天 T E N

Un fanfic basado en Ranma 1/2

escrito por R. E.

traducido por karburator

e ilustrado por Irka

CAPÍTULO QUINTO

"Piel de Agua"

(Título original: Waterskin)


—Bien —dijo Ranma, alargando las vocales—. Estás aprendiendo deprisa.

Akane agradeció el cumplido con un susurro entre dientes ala tiempo que se agachaba para esquivar un potente tajo que cortó el aire en el lugar en que había estado su cabeza. Volvió a enderezarse buscando su equilibrio. El sudor le caía sobre los ojos y sus brazos y sus piernas acusaban el cansancio a causa del largo entrenamiento.

La pareja había estado entrenando durante horas, tantas que Akane había dejado de contarlas hacía rato. Su concentración se dirigía principalmente a mantener despierta a su soñolienta mente, que parecía intentar flotar separándose del cuerpo. Este hecho no pasó desapercibido para Ranma.

—Deberíamos parar —dijo la pelirroja bajando la espada. Se inclinó levemente en reconocimiento al avance de Akane en el manejo de la espada—. No tiene sentido que te mate de cansancio por forzar tu entrenamiento, ¿verdad?

—Eso creo —jadeó Akane, intentando ocultar su cansancio. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, su alivio se hizo patente en su cara.

—Manejas a Shoryoutensei con elegancia —comentó Ranma, apoyando la punta de su arma sobre la Hoja de Akane. El roce de ambas armas produjo un siseo que recorrió toda la caverna al tiempo que una pequeña nube de vapor se elevaba sobre el punto de contacto—. Pareces tener un talento natural.

Akane respondió entre fuertes jadeos:

—Pues yo... yo no... diría tanto...

Ranma apartó la espada y la envainó, ocultándola bajo la profunda oscuridad del manto que la envolvía. Akane, tras ver desaparecer la Hoja, fijó su mirada sobre la cara de la pelirroja. Sintió momentáneamente una ligera irritación al ver que su compañera parecía más fresca que una rosa, como si aquella sesión de entrenamiento no hubiera tenido lugar.

—¿Cómo lo haces?

—¿Hacer? ¿El qué?

—Ni siquiera estás cansada —dijo Akane, señalándola con un gesto—. Es como si no hubieras hecho nada.

—Llevo entrenando más tiempo que tú. No puedes pretender empezar la casa por el tejado.

—Me siento como si hubiera estado moviendo esta espada de un lado a otro sin aprender nada —se quejó Akane.

—¿Estás segura? —preguntó Ranma, alejándose de su aprendiza. Caminó rodeando la charca más próxima al tiempo que emitía un zumbido, pensativa. Estando Akane totalmente desprevenida, Ranma tomó una piedra del suelo con un rápido movimiento y la lanzó con velocidad alarmante hacia donde estaba la otra joven.

Akane alcanzó a ver un pequeño objeto gris un instante antes de que sus instintos reaccionaran haciéndole cerrar los ojos y cubrirse para evitar la pedrada en la cara. Sin embargo no hubo impacto alguno. En vez de eso, Akane se sintió sorprendida al sentirse salpicada por agua fría en la cara. Tosió sacudiendo la cabeza a causa del agua que le entró por la nariz y abrió los ojos. Su espada eclipsaba su vista, y entonces se dio cuenta de que sus manos estaban sujetando la Hoja frente a su cara para protegerse.

—Pues yo creo que lo haces bastante bien...

—Pero... ¿Cómo he...? —tartamudeó Akane, mirando a Shoryoutensei con bastante respeto mientras se la apartaba de la cara.

—Tú querías detener el pedrusco —comenzó a explicar Ranma—. La Hoja percibió esa intención y la convirtió en una acción. La espada, la mente y el cuerpo actuando como si fueran uno. Eso es lo que estás empezando a aprender, aunque no lo supieras en el momento.

Akane sopesó las palabras de Ranma mientras observaba las pequeñas ondas que se formaban en superficie de la Hoja. Ni siquiera había sentido cómo la espada se movía, aunque así lo había hecho, en un instante, para defenderla.

—En tu mente estaba la intención, y la espada actuó según esa intención parando la piedra. Las Hojas actúan únicamente por la intención, y no por casualidad ni por accidente.

—¿Qué quieres decir?

Ranma se levantó sobre sus pies y se dirigió hacia donde estaba Akane sacando a Garyoutensei de debajo de su capa. Alzó su Hoja y la descargó a toda velocidad hacia su otro brazo. Akane apartó la vista, se tapó la cara con las manos y gritó sabiendo lo que iba a pasar.

—¡AAAH!

—Mira —dijo Ranma mostrando su brazo. Sorprendentemente, aparte de las cicatrices que ya tenía, el brazo estaba intacto—. Parece obvio que no tengo verdadera intención de cortarme el brazo.

Akane miraba con ojos como platos, incapaz de articular palabra.

—¿De qué te sorprendes? —le espetó Ranma—. En el fondo ya sabías lo que pasaría. Y dicho esto, espero que estas explicaciones te ayuden a creer que sí estás aprendiendo algo.

Enjugándose el agua de la cara, Akane se acercó al borde de uno de los manantiales y sentó cuidadosamente su dolorido cuerpo sobre él, acariciando la superficie de la cálida agua con los pies. Apoyó a Shoryoutensei sobre su regazo y dio un largo y profundo suspiro.

—Supongo que... debo agradecértelo.

—No hay de qué —respondió Ranma, caminando hasta el extremo opuesto del manantial. Garyoutensei estaba de nuevo fuera del alcance de la vista—. Debo decir que estás pillando esto muy rápido. Estoy impresionada.

—Mi padre siempre decía que era rápida aprendiendo —dijo Akane con una sonrisa cansada—. He estado practicando artes marciales casi toda mi vida.

—Yo también. Las artes marciales son mi vida. Ojalá mi padre hubiera estado para seguir enseñándome.

—Debe de ser difícil —se compadeció Akane—. Yo estaría perdida sin mi padre.

—A veces lo es. Sé que me cuida y me vigila, pero... a veces daría lo que fuera por poder hablar otra vez con él.

Akane apartó la mirada de la tristeza que se había dibujado en la cara de Ranma y la dirigió hacia las profundidades tenuemente iluminadas del manantial.

—Háblame de tu padre —dijo Ranma, apartando sus pensamientos—. En realidad no se mucho sobre él.

Akane levantó la vista, sorprendida, pero solo vio la impenetrable oscuridad de la capa de Ranma sobre la que se distinguía un penacho de pelo rojo recogido en una trenza.

—Es un buen hombre —dijo Akane—. Enseña el estilo de artes marciales de mi familia a cualquiera que quiera aprenderlo. Es un profesor paciente y todo el que prueba sus clases acaba volviendo. Ha... ha cuidado de mí desde que mi madre murió. Es amable, y atento... y buen padre.

