Título: El destino del árbol y el junco

Autor: abysm

Disclaimer: Los personajes son de JR Tolkien, por supuesto. Los tomé prestados un tiempito.

Advertencias: Esto será slash Aragorn/Legolas, definitivamente. Creo que será rating R en algunos capítulos.

Aclaraciones: AU. El fic estará ambientado en la tradición de las geishas. Algunas de esas costumbres van a estar alteradas para beneficio de la trama del fic. Intentaré aclarar las ideas erróneas, me encanta el mundo de las geishas y no quisiera ofender. Por eso, habrá algunos nombres japoneses (personajes secundarios, obvio y poquitos) y alguna que otra frase. Además en mi primer fic de LOTR... Piedad, please. Y Reviews... Sí???

Dicho todo esto, adelante pues.

Lo que oculta el destino

Las luces del atardecer envolvían el inmenso salón muy lentamente de pie junto a un inmenso ventanal, Thandruil, rey elfo de Bosque Negro miraba hacia fuera. De nada valía la perfumada brisa que estremecía las hojas de los árboles cercanos, ni la frescura de las sombras que empezaban a alargarse. Los ya menguantes rayos de Anar no tenían sobre él la influencia benéfica que otros días. Había sabido siempre que ese día iba a llegar, lo había sabido desde que su amada esposa había muerto al dar a luz a sus tres hijos.

Tres.

Tres herederos al trono.

Tres maravillosos hijos, a cual mas valiente, mas tenaz y lleno de energía.

Los tres perfectamente capaces de ocupar el trono, con el potencial que podían tener siendo tan jóvenes como eran.

Desde la ventana donde estaba, llegaba a contemplar el claro donde habían preparado un lugar para las prácticas de arquería de los príncipes y a pesar de la distancia, sus finos sentidos élficos llegaban a percibir con claridad las figuras de sus hijos y sus voces, las risas. No alcanzaba a distinguir las palabras, pero no tenía importancia, podía distinguir a uno de otro sin equivocarse

No tenía sentido seguir negando lo que debía hacer. Ya sus consejeros le habían dado las alertas suficientes del caso y no podía posponer ese trago amargo.

Unos días antes había enviado su mensaje a la Dama de Bosque Dorado para que lo auxiliara en ese difícil problema, porque no iba a ser él quien tuviera que ocuparse de eso y agradecía a todos los Valar por eso. Hizo un gesto mínimo, y ante eso, el elfo que estaba apostado a un lado, a la espera de sus órdenes, se acercó.

- Lleva un mensaje a los príncipes. Que los tres te escuchen al mismo tiempo. Diles que ésta es la noche. Ellos comprenderán.

- Sí mi señor.

La voz respetuosa del otro elfo no agregó nada más y partió. Thandruil se quedó junto a la ventana todavía unos minutos, a la espera y por eso, vio cuando el guardia llegaba con el mensaje junto a los jóvenes.

Vio que los tres se reunían y escuchaban el mensaje corto y simple; y al punto cesaron las risas y las voces. Vaya que habían comprendido. En cuanto el guardia se fue, los tres permanecieron un minuto mas juntos y luego se separaron, cada uno rumbo a sus aposentos.

En ese punto, con un suspiro, el buen rey se retiró de la ventana y se dedicó a esperar, a que se hiciera la hora apropiada para la reunión.

Las antorchas llenaban de claridad el recinto donde estaban reunidos ya el rey y sus consejeros, un mensajero de Lothlorien y un pequeño grupo de guardias. Cuando los tres jóvenes elfos llegaron a las puertas cerradas, el guardia apostado a la entrada hizo una respetuosa inclinación y abrió las puertas.

Con el paso ligero, los tres avanzaron a través del salón y al llegar junto al trono, hicieron una reverencia.

