Título: El destino del árbol y el junco
Autor: abysm
Disclaimer: Los personajes son de JR Tolkien, por supuesto. Los tomé prestados un tiempito.
Advertencias: Esto será slash Aragorn/Legolas, definitivamente. Creo que será rating R en algunos capítulos.
Aclaraciones: AU. No hay Anillo ni Sauron. El fic estará ambientado en la tradición de las geishas. Algunas de esas costumbres van a estar alteradas para beneficio de la trama del fic. Intentaré aclarar las ideas erróneas, me encanta el mundo de las geishas y no quisiera ofender. Por eso, habrá algunos nombres japoneses (personajes secundarios, obvio y poquitos) y alguna que otra frase.
Capitulo 3
Tres caminos diferentes
Imrahil
A pesar de los años que tenía, Gandalf jamás había asistido a algo similar a la ceremonia que había tenido lugar en Mirkwood y mucho menos a una separación tan abrupta de tres seres que hasta ese momento habían permanecido prácticamente inseparables. Además, conocía bastante bien a los príncipes y el 'destino' de cada uno era, según su opinión, lo menos indicado para cada uno.
Apenas salió de Minas Tirith y estuvo al descampado, convocó a su fiel Sombragrís ya que tenía premura por regresar a Bosque Negro donde aún tenía que escoltar al segundo príncipe. No tuvo que aguardar mucho, poco después el hermoso corcel llegaba junto a él, nunca se alejaba demasiado. Con él, había otro caballo más. Era gris acerado, macizo y fuerte, un animal hermoso, sobre la frente amplia tenía una mancha blanca. Rápido, el hombre montó en su cabalgadura y puso rumbo a Mirkwood.
En el silencio de sus habitaciones, Imrahil terminaba de guardar los últimos dibujos que había hecho y sus últimas anotaciones. Mientras lo hacía, no podía sacar de su mente el rostro de su hermano Legolas y ahora lo comprendía. Había llegado su momento de irse y esa realidad lo abrumaba, lo aplastaba por lo inevitable. Como su hermano, había hecho un juramento y no iba a quebrantarlo; su honor era algo que no tenía precio. Se sentó en la cómoda silla que tenía frente a su mesa de estudios, donde pasaba larguísimas horas en agradable lectura e investigación. Pensó en el fruto de su trabajo. Había hecho para Gandalf un amplio catálogo de las especies curativas de Bosque Negro, con detalles e ilustraciones de variedades que solo crecían ahí. No lo había terminado y ahora, probablemente nunca lo haría. Su mente vagó hacia lo ocurrido durante esa noche tan especial para ellos.
En un principio, solo había visto centelleantes remolinos de color, una vorágine que solo había conseguido confundirlo, pero luego, algo había aparecido detrás de todo eso. Un mar ondulante y verde. Esa sola visión había congelado su corazón, no era posible que ya fuese su tiempo de partir de la Tierra Media. En cuanto se recuperó del susto inicial, se dio cuenta que no era agua lo que ondulaba frente a sus ojos. La amplia extensión que tenía ante sí, era un llano rebosante de pastura alta verde y brillante, un río serpenteaba y se perdía a lo lejos, la bruma del amanecer se despejaba de a poco a medida que Anar despertaba. Una dulcísima voz cantaba a lo lejos, pero no comprendía lo que decía, a pesar de sus agudos sentidos, solo parecía llegarle la melodía y el sentimiento contenido en ella. Algo mas había ahí, algo que empezaba a oírse como el lejano rodar de un trueno. El sonido se acercó de a poco, y por fin, irrumpió con verdadero fragor. Se rompió la espesura de la niebla, y de entre las rachas blancas surgió una salvaje manada de caballos. Piafando, resoplando, pasaron a toda velocidad y se perdieron. Con ellos terminó su visión.
Estaba a punto de amanecer, y eso marcaba su último día en Mirkwood. Unos golpecitos dados en la puerta le indicaron que ya había llegado la guardia que debía escoltarlo al salón donde lo aguardaban su padre y su hermano, de modo que, decidió mostrar la misma valentía que había exhibido Legolas. Sin volver a dar una mirada atrás, abrió y los acompañó.
Luego de una despedida demasiado triste y por lo mismo corta, Imrahil había salido siguiendo a Gandalf a traves de los pasillos hasta las caballerizas. Allí vio al legendario Sombragris, tan magnífico que era un placer mirarlo y el otro corcel a su lado. Por un momento, se quedó mirándolo porque era imponente, de gran alzada, de miembros macizos y poderosos. Gandalf se volvió cuando se dio cuenta que el elfo no se movía.
