4
Invisibles

James, Sirius y Dian entraron pasada la media noche a la Sala Común. La Dama Gorda se quejó un poco cuando la despertaron de lo que parecía ser un sueño muy profundo. Los viernes los estudiantes tenían permitido desvelarse más de lo habitual.

Lily que estaba sentada al lado de la chimenea escribiendo una carta notó bastante misteriosos al trío que acababa de entrar por el retrato. Remus había pasado toda la tarde con Peter, hablando acerca del partido de quidditch que al día siguiente se daría.

—Vaya, ya era hora de que regresaran —dijo Remus un poco extrañado.

—Estábamos en la lechucería… —dijo Sirius, pero Dian lo miró furtivamente obligándolo a guardar silencio. Remus lo notó y Peter también, aunque éste todavía tenía miedo de acercarse a Dian, por lo del accidente en la clase de Pociones. James, Sirius y Dian se apartaron al otro extremo de la sala común. Vigilaron que nadie los escuchara.

—¡Ellos no tienen que enterarse! —reprendió Dian a Sirius una vez que se aseguró de que estaban lo suficientemente lejos.

—Pero, ¿por qué no? —contestó Sirius casi ofendido.

—Si se enteran nada saldrá bien —señaló Dian—. Será secreto, ¿de acuerdo?

James y Sirius asintieron. Los tres se dispersaron en la sala, para no parecer sospechosos. Su plan maestro era encontrar la forma de ir a Hogsmeade, entrar a Zonko y regresar en un par de horas. Ninguno tenía idea de cómo hacerlo, pero lo que era un hecho es que los tres tenían un talento nato para meterse en problemas.

A la mañana siguiente, se levantaron un poco tarde. Su primer fin de semana en Hogwarts era muy extraño. Estaban acostumbrados ritmos diferentes en casa. El Gran Comedor estaba casi vacío. James y Dian habían sido los primeros en levantarse. Los demás estaban en la Sala Común. Sirius llegó corriendo al Gran Comedor, pasando frente a la profesora McGonagall quien al ver la velocidad lo siguió con una mirada fulminante.

—¡Acabo de investigar la sig…! —Sirius guardó silencio de golpe, cuando Dian le señaló que bajara la voz.

Sirius se sentó al lado de James y Dian; la profesora McGonagall los veía de reojo, mientras conversaba con la profesora Sprout.

—¿Quieres que nos descubran? —preguntó James a Sirius, enfadado.

—Tranquilo, Potter. He hablado con un chico de quinto año —musitó Sirius—, me ha dicho que el próximo mes, a principios, irán a Hogsmeade.

—Perfecto, tenemos un mes para planearlo todo con calma —exclamó James.

—Debemos encontrar la forma de ir sin que nos descubran —dijo Dian, pensativa.

—Para eso también tengo la solución —dijo Sirius orgullosamente, encorvando ligeramente las cejas.

—¿Qué? —exclamó James.

La profesora McGonagall los miró nuevamente, no estaba segura de lo que hablaban.

—Bajen la voz —les indicó Dian.

—Bien —continuó Sirius, acomodándose el cabello—, este chico me dijo que en todas las excursiones a Hogsmeade pasan una revisión, uno por uno, en la lista. Pero hay alumnos que han ido tantas veces que ya no salen con regularidad, aun así los siguen contando en la lista de McGonagall. Así que si nosotros nos hacemos pasar por tres de ellos, podremos ir sin ningún problema.

—Sirius, en caso de que no lo hayas notado: no nos parecemos nada a chicos de quinto o sexto, ni siquiera de tercero… mucho menos ustedes, par de enclenques —señaló Dian—. ¿Piensas que nos transformaremos en ellos o qué?

—Así es —dijo Sirius, sonriente.

Dian lo miró incrédula, James sólo suspiró sin remedio.

—¿Quieren escucharme? —dijo Sirius un poco ofendido—. Lo que quiero decir es que ya pensé en eso. Sé cómo hacernos pasar por otros chicos, de una forma muy sencilla.

—¿Cuál? —preguntaron Dian y James al unísono.

—La poción multijugos.

James y Dian se miraron extrañados y luego a Sirius. La profesora McGonagall los observaba discretamente desde lejos.

