6
El secreto de Remus
—Pequeños escurridizos, ¿dónde se han metido? —bufó Hagrid a los tres
—¡Hagrid, no era nuestra intención! —exclamó Sirius.
—Podemos explicarlo… —comenzó a decir James.
—¡Silencio! —exclamó Hagrid—. Así que escapándose del colegio, ¿verdad? —les reprendió malhumorado.
—Tenemos buenas razones, Hagrid. Por favor escúchanos —rogó Dian.
Hubo un silencio abrumador, Hagrid los veía tajantemente y ellos temblaban de pies a cabeza, esperando lo peor. Habían sido descubiertos, estaban muy cerca de la expulsión.
—Los llevaré con el director —dijo Hagrid con determinación y tomó a Sirius de un brazo.
—¡No! —rogó Dian.
—¡Por favor, Hagrid! —rogó James, en tono de súplica, el brazo le dolía por el fuerte tirón.
—¿Qué se supone que debo hacer, ¿ser su cómplice? —dijo Hagrid exasperado—. Ustedes han faltado a una regla del colegio, de las más importantes.
—Hagrid, ayúdanos. No queremos ser expulsados —pidió James.
Hagrid lo observó detenidamente a los ojos. Después vio a los otros dos: Dian también tenía la misma cara de susto y angustia, mientras que Sirius temblaba bajo su enorme brazo.
—Está bien, pasen a mi cabaña —resolvió Hagrid, soltó a Sirius y los tres, aliviados entraron.
La cabaña era enorme, casi todo lo que había en su interior tenía lo doble del tamaño normal. Se sentaron en un sofá que estaba cerca de la ventana. Sirius sonrió cuando un perro cachorro se le acercó a las piernas y acostó su cabeza sobre su regazo, era un perro negro con arrugas en todo el cuerpo.
—Se llama Fang —dijo Hagrid que acababa de servirse una taza de té—. Tiene un par de semanas de nacido.
—Es enorme para ser un cachorro…—dijo Sirius mientras le rascaba las orejas—. Me gustan los perros.
—Bueno, bueno—dijo Hagrid y dejó su taza en la mesa—, díganme ¿qué han estado haciendo con esa capa invisible?
—¿Cómo sabes de la capa? —exclamó James.
—Porque hace unos segundos los vi aparecer de ella —dijo Hagrid molesto—. ¿Dónde han estado?
—Bueno, no estábamos haciendo nada malo… —iba a comenzar Sirius.
—Estuvimos en Hogsmeade —interrumpió James
—¿Hogsmeade? —exclamó Hagrid—. Pero ustedes lo tienen absolutamente prohibido, son alumnos de…
—Primer año –dijo Dian, malhumorada.
—Eso es —dijo Hagrid, con voz severa—. Se han metido en un verdadero problema. Si alguien más los vio, tendrán un castigo. Ustedes saben de sobra que pueden ser expulsados.
—Sí, lo sabemos —dijo Sirius—. Pero las reglas son injustas, los de primero también deberíamos ir.
—Reglas de la dirección —dijo Hagrid—. Ahora escúchenme —se inclinó hacia ellos para captar su atención—: desde la primera semana la profesora McGonagall me ha pedido que los vigile muy de cerca. Sé todo a cerca de ustedes, Dian Roosevelt, James Potter y Sirius Black. Tengo la misión de vigilarlos cuando están en los terrenos del colegio. Sé que son buenos chicos y no dañarían a nadie. Pero sí les aseguro que en cuanto sean descubiertos por algún profesor tendrán serios problemas.
—¿Tú nos delatarás, Hagrid? —preguntó Sirius, temeroso.
—No —dijo Hagrid resuelto. Ellos sonrieron y por un momento estuvieron a punto de celebrarlo—. Que sea esta la última vez que los encubro. No me quiero sentir culpable. Podría pasarles algo.
—Como esta noche –dejó escapar Sirius.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Hagrid, preocupado
—Estuvimos fuera de la Casa de los Gritos —dijo Dian—. Oímos espantosos lamentos y salimos corriendo de ahí.
Hagrid se quedó mudo y después añadió con voz sombría.
—No vuelvan a Hogsmeade, hasta tercer año, y no vayan a la Casa de los Gritos. Pudieron haber sido atacados por…
—¿Por qué? —exclamó Sirius.
—Por nada… no debí decirles eso —se apresuró Hagrid—. Olvídenlo.
—¿Hay algo dentro de esa casa? —preguntó Dian, curiosa.
—No —dijo Hagrid—, sólo no vuelvan, ¿entendido? No quisiera que resultaran sorprendidos o lastimados.
—Gracias por no decir nada —dijo James, sonriente.
—Pero este favor me lo tendrán que pagar: las hortalizas del campo continuo están en muy mal estado, el profesor Dumbledore me ha encargado que las limpie, pero el trabajo lo harán ustedes.
