Título: Peneth Nin (Pequeño mío)
Clasificación: AU (Alternate Universe) no todo lo que paso en los libros sucedió igual aquí.
Advertencia: Contiene SLASH es decir, relación hombre / hombre, mas bien hombre / elfo, mención a MPGRE (varón embarazado) Si no te gusta tal tipo de género, favor de buscar otro mas apropiado a tu gusto. No sé si iré aumentando este fic conforme crece Auril, pues quiero que llegue a cierta edad, jejeje… Todo depende del grado de inspiración, por eso no he puesto "TBC"…
Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a J.R.R. Tolkien y/o NewLine Cinema. Escrito sin fines de lucro, no ganaría nada ni pretendo ganarlo así que nada de demandas por favor.
Traducciones
Meleth nîn – Mi amor
Ion Nin -Hijo mío
- Vamos Auril con cuidado, dame la mano
- ¿No es muy alto?
- No, pequeño mío, aun no llegamos a la base.
Desde su pequeña estatura Auril veía la longitud de aquel magnífico árbol. Legolas le había plantado en el año de su enlace con Aragorn, y ahora después doce años estaba frondoso y verde. La base del mismo no era muy alta, pero para un pequeño de la edad de cinco años le parecía gigantesco.
- No temas, Auril, yo te cuidare, nunca dejaría que te pasara algo.
- ¿Ada...?
- ¿Sí? ¿Tienes miedo?
Auril no quería reconocerlo, pero le estaban dando ganas de llorar, quería subir por que había visto a otros pequeños, un par de años mayores que él, subirlo y jugar en su base. Él también quería, no tenía muchos amigos, por que le miraban extraño, sólo Elboron y Zassil, el hijo de Serima, jugaban con él y no se extrañaban de sus orejas puntiagudas. Nada de "fenómeno" salía de sus bocas.
- No te obligare a que subas si no quieres Auril
- No, ada, si quiero subir. ¿Me ayudas?
Legolas tomo la pequeña mano de su hijo antes de tomarle en brazos. Le dio un beso en su nariz y le puso de frente al árbol.
- Toma aquella rama, sí, esa, la que tienes allí, aférrate a ella con todas tus fuerzas.
- ¡Ya!
- Eso, así usa tus pies para apoyarte, poco a poco, no te apresures.
El príncipe le tomaba de la cintura, apenas elevada unos centímetros sobre su cabeza, no le soltaría hasta estar seguro de que podía hacerlo. Tenía sangre de elfo corriendo por sus venas ¿qué tan difícil sería si los mortales podían hacerlo? Pero no quería obligarle, el amor a la naturaleza esta en su ser, en su sangre y provenía de su corazón, Minas Tirith no era un gran ejemplo para ello debido a su frialdad de piedra, pero un elfo siempre podía tomar otras alternativas.
No había parques, algunos árboles aquí y allá, mas de los que había visto en su primera visita, pero tantas casas, tantos edificios, y ningún lugar para tomar la siesta bajo sus hayas como en Mirkwood. Él con ayuda de otros había iniciado con la reforestación de la ciudad, pero no había mucho que hacer entre piedra y muros. Si no hubiera plantado varios árboles en jardines privados de palacio, su hijo no tendría donde aprender a convivir con ellos.
- Bien Auril, ahora... Eso, así iôn nin, poco a poco. ¡Ah!
Auril había logrado llegar a la base del árbol y ahora mostraba su sonrisa. Sus piernas colgaban pues había tomado asiento mirando con orgullo a su adar que aplaudía desde el suelo.
- Excelente Auril, ahora dime, ¿crees que este muy alto? ¿Te asusta estar allí?
- ¡Por supuesto que está muy alto! – exclamó una voz colérica desde atrás
- ¡Ah! Aragorn, ¿Has visto? Auril pudo...
Pero Aragorn no pensaba igual, con pasos firmes y el semblante molesto se dirigió hasta el árbol ofreció los brazos al pequeño y le tomo con fuerza en ellos.
- ¡Papá! ¿Viste? ¡Pude subir! ¡Yo sólo! ¡Ya puedo subir a los árboles! – exclamó Auril con felicidad - ¡Ya soy un niño grande!
- No, Auril, aun no lo eres y no debes de subir allí.
- ¡Pero papá...!
- Aragorn, él está bien, está conmigo... – añadió Legolas acercándose
- ¿Por qué lo dejaste subir allí? ¿No crees que se pueda caer?
- ¡Pero es un elfo!
- ¡Es un niño primero que todo! ¡Puede matarse al caer de semejante altura!