- ¿Qué esperas? Debemos partir de inmediato.
- ¿Este es mi caballo?
- Por supuesto. Su nombre es Estrellablanca, será tu cabalgadura a partir de ahora. ¿Acaso suponías que ibas a unirte a los rohirrim con un caballo común?
Sin decir ni una sílaba mas, Imrahil montó y el corcel resopló y se sacudió un poco. No era que no supiera dominar un caballo, era muy buen jinete; si no quedaba mas opción que cabalgar. Una vez más se preguntó qué clase de sabiduría tenía la Dama de Lórien que enviaba a un estudioso a meterse en medio de los duros y terribles jinetes de la Marca.
Imrahil terminó de acomodar la silla sobre Estrellablanca mientras acariciaba el terso pelaje gris, como elfo, no la necesitaba, pero todos los jinetes la usaban. La tenue luz del amanecer ya había empujado lejos la oscuridad de la noche y hacía ya casi diez días que estaba junto a los jinetes de Rohan. Cierto que había pasado los primeros dos días en Edoras, donde esperaba quedarse; pero luego lo habían enviado junto con los demás principiantes a las llanuras donde los jinetes se fogueaban.
Después de preparar al caballo, trenzó con prolijidad su cabello para poder acomodar el ligero casco que usaban todos. Al levantarlo no pudo dejar de observar sus manos. En esos pocos días habían perdido la habitual finura que solían tener. Cierto que, la habilidad natural de los elfos para sanar con rapidez, le impedía tener ampollas o cortaduras, pero se las hacía, y vaya que sí. Que sanaran rápido era algo diferente. Ese día tenía suerte, iba a partir con un grupo que patrullaba las orillas del Entaguas y eso lo mantendría lejos de las malolientes tiendas de los jinetes. En realidad, lo que le hacía mal era el olor a la comida que preparaban. Su estómago élfico no podía soportar la asiduidad con que la carne, en cualquiera de sus maneras de cocción, aparecía en el menú. Se había pasado los primeros tres días con náuseas como una mujer encinta a causa del olor. Eso y el vino que algunos jinetes consumían, vino o cerveza. Bien o mal, parecía que ahora podía estar algún tiempo tolerando esos horribles hedores.
Un sonido evidente a sus espaldas le anunció que alguien se acercaba y con un gesto de fastidio supo quien era. Una de las costumbres de los rohirrim era galopar en parejas, para que quien guiaba el caballo estuviese libre de tener que otear los alrededores en busca de enemigos. Pero si bien esa costumbre era estratégicamente sólida, Imrahil no podía tolerarla. En realidad, lo que no podía tolerar, era a su compañero de cabalgadura.
El elfo podía ser un estudioso, pero sabía distinguir entre un hombre rudo y uno grosero y Brego era, decididamente vulgar y grosero; además de poco aficionado a la higiene, cosa que hería el delicado sentido olfativo de Imrahil.
Aquel llegó junto al elfo y palméo las ancas de Estrellablanca que resopló, como si tampoco él pudiese soportar al hombre. Sin molestarse por eso, el jinete hizo un desagradable ruido con la nariz y lanzó un escupitajo a tierra.
- ¿Listo para cabalgar, elfito?
Imrahil no contestó, solo asintió en silencio y sin mirarlo. No podía empezar el día peleándose con su compañero, pero eso resultaba cada día más difícil. Sin decir ni una sílaba, montó adelante. Estrellablanca era su caballo y nadie mas podía dirigirlo. En realidad el fiel corcel no permitía que nadie más que el elfo lo montara. Unos segundos después, el otro hombre montó en la grupa, directamente detrás de Imrahil. Esperaban la señal de partida cuando el cuerpo del hombre se pegó demasiado al elfo, y aquel dio un respingo de sorpresa.
- Este caballo es demasiado brioso, Imrahil, no quiero terminar en el suelo.
- Bien, solo mantén tu distancia.- contestó, hosco.
