¡Hola! ¿Qué tal la semanita? Apretada, ¿verdad? Bueno, muchas gracias a todos los que habéis leído la escena número dos, pues es de agradecer. Aguardo con impaciencia más sugerencias, pero TIEMPO AL TIEMPO: ¡seguro que se os acaba ocurriendo algo!

Antes que nada, quisiera cooperar con el esfuerzo de una querida amiga y colega, que escribe como los ángeles cantan. Sus "fics" sobre Bellatrix no tienen desperdicio... En efecto, estoy hablando de Joanne Distte, quien ha cooperado en un trabajo soberbio y ha construido una página de las que hacen historia sobre "fanfics". Debo decir que es una página magnífica, e invito a todo el mundo a participar en ella. Os doy la dirección, pues, como he dicho, la página no tiene desperdicio: http(dos puntos, barra, barra)groups(punto)msn(punto)com(barra)Story-Weavers

¡Ah! Y ya mismito me podréis encontrar por ella, allí navegando. Ya digo, ¡la página es bonísima! Podéis hacer miles de cosas y, lo más importante (o al menos para mí lo más sabroso), es que se puede interactuar con los autores. Los "reviews" son... ¡geniales!, ¿no?, pero en esta página puedes dejar un mensaje (la forma es prácticamente idéntica que con los "reviews"), con la salvedad de que el autor te puede responder in situ.

Es que es cierto, ¡la página es lo mejor, una caña! Os animo a entrar, que sabéis que yo soy de carácter optimista por naturaleza, pero esta página me transmite muy buenas vibraciones. Y con fanfiction no tuve esas "vibraciones", aunque el resultado es de alucine, y lo que queda...

Supuestamente hoy me quería poner un rato a estudiar Literatura Española Medieval, pero me encuentro desganado. ¿Y sabéis qué? Al igual que Elena a Galega, hoy os voy a contar un episodio de mi vida. Esta mañana, en la facultad, se ha escogido al delegado y subdelegado, cosa que ninguno soy yo, pues no me he presentado. En la secundaria me atraía la idea de ese poder, pero creo que acabé asqueado... Lo cierto es que esas votaciones me han animado mucho, porque la clase está como dividida en dos (¡santo Dios!, y somos dieciséis...), y se han presentado al cargo un miembro de cada "bando". Yo supuestamente pertenezco al más numeroso, pero por cuestiones de geografía del aula y de reuniones privadas. Bueno, la cosa, yendo al grano, es que yo me he abstenido en la votación, y no he votado ni a la chica de mi grupo, ni a la del bando contrario. Creo que era lo justo. (Ha ganado la de mi grupo, pero por mera cuestión numérica). Pero, gracias a esto, la chica del bando contrario me habla más asiduamente que antes, y no sé, me siento bien. Me faltaba entablar una buena conversación con ella para llevarme de maravilla con todos, y me acaba de mandar un mensaje al teléfono móvil. Diréis que estoy tonto, pero a mí me ha hecho ilusión. Soy de sensible corazón después de todo, y no me gustan los malo rollos en clase. ¡Ah! Y soy vocal en la asignatura de Latín. Si en algo tenía que picar al final...

¿A que me he enrollado, eh? Pues se acabó. ¡Vamos al lío! Escena número tres... «¡Magnífico!»

ESCENA N.º 3 (SUEÑOS DE CAPRICHOSA COLEGIALA)

(Nota del autor: Esta escena surge de la idea o sugerencia de Helen Nicked Lupin, que ya ha dejado dos. ¿Alguien da más? Bien, ella quiere saber cómo se produjeron las visiones de Helen antes de llegar a Hogwarts, en las que soñaba con Remus y por las que supo que hacía algo misterioso en un sauce que, para más inri, era boxeador. Espero que os guste. Y también que dejéis "reviews", pero eso es opcional, aunque para mí fundamental.)

–¡Venga, papá! –exclamó Helen con impaciencia–. Sólo uno más.

–Ya has oído a tu madre –repuso el señor Nicked, igualmente molesto, pues, si de él fuese, se tiraría las horas y horas jugando con su pequeña princesita–. Vamos, a la cama.

