mango de Shoryoutensei—, dime qué es lo que está pasando aquí. Ya basta de secretos.
—Muy bien —acordó Ranma—. Sal de ahí y ponte algo de ropa encima. Una bañera no es lugar para jugar con una espada.
— — —
—Probablemente te estés preguntando muchas cosas —dijo Ranma, haciendo girar a Garyoutensei en círculos junto a ella alrededor de su mano —, sobre mí, sobre qué es lo que está pasando.
—¡Ya puedes decirlo! —respondió Akane, escurriéndose el agua del pelo. Se inclinó hacia el suelo para alcanzar una camisa, se la puso sobre sus hombros aún húmedos y empezó a abotonarla.
—Para decirte la verdad, se trata de una historia muy larga —continuó Ranma. Cesó de dar giros a la espada y la agarró, cruzándola por delante de ella y, trazando un preciso arco frente a ella, avanzó un paso. El pisar de su pie resonó suave y apagado en toda la caverna.
—Si te contara todo el asunto, te harías vieja antes de que hubiera acabado —dijo al tiempo que avanzaba su otro pie y volvía a trazar otro arco—, de modo que tendré que resumírtelo. Espero que no te importe.
—Cualquier explicación será mejor que lo que sé ahora —afirmó Akane mientras se subía unos vaqueros hasta las caderas. A continuación sacudió la cabeza y cientos de gotas de agua salieron volando en todas direcciones.
—Hum... —vaciló Ranma, viendo cómo algunas de esas gotas alcanzaron la hoja de Garyoutensei. Se oyó levemente cómo el agua se evaporó dejando tras de sí pequeñas trazas de vapor que surgían de la ardiente hoja. Ranma hizo rodar la Hoja alrededor de su mano, agarrándola de nuevo tras haber descrito un círculo completo. Dándose la vuelta, se palpó la barbilla con la mano que le quedaba libre—. ¿Por donde empiezo?
»Dos dragones... —dijo Ranma tras un momento de silencio, mirando a Akane sobre su hombro. Se alejó caminando hacia la pared más alejada, midiendo cada paso del mismo modo que medía cada una de sus palabras—. Hermanos, en realidad; Ryukyu, un dragón rojo nacido del fuego y las cenizas, y Ryujin, un dragón azul salido de las aguas del océano.
—¿Qué pasa con ellos? —preguntó Akane, inclinándose para coger del suelo a Shoryoutensei.
—Cuenta la leyenda que los dos hermanos eran rivales. Competían el uno con el otro intentando demostrar quién era el mejor. Ryukyu sentía celos de las habilidades de Ryujin para crear vida; Ryujin temía el poder de Ryukyu para destruirla.
»Ambos se enfrentaron en duelo a lo largo de los siglos luchando como grandes rivales. Supuestamente, Ryujin hirió a Ryukyu dejándolo ciego de un ojo en una de sus luchas, pero Ryukyu nunca fue capaz de devolverle el golpe.
»Nunca pararon de luchar, hasta que un día, finalmente, sus peleas llegaron a su fin. Supongo que era inevitable. El espíritu de un dragón puede vivir para siempre, pero su cuerpo no. Ryukyu mató a Ryujin, pero mientras Ryujin moría pudo sorprender a Ryukyu con un último ataque que también acabó con su vida. Ryukyu cayó muerto en lo que más tarde sería Okinawa, y su cuerpo ardió en llamas, abrasando la tierra bajo su cuerpo. Desde entonces nada ha podido crecer allí; ni hierba, ni árboles, ni nada.
»Ryujin yacía cerca, desangrándose, y mientras veía morir a su hermano se lamentaba por haber caído en la naturaleza de su hermano y haberse llevado una vida en lugar de crearla. Había perdido su honor, y lo único que podía era morir con su vergüenza. Lloró por su desgracia, y sus lágrimas formaron un pequeño lago.
—¿Okinawa? Leí sobre el Reino de Ryukyu hace un par de años...
—Coincidencia, supongo —dijo Ranma, sonriendo—. Supuestamente es un paraje bastante extraño; un lago de agua pura y cristalina rodeado de tierra seca y sin vida.