—Debe estar orgulloso de ti —comentó Ranma—. Dieciséis años y ya has sido campeona varias veces.

—Supongo que lo está. No he pensado mucho en ello, la verdad.

—Entonces, ¿tú estudias las artes marciales por tu propio interés?

—¿A qué te refieres? ¡Claro que sí!

—A que si lo haces es porque tú quieres y no porque quiere tu padre.

—¡Pues claro! —respondió encogiendo los hombros—. ¿Acaso tú no?

—No sé. No estoy segura de lo que habría hecho si no hubiera empezado a practicar artes marciales. Probablemente sí habría hecho artes marciales, pero puede que hubiera sido... no sé... Chef de cocina, quizá.

—¿Chef?

—Tal vez... o pintora, o violinista, o... no sé. A veces tengo curiosidad por saber cuál habría sido mi destino si las cosas hubieran pasado de otra manera.

—¿Por qué? ¿A dónde quieres llegar? —preguntó Akane— Es decir... Sé que si perdiera un campeonato podría imaginarme qué habría pasado si hubiera bloqueado tal puñetazo o tal patada, o simplemente podría aprender de lo pasado y seguir adelante. Es estúpido obsesionarse con los "síes" y los "quizás".

—¿Te enseñó esto tu padre?

—No, es de cosecha propia.

—Veo que no vas a necesitar ayuda para actuar con decisión —apuntó Ranma. Sonriendo, se volvió a mirar a Akane—. Pero el pasado conviene tenerlo en cuenta.

—¡Desde luego! El pasado es importante, pero no lo que podría haber pasado. Si te dedicas a preocuparte por eso, lo que conseguirás es acabar lamentando todo lo que haces.

—Has pensado mucho en esto, ¿verdad? —observó Ranma, divertida. Un idealismo tan entusiasta resultaba refrescante.

La pregunta de Ranma resonó en la caverna hasta que el eco se desvaneció, quedando de nuevo el silencio. La pelirroja esperaba la respuesta de Akane, y cuando estaba a punto de hablar de nuevo, ésta última dejó escapar un suspiro. Akane empezó a hablar con voz baja y triste:

—Cuando era pequeña solía quedarme tumbada en la cama oyendo cómo mi padre lloraba.

—Akane... —dijo Ranma, mordiéndose el labio. Todo rastro de diversión había desaparecido de su voz—. Lo siento...

—Algunas noches lloraba durante horas. Normalmente yo me dormía oyéndole llorar. Sabía porqué lloraba, pero... por algún motivo, yo no lloraba. No lloré ni una sola vez. Me quedaba allí, preguntándome por qué mi padre no podía... dejar de llorar. Deseaba poder hacer algo, animarlo... o llorar con él, pero me quedaba tumbada, escuchando, solo escuchando.

»Probablemente, mi padre creía que yo estaba dormida, que no me enteraba de lo que pasaba... pero sí que me enteraba, sí lo comprendía. Mejor que él. Nada iba a devolvernos a mi madre. Todo lo que podíamos hacer era seguir adelante con nuestras vidas.

»No creo en el "¿y sí...?". Me puedo preguntar: "¿Y si mi madre no hubiera muerto? ¿Mi padre seguiría llorando?" pero no tengo respuesta para esas preguntas. Lo que sí puedo hacer es encontrar a quien la mató y hacerle pagar por lo que hizo. Si puedo vengar su muerte, podré mirar a mi padre a los ojos y decirle que no llore más.

— — —

La pesadilla era siempre la misma.

—Escucha... ¡chico! —dijo Genma apretando el hombro de Ranma—. Coge la espada... ¡y huye! Es el legado... de la familia Saotome. El nombre de Saotome debe pervivir. No dejes que se acabe aquí hoy por culpa de mi estúpido acto.

—¡No voy a dejarte!

—Si has de obedecerme alguna vez... ¡obedéceme ahora! —suplicó mientras las lágrimas brotaban de sus ojos de mirada agónica—. Llévate la espada... Vuelve a Japón... No te separes jamás de Garyoutensei...

—Pero... yo...

—¡Prométemelo! —insistió Genma. Su mano soltó, temblorosa, el brazo de Ranma para alcanzar la vaina de la espada y entregársela a Ranma—. Tienes que hacerlo... Es importante...

Ranma quiso acercarse a su padre, levantarlo y llevarlo a un lugar seguro, pero no podía moverse. Se quedó inmóvil, viendo cómo respiraba su padre, rápida y ahogadamente. Sangre brillante se esparcía sobre la tierra húmeda formando una mancha roja que crecía sin parar.

Ranma miró sus pies. El blanco de su piel contrastaba con color del barro. Una gota de sangre proveniente del la Hoja manchada de sangre que tenía en su mano cayó entre los dedos de su pie, escurriéndose hasta el suelo.

Su brazo lentamente levantó la Hoja con intención de atacar a su padre, que lo miraba con ojos hundidos y acusadores.

—¿Papá?

Y entonces, Genma desaparecía.

La gravedad atrapaba el cuerpo de Ranma, arrastrándolo hacia abajo con una fuerza salvaje. Las frías y grises rocas de un acantilado pasaban frente a él a toda velocidad. Una oscuridad escalofriante lo envolvió mientras en sus oídos resonaba el rugido del océano que llegaba desde abajo.

— — —

Un chillido agudo atravesó la mente de Ranma, despertándola con un sobresalto. Se pasó la mano por la frente mientras recuperaba la respiración. Odiaba dormir. Había conseguido huir del sueño durante casi un mes, y ahora se enfadaba consigo misma por haber sucumbido a su llamada. La pesadilla lanzaba frías y profundas puñaladas a su corazón. Temía la demacrada y mortecina cara de su padre más que cualquier enemigo al que se hubiera enfrentado. El mismo sueño era un enemigo a batir; los sueños del pasado iban a la caza de espectros que buscaban conducirla a la locura.

Ranma hizo un esfuerzo para ponerse en pie. Sacudió la cabeza para quitarse de encima la somnolencia que enturbiaba su mente y estiró los músculos para desperezarse. Su cuerpo no estaba acostumbrado a dormir, de modo que sus músculos se anquilosaban incluso con la más corta de las siestas.

Akane dormía cerca de ella. No parecía estar nada cómoda sobre el frío suelo de piedra de la caverna. La tenue luz se reflejaba en su cara con su ir y venir, creando las más variadas sombras sobre las facciones de la joven. Ranma la miró durante un rato, envidiando en silencio el relativamente tranquilo dormir de su única compañera. El fantasma de su padre hacía mucho que había hallado tal descanso.

