Autor: abysm

Disclaimer: Los personajes son de JR Tolkien, por supuesto. Los tomé prestados un tiempito.

Advertencias: Esto será slash Aragorn/Legolas, definitivamente. Creo que será rating R en algunos capítulos.

Aclaraciones: AU. No hay Anillo ni Sauron. El fic estará ambientado en la tradición de las geishas. Algunas de esas costumbres van a estar alteradas para beneficio de la trama del fic. Intentaré aclarar las ideas erróneas, me encanta el mundo de las geishas y no quisiera ofender. Por eso, habrá algunos nombres japoneses (personajes secundarios, obvio y poquitos) y alguna que otra frase. Además en mi primer fic de LOTR... Piedad, please. Dicho todo esto, adelante pues.

Capitulo 2

Minas Tirith, no todo es lo que parece

Durante todo el día, el carruaje se había bamboleado de un lado a otro y Legolas descubrió al llegar la noche, que el cuerpo le dolía mas que si hubiese cabalgado sin descanso. Además, la presencia imperturbable de Gandalf, silencioso, hermético, no ayudaba a calmar los nervios del elfo.

Poco a poco perdía contacto con todo lo que conocía y se sentía desarraigado y solitario.

Sentados alrededor de la fogata, Legolas intentó comer, lo intentó mucho, pero al final apartó el plato.

- Debes comer.- dijo el anciano.

- No puedo...- tomó aire y decidió romper ese silencio agobiante.- ¿Qué me espera en Minas Tirith...? Por favor, Gandalf, dime algo... ¿Qué se supone que haré al llegar? Lo que sé acerca del 'karyukai'...

- Las instrucciones de la Dama fueron no darte ideas que puedan modificar tus actitudes. Lo siento, Legolas, pero no puedo decirte nada; solo aconsejarte que no cierres tu mente, lo que se dice de las cosas no siempre son ciertas. Debes ir con disposición de ánimo para ver cosas nuevas, distintas.

El elfo rubio siguió mirando las llamas danzantes, eso no lo calmaba.

- ¿Podrías decirme qué pasará con mis hermanos?

- No, una vez mas, lo siento.

- ¡Por favor, Gandalf!- exclamó al fin.- La incertidumbre es demasiada. Estoy dejando mi casa, a mi familia, todo lo que tengo, todo lo que soy...

- Cierto. Ya no tienes casa, no tienes a tu familia contigo, ya no eres príncipe; pero lo tienes todo.

- ¿Qué... quieres decir?

- Todavía te tienes a tí mismo. Lo tienes todo.

Con esas enigmáticas palabras, el anciano se levantó y fue a preparar el sitio donde dormirían, pero cuando llegó el momento, Legolas permaneció junto al fuego.

Fueron días de viaje agotador, pero al fin, el carruaje traqueteó por el camino que atravesaba el llano cercano a Minas Tirith.

Legolas se asomó por el ventanuco y contempló la impresionante ciudad blanca que parecía tallada en la montaña misma. Gruesas y altas murallas rematadas por almenaras y torretas. Siete niveles elevándose hasta casi la cumbre del monte, donde un espolón saliente dominaba toda la ciudad desde lo alto, como la quilla de un navío. Conteniendo el aliento, Legolas reconoció la visión rápida de ese lugar y tomó aire despacio pero el corazón le latía con fuerza. Iba a vivir ahí, encerrado entre muros gruesos, lejos del aire libre, de la naturaleza, la sensación amenazaba con convertirse en angustia, por lo que volvió al interior del carruaje. Además, ya Gandalf le había recomendado que no se asomara para no exponerse a la mirada de los rudos guerreros que formaban la guardia. No que fueran groseros todos ellos, pero no estaban acostumbrados a ver a alguien como él.

Al llegar a los inmensos portones de entrada, bajaron del carruaje y Gandalf lo guió hasta otro. Este era mas pequeño, apenas cabían dos personas, era descubierto, con dos ruedas y las varas donde se suponía debía estar atado el caballo estaban vacías. Unos segundos después de que ellos tomaran asiento, un hombrecito delgado, de piel cetrina y cabello oscuro se ubico entre las varas, las levantó y comenzó a tirar.