»Nadie se acercó a los restos de los dragones hasta casi mil años más tarde, cuando un caudillo los encontró, allá por el siglo XII. El caudillo ordenó a su maestro armero que forjara un arma infundida con la esencia de los dragones. Deseaba que el poder de los dragones le ayudara a conquistar Okinawa y, presuntamente, Japón.
»Los hombres tenían miedo de los restos de los dragones, pero ninguno se atrevía a oponerse a la voluntad del caudillo, temerosos de su ira. Sin embargo, uno de ellos pensó en la manera de darle al caudillo lo que quería, pero saboteando sus planes de conquista al mismo tiempo; en lugar de crear un arma, el hombre creó dos. Una a partir de Ryukyu y otra a partir de Ryujin. Dos espadas parecidas en su aspecto, pero opuestas en su esencia; una espada de fuego y otra de agua.
Ranma alzó su espada.
»Garyoutensei, una espada de conquista, y Shoryoutensei, una espada de defensa —concluyó, señalando con un gesto de su cabeza a la espada en la mano de Akane.
—¿Cómo detuvieron al caudillo? —preguntó Akane, inspeccionando su propia espada.
—Puesto que los dragones eran rivales, también lo eran las espadas. Si alguien las sostiene al mismo tiempo, la esencia de los dragones continuará librando su batalla dentro del cuerpo de esa persona. Imagino que no es una manera agradable de morir —señaló Ranma, viendo cómo Akane se apartaba la espada rápidamente de la cara—. El caudillo lo sabe, pero no puedes preguntarle a un muerto. Puesto que las espadas no pueden utilizarse juntas, tampoco es posible usarlas para defender lo que con ellas se ha conquistado.
—¿Y esperas que me crea...? —Akane se interrumpió. Un día antes, si le hubieran preguntado si existían o no los dragones, se habría reído, pero después de ver una espada que ardía, una espada líquida y una chica que sobrevivía a una estocada en el vientre (aunque se tratara de una espada corriente), Akane empezaba a acostumbrarse a lo absurdo. De pronto, la idea de un dragón rondando por La Tierra no le parecía tan extraña.
—Mmmh —dijo Ranma, dejando que las palabras de Akane quedaran en el aire—. La historia es lo de menos; lo relevante es que yo estoy sosteniendo a Garyoutensei, y ahora tú estás sosteniendo a su gemela.
Akane miró su espada con su confusión dibujada en su cara.
—¿Es esto tras lo que van los Cazadores? ¿Las espadas?
—Sí, pero no creo que se trate tan sólo de las espadas —respondió Ranma—. No sé muy bien porqué, pero te persiguen a ti, igual que perseguían a tu madre.
—¡Qué procuren acercarse! —gruñó Akane, muy seria—. Si creen que van a poder matarme, se llevarán una sorpresa.
—Sí, desde luego que sí.
—¿Por qué no me hablaste de esta espada antes?
—Ya sé que hasta ahora he estado algo distante contigo. Lo siento —se disculpó.
—Es un modo de decirlo —apuntó Akane—. También podríamos decir que hasta ahora no me habías contado nada en absoluto.
—¡Hey! ¡Te conté muchas cosas! —protestó la pelirroja—. Garyoutensei es una espada infundida con fuego, tal como te dije. Su verdadera esencia es el fuego. De alguna manera, es fuego. Lo mismo pasa con tu espada y con el agua.
»Estas espadas han pertenecido a nuestras familias durante casi novecientos años. Los Saotome desarrollaron técnicas relacionadas con el fuego, mientras que los Tendô parecen ser afines al agua.
—¿¿Me tomas el pelo?? —preguntó Akane, horrorizada—. ¡Odio el agua!
—¿Qué quieres decir?
—Pu-pues... que... ehm... —tartamudeó Akane, dirigiendo su mirada al suelo al tiempo que se ponía colorada—. Pues que... no se me da muy bien... nadar. ¡Ah, qué vergüenza!
—¿De verdad? —preguntó con curiosidad—. ¿Quieres que yo te enseñe?
—¿Lo... lo harías? —Akane se mostró sorprendida.
—¡Claro! —contestó Ranma encogiendo los hombros—. No puedo dejar que ahora mi aprendiz tenga miedo al agua, ¿no?