- No lo hará, yo estoy aquí.
- ¿Y cuando no estés? ¿Eh? ¿Quién lo cuidara?
- Él sabe que no debe de hacerlo si no estoy con él.
- Pues contigo o sin ti, no subirá mas.
- Aragorn, yo a su edad...
- Tu lo has dicho... ¡Tú! No voy a dejar que mi único hijo quede mal o peor aun, muerto por caerse de un árbol...
- ¡Pero yo lo estoy cuidando! ¡Lo estoy enseñando!
- Ya no mas...
Aragorn abrazo al niño protegiéndolo y lo llevo a su habitación para que lo asearan, Legolas le siguió entre confundido y enfadado, trataba de comprender su punto de vista, pero si se tenía cuidado, si se tomaban las precauciones, podía ser una hermosa etapa en la vida de un niño, y mas si tenía sangre élfica corriendo por sus venas. ¡Era natural!
Auril nunca los había escuchado discutir, nunca había visto a su padre oponerse a los deseos de su ada, siempre habían sido muy cariñosos el uno con el otro. Y él, de ese amor, era el más bendecido.
- Aragorn... Meleth nîn, comprendo tu preocupación, pero Auril tiene cuidado, esta aprendiendo si apenas hoy...
- No, Legolas, no quiero que vuelva a subir allí. – dijo Aragorn colocando al niño en el suelo.
- Pero está en la edad, ¿acaso tu nunca subiste a un árbol de niño?
- ¡Tenía diez años!
- ¿Diez años? – asombrándose de la edad tan grande para esa experiencia en un humano - Bueno, pero Auril...
- Auril es mi hijo, y hará lo que yo diga...
- Te recuerdo que el pequeño estuvo en mi, creo que tengo algo de derecho a opinar.
- Nada, en esto no te daré la razón, Legolas. Auril no volverá a subir un árbol hasta que haya cumplido diez años.
- ¿Por qué? ¡Eso es una injusticia y tú lo sabes!
- Ada... Papá... – interrumpió Auril asustado mirándolos alternativamente
- No te preocupes Auril, tú podrás jugar siempre que quieras... No te asustes.
- Auril, ion nín, ahora aséate y luego comeremos un poco de fruta, ¿está bien? – dijo Legolas sonriéndole para que no se asustara – Tu aya te ayudara, ahora volvemos
- Sí, ada.
Aragorn hizo una seña para que su aya le aseara, salió seguido por su consorte, ambos dirigiéndose a sus habitaciones reales.
- Aragorn, no sé a que le tienes miedo. Auril es un elfo saludable, es un niño que quiere divertirse un poco, todos hemos subido a los árboles alguna vez – explicaba Legolas una vez que había cerrado la puerta
- Y algunos mueren, por un golpe, una fractura expuesta ¿Has pensado en eso, Legolas? ¿Quieres ver a tu hijo muerto?
- ¡Pero yo estoy con él! ¡Nada va a pasar!
- No, te he dicho que no.
- ¿Por qué?
- Por que yo lo digo que soy su padre, ¿entiendes?
- ¿Y yo que soy? ¡No lo dejas ser un elfo! ¿No me dejaras a mi también?
- Legolas, por favor, sólo quiero que mi hijo este a salvo.
- ¿Y piensas que yo no? ¿Crees que lo expondré innecesariamente?
- ¡Eso es lo que estás haciendo!
- ¡Claro que no!
- Ya lo he dicho... amor. – dijo Aragorn tratando de clamar su temperamento voluble e impetuoso - Auril no subirá a los árboles hasta que tenga mas edad.
- Sí, hasta que por su altura no le sea difícil tocar la punta con la mano, ¿cierto?
- Legolas, entiende... ¡SE PUEDE LASTIMAR!
El rey mostraba su semblante mas recio, la mirada mas dura, el ceño característico fruncido y los labios apartados, mostrando su decisión y voluntad.
- Sí, cierto... Muy bien, como ordenes. Se hará todo como ordenes. – respondió el elfo tragándose el orgullo, con la furia contenida y la respiración tranquila.
- Por favor, Legolas, entiéndeme. – suplicó Aragorn acercándose a su esposo, no le gustaba discutir con él, si lo hacían era por tonterías en el que a uno le gustaba llevar la contraria al otro, una especie de juego que terminaba regularmente en la cama o en algún sitio tentador donde entregarse mutuamente
- No te preocupes, te entiendo perfectamente. – dijo Legolas pasando saliva
- Es mi único hijo, mi única familia. Tú y él son todo lo que me importan. No quiero que nada les pase, no quiero que corran riesgos.
