Vaya, he colgado una nueva escena antes incluso de lo que yo mismo me esperaba. Lo cierto es que, con tanta sugerencia, me habéis animado. Muchas gracias a todos los que habéis participado con vuestra opinión y vuestros "reviews", que ya sabéis los respondo para mayor comodidad siempre en MEMORIAS DE UN LICÁNTROPO, "fic" del que éste, reitero, es complemento.

El capítulo de hoy surge de la idea acertada de Joanne Distte. Me preguntó si podría alargar el final del capítulo 27, es decir, si podría narrar la despedida de Remus con Ken. Se nota que a Joanne le ha gustado Ken¿eh? Sólo avanzo que no es un adiós, sino un "hasta pronto".

(ESCENA N.º 5: HASTA PRONTO)

Remus creyó recordar que Ken a aquella hora tenía clase de Transformaciones. Se plantó ante la puerta del aula de McGonagall, apoyado contra la pared, nervioso, la vista fija en la puerta. Consultó su reloj no menos de diez veces, impaciente, hasta que vio que el picaporte se estremecía.

La primera que salió fue la profesora McGonagall, con una larga túnica verde y un moño muy alto y estable, el rostro tenso, las comisuras de los labios hundidas en las mejillas, una pila de pergaminos bajo su brazo.

–¿Qué haces aquí, Lupin? –le inquirió al verlo–. A pesar de que los alumnos sepan de tu existencia no es conveniente que te sigas paseando por el castillo a tu antojo. Vuelve a tu dormitorio, haz el favor.

–No, profesora, yo...

–Hazme caso.

Y la profesora se alejó con paso firme.

Entre la turba de adolescentes de mejillas rosadas y flequillos alborotados apareció Ken sonriendo abiertamente. Al descubrir a Remus bajo la luz cadente de la ventana, salió a correr a su encuentro.

–¡Remus! –exclamó emocionado–. Acabo de salir del examen de Transformaciones. Yo creo que me ha salido bien. Me han servido el par de consejos que me diste...

–Ken –le dijo serio.

–¿Qué?

–Me marcho.

–¿Adónde?

–A mi casa.

Ken tragó saliva. Después de mantener la vista fija en los trémulos ojos del licántropo un instante, la apartó. El brillo de sus mejillas se fue tornando lentamente en una palidez fantasmal y fueron ahora sus ojos los que aparecían enrojecidos.

–¿Y no puedes quedarte? –le preguntó cariñosamente, con una inocencia que Remus creyó que era para él una daga mortífera–. ¿Un par de días más¿No?

–No –contestó con un nudo en la garganta–. Dumbledore me ha pedido que recoja mis cosas, que nos vamos. He venido a despedirme.

–Yo no quiero despedirme –confesó Ken bajando la cabeza–. De ti tampoco.

Una lenta lágrima se precipitó contra el suelo y se deshizo en pedazos de cristal.

–No tiene por qué ser una despedida... –Le elevó el mentón para que sus miradas, brillantes, se encontraran de nuevo–. No es un adiós, Ken, sino un hasta pronto. Un hasta luego.

–No, Remus, no. No nos volveremos a ver nunca.

Ken se tapó los ojos porque no quería que Remus lo viera llorar. Pero sus pequeñas manos no impedían que sus gruesas lágrimas florecieran por entre ellas. Remus, respirando fuerte para tragarse las suyas propias, le apartó con un gesto paternal las manos y le volvió a sujetar el mentón.

–Nos volveremos a encontrar, te lo prometo –le dijo sin estar ni siquiera él muy seguro.

–No –repitió Ken deslizando lágrimas en silencio–. No... Mi padre también me dejó un día y no lo volví a ver nunca. No quiero que tú me dejes tampoco.

Remus se tapó los ojos. Se serenó de pronto y, sujetando sus manos entre las suyas, suspiró.

–Ken... –dijo enjugándose las mejillas–. Ay, Ken. De no haber sido por ti éste hubiera sido el peor año de mi vida con diferencia. –Le soltó las manos por creer que el muchacho, a lo mejor, podría sentirse violento–. Tienes muchos amigos aquí, nunca te sentirás solo. Y tu madre... Por lo que me has dicho te quiere mucho. Yo sólo soy alguien más, Ken. Sólo uno más del montón.

–No, has sido como un hermano para mí.

Y Ken había sido para el licántropo como un hijo.

–Nos volveremos a encontrar Ken, te lo prometo. –Se levantó lentamente, le acarició el cabello y se alejó un par de pasos del chico. Se giró–: Nos volveremos a ver.