—Pues... supongo que no —dijo Akane poco convencida, rascándose la nuca nerviosamente—. Ehm... Gr-gracias.
—Pero antes... —dijo Ranma, apuntando a Akane con Garyoutensei— ...¡vamos a ver qué tal se te da manejar a Shoryoutensei.
— — —
—¿Estás segura...de que quieres hacer esto? —preguntó Shampoo dócilmente, pareciendo tener dificultad para reunir el coraje suficiente para hablar.
—Sí —dijo Ranma, desenvainando la espada y dejando la vaina en el suelo—. Pudiste con mi viejo, y pudiste conmigo. Quiero aprender todo lo que sepas sobre lucha a espada.
—Bueno... En realidad no te vencí con mi espada. —Shampoo lidiaba con sus palabras, mirando a su bisabuela en busca de apoyo, pero era inútil; la joven palideció bajo la fría mirada de la anciana. La verdad dicha, Shampoo no pensaba que tuviera nada que enseñarle a la joven de la trenza 1. Había salido victoriosa de su anterior batalla gracias a su arco, y Ranma no parecía en absoluto interesada en aprender a usar ese arma. Todo su interés se centraba en el uso de la espada.
1 N. del T: Una vez más la autora comete un error al referirse a "la pelirroja" en esta parte de la historia. El error ha sido corregido en la traducción.
Por otro lado, no quería enfrentarse a Ranma de nuevo. La vez anterior estuvo a punto de perder, y no era tan tonta como para creer que la venció gracias a sus habilidades. Sólo la suerte la salvó aquella vez, y no quería abusar de su suerte.
El meollo de la cuestión, sin embargo, era que ella no tenía muchas opciones en lo concerniente a aquel asunto. Estaba ligada a Ranma por una deuda de honor, y su tribu no aceptaría otra cosa que no fuera total obediencia hasta que la deuda estuviera pagada.
Shampoo dejó escapar un suspiro.
—De acuerdo. Te... enseñaré.
—¡Muy bien! —dijo Ranma con entusiasmo al tiempo que sacaba a la radiante Garyoutensei de su vaina 2—. ¡Vamos allá!
2 N. del T: La autora comete un error al hacer desenvainar a Ranma de nuevo, pues hace apenas unas líneas ésta ya había desenvainado.
— — —
—Podrías pasarte toda la vida estudiando tu espada sin llegar a comprender todo lo que encierra —explicó Ranma—. Por desgracia, nosotras no tenemos tanto tiempo, así que empezaremos por lo más básico y luego ya veremos cómo seguimos.
»Lo primero que has de recordar cuando luchas con una espada es que no estás en una lucha desarmada —dijo Ranma llanamente, apuntando a Akane con su espada. Ésta se limitó a asentir con la cabeza guardando su posición a cierta distancia, sin decir nada.
»Esto puede parecer obvio, pero sostener una espada afecta a tu equilibrio, tus movimientos y tus reacciones más de lo que te imaginas —continuó Ranma. Sacudiendo los hombros se quitó la capa, dejándola caer al suelo como si fuera una cortina de agua. Una vez más, la negra capa formó una especie de charco a los pies de la pelirroja—. En cuanto te familiarices con tu espada empezarás a sentirla como si fuera una extensión de tu cuerpo —continuó, dando un tajo al aire en diagonal con un rápido movimiento—. La meta es que consigas encontrar esa sensación y que la perfecciones hasta el punto en que notes que la espada forma parte de ti. Tu voluntad, tu espada y tu cuerpo actuando como un todo: ese es el primer paso que debes dar.
»Shoryoutensei se convertirá en parte de ti mucho más que cualquier otra espada que empuñes o que hayas empuñado. Debes imponerle tu voluntad con firmeza, controlarla, o ella te controlará a ti. Tienes que actuar con decisión, incluso en batallas envueltas en incertidumbre. No hay espacio ni para las dudas ni para los errores. Confía en ti misma. Sé una con tu espada y tú serás su sensei. De lo contrario, te convertirás en su esclava. Ten esto presente siempre. ¡Siempre! Y ahora ¡empecemos!
— — —
—Tu postura es buena —observó Shampoo—. Tus pies están un poco juntos, pero por lo demás está bien.