- Bien, así se hará. – afirmó Legolas bajando su mirada mientras sentía los labios de su esposo recorrer su cuello. – Iré por algo de fruta, ¿por qué no vas con Auril a tranquilizarlo?
- Muy bien meleth, pero antes... dame un beso no me gusta discutir contigo.
Legolas le dio el beso pedido pero sólo por eso, por que se lo había pedido. Aragorn se dio cuenta, nuevamente había hecho enfadar a su esposo y eso no traía nada bueno. Suspiro al ver a Legolas atravesar la puerta.
Por su parte, el elfo se hallaba ofendido, humillado y relegado nuevamente a ser simplemente el esposo del rey, quien no tenía autoridad ni siquiera en su hijo, le habían callado con la excusa que era por órdenes del rey, sin mas que decir ni refutar. El era sólo el esposo, el consorte, un elfo al servicio del rey de Gondor y tenía que acatar sus órdenes, muy bien, así sería.
Pero no por eso no dolía. Recordaba que en su infancia, mucho antes de correr con ligereza, mucho antes de aprender todas las antiguas leyendas, subía a sus queridos árboles del bosque. Con sus hermanos y con su ada, observándole detenidamente mientras cada día subía un poco mas. Sí, se había caído una vez, pero sólo consiguió un gran susto, era tan ligero que sólo sus rodillas habían sido dañadas con raspaduras, y su adar estaba allí para ayudarle a ponerse en pie. Subir hasta la punta era toda una satisfacción, lleno de orgullo y de valentía contemplaba por unos momentos el sin fin de puntas verdes que le saludaban a su alrededor.
Cuantas veces fingía defender su castillo, su gran palacio en un árbol, gritando que al primero que osara acercarse le partiría en dos con sus flechas sin punta. Cada uno de sus hermanos tenía su propio árbol, plantado desde el día que nacieron, y disfrutaban sus tardes, después de terminar sus deberes de subir en ellos y contemplar la majestad de sus dominios. El llegar a la cima sin detenerse era un gran logro. Y podían pasar horas allí, viendo sobre otros árboles, vigilando el paso de los transeúntes sólo por el simple hecho de sentirse jóvenes y libres.
Auril no había tenido su árbol en Minas Tirith, lo tenía en Mirkwood. Auril no tenía mas que un joven árbol cerca de su habitación de juegos donde pasar su tarde. Auril era un medio elfo que necesitaba de su comunión con la naturaleza, y si al menos no tenía un bosque para correr y gritar a pulmón abierto, podía tener su árbol como dominio personal. Su terreno que defendería con sangre y lágrimas, sus fantasías y juegos, encaramado en la base.
- Papá...
- ¿Sí? ¿Está muy caliente el agua? - preguntó Aragorn arrodillado a un lado de la bañera de su hijo.
- No esta bien... ¿Dónde esta ada?
- Fue por fruta... – respondió el rey tomando un poco de agua con sus manos y derramándola en la espalda de Auril.
- ¡Ah!
El aya salió de la habitación, había cambiado el agua de baño del niño y sólo quedaba su juego chapoteando un poco al lado de su padre.
- ¿Están enojados? – preguntó Auril con toda naturalidad
- ¿Qué?
- ¿Se pelearon por mí?
- No, Auril, nada de eso, es sólo que a veces vemos las cosas diferentes, pero nada mas. Te seguimos queriendo igual y tú lo sabes.
- Pero ada estaba enojado.- señaló el pequeño
- Sólo un poquito – aceptó Aragorn sonriendo
- Y tu también
- Bueno, Auril, tu ada y yo somos diferentes, y como tal, pensamos a veces distinto.
- ¿Ya no lo quieres?
- ¿Cómo dices?
- ¿Ya no quieres a ada?
- Claro que lo quiero, con todo mi corazón, no sabes cuanto le amo, tanto como te amo a ti.
- No me gusta que se enojen... papá... ¡Yo quería subir al árbol! – exclamó Auril tratando de defender a su adar.
- Lo sé, pequeño. – dijo Aragorn frotándole sus cabellos mojados - Pero es peligroso, puedes caer y romper tu cabecita si no tienes cuidado.
- Pero ada me estaba ayudando, ¡Y me viste! ¿Viste que tan alto llegué?
- Sí, lo vi Auril. Pero me asusta pensar que puedas caer, ¿y luego que haré sin mi hijo favorito?
