¡Hola! He aquí que continúo este "fic" con otro interesante capítulo que espero que os amenice y os ayude a comprender un poco mejor la idiosincrasia de "Memorias de un licántropo". Gracias por haber leído este "fic" los que lo habéis hecho y en confiar en este regalito por los 100 "reviews". Ya vamos caminito de los 200 ("¡Magnífico!", habría dicho el adorable señor Nicked), y de seguro os tendré guardada otra sorpresa.
He preferido, para no distenderme mucho, no responder aquí los "reviews" que me dejéis, sino hacerlo en una visión general en el capítulo nuevo que deje de MDUL. Sólo un único apunte mencionaré, algo que, si no me equivoco, me escribió Elena, ahora Liana Lupin: No voy a descuidar MDUL por tener abiertos este y otros nuevos frentes. Ten en cuenta que MDUL es mi prioridad, y que siempre estaré escribiendo sobre ello. Es más, donde más inspiración tengo es en MDUL, y os quede claro que voy 30 capítulos por delante de vosotros, que se dice pronto.
POR CIERTO, sólo una persona (Leonita) me ha dejado una sugerencia. ¿Acaso estáis apagados? Ya debéis saber que este "fic" no funciona si no ponéis de vuestra parte.
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ESCENA N.º 2 (LUNÁTICO, CORNAMENTA, CANUTO Y COLAGUSANO)
(Nota del autor: Esta escena está inspirada en la idea original de Ana (Leonita), quien ha querido saber cómo fue el primer encuentro entre los Merodeadores. En verdad, se agradece esta sugerencia, porque en MDUL no recuerdo ahora mismo quién, pero alguien me dejó un "review" en el que me decía que podría haberlo explicado un poco. Sí, es cierto. Si puedo resarcirme con esta escena, espero que me lo perdonéis. Aquí tenéis cómo se conocieron los Merodeadores).
Remus bajó la larga escalera de mármol pasando su sudada mano por la balaustrada. El corazón le latía tan intensamente como en pocas veces lo había sentido así: sólo las noches en que la luna llena se alzaba portentosa sobre el cielo negro; sus músculo, cambiantes, necesitaban más oxígeno, y su diminuto corazón, cual motor humano, lo impulsaba a una fuerza inimaginable.
Se detuvo en el inmenso vestíbulo de piedra. Un minuto más tarde no le parecería tan grande cuando lo viera repleto de chiquillos chillones y muchachitas presumidas: magos y brujas, sus compañeros.
McGonagall, tocada con un sombrero de ala ancha, le dio un cariñoso golpe a Remus en la cabeza y le sonrió.
–Buenas noches –le dijo–. ¿Nervioso? –Remus, cabizbajo, asintió–. Es normal. Aunque no te preocupes, pues ahora verás aparecer una caterva de magos aprendices con los que te llevarás muy bien. Créeme. Comprendo que es difícil estar aquí de antes, y no haberlos conocido en el tren, pero ellos ni siquiera se acordarán, ya verás.
Remus la miró, vacilante. Aquella noche le temblaban las piernas y el pulso. Sus ojos dorados brillaban atemorizados. Su mentón lampiño se estremecía por un nerviosismo incontenible.
–Profesora... –dijo Remus, en voz apenas audible.
–¿Sí, Lupin? –preguntó, abriendo exageradamente los ojos.
–Yo... Esto... –Se le escapó una sonrisita traicionera–. ¿Sabe usted en qué casa tengo más posibilidades de caer?
McGonagall sintió una gran conmiseración por el muchacho. Se encogió de hombros, aunque de haber sido por ella le hubiera ahorrado el mal trago y lo hubiera conducido a la casa que a ella le hubiera placido, pero aquellas no eran las normas. Y la profesora McGonagall era muy estricta; Remus pronto lo averiguaría, aunque para con éste sintiera un cariño especial. Fue a decirle algo, unas palabras de ánimo, algún consejo, pero un abismo de pasos ensordeció su vacilación.
Con un enorme faro en la mano, Rubeus Hagrid, el guardabosques, subió las escalinatas al castillo; lo seguía una ingente cantidad de chicos alborotadores, todos vestidos con la misma túnica que él: negra, con capucha, y el emblema de la escuela Hogwarts.
–Ya están aquí –dijo Hagrid con su voz portentosa, similar a un trueno.
–Estupendo –dijo la profesora dando una palmada–. ¡Seguidme!
Y todos los chicos se arremolinaron a sus espaldas. Remus iba el primero, junto a un chico apocado que hizo a Remus mucha gracia; al menos había alguien que estaba incluso más nervioso que él, si acaso aquello era posible.
