T E N

Un fanfic basado en Ranma 1/2

escrito por R. E.

traducido por karburator

e ilustrado por Irka

Notas del traductor:
Ante todo quiero pedir disculpas por la desproporcionada demora en publicar este capítulo. Han sido siete meses de espera hasta que por fin he tenido algo de tiempo para dedicarle. Al terminar el verano, tuve que afrontar el curso más difícil de mi carrera universitaria, y apenas he tenido posibilidad de dedicar a mis hobbies -y traducir TEN es uno de ellos- el tiempo que hubiera deseado.
Debo advertir, además, que después de tanto tiempo sin dedicarme a traducir, es posible que se noten diferencias de estilo. Además, este capítulo ha resultado algo tedioso porque es muy largo -de los más largos de todos los que hay escritos hasta el momento-. En algunos momentos he estado falto de inspiración y, si bien el significado de cada párrafo sigue siendo el mismo que el de la versión original, el estilo utilizado puede diferir en gran medida del utilizado por su autora, R E.
Por cierto, creo que nunca he mencionado que mi hermana es la que se encarga de releer los capítulos traducidos para detectar errores u omisiones, de modo que parte del mérito de esta traducción se debe también a ella.
Dicho esto, les dejo que disfruten del...

CAPÍTULO SEXTO

"Cuentos chinos"

(Título original: Chinese whispers)


Ranma corría salvajemente entre los árboles con todo el follaje del bosque golpeándole en la cara. Jadeando, forzando al aire a entrar en sus pulmones, tomó impulso para saltar una zanja. Sus hombros empezaron a quejarse por tener que cargar con el peso de su padre. Las lágrimas enturbiaban su vista y su cara estaba manchada por la sangre que brotaba de los numerosos rasguños que se había hecho en su huida. También notaba un calor ardiente en su mano; el calor que surgía del mango de la espada le estaba quemando la piel, pero a pesar de ello, ignoró el dolor y agarró más fuertemente la espada.

"¿Hacia dónde diablos voy?"

—Regresa a nuestro hogar —dijo Genma, aún cargado sobre el hombro de su hijo—. Perpetúa el legado de los Saotome. Encuentra... a Kayoko.

—¿A Kayoko¿Por qué? —preguntó Ranma, sorprendido.

—¡Vete, chico! Les haré... perder tiempo. ¡Huye¡Sobrevive!

Ranma tropezó. Viendo cómo el suelo se dirigía a toda velocidad hacia él, intentó amortiguar la caída con los brazos. Ante su vista todo era verde y marrón. Ranma contuvo la respiración y se preparó para el golpe contra el suelo, pero de pronto el suelo desapareció, abriéndose un profundo abismo en su lugar.

Cayó sin remedio al vacío. Sentía su corazón invadido por el terror que le causaba la vista que tenía ante sus ojos: un acantilado de afiladas rocas grises en el fondo del cual las olas del mar rompían con furia. Veía cómo se dirigía hacia el amasijo de rocas y espumas sin remedio en una caída que parecía durar una eternidad. Se retorció en el aire, intentando respirar mientras atravesaba el aire a toda velocidad, intentando buscar algo a lo que agarrarse. Desde arriba del acantilado, la cara de Genma lo observaba. Ranma intentó gritar llamando a su padre, gritar para pedir ayuda, pero su voz se perdía en los vientos.

Un ardiente dolor desgarró sus entrañas; no necesitó apartar la vista de su padre para saber que la espada de los Saotome estaba profundamente clavada en él. Su padre cerró los ojos y se apartó del acantilado, dejando allí a Ranma. El rugido del océano, que antes le había parecido tan distante y abstracto, estaba ahora peligrosamente cerca. La fuerza de las aguas apagaba cualquier otro ruido mientras Ranma se hundía en su funesto destino. Una ola monstruosa se levantó tras él, atrapándolo, envolviéndolo con dedos sarmentosos, devorándolo cual depredador que devora a su presa.

— — —

Ranma se despertó con un sobresalto, sentándose sobre su lecho. Se agarraba al suave tejido que había bajo su sudoroso cuerpo. La oscuridad a su alrededor fue cobrando claridad conforme sus ojos se adaptaron a la falta de luz, revelando a la vista una habitación aparentemente amplia debido a la escasez de mobiliario. Más allá del borde de la manta sobre la que estaba, sus dedos encontraron el tacto de un tatami. Respiraba deprisa. Llevándose una mano a la frente mientras intentaba contener el aliento, pensó: "¡Por favor, no¡Otra vez ese sueño no!"

Un olor rancio alcanzó su olfato. Parecía haber cierto aroma a sake flotando en el aire de aquella habitación tímidamente iluminada por la luz de la Luna. Por un momento recordó a su padre; se lo imaginó durmiendo borracho abrazado a una botella, roncando, por supuesto, totalmente ajeno al resto del mundo.

Sacudió la cabeza, intentando apartar aquel mal recuerdo. A lo lejos se oía, casi apagado, el zumbido de decenas de insectos, y sobre este fondo de sonido dos preguntas iban y venían por la cabeza de la joven:

"¿Dónde estoy¿Cómo he llegado aquí?"

—De modo que tienes intención de casarte con él¿no?

Aquella voz grave y apagada, deformada por los efectos de lo que Ranma supuso debía de ser sake, se filtró al interior de la habitación, desde el otro lado de lo que se adivinaba como una tela colgada del marco de la puerta que había en la pared más alejada. Se quedó quieta, mirando fijamente en aquella dirección, intentando averiguar quien hablaba. Con alivio, pudo distinguir que aquellas palabras sonaban en japonés, pero esto no sirvió para calmar los continuos escalofríos que recorrían su espalda.

—Sí.

La segunda voz pudo reconocerla sin problemas; era Shampoo. Durante un breve instante, Ranma se preguntó porqué la amazona nunca le dijo que supiera hablar japonés, pero esta pregunta fue apartada por otra que llamó aún más su atención:

"Casarse... ¿con quién?"

Ranma se arrastró sigilosamente hasta el tejido de la puerta que separaba ambas estancias y acercó su oreja a él. Sus preguntas acerca de cómo había llegado hasta allí y qué era aquel lugar fueron desplazadas por una acuciante curiosidad sobre la conversación que llegaba a sus oídos. ¿Quién era aquella otra persona¿Y por qué Shampoo le estaba hablando sobre el matrimonio?

—Si tan preocupada estás por él¿por qué no te has casado ya?

—Shampoo sí quiere —respondió Shampoo con un suspiro que atravesó fantasmagóricamente el tejido—, pero ancianas no dejan. Decir Mousse tiene que vencer amazonas para casar con Shampoo, pero Mousse no bueno en luchar.

—Desobedecer a tus mayores es un acto deshonroso —apuntó la voz masculina.

—Shampoo no quiere desobedece ancianas. Shampoo no casa Mousse. Mousse y Shampoo intentan manera, pero ahora Shampoo pertenece a Ranma. Mousse tiene que esperar hasta que Shampoo vuelve a China.

—¿Perteneces a esa joven?

Ranma frunció el ceño al oír esas palabras. Era como si estuviera siendo señalada con un dedo acusador a través del paño que la separaba de la habitación contigua. Shampoo no le "pertenecía". Más bien parecía que Shampoo "pertenecía" a ese tal Mousse, quien quiera que fuera.

—Shampoo tiene deuda honor con Ranma. Ranma es sensei de Shampoo hasta deuda pagada. Regla amazonas.

—¡Qué gran guerrera! —dijo el otro, con una campechana risita—. Tu sensei debe apreciar bastante a una servidora con semejante sentido del honor.

Se hizo el silencio durante algunos instantes, y Ranma se apartó de la cortinilla. Las razones de fondo del sacrificio de Shampoo empezaban a estar algo más claras para Ranma. La amazona había abandonado a su familia, su hogar, su amor sólo porque su honor así lo exigía.

El hombre, quienquiera que fuera, estaba en lo cierto: Ranma sí apreciaba la compañía de Shampoo, aunque no se había dado cuenta hasta ahora. La dedicación que mostraba Shampoo hizo que Ranma se reafirmara en mantener la promesa que hizo a su padre. Volvería a casa y encontraría a Kayoko.

—Shampoo... nunca antes sensei tener. Extraño pensar ser.

—Bueno, entonces te contaré cómo entré al servicio de mi Señor. Tal vez te sirva de algo. Si ella es tu sensei, debes aprender cómo tratarla con respeto.

Ranma se apartó reptando de la cortinilla y volvió a la calidez de la manta para pensar. Mantendría su promesa. Bostezó, y sintió cómo se le cerraban los ojos. Intentó mantenerlos abiertos, pero no halló fuerzas para hacerlo. Sí, mantendría su promesa... después de dormir un poco más; tan pronto como pudiera quitarse de encima el cansancio que la oprimía. No sabía cuánto había dormido, pero tenía la sensación de no haber descansado en absoluto.

—Pero antes... —resonó la voz del hombre a través del tejido de la cortinilla con un profundo tono que fue incapaz de alcanzar la mente de Ranma, quien caía en el abrazo del sueño— ...¡bebamos¡Por las amazonas, los guerreros y el honor!

— — —

Pasaron varias horas antes de que Ranma saliera, con la vista nublada por las legañas, de la pequeña habitación en la que había dormido. Bostezó, aún cansada, y echó un vistazo a su alrededor para ver exactamente a dónde la habían llevado. De lo último de lo que se acordaba era de estar nadando y de sentir un hormigueo en el estómago cuando ya podía divisar tierra a lo lejos.