- Esta es la palabra del rey: no me es posible dividir mi corazón en tres y favorecer a alguno de mis hijos en detrimento de los otros dos, ya que los tres son nobles príncipes capaces y valientes. Por lo tanto, es mi decisión que la elección del futuro heredero al trono, recaiga sobre entendimiento más sabio que el mío.- hizo una señal y el mensajero se acercó, echando hacia atrás la capucha de su capa, y revelando que era algo más que un mensajero.

- ¿Gandalf qué decisión ha tomado la Dama de Lórien?- preguntó, ansioso.

El anciano avanzó hacia el rey y descubrió el envoltorio que tenía entre manos. Una tersa esfera de cristal, desnuda, oscura. Las trémulas luces de las antorchas se reflejaron unos instantes en la pulida superficie azabache.

- La Dama de Lórien ha enviado esto. A través del Palantir, ella verá el corazón de los príncipes y juntos se asomarán al Espejo de la Dama. En él se verá el destino de cada uno, después, ella hablará con su Majestad.

Los tres elfos miraban con algo de reticencia la pulida esfera negra, pero sin duda harían lo que debían. Si su padre había previsto eso, entonces así debía ocurrir.

- Así pues, antes de eso, se requerirá de los príncipes un juramento. En prudencia y verdad, deben jurar que cualquiera que sea el destino que les sea señalado esta noche, deberá ser cumplido, empeñando en este juramento el honor de nuestra raza.

Era un pedido extraño, pero todo era extraño esa noche, y el elfo situado a la derecha del rey hincó una rodilla al suelo y poniendo la mano derecha sobre su corazón juró:

- Juro cumplir el destino que me sea marcado esta noche. Comprometo mi honor en ello.

A estas palabras, siguió el gesto similar de los otros dos.

- Una vez que cada uno haya hablado con la Dama Galadriel, mantendrá el silencio y será escoltado por la guardia de regreso a sus habitaciones, donde yo le veré mas tarde. Durante la espera, será de beneficio para cada uno el ir meditando sobre su destino.

Las últimas palabras del rey casi resonaron sobre el silencio que había en el salón pero ya no había vuelta atrás. Sosteniendo la esfera en sus manos, pero con el cuidado de no hacer contacto directo con ella, Gandalf se situó a la derecha del trono, y le hizo un gesto al primero de los elfos.

" Imrahil..." pensó Thandruil "Mi hijo sabio... Si por él fuera, pasaría los días investigando los secretos de las bondades curativas de cada planta de este bosque. ¿Qué te tendrá deparado el destino, hijo? Podrás usar todo lo que sabes para ser feliz? Que espera tan angustiante..."

Mientras su corazón de padre sufría, el joven elfo se adelantó y con cuidado tomó el Palantir en sus manos desnudas.

Era, de los tres, el más parecido al rey. El cabello lacio, era rubio pero casi cobrizo, los ojos grises penetrantes y la mandíbula fuerte. Sin embargo, las manos delicadas y blancas tenían todavía los dedos con rastros de la tinta con la cual había estado dibujando y escribiendo.

La esfera permaneció en oscuridad unos segundos y luego, la negra superficie rompió su monotonía cuando una pequeña llama blanca apareció en su interior. La brillante lucecita danzó dentro de la esfera, trazando locos círculos mientras el elfo mantenía la mirada fija en ella.

Al cabo de un par de minutos, la luz se apagó y el elfo dirigió la mirada hacia el rey. Tenía el semblante pálido, y se veía que intentaba a toda costa refrenar la intensa angustia que parecía escaparsele por los ojos.

Haciendo un esfuerzo colosal, Thandruil inclinó la cabeza, dándole a entender que su parte en la ceremonia había concluído y debía retirarse. Vio a su hijo dar un paso hacia atrás, hacer la reverencia protocolar correspondiente y luego girar rumbo a la salida. Antes de que puerta se abriera ante él, un par de guardias se colocaron a sus flancos.

En cuanto salió, Gandalf indicó que podía pasar el siguiente, y una vez más, el corazón de Thandruil se aceleró.