–¡Pero no es justo! –replicó Helen–. Aún es temprano. Quiero quedarme un rato más contigo resolviendo anagramas.

La señora Nicked, blandiendo el mandil, entró por la puerta desde la cocina. Se puso las manos en las caderas y Helen la miró suplicante.

–Os habéis tirado toda la santa tarde resolviendo esos crucigramas, ¡por el amor de Rowling! Y son más de las once, jovencita, así que ¡a la cama! Vamos... –la espetó riendo–. Necesitas dormir. ¡A la cama! Ay, esta niña... –comentó en voz baja a su marido mientras la veía subir lentamente la escalera camino de su dormitorio–. No sé qué vamos a hacer cuando se vaya a Hogwarts... Francamente, no lo sé.

–Ni yo tampoco –replicó el señor Nicked–. Si te digo la verdad –plegando el periódico muggle–, desearía que no tuviese que irse nunca. ¿Sabes qué? –Sonrió el muggle–. Ha habido momentos en que pensaba que se quedaría aquí, que iría a una escuela normal y haría todas las cosas propias de una niña corriente.

–Pero no es una niña corriente... –Suspiró la señora Nicked, viendo cómo corría el tiempo de ligero y se le escapaba de entre las manos como el agua de un grifo.

–¡No, en absoluto! –exclamó el muggle–. Eso ya nos lo dejó bien claro tu madre, ¡ese demonio de mujer!

–No hables así de ella, Matthew –lo reprendió la bruja–. No es que sea la mejor persona del mundo, pero tenía sus razones para hacer lo que hizo. Voy a ir a darle las buenas noches a Helen y te estaré esperando en la cama, ¿vale?

–¡Vale! –exclamó el señor Nicked radiante–. ¡Oye!, podríamos buscar la parejita, ¿qué te parece?

La señora Nicked lo miró petrificada, con los ojos muy abiertos, blancos...

–¿Qué? –El hombre se acobardó al verla–. ¡Oh, cállate, Matt! Hace cinco años que me tomo la pócima del día después. Ya hemos tenido una niña, y no quiero más churumbeles en casa, y menos a esta edad.

Subió la señora Nicked hasta la primera planta, recorrió el pasillo y se situó tras la puerta de la habitación de su hija, entreabierta, y por cuyo resquicio se dejaba ver una luz amarillenta y raquítica.

Llamó y la chica, desde dentro, dijo que se podía pasar.

–¿Ya te has acostado, mi vida? –preguntó la señora Nicked.

–¿No me ves? –inquirió sonriendo la pequeña Helen.

La bruja se sentó en el filo de la cama y acarició el suave pelo de su hija, negra cabellera de hilos ensartados de lino.

–¡Venga, mamá! –exclamó Helen–. ¡Dime un anagrama de "casa"!

–¡Huy, Helen! No... ¡Mira que yo no entiendo de esas cosas!

–¡Venga, que es muy fácil! –exclamó la pequeña, desarropándose y casi pegando saltos de regocijo sobre el colchón.

–No sé... –Pensó la señora Nicked–. No sé. ¿Edificio?

–No, mamá –negó Helen sonriendo–. Eso es un sinónimo.

–Ya te he dicho, Helen, que yo de esas cosas no entiendo.

–¡Pues "saca"! –resolvió la pequeña Helen–. Anda que no era fácil ni nada. ¡"Saca"! Te dije que era muy fácil.

–Sí, muy bien, muy bien –respondió rápidamente la señora Nicked para callarla–. ¡Venga, a la cama, señorita! ¡A la cama he dicho! –Cuando se hubo metido–. Pero qué lista eres, mi amor. Te quiero mucho.

Le dio un beso en la frente.

Fue a apagar la trémula luz de la lamparita de la mesilla de noche, cuando Helen, con voz apagada, le confesó:

–Mamá, tengo miedo.

La bruja se volvió lentamente, con la boca abierta.

–Pero... ¡Ay, mi niña! –Se sentó de nuevo en el filo de la cama–. Pero ¿de qué?