- ¡Sólo soy yo! ¡Sólo tienes un hijo! – sonrió Auril salpicando un poco de agua al pecho de su padre
- Bueno, por eso mismo, ya no tendría a mi pequeño Auril para darle besos – dijo acompañando el verbo a la acción – a quien abrazarlo, a quien darle nalgadas cuando se porta mal
Auril reía, por que su papá se había mojado ya todo el pecho con el agua que ambos salpicaban. Aragorn jugó con él un rato, y después le tomó en sus brazos cobijándole en una toalla, el mismo le seco y le puso sus ropas. Amaba a Auril, amaba a Legolas, de eso no había duda, pero el hecho de que su hijo estuviera en peligro, por mínimo que fuera, le aterraba. No había tenido hermanos, sólo a los gemelos, pero eran demasiado mayores que él para enseñarle a subir a los árboles, él tuvo que aprender por si solo. Y no fue fácil, todos los elfos lo hacían con facilidad y ligereza, pero en su tiempo de vida en Rivendel, no nació otro elfo de su edad y él tenía que hacerlo sólo. Se cayó una vez torciéndose el tobillo, otra vez, cuando trato de ir mas alto, casi se desnuca al caer de una considerable altura, su madre, recordaba, lloraba y le abrazaba al ver la sangre salir de su cabeza. A esa edad no comprendía el por que su madre se asustaba tanto, el por que lloró al tenerlo en sus brazos contra su pecho. Pero ahora lo comprendía, él era todo lo que su madre tenía después de la perdida de su padre. No quería arriesgarle a perderlo siendo tan niño. Por su parte, Aragorn, Estel en ese entonces, tenía mas cuidado al subir, y no lo hacia frente a los elfos, que reían a cada avance torpe que daba el pequeño Estel. Dolía, y pasaron muchos meses antes de atreverse a subir de nuevo.
- Auril, espero que ya estés arreglado jovencito, vamos por fruta al mercado.
- ¡Sí! – exclamó Auril saliendo de entre los brazos de su padre.
Aragorn se quedo en rodillas, viendo como Auril brincaba hasta que su ada le subía en brazos.
- ¿Vienes con nosotros? – preguntó Legolas sonriendo a su esposo, sin rencor ni desagrado
- Con gusto.
Los tres salieron en busca de fresca y dulce fruta, había en el castillo pero siempre era una buena excusa para salir en familia, lo cual agradaba a Auril. El niño iba adelante, elevando su mirada para alcanzar a ver lo que los mercaderes ofrecían. Encontró peras, manzanas, naranjas, pero no había fresas, la temporada había pasado y no se les conseguía frescas, tanto Auril como su Adar lamentaban el vivir lejos de la naturaleza, donde se daban tan bien y tan dulces. Auril se adelanto un poco para observar a unos perros danzar al compás de la flauta.
Legolas estaba sonriente, tranquilo y no quitaba la vista de Auril en ningún momento, complacido con la felicidad de su hijo. Aragorn, en cambio, notaba la indiferencia del elfo consorte, nadie podía leerlo o adivinarlo en sus facciones, pero en la luz de sus ojos azules, podía distinguir el recelo que aun sentía su esposo.
- Legolas, yo...
- No digas nada, Aragorn...
- Pero escucha meleth nîn, tu sabes que Auril...
- ¡Cuidado Auril! – exclamó Legolas acercándose a su pequeño – Ten cuidado con los perritos, te pueden hacer daño si te acercas demasiado.
- Legolas, sólo son juguetones, no le harán daño a Auril. ¡Apenas son unos cachorros!
- Cierto, no le harán daño a Auril – repitió Legolas ocultando su mirada – Sólo quiere divertirse... Aunque tengan colmillos y puedan morder... sólo quiere divertirse...- recalcó Legolas agachándose hasta su hijo por detrás – Bien, así Auril, pon la mano... Con cuidado, es cachorro, pero puede lastimarte sin querer... así...
Aragorn les observaba, Legolas tomaba la mano de Auril guiándole por el lomo del perro color dorado, le acariciaban con respeto y lentitud. Auril reía y estaba feliz con la respuesta del animal, el cachorro le pasaba la lengua por las manitas y movía la cola felizmente. Legolas dio dos monedas al dueño de los cachorros por el favor prestado.
- Vamos Auril, te lavaremos esas manos, y esa cara... ¿Te gustaron los cachorros? – preguntó Legolas llevando a Auril en brazos.
- Si Ada... ¡Papá! ¿Viste como sacaban la lengua los perritos? ¡Yo quiero uno!