" Elroy. Cuantas aventuras has tenido en tu joven vida... No hay cazador mas atrevido, temerario casi diría yo. Y no hay doncella en nuestro pueblo que no te haya entregado el corazón. Y unos cuantos elfos tambien... Mi hijo conquistador y galante... Dulces Valar, qué difícil es esperar al margen de todo".

El elfo que ahora sostenía el Palantir tenía el suave cabello tan largo como Imrahil, pero algo mas claro, un dorado profundo como la miel. Como la miel eran sus ojos, los mismos que hacían suspirar a la mitad de Bosque Negro. Los tres elfos eran altos y delgados, pero Elroy tenía los hombros amplios y la contextura fuerte del actual rey.

Al igual que su hermano, la visión que le mostró la esfera pareció alterarlo, pero conservando la dignidad de su investidura, cuando terminó, repitió paso por paso las actitudes de Imrahil.

El último de los príncipes continuaba de pie en el salón, escuchando como la puerta se abría para dejar salir a su hermano mientras intentaba calmar la ansiedad que sentía. No podía saber que el elfo rey que tenía adelante, estaba casi tan ansioso como él. O más.

"Mi Legolas... Tan parecido a mi amada Nindë. El mismo carácter dulce y apacible, la misma amabilidad y predisposición para ayudar a todos, sin importar quien sea. No hay mejor arquero en Bosque Negro, ni elfo mas valiente cuando la ocasión lo amerita. Y cómo te molesta que hagan notar tus virtudes... Esto parece interminable".

El elfo en cuestión era lo que todos sabían, el que mas se parecia a la fallecida esposa del rey. El rostro era un perfecto óvalo, no había rasgos que sobresalieran en demasía, todo era una perfecta armonía. La piel tenía la blancura cremosa de la flor de la magnolia y los labios rosados parecían siempre húmedos, invitantes. Los ojos azules eran hermosos cuando el elfo estaba serio y concentrado, pero cuando estaba alegre y reía, se convertían en brillantes estanques de luz que iluminaban todo el rostro. El cabello era un rio de oro que se derramaba a caudales sobre los hombros, tan alto como sus hermanos, tanía sin embargo el físico mas delgado sin ser por ello menos fuerte. Delgado y fino, como un buen arco.

Haciendo un profunda inspiración, Legolas avanzó hasta quedar frente al Palantir y a la señal de Gandalf, posó sus manos sobre la esfera.

La temblorosa lucecita bailoteó ante su vista un instante y de pronto, una luz incandescente invadió su visión y su mente. Y vio aparecer en el Palantir la imagen de Galadriel, la Dama de Bosque Dorado. Sabía que era la elfa mas sabia, y la mas comprensiva tambien, que podía ver el interior del corazón y los profundos sentimientos que se guardaban en él, por eso, no intentó ocultar nada. La voz pura y cristalina resonó dentro de su cabeza.

- Legolas Hojaverde, príncipe de Mirkwood, miremos juntos tu destino; pero antes, debes saber que hay cosas aquí que pueden no llegar a suceder nunca. Lo que mi Espejo te muestre solo lo sabremos tú y yo. Este es el punto de partida, son tus actos los que decidirán el cumplimiento de este destino.- y luego de esas palabras, clavó su mirada en la del joven elfo, exponiendo hasta la idea mas pequeña que albergaba su alma.- Tu corazón es puro, y tienes mucho amor para ofrecer, pero aún no has encontrado quien lo reciba y lo merezca... Asómate ahora y miremos.

Ante la asombrada visión de Legolas, había un pilón de plata, ancho y poco profundo y la Dama vertió en él el líquido contenido en una jarra, tambien de plata. Y plata líquida parecía lo que había vertido.

Con algo de temor, Legolas miró.