—Mi viejo me enseñó algunas cosas —dijo Ranma con impaciencia—. No necesito que me las recuerden.
— — —
—Te enseñó bien —dijo Ranma, asintiendo—. No está mal para una principiante. ¡Bien! Esto nos ahorrará algo de tiempo.
—Gracias —respondió Akane, mostrando algo parecido a una sonrisa. Le gustaba que alguien más aparte de su padre alabara sus habilidades.
Lo cierto era que había pasado muchas horas con su padre en el dojo practicando los fundamentos de la lucha con espada: postura, empuñadura, movimientos, golpes... La mayor parte de su vida se había dedicado a las artes marciales sin armas, pero cuando cumplió los quince su padre empezó a poner énfasis en el uso de armas en combate, particularmente en el uso de espadas.
Las primeras lecciones se centraban en armas como el bo, el tonfa y el sai. Aprendió la base del manejo de estas armas sin dificultad, pero no disfrutaba ni obtenía satisfacción alguna con su uso. En cambio, cuando empezaron las lecciones del uso de la katana, para su sorpresa, Akane comenzó a disfrutar de aquellas lecciones. Cuando su padre decidió volver a los estilos de lucha sin armas tuvo que soportar las vehementes protestas de su hija.
Shoryoutensei le pareció ligera, rápida y fácil de manejar tras practicar algunos movimientos básicos. Le llamó la atención que la espada parecía casi invisible; era casi como si estuviera manejando solo una empuñadura.
—¿De verdad voy a poder cortar algo con esto? —preguntó mirando la acuosa hoja. Pensaba que cuando intentara golpear algo, lo más que conseguiría sería mojarlo.
—Prueba, ¡y verás! —sugirió Ranma, señalando a la pared más próxima—. Arréale un buen golpe y mira lo que pasa. No creo que se rompa.
— — —
Agua.
Una figura solitaria, silenciosa e inmóvil, en pie rodeada por las rítmicas olas.
Como un pozo sin fondo de inmenso poder, un remolino se abrió girando vertiginosamente sobre sí mismo. El aire se hizo denso, mezclándose con la pulverizada agua marina. Un aura de profundo color azul apareció alrededor de la pétrea figura mientras el viento se esforzaba por barrerla del lugar con un aullido desesperado.
La figura avanzó levantando sus brazos y, con ellos, el frío ciclón, separando así el aire del agua con facilidad.
Una columna de agua se levantó hasta alcanzar las manos de la figura, atravesándolas como si fueran las manos de un espectro, cruzando así a través del mismo vórtice de la tempestad hasta el centro del torbellino de aire.
Un poderoso golpe de agua se elevó por el centro del tornado calmando los vientos a su paso.
Tomando velocidad, la columna de agua subió hacia el cielo, atravesando las oscuras nubes, dejando que un glorioso rayo de sol las rasgara para iluminar así con brillo radiante a la figura que permanecía allá abajo.
En su cara se dibujó una sonrisa, y las aguas bajo ella se calmaron.
— — —
—No está mal, para ser principiante...
Akane buscó aire, escupiendo agua con cada golpe de tos. Tenía los ojos como platos ante la visión del cavernoso tajo que había aparecido en la antes inmaculada pared. Había sido todo tan rápido... Su espada atravesando la roca como si fuera una cuchillo caliente atravesando mantequilla; el brillante destello de la piedra; el crujido que resonó en sus oídos como un disparo de arma de fuego; el intenso frío que la tiró de espaldas; la repentina y violenta explosión de agua que se produjo cuando la roca se despedazó ante sus ojos.
Ranma se arrodilló junto a su compañera, tendiéndole un mano. Ésta la tomó, atontada, poniéndose en pie con ayuda de Ranma sin dejar de mirar a la pared. De la raja goteaba agua fría que se acumulaba formando un charco en el suelo, como sangre transparente brotando de una herida. Akane, pálida y temblorosa, se acercó a la pared y, con cautela, tocó la roca con la palma de si mano.
—Pero... ¿Pero cómo...?
—Shoryoutensei —dijo Ranma llanamente, mirando a la empapada Akane—. Convierte en agua todo lo que toca.