—Sí, claro —dijo Dian sonriendo, parecía una tarea sencilla.
—Los espero mañana por la tarde, después del partido de quidditch.
—¿Qué? –exclamó Sirius—. ¿Y perdernos la celebración en la sala común?
—Perderse de la celebración o quedar expulsados —dijo Hagrid, severamente—. Ahora váyanse, antes de que sospechen algo.
Salieron de la cabaña, Hagrid los acompañó y James sacó de la bolsa la capa invisible.
—¿De dónde sacaste la capa, James? —preguntó Hagrid.
—Me la dio mi padre.
James envolvió a los tres en la capa y salieron caminando hacia la entrada del castillo. Nerviosos todavía, llegaron al vestíbulo, pero fueron precavidos. Ya casi no quedaban alumnos por ahí, todos estaban en el Gran Comedor o, en sus salas comunes. Subieron apresurados las escaleras de mármol. Llegaron al retrato de la Dama Gorda, pero no podían abrirlo así como así. Dian salió de la capa, cuidando no ser vista y susurró:
—Elizabeth II.
El retrato se abrió: dentro de la sala no había nadie. Dian avisó a James y Sirius y entraron silenciosamente. Fueron hasta un rincón y salieron de la capa. James se apresuró a guardar todo y subió rápidamente a la habitación de los chicos, pensando en el pretexto que tendría para Remus o Peter si se encontraban despiertos todavía. Sirius fue hacia la chimenea y se tiró en el sofá, suspirando profundamente. Dian subió al dormitorio de las chicas, en busca de Lily. Cuando James llegó a su habitación, no había nadie, estaba vacía. Así que escondió todos los objetos debajo de la cama con dosel. Segundos después entró Peter.
—¡James! —exclamó con su voz chillona e infantil—. Estuve buscándote en la lechucería.
—Oh, estuve en el comedor —dijo James.
—Estuve ahí hace minutos —dijo Peter confundido.
—¿Ah, sí? –preguntó James, nervioso—. Después fui a casa de Hagrid, porque necesitaba algunas cosas.
—Ah —dijo Peter—. Estoy muy cansado, también busqué a Sirius y Remus y no estaban. Aunque me encontré con Sirius cuando entré en la sala.
—¿Y Remus? —preguntó James.
—No lo sé. Pero ya es muy noche, mañana juega Gryffindor y no quisiera perderme el partido por quedarme dormido.
—Está bien, qué descanses —dijo James.
Peter salió de la habitación. Abajo, Sirius estaba soñoliento en el sofá. Muchos chicos ya dormían en sus habitaciones. Dian, en la habitación de las chicas, se encontró con Lily.
—Estuve esperándote —dijo la pelirroja, muy cansada—, no podía terminar con los deberes de Defensa contra las Artes Oscuras.
—Perdón. Mucho trabajo en la biblioteca.
—Lo sé —dijo Lily extrañada—, pero también busqué a Remus para que me ayudara y no lo encontré.
—Seguramente debe estar en el campo de quidditch o algo así.
—Es extraño, pensé que estaría contigo o con James. Black tampoco estuvo por aquí.
—¡Ah! —bostezó Dian—. Tengo mucho sueño, Lily. Iré a dormir.
Ambas se acostaron en las camas y Dian en pocos segundo quedó profundamente dormida. James bajó a la sala, Sirius dormía en el sofá y lo despertó violentamente.
—¡Sirius, Sirius! —gritó James. Sirius no se movía, roncaba y murmuraba cosas incomprensibles—. Escondí todo debajo de mi cama. Mañana tenemos que sacarlo de ahí, antes de que los elfos domésticos hagan la limpieza.
Sirius murmuró lo que parecía ser un "sí". James lo miró sin remedio y fue a la ventana. Vio a la luna llena en lo alto de la noche, sus rayos iluminaban los terrenos del colegio.
Segundos después, ambos subieron a la habitación, aún había algunos chicos que entraban por el retrato de la Dama Gorda. La cama de Remus estaba vacía. Ya era bastante noche y la biblioteca ya la habían cerrado, tampoco podría encontrarse en el comedor, ya que cuando se desocupaba cerraban las puertas. Y seguramente Hagrid ya había hecho su ronda de noche en los campos para que volvieran los alumnos que todavía se encontraban fuera. Pero, ¿dónde podría estar Remus?
—Es raro, bastante raro… —dijo James antes de cerrar los ojos y quedarse profundamente dormido.
…
—¡Vamos, que se nos hace tarde! —gritaba Sirius a James.
—El partido comienza en dos horas —protestó James de mala gana.
—Tenemos que conseguir asientos de primera fila, vamos —dijo Sirius apresurado.