- Tal vez después Auril – dijo Aragorn pasando su mano por el hombro de su esposo mientras con la otra llevaba la canasta repleta de frutas y dulces.
- ¡Cuando sea grande, quiero ser domador de perros!
- ¿Sí? – preguntó Legolas divertido con semejante idea
- Sí, y todos aplaudirán cuando les vean bailar, y ganare mucho dinero y seré rico
Aragorn rió, junto con Legolas. La inocencia de Auril al no saber lo que el futuro le deparaba.
Por la noche, todo permanecía normal, Legolas observaba un libro de las mas bellas construcciones hechas por el hombre, mientras Aragorn verificaba varios edictos redactados por el elfo. Era mucho mejor su redacción, no lo dudaba, su forma de expresarse, pero ¿por qué tenía que escribirlo en élfico? Doble trabajo al pasarlo en limpio a la lengua común.
Aragorn resolvió dejar el trabajo para después, no le gustaba llevárselo a la cama, pero tenían que quedar para el medio día de mañana. Guardo los pliegos en su escritorio y se metió en la cama, como siempre lo había hecho, desnudo. Legolas seguía en su nuevo sillón azul repasando las hojas con atención.
- Vamos amor, es hora de dormir. – sugirió Aragorn abriéndole la cama
- ¿Sí? Ah, es que es entretenido mirar todo lo que las manos de un hombre pueden lograr... – declaró Legolas dejando el libro en el asiento
- ¿Quieres ver que más pueden hacer? – sugirió Aragorn con media sonrisa
- ...
Legolas se despojo de su bata y entro en la cama, donde los brazos del rey le aguardaban. Se acurrucó en ellos y se dispuso a descansar, hasta que sintió la mano de Aragorn bajando lentamente de la cintura donde estaba, hasta su glúteo, señal inequívoca de deseo. Sintió los labios del rey pasar rozando sus mejillas, excitándole con deliberación
- Hueles delicioso, meleth nîn
- ...
- Quiero sentirte... Quiero tu cuerpo amor...
- ...
- ¿Legolas?
El elfo ya estaba dormido, y nada le haría regresar a la realidad. Aragorn le besó en la frente y suspiro, el elfo seguía enfadado.
Auril pasaba las tardes con su adar, paseando por la ciudad y haciendo algunos amiguitos por donde pasaba. Las madres alentaban a sus hijos a acercarse a Auril, algunos le hacían caso y otros no, por que viéndole de cerca, las orejas del elfito no les gustaban, eran extrañas, y les inducían un poco de temor. El pequeño príncipe no se entristecía por ello, por que no entendía la maldad de los demás, pensaba que sus mamis no les dejaban, o que se habían portado mal y estaban castigados. Pero sabía que cuando Elboron se marchaba, como pasaba, no jugaría mucho con los demás. El hijo de Serima, sólo paso con ellos un par de meses antes de volver a Eryn Lasgalen.
Legolas se entristecía por Auril, no le comentaba a Aragorn, hasta que se diera cuenta por si mismo, pero Auril necesitaba de su gente. Un elfo adulto y hermoso, sabio e inmortal, siempre causaba expectación, admiración y envidia entre los mortales de los diferentes pueblos, un pequeño elfo, nacido entre dos varones, en tierras extrañas, no causaba mas que murmullos y gestos de asombro. Tal vez si Auril hubiera tenido orejitas normales. Pero Legolas estaba orgulloso de su raza y Auril no tenía nada de que avergonzarse, simplemente que los humanos eran un poco mas resistentes al cambio, y mas aun a la mezcla de diferentes razas y de mismos sexos.
Sin Elboron ni Zassil, Auril quedaba solo en sus habitaciones, escuchando a la distancia como en su propio jardín de palacio los otros niños se divertían subiendo a los árboles, saltando y corriendo, él también quería subir.
- Ada...
- ¿Sí?
- ¿Puedo ir a jugar?
- Claro, Auril, pero no subas al árbol.
- Es que los niños... ellos si suben... ¡Yo quiero subir!
- No Auril, tu padre no quiere que subas.
- Aaah... – exclamó Auril tristemente bajando su cabecita como si estuviera castigado
- Ve pero no vayas a acercarte al árbol, si otro niño cae, puede hacerlo encima de ti.
- Sí, ada.