—¿Qué es eso? —preguntó Dian, finalmente.

—Vaya, ¿no lo saben? —exclamó Sirius, sorprendido.

—Si nos lo explicas…

—Bueno —continuó Sirius—, la poción multijugos tiene la cualidad de convertirte en la apariencia que tú desees, tomándola con un ingrediente que pertenezca a la forma que quieres adoptar.

—¿Qué? —exclamó James.

—Dilo más claro.

—Miren —dijo Sirius—, si queremos hacernos pasar por los chicos de quinto año, sexto o séptimo grado, necesitamos conseguir de ellos: una uña, un cabello o cualquier cosa que les pertenezca, para poder tomar la misma forma.

Dian y James guardaron silencio un momento.

—¿Una uña? Qué asco —dijo Dian, arrugando la nariz.

—¿Y cómo vamos a conseguir eso?

—Podemos investigar en libros cómo hacerlo y en clase de Pociones tomar los ingredientes. Slughorn ni lo notará, se la pasa alabando a Snape.

—Buena idea —dijo James, sonriente—, tú y yo nos encargaremos de conseguir los ingredientes.

—No consigan la uña de nadie, por favor —pidió Dian.

En la Sala Común, Lily se preparaba para bajar a desayunar. Peter se le unió, los dos atravesaron el retrato de la Dama Gorda y se dirigieron al comedor. Remus ya estaba en el campo de quidditch, en unas horas se haría el primer partido del año escolar. Lily intentó buscar a Severus con la mirada, pero no logró verlo, quería saber qué tal había sido su primera semana en Hogwarts, pero fue imposible, sólo vio salir del Gran Comedor a Dian, James y Sirius, quienes se dirigían hacia el campo de quidditch. Lily y Peter se apresuraron para desayunar y después alcanzarlos.

Minutos después, todo el colegio bajaba apresurado al campo de quidditch, tanto profesores como alumnos. Los chicos tenían asientos de primera fila. Dian estaba mirando alrededor y se tropezó con la profesora McGonagall quien le lanzó una mirada muy seria. Sirius se dio cuenta y como si fuera una punzada, sintió que ella sospechaba algo.

—Lo sabe, Dian, lo sabe —susurró Sirius desesperadamente a la chica que estaba sentada a su lado—. Ella lo sabe.

—¿Quieres callarte? —le indicó Dian un poco severa, pues a su lado estaba Remus, aunque éste no prestaba mucha atención.

Cuando por fin todo estuvo listo, el campo lleno los jugadores en sus puestos, la profesora Hooch, una dama joven que llevaba la escoba, y el equipo de quidditch, atravesaron el campo. Era el primer partido de quidditch que Lily veía en toda su vida. Los gritos se escucharon cuando los equipos de Gryffindor y Ravenclaw salieron al campo. Un chico de quinto año, comenzó a hablar por medio de lo que parecía ser un micrófono, pero en realidad, sólo era un hechizo que lograba ampliar su voz igual que una bocina muggle. Madame Hooch tomó el silbato y dio la señal para arrancar el partido. Las ovaciones retumbaron por todo el campo y los jugadores comenzaron a debatirse los puntos.

—"Comenzando con una gran jugada —decía el chico locutor de quinto año—, Dora Piper, cazadora de Ravenclaw, ha empezado el partido. Gryffindor ataca, Ravenclaw trata de burlar la búsqueda de una anotación. Ahora los golpeadores entran; ese bate tiene fuerza. ¡Caray, casi golpea a un Ravenclaw! ¡Miren eso, qué burla! ¡Qué magnífico ataque! ¡Vaya, Donovan Juk, cazador de Gryffindor, se acerca al aro! ¡Ya lo tiene, ya casi! ¡Y ANOTA!"

Las ovaciones de Gryffindor retumbaron y el marcador subió veinte puntos. Los chicos muy emocionados gritaron, menos Dian. Ella observaba fijamente al cazador de Gryffindor. Parecía ser un chico de cuarto año.