Las puertas de dorado revestimiento se abrieron sin rechinar, de manera limpia, y McGonagall y los alumnos de nuevo ingreso accedieron al Gran Comedor. Los alumnos mayores ya habían llegado, pues Remus vio un grupo enorme de gorros puntiagudos distribuidos en cuatro grandes mesas.
McGonagall se detuvo en los escalones y, a una señal que hizo con el pergamino, los alumnos se fueron arremolinando a su alrededor. Remus observó con detenimiento la mesa de los profesores, y Dumbledore lo sonrió. Aquello lo animó de una forma inimaginable, y no supo por qué, asintió al anciano mago, como si aceptara el sabio designio del Sombrero Seleccionador.
McGonagall se subió sobre un alto escabel para que se la pudiera ver mejor. A su lado, un sombrero hondo y maltratado, que a Remus casi provocó ganas de reír. Pero en un momento, casi imperceptiblemente, el sombrero se movió y las costuras que tenía asemejaron boca y ojos.
McGonagall carraspeó:
–Os iré llamando uno a uno y vendréis aquí. –Señaló el taburete sobre el que estaba el sombrero ajado–. Os pondré el sombrero sobre la cabeza y... seréis seleccionados para una casa, a saber, Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff y... Slytherin. –Echó un vistazo al pergamino–. Alley, Wendy.
Una chica de pelo rubio y aspecto asustadizo subió lentamente los escalones. Se dejó que McGonagall le pusiera el sombrero sobre la cabeza y éste meditó, poniendo caras al expectante auditorio de alumnos.
–¡Hufflepuff! –gritó finalmente el sombrero, y Wendy salió corriendo muy contenta.
–Baldwin, Paul –llamó McGonagall.
–Yo espero no caer en Slytherin –dijo un chico de pelo oscuro y lacio, de sonrisa radiante y despierta, de ojos llamativos y traviesos, a otro joven de pelo enmarañado y grandes gafas redondas–. Mis padres estuvieron en Slytherin. Mi hermano estuvo en Slytherin. ¡Toda mi familia estuvo en esa casa!, pero yo no quiero...
Remus, tanteando la situación, estuvo tentado de hacer algún comentario, desterrar su timidez y producir una conversación de lo más normal. Pero para cuando fue a abrir la boca, McGonagall gritó:
–¡Black, Sirius!
Y el chico de pelo lacio salió corriendo. Se dejó caer pesadamente sobre el taburete y el joven de gafas redondas levantó los dedos pulgares en señal de ánimo antes de que el sombrero cayera sobre sus ojos. Éste puso cara de pensar, pero finalmente sentenció:
–¡Gryffindor!
Una salva de aplausos en la mesa escarlata dio la bienvenida al recién llegado. Remus no pudo evitar sentir un poco de envidiar por él. Lo siguió con la mirada hasta verlo sentarse en la mesa, donde un par de chicos altos y de hombros anchos le dieron un par de golpes en la espalda.
Cuando fue a volver los ojos a la escena que se desarrollaba entre nervios sobre el taburete, sus ojos fueron a cruzarse con la oscura mirada acristalada de una chica que le sonrió con perlas de brillante marfil. Arrugó el ceño, volviéndose lentamente, confuso, extrañado. Había tenido la sensación de que aquella chica lo llevaba observando un rato.
–¡Lupin, Remus!
El chico sintió un vuelco en el corazón cuando escuchó a McGonagall sentenciar su nombre. Con paso vacilante apartó a unos cuantos chicos y subió despacio los escalones, su último reducto antes de alcanzar el sombrero, que a aquella distancia parecía temible. Le entraron ganas de echar a correr, pero pensó que hubiera sido vergonzoso; y Dumbledore estaba allí. Dumbledore... que tanto lo apoyaba.
Se sentó en el taburete, y McGonagall descendió lentamente el sombrero sobre su cabeza. Remus veía su ala caída bajar despacio, y sintió miedo. El Gran Comedor había desaparecido, y todo era oscuridad.
–¡Oh, claro! –gritó el sombrero con emoción no más se lo hubo puesto–. ¡¡¡Gryffindor!!!
Una marea de aplausos recorría el comedor cuando Remus pudo volver a ver su alrededor. Se bajó de un salto del asiento y fue corriendo hasta la mesa del extremo, donde los leones lo recibieron alzando las copas y brindando por el nuevo alumno. Estrechó algunas manos y sonrió sendas veces antes de poder sentarse en el banco. Volvió el rostro a la mesa de los profesores y vio sonreír a Dumbledore con una risa clara que no le había visto nunca.