Legolas estaba asombradísimo, nunca había pensado que hubiese humanos que aceptaran hacer el trabajo de animales de tiro. Pero el hombre no parecía disgustado y corría rápido haciendo avanzar el 'rickshaw' a traves de las callejuelas empedradas.

Altas casas de piedra, con puertas de madera gruesa y ventanales cubiertos volvieron a despertar esa opresión en el pecho de Legolas, que en esta ocasión no tenía oportunidad de no mirar.

El vehículo avanzó a través de una amplia rampa ascendente para desembocar ante otras puertas que daban el acceso al siguiente nivel. El camino siguió hasta que llegaron al sexto nivel, el más cercano al último donde se hallaba la Torre Blanca.

El 'rickshaw' se desvió por una calleja y se detuvo frente a unos portones de madera oscura. El final del viaje.

- Llegamos, Legolas.

Gandalf lo sacó de su atontamiento y lo condujo con suavidad tomándolo del brazo. Se apoyó en las puertas y aquellas se abrieron revelando el interior.

Una callecita, empedrada tambien, con casas bajas de madera lustrada. No se veían muy grandes, y estaban muy juntas unas a otras, pero en compensación, la calle tenía los primeros árboles que Legolas había visto dentro de la ciudad. Estaban en inmensas vasijas de barro cocido y no parecían todo lo grandes que deberían, pero estaban en flor, y esparcían un perfume tenue que alivió un poco el corazón atribulado del elfo.

La calle se veía extrañamente solitaria, pero Gandalf no pareció alarmado por eso, sino que caminó por el medio de ella siempre acarreando a Legolas a su derecha. Recorrieron la callecita casi hasta el final, cuando el anciano se detuvo.

Era un edificio estrecho, con montantes que daban a la calle y un estrecho portal.

Al ver que el anciano no avanzaba más, Legolas se detuvo a medio camino y se volvió. La mirada de despedida que había en los ojos del hombre le indicaron que ahí era donde él debía quedarse. Entonces hubo unos pasitos leves a sus espaldas y Legolas volvió a dirigir la mirada hacia ese lugar.

En el escalón de la entrada, había una joven y solo al verla, Legolas supo que tambien era una elfa, pero no era eso lo que lo había dejado prácticamente sin palabras.

Era la ropa que llevaba, tan diferente a las que había visto en las gentes que vivían en el resto de la ciudad. Para él, era una larga túnica, luego sabría que a esa prenda se le llamaba kimono; de color azul celeste con un elaboradísimo bordado en la parte inferior representando las arremolinadas olas de un arroyo en color marfil y peces plateados nadando en la corriente donde flotaban tambien hojas doradas de un arbol. Un amplio cinturón de tela, tambien de seda en color azul profundo con bordados dorados.

El rostro estaba un poco mas blanco de lo normal, seguramente estaría usando algun maquillaje, los labios rojos, el cabello negro brillaba en un peinado alto. El color de la ropa solo hacía resaltar con más fuerza los ojos celestes.

Sonreía, pero de algún modo esa sonrisa no se veía agradable. Cuando habló lo hizo en la Lengua Común.

- Gandalf...- la voz era un arrullo.- ¿Podrías sacar los desperdicios más tarde...? Me gustaría salir.

Inocente, Legolas miró alrededor, y al no ver nada, se dio cuenta que se estaban refiriendo a él. La mano del anciano en su brazo le hizo retener la contestación que le subió a los labios.

- Tal vez a usted no le importe estar tan cerca, pero cuando yo veo desperdicios, me aparto.

- No sé cómo hay gente que te aguanta, Arwen.- dijo Gandalf, serio pero igual tiró del brazo del elfo quitándolo del camino.

Sin volver a dedicarle una mirada, Arwen bajó el escalón y se alejó. Los pasos eran menudos y leves, casi parecía deslizarse por la calle y hacian ondular con suavidad el borde inferior del kimono.

- Gandalf, bienvenido.- dijo otra voz masculina y ésta reveló pertenecer a un hombre que había salido detrás de la elfa. Era inmenso, vestía un kimono mucho mas simple, en color gris, el 'obi' o cinturón de tela que mantenía las dos partes cruzadas, era negro y mas angosto. Calzaba unas curiosas sandalias de madera.

