Capítulo 4: Inocencia robada
Pues sí, Lucius y yo empezamos a vernos, noche sí, noche también.
Mi hermana y mis padres se iban. Lucius y yo nos quedábamos solos… siempre solos… y yo me entregaba a él por completo en esas noches de placer infinito...
Aunque presentía que, tarde o temprano, lamentaría cada una de las noches, aún de inocencia, que Lucius Malfoy me robaba impunemente.
Entre nosotros había placer… pero no amor.
Sin embargo, yo, con tan sólo once años de vida, nada sabía del amor y aunque Lucius me forzaba y hacía de mí lo que quería, yo, en mi ignorancia, siempre creía que en aquello consistía amar a una persona… hasta que…
Una noche, mientras estábamos en la habitación de mi hermana, oímos el crujido de una puerta, seguido del sonido de unos zapatos femeninos… Narcissa estaba en casa.
Yo me quedé quieta, muy quieta en el centro de la habitación, sin saber que hacer… pero Lucius pensaba rápido… me metió en el armario de un brusco empujón y cerró la puerta con rapidez.
Al momento, mi hermana narcissa apareció en el umbral. Estaba radiante. Sonreía.
¿Me estabas esperando, Lucius- preguntó sensualmente.
Se acercó a él, e hicieron el amor allí mismo, en la cama, mientras yo lo observaba todo impotente desde la rendija del armario…
Lucius no trataba a Narcissa como a mí, a ella la desnudó con delicadeza y tuvo buen cuidado de no hacerle daño.
Además había algo en los ojos de Lucius que o tenían cuando estaba conmigo. No tardé en comprender que Lucius estaba enamorado de mi hermana.
Jamás he llorado como lloré esa noche, con los labios (pintados de rojo en un intento de parecer mayor) apretados contra la ropa del armario para que ellos no me oyeran.
Lucius nos había engañado alas dos… sólo que yo había sido lo bastante inocente como para ser su juguete cuando Narcissa no estaba.
Esa noche lloré a mares… pero también tomé una firme determinación: me iba a hacer mortífaga, y no volvería a llorar jamás, mucho menos por un hombre. Cuando fuera lo suficientemente poderosa, me vengaría de Lucius.
Todo esto me lo dije a mí misma, mientras estaba en el armario, con los labios apretados contra la ropa de mi hermana y los oídos tapados para no oír nada de lo que estaba sucediendo.