—"El partido se pone mucho mejor —seguía el chico locutor—, Ravenclaw ataca, Gryffindor se defiende. Donovan Juk, es el nuevo cazador de Gryffindor y lo hace excelentemente. No hay nada más veloz que la escoba de Juk. ¡Ravenclaw lleva la quaffle! ¡Oh, una bludger acaba de golpear la escoba de Donovan! ¡Vamos, ahí la tienes Alice! ¡Esta cazadora de Ravenclaw tiene dos años en el equipo! ¡Se nota su experiencia! ¡Oh, Randolph de Ravenclaw ha lanzado una bludger contra Donovan! ¡CUIDADO!"

Todos gritaron muy asustados, la bludger acababa de golpear al chico Gryffindor derrumbándolo de su escoba. La caída fue estrepitosa y Madame Hooch recuperó el control de la escoba con su varita y detuvo el partido. Los Ravenclaw bajaron de las escobas para ver cómo estaba el Gryffindor. La profesora McGonagall sólo se levantó de su asiento y el profesor Flitwick estaba muy avergonzado. Ambos eran jefes de casa de los equipos que estaban jugando.

—"Esperemos que Donovan se encuentre bien" —dijo el chico locutor, con pesar.

Madame Hooch había llegado hasta el sitio del muchacho que tenía el brazo derecho roto. Mágicamente, la profesora hizo aparecer vendas en él. Los Gryffindor abucheaban a Ravenclaw.

—Pobre —se lamentó Remus.

—¡Esos Ranveclaws no saben cómo se juega limpio! —exclamó Sirius.

—Mira eso, Dian —señaló Lily—, tiene el brazo completamente roto —sin embargo Dian se limitó a mirar y callar.

Madame Hooch hizo que llevaran al muchacho a descansar e indicó que si había una falta más de esa manera Ravenclaw sería eliminado. Ellos aceptaron y continuaron el juego en paz.

Durante más de una hora los nervios estaban tensos. Sin Donovan y sin suplente, Gryffindor iba perdiendo. Había unos 60 puntos de diferencia.

—"Bradley Smith —decía el locutor—, buscador de Ravenclaw, está bajando… ¡HA VISTO LA SNITCH!... ¡Pero miren, David, el buscador de Gryffindor va a su lado! ¡LOS DOS ESTÁN A PUNTO DE TOMARLA! —todo mundo comenzó a gritar y Ravenclaw apoyaba a su buscador—. ¡UNA BLUDGER! ¡CUIDADO BRADLEY! ¡LA HA LANZADO UN GRYFFINDOR! Y… ¡DAVID LA HA TOMADO! ¡GRYFFINDOR CAMPEÓN! ¡HA GANADO EL PARTIDO!"

Madame Hooch pitó por última vez y declaró el juego terminado. Gryffindor aplaudía, cantaba y gritaba, la profesora McGonagall aplaudía de pie.

—"¡GRYFFINDOR HA GANADO SU PRIMER PARTIDO!"

Esa noche habría una celebración en la sala común de Gryffindor. Todos festejaban con cervezas de mantequilla y dulces patrocinados por el prefecto de la casa. Adornaron con banderines hasta las habitaciones de chicos y chicas. Hacían tanto ruido que el retrato de la Dama Gorda se había puesto unos tapones en los oídos.

Lily y Dian se unieron a la celebración. Aunque la chica rizada se separó de su amiga por un momento.

—Tengo que bajar al comedor, no tardo —dijo apresurada.

Dian salió del retrato de la Dama Gorda y bajó rápidamente al vestíbulo. Apresuró su paso y llegó hasta la enfermería. Dentro de su túnica llevaba un trozo muy grande de barra de chocolate. La enfermera la dejó pasar con todas las advertencias del mundo, pero a ella no pareció importarle. Entró silenciosa y encontró al chico cazador de Gryffindor en una cama próxima, sentado, con cara de aburrimiento. Tenía el brazo derecho enyesado o al menos eso parecía. A su lado, en la mesita de noche, estaban medicamentos y fórmulas y algunas vendas.

—Hola —saludó Dian tímidamente.

—Hola —contestó el chico sorprendido.

—Eh… para ti —le dijo Dian y extendió la barra de chocolate.

—¿Para mí? —preguntó el chico aceptando el presente.

—Sí, lo manda toda la Sala Común —contestó Dian sonriendo.

—Vaya, muchas gracias… —dijo el chico y alzó ligeramente las cejas—. Dian.

Ella se sorprendió, ¿cómo sabía su nombre?