Al principio, solo hubo luces arremolinadas, pero luego la imagen se aclaró. Una pradera sembrada, fértil y a lo lejos, al pie de un monte, en el monte mismo, una ciudad blanca. Una calle empedrada de casitas de exótica forma y la rápida visión de personas vistiendo trajes de impresionante riqueza. Una música suave le llenó los oídos y la imagen se oscureció. Cuando Legolas pensó que eso era todo, detrás de una neblina creyó distinguir una figura, parecía un hombre pero no estaba seguro. Esa niebla era más espesa de lo que sus ojos podían atravesar. El rostro no podía verlo bien, pero tuvo una fugaz visión de ojos grises mirándolo, mirándolo con una intensidad que nunca había sentido antes; y la voz profunda y acariciante era tan cálida que aunque no entendió lo que decía, era un puro placer escucharla. Las sensaciones se fueron demasiado rápido y Legolas sintió un extraño sentimiento de pérdida al desvanecerse la visión. La imagen siguiente fue la más clara de todas, en un llano, un árbol blanco, fuerte de amplias raíces y a su lado, un junco; flexible y esbelto.

- Así, Legolas.- habló la Dama nuevamente.- Tu destino está en Gondor, porque es Minas Tirith la ciudad que mi espejo te ha mostrado. Es ahí donde debes buscar tu destino, pues no está en el mismo convertirte en heredero de Bosque Negro. Y el lugar que viste es el Barrio de los Cerezos, así que ese será tu punto de partida: karyukai 'el mundo de la flor y el sauce'. Esto es lo que diré al rey cuando hable con él. El resto de la visión te pertenece solo a tí.

Apenas hubo pronunciado la última frase, la hermosa Dama se esfumó y Legolas retornó a estar mirando la oscura esfera.

Ahora comprendía el temblor y la palidez en el rostro de sus hermanos. En unos minutos se había decidido su destino y ya no podía hacer nada por impedirlo.

Forzó a sus manos a ponerse en movimiento y dejar el Palantir en manos de Gandalf. Las palabras de Galadriel le taladraban los oídos y no se dio cuenta que hacía la reverencia de rigor y se encaminaba hacia sus habitaciones seguido por la escolta. No vio el pálido rostro del rey que parecía tan preocupado como él porque ahora era su turno de mirar en el Palantir y enterarse el futuro de sus amados hijos.

Legolas había llegado a sus habitaciones sin saber cómo para desplomarse en su cama. Sentado en ella, su mirada se perdía en la noche a través de las amplias ventanas abiertas.

Lo que la Dama Galadriel le había dicho era demasiado impresionante, demasiado para procesarlo rápido. Implicaba básicamente dos cosas y ninguna de las dos le agradaba.

Primero, alejarse de Mirkwood, alejarse del bosque que lo había visto nacer, en el cual había corrido y jugado con sus hermanos. No habría más noches para mirar las estrellas entre el follaje de los árboles, ni excursiones al lago oculto donde él y sus hermanos iban para escapar del protocolo real, ni largas caminatas solitarias al amanecer. La sola idea de perder todo eso, lo dejaba sin aire. Segundo, ir a una ciudad llena de humanos, de mortales a los que no conocía ni deseaba conocer. Y por si eso fuera poco, estaba su 'destino'.

Karyukai 'el mundo de la flor y el sauce'. No sabía mucho acerca de eso, pero lo poco que sabía no lo tranquilizaba. El lugar dedicado al disfrute de los placeres y no quería ni siquiera pensar en qué tipo de placeres. No, cuando su padre se enterara de eso no iba a permitir que un hijo suyo, que un príncipe terminara sirviendo de ornamento y objeto de diversión.

Sin embargo no estaba tranquilo. No le había pasado del todo desapercibida la expresión atribulada de su padre, como si no pudiese hacer nada por impedir todo eso. Esa idea se implantó con fuerza en su cerebro y ya no lo abandonó.

Unos golpes discretos dados en la puerta lo hicieron saltar y ponerse de pie cuando vio aquella abrirse y entrar la corpulenta figura de su padre.