Dio un cansado suspiro y miró hacia la entrada del túnel. La suave luz de las antorchas había perpetuado el día, de modo que se preguntó qué hora debía de ser afuera, pero el pensamiento pasó rápido. El tiempo era irrelevante. Cuando Akane se despertara, su entrenamiento continuaría.

Entrecerró los ojos al mirar los destellos de luz que se reflejaban en la espada de Akane.

"La pesadilla sigue ah", pensó, apesadumbrada. "Lo siento, Akane. Lo siento. De verdad".

— — —

Un ejército de nubes cargadas de agua, lanzando sus andanadas de grandes gotas de lluvia una tras otra hacia el suelo. El Sol luchaba por abrirse paso entre las nubes. La suave luz del atardecer se filtraba entre el manto de agua, haciendo que los picos de las montañas quedaran bañados tanto por la lluvia como por los tenues rayos de luz vespertina.

Allá abajo, entre el exuberante manto vegetal del bosque, una figura solitaria escudriñaba al pie de una montaña. Las gotas de lluvia que tenían la mala fortuna de hallarla en su camino hacia el suelo se congelaban al instante debido al aura helada de la figura, cayendo como granizo a los pies de ésta. Los crujidos producidos con cada paso de la figura eran ignorados, al tiempo que palpaba la superficie de la roca con las puntas de sus dedos.

—Puedo percibirte —murmuró en su profunda concentración—. Sé que te escondes. Muéstrame el camino.

Escudriñando la estéril roca a un lado y a otro, buscaba sin cansancio, siguiendo metódicamente un patrón con gran eficiencia. De pronto, miró a la izquierda, detectando algo fuera de lo normal. Donde antes había habido una superficie rocosa, ahora había una pequeña abertura medio oculta por una charca. Lentamente se dibujó en su cara una sonrisa torcida.

—Muy interesante...

— — —

Un pinchazo en la espalda hizo que Akane se despertara, sobresaltada.

—¿Mmhqué? —resopló mientras se sentaba frotándose los ojos. Estiró los músculos para desentumecerse. Sentía un dolorcillo en la parte baja de la espalda—. ¿Qué hora es?

—Buena pregunta. Has dormido unas pocas horas. No estoy segura de qué hora es. Y ahora ¡arriba!

—Es como si fuera por la mañana —comentó Akane entre bostezos mientras se ponía de pie.

—Eso es porque te acabas de levantar —dijo Ranma observando detenidamente en la oscuridad de la caverna—. Pero probablemente aún no haya amanecido.

—¿Qué ocurre? —preguntó, advirtiendo la inquietud de Ranma.

—Quizá tengamos que irnos —respondió la pelirroja. Su vello se había erizado. Se puso en pie y cruzó los brazos—. Creo que ya no estamos seguras aquí.

Akane notó cómo su nerviosismo le bajaba hasta el estómago. Miró a Ranma con los ojos muy abiertos:

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Creo que pueden habernos encontrado —dijo con semblante serio. Akane vio que la mano de Ranma desaparecía bajo su capa.

—¿Quiénes? ¿Los Cazadores? ¿Cómo lo sabes? —preguntó al tiempo que escudriñaba la oscuridad alrededor de su mentora.

—Porque puedo... ¡Simplemente lo sé!

Akane seguía mirando alrededor de donde estaba Ranma. Quizá se trataba de algún tipo de prueba para comprobar su reacción. Tragó hecha un manojo de nervios; la expresión de la cara de Ranma desacreditaba su teoría de la prueba. Miró hacia detrás, hacia las sombras, buscando a un lado y a otro con la vista alguna señal que indicara la presencia de intrusos.

—¡Extraordinaria percepción la tuya, Afrit!

Una voz masculina desconocida retumbó en la caverna. Akane dio un salto hacia atrás, sorprendida, pero antes de que tocara el suelo de nuevo Ranma ya había desenfundado a Garyoutensei, empuñándola presta para la lucha.

Con un movimiento desconcertantemente tranquilo, las sombras se movieron formando una figura humana que apareció iluminada por la luz de las antorchas. Una cara apareció en la luz. Sus ojos miraban fijamente a Akane.

Era la cara de Ranma.

— — —

Akane estaba boquiabierta. El Cazador bajo aquella luz y envuelto en una capa negra era... Ranma. Más alto que la Ranma que ella conocía, varón, con el pelo negro y recogido en una larga trenza que llegaba hasta el suelo, pero Ranma al fin y al cabo. Las cicatrices de su cara se correspondían a la perfección con las de Ranma; la intensidad que ardía tras sus ojos era idéntica; la expresión en su cara era una copia exacta.

Dio un paso atrás. Notaba la garganta repentinamente seca. Sus ojos miraban una y otra vez a aquellos dos espectros que tenía ante sí.

—¿Cómo has conseguido entrar aquí? —gritó Ranma mientras apuntaba al intruso con su espada.

—¡Qué poca amabilidad, Afrit! —dijo el intruso, haciendo que su voz retumbara en la caverna—. ¿De qué te sorprendes? No he venido a por ti, sino a por la chica.

Akane volvió a dar otro paso atrás cuando vio que el Cazador avanzaba hacia ella. Ranma se deslizó rápidamente entre los dos, poniéndose delante de Akane a modo de escudo. Gruñía con furia, sin dejar de apuntar al intruso con Garyoutensei.

—¡No deberías haber venido aquí! —bramó—. ¡No voy a dejar que la toques!

—Siempre interfiriendo, Piel de Agua, en cosas que no te conciernen. ¡De acuerdo! SI lo que quieres es interponerte en mi camino, ¡que así sea!

—¿¡Afrit!? ¿¡Piel de Agua!? ¿Pero de qué habla? —preguntó Akane, desconcertada, mirando sobre los hombros de Ranma—. ¿Es éste quien mató a mi madre?

—¡Ah! ¿No lo sabías? Deja que te la presente: ésta es Afrit, Piel de Agua, Shezbeth, Shafan, Kiyo. Tiene muchos nombres. No me sorprende que no te dijera esto —dijo el Cazador manteniendo su punzante mirada sobre Akane—. No es fácil obtener la verdad de ella.

—¡No tienes ningún derecho a hablar sobre la verdad! —le espetó Ranma a su gemelo—. ¡No mientras lleves esa máscara de mentiras!

—Cálmate, cálmate —respondió el Cazador mientras movía una mano indicando a Ranma que se callara. Miró sobre el hombro de ésta para ver el rostro de Akane—. Dime. ¿Cómo llamas tú a esto?

—Ra... Ranma —respondió Akane, dando otro paso más hacia atrás, separándose de Ranma y del Cazador—. ¿Qué está pasando aquí?

—¡Ahh! Ya veo... —dijo el Cazador, como si el nombre de Ranma fuera una revelación—. Ranma... ¡Qué curioso! Eso debe hacerte sentir casi humana, ¿no, Piel de Agua?

