Cuando la primavera tiñe al sauce
(Antes Tiempos lejanos)
Por: M. Mayor
Última actualización octubre 2013
1
Hogwarts
La carta llegó por lechuza el verano pasado. Sus padres habían dicho que de Hogwarts salieron los mejores magos y brujas de todos los tiempos. Se sentía ansioso; tenía interés y al mismo tiempo estaba lleno de expectativas.
James Potter se encontraba en la estación de King Cross, con un baúl en el carrito y una lechuza negra acompañándolo. Era la primera vez que veía tantos muggles juntos. Sus padres lo acompañaron hasta la estación, esperando a que cruzara el andén 9 y ¾. Se acomodó las gafas debajo de su espeso cabello y estuvo listo para cruzar.
...
Lily Evans vio la inscripción del tren: Expreso de Hogwarts. Sí, no se podía equivocar. Ya había cruzado la barrera entre el andén 9 y 10. Sin embargo, no sabía qué tenía que hacer después. Estaba muy impresionad, al provenir de una familia donde la magia parecía una cosa imposible, todo le causaba una fascinación y temor al mismo tiempo. Caminó cautelosa entre el tumulto de estudiantes, sus brillantísimos ojos verdes, miraban hacia todos lados; llevaba el cabello rojizo atado con un listón. Estuvo a punto de chocar con algunas personas por el enorme peso del baúl que empujaba dentro del carrito. Algunos chicos y chicas la miraban de reojo y murmuraban entre ellos. Tuvo algunos problemas para subir su equipaje. Entró en uno de los compartimientos y afortunadamente lo encontró vacío.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó una voz femenina detrás de ella.
—Gracias —contestó tímidamente, la pelirroja.
La chica que le ayudaba era tan alta como ella, de cabello castaño y rizado; sus ojos tenían el color de una aceituna y sonreía jovialmente. Vestía de forma muy similar a Lily, con una fada tableada escocesa y una blusa sencilla blanca, como una chica común lo cual hizo sentir mejor a la pelirroja que había tenido que sortear a todos los estudiantes envueltos en túnicas y ropas extrañas. La chica del cabello castaño ayudó a Lily a colocar su baúl.
—Soy Lilian Evans —la pelirroja extendió la mano hacia su nueva compañera.
—Dian Roosevelt —la chica rizada devolvió el saludo.
Afuera, había un bullicio de estudiantes, subiendo y bajando del expreso.
—Me imagino que también eres del primer año de Hogwarts, ¿no es así? —preguntó Lily a su compañera.
—Sí, también soy nueva —sonrió la chica, amistosa.
—¿Tus padres son magos? —preguntó Lily.
—Sí —contestó Dian—. Mi madre trabaja para el Ministerio de Magia, en el Departamento de Misterios. Y mi padre es el director de la Organización del Quidditch.
Lily se quedó muda sin comprender nada.
—Yo soy de padres no magos —dijo Lily, un poco apenada.
—¡Ah, vaya! —exclamó Dian—. Bueno, tendré que aprender mucho de ti.
Lily sonrió.
...
James entró en un compartimiento, el único que no estaba abarrotado de estudiantes. Había un solo chico ahí, flacucho, de cabello lacio y negro recortado hasta las orejas, nariz afilada y ojos grises intensos. Parecía simpático. James entró y colocó el baúl arriba de su asiento.
—Hola —saludó a James, retirando el periódico hasta el rincón—. ¿Primer año?
—Hola, sí—contestó James, sonriente.
—Me llamo Sirius —el chico abrió una pequeña maleta y sacó una gragea de chocolate y se la ofreció a James—. Sirius Black.
James aceptó la gragea y tomó asiento.
—Yo soy James Potter.
—Bueno… Potter, espero que seamos compañeros de casa —sonrió Sirius, mientras comía una gragea.
James tomó la suya, estaba a punto de morderla, cuando vio que de ella salía una secreción verde, nauseabunda que olía a diablos.
—¡Eagh! –exclamó James al mismo tiempo que la arrojaba—. ¿Qué es esto? —exclamó malhumorado.
Sirius se doblaba de risa, mientras trataba de no ahogarse.
—Una gragea encantada —respondió Sirius, tratando de recobrar el habla—. Las acabo de hechizar. Lo siento —sonrió.
...
Lily y su compañera veían ansiosas a través de la ventana. Los estudiantes iban y venían por el pasillo del tren.
—Y dime Lily, ¿en qué casa quieres estar? —preguntó Dian.
—No lo sé. No sé cómo son las casas —contestó Lily apenada.