Legolas por supuesto, no lo perdería de vista, pero deseaba que por sí solo Auril fuera capaz de relacionarse con otros niños de su edad. El pequeño príncipe llegó con los niños quienes no dejaban de jugar por el mero hecho de estar la realeza presente. Auril miraba como los niños se apalancaban en las ramas, cortaban algunas simulando espadas, brincaban entre las raíces, se impulsaban y subían al a base, desde donde arrojaban hojas y ramas a los de abajo, simulando una guerra. Pero más que guerra, era un juego, por que había risas y carcajadas.
- ¿Puedo jugar? – preguntó Auril al niño que gritaba mas fuerte
- ¡Este es nuestro castillo! ¡Nuestro territorio! – dijo el gordito de siete años de cabellos castaños - ¿Tienes castillo?
- No
Auril no lo sabía, pero por donde quiera que mirara era su castillo.
- Pero... ¿puedo unirme a tu grupo? – preguntó Auril con su cabeza echada para atrás, viendo la base del árbol esperando por el permiso deseado.
- ¡No! Hasta que consigas tu propio castillo. Necesitamos un enemigo en guerra
Legolas llegó por detrás, sin infundir temor a los niños, nunca su persona causaba mas que tranquilidad a los que le rodeaban.
- ¿Y puedo jugar aquí abajo, con ustedes? – insistió Auril tomando una de las ramitas que en el césped habían caído, fruto de sus batallas. – Puedo ser quien los ataque... ¿eh?
- Bien.
Legolas se cruzó de brazos y se recargó en la columna del pasillo. Aquel era el jardín que una vez fue comedor de verano, donde había estado compartiendo los alimentos el día que... Sería mejor no pensarlo.
Auril empezó a gritar, "asustando" a sus enemigos, quienes le aventaban ramitas y algunos montones de hojas. El príncipe corría rápido y ligero como todo buen elfito, esquivando las ramas que llovían por encima de su cabeza, sus cabellos rubios tenían algunas hojas encima pero no le importaba. Seguía dando vueltas y vueltas al árbol como presionando a sus enemigos a bajar.
- ¿Por qué no bajan? –preguntó Auril cansado de gritar sin razón aparente.
- ¿Por qué no subes? – dijo el niño detrás del gordito.
- ¿Puedo?
- Sí, pero después de que hayas ganado territorio.
- ¿Y como hago eso?
- ¡Tira!
Auril sintió una ramita caer en su cabeza, el niño regordete lo había hecho, no le lastimó pero supuso que tenía que recoger la rama y arrojarla de regreso. Así lo hizo, tomó la rama con su pequeña mano y la lanzo al gordito, dándole certeramente en el cuello. La rama era muy delgada como para hacerle daño, pero el niño se asustó.
- ¡Aaaah! ¡Mamá! – gritó el niño, sobando su cuello por el pequeño raspón recibido - ¡Mamá!
- ¿Te duele? – preguntó Auril jugando nerviosamente con sus manos
- ¡Mamá! – seguía gritando el pequeño.
Legolas se acercó a bajar al niño, pero por toda respuesta recibió una patada en el pecho, el niño estaba enfadado, y un elfo mayor no le iba a tocar. La madre del menor llegó corriendo al ver el incidente, sólo había alcanzado a ver como su hijo se defendía del príncipe consorte.
- ¡Mamá! Ese tonto niño me pegó... ¡Mira mi cuello!
- sssh... Favorio, no fue nada... – dijo la señora tomando al niño ente brazos, tratando de no perder el equilibrio al bajarlo del árbol. Se volvió hacia Legolas y agregó – Lo siento su alteza, el niño no sabe lo que hace, le pido mil disculpas por la patada que le dio, estaba asustado y...
- Sí, lo sé... No se preocupe...
La señora hizo una reverencia, y salió con el pequeño llorando aun en brazos. Los demás niños bajaron del árbol, y los que estaban abajo salieron corriendo con sus padres, Auril se quedo solo viéndoles alejarse. Legolas le tomó en sus brazos y le beso con cariño en las mejillas, el elfito tenía ganas de llorar, por que no entendía el juego de los demás.
- No me quieren... no quieren que juegue con ellos... – sollozaba el elfito
- No, hijo, no es eso, sólo que no te conocen, eres muy pequeño para ellos.
- No, ada, hay otros dos niños de mi edad, que no hacen sino llorar... Yo no lloro – señalo Auril limpiando sus lágrimas con la manga de su túnica verde - ¡Y no soy tonto!
- Lo sé Auril, sólo que no entienden a los elfos.
- ¿Soy un elfo? – preguntó Auril sorprendido
Legolas no había querido comentarle nada, mas que ciertos comentarios de su naturaleza, no quería que se sintiera relegado de los demás, pero de eso se habían encargado los otros niños. Sólo le enseñaba las historias de su pueblo, del origen de los eldar, de sus alianzas y costumbres, parte de la historia.