—Deben estar haciendo una gran celebración —siguió el chico con tristeza.

—Bueno, sí, están poniendo todo de cabeza. Sólo espero que McGonagall no se enfade.

—Es una lástima que no haya podido continuar.

— ¿Te encuentras mejor? —preguntó Dian sentándose al borde de la cama.

—Sí, mucho mejor —dijo él—. Tengo el brazo roto y dos huesos deshechos, debo tomar esta pócima durante un mes y permanecer con el vendaje.

—Debe dolerte mucho —dijo Dian en tono de lamento.

—Estoy bien —dijo él con una sonrisa perfecta.

—Debo irme —dijo Dian levantándose de la cama de pronto—, la señora Pomfrey no me ha dejado quedarme mucho tiempo.

—Está bien—sonrió él—. ¿Te estaré viendo en la Sala Común?

—Sí, claro —respondió Dian, sonriente.

Donovan también sonrió. Dian salió de la enfermería y echó a correr escaleras arriba, con frenética emoción, sin saber que detrás de un muro era observada por alguien, quien en ese momento tenía el corazón roto.

Todo el mes fue de festejo, Gryffindor permanecía invicto luego de haber jugado contra Hufflepuff. Pronto tendrían el siguiente partido, quizá el más difícil, pero no imposible. Se trataba de Slytherin, a finales de octubre, antes de la noche de Halloween. Todos estaban emocionados querían ver jugar a las dos casas, sabían que tanto una como otra eran muy buenas. Tenían jugadores excelentes y jugadas impresionantes. Donovan mejoraba del brazo y se había encontrado en algunas ocasiones con Dian.

Sirius hizo apuestas en el colegio, siempre apoyando fervientemente a Gryffindor. James tenía algunas discusiones con él, ya que lo obligaba a invertir su dinero.

Esa mañana trabajaban en clase de Pociones, preparaban pócimas desvanecedoras de quemaduras y el procedimiento era muy delicado. Dian se alejó de Peter todo lo que pudo. Lily pensaba en lo genial que sería que Gryffindor ganara la copa, pero seguramente eso decepcionaría muchísimo a Severus, aunque no estaba segura si él sentía siquiera un poco de emoción por el quidditch, nunca le había mencionado nada y ahora que ella estaba con los Gryffindor se hacía más difícil acercarse a él.

—¿Entonces, qué piensas, James? —volvió a insistir Sirius.

—¿Quieren guardar silencio? —reclamó Remus—. No puedo concentrarme.

—¿No quisieras cooperar, Remus? —preguntó Sirius, sonriente—. Sólo pido un galeón como apuesta.

—Estás chiflado —dijo Remus disgustado.

—Vale, yo te ayudo —intervino Dian, acercándose a su mesa—. ¿Con quién es la apuesta?

—Con dos Slytherin de quinto año —dijo Sirius entusiasmado.

—Bien, terminando la clase te daré el galeón —dijo Dian resuelta—. Pero lamentarás mucho si no gana Gryffindor.

—¡Por favor, Dian! ¡Claro que ganará! ¡Verás que el próximo fin de semana tendremos esos galeones!

Los dos cerraron el trato, mientras los demás los miraban desaprobando que hicieran apuestas con Slytherin. Pero Dian aceptó porque necesitaban el dinero para Hogsmeade. Además, hubiese apostado lo que fuera por Donovan.

—James —lo llamó Dian cuando nadie escuchaba—, ¿cómo haremos la poción multijugos?

—Sirius dice tenerlo todo solucionado —respondió James, despreocupado.

—Sé que es tu amigo, pero en Sirius no confío para ese tipo de cosas.

—Pero no hay otra manera de hacerlo.

El profesor Slughorn se dio cuenta (gracias a Severus Snape) de que James y Dian estaban hablando. Se levantó de su asiento y les llamó la atención. Ellos guardaron silencio mientras los demás Slytherin se burlaban.

—Tenemos que hallar la manera —siguió James, en voz baja.

—No tengo idea, Potter. La poción debe estar en un libro de la biblioteca, pero los materiales los tendremos que conseguir de otra forma.

—Es obvio que Slughorn debe tenerlos ahí —señaló James un armario al fondo de la mazmorra.

