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El plan

Dejaron a Remus dormir un poco más. Tenía la ropa ensangrentada y los rasguños de su cara comenzaban a cicatrizar. Decidieron ir a la Sala Común para terminar los deberes y no incomodarlo. Cuando bajaron, Sirius no resistió la idea de contárselo a Dian, quien muy asustada hizo conjeturas.

—¿Estaría vagando por el bosque prohibido? —preguntó ella, de pronto, asaltada por la idea.

—No lo creo —respondió Sirius—, es Remus.

—Bueno, no lo conocemos muy bien —intervino Lily, quien se había apartado de James—, pudo haberlo hecho, ¿no? Pudo ir al bosque y ahí algo lo atacó, escucharon lo que dijo Dumbledore: criaturas extrañas habitan ahí.

—Si así fue deberíamos llevarlo a la enfermería, ¿no lo creen? —intervino Sirius, pensativo—. Podría ser algo grave.

—Pero lo castigarán y quizá lo expulsen —dijo Dian, alarmada.

—Tienes razón —añadió James—. ¿Y si nosotros lo curamos?

—Ni siquiera sabemos cómo —dijo Sirius, dubitativamente.

—Mejor esperemos a que despierte —resolvió Dian.

Todos asintieron y trataron de hacer los deberes, aunque en toda la tarde no quitaron el dedo del renglón acerca de Remus. Llegada la noche, y una vez que todos habían cenado, fueron a dormir. James entró en la habitación muy despacio, para no despertar a Remus, pero él ya no estaba ahí. Comenzó a buscar en los cajones de la mesita de noche, quería revisar si la ropa de Remus seguía ahí, temía que el director o algún profesor hubieran descubierto que estaba merodeando en el bosque y quizá lo hubieran expulsado.

—¿Qué es lo que buscas? —preguntó una voz detrás de James.

—¡Remus! —exclamó James un poco asustado—. ¿Dónde te has metido?

Remus se notaba tranquilo, sus rasguños estaban sanando. Ya estaba listo para dormir, tenía el pijama puesto y acababa de salir de la ducha.

—Tuve algunos problemas —dijo Remus, sentándose en su cama.

—¿Qué problemas? —preguntó James, extrañado—. Bueno, es que no apareciste en todo el día, por eso… estaba preocupado.

—No era mi intención —respondió Remus algo nervioso—. Pero no hay nada que puedan hacer por mí, gracias.

—Claro que debe haber algo —dijo James sentándose a su lado—. Dime qué ocurrió, quiero ayudarte.

—Tuve que ir a casa —dijo Remus cabizbajo—. Mi madre se encuentra enferma.

—Lo siento —dijo James—, pero ¿qué te sucedió en el rostro?

Remus se quedó callado durante unos segundos. Su aspecto alegre y jovial cambió por un semblante pálido y cansado, James lo notó en cuanto lo vio.

—Verás, James —dijo Remus casi en un murmuro—, en casa… tuve algunos problemas.

—¿Quién te hizo esas cortaduras? —preguntó James casi en un reclamo.

—Mis padres tienen un perro gigantesco que me hizo esto.

James no estaba seguro de que Remus dijera la verdad.

—¿De qué está enferma tu madre, Remus? —insistió James.

—Tiene…—dijo Remus inseguro— algo en… los pulmones. Es de cuidado y tengo que ir a verla para que se sienta mejor.

—Ya —dijo James, resignado a no saber la verdad—. Es mejor que durmamos, se nota que tú no lo has hecho y mañana tenemos que despertar temprano para Transformaciones.

—¿Hay deberes? –preguntó Remus acostándose sobre su cama.

—Sí —respondió James e hizo lo mismo—. Pero no creo que McGonagall te vaya a reprender.

Remus se acomodó en las sábanas y se quedó dormido inmediatamente. James lo observó y, como una intuición, supo que su amigo estaba mintiendo y estaba dispuesto a descubrir su secreto. Sirius llegó tarde al dormitorio y los encontró dormidos profundamente.

A la mañana siguiente, en el Gran Comedor, las chicas revisaban correo que había llegado en las lechuzas. James se aproximó a ellas y se sirvió jugo de calabaza. Lily intentó mostrar indiferencia.

—¿Qué tal Remus? —preguntó Dian.

—Está mejor —respondió James—. No le ocurrió nada malo. Estuvo en su casa y fue atacado sólo por un perro.

—¿Un perro? —preguntó la chica, incrédula.

—Sí, difícil de creer, ¿verdad? —dijo James.

—Pero ustedes dijeron que… —dijo Dian.

—Eso dice Remus —dijo James—. No le creo nada.

En cuanto sonó la campanilla fueron rápidamente con McGonagall. Remus ya se encontraba dentro del aula al lado de Sirius. Las chicas se sentaron en asientos continuos y James se les unió. La hora de clase transcurrió normalmente y después se dirigieron a Herbología, donde la profesora Sprout ya los estaba esperando. La clase se daba con los Hufflepuff y todo marchaba bien. Tenían que quitar la hierba mala a unas plantas somníferas.