Los ojos rasgados y negros casi se convirtieron en líneas cuando sonrió y el rostro se quebró en innumerables arrugas, era bastante mayor, aunque no tanto como Gandalf al menos. Miró al elfo con detenimiento.

- ¿Es él?

- Así es, Fumio, te lo dejo. Da mis saludos a Tyra-san.- el anciano hizo una rígida reverencia y empezó a alejarse.

- Gandalf... Espera...- el elfo estaba atónito, sin saber qué hacer, qué decir.

- Aquí es donde te quedas. No puedo quedarme mucho más, me esperan de regreso para llevar a otro tu hermano a su destino.

Sin decir otra cosa, apuró el paso y Legolas se quedó mirando hasta que desapareció. Sus sentidos estaban algo embotados por la rápida desaparición del único lazo que lo había mantenido unido a su existencia anterior. Sintió una mano posándose en su hombro y giró vivamente para encontrar al hombre llamado Fumio.

- Calma... No tienes por qué estar tan asustado.

Legolas hubiese querido decir que no lo estaba, pero prefirió mantenerse en silencio antes que mentir. Lo condujeron a traves de la entrada hasta un vestíbulo que comunicaba con una sala de recepción, cuyos pisos estaban cubiertos por una especie de esteras llamadas 'tatamis', un hermoso biombo al final, ocultaba un pasaje estrecho que conducía al resto de la casa.

Las habitaciones estaban distribuidas a ambos lados de este pasaje. A la izquierda, la puerta abierta le permitió observar la cocina, mas allá dos puertas más, pero estaban cerradas. A la derecha, las habitaciones se sucedían una a otra: una recepción más, el comedor, y una sala más a través de cuyo amplio ventanal se observaba un hermoso jardín interior. En el comedor había un gran brasero y en un extremo una escalera que debía llegar a la segunda planta.

Al pasar por la puerta de la cocina, Fumio gritó una orden a alguien y luego condujo al elfo a la última puerta de la izquierda, que reveló ser un cuarto de baño.

- Debes bañarte.- indicó.- Han sido muchos días de viaje.

Una vez mas, Legolas mantuvo el silencio. Tenía muchas ganas de decirle al hombre que los elfos apreciaban la limpieza mucho más que muchos humanos, pero considerando que iba a tener que vivir allí, decidió que no era buena idea empezar con una discusión. Luego recordó que ya había una elfa viviendo allí.

Legolas oyó un gorgoteo y a través de un tubo adosado a la pared, empezó a surgir agua caliente que cayó en la tina. Como el hombre salió un momento, el elfo se quitó la ropa y se metio en el agua disfrutando por unos minutos la agradable sensación.

Casi saltó cuando la puerta volvió a abrirse y Fumio entró acarreando una brazada de telas. El hombre se quedó alelado contemplando la espléndida belleza del elfo, ahora de pie en el agua, desnudo y chorreante, que lo miraba con los ojos dilatados sin saber qué esperar.

Pero el hombre lo veía con expresión de admiración, como quien admira una obra de arte. El cuerpo delgado, los músculos detallados y firmes, las estrechas caderas y las piernas torneadas.

- Tranquilo... Cielos, eres muy hermoso. A Tyra-san le va a causar buena impresión. No tienes que preocuparte por mí, mi hombría fue removida en mi primera juventud.

La declaración fue hecha como una información más, sin sentimientos pero Legolas supo que no iba a estar calmado hasta no saber bien qué iba a hacer allí. Sin perder de vista al hombre se restregó con el paño que le dieron para eso, usó el liquido jabonoso para quitar la suciedad del cabello y por fin dejó caer un buen cubo de agua desde su cabeza para eliminar todo resto de espuma. Fumio le tendió las telas para que se secara y luego una especie de camisa celeste abierta adelante, sin botones. Legolas se la puso, apenas le llegaba a las caderas.

- ¿Esto es todo...?- preguntó horrorizado porque eso no cubría nada.

