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Los Gryffindor y el Slytherin
Esa misma noche, fueron conducidos a sus correspondientes casas. Las escaleras giratorias que conducían a la Sala Común de Gryffindor estaban abarrotadas de estudiantes de todos los años. Lily se sostuvo del brazo de Dian en cuanto se dio cuenta de que los escalones eran movedizos. Al fondo del pasillo, la Dama Gorda los esperaba con entusiasmo para permitirles el paso, en cuanto el prefecto de la casa dijera la contraseña. Fue la primera vez que Lily Evans vio una pintura moverse y hablar como lo haría cualquier imagen en un espejo.
En cuanto cruzaron la Sala Común se les asignaron las habitaciones. Lily se alegró de compartir la misma habitación que Dian. James, Sirius y Remus también quedaron juntos.
A la mañana siguiente, en el Gran Comedor, los estudiantes charlaban animadamente de un lugar a otro. Lily y Dian acordaron desayunar juntas. La profesora McGonagall pasó a la mesa de Gryffindor y les entregó la lista de horarios para sus respectivas clases.
—Mira —dijo Dian extendiendo la hoja a Lily—: Defensa contra las Artes Oscuras después del almuerzo —sonrió.
James, Sirius y Remus se unieron a la mesa con las chicas en cuanto las reconocieron.
—¡Oh no! —exclamó Sirius tomando uno de los horarios de McGonagall—. Tenemos Pociones con los Slytherin.
—¿Eso es malo? —preguntó Lily, algo aprehensiva.
—Tuvimos problemas con algunos Slytherin ayer en el tren —respondió Remus.
—Nada que no se arregle con algunas bombas fétidas… —dijo Dian.
—Bien pensado, Roosevelt —sonrió Sirius, malicioso.
—Dense prisa —apuró Remus, dando un último sorbo a su jugo de calabaza—. En cinco minutos comienza la primera clase. Es Historia de la Magia.
Se apresuraron con el desayuno y caminaron hasta el aula donde se impartiría la clase. Entraron a lo que era una habitación acogedora, estrecha, pero con el techo muy alto. Vieron una especie de sombra esperar en el escritorio. Era un fantasma. Lily casi no podía creer lo que veía.
—Bienvenidos a su primera clase —sonrió el fantasma del profesor Binns con amabilidad.
Buscaron asientos y estuvieron atentos a la clase. Historia de la Magia tocaba con los Hufflepuff, quienes parecían ser simpáticos. El profesor Binns los colocó por parejas y Lily trabajó con Dian. Sirius y Remus formaron otro par y James trabajó con el chico que los había acompañado en el bote el día anterior. Lo hizo por compasión al ver que nadie lo había elegido. Cuando el profesor Binns les entregó unos pergaminos para que trabajaran, James se presentó a su compañero.
—Me llamo James—dijo sonriente—. ¿Y tú?
—Yo soy Peter.
—Bueno, parece que esta clase es interesante, ¿no? —dijo James, con ironía.
—Sí —respondió Peter—. Aunque no soy muy bueno para recordar las cosas.
—Bueno, podemos hacer la clase más divertida —dijo James con una sonrisa maliciosa.
Con un pergamino, James hizo una bola de papel, después tomó su varita a escondidas del fantasma del profesor Binns que estaba leyendo un libro en su escritorio. Susurró un par de palabras, mientras Peter lo observaba muy interesado. La bolita de papel levitó delicadamente hasta la mesa donde Remus escribía y Sirius leía los pergaminos. Con un suave flit de varita, James dejó que la bolita de papel cayera sobre la cabeza de Remus.
Peter contuvo la risa y James desvió la mirada discretamente, fingió no ver a Remus quien había volteado a todas partes. Sirius rió por lo bajo. Remus lo miró furtivamente y siguieron con su trabajo.
James revisó que Remus estuviera nuevamente distraído y volvió a encantar otra bola de pergamino nuevamente hacia la mesa de los chicos; esta vez con toda la intención de molestar a Sirius, pero su puntería falló y nuevamente se estampó en la cabeza de Remus.