—Bueno, son muy diversas. Mis padres fueron Gryffindor, pero mi abuelo era Slytherin —dijo Dian, buscando entre su baúl—. No te preocupes, sabrás cómo son las casas cuando lleguemos.
La chica sacó un libro del interior del baúl y lo mostró a Lily.
—Este libro era de mi abuelo, es uno de los libros ocultos de las Artes Oscuras. Estaba en la biblioteca de mi papá. Es fascinante.
—¿Artes Oscuras? —preguntó Lily—. Eso es como… ¿magia negra?
—Así es —sonrió Dian—. Es increíble lo que se puede hacer con este libro. Bueno, pero es un secreto. No le digas a nadie que yo lo tengo. Lo traje al colegio sólo para tener una guía en la materia de Defensa contra las Artes Oscuras.
—¿Lo tomaste sin permiso? —preguntó Lily, dubitativa.
—Digamos que lo tomé prestado —sonrió Dian.
Lily, aunque desconcertada, también sonrió. Al menos le alegraba tener una amiga el primer día de clases.
—¿Qué más sabes sobre magia? —preguntó Lily, entusiasmada.
—Bueno, desde pequeña quería aprender hechizos. Pero nunca se me permitió.
—¿Qué dijeron tus padres de que vendrías a Hogwarts? —siguió Lily, interesada.
—Se alegraron —contestó Dian, guardando su libro nuevamente en el baúl y sentándose en el asiento opuesto al de Lily—. Y luego me compraron una escoba nueva. Estaban locos porque recibiera mi carta. ¿Y los tuyos?
—También se emocionaron —sonrió Lily—. Excepto mi hermana.
—¿Cuántos hermanos tienes?
—Sólo una hermana. Pero ella no es bruja.
—Vaya —se lamentó Dian—. Yo no tengo hermanos. Soy única. Qué fortuna debe ser tener una hermana.
—Es como si no la tuviera.
—Si yo fuera ella me hubiera alegrado por ti —sonrió Dian—. La vida muggle debe ser increíble.
—¿Muggle? —intervino Lily.
—Sí. Ya sabes, gente no mágica.
—Ah, con que así se les llama.
—Sí, muggles —afirmó Dian—. Iré a comprar algunos bocadillos, ¿quieres?
—No, estoy bien. Gracias.
Dian se encogió de hombros y salió al pasillo.
...
—¿Qué traes ahí, Potter? —preguntó Sirius sonriendo.
James había sacado una pequeña caja de madera y se quedó callado durante un rato luego de que Sirius le hubiese gastado aquella broma. James jugó con ella un rato, hasta llamar la atención de Sirius.
—Nada, Sirius Black...
—Dime, Potter—insistió el muchacho y se sentó al lado de James—. ¿Acaso es una bomba fétida? —exclamó entusiasmado.
—No, no. Nada de eso. Sé que están prohibidas en el colegio.
—Vamos Potter —rogó Sirius y tiró de la caja.
Unos tentáculos minúsculos saltaron de pronto y tomaron a Sirius por el cuello, mientras él miraba horrorizado.
—¡Ah! Olvidé decirte que esta es la mejor imitación de los tentáculos de un calamar gigante —sonrió James y cerró la caja cuidadosamente mientras los tentáculos regresaban al interior.
Sirius se quedó muy serio, todavía asustado, sin embargo no tardó mucho para soltar una carcajada. Minutos después, Sirius Black y James Potter comían caramelos reales, hablando como dos grandes amigos. De pronto, la puerta corrediza del vagón se abrió y un muchacho alto de cabello castaño bien arreglado entró repentinamente
—¿Puedo quedarme con ustedes? Todos los compartimientos están ocupados —dijo el muchacho, algo apenado.
—Claro que sí, Remus —respondió Sirius sonriente y apartó sus cosas de un asiento.
—¿Sirius?
—El mismo. Anda, siéntate —ofreció de nuevo Sirius.
Remus acomodó su baúl cerca de él.
—¡Ah, perdona! Él es mi nuevo amigo, James Potter.
—Hola, James —contestó amablemente Remus.
—Hola, Remus —sonrió James—. ¿Ya se conocían?
—Hace una semana, ¿verdad, Remus?
—Sí, en la tienda de varitas.
Pronto se dieron cuenta que tenían que cambiar de compartimiento, pues un grupo de chicos de mayor grado entró mirándolos despectivamente. Ya llevaban puesto el uniforme; a la derecha de éste se veía un escudo plateado con una serpiente. Sirius reconoció enseguida a qué casa pertenecían y sin hacer más reproche salió del compartimiento, donde los demás lo siguieron rápidamente, arrastrando sus baúles y pertenencias. Molestos y abrumados, caminaron en búsqueda de otro lugar vacío, pero casi todos se encontraban llenos.