El hombre sonrió ante la pregunta. Era increíble la inocencia de ese elfo, parecía un jovencito de pocos años.

- Claro que no, pequeño elfo.- le extendió unos pantalones grises y unas sandalias similares a las que él calzaba.

Legolas había estado a punto de protestar por lo de 'pequeño'. Si él podía facilmente tener muchas veces la edad de ese hombre, pero al final no lo hizo y terminó de vestirse.

Entonces el hombre se puso serio.

- Escúchame bien ahora, pequeño elfo. Te llevaré a conocer ahora a Tyra- san, ella es la dueña de este lugar y ella decidirá si autorizará tu educación.

- ¿Qué es este lugar? ¿Educarme para qué?- preguntó por fin el elfo, pero no estaba muy seguro de querer oir las respuesta.

- Este lugar es una 'okiya', la casa donde viven las geiko y los geijin. Si a Tyra-san le agrada lo que ve, y trabajas mucho, permitirá que empieces tus estudios como geijin.

- ¿Qué... es un geijin...?

- ¿No lo sabes?- sorprendido, vio el gesto de negación del elfo.- ¿Y por qué viniste entonces?

- Me trajeron. Debo cumplir mi destino y mi destino está aquí.

La respuesta no pareció convencer demasiado al hombre pero siguió hablando.

- Un geijin es un hombre que aprende a complacer a sus clientes.

- ¿Cómo...?

- De todas formas.

Esas palabras consiguieron que Legolas tuviera muchos deseos de empujarlo y salir corriendo de ahí. No quería estar ahí, no quería saber mas nada de ese lugar, y tuvo que recordarse con toda su fuerza el juramento que había hecho.

- Ahora, cuando vayamos a ver a Tyra-san, se espera que hagas una reverencia como la que hizo Gandalf, pero mas pronunciada. Corresponde porque es la dueña de la okiya. Luego quedate quieto y en silencio y no la mires a la cara a menos que te lo indique.

Sin esperar respuesta, salió del cuarto descontando que el elfo lo seguía. Ingresaron a la sala de recepción y esperaron. Cuando la puerta corredera de un lado se abrió, emergió una mujer pequeña, vestida con un kimono simple de color ciruela y obi blanco. Era más joven que Fumio pero un rictus severo hacía un poco difícil adivinar su edad. El cabello oscuro estaba sujeto en un apretado moño y ni un solo pelo escapaba de ese peinado. Fumio hizo una reverencia leve y dio un paso al costado.

Resignado, Legolas hizo lo que le habían indicado, inclinándose un poco más de lo que su dignidad de príncipe le hubiese aconsejado. Con amargura se recordó que ya no era príncipe.

Hubo un instante de silencio, en el cual Legolas se limitó a contemplar las junturas del tatami a sus pies.

- Acércate.- dijo una voz ligeramente ronca y acto seguido dio una vuelta alrededor del elfo, observándo con todo detenimiento.- Eres un elfo.

- Así es Tyra-san.- respondió Fumio por él.- Es hermoso, ¿no cree?

- Hay demasiados jovencitos hermosos por aquí. Lo que necesitamos es uno inteligente, no uno bonito. Para bonita ya la tenemos a Arwen y... bien... Levanta el rostro.

Muy despacio, Legolas alzó la cara y a último momento, se dio cuenta que la mujer había dicho 'levanta el rostro', eso no significaba que podía mirarla; de manera que dominandose permaneció con los párpados bajos. Eso debio ser lo correcto, porque hubo un sonido que pudo haber sido una risita.

- ¿Tienes piojos?

La pregunta era casi insultante, se obligó a responder con calma.

- Soy un elfo, señora. Nosotros no portamos ese tipo de problemas.

- Bueno, eso nos ahorra tener que rasurarte ese hermoso cabello. Ahora perteneces al Barrio de los Cerezos, pórtate bien o recibirás unos cuantos azotes; es Fumio el que se encarga de eso. Te aconsejo que trabajes mucho y no salgas de la okiya sin permiso. Mmm... Déjame ver... A partir de hoy, tu nombre será Hikari.- la mano se adelantó para deslizar los dedos por un sedoso mechon rubio.- Rayo de Sol... El día que seas un aprendiz de geijin, recobrarás tu nombre élfico. Si no das guerra en unos días empezará tu instrucción, pero si das problemas no serás más que un criado. Y debes saber que ningún hombre completo es criado en una okiya.

