7
Licántropo

Dumbledore permaneció en silencio, así dio oportunidad a James y Sirius de que sus pensamientos se pusieran en orden. Ambos chicos se tomaron muchos minutos para decir algo.

—¿Será para siempre? —preguntó Sirius, azorado.

El profesor Dumbledore suspiró y asintió con resignación.

—Es probable. Aún no hay cura, pero se ha avanzado mucho en la elaboración de la poción matalobos —Dumbledore los miró fijamente—. Deben ser absolutamente discretos. Remus tenía miedo de venir a Hogwarts y no poder tener una vida normal. Pero yo mismo dije a sus padres que no había nada qué temer: Remus es un chico común todos los días, excepto el de luna llena, y decidí asumir el riesgo.

La señora Pomfrey continuaba atendiendo a Remus, mientras el director hablaba con Sirius y James. Como éstos eran incapaces de decir algo más, Dumbledore continuó:

—Remus se transforma en un lugar secreto. Cuando llegó aquí todos los profesores del colegio sabíamos del peligro que suponía, pero nos hemos hecho cargo.

—Puede confiar en nosotros —aseguró James.

—Totalmente —afirmó Sirius.

Dumbledore sonrió y luego dirigió una mirada compasiva hacia Remus.

—Cuando un hombre lobo no encuentra ningún humano al cual pueda atacar, se rasguña a sí mismo y se provoca un daño terrible. Puede causarse la muerte. Sean amables con él y manténganse al margen. Remus es uno de nuestros mejores estudiantes ahora y un buen chico.

James y Sirius asintieron. Imaginaban sólo un poco del sufrimiento de Remus, pero estaban seguros que jamás podrían saberlo con totalidad.

—Ahora —siguió Dumbledore—, vayan a su sala común, deben estar festejando el triunfo de Gryffindor.

Dumbledore les dirigió una sola mirada y una sonrisa antes de que cerraran la puerta de la enfermería. Subieron las escaleras de mármol, pensativos y resueltos a no contar el secreto de Remus a nadie.

—Ni siquiera a Dian —dijo Sirius.

James estuvo de acuerdo. Llegaron al retrato de la Dama Gorda, en la Sala Común todavía había fiesta, pese al incidente. McGonagall se había encargado de disipar cualquier mal rumor, alegó que sólo se había tratado de una gripe. Sin embargo, James y Sirius ya no tenían ánimo para continuar festejando, decidieron dirigirse al dormitorio. Dian platicaba con Donovan muy cerca de la escalera de caracol que conducía a las habitaciones, en cuanto vio a James y Sirius los interrogó.

—¿Y a ustedes qué les picó?, ¿cómo está su amigo Lupin?

—Bien, nada serio —James intentó sonar lo más natural posible, aunque su rostro decía lo contrario.

—¿Están seguros?

—Sí —respondió James.

—Eh, Donovan, lo hiciste muy bien —dijo Sirius, chocándole la mano al muchacho jugador de quidditch.

—Ah, gracias —respondió Donovan, confundido.

James y Sirius se dirigieron al dormitorio sin decir nada más. Donovan sonrió a Dian, encogiéndose de hombros.

—Qué raros son tus amigos.

—Y ese Lupin aún más —dijo ella, muy pensativa.

A la mañana siguiente, los Gryffindor se levantaron muy tarde. Sin embargo, James se despertó apenas amaneció y se dirigió a la enfermería, pero la señora Pomfrey dijo que Remus se estaba restableciendo y no lo dejó pasar. Sirius despertó y pensó en hacer lo mismo, pero James le avisó que Remus estaba bien y que no lo podrían ver hasta que estuviera totalmente recuperado. En el comedor se mostraban bajos de ánimo, lo que notó Dian inmediatamente, quien se había despertado radiante de felicidad, a pesar de ser domingo su día menos favorito.

—Demasiada fiesta, ¿eh? —dijo ella sirviéndose un poco de chocolate.

—Ah, sí —dijo James, sin despegar los ojos de la mesa.

Durante los siguientes días sólo pensaban en Remus. James continuamente se pasaba por la enfermería y la señora Pomfrey comenzaba a alucinarlo. Sirius enviaba dulces para Remus cuando despertara. Las chicas, aunque podían notarlos dispersos y pensativos, seguían sus actividades normales sin darse cuenta de lo que sucedía en realidad.

Después de cuatro días, por fin, Remus pudo salir de la enfermería y se hizo presente en el comedor. Tenía algunas cicatrices, pero la señora Pomfrey le había dado un tónico para que sanaran rápidamente y no se notaran del todo. Llevaba una sola venda en el brazo derecho y su semblante había mejorado mucho.

—¡Remus! —exclamó Dian al verlo entrar por el comedor, con todas las intenciones de abrazarlo, pero se contuvo.

—Por fin se fue esa gripe, ¿eh? —sonrió James a Remus.

El chico le devolvió la sonrisa y se sentó a la mesa del Gran Comedor con ellos. Algunas miradas curiosas se cruzaron entre ellos.

—Estoy hambriento —dijo Remus, todavía un poco ojeroso y pálido.