Salió de la habitación tambaleándose. Tuvo que apoyarse en el marco de la puerta, puesto que sus piernas aún no eran capaces de sostenerla con firmeza. Sus músculos protestaban con cada movimiento y las agujetas aparecían con cada paso. Los crujidos de sus articulaciones le daban la sensación de que sus huesos podían partirse en dos en cualquier momento.

La estancia estaba iluminada por la luz del Sol. El suelo era un tatami y en el centro de la habitación había una mesa grande sobre la cual había varias botellas de sake vacías. Al otro lado de la mesa había una desaliñada Shampoo que dormía recostada contra la pared con la cabeza caída hacia el hombro.

Ranma caminó cuidadosamente hacia la mesa, atónita por la gran cantidad de botellas vacías. Su padre era muy aficionado al sake (a veces demasiado), pero no era capaz de imaginárselo vaciando tal cantidad de botellas en una sola noche. Supuso que Shampoo nunca antes había probado el sake de modo que su tolerancia al alcohol debía ser baja. Por lo tanto, solo quedaba la posibilidad de que hubiera sido su anfitrión quien consumiera tanto sake. Ranma se rascó la cabeza, impresionada por semejante fortaleza de ánimo.

—No te enfades con tu sierva. Fui yo quien le dio el sake.

Ranma saltó del susto y se volvió rápidamente, adoptando una postura defensiva casi instintivamente. Tambaleándose sobre sus pies, que aún no eran capaces de ofrecer firmeza, se preguntó cómo esta persona había sido capaz de ocultar tan bien su presencia.

Numerosas arrugas aparecieron en el rostro del hombre cuando éste sonrió. Era de mediana edad y parecía estar en excelentes condiciones. Vestía completamente de negro. La única variación en el color la ofrecían su piel y sus agrisados cabellos.

—Mis saludos, Saotome-san —dijo con una voz grave al tiempo que se inclinaba reverencialmente—. Bienvenida a mi humilde morada.

Advirtiendo que este hombre no representaba peligro alguno, Ranma se permitió relajarse un poco y, lentamente, no sin dolor, devolvió la reverencia.

—Gracias a usted por acogernos.

—Son ustedes bienvenidas —respondió el hombre, irguiéndose de nuevo—. Soy Hojo Yoshimasa, sirviente de Shingen-sensei. Por favor, tome asiento. Le serviré algo de comer.

—Estoy bien, gracias —dijo ella. No estaba muy hambrienta pero, sobretodo, dudaba de si sería capaz de volverse a levantar si se sentaba. Se volvió para mirar otra vez a Shampoo, que seguía inconsciente—. ¿Se encuentra bien?

—Sí, se encuentra bien —dijo Hojo—, aunque no siento ninguna envidia por el dolor de cabeza que tendrá cuando despierte.

—No debería haber bebido sake —comentó Ranma con el molesto recuerdo presente de la afición que su padre tenía hacia la bebida. Éste le había dado a probar el sake cuatro años atrás, pero a Ranma nunca llegó a gustarle. La loca manera de comportarse de su padre cuando estaba bebido hacía de elemento disuasorio.

—Por favor, no se lo tenga en cuenta. Es una buena sierva. Fue culpa mía y me pido disculpas por ello. La mantuve despierta hasta bien entrada la madrugada con mis historias y mi sake. Por favor, discúlpeme.

—No es mi sierva —suspiró Ranma, volviéndose hacia su anfitrión. La situación la hizo sentir molesta, así que cambió de tema.

—¿Dónde estamos¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

—Esta es la punta más meridional de Honshu —contestó Hojo—. Estaba patrullando los límites del territorio de mi sensei cuando las encontré en la playa. Usted estaba inconsciente, y Shampoo tiraba de usted hacia la orilla. O bueno... lo intentaba.

—Debe... debe de haberse cansado mucho —supuso Ranma. Nadar desde China no era una empresa fácil.

—Exhausta. ¿Nadando desde China? —Hojo sacudió la cabeza con acusado escepticismo—. Nunca antes había oído de una hazaña tan insensata. El mero hecho de que hayáis podido sobrevivir a tal viaje, al mismo tiempo me impresiona y me preocupa.

—De modo que me estaba sacando del agua... —dijo Ranma, intentando apartarse sobre una posible discusión sobre lo acertado o no de su viaje.

—Así es. Si no fuese por ella, usted se hubiera ahogado, probablemente. Cuando las encontré las traje aquí conmigo. Eso fue hace dos días.

—¡Dos días¿He dormido durante dos días?

Hojo asintió.

—Shampoo parecía convencida de que usted no iba a sobrevivir.

—Entonces... me ha salvado la vida —dijo con la boca chica, mirando de nuevo a Shampoo. Apretando los puños a los lados, se acercó hacia la mesa con la cabeza hecha un lío. No conseguía comprender a aquella amazona que en un principio pretendía matarla y que ahora la había salvado de ahogarse en el mar. Por un momento se avivó su odio hacia quien había atravesado el pecho de Genma con una flecha, pero este odio se entremezcló con una creciente curiosidad y un renovado respeto hacia la joven china.

"Por el amor del cielo... ¡Nunca entenderé a las mujeres!", pensó Ranma. "Ahora¿qué se supone que debo hacer con ella?"

Absolutamente confusa, dejó escapar un profundo suspiro y miró las botellas de encima de la mesa. A pesar de su poco gusto por el sake, en aquel momento y de buena gana habría sido capaz de vaciar una botella entera de un solo trago.

—Tiene un gran sentido del honor. Lanzó su vida como polvo al viento para proteger la de usted. Ese es el mayor privilegio que puede tener un siervo. Debería enorgullecerse de ella.

—Se lo agradeceré cuando despierte —dijo entre dientes y no sintiéndose orgullosa en absoluto. ¿Cómo iba a agradecer nada a quien había matado a su padre? Pero ahora sus sentimientos estaban desgarrados en direcciones opuestas; la sangre derramada de su padre reclamaba la vida de su asesina, pero Ranma no se veía capaz de matar a Shampoo. Sólo de pensarlo sentía un escalofrío que recorría toda su espalda. No podía matar a nadie por aquello.

Se imaginó a su padre mirándola desde arriba, avergonzado de ver a su impotente hija, su inútil descendiente, que ni siquiera era capaz de vengar su absurda muerte.

"¿Hija?"

—¡Necesito agua caliente! —le espetó a Hojo con un tono de voz que incluso a ella misma sorprendió. Su padre tenía miles de razones para sentirse avergonzado de ella, y esta era una de ellas. Por suerte, ahora las amazonas no podían hacer nada para alejar a Ranma del agua caliente.

—Por supuesto —respondió Hojo, notablemente sorprendido—. Espere un instante; le traeré agua caliente.

— — —

El agua caliente se deslizó sobre la cabeza de Ranma acariciando sus cabellos y cayendo suavemente hacia su espalda con una deliciosa calidez que la hizo estremecer. A manos llenas tomaba agua de la marmita y se la tiraba por encima.

"¡Joder¡Me encanta!", pensaba. "¿Cuándo fue la última vez que tomé un baño?"

Mantenía los ojos cerrados gozando del confortable calorcillo. Por un momento, se imaginó a sí misma sentada dentro de una bañera desprendiéndose con toda facilidad del polvo y la porquería acumulada. Por un momento se sintió libre, pero su despreocupado vuelo cayó en barrena hasta la tierra cuando advirtió un hecho escalofriante: sus manos recorrieron su cuerpo descubriendo que las curvas propias del cuerpo femenino seguían allí. Las puntas de sus dedos recorrieron las costillas hacia arriba, titubeantes, con miedo, hasta dar con el abombamiento de sus pechos. Tuvo que palparlos con la palma de la mano para cerciorarse de que no era un sueño, sino una pesadilla. Con los ojos abiertos de par en par intentó tragar saliva, pero su boca se había quedado seca. Aún... tenía... pechos...

—¡No¡Por Dios¡NO!

La situación casi parecía cómica. Su padre estaba muerto, su vida era un completo desastre, estaba sola, sin nadie en quien confiar ni un lugar donde caerse muerta, y como guinda del pastel, como una broma macabra del más absurdo de los destinos, ahora Ranma estaba atrapado en un cuerpo de mujer.

Una mujer. Era una mujer. La cura de las amazonas no había funcionado.

Una risa ahogada, desesperada, salió de sus pulmones al tiempo que su mente, atontada por el horror, era incapaz de comprender. Allá arriba, en algún lugar, los dioses se reían de ella, convirtiéndola en el objeto de sus juegos. Estaba acabada. ¿Cómo iba a vivir siendo una chica? Ser un digno sucesor de su padre era lo único que le habían enseñado; portar el legado de la familia y pasarlo de generación en generación. Así había sido educado Ranma, y de pronto todo había desaparecido.

Una mujer... Débil, patética, inútil...

Su cabeza entró en una espiral y su estresada mente alcanzó su límite y la cordura fue apartada por el terror más absoluto. Su mente gritaba, su corazón también, y también ella grito tanto como pudo.

— — —

—Ranma-sensei¿poder oírme?

Ranma gimió. Las palabras de Shampoo la traían de vuelta a la consciencia, pero ello no aliviaba el dolor punzante que la joven sentía en lo más profundo de su mente. Ignorando el dolor, hizo un esfuerzo por abrir los ojos, atreviéndose a pensar que, quizás, todo había sido un sueño.

—¿Qué... qué ha pasado?

Sus esperanzas se desvanecieron en el mismo momento en que pronunció esas palabras. El sonido de su femenina voz traicionó a sus ilusiones. Seguía siendo una mujer. Sintiendo la derrota, volvió a cerrar los ojos.