Diciendo eso, dio media vuelta y salió del recinto dejando a un elfo atribulado. De pronto, en tan escaso tiempo había perdido incluso su nombre. Y no solo eso, si no conseguía convertirse en geijin, sería relegado al puesto de un sirviente, con las implicancias secundarias de eso.

Si le hubiesen cortado las manos y los pies, en lugar de alejarlo de su hogar y sus hermanos, Legolas no se hubiese sentido peor de lo que se sintió durante los primeros días en ese extraño lugar. La lejanía de sus hermanos era tan dolorosa que por momentos, sobre todo durante las noches, pensaba que la tristeza lo invadía por completo. Sin embargo, al despuntar el nuevo día, reiniciaba las actividades y se sorprendía a sí mismo sobrellevando un día mas.

Había otro muchacho en las mismas condiciones que él. Lo llamaban Mamoru, en ese momento, y había conseguido tranquilizar un poco a Legolas informándole que al menos el aprendizaje de que él tenía conocimiento, se refería a lecciones de canto, danza, música; arte en general. La perspectiva era algo mejor de lo que él había imaginado y decidió que quizás merecía la pena el intento. Después de todo, no podía irse, no tenía ningún lugar donde ir.

De momento, tenía tareas sencillas. Todos domían en esteras que se acomodaban sobre los tatamis, y todas las mañanas debía recogerlas, limpiar las habitaciones, barrer el pasaje interno. Unos días después de su llegada, acompañó a Mamoru fuera del Barrio a comprar algunas hierbas medicinales y otras cosas, y pudo recorrer otro sector de ese nivel de la ciudad. Al menos no se sentía tan prisionero.

Además de los pequeños incidentes inevitables porque no conseguía adaptarse a su nuevo nombre, había un gran problema. Legolas había pensado durante los primeros días, que Arwen y él podían llegar a ser amigos, después de todo compartían una raza común, pero pronto tuvo que desistir de la idea. El tono despectivo y altanero que había usado con él, el primer día era común en ella, casi con todos. Y eso, porque a pesar de que había otras dos jóvenes estudiantes, ella era la única geiko de la okiya. Era su trabajo el que hacía entrar el dinero que mantenía en su mayor parte el lugar. Era importante mantenerla contenta y ella usaba eso en todo momento.

Mamoru le había aconsejado que se mantuviese alejado de ella y Legolas consideró bueno hacerle caso y trataba de verla lo menos posible.

Un día, cuando llevaba ya tres semanas en la okiya, subió un poco tarde a arreglar el cuarto de Arwen, mientras ella iba a sus clases de danza. El cuarto de la elfa era el más espacioso de la okiya y no lo compartía con ninguna de las otras jóvenes, pero si bien lo usaba sola, lo desastraba por cuatro, así que con un resoplido de disgusto, Legolas comenzó la tarea de juntar los cepillos para el cabello esparcidos por todos los tatamis, restos de frutas en un rincón, y gran cantidad de ropa desperdigada. Estaba levantando una prenda cuando la puerta se abrió y entró Arwen.

- Ah, eres tú... Ya me parecía haber escuchado ruiditos de alimaña. Veo que has estado ordenando mi tocador. ¿Por qué tocas los potes de maquillaje?

- Los muevo solo para quitar el polvo por debajo.

- Pero si los tocas, empezarán a oler como tú. Y entonces los clientes me diran: 'Arwen, por qué hueles como un elfo ordinario?' Creo que puedes comprenderlo... No estoy muy segura, así que me parece que podrías repetirlo... ¿Por qué no quiero que toques mi maquillaje?

El hermoso rostro de Arwen lo miraba con expresión de cándida inocencia, casi sonriendo. Legolas sabía que eso lo hacía con todos, pero hasta ese momento, siempre había podido mantenerse al margen de las maldades de ella. No podía oponerse a Arwen, tenía que recordar que debía quedarse ahí. Con mucho esfuerzo consiguió articular las palabras para contestar.