—Odio las plantas —decía Dian en un susurro a Lily—. Son tan asquerosas… repugnantes… y…

Una rama golpeó a Dian en la boca, tan fuerte que se escuchó como un latigazo. Lily y Remus rieron.

—¿Les parece gracioso? —replicó Dian, enfadada—. Si no tuvieran vida ya las habría pisoteado.

—Y si no contara como calificación —agregó Remus.

—Sí —dijo Dian—, por cierto, supe lo que ocurrió. ¿Cómo te encuentras?

—Bien —respondió Remus, esbozando una sonrisa.

—Espero que tu madre pronto esté mejor —dijo Dian.

—Sí, gracias.

A Lily, contrario a Dian, le iba excelente con las plantas y la profesora Sprout subió cinco puntos a Gryffindor.

—Si yo tuviera esas manos delicadas —dijo Dian a Lily.

—¿Qué clase tenemos enseguida? —preguntó Remus.

—Defensa contra las Artes Oscuras —respondió Dian.

—Vaya, ya era hora —exclamó él, entusiasta.

—Sí, estoy ansiosa —dijo Dian, machacando una raíz.

La campanilla anunció el fin de la clase. Todos dejaron las tijerillas con que estaban cortando ramas y se dirigieron a la clase de Defensa contra las Artes Oscuras. James estaba muy pensativo.

—Vamos Potter —lo animó Sirius—, deja de pensar en eso y comienza a vivir. Mañana será el primer partido de quidditch que veremos en Hogwarts.

—Tienes razón –respondió James, animado—. ¿Crees que podamos entrar al equipo?

—Escuché que sólo los chicos de grados superiores pueden ingresar al equipo. No ha habido ningún jugador tan joven que juegue en Hogwarts durante un… siglo.

Apresuraron el paso y llegaron al aula donde tendrían clase. La hora transcurrió rápidamente y cuando menos lo pensaron ya se encontraban en Pociones, de nuevo.

—Odio esta clase —exclamó Sirius poco antes de entrar a las mazmorras.

La clase fue la misma: Sirius mirando ferozmente a Severus y éste observando a Lily.

—Es un pesado —masculló Dian revolviendo sustancias en un recipiente.

—Podría ser menos hostil con ustedes si fueran amables —dijo Lily, decepcionada.

—Vamos Lily, ¿cómo puede ser tu amigo?

—Solíamos ser vecinos en nuestro barrio muggle. Es un buen chico, ¿sabes?

Lily apagó su mortero. Dian temió haberla ofendido. Peter medía su poción. Estaba agregando unos extraños polvos que el profesor Slughorn había indicado. Les advirtió que tuvieran mucho cuidado, ya que la poción podría derramarse si excedían de cantidad. Pero Peter no lo escuchó.

—¡Cuidado! –gritó un chico en otra mesa.

Ellos dirigieron la vista a Peter, éste se había alejado temeroso, su poción se había regado por toda la mesa y parte del suelo. La túnica de Dian había quedado salpicada un poco con ese líquido, que comenzó a agujerar la tela. El profesor acudió alarmado. Severus Snape sonreía de lejos. El profesor Slughorn, con dos simples movimientos de varita limpió todo. Miró a Peter con desaprobación y descontó cinco puntos a Gryffindor. La clase terminó.

—Bien hecho, Pettigrew —reclamó Dian al salir—. No sólo has arruinado mi túnica, sino que quitaste a Gryffindor valiosos puntos.

—Vamos Dian —intervino James—. Fue un accidente.

—¡No lo defiendas, James! —exclamó ella—. Como vuelvas a hacer otra de estas, Pettigrew… ya verás.

Dian se giró muy enfadada y Lily la alcanzó.

—¡Ese tonto! –exclamaba la chica rizada—. Mi túnica… Es un completo inútil, siempre tirando cosas, siempre echando todo a perder.

El fin de semana, los alumnos de tercer, cuarto, quinto, sexto y séptimo grado, salieron acompañados con algunos profesores. James, Sirius y Dian los observaban desde lo alto del castillo, en la lechucería.

—¿A dónde se dirigen? —preguntó Dian, después de enviar una carta a sus padres.

—He oído que todos los fines de semana salen al pueblo de Hogsmeade —dijo Sirius.

—¡Hogsmeade! Imagina si nosotros pudiéramos ir. Hay una nueva tienda, se llama Zonko —dijo James, entuasiasmado.

—¿La tienda de bromas? —preguntó Dian sonriendo, como iluminada.

—Sí, esa es.

Se quedaron pensativos un rato mientras veían partir a filas enteras de chicos de otros grados. La profesora McGonagall, Hagrid, Flitwick y la profesora Sprout comandaban las filas. El día en que fuesen a Hogsmeade parecía muy lejano.

—¿Están pensando lo mismo que yo? —preguntó Sirius con picardía.

Dian y James sonrieron.