—¡Sensei estar bien¡Shampoo alegrar!

Sintió el calor del cuerpo de la joven amazona, que la rodeaba con sus brazos. Ranma se aguantó las ganas de gritar obscenidades y apartar a Shampoo de su lado, pero se quedó allí, envuelta en su miseria, preguntándose qué diablos iba a hacer ahora.

Quiso preguntar si Shampoo sabía algo acerca de la maldición; por qué no había funcionado el agua caliente, por qué la llamaba sensei, pero no tenía fuerzas para hablar. Necesitaba que el mundo se parara; descansar en el oscuro retiro que le proporcionaban sus párpados.

El calor que la rodeaba se disipó cuando Shampoo dejó de darle aquel abrazo que había llegado muy enhoramala. Suspiró profundamente. Un problema a la vez; era Ranma Saotome, y nunca se dejaría de afrontar un desafío. No dejaría que esta maldición pudiera con ella. Abrir los ojos sería el primer paso hacia delante.

—Ranma-sensei¿qué pasa a tu pelo?

Esta absurda pregunta pilló a Ranma por sorpresa. Allí estaba ella, ponderando el significado del final de su vida tal y como la había conocido hasta entonces, y Shampoo preguntando por cuestiones de estética.

—¿Cómo? —preguntó, disipando los nubarrones que llevaba en la cabeza. Abrió los ojos y miró a Shampoo—. ¿Qué quieres decir?

—Tu pelo... —comentó Shampoo, tomando entre sus dedos un mechón de los cabellos de Ranma—. Rojo ser...

Ranma se incorporó lentamente, ignorando la sensación de mareo, y miró al suelo. Junto a la marmita de agua caliente había un pequeño charco en el que Ranma pudo verse reflejada. Shampoo estaba en lo cierto: entre sus negros cabellos una fina franja rojiza destacaba, comenzando en la frente y cayendo hacia un lado. Suavemente se tocó aquellos cabellos esperando encontrar sangre seca, pero no; eran sus propios cabellos. Su sorpresa ante este nuevo evento se hizo evidente en el gesto de su cara.

"¡Por el amor de Cielo! Pero... ¿qué está pasando?"

— — —

La brisa arrastraba todo un desfile de pétalos de flor de cerezo, depositando algunos sobre una pequeña charca en cuya superficie se creaba un baile de ondas que iban en todas direcciones. De vez en cuando, un soplo de aire volvía a elevar los pétalos que no había llegado a tocar la superficie y se los llevaba hacía otro destino.

Ranma estaba sentada en silencio sobre la hierba observando cómo el aire arrastraba consigo sin piedad alguna aquellos pétalos con los que se sentía identificada. Desprendidos de su raíz, solos, a la deriva con toda su suerte depositada en la volubilidad del viento. Las últimas semanas de su vida le habían dado mucho en qué pensar. Su vida. Ella... Aquella distracción resultaba en verdad desagradable. ¿Cómo podría apañárselas ahora siendo una chica?

Llegó a pensar en volver a China para hablar con Cologne y buscar una cura. No recordaba el camino hasta Jusenkyo, pero probablemente se acordaría toda vez que estuviera en China de nuevo.

Un par de luciérnagas salieron de entre los arbustos, volando de un lado a otro sobre la charca. Momentáneamente tuvo la sensación de haber estado durante horas mirando aquella charca, pero llegó a la conclusión de que el tiempo no tenía ninguna importancia.

—Parece que se encuentra mejor, Saotome-san.

—Mmh —asintió ella sin apartar la mirada de la charca. No había notado cómo Hojo se aproximaba, pero no le importaba. Las cosas ahora le parecían triviales 1 —. Se acabaron los desmayos.

1 N. del T: Personalmente, no comprendo a qué se refería la autora con esta frase.

—Me alegro por ello. Estaba más que preocupado. —Hojo se sentó junto a ella y continuó:

»Espero que no le haya molestado mi intrusión; no querría interrumpir su meditación.

—No pasa nada. —¿Meditación? Nunca había creído en ella. La única meditación que su padre le había mostrado alguna vez era la propia derivada de los efectos etílicos de una noche de parranda, y siempre iba seguida de un despertar malhumorado y resacoso—. Sólo pensaba.

—Ha estado fuera durante un buen rato. ¿Puedo preguntarle en qué estaba pensando? Por su expresión podría decirse que está usted cargando con el peso del mundo sobre su espalda. Es una gran lástima ver tal expresión de pesar en un rostro tan hermoso.

Ranma se encogió de hombros, aceptando de mala el cumplido. Recogió las piernas hacia su pecho y las rodeó con los brazos pensando que, en el fondo, Hojo-san, en su ignorancia, estaba intentando ser amable.

—Estaba pensando en volver a China para encontrar cura para la maldición.

—¡Ah, por supuesto! La maldición... —dijo pensativo mientras se llevaba una mano al mentón—. Sorprendente sortilegio, que puede ser curado con agua caliente... Pero opino que su cabello tiene ahora un toque de estilo, si es eso lo que le preocupa...

—Es una historia muy larga, y no tiene nada que ver con mi pelo —respondió con pesar. Ranma prefería no tener que dar explicaciones, o Hojo acabaría pensado que estaba mal de la cabeza.

—Comprendo. Entonces¿por qué quiere regresar a China?

—Para encontrar una cura que funcione, y para que Shampoo pueda regresar a casa, pues es lo que desea.

—Eso es cierto, pero no quiere regresar todavía.

Ranma se mostró sorprendida por tal afirmación.

—¿Por qué lo dice?

—Shampoo y yo tuvimos una... larga charla anoche —dijo Hojo, sonriendo—. Y ahora también hemos estado hablando mientras usted estaba aquí afuera. Además de ser encantadora, ha mostrado un gran entusiasmo es ayudarla a usted a encontrar a una tal Kayoko, pues al parecer se trata de algo importante para usted.

—¡Exacto! Es importante para mí, no para ella —saltó, entornando los ojos.

—Saotome-san, quisiera compartir un pequeño secreto con usted. Puede llamarlo sabiduría, si lo desea; Shampoo es su sierva, y lo que es importante para usted, también lo es para ella.

Ranma frunció el ceño. No le gustaba nada la idea de que se refirieran a Shampoo como su sierva, como si fuera su esclava. Fue Shampoo quien la siguió hasta el Japón a pesar de que Ranma le dijo que se quedara en China, así que no iba a hacerse responsable de la amazona.

—Mi sensei, Shingen-sama, está ahora en Kyoto reunido con otros Señores para debatir acerca de un grave problema que les concierne. Hay rumores de que disentimiento entre la clase guerrera, a la cual yo pertenezco. Algunos guerreros piensan que son ellos los que tienen el poder y que por tanto deberían gobernar, dejando a los nobles a un lado. Si eso llegara a ocurrir, muy probablemente yo me convertiría en el señor de esta región, pero espero de todo corazón que no ocurra jamás.

—¿Por qué? —preguntó Ranma.

—Antes moriría que ver caer a Shingen-sensei. Él lo es todo para mí, y mucho tiempo atrás juré que daría mi vida si con ello pudiera evitar una sublevación contra mi señor.

»Esta es la historia que anoche conté a Shampoo, y ella está empezando a comprender lo que implica tener un sensei.

—Así que es por eso por lo que sigue llamándome "sensei" —comentó Ranma—, por culpa de su historia.

A Hojo se le escapó una risita jovial.

—Así es. Puede usted decir que yo soy el responsable, si así lo desea. Sin embargo, Shampoo tiene un gran sentido del honor; yo tan solo hice que despertara en ella tal sentido.

—De modo que no me voy a librar de ella —refunfuñó—. Muchas gracias.

—Más bien, véalo como que ella la va a acompañar durante su viaje —apuntó Hojo—. Pocos tienen esa suerte, Saotome-san.

"¿Suerte?" Ranma pensó en las palabras de Hojo. En cierto modo tenía razón. Al fin y al cabo, de no ser por Shampoo, se habría ahogado frente a la costa de Japón.

—Bueno... Supongo que estará bien tener alguien con quien hablar —admitió, aunque de mala gana.

—El más largo de los viajes comienza con un pequeño paso —observó Hojo—, y usted acaba de darlo.

Ranma asintió, admitiendo así que Hojo tenía razón. Shampoo no querría volver a su pueblo, en China, hasta que su honor hubiera sido restituido. La cura podía esperar. Tenía que cumplir la promesa de encontrar a Kayoko, y eso podía hacerlo aún con su nuevo cuerpo de mujer. Una vez que hubiera cumplido su promesa, podría volver a China.

Un soplo de aire arrancó varios pétalos de un cerezo llevándolos consigo, apartándolos del cerezo cada vez más. Al igual que para aquellos pétalos de flor de cerezo, para Ranma no había vuelta atrás.

—Supongo que el siguiente paso es ir hacia Edo —afirmó Ranma con un renovado tono de voz—. Tengo que encontrar a Kayoko.

— — —

—Vayan con cuidado. Muchos se verán tentados por ver a dos jóvenes mujeres viajando a solas. Si pudiera las acompañaría para protegerlas, pero debo atender mis obligaciones junto a Shingen-sensei.

—No se procupe, Hojo-san. Estaremos bien.

—No me cabe duda —admitió Hojo con una sonrisa—, pero el camino hasta Edo es largo. Quizá no tan largo como hasta China, pero sí lleno de peligros.

Ranma aintió, y por primera vez después de mucho tiempo, sonrió. Hojo era un hombre bueno y amable, con la sabiduría que la experiencia otorga. Por un momento se preguntó qué clase de experiencia habría sido ser discípula de Hojo. Con un gran respeto, se inclinó ante él.