Por la tarde, al finalizar las clases, Remus se apartó del grupo. Ya sabía que los chicos estaban enterados de su condición, se lo dijo Dumbledore, pero también le aseguró que podía confiar en sus amigos. Para Remus la palabra sonó muy extraña, jamás en su vida había tenido amigos, no compartía nada con nadie, excepto su familia. Era un chico tímido, retraído y huraño, y en Hogwarts estaba haciendo exactamente lo contrario. Le gustaba sentirse rodeado de buenas personas, hacía tanto que anhelaba compañía.

Se sentó bajo el haya y leyó un libro. La última transformación había sido muy dura, sumamente dolorosa; cuando lo recordaba tenía unas ganas enormes de llorar.

—Siempre tan estudioso, Lupin —dijo la voz de una chica. Remus alzó la vista, despegándose de su lectura, y vio el rostro de Dian Roosevelt haciéndole sombra bajo el sol de tarde—. ¿Puedo sentarme?

Remus asintió. La chica se colocó a su lado, cruzándose de piernas y mirando atentamente el libro que él sostenía en las manos.

La Tempestad —leyó ella, sonriendo, luego dijo—: "Estamos hechos de la misma materia que los sueños".

—¿Lo conoces? —preguntó él, entusiasmado.

—Shakespeare es uno de mis autores muggles favoritos —asintió Dian—. Aunque ya sabes lo que dicen: tal vez no sea tan muggle.

—Lo sé —sonrió Remus.

El muchacho cerró el libro y lo dejó sobre el césped. Dian guardó silencio, intentando encontrar las palabras adecuadas.

—¿Todo bien? —preguntó ella de pronto.

—¿Hmm? —Remus salió de sus pensamientos y la miró con extrañeza—. ¿De qué hablas?

—De la gripe y lo que pasó la noche de quidditch. Te has ausentado mucho tiempo, te extrañamos, ¿sabes?

Remus se ruborizó y bajó la mirada. Dian esbozó una sonrisa.

—Sólo quería decirte que no sólo tienes a ese par de atolondrados como amigos (Sirius y James), también puedes confiar en mí.

—Gracias —asintió Remus complacido.

Dian alzó la mano como un juramento y de pronto tomó la de Remus. Él se mostró sorprendido y nervioso, la chica había puesto su mano al par de la suya.

—Promesa, por Shakespeare.

—Por Shakespeare —afirmó él, por fin, sonriente.

Dian se levantó del césped, dejó solo a Remus con su lectura. Él se levantó rápidamente, contempló el libro que tenía en las manos durante unos segundos, después llamó a Dian y le extendió el libro.

—Es tuyo.

—Pero… estás leyéndolo —dijo ella, confundida.

—Acéptalo, te lo regalo. Además, lo he leído al menos una docena de veces. Igual que tú, quizá

Ella sonrió y comenzó a caminar; al lado suyo, Remus iba con paso lento, para que la llegada al castillo durara mucho tiempo más.

—Vamos, Evans, sólo fue una pequeña broma —la voz infantil de James Potter se escuchaba por toda la Sala Común, mientras la chica pelirroja, totalmente enfurecida, se tumbaba sobre uno de los sofás, cruzada de brazos y con la mirada enardecida—. No quería molestarte.

—Ya, Lily —pidió Sirius Black en defensa de su amigo y se aproximó a ella—, ese narigudo se busca los problemas.

—¡Dejen de llamarlo así! —exclamó ella, exasperada—. ¡Ustedes par de cabezotas son unos insensibles, casi como bestias salvajes!

—Hablas como si fuera tu amigo —masculló James.

—¡Lo conozco mejor de lo que creen!

—Ni siquiera te habla, Evans.

—¡Él es muy distinto!

—Bah, pobre infeliz —replicó, despectivamente, Sirius.

Lily se levantó furiosa, mirándolo retadoramente con los puños apretados.

—Potter y tú sólo son unos abusivos —Lily miró a James con desprecio—. Él es mi amigo y ustedes jamás podrán serlo.

Se dio media vuelta completamente fuera de sí y se dirigió al dormitorio de las chicas. Azotó la puerta ante la mirada de los demás quienes habían presenciado la discusión. Sirius y James se miraron uno al otro con expresión indiferente.

—Ya cambiará de parecer —dijo Sirius despreocupado, sacando una gragea y extendiéndole otra a su amigo.

—No lo sé, creo que fuimos demasiado lejos esta vez —dijo James, dubitativo.

—Es Evans —respondió Sirius, masticando su gragea sonoramente—. Se le pasará.

—¿Y si no? —James parecía preocupado.

—Si no… alguno de los dos tendrá que invitarla a salir algún día —sonrió Sirius, con picardía.

James soltó una risita nerviosa, tomó la gragea y quitó la vista de la puerta porque el corazón comenzaba a salírsele del cuerpo. Pudo haber sido la gragea o el comentario de Sirius. Mordió el dulce, perturbado, intentando convencerse de que no era otra cosa más que eso, y no la increíble sensación de ver a Lily, de oír a Lily, de hablar de Lily, incluso cuando estaba encantadoramente enojada.

FIN


N.A. Gracias por sus comentarios y suscripciones, lectores mágicos. La historia continúa con Los muchachos del verano.


~ Guía de historias ~

1. Cuando la primavera tiñe al sauce

2. Los muchachos del verano

3. El otoño recorre el valle

4. Sueño eterno

5. Harry Potter y la historia antes de él