Akane, con el agua goteándole del pelo, intentó articular sus palabras, pero fue absolutamente incapaz.
—Ahora ya lo has visto. —Ranma agarró a Akane por los hombros y la miró frente a frente—. Debes aprender a controlarla.
— — —
Ranma se sentaba en silencio escuchando los suaves sonidos del bosque y el cantar del agua del arroyo que había junto a ellas. Un sonoro siseo llenaba el ambiente, haciéndole mostrar una mueca de dolor. Sentía su sangre correr helada por sus venas a causa del profundo sentimiento de culpa.
—Lo... Lo siento —se disculpó, mirando por encima de su hombro—. No tenía intención.
Shampoo estaba arrodillada junto al arroyo con su brazo derecho sumergido en el agua. Apretando los dientes, se miraba el tajo de carne chamuscada que recorría su brazo intentando ignorar tanto como podía el ardiente dolor que atravesaba su piel como si se la hubieran desgarrado con un garfio al rojo vivo.
—No importa —acertó a decir, mirando su malogrado brazo con dolor. Apretó el puño y comprobó para su alivio que al menos aún podía mover la mano—. Los accidentes ocurren.
—No acostumbro a maltratar a chicas. —Ranma se movía nerviosamente sobre la hierba—. Últimamente... mi vida ha sido un poco... rara.
—No tienes porqué disculparte —respondió la amazona apretando los labios.
Sacó el brazo del agua y se miró la piel, que empezaba a tomar un enfermizo color gris. Rápidamente rasgó una tira del tejido de sus ropas para utilizarla a modo de vendaje alrededor de la herida.
—Supongo que no me crees, pero de verdad que no era mi intención —insistió Ranma, en voz baja.
—Lo que yo crea no importa. Si quieres rajarme, rájame; si quieres matarme, mátame. No te detendré.
—¿Es así como te sientes? —preguntó Ranma volviendo su vista hacia Shampoo—. ¿O es que la vieja te ha dicho que es así como debes sentirte?
—Es lo mismo —afirmó Shampoo, mostrando enfado. Su voz se convirtió en un furioso susurro—. Maté a tu padre. ¡Le clavé una flecha en el pecho que le hizo sangrar hasta morir! ¡Ahora intenta decirme que no tienes ganas de matarme!
—¡Por supuesto que tengo ganas! —gritó Ranma, poniéndose en pie de un salto. Diligente y furiosa se acercó al arroyo, a Shampoo, quien no intentó apartarse—. ¡Yo quería a mi padre y tú me lo quitaste!
—Entonces ¡hazlo! —la desafió Shampoo—. ¡Véngate! ¡Acaba conmigo!
Ranma miró a la amazona, que seguía arrodillada en el suelo. Sus ojos ardían de rabia y su mano se abría y se cerraba sobre el mango de Garyoutensei. Empezó a desenvainar su espada, pero se detuvo. Dando la espalda a Shampoo, dijo:
—¡No! ¡Mierda! Eso es lo que tú quieres que haga. El viejo está muerto, y matándote no conseguiré nada. No soy un asesino 3, por mucho que tú quieras que lo sea.
3 N. del T: Este traductor ha preferido que, de momento, Ranma siga refiriéndose a sí misma como si aún fuera un hombre. Más adelante esta actitud cambiará. Que no se sorprenda el lector por este hecho.
—¿Es así como te sientes? —preguntó furiosa—. ¿O es que tu padre te dijo que era así como debías sentirte?
Ranma se alejó, bufando, sentándose de nuevo en el lugar en que había estado. Dejándose caer al suelo, intentó ignorar a Shampoo. Ésta, por su parte, dejó escapar un suspiro y devolvió su atención a su brazo. Sus dedos empezaban a entumecerse y su piel se enfriaba. Quizá las advertencias de su bisabuela fueran ciertas, después de todo.
—Solo has necesitado una semana para ganarme con la espada —dijo sin levantar la vista—. Ya no tengo nada que enseñarte.
—Entonces tu deuda está pagada —dijo Ranma, inexpresiva—. Te llevaré al pueblo. Allí podrán mirarte esa herida, y ahí nos separaremos.
—¿Qué? —preguntó, sorprendida. Se puso en pie y miró a Ranma.