Ranma apretó los puños tanto que su mano su mano se puso blanca alrededor del mango de Garyoutensei. La pelirroja ardía de furia. Un gruñido grave y gutural escapó de entre sus labios apretados.

—Bien, dejémonos de formalismos —continuó el Cazador, desenvainando su espada—. He venido a por ella. Quítate de en medio, Ranma, o tendré que hacerte daño.

—¡Te voy a dejar seco, hijo de puta!

—¡Espera! ¡¡Ranma!! —gritó Akane, pero ninguno de los dos Ranmas oyó sus palabras.

—¡Apártate, Akane! —ordenó Ranma sin mirar atrás. grave y fiero rugido preocupó a Akane—. ¡Te protegeré!

Sumisamente, Akane accedió, soltando el mango de Shoryoutensei, cubierto del sudor de su propia mano.

— — —

Dos figuras se enfrentaban cara a cara rodeadas de un millar de charcas. El aire entre ambas era denso. Un muro de vapor las separaba. Garyoutensei emitía una luz fiera y aterradora, haciendo que el vapor del ambiente tomara un tono rojizo. El Cazador mantuvo su posición, sin mostrarse impresionado por las ondas de calor que irradiaba la espada de Ranma. Seguía apuntando con su espada directamente al pecho de la joven. Mostró una confiada sonrisa e hizo un gesto con la mano, desafiando a Ranma a acercarse. Ésta rugió sin ocultar su furia y aceptó el desafío.

Garyoutensei describió un arco dentro de la fina niebla, dirigiéndose directa y certera hacia su objetivo, dejando tras de sí pequeños remolinos de vapor. Ranma gritó, lanzando un potente tajo a la cabeza de su oponente con intención de partirle el cráneo en dos. El Cazador, aparentemente calmado y casi aburrido frente a aquel torrente de fuego que se dirigía hacia él, se quedó inmóvil hasta el último segundo, momento en que levantó su espada para bloquear el ataque, deteniendo con facilidad la furia de Garyoutensei. Levantó la vista para mirar a la ardiente Hoja, mirando con apatía cómo el aire cambiaba su densidad con un crujido a causa del calor 1.

1 N del T: Reconozco que la traducción de esta frase no es demasiado buena, pero es lo mejor que he podido hacer.

—Tendrás que hacerlo mejor —dijo con chulería. Con un simple empujón de su brazo lanzó a Ranma hacia atrás, tambaleándose—. ¡Nos hemos estado entrenando, Piel de Agua! ¡Ya no eres tan fuerte ni tan rápida como creías ser!

Ranma no dijo nada. Resbaló manteniendo el equilibrio hasta el borde de una charca a causa del impulso del empujón, e inmediatamente se lanzó otra vez hacia el Cazador. Una vez más Garyoutensei dibujó un trazo brillante a través de la neblina, y una vez más el Cazador bloqueó el golpe.

Ranma buscó otra manera de atacar. Giró rápidamente sobre la punta del pie para lanzar un golpe al tronco del Cazador, pero también este fue bloqueado. Todos los golpes lo eran, ya fueran altos o bajos, y cuando se quiso dar cuenta, Ranma estaba a la defensiva, intentando que le alcanzara la descarga de potentes y raudos golpes que el Cazador lanzaba sobre ella desde todas direcciones.

Gruñendo, Ranma se concentró en protegerse del torbellino de ataques, viéndose empujada de espaldas por su oponente. Uno y otra luchaban entre las charcas intercambiando tajos y mandobles a increíble velocidad. De Garyoutensei se desprendían llamas en todas direcciones con cada golpe, llamas tan calientes que llegaban a quemar las rocas del suelo. Ambos se movían de un lado para otro en una batalla que parecía estar en tablas. Cada movimiento era contrarrestado; golpe con contragolpe, ataque con contraataque...

"¡Mierda!", pensaba Ranma. "¡Es bueno! ¡No puedo con él!"

La joven se agachó para esquivar un tajo directo a la cabeza y se deslizó en diagonal con una voltereta. Ese movimiento le permitió alcanzar al Cazador en el estómago con una fuerte patada. Éste perdió el equilibrio por un instante y se tambaleó. Aprovechando la situación, Ranma dio una voltereta hacia atrás, golpeando con los pies al Cazador en la barbilla. Aterrizando con elegancia felina, la joven volvió a ponerse en guardia, lista para lanzarse otra vez, Garyoutensei en mano, hacia su oponente.

—No está mal... —observó el Cazador, pasándose la mano por la barbilla—. De hecho, me ha dolido un poco. Me has impresionado, pero esto no va a ser suficiente.

El Cazador dio un salto hacia delante, dirigiéndose hacia Ranma con una velocidad sobrehumana. La pelirroja apenas pudo posibilidades de escapar antes de que el hombro del Cazador la golpeara en el pecho, enviándola hasta la pared que tenía a su espalda sin siquiera tocar el suelo. Toda la cueva tembló con el golpe. Una lluvia de rocas de pequeño tamaño, desprendidas del techo, cayó sobre ellos. Ranma cayó al suelo resbalando sobre la pared, intentando recuperar la respiración. Hizo un esfuerzo para ponerse en pie, y sintió un fuerte dolor en el pecho; probablemente se había roto algunas costillas. Con una mueca de dolor cruzó un brazo sobre su pecho, llevándose la mano a la zona afectada. Antes de poder recuperar la compostura, una figura negra se lanzó sobre ella. Ranma levantó torpemente la espada para defenderse, pero el Cazador la apartó de una simple patada, arrancándola de las manos de Ranma. Garyoutensei fue a caer unos pasos más allá.

El Cazador agarró a Ranma por el cuello y empezó a apretar con una fuerza brutal y la levantó del suelo empujándola contra la pared de desgajadas rocas. Aquél sostenía el maltratado cuerpo de Ranma con facilidad sobre la pared. Los débiles esfuerzos de la pelirroja eran inútiles. Con un rápido movimiento el Cazador cogió su espada y empezó a clavarla en el pecho de Ranma, atravesando su pequeño cuerpo con total facilidad. Los ojos de la joven se abrieron completamente con el frío del acero que atravesaba su corazón. Con un último estertor su cuerpo murió. Sus brazos y piernas cayeron relajados e inútiles sobre la pared mientras su sangre se deslizaba sobre la hoja de la espada del Cazador, manchando sus manos con aquel líquido tibio.

Con una sonrisa de satisfacción el Cazador levantó el cuerpo de Ranma ensartado en la espada y, sosteniéndola así en el aire, se acercó al manantial más próximo.

—Adiós, Madre.

Soltando el mango, el Cazador contempló cómo Ranma caía al agua pesadamente, desapareciendo bajo la superficie.

— — —

El Cazador buscó con la mirada a la joven Akane hasta dar con ella. Ésta retrocedió hasta dar con la espalda en la pared. ¡Había sido todo tan rápido...! No había tenido la más mínima oportunidad de ayudar y, ahora, Ranma...

