5
La Casa de los Gritos

—¡Lee la nota, vamos! —apresuraba Sirius a James.

El paquete en sí era bastante extraño: mucho papel envolviéndolo y una nota pequeña al costado.

—"Querido hijo —leía James—: enviándote mis saludos, adjunto el siguiente paquete. El cual, contiene un objeto muy preciado por todos los Potter; este artículo ha pasado de generación en generación. Más recientemente, mi abuelo se lo heredó a mi padre, él a mí y ahora es tiempo de que lo tengas tú. Sólo te pido que seas muy cuidadoso a la hora de utilizarlo y que lo hagas para buenos fines, claro está. Por favor, cuídate y espero que las clases vayan magníficas. Con cariño: Tu padre" —finalizó James.

—¡Vaya, James! —exclamó Sirius—. ¡Es completamente tuya!

James sonrió y sacó del paquete el objeto metálico que daba la impresión de ser como agua en las manos. Era una capa de invisibilidad, que muchos magos añoraban tener y ahora él poseía.

—James, esto es magnífico —dijo Dian, también entusiasmada—, tu padre no pudo haber hecho mejor regalo.

—Ahora podemos ir a Hogsmeade sin ningún problema —dijo James satisfactoriamente.

—Sin necesitar de esa poción tan complicada y asquerosa—sonrió Dian.

—Pero recuerda que no debemos decirle nada a nadie —dijo Sirius.

—Si Lily, Remus o ese Peter se enteran —decía Dian preocupada— y descubren que vamos a Hogsmeade, tendremos muchos problemas. No menciones que tienes esa capa.

Después de la celebración que hubo por ser Gryffindor el equipo ganador en el partido de quidditch, los alumnos estaban nuevamente nerviosos por el enfrentamiento de la casa enemiga: Slytherin. Los chicos del equipo se reunieron en la Sala Común antes del entrenamiento. Donovan Juk estaba presente, aún usaba el vendaje en su brazo, pero con el entrenamiento esperaba que mejorara. Se encontraba al centro de un grupo de amigos que reían con él. Donovan era muy popular, caía bien a todo mundo y en ese momento llamaba la atención igual que si una snitch dorada hubiese aparecido en la habitación.

—¿Qué se cree ese tipo? —masculló Remus, muy cerca de Lily.

—¿Hmmm?, ¿qué pasa, Remus? —preguntó la chica pelirroja.

—Ah, nada —respondió el muchacho de cabello castaño, intentando aparentar indiferencia.

—No me digas que estás celoso, ¿o sí? —dijo Lily, suspicaz y sonriente.

—¡Claro que no! –replicó Remus más rojo que la bandera de Gryffindor.

—¿Qué piensas comprar en Hogsmeade? —preguntó Dian a Sirius, mientras caminaban hacia la Sala Común.

—No lo sé, ¿bombas fétidas?

De pronto escucharon un zumbido detrás de ellos que se aproximaba rápidamente, giraron y violentamente pasó algo volando, como si fuera una bludger encantada.

—¡Qué demonios es eso! —gritó Sirius.

Los tres se cubrieron las cabezas y se agacharon para protegerse de aquella cosa que pasaba sobre ellos. De pronto, una explosión de globos con agua cayó encima de ellos.

—¿Quién fue? —gritó Dian, enfadada.

Se levantaron y vieron a un duendecillo volando sobre sus cabezas, con una fea carcajada socarrona. Sirius se irritó y quiso lanzarle un hechizo, pero el poltergeist aventó un globo que se rompió en sus pies, mojándolo casi completamente.

—¿Qué es eso? —preguntó Dian, desconcertada.

—Es un poltergeist —respondió James. El duendecillo se alejó cantando y echando burlas, pero ellos pudieron escuchar su canción.

—¡Alumnos planeando escape! —cantó el poltergeist cuando estaba ya muy lejos.

—¿Escucharon eso? —preguntó Sirius, nervioso.

—Ese engendro sabe lo que haremos… —dijo Sirius, entre dientes.

—¿Cómo lo supo? —dijo James temeroso.

—No debemos preocuparnos —los animó Dian.

—¿Disculpa? —inquirió Sirius—. En un momento como éste dices que no debemos preocuparnos.