—¿Y cómo piensas que nos lo dará? —preguntó Dian irónicamente.

—Los robaremos.

—Imposible —masculló Dian.

—¡Tenemos que hacerlo!

El profesor se dio cuenta de que volvían a hablar y les llamó la atención de nuevo.

—Señorita Roosevelt y señor Potter —indicó con voz alta—, cambien sus asientos, aquí —señaló una mesa que tenía justo enfrente, donde estaba Severus aislado de los demás.

James muy molesto tomó su material rebuscadamente y fue con paso firme hacia la mesa donde estaba Severus. El profesor miró a Dian, que no pensaba cambiarse de asiento, al contrario se había quedado firmemente en su lugar.

—No sé si entendió, Roosevelt —dijo el profesor—, pero le mandé sentarse aquí, ahora mismo.

Toda la clase los observaba. Dian al fin se movió, tomó sus cosas y las llevó hasta la mesa. El profesor miró satisfactoriamente.

—Mira que sentarnos en esta mesa justamente —dijo James, con desprecio.

—Puedes marcharte si quieres, Potter —sugirió Snape, sin mirarlos.

—Creo que estaríamos mejor sin ti, Snape —contestó el chico.

—Bueno, estoy seguro que harán una maravillosa poción y serán dignos de esta clase –murmuró Severus, hoscamente.

Él ya había terminado su poción, como siempre, correctamente. James miró frustrado su material, Dian intentaba ayudarle.

—He terminado —exclamó Severus orgullosamente.

—¿Estás seguro? —preguntó Dian.

—Por supuesto —contestó él, mirándola con desdén.

—No lo creo —dijo Dian, sonriendo—, a tu poción le hace falta algo…

Con un movimiento rápido de mano, Dian tomó un frasco pequeño, que el profesor había indicado no abusar de su contenido. Dian fue más rápida que los ojos de Severus y, cuando él menos se lo esperaba, vació todo el frasco en su brebaje. Se escuchó un trueno, un escandaloso estallido y todos giraron sobresaltados hacia la mesa. James y Dian alejaron rápidamente, ahogando las risas. Severus estaba rojo de rabia hasta las orejas, manchado por su propia poción del diez perfecto, el profesor Slughorn acudió rápidamente a calmar la explosión.

—¿Quién fue? —preguntó exaltado mirando a los tres.

—¡ELLOS PROFESOR! —acusó Severus a James y Dian.

—Profesor —dijo Dian con un falso tono de inocencia—, me da mucha pena decirlo, pero Severus nos estaba molestando.

—¡ESO NO ES VERDAD! —gritó Severus, perdiendo los estribos.

—¡Silencio! —dijo determinante el profesor—. ¡Nunca lo habría pensado de usted, Severus! ¡Pero por esta broma de mal gusto y su magnífica explosión, Slytherin tiene 30 puntos menos! ¡Y Gryffindor también!

—¿Qué? —gritaron todos y Severus se puso más rojo de lo que ya estaba.

—¡Y pone en peligro su posible puesto en el Club de las Eminencias!

La clase terminó y salieron de las mazmorras. Los Slytherin miraban recelosos a Snape como si él realmente tuviera la culpa. Lily estaba muy molesta, incluso con Dian, y decidió apartarse de todos.

—¿Quién lo hizo? —preguntó Sirius divertido, una vez que ya se habían alejado de las mazmorras.

—Yo —respondió Dian, un poco arrepentida cuando vio a Lily marcharse sin ella.

Terminando las clases, James, Dian y Sirius fueron al comedor. El correo llegó, pero sólo entró una lechuza negra. James la reconoció como suya, el comedor estaba casi vacío. La lechuza dejó caer un paquete y James le dio una tostada como recompensa. Dian supuso que era algo valioso, pues venía envuelto con muchos nudos. James los desató rápidamente y vio algo metálico dentro de la caja.

—¡No puede ser! —exclamó el chico completamente absorto.

—¡Pero si es una…! —Sirius estaba boquiabierto.

Dian, rápidamente, le tapó la boca con la mano, para que guardara silencio. Giró la cabeza hacia todas direcciones para prevenir que nadie más los observara y cuando estaba segura de que nadie los escuchaba, susurró:

—No necesitamos más multijugos.