Akane miró la charca, sin podérselo creer todavía, mientras las aguas se teñían de rojo. ¿Cómo habían llegado a esto? Hacía solo unos instantes había estado hablando con Ranma, la misma Ranma que ahora estaba en el fondo de aquel manantial. Con la vista nublada por las lágrimas miró con total desamparo al oscuro Cazador, que caminaba hacia ella sorteando las manchas de roca fundida que Garyoutensei había dejado. El temor se apoderó de ella cuando cayó en la cuenta de que muy pronto correría la misma suerte que Ranma.

El Cazador se acercó, sonriendo. Mirando directamente a los ojos de Akane, el Cazador habló con una voz ya no tan grave como la de hacía unos instantes, sino con una voz que sonaba como la de Ranma.

—Ven conmigo, Akane. Quiero ayudarte.

Y en cuanto hubo dicho esto, un estruendo hizo temblar la caverna.

— — —

El Cazador se giró. Con gran sorpresa, vio cómo la sangre de Ranma se había convertido en fuego, y cómo las tranquilas aguas de su tumba eran ahora un feroz infierno que escupía nubes de oscuro humo, pero aún se sorprendió más cuando vio a Ranma salir de un salto de entre las llamas, girando en el aire y aterrizando pesadamente sobre las rocas del suelo de la caverna.

—¡NO! ¿¡Cómo... Cómo es posible!?

Ranma se puso lentamente en pie, atravesando con la mirada al Cazador. Sus ojos, viva imagen de la furia, estaban completamente negros como el alquitrán. Lentamente agarró el mango de la espada del Cazador, que aún la tenía clavada, y tiró de ella con fuerza para sacársela. Ésta se puso al rojo vivo. Ranma la arrojó a uno de los manantiales, produciendo un fuerte siseo debido a la violenta evaporación del agua.

—Imbécil. —Su voz retumbó con gravedad—. Vas a morir.

Echó los hombros hacia atrás, desprendiéndose de la capa. Un golpe de calor surgió de su cuerpo como una honda expansiva que lanzó la capa por los aires. La prenda se deshizo en un millón de gotas que se evaporaron rápidamente en el intenso calor del infierno que ardía tras ella, formando una nube de vapor que ascendió mezclándose con el humo.

El Cazador retrocedía con cada paso que Ranma, cuyos ojos ardían con furia, daba hacia él. El rojo de su pelo se había hecho más intenso, pero ahora tenía aspecto etéreo. El blanco de sus dientes brillaba terriblemente a la luz de la docena de fuegos que rodeaban a la pelirroja.

Estiró una mano hacia atrás y Garyoutensei acudió a su llamada, volando hasta ella a través del fuego. La atrapó con facilidad y, describiendo lentamente un arco hacia delante, apuntó con ella al Cazador, mostrando una sonrisa que habría hecho estremecer a cualquiera.

El Cazador quiso retroceder, pero su espalda ya estaba tocando la pared. Miró a derecha, a la izquierda, pero no había salida; estaba atrapado y sin armas. Maldiciendo su arrogancia, decidió jugarse el todo por el todo y se lanzó hacia Ranma, cargando contra ella con la velocidad del rayo con un grito furibundo. En el último momento se apartó a un lado con la intención de esquivarla y dirigirse hacia la salida de la cueva. Sin embargo, su intento de escapar fue un completo fracaso. Ranma lo agarró sin dificultad; su ardiente mano se cerró alrededor de la garganta del Cazador, y a continuación giró un par de vueltas sobre el lugar en el que estaba, lanzando al Cazador con todo el impulso conseguido de bruces contra la pared. Tras el golpe, el Cazador cayó al suelo con la cara llena de cortes y rasguños. Escupía sangre con cada golpe de tos. La llameante intensidad de Ranma tras él intensificaba aún más el dolor. El Cazador se dio la vuelta sobre su espalda y miró a aquel monstruo.

—¿Qué... qué eres? —consiguió decir pese a su estado.

—No me sorprende que no te lo hayan dicho —respondió Ranma, mirándolo fijamente con aquellos ojos negros y vacíos. Agarrándolo por la garganta, como él hiciera antes, lo levantó del suelo arrastrándolo sobre la pared—. No es fácil obtener la verdad de ellos.

El Cazador se agitaba, desesperado, incapaz de escapar del agarre de Ranma, sabiendo exactamente el destino que le aguardaba y que nada podía hacer ante ello. La desesperación desapareció de sus ojos en cuanto sintió cómo se acercaba el calor de Garyoutensei, dejando paso a la resignación y el desamparo. Ranma apoyó la punta de la Hoja sobre el pecho del Cazador y comenzó a atravesar su cuerpo con insoportable lentitud. De los labios del Cazador escapó un grito de agonía que resonó en toda la caverna. El filo ardiente de Garyoutensei atravesaba no solo su cuerpo, sino también su alma. Ranma lo miraba con los ojos entrecerrados mientras él se retorcía agónicamente. Se acercó a su ensangrentada cara, juntando su mejilla con la de él, acercándose a su oído, le susurró:

—Puedo saborear tu muerte. ¿Sientes cómo arde tu alma?

Una ola de insoportable calor recorrió todo su cuerpo, quemándolo desde el interior. Intentó gritar, pero no podía mover la boca; tan solo podía mirar y ver la satisfacción que Ranma estaba obteniendo al matarle. Ranma se acercó y recorrió los labios de él con la lengua, ronroneando al saborear la sangre, igual que un gato satisfecho. Juntó sus labios con los del Cazador, besándolo sensualmente en el mismo momento en que su cuerpo y su alma se convirtieron en cenizas.

— — —

Finas volutas de humo surgían de los restos del Cazador mientras Ranma se apartaba caminando de ellos, explorando la caverna con sus salvajes ojos en busca de alguna otra alma que destruir, en busca de la posibilidad de dar muerte de nuevo, pero no halló a nadie. Se había quedado a solas. Bufando, frustrada, se dirigió hacia la salida de la caverna. Afuera debía haber otros, otros a los que encontrar y a los que matar. Pero de pronto, Ranma advirtió que algo no iba bien, que había hecho algo que podía traerle problemas. El terror la golpeó con la fuerza de un frío tsunami, arrastrando consigo la furia de hacía unos instantes. Si ella estaba sola, ¿dónde estaba Akane?

"Akane..."

Sus manos se relajaron, dejando caer a Garyoutensei. Sintiendo como si perdiera sus fuerzas, la joven cayó sobre sus rodillas. "¿Qué es lo que he hecho?" pensó, llevándose las manos a la cabeza.