- Sí, ¿por qué crees que tienes esas hermosas orejitas? – dijo Legolas tomando asiento en la banca debajo del árbol con su hijo sentado en sus piernas
- ¿Papá es un elfo?
- No, tu padre es un mortal, un humano como esos niños.
- ¿Por eso papá no me deja subir al árbol? ¿Cómo esos niños?
- No Auril, no es eso...
- Pero papá me quiere...
- Mucho.
Auril quedo mirando al árbol donde hacia poco los niños jugaban, sus ramas estaban caídas, como si estuviera cansado, y había muchas hojas regadas en sus raíces.
- El árbol está triste, ada.
- ¿Sí? –preguntó Legolas profundamente emocionado por las nuevas sensaciones de su pequeño. - ¿Por qué lo dices, Auril?
- Mira, sus hojas no brillan, y hace sol... y las raíces...
Los niños habían escarbado, sacando y destrozando algunas raíces que sobresalían de la tierra en el jardín.
Auril se dio un empujón y cayó de pie, fue al árbol y vio como había un poquito de sabia en las raíces, de hinojos le observaba. Tocó las raíces y una sensación le invadió. El árbol le hacia saber que le estimaba. Fue el único que hasta el momento no le había pateado ni arrancado sus tiernas ramitas.
- ¡Ada! – exclamó Auril descubriendo un nuevo mundo
- ¿Sí?
- ¡El árbol se alegró!
Aragorn llegó en ese momento pero no se dejo ver por Auril ni su esposo.
- ¿Quieres que le demos un poco de agua?
- ¡Sí!
Auril tomó la mano de su adar y fueron hasta una pileta, Legolas llenó un cubo con muy poco agua, lo suficiente para que Auril le llevara. Un orgulloso príncipe medio elfo llevó con mucho esfuerzo, pero feliz de su ardua labor, el cubo hasta el árbol, vació como pudo todo el agua en sus zapatos.
Aragorn evitó la carcajada que salía de su garganta, Legolas hizo otro tanto.
- Ven acá Auril, trae el cubo, el árbol necesita mas agua.
Auril fue de regreso, chapoteando con sus zapatos hasta donde su adar, quien tomó la cubeta y la volvió a llenar, esta vez siguiendo a su hijo y ayudándole a vaciar el agua. Era casi el crepúsculo, el sol no estaba tan radiante, así que era buen momento para regarle. Juntos recogieron las ramas y algunas hojas, no era trabajo para un príncipe, y menos para el consorte del rey, pero ambos parecían disfrutarlo, ambos tenían sangre de elfo, mas que él mismo, pensaba Aragorn, y parecían felices alrededor del árbol.
El pequeño veía como las raíces se humedecían. El árbol podían estar sediento... y sólo.
- Ada... El árbol está solo... como yo...
- Tú no estás solo Auril.
- ¡Pero no tiene amigos!
- Tú tienes a Elboron y Zassil. Son tus amigos mas queridos, ¿no es cierto?
- Sí, ya lo sé, pero... ¿no podría tener él también...amigos?
- ¿Quieres plantar mas árboles?
- ¡Siiiiiiii! – brincó Auril emocionado
- Bien, mañana buscaremos retoños, ¿quieres?
- Sí, le diremos a papá que nos acompañe.
- Auril... no sé si tu padre... tal vez este muy ocupado...
Los ojos de Legolas se entristecieron, por que no sabía si Auril sería feliz con su vida de príncipe, veía en su mirar mas sangre élfica que humana, y tal vez no sería bueno para regir una tierra poblada por hombres. No sabía que clase de educación merecía, conocía algunas lecciones de élfico, pero un poco mas de la historia de su "gente", de sus súbditos y guerras. La parte de los Eldar había quedado a su cuidado, pero no deseaba confundir a Auril con élfico y lengua común.
Repentinamente sintió como manos gruesas y grandes le tomaban por la cintura, como esa molesta barba se hundía en su cuellito mientras rugía.
- ¡Aaah! ¡Papá!
- ¡Te voy a comer, Auril! – amenazó Aragorn besando la suave piel de su bebé.
- ¡No! ¡Tengo que cuidar del árbol! – exclamaba Auril preocupado – Ada, dile a papá que mañana vamos a buscarle hermanitos al árbol...
- ¿Hermanitos? ¿No eran amigos?