—Gracias por sus consejos y por cobijarnos, y... —Ranma hizo una pausa, dubitativa—Gracias —concluyó.

—No hay nada que agradecer, Saotome-san —respondió Hojo, devolviendo la reverencia—. He disfrutado con su estancia. Si alguna vez pasan por aquí no duden en hacerme una visita. Serán siempre bienvenidas.

—Gracias... Me alegro de haberle conocido, Hojo-san.

—Ranma-sensei, nuestras cosas ya listas estar. Listas para ir —dijo Shampoo, que quedaba fuera de la vista de Ranma. Ésta se giró hacia ella y asintió con la cabeza. La silueta de la amazona quedaba a contraluz sobre el sol naciente. Daba la impresión de estar envuelta en un halo de misterio.

Las posesiones a las que Shampoo se había referido tampoco eran gran cosa; unas pocas ropas y la comida que Hojo les había cedido. Ranma conservaba su espada, pero Shampoo no tenía ningún arma. Considerando además el largo viaje que tenían por delante, su dotación era bastante pobre. Además, parecía que la joven china aún no estaba del todo recuperada de la herida que Ranma le había ocasionado durante su estancia de recuperación en el pueblo de las amazonas.

"Habrá que conseguirse comida durante el camino", pensó Ranma. Acostumbraba a viajar ligera de equipaje cuando iba con su padre, así que mientras tuviera algunas reservas podía aguantar.

—Shampoo, vámonos.

Ésta asintió y cargó el macuto sobre sus hombros. Sonriendo tiernamente hizo un gesto de despedida a Hojo, y dando media vuelta siguió a Ranma hacia el amanecer.

— — —

De no haber sido por las nubes que se veían en el horizonte, se hubiera podido jurar que allí el azul del cielo se juntaba con las colinas alfombradas de verde de la tierra. Era un día hermoso en el que el sol daba brillo a la hierba y en el aire se notaban los frescos aromas de la naturaleza. Ranma tuvo que entornar los ojos al llegar a lo alto de una colina para evitar que la luz del sol la deslumbrara. Aquellos campos de verde parecían llegar al infinito

La pareja llevaba seis días viajando, parando a descansar sólo cuando estaba demasiado oscuro para continuar, lo cual hacía que hubieran cubierto ya una buena distancia.

Cuando viajaba con su padre solían entrenar en casi todas las paradas que hacían para romper así la monotonía de marchar día tras día, pero este no era un viaje de entrenamiento. Tenía un claro objetivo y una clara intención de alcanzarlo. Sin embargo, esta determinación no evitaba que la cabeza de Ranma siguiera dando vueltas, pensando, recordando. Tanto de día como de noche, cuando Shampoo dormía y su única compañía era el sonido del aire al acariciar la hierba. Ocasionalmente se preguntaba dónde estaría ahora su padre, qué estaría haciendo. Lo cierto era que Ranma nunca había cuestionado los principios fundamentales de la vida y la muerte, pero no podía evitar preguntarse por el lugar que ocupaba su padre en el mundo. Cada día lo echaba más de menos. ¡Había tanto que no se habían dicho, tantas discusiones no resueltas, tantas palabras crueles que en realidad no encerraban ninguna verdad! Ahora ya era tarde para eso. Todo aquello que lamentaba era una pesada carga que lastraba a Ranma cada vez más. Sabía que debía dejar de pensar en ello, pero sabía también que jamás podría olvidarlo.

Algunas noches se sentía abrumada por la soledad. Entonces rodeaba a Shampoo con sus brazos y se dormía abrazando a ésta. Ranma necesitaba sentir el calor de otro, necesitaba saber que no se hallaba completamente sola en la oscuridad.

—Ranma-sensei¿comer algo quiere? 2

2 N. del T: Nótese que la peculiar manera de hablar de Shampoo se debe a que ahora se dirige a Ranma en japonés, idioma que apenas domina.

Ranma, que marchaba delante, giró la cabeza y miró por encima de su hombro a Shampoo, que marchaba obedientemente colina arriba bajo el peso del macuto que, si bien al principio estaba casi vacío, había ido ganando peso y volumen con la comida que habían recogido por el camino. Ranma había insistido en cargar con el macuto, aunque solo fueran unos breves instantes que permitieran a Shampoo tomar un respiro, pero ésta se había negado una y otra vez a que aquella a la que consideraba su sensei tuviera que realizar tal tarea.

A pesar del peso que llevaba, Shampoo dedicó una sonrisa a Ranma que, combinada con la mirada, resultó ser irresistiblemente contagiosa. A pesar de los pesares, Ranma devolvió la sonrisa. Ya hacía días que se había dado por vencida y dejaba que Shampoo siguiera llamándola sensei, lo cual además se había correspondido con una mejora exponencial en el ánimo de Shampoo, quien cada vez sonreía más y más a menudo. De este modo, el viaje estaba resultando más llevadero de lo que en un primer momento se habían imaginado.

—Gracias, pero no —contestó, deteniéndose en lo alto de la colina. Se puso en jarras y oteó las tierras que había frente a ella mientras Shampoo se llegaba a donde ella estaba—. Vaya vistas¿eh?

—Japón, muy hermoso —dijo Shampoo, aguantando la respiración—. Contenta ser de aquí venir.

—Hermoso, desde luego. Pareces cansada —añadió, dando una palmadita en la espalda a la joven—. Deberíamos descansar.

—No, Ranma-sensei. Estoy bien. Hasta Edo continuar.

—Mañana Edo seguirá estando en su sitio. Siéntate, Shampoo.

—Como Ranma-sensei quiera.

Ranma se sentó sobre la hierba y Shampoo la imitó, quitándose el macuto que llevaba a la espalda y dejándolo tras ella sobre el suelo. Respiró profundamente, aliviada por haberse quitado aquel peso de la espalda.

—¿Te encuentras mejor?

—Sí —respondió la amazona visiblemente agradecida—. Gracias.

Ranma sonrió a su acompañante, observándola unos momentos antes de apartar la vista. Shampoo había mostrado dedicación y diligencia. Lo menos que Ranma podía hacer era dejarla descansar. Rió para sus adentros, asaltada por la pregunta de cuál habría sido su reacción uno o dos meses atrás ante aquella situación: sentada tranquilamente junto a la que había matado a su padre. ¿Quién sabe?

Era cierto que la alegría era visible en los ojos de Shampoo, pero al mismo tiempo, tras aquella simpática fachada, se vislumbraban sentimientos de culpa, de dolor. Sabía que Shampoo haría todo lo posible para reparar su deuda.

—Ranma-sensei¿puedo preguntar?

—¿Hmm? —se limitó a decir Ranma, con la mirada fija en el horizonte.

—Kayoko¿quién es?

Ranma respiró profundamente, con aspecto pensativo. Finalmente, respondió:

—Kayoko Tendô. Es la hija de un tipo con quien mi padre solía entrenar.

—¡Oh! —Shampoo pareció desilusionarse. Esperaba que la búsqueda de la tal Kayoko tuviera algún punto de intriga—. Ranma-sensei, no enfades por mi pregunta, pero ¿porqué buscar a Kayoko?

—No me molesta —dijo sacudiendo la mano—. Si yo fuera tú también estaría haciendo preguntas. Mi viejo solía entrenar con el padre de Kayoko, pero éste murió poco antes de nacer Kayoko. Mi viejo ayudó a la madre de Kayoko a criar a su hija. Ella tiene un par años menos que yo, pero hace diez años que no la veo.

—Entonces ahora es Ranma-sensei quien debe cuidar —supuso Shampoo.

—Supongo que se trata de eso —respondió encogiendo los hombros—. El viejo no me dijo mucho sobre lo que se suponía que debía hacer.

—Ranma-sensei no muy entusiasmada estar —observó la amazona, sintiéndose identificada con Ranma de algún modo.

—Creo que nunca me he imaginado a mí mismo... misma... haciendo de niñera. Sin embargo, una promesa es una promesa. Si el viejo piensa que debo cuidar de Kayoko, debe tener sus motivos.

—Puede estar en peligro. —Hubo un tono de esperanza en la voz de Shampoo.

—¡Vaya! Parece que lo estés deseando...

—Perdón, Ranma-sensei —se disculpó, enrojeciendo—. Shampoo quiere combate. Así comprobar si tiene lo necesario para ser amazona.

—Eres fuerte, dedicada y honorable —la animó Ranma, poniendo una mano en su hombro—. A mí me parece un buen comienzo.

— — —

Tras casi tres semanas de viaje encontraron una señal de civilización 3, o al menos, algo que alguna vez lo había sido.

3 N. del T: Probablemente se trata de un lapsus de la autora. Según dice Hojo-san al principio del capítulo, el viaje hasta Edo era más corto que hasta China. Además, 3 semanas sin señas de civilización me parece demasiado tiempo, incluso en aquella época.

—¿Qué le parece a Ranma-sensei?

Ésta entornó los ojos explorando con la vista a un lado y a otro entre las cabañas quemadas, aún humeantes. En el aire se notaba el malsano olor de la muerte. El suelo de aquella aldea que parecía haber sido arrasada hasta los cimientos estaba cubierto de cenizas y restos carbonizados. Algunos fuegos aquí y allá seguían consumiendo lo poco que quedaba por quemar.

—Nada puede sobrevivir a esto —dijo Ranma, tan desolada como las ascuas que había en la distancia.

—Algo así... quién... ¿quien poder hacer? —se preguntó Shampoo con total consternación al ver aquella escena—. Aldea llena de gente... quemada...