Una gota de un líquido negruzco cayó desde las alturas de la cueva, evaporándose con un siseo en el mismo momento en que tocó la ardiente piel de Ranma. Con un grito de dolor, se agarró el antebrazo replegándolo sobre su pecho, sintiendo cómo su cuerpo recibía una fría puñalada. A la primera gota siguió otra, y otra, y otra. En pocos segundos aquel goteo se había convertido en un aguacero negro que empapaba el cuerpo de la joven, haciendo que el frío la invadiera hasta la médula. Era como si un millar de agujas heladas se clavaran en ella. Toda la caverna comenzó a dar vueltas a su alrededor hasta que lo único que pudo ver fue el suelo.

El líquido que caía sobre la inmóvil Ranma comenzó a juntarse formando pequeños charcos negros que a su vez se iban juntando en otros mayores a su alrededor. En poco tiempo, todos los charcos se hubieron juntado formando una masa negra que cubrió a la pelirroja por completo. Ésta tiritaba incontroladamente al borde de la inconsciencia mientras la masa negra la envolvía, tomando la forma de aquella sempiterna capa que Ranma llevaba.

Poco a poco, el dolor fue desapareciendo, permitiendo que Ranma recuperara la respiración. Con cada trémula exhalación salía una nube de vapor de su boca. Pronto el frío se extendió por toda la caverna, apagando los fuegos de las antorchas conforme avanzaba, hasta dejar a Ranma completamente a oscuras. El humo llenaba sus pulmones y en sus labios notaba el gusto metálico de la sangre. Sintiendo cómo su alma había sido desgarrada por sus propios pecados, Ranma se acurrucó haciéndose un ovillo y sollozó.

— — —

Akane corría salvajemente tanto como podía a través del bosque. No sabía a donde iba y llevaba los pies llenos de heridas a causa de los afilados cantos del suelo, pero no podía parar. Lo que acababa de ver lo había cambiado todo. Dos demonios ataviados de negro intentando destruirse mutuamente. Daba igual lo que Ranma le hubiera intentado explicar; Akane lo había visto con sus propios ojos. Ranma no era mejor que el Cazador al que se había enfrentado. Uno y otra eran asesinos, fieros asesinos, monstruos malditos.

Los negros ojos de Ranma le habían dicho por si solos todo lo que necesitaba saber. Esos ojos no eran humanos. Un ser humano no sobrevive a una puñalada en el corazón, no resucita después de ahogarse. Un se humano no... escupe fuego.

Fue en el mismo momento en que vio la cara de Ranma marcada con aquellos ojos llenos de odio cuando huyó de la cueva. Los dos Ranmas estaban demasiado ocupados como para darse cuenta de su huida. Fuera lo que Ranma fuera, Akane quería poner distancia de por medio, tanta como fuera posible. No necesitaba más respuestas.

Atravesando arbustos y esquivando árboles mientras atravesaba el bosque sin mirar atrás y jadeando fuertemente, Akane miraba a un lado y a otro intentando localizar algún lugar que le sonara de algo. Descender hacia el valle había sido fácil, pero ahora que había llegado abajo no podía distinguir bien donde se hallaba, de modo que siguió corriendo de frente ladera arriba, confiando en que la dirección que llevaba era la correcta.

En ese momento se le pasó por la cabeza el hecho de que no sabía cómo de lejos estaba de su casa. Habían andado durante varios días. Probablemente estaba más lejos de casa de lo que creía, pues, envuelta en sus pensamientos, no había prestado mucha atención al camino seguido a la ida. En cualquier caso, tenía claro que lo prioritario era alejarse lo más posible de Ranma, quien seguramente ya la estaba persiguiendo. No necesitaba que Ranma la protegiera. Más bien, necesitaba protegerse de Ranma.

Akane exploraba en la distancia con la vista a través del follaje en su difícil ascenso por la fuerte pendiente. El tapiz de árboles parecía no tener fin. Sin embargo, ella recordaba que el manto de árboles apenas llegaba hasta la mitad de la ladera.

"¡Joder!" pensó. Se dio cuenta de que el plan de llegar corriendo hasta casa era lógicamente inviable. Desalentada, se inclinó hacia delante apoyando las manos en los muslos, intentando recuperar el aliento. Sus músculos daban serios síntomas de agotamiento.

Esta empapada en sudor, y la humedad del ambiente no contribuía a refrescarla. La única parte de su cuerpo que no estaba caliente era la mano con la que sujetaba a Shoryoutensei; el frío le helaba hasta los huesos. Los intentos por ignorarlo eran fútiles.

Se puso derecha de nuevo respirando hondo y, dando por finalizado el descanso, se dispuso a continuar ladera arriba. Sin embargo, la siguiente etapa de su huida no duró más que un paso. Tras el crujido, el suelo desapareció bajo sus pies. Un profundo abismo se tragó a la joven Tendô.

— — —

Un grito de pánico resonó varias veces en el interior de la estrecha sima en la que se encontraba Akane, agarrada a un saliente de la pared con una sola mano, meciéndose sobre el vacío de aquel frío agujero de paredes húmedas. Giraba la cabeza a un lado y a otro tragando grandes bocanadas de aire mientras intentaba orientarse. La hiperventilación a la que estaba sometiendo su cuerpo la produjo algo de mareo. Con considerable esfuerzo, consiguió relajar su cuerpo. Cerró los ojos y apoyó la frente sobre la pared hasta que su respiración recuperó un ritmo casi normal.

"¡Dios! ¡Me voy a morir! ¡Aquí!". El pánico estaba a punto de apoderarse de ella. Intentó calmarse para pensar en un modo de salir de aquello, pero a pesar de todos sus intentos, no conseguía ignorar el terror que le atenazaba el estómago y que estaba empezando a trepar tronco arriba en dirección a su cabeza.

Mirando la raíz partida que había sobre ella, se maldijo por ser tan descuidada. Había dado un paso en falso pisando un amasijo de raíces cubiertas de musgo y maleza, y ahora se encontraba en una situación más que delicada, dependiendo del precario agarre que mantenía sobre aquel saliente húmedo, que era lo único que la separaba de las puntiagudas rocas que había hacia abajo.

Echó un vistazo hacia arriba, viendo que había otro saliente en la pared, pero estaba demasiado lejos.

"¿Y ahora qué diablos puedo hacer?" pensaba mientras seguía colgando de un solo brazo que empezaba a acusar el cansancio. Buscó hacia abajo algún otro saliente en el que apoyar los pies para aligerar la carga que su brazo estaba soportando, pero lo único que pudo ver bajo ella era una completa oscuridad. Tragó saliva y, echa un manojo de nervios, afianzó el agarre de su sudorosa mano.

De pronto notó un cosquilleo en la nuca que la hizo estremecer. A punto estuvo de soltarse de su precario asidero. Miró hacia arriba y vio una silueta recortada a contraluz que se asomaba por el borde de la sima. Una larga trenza pelirroja se descolgaba desde arriba acariciando la nuca de Akane. Dos ojos de intenso color azul la miraban con preocupación.