Los Gryffindor estaban ansiosos, sabían jugarían con un rival sumamente fuerte y difícil. Slytherin había sido campeón durante los últimos tres años. Dian charlaba con Donovan en un extremo de la sala, éste traía sólo un vendaje en la muñeca, sus huesos estaban restablecidos, sólo podría jugar medio tiempo.
James estaba preocupado, Remus no había aparecido en la noche y tampoco en la mañana, sus sábanas estaban intactas de nuevo.
Dian acompañó a Donovan a los terrenos del campo de quidditch. La profesora Hooch revisó que todo estuviera en orden; se podía ver en el estadio adornos de los equipos de Gryffindor y Slytherin. Algunos profesores caminaban por ahí, entre ellos la profesora McGonagall que vigilaba que todo marchara bien, ya que en ese tiempo las rivalidades entre Slytherin y Gryffindor eran más que obvias y muchos pensaban que el partido terminaría con alguna pelea.
Dos chicos altísimos y corpulentos de Slytherin pasaron frente a las gradas de los Gryffindor y gritaron a Sirius.
—¡Black, perdedor! —vociferó uno.
Sirius había apostado con ellos y aunque se mostraba seguro, la verdad era que tenía un poco de miedo.
Media hora después, el estadio estaba lleno y los gritos se escuchaban en el campo. Había banderines de Gryffindor flotando en un extremo y serpientes hechas de papel con los Slytherin en el otro. Los profesores se acomodaron en sus asientos, listos para ver el juego, al igual que Albus Dumbledore. La profesora Hooch fue al centro del campo, con el baúl de madera donde guardaba las pelotas. Llevaba su escoba y silbato en una mano; de pronto una ovación es escuchó cuando el equipo de Slytherin salió al campo. Segundos después, Gryffindor también salió de su sitio. Dian sonrió al ver a Donovan montado en la escoba. Madame Hooch, les ordenó despegar y con el silbatazo hizo que comenzara el partido.
—"¡Gryffindor ha comenzado! —decía animadamente el chico locutor que ya había dirigido el partido el mes anterior—. Slytherin quiere tomar posición del juego, pero los golpeadores se lo impiden. ¡Y allá va Donovan Juk, lleva la quaffle todo indica que va a anotar! —Gryffindor ovacionaba—… ¡Y HA ANOTADO! ¡El primer puntaje para Gryffindor!"
Los Slytherin vociferaban furiosos. Dian sonrió cuando Donovan después de haber anotado, la saludó desde lo alto. James y Sirius la miraron de reojo.
—"Slytherin asecha a Gryffindor, Andrew, un golpeador de Slytherin, ha mandado la bludger contra una cazadora de Gryffindor… ¡Oh! ¡Eso debió dolerle!"
Durante los próximos minutos, Gryffindor anotó cinco veces; pero, Slytherin les llevaba la delantera por siete veces más. Las ovaciones y abucheos estuvieron por igual.
—"Slytherin va a la cabeza… pero miren eso… ¡David, buscador de Gryffindor, se ha lanzado por la snitch!... ¡Ahí va Frank el buscador de Slytherin!... ¿Quién la tomará?"
—Por favor, por favor —murmuraba Sirius juntando las manos y suplicando al cielo.
—¡Miren eso! —exclamó James.
—"¡Oh, Frank se ha estrellado! ¡Gryffindor lo hizo de nuevo: otra vez campeón!"
En Gryffindor aventaron banderines hacia donde estaban los Slytherin. Sirius parecía un mono saltando y James le hacía segunda. Lily, entusiasmada también por el triunfo de su casa, vio a Severus a lo lejos en una de las gradas, él la observaba también, parecía no estar interesado en el partido en realidad. Los demás Slytherin aventaban sus sombreros al suelo, furiosos.
Volvió la felicidad a Gryffindor. El equipo desmontó y Donovan saludó a Dian desde lejos, antes de meterse en los vestidores. La profesora McGonagall aplaudía contenta rodeada por un montón de estudiantes frenéticos.
…
—¡Vaya, Hagrid! ¿Viste es jugada? –exclamó James mientras caminaban rápidamente hacia las hortalizas acompañados del semigigante.
Hagrid les devolvió la sonrisa, él también estaba contento que Gryffindor había ganado.
—Lo mejor fue cuando ese chico Slytherin se estrelló —dijo Hagrid divertido.
—Comió césped —siguió Sirius.
Cuando llegaron a las hortalizas, Hagrid les dijo que les ayudaría, para que pudieran ir a festejar a la Sala Común. Aquello les subió el ánimo y se convencieron de que Hagrid era una buena persona.
—Hagrid, ¿sabes dónde pueda estar Remus? —preguntó James, curioso.
—Eh… ¿Remus? —preguntó Hagrid extrañado—. Ten cuidado con esas ramas, Dian. Son algo picantes.
—Es la segunda vez que desaparece —siguió James—. ¿Crees que le suceda algo grave?