Dieron la señal y empezaron a alejarse del campamento, pero habían hecho apenas unos metros, y el elfo sintió una mano ascendiendo sospechosamente por su muslo derecho. Antes que pudiese decir algo, aquella derivó de manera certera hacia adelante, prodigando una caricia que Imrahil no había pedido y mucho menos deseaba. Pronunció apenas unas palabras en élfico y Estrellablanca alzó las patas delanteras de forma abrupta. El elfo estaba bien sujeto a las riendas, pero el jinete a sus espaldas se aferró a él con fuerza y lo arrastró en su caída.
Ambos rodaron entre la tierra y el pasto, forcejeando. Era considerable la fuerza de Brego, y por eso consiguió afirmar el cuerpo del elfo en tierra con su propio peso, sujetandole las manos. El resto de los jinetes de la partida, dándose cuenta de la pelea, regresaron y los rodearon.
Imrahil era de carácter apacible, en general no le gustaba pelear y evitaba hacerlo tanto como podía, por eso no tenía demasiada experiencia en la lucha cuerpo a cuerpo, pero en ese momento, estaba enfurecido. Poniendo en juego la fuerza de su raza, se deshizo de las manos del hombre y le propinó tan fuerte golpe que aquel salió despedido hacia atrás.
Viendo que el asunto se ponía realmente feo, otros jinetes se apearon para separarlos. En cuanto lo consiguieron, se acercó Jerek, el responsable de aquella compañía.
- ¿Qué sucede aquí? ¿Qué clase de comportamiento es éste?
- El principiante me arrojó del caballo. Lo azuzó en su lengua, Jerek, yo lo escuché.- contestó Brego que no podía admitir que el elfo lo hubiese despachado de ese modo.
- ¿Qué dices a eso?- esta vez, la pregunta iba dirigida al elfo.
- Es cierto. Cuando quiera que me toquen, Brego, yo sabré buscar a alguien de mi agrado para que lo haga.
El hombre se quedó alelado por las palabras del elfo y se puso morado cuando algunos de sus propios compañeros comenzaron a reírse y a murmurar entre ellos. Era una humillación que no podía aguantar, no por el hecho de haber intentado un avance con el elfo, sino porque todos se enteraron de su rechazo. Jerek meditó apenas unos segundos, no podía seguir deteniendo el patrullaje.
- Brego, monta con aquel.- dijo, señalándole a uno que iba solo.- Los demás continúen, los alcanzo pronto.
Esperó a que hubiesen alejado un poco y se acercó a Imrahil, que seguía de pie, junto a su caballo.
- Escucha esto, elfo: te aceptamos entre nosotros en atención a un pedido de Gandalf, pero con la condición que te adecuaras a nuestras costumbres.
- ¿Y por eso debo permitir que cualquiera me manosee a placer? No soy el consuelo de tus hombres, Jerek.- dijo Imrahil, con firmeza, sin desviar ni un milímetro la mirada.
El jefe de los jinetes midió por unos segundos al orgulloso elfo y casi sonrió. Si conseguía moldearlo, podía ser un gran rohirrim, pero había mucho por reformar. Quizas un par de días de escarmiento ayudaran, luego hasta podría ver si servía como mensajero.
- Creo que Brego podrá entender eso en el futuro, pero mis jinetes no pelean entre ellos. Regresa al campamento, ayudarás con la cocina los próximos tres días.
Diciendo así, montó en su propio caballo y salió detrás de sus hombres. Todavía enfurecido, Imrahil no podía creer lo que había hecho. Se había trenzado en una pelea con un hombre, y le había plantado cara a su jefe. Bien, si su vida no era miserable hasta ese momento, seguro iba a serlo en los próximos días. El solo pensar en el olor de la comida que ahora iba a tener que ayudar a preparar le revolvía el estómago.
Resignado, tomó a Estrellablanca de las riendas y emprendió el camino al campamento.
Elroy
El alto mirador le había permitido a Elroy mirar las dos figuras montadas alejándose hasta que las perdió de vista y aun así se quedó allí. Hasta ese momento había sobrellevado bastante bien todo el asunto, pero ahora, al saberse completamente solo estuvo a punto de derrumbarse.
Nunca se habian separado, eran como dedos de una misma mano, los tres; y ahora la ausencia de sus hermanos le dolía de manera casi física. Se suponía que no debía saber dónde estaban, pero se habían arreglado para comunicarse adónde irían aunque no pudiesen hacer nada para evitarlo. Sabía que Legolas iba a Gondor, probablemente a Minas Tirith, que era la ciudad más importante, pero no estaba seguro. En cuanto a Imrahil, él había dicho Edoras, pero Elroy había visto el caballo que montaba su hermano al partir. Era de los usados por los jinetes de Rohan, así que era posible que terminara junto con ellos.