- Porque empezaran a oler como yo.- murmuró.

- ¡Perfecto!- exclamó contenta.- ¿Y entonces qué dirán los clientes?

- Dirán: Arwen ¿Por qué hueles como...como un elfo ordinario?

Esas últimas palabras le habían costado demasiado. Él no era un elfo ordinario, había pertenecido a una familia noble.

- Hmm... No termina de convencerme tu tono, pero vamos a dejarlo así por el momento, Hikari.

Legolas llenó de aire los pulmones. Odiaba ese nombre y de alguna manera ella lo había averiguado porque no perdía oportunidad de usarlo.

- No entiendo por qué todos los elfos de Mirkwood huelen tan mal. Ese horroroso hermano tuyo estuvo aquí buscándote hace un par de días y dejó toda la okiya impregnada con ese terrible hedor.

Hasta ese momento, Legolas había evitado mirar a Arwen, pero al oír eso, levantó la vista del suelo para saber si estaba diciendo la verdad.

- ¿No te dije que había venido? Oh, debo haberlo olvidado... Probablemente quiere encontrarte para ayudarte a huir...

- Por favor, Arwen...- en ese momento, a Legolas no importaba pedir 'por favor'. La absoluta necesidad de volver a ver al menos a uno de sus hermanos era más fuerte que su orgullo.

- ¿Quieres que te diga donde está, verdad? Bueno, pequeño Hikari, vas a tener que ganártelo... En cuanto piense cómo, te lo diré. Ahora sal de mi cuarto.

Tenía que sosegarse, tenía que calmarse para no hacer algo muy tonto y perder toda oportunidad de encontrar a su hermano. Le llevó algunos segundos tranquilizarse, pero evidentemente fueron más de los que Arwen estaba dispuesta a esperar. Con sus pasitos ligeros se acercó a Legolas, mirándolo con la cara llena de luminosa alegría. A su pesar, el elfo rubio se encontró admirando las armoniosas facciones. Había visto a los guardias, comerciantes y hombres ricos de la ciudad detenerse para mirar la resplandeciente hermosura de la elfa.

Se acercó tanto a él, que Legolas pensó que iba a decirle algo al oído, pero después de quedarse así unos instantes, alargó la mano y le dio una sonora bofetada. Por fortuna para ella, la puerta de la habitación se abrió justo en ese momento y Fumio entró.

- ¿Qué crees que haces, Arwen?- tronó el hombre.

- Estaba hablando de escaparse, Fumio-san. Ya que estás tan ocupado, pensé que podía aleccionarlo por tí.- replicó con absoluta calma.

- En el futuro, no pienses, Arwen-san. No es tu fuerte.- dijo el hombre.

Tomó por el brazo a un tembloroso elfo y lo llevó hacia afuera.

Si Legolas estaba temblando, no era por el dolor de una bofetada, por supuesto. Era por la tremenda humillación, no solo del golpe sino de toda la conversación. Nunca había tenido que soportar algo semejante de nadie sin tener al menos la oportunidad de responder y hacerse respetar. Pero lo que más temía, era que Arwen poseía una información que él quería y ella lo sabía muy bien. Sintiendo la mejilla arder, se preguntó a sí mismo qué le pedirían a cambio de revelarle el paradero de su hermano.

TBC...

NOTAS: La palabra 'geisha' significa artista, pero las mujeres que se dedicaban a esto preferían llamarse a sí mismas 'geiko': mujer del arte. La palabra geijin no existe porque no había hombres dedicados a esto, así que la inventé. Tenían un nombre propio, pero al convertirse en aprendizas de geiko tomaban un nombre nuevo, que se convertia en algo similar a un nombre artístico por el cual eran conocidas. Se dedicaban a aprender las maneras de entretener a los clientes que las contrataban para animar sus reuniones. Sus lecciones incluían canto, danza, tocar instrumentos musicales y la tradicional ceremonia del té. Segun la autobiografía de una geiko auténtica, este entretenimiento no incluía el tipo de 'diversión' que todos sospechan. Creo que no me olvidé de nada por ahora.