—Me voy. Me vuelvo a Japón.
—Y yo me voy contigo —respondió la amazona sin pensarlo dos veces.
—No, no vienes.
—Sí, ¡si voy! ¿Crees que mi deuda queda pagada con una cuantas lecciones de esgrima? Desobedecí a mi bisabuela, y no me iré hasta que no haya recuperado mi honor.
Ranma se encogió de hombros.
—Pues lo siento, pero yo me voy, y tú te quedas.
—¿Por qué? ¿Por qué te vas? —la interrogó Shampoo, acercándose a Ranma con el brazo aún plegado sobre su pecho—. ¿Qué es tan importante como para que te vayas ahora?
—Mi padre me dijo que tenía que volver. Tengo algo que hacer en Japón.
—Entonces sigues los deseos de tu familia. ¡No me hagas ir en contra de los deseos de la mía! —dijo Shampoo, interponiéndose a Ranma.
Ranma suspiró con enfado, mirando a los suplicantes ojos de Shampoo. Ranma dejó caer los hombros; el enfado había dejado paso a la compasión. No le hacía ninguna gracia, pero... no tenía elección.
—¡Maldita seas!
— — —
—Esta herida es seria —observó Cologne, palpando con delicadeza el brazo de la joven, cuidando de no tocar la quemadura—. No puedo hacer mucho al respecto. La espada maldita es demasiado peligrosa como para utilizarla en un entrenamiento.
—Solo me dio en el brazo —suspiró Shampoo—. Si me hubiera alcanzado en el cuello...
—Deja de desear la muerte —la regañó Cologne, apartándose en dirección al fuego que ardía en el centro de la cabaña. Sacó de su capa un pequeño tubo lleno con un líquido y lo sostuvo sobre las llamas, viendo cómo éstas parecían acariciarlo—. La vida es un don, no una carga.
—Al menos la muerte acabaría con mi tortura. No quiero ir con Ranma, pero ¿qué opción me queda?
—Ninguna. —Cologne seguía agitando el tubo suavemente—. Ambas sabíamos que Ranma querría irse antes o después. Debes buscar el lado positivo de esta experiencia. Aprende de Ranma. Te hará bien conocer el mundo y las costumbres de fuera de este pueblo.
—Pero...
—Además, —continuó Cologne—, debes tener un ojo puesto en Ranma. Es peligrosa.
—Lo sé —respondió Shampoo alzando su brazo herido—. Una parte de mi desea que... ¡"jala la hubiera matado!
—Lo sé, pequeña —dijo la anciana, solemne—. Y estoy segura de que Ranma a veces piensa lo mismo.
—Entonces, ¿por qué no...?
—¿...Matarla? —lanzando una breve mirada por encima de su hombro—. ¿Es eso lo que sugieres?
—Bueno...
—¿Y crees que podrías vivir con ello? ¿Matar a una chica que cuyo único crimen fue tener a un loco por padre?
Shampoo se tocó el brazo, mirándolo, incapaz de dar una respuesta. Como de costumbre, su bisabuela tenía razón.
—Ranma no ha matado a nadie. Toda la culpa es de la espada maldita, cuyo peso ha sido descargado sobre esa pobre desgraciada. Probablemente, la espada acabará destruyéndola.
—¿Destruyéndola?
—Aha —asintió Cologne—. Y si no vas con cuidado, podría destruirte a ti también.
Se hizo el silencio entre ambas mientras Shampoo pensaba en las palabras de Cologne.
—¿De verdad es algo tan... tan malo? —preguntó al fin.
—Esa joven es portadora de una Hoja de Diente de Dragón, Shampoo. Es una responsabilidad enorme, y temo que Ranma aún no esté preparada para manejarla. Es por eso por lo que tú debes estar con ella.
—¿Piensas que yo sí podría? —preguntó Shampoo al tiempo que Cologne se dirigía a ella con el tubo en la mano.
—No, tú tampoco podrías —respondió la anciana, vertiendo el líquido sobre una estrecha tira de tejido—. Jamás toques la espada. No traerá más que muerte. Limítate tan sólo a vigilar a Ranma. Haz lo que te diga, pero recuerda que tú serás los ojos y los oídos de las amazonas en Japón. Si fuera necesario, volverás a China para hacerme saber cuál es la situación. Debes mantenerme informada.