–De ese colegio al que me vais a mandar en septiembre –explicó–. No quiero ir. Tengo miedo.

–Pero ¿de qué, mi princesita? –preguntó con amor la señora Nicked–. ¿Qué puedes temer?

–Yo no quiero ser una bruja... –respondió avergonzada–. Tengo miedo de empezar de nuevo. ¡Yo ya tengo aquí a mis amigos!

La señora Nicked le sonrió, no porque le gustara ver a su hija así, sufriendo, sino porque veía que en su interior maduraba como el fruto en el árbol; y pronto caería, desarraigado, y viviría su vida. Exhaló un suspiro.

–Ya verás, Helen, cómo todo irá bien. A mí me pasó lo contrario que a ti –confesó–. ¡Yo estaba deseando ir a Hogwarts!

–Mamá, sé que lo estás diciendo sólo por animarme –­musitó Helen.

–¡No! –exclamó la señora Nicked–. Estoy hablando completamente en serio. Ya verás cómo aquello te gustará. Habrá niños como tú, magos y brujas, y aprenderás muchas cosas sorprendentes. Además, ya te hemos comprado tus libros, tu varita y todo el resto de cosas... –Señaló una caja que había en un rincón–. ¿Acaso no tienes ganas de descubrir qué enigmáticos secretos guardan, eh? –Le dio un cariñoso toque con el dedo en la nariz–. Y en cuanto a lo de hacer amigos, ¡no te preocupes, mi vida! Los harás, aunque ahora creas que vaya a suponer un mundo. Los harás...

Helen se quedó mirando a su madre con los ojos brillantes. Faltaba un mes para el uno de septiembre, y estaba asustada. ¡No quería ir!

La señora Nicked abrazó a su hija y ésta se infló bajo su abrazo, sintiendo cómo poco a poco se iba sintiendo un poquito mejor.

–Buenas noches, tesoro –dijo la bruja, y apagó la luz y cerró la puerta.

Las preocupaciones de Helen se fueron disipando en la oscuridad, y sus ojos acabaron siendo vencidos por el sueño. Se durmió.

Se durmió...

Entre las tinieblas de su mente dormida apareció un árbol; no un árbol cualquiera: un sauce que blandía las ramas amenazadoramente. A sus pies había un viejo hombre, de barba larga y plateada, que lo miraba sonriente.

–Esto bastará para que los estudiantes no se acerquen –dijo.

Y se alejó, andando despacio hacia la figura oscura de un enorme castillo de altas torres.

La noche fue dando paso al día, y la luna, entera y brillante como una esfera de luz, se consumió en el horizonte. En el este, una bruma rojiza anticipó el amanecer.

De entre las raíces surgió una figura alta y desgarbada, un chico que, para tener diez años, era más fornido que el resto de adolescentes. Estaba despeinado, ojeroso y cansado, como si no hubiera dormido en toda la noche.

Helen, con los labios secos, preguntó su nombre, pero el chico salió de su escondite sin reparar en ella, pues ella no estaba.

–¿Quién eres?

El chico ojeroso avanzó entre los terrenos sin volverse para mirarla.

–¿Quién eres? –repitió.

–Papá.

El joven muchacho avanzaba hacia el castillo. Helen lo vio alejarse, pero no pudo hacer nada. Se convulsionaba.

Despertó, pues el señor Nicked la estaba zarandeando.

–¿Qué haces, papá? –pregunta la chica con voz de sueño.

El señor Nicked la miró con una ceja levantada, preguntándose si la pregunta de qué hacía era, a su vez, una pregunta retórica. ¡Era obvio! La había estado viendo, más bien escuchando, soñar, moverse en su calentita cama, y no podía verla así. Creyó que era una pesadilla. ¡Cuán equivocado!

–¿Con qué soñabas, Helen? –le preguntó el señor Nicked.

–Un árbol, un viejo, un chico... –respondió, haciendo memoria.

–¿Qué, un chico? –inquirió el señor Nicked con el rostro morado–. ¿Cómo que un chico? Que tú eres muy chica para estar pensando ya en chicos... ¿Por qué no puedes estar soñando con muñecas, con "nancies" o "barbies", que son más cucas porque son articuladas, eh?