Ranma miraba en silencio. Sabía que lo normal en aquella situación era sentir dolor, pesar, amargura; sin embargo no sentía nada. Estaba como aturdida, desconectada del sufrimiento que había sido infligido a aquella aldea. Sí, era horrible, abominable. Quería sentirse furiosa, iracunda, cargar contra las ruinas con ganas de venganza, pero no lo lograba. Tan solo había un vacío que ocupaba el lugar que la piedad y la lástima debían ocupar.

Miró a Shampoo, que estaba horrorizada, y por un momento la envidió, preguntándose por qué ella no podía sentir lo que estaba sintiendo la amazona. En cambio, aceptaba la destrucción que había ante ella como algo inevitable.

—Ranma-sensei ¿estar bien?

—Sí, estoy bien —respondió Ranma posando una mano sobre Shampoo y mostrando una sonrisa forzada.

—Nosotras deberíamos encontrar culpables y castigar —dijo Shampoo—. Impensable ser... Niños, inocentes muertos...

—No, Shampoo —dijo Ranma seriamente y con firmeza—. Esto no es asunto nuestro. No hemos venido para esto. Vamos a Edo.

—Pero, Ranma-sensei...

—¡Sin peros! Tengo que cumplir una promesa, y es lo que voy a hacer.

—De acuerdo, Ranma-sensei —dijo la joven china, mirando al suelo desalentada.

Ranma suspiró dispuesta a hacer alguna concesión.

—Si eso te hacer sentir mejor, podríamos... ver si queda alguien vivo, pero no tenemos tiempo de recorrernos todo Japón en busca de quien haya hecho esto.

—Comprendo. —Shampoo se dio por vencida—. Es deseo de Ranma-sensei.

— — —

El desagradable hedor del humo inundaba las fosas nasales de Ranma, obligándola a cubrirse boca y nariz para poder respirar. Shampoo tosía detrás de ella, teniendo también problemas para respirar.

Los alrededores estaban desolados. Hierba y madera habían ardido completamente, quedando solo restos carbonizados. Una ligera brisa barría el rugoso suelo, arrastrando cenizas con un brillo violento. Las moscas volaban en enjambres, arremolinándose sobre lo que Ranma supuso que eran los restos de los habitantes.

El olor y la imagen de la carne quemada quedaron fijados en la mente de Ranma, haciéndole sentir una profunda revulsión. Tuvo que hacer esfuerzos contra su estómago para no vomitar. Cerró los ojos para intentar distanciarse de las escenas de carnicería, y fue entonces cuando comenzó a comprender. Habiendo desaparecido de su vista aquel paisaje de destrucción, la sensación que le quedó fue bien distinta. La perspectiva de que los aldeanos hubieran muerto no le preocupaba. Se imaginó la tierra —turbada por la vida y el caos— siendo purgada por el fuego que destruía todo rastro de vida en su superficie, dejando tras él una paz perfecta, una quietud eterna. Desde un punto de vista perverso, aquel paisaje casi transmitía serenidad.

La misma Ranma se sorprendió por la claridad de aquel pensamiento, preguntándose de dónde había surgido.

—Esto, terrible... despreciable...

Las palabras entre sollozos de Shampoo acabaron con la calma. Ranma volvió a abrir los ojos, hallando de nuevo las execrables figuras de cuerpos carbonizados y aquella sensación de tener una piedra en el estómago.

—Nada sobrevive a esto —dijo Ranma en voz baja, entornando los ojos. Podría haberse pasado todo un día rebuscando en la aldea, pero no necesitó hacerlo para saber que no quedaría nadie vivo. En aquel vacío purificado por el fuego no quedaba sino muerte.

Ranma se volvió lentamente, mirando a Shampoo. Ésta cayó de rodillas, desolada por el horror. Ranma se acercó y se agachó rodilla en tierra frente a ella. En voz muy baja y suave, habló.

—Están todos muertos, Shampoo. Lo siento.

Los ojos humedecidos de Shampoo miraron a los de Ranma un instante y se llenaron de lágrimas. La joven se daba cuenta de que Ranma tenía razón. Ranma se puso en pie y dejó a Shampoo a solas con sus penas.

Conforme se alejaba de Shampoo, los sollozos de ésta se hacían menos perceptibles, pero aún así hacían que le vinieran muchas preguntas a la cabeza. ¿Por qué Shampoo se sentía tan apesadumbrada por unas personas a las que no conocía y a las que probablemente jamás hubiera conocido¿De dónde provenían esas emociones, emociones que Ranma no sentía en absoluto?

"¿Qué es lo que me pasa?", se preguntaba. "¿Por qué no siento nada¿Acaso debería sentir algo?"

Shampoo plañía, y ella no sentía nada; ni piedad ni remordimiento. Los muertos de aquella aldea no se veían abocados a vivir sin padre. No estaban solos ni sometidos a maldición. Ahora eran libres, libres de sufrimiento y de dolor, libres de todo problema o preocupación.

Los pensamientos de Ranma se dirigieron de nuevo hacia la amazona, que sollozaba en su dolor como si estuviera envuelta en llamas. Estaba sufriendo, sintiendo el mismo dolor que los aldeanos habían sentido. Como si hubiera visto un destello revelador, Ranma concluyó:

"Puedo liberarla. No quiero que siga sufriendo de esta manera". Lentamente se llevó la mano hasta Garyoutensei. Sus dedos, temblorosos, intentaron cerrarse alrededor del mango.

"¡NO!"

Ranma sacudió la cabeza, repudiando semejante idea de desenfundar su espada. La idea que tan obvia y compasiva le había parecido hacía unos segundos resultaba ahora absolutamente repulsiva. Su mano se apartó del mango para buscar su frente, acariciándola suavemente.

—¡Shampoo! —le dijo—. ¡Nos vamos! No hay nada que podamos hacer aquí.

— — —

Ambas se alejaron caminando lenta y solemnemente de la aldea. Shampoo ya no sollozaba, pero en sus mejillas aún quedaban los regueros que sus lágrimas habían seguido. Ranma iba a cierta distancia de la amazona, ceño fruncido, intentando concentrarse por una parte mientras intentaba apartar quitarse sus pensamientos de la cabeza.

—Ranma-sensei... no poder...

Ranma se detuvo y vio que Shampoo se había plantado en el camino. Retrocedió unos pasos; los ojos suplicantes y llorosos de Shampoo la miraban fijamente.

—Yo lo siente, Ranma-sensei —gimoteó, apoyándose contra un árbol.

—No pasa nada, Shampoo —la reconfortó—. Lo comprendo.

No era cierto, pero esperaba que ello hiciera sentir mejor a Shampoo. Ranma no lo comprendía, y ese era precisamente el problema.

—Quemar una aldea y su gente¿cómo alguien poder? —se preguntaba desesperadamente Shampoo, completamente incapaz de comprenderlo—. ¿Cómo¿Por qué?

Ranma intentó buscar palabras que reconfortaran a Shampoo, pero no halló qué decir. Sus pensamientos no eran sinceros; carecían de sentido. Ella tampoco sabía por qué alguien querría quemar una aldea hasta los cimientos y hacer una masacre con sus habitantes. ¿Qué se podía ganar con eso?

—Pues... no lo sé... —admitió de mala gana—. Alguien tuvo sus razones, pero no sé cuáles.

Shampoo se deslizó hasta el suelo sobre el tronco del árbol, quedando de rodillas, y cerró los ojos con expresión de derrota.

—Japón ya no hermoso ser.

—Tal vez tengas razón —respondió sin saber muy bien qué decir. Ranma empezaba a estar convencida de que, a pesar de que Shampoo hablaba con frecuencia de ser una guerrera, ésta se ponía enferma solo con pensar en la posibilidad de tener que matar a alguien. Ranma supuso que antes de que su padre hiciera aquella gloriosa aparición en el pueblo de las amazonas, Shampoo jamás había matado a nadie. Además, había algo que le preocupaba: tampoco ella había matado nunca a nadie, sin embargo las reacciones de ambas ante las escenas de la aldea arrasada habían sido completamente distintas, casi opuestas. Por un momento se preguntó qué reacción era la correcta.

"Ahora no es momento para eso", pensó.

—Sé que es duro —dijo suavemente, considerando cada palabra—. Nada que te diga conseguirá que lo que hemos visto allí te parezca menos horrible. Sé que lo que ahora querrías es esconderte bajo una piedra y desaparecer, porque lo de la aldea duele solo de pensarlo.

"Pero... ¿por qué a mí no me duele¿Le estoy mintiendo?", se preguntaba.

—Me he sentido así muchas veces en mi vida: cuando murió mi padre; cuando esta maldición cayó sobre mí; cuando pienso en todas las cosas horribles que he visto... A veces pienso... que el mundo es tan miserable, tan tenebroso, tan lleno de maldad...

»Pero a veces —continuó—, veo algo tan hermoso que me hace recordar que vale la pena aguantar, luchar. No puedo abandonar, porque si lo hago será lo mismo que dejarme vencer, y perder es algo que no puedo soportar.

—Las palabras de Ranma-sensei hacen parecer todo tan sencillo —dijo con una leve sonrisa.

Ranma se agachó y delicadamente apartó los cabellos que cubrían la cara de Shampoo, sonriéndole reconfortantemente mientras se arrodillaba. Por fin, entre el vacío que había en su interior, Ranma sintió un resquicio de simpatía por su acompañante.

—Sé que no es tan sencillo. —La mano de Ranma buscó la de Shampoo. Sosteniéndola tiernamente, continuó—. En la vida no hay nada que sea sencillo. Sé que lo que hemos visto es horrible, abominable, y que duele solo con pensar que puede haber alguien capaz de hacerlo, pero eso no puede detenerte; no puedes dejar de ser una buena persona.