—Ese poltergeist no es tan listo —respondió Dian, despreocupada—. En realidad es muy estúpido… Mi túnica…

En la Sala Común sólo se encontraron con Peter en el sofá, cerca de la chimenea. James lo saludó y Peter quiso mostrarle unas laminillas nuevas que había conseguido en un juego de cartas. James lo acompañó hasta la habitación, llevando su paquete con la capa invisible oculta todavía en su paquete donde había sido envuelta.

—¿Qué es eso? —preguntó Peter, curioso.

—No es nada —dijo James, despreocupadamente—. Es sólo una caja de correo, la necesito para enviar un paquete.

Por su parte, Dian entregó un galeón a Sirius para hacer la apuesta con los Slytherin. Tenían toda la esperanza de que Gryffindor fuera el ganador.

Dian se acercó a Lily y Remus que leían apartados.

—¿Has visto a Donovan, Lily? —preguntó la muchacha rizada.

—Hace una hora estuvo por aquí —respondió la pelirroja sin despegar los ojos de su libro.

Remus se levantó de su asiento y subió a la recámara de los chicos. Lily lo miró de reojo.

Dian se marchó por el retrato de la Dama Gorda. Lily sabía que a Dian le gustaba Donovan. Sólo que ella le había pedido ser muy discreta, pues si los chicos se llegaran a enterar, su indiscreción podría ser muy peligrosa. Lily guardaba el secreto, además de que Sirius y James aún no le simpatizaban del todo, ni siquiera los consideraba sus amigos.

Pasadas las semanas, los nervios de Gryffindor aumentaron con el partido a la vuelta de la esquina: sólo faltaba un día. Sirius ya había dejado clara la apuesta con los chicos Slytherin. Lily hizo nuevas amistades, pero se había vuelto especialmente amiga, la mejor, de Dian. Aunque aún sentía recelo hacia Potter y Black cuando hacían burlas o chistes malos sobre Severus. De hecho, la pelirroja extrañaba al muchacho Slytherin.

Antes de que se jugara al quidditch, habría visita a Hogsmeade; así Dian, James y Remus estaban bien preparados. Tenían lista la capa, además del dinero. Sirius pidió a los Slytherin que le dieran los galeones, él prometió no gastarlos y devolverlos en todo caso de que Gryffindor perdiera. Pero eso no iba a suceder, ya que ese dinero era el único capital con el que contaban para comprar sus artículos.

Por la tarde, cuando los alumnos de tercer año en adelante se formaban en la herrería del castillo para salir, Dian, James y Sirius estuvieron listos. Sin parecer sospechosos, los tres se dispersaron en diferentes lugares y a distintas horas. Antes del atardecer, Sirius dijo que tenía que ir a cobrar el dinero a los Slytherin, le mintió a Remus. Una media hora después, Dian salió disculpándose con Lily de que tenía que ir a estudiar a la biblioteca, porque debía algunos trabajos. Y al cuarto de hora, James dijo que enviaría unas cuantas cartas, advirtiendo a Peter que no lo esperara. Exactamente cuando todos los alumnos estaban reunidos para salir hacia el pueblo de Hogsmeade, los tres llegaron al punto de encuentro, el cual era una estatua de bruja jorobada y de aspecto aterrador.

—Bien, es hora de intentarlo —dijo James. Dian y Sirius asintieron.

James extendió la capa y cubrió a los tres. Podían ver a través de ella y James se acomodó al frente para poder guiarlos. Bajaron las escaleras de mármol cuidadosamente, tratando de no chocar uno con otro. Tardaron en llegar hasta la puerta del vestíbulo, ahora había un nuevo reto: pasar sin ser sentidos. Esperaron a que los últimos alumnos estuvieran en la fila, Filch el conserje era quien decidía quiénes pasaban y quiénes no, tenían que mostrarle sus permisos. Cuando sólo faltaban dos alumnos en la fila, los tres Gryffindor se acomodaron detrás de ellos. El conserje dejó pasar a los chicos y ellos se apresuraron para colarse por la puerta. Filch casi lo arruinaba: estuvo a punto de cerrar antes de que salieran completamente. Ya sentían la brisa del aire fresco del exterior correr por sus pies a través de la capa. Estuvieron a punto de reír. Guardaron silencio y vieron que los profesores conducían a los alumnos por un sendero en el bosque. No podían ver completamente el panorama, sólo cuidaban de no tropezar y de seguir a los otros. Fueron pocos minutos que se hicieron eternos, pero cuando menos lo esperaban, vieron que el chico que iba delante de ellos se detuvo, McGonagall había dado la orden. Ellos se pararon en seco y Sirius pisó a James sin querer, éste estuvo a punto de decir algo pero se aguantó el dolor. No escucharon lo que decía McGonagall, pero de pronto todos se desperdigaron muy contentos. Ellos aguardaron hasta que, a través de la suave tela, vieron que no había nadie. Fue el momento en que se quitaron la capa.