- Sí, amigos... – repuso Auril confundido
- ¿No será que alguien quiere un hermanito? – preguntó Aragorn guiñando un ojo coquetamente al elfo sonrojado
- No, no... ¡nada de hermanitos aun! El árbol tendrá amigos, ¿no es así Auril?
- ¡Siii! Muchos amigos, pero él será mi castillo principal...
- Auril, tu padre no quiere que...
- Lo tendrás que compartir... – interrumpió Aragorn - Auril, te haré unos peldaños, una especie de escalera para que subas y un flet en la base misma, ¿qué te parece?
- ¡Síiiiiii! – gritó Auril feliz, no sabía que era un flet pero cualquier cosa para su árbol sería buena
- Pero Aragorn, tu dijiste que... que no querías...
- Lo siento amor – interrumpió Aragorn acercando a su elfo por la cintura – no sabía lo que decía, mi hijo no quedara relegado a ser un mero invasor de árboles
- ¡Ah! Pero supiste que... – se interrumpió por un beso salvaje que le dio el rey frente a su pequeño que reía.
- Claro que lo supe... ese niño no dejaba de decir que era su árbol, pero nada de eso... Este es el árbol del príncipe Auril... ¡Y le defenderá como buen montaraz!
- Como buen elfo querrás decir... – corrigió Legolas cruzando los brazos, intentando averiguar si Aragorn se retractaba por su orgullo mancillado o por que había visto la naturaleza de Auril - Los montaraces sólo tiene tierras...
- Igual le defenderá, ¿No es cierto Auril?
- Pero yo no quiero pelear... yo quiero amigos...
- Ya verás como les tendrás, pero por lo pronto arreglaremos este lugar – sugirió Legolas tomando al pequeño entre sus brazos – pero ahora vamos a cambiarte de zapatos, no sé si puedas enfermarte pero no quiero averiguarlo... ¡ah! ¡Aragorn!
Aragorn había tomado a Legolas en brazos, y le llevaba mientras el elfo llevaba a Auril en los suyos, el pequeño estaba feliz, sus padres parecían contentos y él se alegraba de conseguir permiso para subir al árbol.
- Vamos, yo los acompaño, Legolas, si tu bañas a Auril, yo bañare a...
- ¡Sssh! Aragorn...
- ¿A quien papá? – preguntó Auril recostando su cabeza llena de hojas en el pecho de su adar.
- A nadie, hijo, tu padre se bañara solo.
- ¡Oh!
Por la noche Legolas besaba el cuello de su esposo, estaba ya tranquilo por que al menos Auril podía desenvolverse en su naturaleza élfica, sea por las razones que fueran. Los dos, recién salidos del baño, uno encima del otro compartían besos apasionados.
- Perdóname Legolas debí saberlo. – manifestó Aragorn después de un breve rato intercambiando besos y caricias ligeras
- ¿De que hablas, meleth?
- Que Auril es un elfo, medio elfo si gustas, y necesita tanto de la naturaleza como tu...
- Aragorn... – musitó Legolas enternecido
- Y no quiero que mi hoja verde se marchite al ver que la llama de nuestras vidas se apaga...
- No, nada de eso... Es nuestro heredero...
- Si... tuyo y mío... ¡Por eso te amo!
- ¡Y yo a ti, Aragorn! Pero no quiero enseñarle el arte de la guerra, puedo enseñarle a tirar con el arco, pero sólo como entretenimiento...
- En este mundo, que poco a poco va careciendo de elfos, es necesario endurecer el corazón, no quiero que le lastimen... Las guerras nunca terminan...
- Pero no quiero que él sea quien las empiece.
- Tal vez quien las termine.
- Nunca. Tiene lo mejor de ambas razas, si me permites decirlo.
- Claro...
Aragorn rodó encima de Legolas aprisionándole bajo sus carnes.
- Pero aun sigue solo... – señaló Aragorn entre besos tratando de llevar la conversación a otro nivel
- Tiene pocos amigos... pero Elboron y... – observó Legolas mientras sentía los labios de su pareja en el cuello
- ¿Un hermanito? ¿No crees que es lo que necesita?
- Aragorn...
- ¿No te gustaría amor? – insistió el rey, frotándose levemente contra su príncipe
- Aragorn... aun es muy pronto...
- ¿Seguro?
Hicieron el amor, una y otra vez, hasta casi el alba, acordaron plantar mas árboles, educar en ambos mundos a Auril y fomentarle el amor por sus semejantes. Además de eso, un largo viaje por Tierra Media, con el fin de que Auril conociera un poco mas de sus orígenes.
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