—Intentaré, Ranma-sensei —respondió la amazona, apretando la mano de Ranma.

—Sé que lo harás. Sé que eres una buena persona, y lamento tener que arrastrarte a esto. Nunca debí traerte a Japón.

Shampoo respondió en voz baja.

—Yo no siento. Yo pienso ojalá nos haber conocido de otra manera, pero alegro de conocer a Ranma-sensei. Ranma-sensei intenta hacerme sentir mejor; agradezco.

Ranma sonrió y se puso en pie ofreciendo su mano a Shampoo, quien la tomo para ponerse en pie a continuación.

—En cierta manera, pienso que no deberías aspirar a ser una guerrera, Shampoo. Eres una persona agradable. No deberías dedicarte a pensar en matar a nadie.

La sonrisa de Ranma se fue apagando ante la mirada de la amazona. Se preguntó si diciendo aquello había ofendido a la joven. Estaba a punto de preguntarle cuando advirtió que Shampoo no la estaba mirando a ella, sino a algo más allá.

Pudo sentirlo: no estaban solas. ¿Por qué no lo había notado antes? Ahora ya era tarde para hacerse preguntas. Despacio, se dio la vuelta para ver de frente al hombre que estaba tras ella sujetando una espada ya desenvainada.

—¡Vaya, vaya! Mira qué tenemos aquí —sonrió burlonamente.

— — —

—¿Quién eres? —preguntó Ranma con tono nada amistoso. No le hacía ninguna gracia verse sorprendida por alguien que la amenazaba con una espada. Shampoo se puso en pie con cautela y se situó por detrás de Ranma.

El hombre rió con desdén mientras las inspeccionaba de arriba abajo. A aquel tipo parecía gustarle lo que veía, pasándose la lengua por los labios en señal de aprobación. A Ranma se le erizó el vello del cogote.

A pesar de su baja estatura, aquel hombre tenía un aspecto agresivo. Su piel rojiza y sus salvajes ojos le daban un aspecto peligroso. Varias cicatrices de pequeño tamaño recorrían su cara, y su amarillenta sonrisa era la propia de un vicioso depredador.

Llevaba un uniforme harapiento de color amarillo y su espada, aunque sucia con un tizne rojizo que hacía pensar que había sido utilizada hacía poco, estaba bien afilada. El hombre apuntaba a Ranma con la espada, sujetándola firmemente. Aquel arma no era la de un ladronzuelo ni la de un bandido.

"Éste no es un principiante", advirtió Ranma. "Es un soldado".

—Quien yo soy no os importa —respondió groseramente—. Yo me preocuparía más por vuestra vida que por el cabrón que os la va a quitar.

—¿Piensas atacar a dos simples caminantes¿Qué clase de soldado eres? 4 —preguntó Ranma, levantando una ceja. Aquello fue más un "farol" que una auténtica muestra de incredulidad. Ranma se daba perfecta cuenta de la clase de persona a la que se enfrentaba.

4 N. del T: La frase original es "You'd attack two women travelling by themselves? What kind of man are you?", pero he pensado que en castellano suenan más naturales las expresiones que figuran en el texto. Además, en el texto original, el soldado utiliza un lenguaje barriobajero. Puesto que traducir esto literalmente al castellano quedaría raro, buena parte de los diálogos de este personaje no coincidirán con los de la versión original de TEN.

—Dime primero cómo escapasteis del fuego. Nosotros no vimos huir a nadie de allí.

—Entonces... ¡FUISTEIS VOSOTROS! —profirió Ranma con incredulidad. ¿Cómo podía aquel tipo admitir tan gratuitamente que era culpable de semejante acto? Ranma no lo había considerado hasta ahora más que un rufián hideputa, pero su consideración había bajado en la escala hasta una categoría infrahumana.

Shampoo, encrespada, hizo intención de avanzar, pero Ranma la detuvo interponiendo su brazo. No podía verle la cara, pero podía sentir la ira que Shampoo irradiaba.

—Sí, carbonizada —dijo el soldado con tono orgulloso. Ranma reprimió un escalofrío ante aquel comportamiento tan repulsivo. Era cierto que se había sorprendido al descubrir que no era capaz de sentir nada por los aldeanos muertos, pero le resultaba imposible comprender cómo aquel soldado podía estar disfrutando con el sufrimiento de los muertos.

—¡Por qué? —reclamó Shampoo. Ranma tuvo que retenerla una vez más.

—Eso a ti no te importa. Tenemos lo que buscábamos, ahora voy a rematar la faena.

Shampoo gruñó como una fiera. Ranma frunció el ceño, sabiendo exactamente lo que Shampoo estaba pensando. "Ranma-sensei, déjame castigarlo; deja que le enseñe lo que les pasa a los mal nacidos que matan inocentes".

"No te precipites", pensó Ranma a su vez. "Tendrás tu oportunidad, Shampoo".

Ranma se cruzó de brazos con una confianza desbordante y dijo:

—Entonces, remátala de una vez.

Al soldado le sorprendió esta reacción de Ranma. Tras unos momentos de duda, dijo:

—¡De rodillas!

Ranma empezó a balancear su peso de un pie al otro sin dejar de mirar fijamente al soldado.

—¡No!

—¡Hacedlo! —ladró él, rojo de ira.

—¿Y si no, qué¿Nos lo pedirás otra vez? —preguntó despreocupadamente mostrando una sonrisa. "Perfecto", pensó. "Este idiota tiene poco aguante".

—¡Hombre estúpido¡No dice qué nosotras hacer! —dijo Shampoo con su característico y cantarín modo de hablar. Ranma se sonrió al comprobar que Shampoo había comprendido a dónde pretendía llegar con aquella conversación.

—No creo que tenga agallas —vaciló Ranma echando una mirada a Shampoo por encima de su hombro—. Es todo palabrería.

—¡Silencio! —bramó el soldado, colérico—. Arrodillaos u os arrepentiréis de haber nacido.

Ranma continuó con su postura chulesca, y describiendo un exagerado arco con sus ojos, respondió:

—De eso no sé, pero sí que me arrepiento de haber comenzado esta charla. ¿Podemos irnos ya?

—Aburrida estar —añadió Shampoo—. Nosotras ir ya¿sí?

—¡Silencio! —rugió el soldado al tiempo que descargaba toda su ira con un golpe de su espada. Justo lo que Ranma andaba buscando: un golpe furibundo y descontrolado.

A pesar de lo bien entrenado que el soldado debía estar, no estaba preparado para la capacidad de Ranma de esquivar los golpes. Rápida como un rayo, Ranma se hizo a un lado y golpeó al soldado en la mano que sostenía la espada. Se oyó un crujir de huesos, y la mano perdió el agarre del arma. Shampoo completó la jugada con una patada directa a la cara del bergante, que cayó al suelo con un ruido seco. Shampoo, que había quedado en posición de guardia, con un hábil movimiento del brazo recogió la espada al vuelo por el mango. Mirando a Ranma, sonrió.

—Buena patada —comentó Ranma correspondiendo a la sonrisa de la china.

—Gracias, Ranma-sensei —respondió reverencialmente.

—No esperaba que fuera tan fácil sacar a un tipo así de sus casillas. —Mientras decía esto, Ranma miraba a aquel tipo con gesto de desaprobación—. De todas formas, no nos ha ido nada mal.

—Ahora¿qué hacer con él, Ranma-sensei? —preguntó Shampoo mientras jugueteaba con la espada como si estuviera intentando hacerse con su peso y longitud.

Ranma se rascó la nuca.

—Supongo que podremos encontrar dónde están sus compañeros... La verdad es que no lo había pensado...

—Katanas bonitas son —dijo mientras miraba el afilado filo de su recién adquirida espada—. ¿Probarla con él, Ranma-sensei?

—No vamos a cargárnoslo, o no seríamos mejores que él. Cuando despierte le preguntaremos por el resto de sus compañeros y trataremos de averiguar qué es lo que buscan que tanto vale como para ir sembrando destrucción.

—Ranma-sensei dijo que para eso tiempo no haber.

—Sí, ya... pero este capullo me ha tocado la moral. Además, lo que dije es que no teníamos tiempo para dedicarnos a buscarlos, pero ahora ya los hemos encontrado. Bueno, ahora busca algo para atar a éste.

—Sí, Ranma-sensei —respondió Shampoo con tanta solemnidad como pudo, incapaz de ocultar la sonrisa de su cara.

— — —

—¡Despierta! Hace rato que salió el sol —dijo Ranma, arrodillada frente al soldado. Shampoo había encontrado unas enredaderas bastante fuertes que cumplían con su cometido sumamente bien. Atado a un robusto árbol, aquel tipo no iría a ninguna parte.

El hombre se despertó con un gemido grave. Lentamente abrió los ojos, parpadeando cuando comenzó a recuperar la vista. De par en par se abrieron sus ojos al cabo de unos segundos cuando consiguió identificar lo que tenía delante: el escote de Ranma.

—Así que he muerto y esta es mi recompensa...

Ranma pestañeó, perpleja. Miró hacia abajo y se dio cuenta de qué era lo que había llamado la atención del soldado. Armada de paciencia, puso un dedo bajo el mentón del soldado y le obligó a levantar la cabeza hasta que los ojos de ambos estuvieron frente a frente.

—Todavía no, soldadito. Aún vives.