–Me llamo Sirius Black. –Le alargó una mano blancuzca el chico en que se había fijado Remus antes–. ¿Y tú?
–Remus... Remus Lupin –respondió–. Encantado.
–Yo soy Frank Longbottom –comentó a su lado un chico de aspecto delgado y pelo corto–. ¿Qué tal?
–Bien, bien –respondió Remus, más tranquilo–. ¡Feliz de estar en Gryffindor! Era lo que Dumbledore quería.
–¿Conoces a Dumbledore? –preguntó Sirius–. ¡Ahí va! Ya sabemos quién nos va a conseguir las respuestas a los exámenes –comentó en clave de humor a Longbottom.
Remus rió. Era la primera vez que estaba con chicos de su edad, pues hasta entonces su padre no lo había dejado salir de casa. Alguien pasó a su lado, en el pasillo entre mesa y mesa, y Remus vio cómo la chica de antes lo miraba con ojos grises y empañados mientras caminaba sin efusividad hasta la mesa de Ravenclaw, donde la aguardaban gritando jubilosos.
Se sentó al lado de Frank el chico apocado que antes había acompañado a Remus hasta el Gran Comedor.
–Potter, James –llamó la profesora McGonagall.
–Callad. –Los chistó Sirius–. Lo he conocido en el tren y quiero saber en qué casa cae.
–Hum... –pronunció el sombrero–. ¡Gryffindor!
–¡Bien! –exclamó Sirius, saltando y poniéndose en pie sobre su asiento. Muchos chicos de cursos superiores lo imitaron, aunque el prefecto los reprendió–. ¡Tenemos a Potter! –Le chocó la mano cuando hubo llegado a su lado–. Bien hecho, colega. Mira, te voy a presentar a unos amigos: éste es Remus Lupin. –«Amigos...» La palabra reverberó en la mente de Remus y sonrió. «Amigo...» Era la primera vez que lo llamaban así; era la primera vez que escuchaba esa palabra que no saliera de sus propios labios–. Y éste de aquí Frank Longbottom.
–Yo soy Peter Pettigrew –dijo una voz lamentable y pobre a su lado–. Soy nuevo.
Remus lo miró con aspecto de conmiseración. «¡Lástima!», pensó. «Ciertamente lo tiene que estar pasando mal. Yo también sé qué es ser nuevo en un lugar extraño...» El licántropo le extendió la mano y Peter se la quedó mirando con miedo.
–Soy Remus –se presentó el muchacho con un tono de voz que denotaba sencillez y amabilidad–. Encantado.
Peter levantó con miedo la suya y la estrechó con el chico lentamente. Al hacerlo, una sonrisa se plasmó en sus labios como un signo horroroso y grotesco, una mueca brujeril de antagonista de cuento de hadas.
Cuando la selección hubo acabado, Dumbledore ofreció su habitual discurso y aparecieron los numerosos manjares, Sirius levantó su copa con teatralidad.
–Bien –dijo carraspeando–, cinco chicos gryffindors somos. ¡Brindemos! ¡Por el amor!
–¡Por la amistad! –Entrechocó su dorada copa Remus con la de Sirius.
–¡Por el éxito! –propuso Pettigrew con temor.
–Por un futuro mejor –dijo James, pero se arrepintió:– ¡Qué diantre! ¡Por el amor! Estoy contigo, Sirius.
–Y por nosotros –cerró el brindis Frank.
Y todas las copas se chocaron unas a otras. El zumo de calabaza de ellas medio les salpicó, pero aquello había supuesto un tácito acuerdo entre los cinco varones gryffindors. No obstante, el grupo quedaría reducido poco más tarde cuando, pronto, Frank se enamorara de Alice Jackson y pasara gran parte del tiempo libre con ella; entonces quedaron cuatro, y surgieron los Merodeadores de Hogwarts.
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¿Os ha gustado? Espero que sí. Ya me dejaréis vuestra opinión en los "reviews", espero. Aunque también aguardo con impaciencia más sugerencias. Sólo tengo una más, de Helen Nicked Lupin (que me parece genial), pero espero tener más para tener donde elegir. Sólo tenéis que decirme qué escena no vista en MDUL os gustaría que relatara con mayor detenimiento. ¡Hay cientos de ellas!, sólo hay que pensar un poco y opinar.
Un saludo muy grande para todos aquellos que lean este saludo, pues eso significa que me habéis leído y lo agradezco. Se despide Quique (KaicuDumb: que podéis encontrar en ).
¡Hasta pronto!