- Príncipe Legolas.- dijo el elfo mayor, estableciendo de inmediato quien era el que iba a hablar y quien iba a obedecer. Traía un envoltorio en sus manos que le extendió.- He hablado con la Dama, y me ha informado lo que está establecido. Mañana, antes del amanecer, partirás hacia Gondor.

- Pero, Majestad...- eso era mucho mas pronto de lo que Legolas hubiese pensado.

- Mañana, príncipe.- la voz no admitía réplicas.- Al partir debes vestir estas prendas, no llevarás nada más. Lo que necesites durante el viaje te será administrado por tus acompañantes.

Legolas pareció encontrar su voz en ese momento.

- Majestad... No puedo... Lo que me pide la Dama de Lórien es...

- Es tu destino. Hiciste un juramento, príncipe; debes cumplirlo. Es tu honor lo que está en juego, si no lo respetas, habrás perdido tu lugar en esta Casa.

Esas palabras dejaron al elfo atontado por la gravedad que tenían. En parte lo sabía bastante bien, pertenecía a quienes era imposible no cumplir una palabra empeñada; pero que el rey se lo recordara tan crudamente, había sido un golpe. Apretó los puños, y bajó la vista en señal de sumisión a pesar de lo que eso podía llegar a significar para él.

- Cumpliré, Majestad.

- Bien.

Durante unos segundos, los dos mantuvieron silencio hasta que el elfo mayor volvió a hablar.

- Hijo...- ahora la voz era mucho mas cálida y al punto Legolas levantó la vista para encontrar que el rey había cumplido su parte y ahora podía hablar con su padre. Thandruil abrió los brazos y al segundo siguiente, tuvo a su hijo entre ellos.- Mi Legolas... No creas que no sufro por esto, pero no hay otra salida.

- ¿Por qué, Ada?

- Porque los tres no pueden ser el rey.

- Pero yo respetaría lo que tú decidieras, no quiero enfrentarme a ninguno de mis hermanos, mucho menos a tí.

- Yo sé que los tres hubiesen respetado mi decisión, pero aquí hay mucho más. ¿Sabes que ya entre el pueblo y la guardia hay tres facciones formadas? ¿Sabes que tienes tu propia cantidad de seguidores que no vacilarían en oponerse a los otros con tal de ver que seas tú el que se convierta en rey, no importa lo que yo dijera?

Esas verdades dejaron a Legolas estupefacto. Para él, la cuestión de la sucesión era tan simple como acatar la decisión de su padre, ni más, ni menos.

- Estoy seguro que no deseas ver al pueblo de Mirkwood dividido en luchas internas.- Thandruil tomo aire despacio y ambos se sentaron juntos, en la cama.- Quizas fui débil, Legolas. Debí hacer esto cuando nacieron, pero yo estaba tan triste por la pérdida de mi Nindë, que no hubiese soportado tener que separarme tambien de dos de mis elfitos... No lo hubiese resistido.

- ¿Separarnos?

- Eso es lo que establecen las leyes cuando hay un nacimiento múltiple en una familia real. Solo uno puede ser rey, el o los otros hijos deben ser alejados de la familia, en lo posible, educados por otros sin llegar a conocer nunca su verdadera filiación. Cuando nacieron, no me sentí capaz de hacerles eso, de alejarlos de mí, de negarles el recuerdo de su madre. Confié en que cuando este momento llegara, estaría mas fuerte y sería mas facil dejarlos marchar. Me equivoqué de nuevo, como podrás ver.

Legolas estaba sacudido por las revelaciones oídas, pero al mismo tiempo, sentía que su padre estaba tan atrapado por el deber como él. Definitivamente no sería el causante de una discención entre su pueblo, no cuando desde su mas tierna infancia había sido educado en la idea que un príncipe era el servidor del pueblo, el que debía velar por su bienestar a costa de cualquier cosa.

- ¿Nunca podré volver a Mirkwood?- preguntó al fin, casi temeroso por la respuesta que podía venir.