Remus caminó distraído, intentaba encontrar un vagón disponible. En el pasillo casi tropezó con una chica y perdió de vista a los otros. Se trataba de la amiga de Lily, quien lo miró desaprobatoriamente mientras se aproximaba al carrito de los bocadillos.
Sirius y James encontraron el vagón de Lily. Sirius se acercó decidido y sin ningún miramiento acomodó sus cosas en los compartimientos. Miró a la chica pelirroja y le dirigió una sonrisa, pero ella desvió el gesto. De pronto, otro muchacho entró en el vagón: delgado, de piel cetrina, con los cabellos tan negros y opacos como su túnica. Tenía la nariz ganchuda y una cara de pocos amigos.
Remus, confundido, miró hacia todos lados, Sirius y James habían desaparecido en el pasillo. Malhumorado, tomó su baúl y se dedicó a buscarlos. Dian le dirigió una mirada de soslayo mientras lo veía marcharse y fue hacia su vagón, con los bocadillos en la mano, cuando vio a Lily salir de éste, seguida del chico de la nariz ganchuda.
—¿Qué sucede? —preguntó Dian confundida.
—Aparentemente ocuparán este lugar —respondió Lily, disgustada.
Dian entornó los ojos a los dos chicos que reían y hacían ruido en el interior del vagón, y luego miró repentinamente al chico que acompañaba a Lily.
—¡Vamos! ¿Dejarás que un par de mequetrefes nos quiten nuestro lugar? —preguntó Dian mosqueada—. ¿Y este quién es?
Lily no supo qué decir. El chico miró a la pelirroja y dio media vuelta para marcharse, sin decir nada más. Dian le entregó un sándwich de mantequilla a Lily y entró en el vagón. Lily dudó por un instante. Se fijó al fondo del pasillo: aquél que se marchaba era su amigo, Severus Snape. Se conocían desde antes de recibir la carta a Hogwarts y Lily parecía preocupada por él. Pero la voz resonante de Dian la sacó de sus pensamientos.
—¿Y ustedes qué se creen? —dijo la chica rizada, furibunda y desafiante.
—Vaya, los encontré —intervino Remus, apareciendo de pronto en la compuerta.
—¿Y tú quién eres? ¿Qué pasa aquí? —preguntó Dian, exasperada.
—¡Calma, calma! —pidió Sirius, levantándose de pronto—. ¿Podemos compartir este vagón? Me llamo Sirius Black y ellos son mis amigos: James Potter y Remus Lupin.
Se hizo un silencio incómodo. Dian los miró disgustada. A ella nadie le quitaba nada. Sin embargo, la voz ecuánime de James intervino:
—Nos echaron de nuestro vagón.
Dian lo miró aún molesta, luego echó un ojo a Lily, quien se mordía el labio, sin saber qué hacer. Finalmente, la chica rizada suspiró y se sentó al lado de Sirius. Comenzó a comer su bocadillo, despreocupada. Los chicos se acomodaron en sus asientos, victoriosos. Lily se sentó en un rincón, con la cara pegada a la ventanilla.
—Ella es Lily y yo soy Dian —dijo al fin la chica de los rizos, resignada—. ¿Ustedes son de nuevo ingreso?
—Sí —afirmó Sirius—. ¿A qué casa quieres pertenecer?
—No lo sé —contestó Dian, pensativa.
—Bueno, yo quiero ir a Gryffindor —dijo Sirius, resuelto.
—¿Por qué? —preguntó Dian.
—He oído cosas muy buenas.
—De todas se dice lo mejor. Menos de Slytherin —intervino James de pronto. Lily lo miró de reojo y cambió de dirección otra vez a la ventanilla.
—¿Por qué? —preguntó intrigada, Dian.
—Bueno, dicen que muchos magos de mal talante estuvieron y están ahí.
—¡Vaya, yo quería ser Slytherin! —dijo Dian, viendo hacia la ventanilla.
—¿De verdad? —preguntó Remus, incrédulo.
—Sí. Sé que esa casa tiene muchos secretos sobre las Artes Oscuras.
—¡Ah, sí! —dijo Remus, entusiasmado—. También escuché eso. Pero la familia y esas cosas siempre tienen que ver.
—¿Por qué? —preguntó Dian.
—Puedes estar en la misma casa que tus padres o abuelos.
—Mi abuelo era Slytherin, pero mis padres fueron Gryffindor —dijo Dian, pensativa.
—Mi padre fue Ravenclaw —dijo Remus—. Mi madre es muggle.