—Akane, dama la mano —dijo Ranma alargando la suya. Su voz resonó en el interior del hueco.

—¡No! —respondió Akane, dejándose notar su pánico—. ¡Aléjate de mí! ¡Voy a salir sola de aquí y luego me iré a casa!

—Por favor, deja que te ayude. ¡No hay otra opción!

—¡No quiera la ayuda de un demonio!

Hubo una larga pausa durante la cual solo le escucharon los gruñidos que daba Akane con cada esfuerzo que hacía por seguir sujetándose a la pared.

—¿Lo viste todo? —preguntó Ranma en voz baja. El sonido se propagó sima abajo portando un tono de desánimo. La pelirroja apartó la vista de Akane y la dirigió a la infinita profundidad del abismo. Su voz se volvió aguda y triste—. No soy un demonio.

—¡Mientes! —chilló Akane. La furia y el sentimiento de haber sido traicionada se reflejaban en sus ojos—. ¡Vi cómo morías! ¡Dijiste que me dirías la verdad, pero no me has dicho nada! ¡Por lo que he visto hasta ahora, también tú podrías querer matarme! ¡Esto no es más que un juego perverso del que soy tu víctima!

Ranma se estremeció haciendo una mueca ante tal acusación.

—Lo siento... ¡Lo siento! —se lamentó—. No quería que lo supieras. Creí que podría ayudarte a superar esto sin tener que... decirte la verdad. Lo siento, de verdad. Creí que sería lo mejor...

—¡Me importa una mierda! —gritó Akane, desafiante, mientras seguía intentando mejorar su sujeción a la pared de piedra—. ¡No quiero saber nada! ¡Solo quiero irme a casa! ¡Tú puedes quedarte con tus Cazadores y con tus espadas!

—¡Deja que por lo menos te explique...!

—¡Déjame! ¡No quiero escuchar nada! ¡Déjame en paz!

—Akane... —suspiró Ranma—, ¡si no dejas que te ayude, te caerás! ¡Te vas a matar! Si quisiera matarte no estaría aquí suplicando para que aceptes mi ayuda.

Akane no dijo nada. La única respuesta fue el sonido de sus pies buscando algún lugar en el que apoyarse.

»No quiero que mueras —dijo por fin—. No puedo... dejar que mueras.

—¿Por qué debería creerte esta vez? —preguntó Akane, que seguía intentando trepar para salir de allí.

Ranma la miró a los ojos, mordiéndose el labio con aprehensión mientras veía cómo la joven Tendô luchaba por sobrevivir. Suspiró con resignación y cerró los ojos.

—De acuerdo. La verdad. —El tono de su voz permitía adivinar que se había arrepentido de pronunciar esas palabras—. Verás... He vivido ochocientos noventa y cuatro años.

Akane cejó en su empeño y miró hacia arriba.

—¿¡Qué!?

—Nací en lo que para nosotras sería el año mil ciento ocho. Durante casi novecientos años he sido la encargada de velar por tus ancestros. Una por una vi como morían todas y cada una de ellas antes de tiempo. No podría... soportar ver cómo tú te unes a ellas. Por favor, Akane. Servir a tu familia es todo lo que sé hacer. ¡Deja que te ayude!

—¿Hablas en... serio? ¿Sí?

Ranma asintió en silencio y abrió los ojos. Akane la miraba fijamente. La sinceridad y la vergüenza que mostraban aquellos ojos despejaron toda duda que Akane pudiera tener. Esta vez, Ranma decía la verdad. Akane siguió mirando a los ojos de Ranma durante unos momentos, y por fin lanzó a Shoryoutensei hacia arriba. La espada salió del agujero y cayó al suelo cerca de Ranma. Con la mano ya libre, Akane alargó el brazo hacia la pelirroja, quien se acercó a ella tendiéndole la mano. Akane se agarró fuertemente la mano de Ranma quien, antes de ayudarla a subir, añadió:

—Gracias por creerme.

— — —

Por un momento, un rayo de luna se filtró a través de un claro abierto en las oscuras nubes que había sobre las dos jóvenes. Akane entornó los ojos y vio cómo la Luna volvía a desaparecer tras las nubes cuando éstas se cerraron de nuevo. Estaba tumbada boca arriba; respiraba pesadamente y le dolía el hombro.

—He dejado que me ayudes —dijo—, pero eso no significa que confíe en ti.

Ranma estaba de pie a poca distancia, de espaldas a Akane. Normalmente acostumbraba a mirar al infinito, pero ahora parecía que su preocupación se centraba en el suelo que había a sus pies.

—No puedo culparte... Yo tampoco confiaría en mí si... estuviera en tu lugar.

—Entonces dime por qué debería confiar en ti, dime por qué no debería estar ya de vuelta a mi casa, o eso será exactamente lo que haré.

—La única razón por la que no te lo conté todo desde el principio fue porque quería protegerte. Cuanto menos supieras, mejor. No quería que llegaras a pensar que soy un... monstruo.

—Ranma, tu cara, cuando saliste de aquel manantial... Aquello me horrorizó. ¿Qué te hace pensar que yo no debería estar asustada? Porque en estos momentos, me das miedo.

—Por favor... no digas eso —dijo la pelirroja con un susurro casi inaudible—. Jamás podría hacerte daño.

—¿Por qué? No te había visto en mi vida, y ahora, ¿qué es lo que me hace tan especial?

—Se lo juré a mi padre... He... He pasado toda mi vida intentando defender a tus antepasados de los Cazadores, y siempre he acabado fallando, siempre. ¡Por Dios! Aún puedo ver sus caras cada vez que cierro los ojos.

»Mantener la promesa que hice lo es todo para mí, Akane —dijo Ranma. Se giró para mirar directamente a su compañera; sus ojos estaban húmedos—. Tú eres la última de todo tu linaje. Tu padre adoptó el apellido Tendô al casarse con tu madre, pero no lleva la sangre de los Tendô. Al morir tu madre, tú eres la única Tendô que queda, y si tú mueres, todo lo que he intentado cumplir durante los últimos novecientos años será papel mojado. Protegerte es todo lo que me queda.

La confesión de Ranma hizo estremecer a la joven Akane. Los ojos de Ranma mostraban el dolor de las heridas que habían perdurado a lo largo del tiempo.

—No sé qué decir —admitió al fin—. ¿Por qué mi familia es tan... tan especial?

—Mi padre sabía el motivo, pero no me lo dijo. Estoy segura de que algún día lo averiguaré, pero ese día no ha llegado aún.

—Entonces... ¿estás esperando a que llegue ese día?

—Cuando has vivido tanto como yo, te acostumbras a esperar —respondió Ranma, asintiendo.