Quedaron maravillados: aquel pueblo era grandioso, muchas tiendas y personas yendo de un lado a otro. Era mejor que el Callejón Diagon, más amplio, más largo. Las grandes extensiones del terreno lo hacían más atractivo. Las personas iban de un lado a otro sin causar tanto escándalo. Echaron a correr por la colina felices. Su primera parada: Zonko.

—Oye, Peter—llamó Lily, aproximándose al muchacho rechoncho que leía una revista.

—¿Hmm? —contestó él, sin despegar los ojos de la revista.

—¿Has visto a Remus? —preguntó ella.

—No, no lo he visto.

—Pensé que podría ayudarme con mi tarea de Defensa contra las Artes Oscuras, ahora que Dian no está él es el único que puede. Tendré que esperarlo.

En Hogsmeade los chicos entraron en la tienda de sus sueños, Zonko. Todo lo que había ahí parecía tener vida propia.

—¡Vean esto! —exclamó Sirius señalando unos diablillos que eran dulces picantes y explosivos.

—¿Compramos algunas? —preguntó James tomando unas varitas que se desvanecían cuando las agitaban y reaparecían cuando las ponían en reposo.

—¡Mejor esto! —dijo Dian, tomando un puñado de bombas fétidas.

Los tres comenzaron a llenar una canastita con todas las cosas que comprarían. Tomaron el dinero y dejaron apartados algunos sickles para poder comprar caramelos en una dulcería que vieron a lo lejos. En su camino no se encontraron con ningún profesor por suerte, pero caminaron con prisa y atentos. Salieron de Zonko con toda clase de artículos dentro de una bolsa donde llevaban también la capa invisible.

—James, ¿quisieras probar las grageas de cera? —preguntó Dian.

—Que las prueba primero Sirius —sonrió el muchacho de gafas, divertido.

Sirius entró corriendo en la tienda de dulces y ellos lo siguieron. Vieron todos los estantes como al mismo oro, brillando con todas sus golosinas de variados sabores. Exclamaron gustosos mientras compraban a su antojo. Llenaron otra canasta de caramelos que lucían deliciosos y otros muy extraños. Sirius pagó y se dieron cuenta de que ya no les quedaba más dinero, tenían que regresar al colegio.

Debían subir la colina para irse. No querían llegar a la hora en que todos los demás estuvieran en el castillo. Tendría que ser antes para no despertar sospechas. De pronto, vieron a la profesora McGonagall acercarse con Hagrid hacia donde ellos estaban.

Como bólido, James sacó la capa y se cubrieron. El miedo provocó que se quedaran estáticos; la profesora y Hagrid caminaban muy rápido. Sentían sus corazones en la garganta. McGonagall casi chocaba con ellos, a no ser por una moneda que resbaló de su mano y James pudo empujar a Dian y Sirius hacia un lado. La profesora y Hagrid se quedaron hablando muy cerca de ellos.

Los tres echaron a correr más arriba de la colina, no querían sufrir el riesgo de chocar con McGonagall. Sus pasos fueron rápidos pero silenciosos. Cuando sintieron que estaba lo bastante alejados, se quitaron la capa.

—¡Qué cerca estuvo! —exclamó James con un hilillo de voz infantil.

—Miren —señaló Dian.

Giraron la vista y vieron una enorme casa, casi deshecha y muy deteriorada. Las ventanas colgaban de ella, daba la impresión de ser un papel volando al aire. La casa no estaba habitada aparentemente. Un letrero afuera decía "PROHIBIDO EL PASO". El trío se quedó mirando unos segundos.