—Oh, vaya, como los padres de Lily —dijo Dian, sin darle importancia.
Sin embargo, Lily no parecía dispuesta a seguir la conversación, se notaba incómoda.
Entrada la tarde encargaron más comida a la señora del carrito. Estaban a unos minutos de llegar a Hogwarts y la tarde ya había caído. Las chicas fueron a los vestidores del tren y se cambiaron de ropa por los uniformes del colegio, mientras los chicos lo hicieron dentro del vagón. Cuando estuvieron listos intercambiaron miradas nerviosas y entusiastas. Lily seguía sin hablar mucho, mientras que Dian ya había hecho buena amistad con Sirius.
El expreso se detuvo y todos los estudiantes contuvieron los gritos de emoción, sobre todo aquellos que iban a cursar su primer año en Hogwarts. Los cinco chicos bajaron con cuidado del tren, les indicaron que sus baúles se dejarían en el mismo sitio donde los colocaron y que alguien los trasladaría al colegio. Lily estaba sorprendida, tantos estudiantes caminando de un lado a otro. De pronto la voz gruesa de un hombre, se escuchó entre todo el tumulto.
—¡Los de primer año, síganme!
—¿Eso es un gigante? —preguntó Lily a Dian admirada en cuanto vio al hombre que les indicaba el camino.
—No, los gigantes son más grandes —contestó Dian en un susurro.
Era un hombre joven, altísimo, robusto, de barba larga. Llevaba un quinqué para alumbrarse. Todos los alumnos de primero, asombrados, lo siguieron hasta donde él les indicaba. James, Remus y Sirius hablaban con entusiasmo, mientras las chicas los seguían. Lily intentó encontrar con la mirada a Severus, pero nunca lo vio. El hombre los condujo hasta un sendero muy estrecho en donde todo estaba oscuro.
—En un momento llegaremos a Hogwarts. Doblando la siguiente curva.
De pronto, se divisó a lo lejos el gran castillo del colegio. Las torrecillas con las ventanas alumbradas y las cúspide rocosa que cubría las laderas se alzaban por encima de la bruma; las estrellas resplandecían más que en ninguna noche.
El hombre se dirigió a todos y ordenó:
—¡Suban a los botes, no más de cuatro!
Todos se acomodaron en un bote distinto. James y Remus subieron a uno, mientras que las chicas fueron acompañadas por Sirius en otro. El hombre revisó que todos estuvieran en un bote, para después gritar el llamado para que comenzaran su recorrido hasta el castillo.
—¿Todos listos? —preguntó el hombre—. ¡Adelante!
Los botes comenzaron a flotar uno detrás del otro. Todos en perfecto orden, y lentamente para que nadie, ni el más distraído, se mareara.
—Mira a Sirius —dijo Remus a James, irónico—. Parece que ha venido a conquistar chicas.
Sirius hablaba animadamente con Dian y Lily. Ellas parecían muy divertidas con los gestos del muchacho.
Un chico de cabello claro, peinado de media raya, robusto y bajo de estatura, acompañaba a Remus y a James en el bote sin decir una palabra, se le notaba muy nervioso.
Lily estaba ansiosa por conocer todo acerca de Hogwarts, mientras que Dian no paraba de hablar de algunos misterios que encerraba el castillo.
Por fin llegaron a un extraño túnel, donde el hombre que los conducía les ordenó pisar tierra firme. Pidió que se alinearan y mantuvieran el orden. Los condujo hasta una puerta, donde llamó tres veces. Una mujer, alta de grandes ojos y gafas, salió a su encuentro.
—Aquí están los de primer grado, profesora McGonagall —dijo el hombre robusto.
—Gracias, Hagrid. Vamos, todos síganme.
Los chicos, muy nerviosos, siguieron a la profesora. Hagrid dio media vuelta y regresó por donde habían llegado. Lily veía con fascinación todas las cosas raras e inusuales que estaban a su paso. La profesora los condujo por unas grandes escaleras y se detuvo ante una gran puerta de madera tallada.
—Bien, estamos a punto de entrar a la ceremonia del sombrero seleccionador, donde serán elegidos para que habiten una casa. Hay cuatro casas diferentes: Hufflepuff, Gryffindor, Ravenclaw y Slytherin. En un momento serán llamados.
Todos asintieron muy nerviosos, menos Sirius, que quería entrar corriendo por la puerta frente a él. James se frotaba los nudillos, Remus se daba calor con las mangas de la túnica. Lily miraba a todos lados, mientras que su amiga contilleaba con Sirius. De pronto, la profesora McGonagall los hizo pasar. Abrió las puertas de madera y frente a todos los estudiantes de primer año apareció el Gran Comedor.