—¿Has estado viviendo así durante casi novecientos años? ¿Y no te has muerto?

—La muerte me ha abandonado —dijo, dando la espalda de nuevo—. Se ha llevado a todos los que he conocido, pero no quiere venir a por mí. Supongo que mucha gente pensará que la inmortalidad es un don maravilloso, pero están equivocados. ¿Quién puede desear algo como esto? ¿Qué clase de maldición lleva mi alma que ni siquiera la muerte se atreve a tocarla?

Akane no dijo nada; la pregunta quedó flotando en el aire. Intentó imaginarse cómo había sido la vida de Ranma, pero ni siquiera podía comenzar a comprender una vida de novecientos años.

—Akane, quiero ayudarte. Quiero mantener mi promesa. Más pronto o más tarde, lo Cazadores volverán a por ti, y yo estaré allí para detenerlos.

— — —

—Háblame más sobre esos Cazadores; sabes más sobre ellos de lo que parece.

Ranma dejó escapar un suspiro mientras vendaba los maltrechos pies de Akane con algunas tiras de tela que había desgarrado de sus pantalones. Cuando hubo acabado de vendar un pie, continuó con el otro.

—Sirven a un grupo que se hace llamar Fénix. No son más que lacayos que hacen lo que se les dice.

—Entonces, ¿fueron éstos los que mataron a mi madre?

—Fénix lo ordenó, y los Cazadores hicieron lo que se les había ordenado. En mi opinión, los Cazadores no son muy inteligentes.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Akane, torciendo el gesto mientras Ranma aplicaba el vendaje alrededor del tobillo.

—Porque... si supieran que soy inmortal, no se pasarían la vida intentando acabar conmigo. Por eso lo digo.

Akane parecía estar de acuerdo con la afirmación de Ranma.

—Quizá se confían demasiado —añadió la joven Tendô.

—Aquel Cazador iba detrás de ti. Probablemente no le habían dicho nada de enfrentarse a mí, pero tuvo la mala suerte de que encontrarme en su camino. ¡Peor para él!

Ranma tensó el vendaje y la ató. Tras dejar el pie de Akane otra vez en el suelo, se puso en pie y la miró. La cara de ésta mostraba claramente lo que estaba pasando por su cabeza.

—Debes estar preguntándote por qué aquel tipo se parecía a mí —dijo Ranma.

—Sí, desde luego —admitió la otra—. Te llamó "madre". Aquello me asustó bastante, la verdad.

—Como te decía, no son muy inteligentes. No soy su madre.

—¿Entonces...?

Ranma se apartó unos pasos y se sentó en el suelo, apoyando la espalda sobre un árbol.

—Verás: era un Hidari, una copia de mí, basada en mis genes. Fénix le dio vida haciéndolo crecer en sus "tubos-matriz". 2

2 N. del T: En la versión original en inglés, la autora hace referencia a que los Hidari son gestados en "flesh vats". He creído acertado traducir ésto como "tubos-matriz".

—¿Qué? Es decir... ¿por qué?... ¿¡y cómo!? —El horror de Akane se hacía patente en su voz.

—El cómo, lo desconozco. El porqué... bueno... Fénix ha intentado todo lo que se le ha ocurrido para matarme, pero nada les ha dado resultado. Supongo que llegaron a la conclusión de que la única arma capaz de destruirme sería... yo.

—¿Son clones?

Ranma asintió.

—Es difícil de digerir, ¿verdad?

Akane reprimió un escalofrío.

—Es vomitivo. Es una broma, ¿no?

—¡Ojalá lo fuera! —respondió Ranma, exhalando fuertemente—. Los Hidari son copias extraordinarias. Físicamente son exactas en todos los sentidos al original, pero no son perfectas. Son más lentos y débiles, y son mortales.

—Pero, si con copias de ti... bueno, ya sabes... ¿Por qué era un chico?

—Si lo supiera te lo diría —respondió encogiendo los hombros—. Todos los Hidari que me he encontrado hasta ahora eran hombres.

—Entonces, es como si lucharas contigo misma.

—Sí, y en cuanto me encuentro con uno, los mato.

— — —

—¿Hacia adónde?

Ranma levantó la vista para mirar a Akane, que estaba de pie sobre pequeño montículo, mirándola interrogativamente. Akane cojeaba ligeramente sobre sus pies heridos, de modo que Ranma prefería caminar tras ella para que fuera ella la que marcara el ritmo de la marcha.

—Debemos ir al Oeste. Lo más importante es alejarse de Tokyo. Ahora que ha muerto otro Hidari, Fénix mandará más a esta zona para averiguar qué ha pasado. Si nos quedamos aquí, acabarán por encontrarnos.

—¡Espera! ¿Y mi padre? ¿Estará bien? No voy a irme si él está en peligro...

—Tu padre no les importa —dijo Ranma levantado una mano para imponer silencio—. Tú eres su objetivo, no él.

—¿Estás segura? —preguntó Akane mirando a Ranma por el rabillo del ojo—. ¿Absolutamente segura?

—Sí. Tu preocupación por él es admirable, pero innecesaria. Tu padre no está en peligro.

—Ranma, no pienso permitir que le pase nada, así que dime la verdad.

—Te lo juro, Akane. Cuanto más te alejes de él, más seguro estará. Él no sabe dónde estás, y Fénix no está interesado en tu padre. Puedo prometerte que tu padre estará bien.

—Vale, de acuerdo— dijo Akane, poco convencida. Había visto lo que el Hidari le había hecho a Ranma, y sabía que su padre no tendría ninguna oportunidad frente a uno de ellos. Le daba un miedo atroz dejar solo a su padre sabiendo que esos... esas cosas andaban sueltas por el mundo, pero Ranma estaba diciendo la verdad; irse era lo mejor que podía hacer por su padre—. Sigamos. ¡Al Oeste!

Ranma asintió en silencio, subiendo al montículo del que Akane ya había comenzado a descender por el otro lado. Desde lo alto de la pequeña elevación, Ranma miró cómo Akane avanzaba, y entonces vio algo en la cabeza de ésta que le llamó fuertemente la atención. Parpadeó, sorprendida, y se acercó discretamente para observar más de cerca. No había duda; entre los cabellos de la joven Tendô había aparecido un fino mechón de color azul que iba desde arriba de su frente hasta la nuca.

"¡Vaya!", pensó. "¡Ya está ocurriendo!"

—¿Vienes? ¿O piensas quedarte ahí todo el día?

La voz de Akane la hizo reaccionar. Ésta estaba a cierta distancia, mirándola sobre el hombro.

—¿No eras tú la que decía que teníamos que darnos prisa? —insistió.

—Perdona —respondió Ranma apartando la mirada del pelo de Akane y disponiéndose a bajar del montículo—. Vamos.


Continuará...

天 T E N

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