—Oh, no —dijo Hagrid indiferente—. Estoy seguro de que se encuentra bien.
—Pero, ¿por qué ha desaparecido así? —preguntó Sirius, pensativo.
—¿Hablan de Lupin? —preguntó Dian, quien no tenía idea de que el chico estuviese ausente.
—Ah, ¿demasiado ocupada con tus asuntos amorosos, Roosevelt? —preguntó Sirius, arqueando las cejas.
—Cállate —dijo Dian, molesta.
Los chicos se miraron y ahogaron una risa.
—¿Qué? —exclamó la chica.
—¿No crees que pasas demasiado tiempo con Donovan últimamente?
—Déjenme en paz —dijo Dian mientras cortaba las raíces, sonrojada.
Ambos chicos rieron al verla así, incluso Hagrid parecía divertido.
—¿Por qué Donovan te saludó hoy desde el campo? —preguntó James mirándola de reojo.
—Yo qué voy a saber.
—¿Acaso te gusta? —preguntó Sirius.
—¿Cuándo serán novios? —siguió James.
Dian guardó silencio, lo que a ellos les pareció divertirles aún más.
—Chicos, ya está siendo tarde. Vayan a celebrar, gracias por la ayuda —les dijo Hagrid, sonriente—. Este campo ya quedó perfecto con la asistencia de ustedes.
Los tres se despidieron y regresaron al castillo. Durante el trayecto, miraron un par de veces a Dian con suspicacia, pero ésta se sentía muy avergonzada.
En la Sala Común todo era celebración. En cuanto llegaron los tres, inmediatamente buscaron cervezas de mantequilla. Dian se encontró con Lily, omitió el detalle de por qué se había ausentado después del juego. Sirius corrió hacia la habitación de los chicos: había una docena de productos de tienda Zonko que pensaba utilizar en ese preciso momento.
—Hola —saludó Remus de pronto, sentado sobre su cama.
—¡Remus! —exclamó Sirius, sorprendido.
Se quedó con la boca abierta cuando vio a Remus herido. Nuevas cortaduras marcaban su rostro. Sus ojos expresaban cansancio y dolor.
—Pero, ¿qué te sucedió? —dijo Sirius, acercándosele.
—Rasguños… sólo eso…
Remus no pudo terminar de decir, porque cayó desmayado sobre su cama. Sirius se estremeció y lo sostuvo rápidamente, gritó a un muchacho de sexto año que pasaba por el pasillo. Entre ambos muchachos sacaron a Remus de la habitación y lo condujeron por las escaleras. Todo mundo lo vio, los gritos y cantos de celebración se apagaron en cuanto vieron al muchacho inconsciente.
—¿Qué le ha pasado? —exclamó James, uniéndose a Sirius
—Tenemos que llevarlo a la enfermería —dijo Sirius.
Cuando por fin salieron por el retrato, el prefecto de Gryffindor improvisó una camilla para que transportaran a Remus hasta la enfermería. La señora Pomfrey salía de su despacho cuando vio a los chicos llegar con Remus. Ella soltó un grito ahogado.
—¡Pero qué le ha pasado!
—No lo sabemos —dijo Sirius—. Sólo quedó inconsciente.
De pronto, al fondo del pasillo, aparecieron el profesor Dumbledore y la profesora McGongall. La señora Pomfrey abrió la enfermería.
—Sabía que esto iba a suceder —dijo Dumbledore a Minerva, con voz profunda.
—¿Hablamos con sus padres? —preguntó ella dubitativa.
—No, estará bien.
La señora Pomfrey preparaba unas pociones extrañas. Sirius, James y el prefecto de Gryffindor miraban a Remus, perplejos.
—¿Quién de ustedes lo ha encontrado? —preguntó el director.
—Fui yo —dijo Sirius, nervioso—. Llegué a la habitación y lo encontré sentado, le pregunté qué había ocurrido y cayó desmayado.
—Ya veo. No parece ser peligroso.
—Salgan de aquí, muchachos —les dijo McGonagall.
—Pero, ¿Remus estará bien? —preguntó James.
—Poppy, ¿qué es lo que preparas? —preguntó Dumbledore a la enfermera.
—Es un remedio sanador. Hay que cicatrizar estas heridas.
—Bien —dijo Dumbledore—. Minerva, cierra la puerta de la enfermería, si eres tan amable y vuelve con tu prefecto a Gryffindor, tendrán que disipar rumores.
La profesora y el prefecto salieron cerrando la puerta tras de sí. Dumbledore se dirigió a los chicos.
—Si realmente son amigos de Remus, es mejor que no digan nada de lo que les voy a contar: Remus es un licántropo. Fue mordido hace un año, antes de ingresar a Hogwarts.
—¿Remus es… un hombre lobo? —preguntó James, con un hilo de voz.