Éste se trataba de un comedor inmenso, repleto de estudiantes. Velas flotando por el aire y el centenar de cabezas de los estudiantes de otros años. James sonrió cuando vio al fondo del Gran Comedor, la mesa de profesores, donde estaba el que debía ser el director, Albus Dumbledore.
La profesora McGonagall traía consigo un sombrero, remendado. Los estudiantes de otros grados miraban a los chicos de primer curso con curiosidad. La profesora sacó un pergamino y acomodó un taburete casi cerca de la mesa de profesores. De pronto, el sombrero comenzó a cantar el himno de Hogwarts.
Hubo un absoluto silencio mientras escuchaban la canción. Lily miraba sorprendida al sombrero parlante. Una vez que terminó la canción, el salón prorrumpió en aplausos. Los nuevos estudiantes se acercaron por órdenes de McGonagall.
—Bien, cuando diga sus nombres, pasarán y se sentarán aquí. Les pondré el sombrero y él los asignará a una casa.
La profesora comenzó a llamar a uno por uno de la lista. Pasaban al frente, temerosos y asustados. El sombrero meditaba poco y gritaba su nombre. Después de siete Slytherins, cuatro Ravenclaws, ocho Hufflepuff y cinco Gryffindors, por fin era el turno de Sirius.
—Black, Sirius —dijo la profesora.
Sirius corrió hasta el taburete y se sentó muy confiado. Muchos lo miraban divertidos, su humor era contagioso. El sombrero fue colocado en su cabeza.
—Hmm... —murmuró el sombrero—. Un Black… Tú serás… ¡GRYFFINDOR!
—¡Sí! —gritó Sirius con más gusto del que se esperaba.
Corrió hasta la mesa de Gryffindor. La profesora llamó a otro estudiante.
—Pettigrew, Peter.
El chico que había estado en el bote con James y Sirius, pasó muy nervioso, casi tropezando con su propia túnica.
—Vaya… —murmuró el sombrero—. Sabrás qué hacer si te pongo en… ¡GRYFFINDOR!
Los de Gryffindor aplaudieron, pero no tan fuerte como lo hicieron con Sirius. Peter se sentó nervioso y observó pasar a los demás.
—Lupin, Remus —alzó la voz.
Remus se sentó en el taburete y la profesora le colocó el sombrero. Dumbledore miraba con atención.
—Ya veo —dijo el sombrero—. Una mente para Ravenclaw, pero el corazón de Gryffindor. Tendrás que saber manejar tu intelecto y fuerza en… ¡GRYFFINDOR!
Remus sonrió satisfecho, se puso de pie y se sentó al lado de Sirius, que aplaudía fuertemente. De nuevo, se hizo el silencio.
—Roosevelt, Dian —dijo la profesora.
La chica rizada respiró profundo y se aproximó. Se sentó en el taburete, la profesora le colocó el sombrero.
—Vaya, vaya —exclamó el sombrero—. Tienes la mente que desean los Slytherin. Pero a veces es mejor no correr riesgos… ¡GRYFFINDOR!
Dian sonrió contenta, después de todo quería estar en Gryffindor. La profesora llamó nuevamente.
—Potter, James —el chico se acercó y se colocó el sombrero.
—Buen carácter, Potter —murmuró—. Problemático y honesto… ¡GRYFFINDOR!
James sonrió aliviado de no ir a Slytherin.
—Evans, Lilian —dijo la profesora.
Lily pasó temerosa. Se sentó en el taburete y McGonagall le colocó el sombrero. A lo lejos miró a Severus Snape que la observaba deseoso e impaciente por conocer el destino de la chica.
—Ya veo... Extraordinarias cosas, chica, extraordinarias. ¡GRYFFINDOR!
Lily suspiró agradecida y feliz. La profesora McGonagall volvió a llamar.
—Snape, Severus —dijo y alistó el sombrero.
El chico de nariz grande, cabello negro y piel cetrina, se encaminó al taburete, la profesora le colocó el sombrero. Lily lo veía atentamente, él se había desilusionado al verla en la casa de los Gryffindor. Apenas el sombrero había rozado su cabeza lo designó.
—¡SLYTHERIN! —gritó el sombrero.
—Tuvimos suerte —musitó Sirius a Remus.
Guardaron silencio cuando Dumbledore se levantó de su asiento y dio las palabras para que comenzara el banquete. De inmediato aparecieron muchas bandejas de comida en la mesa. Todas repletas de los más exquisitos manjares con los que ningún muggle hubiese podido soñar.