Peter se retorcía de risa, James, nuevamente, fingió inocencia. Remus, fastidiado, no sabía de quién sospechar. James volvió al ataque, esta vez no tenía que fallar. Tomó el último pergamino que quedaba y lo volvió a encantar. Peter tuvo que taparse la boca para no estallar en carcajadas. La bolita flotó hasta la mesa donde estaba Remus y cuando James estaba a punto de soltarla, un pergamino salió volando de la nada y se estrelló contra su cabeza, desacomodándole los anteojos y echando a perder toda su intención. Peter miró por donde había venido la bola de papel. James, furioso, vio que en la mesa de las chicas Lily reía silenciosa y Dian sonreía satisfactoriamente con varita en mano.
—James Potter y Dian Roosevelt —llamó severamente el profesor Binns de pronto—. Diez puntos menos a Gryffindor por la insolente idea de aventar pergaminos en clase.
La campanilla del término de clase sonó y Dian hizo una expresión de disgusto; James sonrió divertido, después de todo.
—Me contaron que habrá un partido de quidditch a finales de este mes —dijo Sirius entusiasmado en cuanto salieron del aula.
—¿De verdad? —exclamó James, emocionado—. ¿Y quiénes jugarán?
—Me parece que será Gryffindor contra Ravenclaw.
—¿Irán a almorzar? —preguntó Lupin de pronto.
El chico de piel cetrina, Severus Snape, se cruzó con ellos. Iba muy orgulloso con su túnica y la insignia de Slytherin. Intentó ver si Lily los acompañaba, pero ella no estaba ahí. Las chicas almorzaban en la mesa de Gryffindor, tomando jugo de calabaza. Remus se sentó y se sirvió una tostada.
—Pobre idiota Slytherin –murmuró James a Sirius.
—Ese pelo grasiento… —respondió éste con burla.
Lily los miró desaprobatoriamente. No le desagradaban, pero tampoco le terminaban por encantar. Remus miró, a través de una de las ventanas gigantes del Gran Comedor que Hagrid llevaba un gran trozo de madera hacia su cabaña.
—¿Ese es Hagrid? —preguntó Remus, curioso—. ¿Qué hace?
—No sé, es raro. La primera vez que se le ve, da miedo —dijo Dian—. Pero igual parece simpático.
La mirada de Remus se topó con el sol, entrecerró los ojos para protegerse de él y sintió como un balde frío de agua cayendo en su espalda.
—¿Qué día es hoy? —preguntó de pronto.
—Hoy es 1 de septiembre —respondió Dian, alcanzando la mantequilla.
—¡Primero! —exclamó Remus y todos lo voltearon a ver.
—Remus, en todo caso que no te hayas dado cuenta, hoy es nuestro primer día de clases —dijo Sirius irónico.
Remus guardó silencio, continuó bebiendo jugo de calabaza, un poco nervioso. Unos minutos después corrían hacia el aula de Transformaciones, donde McGonagall estaba esperando en su escritorio. La profesora tenía una mirada atemorizante, pero realmente podía ser muy amable. Los chicos se sentaron en asientos aislados, mientras la profesora les indicaba lo que harían durante el resto del año. James estaba ansioso por transformar cualquier cosa, así que toda esa palabrería le parecía un poco aburrida.
La profesora McGonagall se llevó toda la clase indicando la forma de trabajar, los métodos que utilizarían y sobre todo, remarcando, que nadie se atreviera a interrumpir la clase con alguna broma absurda. Dian hizo un gesto de decepción y de inmediato la profesora supo, por sus caras, quiénes le darían problemas en el año. Cuando por fin terminó la hora, los chicos se dirigieron a las mazmorras. Donde tomarían la clase de Pociones que, por lo visto, sería un verdadero tormento con los Slytherin como compañeros. Sirius, refunfuñaba y a la vez planeaba las mejores formas de molestar, especialmente, al narigudo que comenzaba a fastidiarle. Le había agarrado manía.