—De acuerdo —suspiró Shampoo, resignada a su destino. Hizo una mueca de dolor cuando Cologne le aplicó el vendaje—. ¡Ay! Duele...
—Con frecuencia, la vida es dolor, pequeña —concluyó la anciana, afirmando el vendaje.
— — —
—Japón está hacia allí, al otro lado del Mar del Este —dijo Ranma señalando al horizonte. Las cálidas aguas del océano le mojaron los dedos de los pies mientras miraba en la distancia.
—¿Cómo llegaremos? —preguntó Shampoo, encorvada por el peso de las provisiones que cargaba en su mano izquierda. Su mano derecha ya no estaba entumecida, pero no quería cargarla a menos que fuera necesario.
Ranma se encogió de hombros.
—Del mismo modo en que llegué aquí: nadando.
— — —
Una fina llovizna caía sobre el bosque. Las finas gotas de agua atravesaban el aire para caer al suelo con suavidad. Por un hueco entre las nubes se asomó la luna llena, proporcionando un etéreo brillo a las gotas de lluvia con su luz lechosa.
Una figura solitaria caminaba sobre el manto de hierba que se estaba convirtiendo rápidamente en un barrizal. Envuelta en una sedosa capa negra, la figura se confundía por momentos con las sombras, adentrándose sin esfuerzo en la noche. Dos atentos ojos resplandecieron en contraste con la oscura figura; la pálida luz de la Luna los iluminó mientras exploraban el denso follaje a un lado y a otro.
Ni la lluvia ni el barro ralentizaban en su búsqueda al dueño de aquella figura que se deslizaba metódicamente entre los árboles, silencioso y casi invisible. Llegando a un claro, se detuvo al detectar un trémulo destello de luz. Ante él, medio sumergida en un charco, una espada brillaba con la luz de la Luna. La figura se acercó a ella arrastrando su capa sobre el suelo embarrado, capa que parecía tragarse las gotas de agua que alcanzaban su negro tejido del mismo modo que las gotas de lluvia se confunden en el océano.
La figura se hincó una rodilla junto a la espada mirándola fijamente. Una mano pálida salió de debajo del oscuro manto. Una trenza negra como el azabache se descolgó hasta tocar el barro sin que su propietario se diera cuenta. Finos dedos se cerraron alrededor del mango de la espada. El charco de lluvia se congeló instantáneamente en el momento en que la figura tocó el mango de la espada. Con un suave tirón, la sacó de la amalgama de hielo y barro. Levantándose lentamente, dejó que la luz de la Luna iluminara la hoja y la miró más de cerca.
Ocultando la espada bajo la espectral oscuridad de su capa, la figura se dio la vuelta y se apartó del hielo. Suavemente presionó con su mano el lado de su cabeza.
—Como sospechaba... —dijo suavemente—. Aunque parece que Kuonji ha podido conmigo aquí. Eso significa que la pequeña no está sola. ¿Qué desean que haga?
La lluvia se hizo más intensa con la llegada de nuevas nubes negras cargadas de agua que taparon el cielo y oscurecieron la Luna. Su frágil luz fue completamente capturada por las nubes, sumiendo todo el bosque bajo las sombras.
—Muy bien. ¿Y qué hay de Piel de Agua?
Un viento fuerte y helado silbó atravesando los árboles, llevándose consigo cualquier atisbo de calor, robándolo del suelo, de las plantas y los árboles, desde el mismo corazón del bosque. El suave sonido del agua al caer al suelo se convirtió en el duro golpeteo del granizo al impactar contra el suelo helado.
—Como deseen. Así será. Me pondré en contacto con ustedes.
Apartándose la mano de la cabeza y dejándola caer a un costado, la figura se dirigió al centro del claro. Todo iba como estaba previsto; tan solo quedaba finalizar la misión.
—Finalmente has despertado. Bienvenida a casa, Madre.
天 T E N
humano. ya. com / sp-TEN
(Para acceder la web de TEN en castellano tenéis que eliminar los espacios y cambiar el guión " - " por "guión de subrayado").