—¡Ahk¡Mierda! —exclamó con disgusto cuando reconoció su situación. Hizo un vano intento por liberarse, lo bastante largo para darse cuenta de que estaba firmemente sujeto al árbol. Además, la fractura de su muñeca le hizo mostrar una mueca de dolor.

—Pero si no hablas pronto no vivirás mucho —añadió, haciendo un gesto afirmativo a Shampoo con la cabeza. El soldado miró a Shampoo, quien practicaba al aire con la que había sido su espada, y tragó saliva—. No está acostumbrada a las armas típicas del Japón pero, como puedes ver, aprende deprisa¿verdad?

Aquél gimió mostrando su preocupación y disgusto por cómo habían cambiado las tornas.

»Ya no eres tan duro¿eh? —dijo Ranma mostrando una perversa sonrisa, como la de una fiera a punto de atrapar a su presa—. No has hecho más que ver la espada que probablemente acabe atravesándote el pecho y ya tiemblas como una nena. ¡Qué asco!

—¿Qué es lo que queréis? —preguntó él, con una voz que no recordaba ni remotamente a la de hacía un rato.

—¿Quién eres?

—Totoshi —esputó con un leve tono furioso. Volvió a hacer una mueca—. No hacía falta romperme el brazo.

—¡Bah! Sólo es una muñeca rota, así que deja de quejarte —dijo Ranma. A continuación dejó el tono meloso que había estado usando y, con un aspecto y una voz peligrosamente serios, continuó:

»¡Intentabas matarnos, así que tienes suerte de que no te hayamos partido el cuello! —Ranma cerró entonces su mano alrededor del gaznate de Totoshi—. De hecho, aún podría hacerlo. Verás: supongo que nadie va por ahí, solo, a su aire, quemando aldeas. ¿Dónde están los otros?

—¿Qué otros?

—¡No te hagas el tonto! —gritó Ranma, amenazante, apretando más el cuello de Totoshi—. Sabes muy bien de lo que hablo.

La sonrisa de Ranma se retorció al aumentar la presión. Podía notar el palpitar de las venas del soldado al tiempo que la cara de éste tomaba un tono rojizo. Totoshi se ahogaba, pero intentaba mantenerse consciente. Finalmente, habló entre toses.

—No... lo sé... —dijo debatiéndose por escapar, olvidando por completo el dolor en su mano, horrorizado ante todo por la sonrisa maligna de Ranma, que parecía disfrutar con aquello.

Shampoo se detuvo y contempló el interrogatorio de Ranma con una mezcla de miedo y curiosidad. Los ojos de Totoshi estaban casi en blanco y sus movimientos perdían fuerza.

—Ranma-sensei¿no estar yendo un poco lejos?

Ranma gruñó en plena cara de Totoshi cuando soltó por fin su cuello. Su mano temblaba, como esperando poder agarrar alguna otra cosa. Lentamente, venciendo la resistencia que su propia mano hacía, la bajó hasta el suelo, hincando la rodilla en el suelo. Desde su posición, miró a Totoshi con mirada furibunda y le exhortó:

—¡Dime lo que sepas¿Acaso piensas perder la vida por protegerlos?

—Hablaré... hablaré —gimoteó ahogadamente. Se dejó caer contra el tronco del árbol, mareado—. Están... están hacia el norte... en un claro, detrás... detrás de aquella loma.

—¿Cuántos?

—Tres...

Ranma se puso en pie, con aspecto más calmado, y se acercó a la cara de Totoshi, sonriendo agresivamente.

—Muy bien, soldadito. —Se quedó así unos instantes antes de dirigirse a su acompañante.

»¡Shampoo, vamos hacia el norte!

—Sí, Ranma-sensei —respondió obediente la amazona. Señalando a su prisionero, preguntó:

»Con él¿qué hago?

—Déjalo aquí —dijo sin dejar de mirar a Totoshi—. Algo o alguien lo encontrará antes o después, y si tiene suerte, ese algo no querrá comérselo.

Totoshi quiso protestar, pero fue silenciado por Ranma.

»Mientras, el soldadito puede pensar sobre lo que ha hecho.

— — —

—Bueno... Parece que Totoshi nos ha dicho la verdad.

Ranma y Shampoo estaban tumbadas bocabajo, ocultas tras unos arbustos a través de los cuales podían ver un pequeño campamento. En el centro del claro rodeado de árboles había dos tiendas y un fuego. A su alrededor se sentaban tres soldados ataviados igual que Totoshi. Éstos hablaban y reían, pero Ranma no podía entender nada desde donde estaba.

—Vaya... No me gusta —dijo—. Estamos demasiado lejos. Habrá que acercarse más.

—¡Ranma-sensei, eso mirar! —dijo la amazona señalando un pequeño hueco entre los matorrales. Ésta se apartó para dejar sitio a Ranma, quien miró por el hueco. En aquel lugar había alguien más; una chica estaba sentada en el suelo firmemente atada a una estaba clavada en el suelo. Estaba aparentemente dormida o inconsciente.

Ranma entornó los ojos intentando distinguir mejor a la chica. No podía verle la cara, pero Ranma no pudo distinguir si era porque la chica llevaba algo que le tapaba la cabeza o porque las condiciones de luz dificultaban la visión. Dada la clase de acompañantes que tenía, Ranma sospechó que se trataba de lo primero.

Era curioso; cuanto más la miraba, más familiar le resultaba aquella joven.

—Ranma-sensei ¿qué pensar? —preguntó Shampoo mientras Ranma miraba a la chica. El cálido aliento de la amazona en la oreja hizo que Ranma saliera de la especie de letargo en el que estaba mientras observaba a través de los arbustos.

—No me gustaría estar en su lugar —dijo apartándose del hueco—, pero al menos está mejor que el resto de los aldeanos.

—Deberíamos ayudar ella —susurró Shampoo.

Sip, deberíamos —asintió Ranma—. Vamos.

— — —

Ranma se arrastró sigilosamente por detrás de una de las tiendas, espiando a los dos soldados más próximos. Miró a Shampoo y le hizo un rápido gesto con la mano, señalándola a ella y luego al tipo de la derecha. Shampoo asintió, siguiendo cuidadosamente a Ranma. Ésta se deslizó rápidamente entre las tiendas, acercándose así al guarda que estaba más a la izquierda. Alzando una mano indicó a Shampoo que debía esperar a una señal suya para atacar. Sin quitar ojo, aguantó la respiración, esperando el momento oportuno.

Los soldados reían a carcajadas. Ranma se puso de puntillas para poder ver qué era lo que les parecía tan divertido. El tercer soldado se tambaleaba sentado al otro lado de la hoguera con una botella de sake en la mano. Se llevó la botella a la boca y dio un gran trago, echando la cabeza hacia atrás para tragar el licor.

Bebido como estaba, el rápido movimiento de la cabeza le hizo perder el equilibrio, cayendo de espaldas. La botella se desprendió de su mano y rodó sobre la hierba. Los tres parecían encontrar esto muy divertido, mientras el aire se llenaba con roncas carcajadas.

Ranma hizo un gesto a Shampoo con la cabeza y acto seguido se lanzo sobre el soldado que le quedaba más cerca.

Ninguno tuvo la más mínima posibilidad de defenderse. Ranma rodeó el cuello del soldado con el brazo, sujetándolo brutalmente para sacudirle a continuación un puñetazo en la cara. El soldado, en su sorpresa, agitaba los brazos, sin comprender qué sucedía. El golpe lo desplazó sin tocar el suelo hasta que cayó rodando frente a una de las tiendas. Shampoo, por su parte, estaba en pie sacudiéndose el polvo de las manos mientras su respectivo soldado yacía ya inconsciente a sus pies. Ante tal escena Ranma sonrió, en parte debido a la satisfacción y en parte debido a lo cómico del aspecto de Shampoo. "Es curioso", pensó, "lo divertido que esto puede llegar a ser".

El tercer soldado miró a las dos recién llegadas. Su mente entumecida por el alcohol no alcanzaba a comprender qué acababa de suceder. Intentó mantenerse en pie mientras Ranma avanzaba diligentemente hacia él, pero no duró mucho. Solo apoyando el pie contra el pecho del soldado, Ranma lo hizo caer al suelo. Se preparó para darle un puñetazo en la boca del estómago, y lo hizo, dejándolo inconsciente, aunque Ranma no pudo evitar hacer una mueca de desagrado por la peste que desprendía el soldado.

—Fácil fue —dijo Shampoo, rascándose la cabeza—. No ser tan buenos como pensar serían.

—¿Qué pasa¿No te sientes saciada de venganza? —preguntó Ranma, acercándose a ella. Tras una breve pausa, continuó—. Mmmh... Supongo que no te refieres a eso. De todas formas, tienes razón. Siendo soldados, esperaba que fueran mejores. Aquí... pasa algo raro —concluyó, pensativa.

—¿Ranma-sensei quiere decir...?

—No lo sé —admitió frunciendo el ceño. Se volvió para mirar los cuerpos inconscientes esparcidos junto a las tiendas—. Supongo que me esperaba más.

Ranma sintió un escalofrío que recorrió toda su espalda. El vello se le erizó mientras exploraba con la vista los árboles de alrededor. Algo le decía que no estaban solas, pero no podía distinguir nada. Sin embargo, creció en ella un fuerte deseo de largarse de allí tan rápido como fuera posible.

—Coge a la chica y vámonos de aquí.

—Sí —respondió la siempre dispuesta Shampoo, dirigiéndose rápidamente hacia la cautiva.

Ranma miró alrededor con nerviosismo antes de prestar su ayuda. Sí, definitivamente había algo que no estaba bien allí, pero no conseguía averiguar el qué.