Helen lo miró con una mirada que lo traspasaba.

–Papá... –dijo observándolo aprensivamente–. El chico también era articulado...

–¿¿¿Qué??? –inquirió el señor Nicked a voces–. ¿Articulado? ¿Articulado el qué? En qué estarías soñando, madre del amor hermoso y la hermandad del puño divino.

Corriendo, tropezando con las paredes de la prisa que llevaba, apareció por la puerta, despeinada, con el rostro contorsionado, la señora Nicked. Entró precipitadamente en la habitación, preguntando si estaban locos o qué, pegando gritos a tan altas horas de la madrugada.

–Tu hija –contestó el señor Nicked–. Que está soñando con chicos. ¡Con chicos! Que es muy pequeña para que sus sueños ya estén catalogados con dos rombos, joder.

–¿Eso qué quiere decir? –preguntó confusa Helen.

–¡Que tu padre es subnormal perdido, hija! –respondió desmoralizada la bruja–. ¿En qué estarás pensando ya? Que a ti te preguntan «¿adónde vas?» y respondes «manzanas traigo». ¡Y que te gusta más un chisme que a un muggle como tú una varita!

–Pero que no... –dijo Helen, interrumpiéndolos–. He visto un chico, salir de un árbol...

–Sí –dijo el señor Nicked dándoselas de listo–, y yo una ardilla del cuarto de baño, no te fastidia.

–Es un sueño –repuso la señora Nicked–. ¡Oh, cállate, Matt! Que tú lo más interesante que has soñado nunca ha sido que te hacías pipí en la cama.

–No lo soñé –respondió el muggle–. Me había hecho pis de verdad.

–¿Me queréis escuchar de una vez? –gritó Helen–. Vamos. Que para una vez que tengo un sueño y reúno a toda la familia en mi cuarto...

–A ver, Helen. –Su madre se sentó en el filo de la cama–. ¿Con qué has soñado?

–Pues eso... –Se preparó–. He soñado algo muy raro. He visto un árbol, un hombre viejo con una barba que casi le llegaba al suelo. ¡Y al fondo había un castillo enorme! Y del árbol, de las raíces, salía un chico... Un chico... Era mono.

–¿Mono? –inquirió el señor Nicked tirándose de los pelos–. Pero ¿quién te ha enseñado esas cosas, eh, Helen? Voy a tener que lavarte la boca con vinagre.

–Cállate, Matthew Nicked –exclamó la bruja enojada–. Que a ti te voy a abrasar la lengua con aceite hirviendo para que la dejes hablar. –Se volvió a Helen–. Muy bien, chiquita, muy bien. No ha sido nada. Sólo un sueño. Aunque un hombre mayor... Y un castillo... Descubrirás las cosas a tu tiempo, por ti misma. En eso consiste la madurez. –Helen la miró sin comprender–. Recuerda tu don. –Le dio un beso en la mejilla–. Buenas noches.

Empujó a su marido para que saliera de la habitación, aunque éste se fue refunfuñando, hablando a voces con su mujer. La señora Nicked se volvió un instante y le dijo a su hija, antes de cerrar la puerta:

–Que sueñes con los angelitos.

Y Helen supo, arrellanándose entre las mantas, que iba a soñar con ellos. ¡Sí que iba a soñar! Con uno en particular... Lo intuyó.

Y soñó.

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Acabado está. Espero que vuestras solicitudes se multipliquen pues, como me recuerda a menudo Helen Nicked Lupin, las posibilidades son múltiples. Hay tantas escenas por rellenar... Tantas... Pero es vuestra imaginación la que debe tomar partido en esa importante misión: escogerlas, desearlas y pedirlas. ¡VOSOTROS TENÉIS LA CLAVE! Yo sólo la cerradura.

Estudiad mucho, aprovechad el tiempo, leed de todo ("fanfics" y lo que no son tan "fanfics") y acordaos de mí en vuestras oraciones. (Esto último no es obligatorio).

Un saludo de KAICUDUMB... Mejor conocido como QUIQUE.