- Cuando tu destino se haya cumplido. Galadriel dijo que tú sabrías el momento en que eso sucedería y en ese instante, podrías volver aquí si ese fuera tu deseo.

- Aún no me he ido y ya lo estoy deseando, Ada... No te preocupes más por mí, cumpliré mi palabra, iré a Gondor. Haré lo que se espera de mí.

- Mi Legolas... No sé que voy a hacer sin ustedes aquí.

- Pero uno de nosotros se quedará.- dijo, esperando que eso alentara un poco a su padre, no quería verlo tan triste.

Thandruil comprendió la intención de su hijo y trató de ser fuerte por él. Sonrió y acarició la rubia cabeza con cariño.

- Ada... ¿Podré despedirme de mis hermanos antes de irme?

Bien, la tradición no decía nada acerca de eso, por lo tanto, Thandruil no iba a negarse a ese último pedido.

- Sí, hijo. Nos reuniremos en el salón antes de que te marches. Enviaré por tí.

- Gracias.- respondió suavemente.

Thandruil se puso de pie y antes de volver a perder la compostura, dio un rápido beso en la frente a su hijo y salió de la habitación.

Legolas se quedó unos minutos mas pensando y luego decidió seguir adelante, enfrentar lo que viniera. Tomó un baño, y vistió las ropas que le habían dejado. Tenía los colores característicos de su pueblo, castaño y verde, pero era apenas una túnica humilde y pantalones holgados, unas botas rústicas y nada más. Se vistió y sabiendo que no podría dormir, se sentó frente a la ventana a contemplar por última vez su adorado bosque.

Los dos elfos que eran su custodia lo acompañaron hasta el salón del trono y lo dejaron en la puerta. Entró sin llamar, pues de acuerdo a lo convenido, iba a despedirse de su familia, y eso no requería protocolo. Cuando entró, ya lo esperaban y Thandruil se adelantó.

- El carruaje te espera, Legolas. No debemos tardar.

- ¿Carruaje...? No soy una frágil doncella, Ada, puedo cabalgar hasta donde sea necesario.

- No, Legolas, no puedes. Así es como debe ser.

El rubio elfo suspiró y asintió, pero eso tampoco le gustaba.

- Adelante.

Legolas fue hasta los otros dos y vio en ellos el mismo esfuerzo que estaba haciendo él, de manera que no iba a derrumbarse. Tomando aire abrazó a Elroy con fuerza.

- ¿Adónde?- fue el susurro rápido de su hermano.

- Gondor. ¿Y tú?

- Aquí.

Se separaron y Legolas se sintió algo mejor, ahora ya sabía quien se quedaría con el rey. No le pesó que fuese Elroy, aunque solía ser el que más gustaba de salir y divertirse. Tener que quedarse para empezar a aprender a gobernar no iba a ser fácil para él. Sonrió apenas, esa manera rápida de comunicarse la usaban desde que eran niños, cuando querían hacer alguna travesura, y por lo visto, aún servía.

Se volvió a Imrahil y tambien lo abrazó.

- Gondor.- informó en un siseo.

- Edoras. Te buscaré.

Legolas se separó un poco atribulado por esa frase. ¿Acaso Imrahil estaba pensando en faltar a su juramento? Rogó para sus adentros que no fuese así.

- Ya es hora, Legolas- dijo Thandruil.

Sintiendo que si seguía ahí no tendría la fuerza para terminar con todo, Legolas fue hasta él sin volverse a mirar a sus hermanos y abrazó muy fuerte a su padre. Cuando lo soltó, el elfo mayor no consiguió evitar una lágrima furtiva, que limpió a toda velocidad.

- Adios, Ada... Por favor, no me acompañen... No podría...

- Adiós, mi Legolas... 'Hokori o motsu' Vive con dignidad, hijo.

Legolas tomó esas palabras y las guardó en su memoria, despues, prácticamente se abalanzó hacia la puerta donde Gandalf lo esperaba para escoltarlo en el camino hacia su destino.

Hacia Gondor.

TBC...