Shampoo solo tardó unos segundos en desatar los nudos que sujetaban a la chica, aún inconsciente, a la estaca. Al desatarla, Ranma tuvo que sujetarla para que no cayera al suelo a plomo. Ésta rodeó el frío cuerpo de la desconocida con los brazos.

De pronto, lo sintió. Peligro presente. Algo venía a por ella, y estaba cerca. Instintivamente, su mano tomó el mango de Garyoutensei.

—¡Sensei agachar!

Ranma hizo caso de la advertencia de Shampoo y se echó al suelo con la chica sin pensarlo.

Shampoo inició el ataque pasando junto a ellas. Ranma apenas pudo ver el resplandor del metal cortando el aire un breve instante. Un golpe sordo fue seguido por un grito de dolor y, luego, fue todo silencio. Durante unos segundos solo se oyó el sonido de las hojas de los árboles al ser agitadas por el aire. A continuación, otro golpe pesado y seco y, de nuevo, el silencio.

Lentamente, Ranma levantó la cabeza. Con los ojos como platos, se puso en pie, dejando en el suelo el cuerpo de la desconocida. Uno de los soldados yacía a los pies de Shampoo con una espada clavada de manera bizarra, entrando desde la axila y saliendo por el cuello. Una larga cuchillada recorría su pecho. Rápidamente la sangre se acumulaba sobre el suelo formando un charco rojo alrededor del muerto.

Shampoo, con los ojos muy abiertos, como incapaz de creer lo que acababa de pasar, estaba de pie frente al cadáver, temblorosa.

—Maté... maté él... —balbució—. Yo... maté...

—¿Shampoo? —preguntó Ranma, apartando los ojos de la grotesca herida para mirar a la amazona.

—Ranma-sensei... él atacar tú... Tenía espada... Yo...

Shampoo intentó frenéticamente retirar la espada, tirando con fuerza de ella, intentando reparar lo que acababa de hacer. Tiró y tiró, pero la espada estaba clavada firmemente.

—¡Shampoo! —le gritó Ranma, sujetándola y obligándola a apartarse del cuerpo—. ¡Shampoo, ahora no puedes hacer nada¡Está muerto!

Shampoo miró Ranma con los ojos inyectados en sangre. Lentamente se llevó las manos empapadas en sangre a la boca mientras el shock se apoderaba de ella.

»¡Tenemos que irnos, Shampoo! —exhortó Ranma, intentando mantener ocupada la mente de la joven—. ¡Vamos!

Shampoo asintió aturdida sin dejar de mirarse las manos, que goteaban la sangre de su víctima, la sangre que tan fácilmente había derramado.

El horrible olor metálico del fluido vital inundaba sus fosas nasales. Ranma puso en pie a la amazona a la fuerza. Tirando de ésta Ranma cargó con la otra chica y, sin mirar atrás, Ranma arrastró a ambas a la espesura del bosque.

— — —

El agua estaba fría y la corriente del arroyo era fuerte. Ranma tomó un poco y le mojó la cara a la chica que habían rescatado en el bosque, que seguía inconsciente. Ésta gimoteó.

Shampoo estaba arrodillada aguas abajo junto al arroyo, frotando sus manos frenéticamente dentro del agua. Casi había acabado de quitarse los restos de sangre, pero seguía frotando con furia. Ranma suspiró, sin saber bien qué hacer o decir. Cuando parecía que Shampoo empezaba a asumir lo que había ocurrido con Genma, ocurría esto. Era evidente que Shampoo no era capaz de aceptar las consecuencias de matar a otro, y ya había matado dos veces. La culpabilidad llamaba a la mente de Ranma; se sentía responsable por ambas muertes. Shampoo soportaba una carga que Ranma había depositado sobre ella. La primera por defender a su tribu; la segunda por defender a su sensei.

No podía evitar preguntarse: ¿Habría hecho yo lo mismo¿Lo habría matado? Meses, semanas, incluso días atrás, la respuesta habría sido un enfático no. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, se cuestionaba las enseñanzas de su padre, quien le había enseñado que las artes marciales eran el camino para alcanzar la perfección física y mental, que las artes marciales implicaban templanza, piedad, paz y soledad 5.

5 N. del T: Una vez más, me he encontrado con un párrafo en extremo difícil de traducir y, una vez más, esto es lo mejor que he podido hacer.

Matar era un apartado que nunca había formado parte de tales lecciones, pero en su descubrimiento del mundo sin la presencia de su padre, Ranma cada vez estaba más convencida de que la muerte era un instrumento necesario para sobrevivir. De hecho, para ella, el soldado muerto no era más que un problema que había sido resuelto.

"¿Cómo diablos puedo estar diciendo esto?", se preguntó, asqueada consigo misma. Nunca había matado a nadie, y nunca lo haría. El derramamiento de sangre no le correspondía a gente como ella, sino a los guerreros, guerreros como Shampoo.

"Más le hubiera valido a Shampoo no conocerme nunca" pensó, displicente, mientras seguía sacando agua con la mano. "La una a la otra no nos hemos traído más que desgracias". Ranma ponderó este último pensamiento. En Shampoo parecía haber medrado la responsabilidad de un discípulo hacia su maestro, y parecía cada vez más orgullosa de sus logros. Ranma, por su parte, parecía haber desarrollado una especie de lazo hacia Shampoo motivado por los malos tragos que habían pasado juntas.

"No. Hay algo más que desgracias".

Shampoo hablaría más tarde. Ranma lo sabía. De momento, necesitaba estar a solas; apaciguarse y limpiar su mente del mismo modo que limpiaba sus manos. Ya habría tiempo de hablar, pero ahora no era el momento, así que Ranma siguió dedicándose a la otra chica.

La joven tenía un cuerpo menudo y la melena marrón sujeta en una coleta dejaba su cara bien visible. Al final, resultó que aquello que oscurecía la cara de la joven era una gran magulladura. Era guapa de cara. Sus rasgos la dotaban de una belleza simple y terrenal que a Ranma le resultó familiar. No podía quitarse de encima la sensación de que conocía de algo a aquella chica.

—Nnnhh... —gimió, moviendo la cabeza pesadamente a un lado y a otro mientras la luz de la consciencia comenzaba a llegar.

Ranma sacó la mano del arroyo, la sacudió y la puso sobre la frente de la joven, presionando su mano fría contra ella suavemente.

—Vaya... —dijo suavemente, alargando las vocales—. Parece que te han dado un buen golpe.

—¿Dónde... dónde estoy? —preguntó, forzando a sus ojos a que se abrieran cuanto apenas. Su expresión era de dolor. Sus ojos, mientras intentaban adaptarse a la luz, se movieron en busca de quien estaba con ella hasta posarse en Ranma—. ¿Quién eres?

—Me llamo Ranma —respondió—, y no estoy muy segura de dónde estamos, aunque de momento estás a salvo. No tienes de qué preocuparte.

La joven se puso en tensión, esperando encontrar mala compañía en cualquier momento.

—¡Dónde están los...?

—¿Los soldados? —respondió Ranma, sin perder cuidado de Shampoo—. No te molestarán más. Díme¿qué estaba pasando allí?

—Soy de las islas Ryukyu —explicó con voz débil—. Llevaba días viajando y llegue a la aldea. Me dejaron quedarme una noche, y... entonces...

—Aha —dijo Ranma, pensativa. De modo que la joven no era una aldeana—. ¿Sabes qué querían de ti los soldados?

—N-no... Sólo recuerdo un grito, y luego un golpe en la cabeza... No puedo recordar...

Hubo una breve pausa.

—Las islas Ryukyu quedan muy lejos —dijo Ranma, intentando reconducir la conversación lejos de la masacre de la aldea—. ¿Qué te ha traído hasta aquí?

—Estoy buscando a un hombre. Tengo... asuntos que hablar con él. —La voz de la chica se hacía más fuerte. Lentamente se incorporó hasta quedar sentada. Ranma se hizo un poco hacia atrás, algo sorprendida por la rápida recuperación de aquélla.

—¿Asuntos?

—No puedo... hablar de ello. ¿Dices que te llamas Ranma?

Sip —asintió—. Y aquella es Shampoo, mi discípula —dijo señalando a la amazona.

—¿Shampoo? Curioso nombre —comentó, mirándola enigmáticamente.

—Sí, bueno... no es de por aquí, pero ahora necesita algo de privacidad¿sabes?

—Aha —asintió la otra—. No la molestaré.

»Debería volver a la aldea para ver si todo está bien. Gracias por vuestra ayuda, pero estaré bien si continúo a solas.

—Mmh... La verdad es que deberíamos irnos; esos soldados no se aguantarán atados mucho tiempo, y seguramente vendrán a buscarte. Nosotras vamos a Edo. Si quieres puedes acompañarnos —ofreció Ranma, rascándose la nuca.

—Supongo que tienes razón. Si me quedo aquí no hago más que poner a la aldea en peligro. Entonces... ¿no os importa si viajo con vosotras?

—No, para nada —respondió Ranma, lo cual no era del todo cierto. Le hubiera gustado estar a solas con Shampoo para poder hablar con ella, pero no podía dejar a aquella chica a solas en el bosque—. ¿Hacia dónde vas?

—Bueno... La verdad es que yo también voy a Edo.

—¡Ah, vaya! Entonces parece que haremos juntas el viaje.

—¡Eso suena bien! —dijo la joven mostrando una sonrisa—. Gracias por ayudarme, Ranma.

—No hay nada que agradecer —dijo. Tras una pausa, con una risa comprometida, añadió:

»Aún no te he preguntado el nombre.

—Soy Ukyô Kuonji.


Continuará...

天 T E N

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