Remus estaba un poco nervioso, pero nadie más que James lo notó. Entraron en la mazmorra. Los recibió un profesor, gordo y calvo, de ojos prominentes, bigote muy negro como el de una morsa, botones sumamente pulidos y un aspecto pulcro. El profesor Horace Slughorn les indicó sentarse en grupos de seis y todos lo hicieron. Los Slytherin miraban desafiantes a los Gryffindor y por nada quisieron mezclarse con ellos. Se formaron equipos, y por designación a James Potter y a Lily Evans les tocó compartir la misma mesa.
—Necesitamos a alguien más para estar completos— dijo Lily, quien no quería estar a solas con James Potter.
El chico también se sentía un poco incómodo, así que buscó con la mirada y, ahí solitario, estaba Peter. El chico regordete saltó de su asiento cuando James lo llamó. El profesor indicó que harían una pequeña poción para curar heridas sencillas. Harían un remedio para cortaduras insignificantes. Les dio los ingredientes y las instrucciones. Todos comenzaron a trabajar en absoluto silencio; Sirius no dejaba de mirar a Snape, que éste a su vez le devolvía la mirada.
—¿Eres amiga de ese tal Snape? —preguntó James a Lily.
—Sí, ¿por qué? —dijo Lily, un poco a la defensiva.
—Es un idiota —dijo James, sin miramientos.
En la mesa contigua, Sirius, Dian y Remus practicaban en el caldero. Sirius comenzó a bostezar, el sopor de la habitación lo estaba adormilando.
—Qué pérdida de tiempo —dijo entre suspiros.
—Hay que seguir instrucciones, eso es todo —respondió Remus, concentrado en los libros.
Durante la hora que les quedaba de pociones intentaron hacer sus brebajes. Para Lily fue bastante sencillo a pesar de no tener idea, Sirius continuamente se frotaba la cabeza en señal de no saber lo que hacía. Unos minutos antes de que se diera el toque final, el profesor aumentó diez puntos a Slytherin.
—¡Bien hecho señor Snape! –exclamó el profesor contento—. ¡Observen cómo su compañero fue capaz de hacer su poción! ¡Brillante! ¡En la primera clase!
Los Gryffindor miraron a Snape con recelo, él se alzaba sobre todos y orgulloso miró a Lily, quien le devolvió una sonrisa.
—¿No quisiera que le besemos los pies? —dijo Sirius casi a gritos.
—Necesitarías otra poción para el contraveneno después de eso —siguió Dian mirándolo de reojo.
Se llegó el toque de la campanilla y salieron de las mazmorras lo más rápido posible, para no ver la cara triunfante de Severus y su sonrisa satisfactoria. Sirius, enfurecido, fue con James a la Sala Común de Gryffindor.
…
Por la tarde, Lily se encontraba en la misma Sala Común leyendo su correo. Recibió carta de sus padres donde le decían lo orgullosos que estaban de ella. Lily sonreía y a pesar de llevar sólo un día en Hogwarts ya los comenzaba a extrañar. De inmediato tomó pluma y pergamino y comenzó a escribir la respuesta. James entró por el retrato de la Dama Gorda y se sentó en un sofá. Saludó a Lily de reojo.
—¿Correo? —preguntó.
—Sí, de mis padres —contestó Lily, un poco indiferente.
Se hizo el silencio. Él sabía por qué ella se comportaba así, no quería ser de nuevo grosero, pero no entendía cómo era posible que fuese amiga de aquel narigudo.
—Bueno, buscaba a Remus —dijo James, rompiendo el hielo.
—No lo he visto.
James miró a través de una ventana y vio, a lo lejos, cerca de la cabaña de Hagrid el enorme sauce que sacudía sus ramas con violencia.
La Sala Común se comenzó a llenar de más estudiantes que se preparaban para ir a dormir. Dian bajó del dormitorio de las chicas, traía algo en manos.
—Hola —saludó Dian a James y Lily—, ¿han visto a Remus?
—No, no lo hemos visto —respondió Lily.
—Yo también lo estaba buscando —dijo James—. Pero no apareció por ninguna parte.
—Vaya, quería mostrarle algo —dijo Dian un poco desilusionada.
James vio que Dian sostenía un libro muy grande de pastas negras. Sólo Lily reconoció que aquel libro era el que Dian le había mostrado en el expreso, uno minutos después de conocerse.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó James a Dian.