—¿Aterradora, no? —dijo James de pronto.

—Sí…

—¿Por qué impiden el paso? —preguntó intrigado Sirius.

—Quizá porque se está cayendo —dijo Dian.

Comenzaba a oscurecer, se sentaron en la fría hierba a esperar que McGonagall se hubiese ido, pero no tenían idea de cuánto tiempo podía tardar. Mientras tanto, estaban perdiendo tiempo muy valioso para regresar a Hogwarts. Un hombre, dueño de uno de los bares cercanos, apareció llevando basura y depositándola en unos botes que estaban cerca de ellos. Eran cartas de menú mágicas y rotas y platos que seguían ardiendo.

—No deberían estar aquí, niños —les dijo el hombre con voz aguardientosa—. Yo que ustedes, me alejaría de ahí. Esa casa está maldita.

—¿Maldita? —inquirió Sirius.

—Se escuchan gritos por las noches, cuando hacen enfadar a los espíritus. Tengan cuidado. No por nada la llaman "la Casa de los Gritos".

El hombre regresó al interior del bar dejándolos helados. Tenían frío, hambre y ahora, por si fuera poco, miedo.

—¿Le creyeron? —preguntó James temeroso.

—¿Tú qué crees? —respondió Sirius.

—Vámonos —dijo Dian, intentó sonar resuelta, pero la verdad era que estaba muerta de miedo.

—Pero si no se ha ido la profesora…

Escucharon a lo lejos los rechinidos de las ventanas, chocando unas con otras. Sirius giró la vista hacia a todos lados y James no dejaba de tronarse los dedos dentro de la túnica. Dian jugaba con un rizo de su cabello, como hacía cada vez que estaba nerviosa. Minutos después, la noche los sorprendió y ya no veían alumnos de Hogwarts por ahí. Seguramente la profesora tampoco debía estar. Un estrepitoso ruido los sobresaltó.

—¿Escucharon eso? —dijo Sirius, de pronto.

—No… —mintió Dian, estaba convencida de que si no hacía caso no sería real.

Segundos después, el golpe de una puerta, madera que crujía, pisadas estridentes, golpes a los vidrios y gritos, retumbaron en la casa y llegaron hasta sus oídos.

—¡Está bien! ¡Ya, lo he escuchado! —exclamó Dian y rápidamente se levantó de la hierba, seguida de James y Sirius.

—Debemos irnos —dijo James asustado.

Unos lamentos, parecidos a los de un niño y tremendos gritos los hicieron temblar. James cubrió a los tres con la capa, pero Sirius no se movía.

—¡Vamos, muévete, Sirius! —gritaba James.

—¡Sirius, vámonos! —exclamaba Dian, empujándolo debajo de la capa.

Sirius estaba perplejo. Los gritos eran peores, aumentaban y se volvían graves. Unos gruñidos seguían a los lamentos, como si un perro estuviera matando a alguien.

—¡SIRIUS! —gritó James.

James tomó a Sirius del brazo y lo jaló hasta que sus pies comenzaron a correr junto con los de él y Dian. Desesperados y con las piernas temblándoles, subieron la colina. No les importaba nada más que correr. El regreso al castillo fue eterno, pero por suerte llegaron más rápido de lo que esperaban.

Vieron al castillo alzarse sobre ellos. Y frenéticamente entraron en los terrenos del colegio, muchos estudiantes ya estaban ahí, algunos en el vestíbulo, otros se dirigían a tomar la cena. Los tres se detuvieron en seco, no podían gritar, estaban muchos estudiantes ahí, no podían entrar con todos ellos, así que no les quedó otra opción que ir en dirección a la cabaña de Hagrid, para tomar aliento. En cuanto llegaron a uno de los arbustos, James les quitó la capa y se miraron afligidos, se dejaron caer en la hierba.

—Sí estaba maldita… —dijo James con la voz cortada.

—C-casi m-morimos —dijo Sirius sin aliento.

—Guardaré la capa —dijo James y junto con toda la bolsa de dulces y bromas tomó la capa y la metió en su túnica.

—Qué bien… nadie nos vio —exclamó Sirius muy cansado, pero triunfal.

—¿Nadie?

Se miraron lívidos, detrás, Hagrid sostenía un quinqué y los miraba furioso.