—Oh, no es nada —respondió Dian apresurada—. ¿Y tu amigo Black?
—En el comedor.
Otro silencio más. Dian comprendió que a Lily no le agradaba Potter. No supo hacer nada contra eso y regresó al dormitorio de las chicas. Lily seguía escribiendo, mientras James nuevamente dirigió su mirada al sauce.
Pasada la media noche, todos los alumnos fueron a la cama. James se encontró con Sirius y se dirigieron a su dormitorio. Mientras que Lily desapareció de su vista, con la carta terminada en sus manos. Pero Remus no apareció.
A la mañana siguiente debían estar muy temprano en la clase de Transformaciones, la profesora McGonagall había advertido que aquel que llegara tarde recibiría un castigo. Dian y Lily corrían por todos los pasillos, no habían desayunado. ¿Quién iba a decir que no servían los despertadores muggles? Se habían quedado dormidas y no eran la excepción. También James se les unió a la carrera y entre los tres tocaron apresuradamente la puerta de McGonagall. La clase todavía no comenzaba, habían llegado cinco minutos tarde y ya todos estaban dentro del aula. Para no hacer ruido entraron casi de puntillas, la profesora McGonagall entró al aula unos segundos después, diciendo buenos días muy alto y casi de golpe. James suspiró aliviado, vio que Sirius estaba en un asiento bastante alejado con Peter Pettigrew y no con Remus, como había imaginado.
La clase fue distinta a la del día anterior. James pasó la hora hablando bajo y bromeando con las chicas, mientras veía que su amigo Sirius no la pasaba tan bien con Peter. Lily había accedido un poco a las bromas de James, aunque sólo eran más tolerables porque Dian se encontraba ahí. Al terminar la clase de McGonagall todos fueron al almuerzo, donde se supondría verían a Remus. Sólo era el segundo día de clases, era extraño que él no se encontrara ahí, había desaparecido así como si nada. Pensaban que recibiría un castigo muy severo.
—Eh, Potter, ¿dónde está tu amigo Lupin? —preguntó Dian de un extremo de la mesa a otro.
—No tengo idea —contestó James—. Esta mañana su cama estaba intacta.
—Yo tampoco lo vi ayer por la tarde —dijo Sirius sirviéndose jugo.
Dian iba a tomar una tostada, pero el brazo de Peter derramó el jugo muy cerca de ella, salpicándole pequeñas gotas sobre su blusa.
—¡Mira qué has hecho, Peter! —exclamó Dian en reclamo.
—L-lo siento mucho, no me di cuenta, perdón —dijo muy avergonzado.
—Vamos Dian, son sólo pequeñas gotas —intercedió James.
Dian lanzó una mirada amenazante y prefirió enfrascarse en la lectura de un libro.
…
Remus no apareció en todo el día, ni siquiera en la clase de Encantamientos, ni de Historia de la Magia, ni el Cuidado de Criaturas Mágicas, ni Vuelo (donde Dian se había mostrado excepcionalmente buena y James no se había quedado atrás), ni en Pociones. El profesor Slughorn no dejaba de adular el ingenio de Severus y eso para Sirius era insoportable.
Ya no eran sólo James y Sirius quienes repudiaban a Severus, tampoco Dian lo soportaba. No quería decírselo a Lily, se estaban haciendo buenas amigas y al parecer a ella le importaba mucho el muchacho de pelo grasiento.
Por la tarde, el grupo se dirigió hacia la Sala Común de Gryffindor. Había muchos deberes que terminar y Sirius quería mostrarle a James los nuevos objetos que había encantado. Entraron por el retrato de la Dama Gorda: las chicas se quedaron cerca de la chimenea para terminar los deberes de McGonagall, mientras que los muchachos subieron a sus dormitorios.
Encontraron a Remus durmiendo sobre su cama. Sorprendidos se acercaron a él y notaron que su rostro tenía rasguños. Dormía tranquilamente, pero su cara estaba más pálida que de costumbre; sin duda algo le había pasado la noche anterior. James estaba decidido a descubrirlo.