No podía entender, él hubiese dado cualquier cosa porque lo enviaran a otro lugar en vez de quedarse en Mirkwood. No era que no le gustara su hogar, pero siempre había preferido los caminos, las aventuras y los nuevos horizontes. No habían aparecido nuevos horizontes en lo que el Palantir le había mostrado. Todo lo contrario.
La luz inundó su visión aclarando los contornos de las cosas que veía. Conocía el lugar donde estaba, era la habitación de su padre pero estaba diferente. Hubo unas risitas traviesas del otro lado de la cama y él rodeó el mueble para ver qué había allí. Asombrado, vio que eran tres pequeños elfos y le costó un poco darse cuenta que eran ellos. Reconoció los modales medidos de Legolas, y la timidez de Imrahil, tambien la exhuberancia de su carácter que ya por entonces era un problema. De pronto, su padre entró acompañado por dos de las nanas de los príncipes y se llevaron a sus hermanos. Con una sonrisa, Thandruil le dio una hermosa caja indicándole con un gesto que la abriera. Dentro, había una reproducción a escala de Mirkwood. Habían dibujado el curso de los ríos, las lejanas Montañas Nubladas y hasta tenía muchos pequeños arbolitos diseminados. Una vez más su padre le dio a entender que eso era solo para él y el elfo niño Elroy sonrió complacido.
Todo se sumió en la oscuridad antes que pudiese captar algo más de aquella escena. No había arriba o abajo, solo oscuridad y era horrible. Ningun elfo soportaba por demasiado tiempo la oscuridad y él no era la excepción. Intentó moverse y notó que estaba sujeto firmemente de muñecas y tobillos por pesadas cadenas de plata. Eran hermosas, pero increíblemente pesadas. Alguien lloraba a lo lejos, dentro de la oscuridad, en un primer momento, no le importó; pero después el sonido fue tan desgarrador que lo conmovió. Casi al mismo tiempo, las cadenas se transformaron en sogas plateadas, luego fueron listones de seda y entonces notó que podía moverse y que el sonido al fondo ahora era una risa. La oscuridad cedió y antes que pudiese ver dónde estaba, la visión terminó.
Aturdido, Elroy bajó del mirador y volvió a sus habitaciones sin deseos de ver a nadie. Por esa noche, Thandruil respetó sus ansias de soledad.
Sentado en la húmeda oscuridad, Elroy abrazó sus piernas para resistir la intensa angustia que le producía la negrura que tenía frente a sí.
Reconocía que en esos casi diez días, había colmado la paciencia de su padre y la tolerancia del rey, todo al mismo tiempo. No lo soportaba, no podía aguantar quedarse quieto mucho tiempo, necesitaba salir y sentir el aire del bosque, pasar alguna noche al solo abrigo de la bóveda del cielo y sus rutilantes estrellas. Durante esos días, había tenido que empezar a aprender el rígido protocolo que iba a empezar a regir su existencia en cuanto lo proclamaran como Príncipe Heredero. Sacaba de quicio a sus maestros y a su buen padre; pero finalmente se había excedido.
Se suponía que debía estar en la Sala del Concejo, donde recibirían a los Ministros para resolver problemas de estado pero por cuarta vez consecutiva, se había quedado dormido y ni siquiera estaba en sus habitaciones. Con seguridad Thandruil lo había esperado hasta que la paciencia se le acabó y mandó a buscarlo por todos lados, pero cuando por fin lo ubicaron en la habitacion de uno de sus amantes, fue demasiado. Lo encontraron, lo llevaron a la Sala del Trono, donde esperó, bastante temeroso la aparición del rey.
El resultado, es que ahora estaba ahí, en uno de los antiguos calabozos, donde no llegaba el sol, donde no había luz. Elroy nunca había pensado que existía un lugar así en Mirkwood, que su padre hubiese consentido la existencia de un sitio como ése y peor todavía, que lo hubiese mandado a él ahí, aunque había hecho todo lo necesario para merecerlo.
Sus finos sentidos le avisaron con bastante antelación que alguien bajaba las escaleras que conducían a ese lugar y reconoció tambien que los últimos peldaños los bajó solo. Chirriaron los goznes de la pesada puerta y aquella se abrió dejando entrar la claridad de una lámpara detrás de la cual apareció el rostro de su padre. La mirada distante y fría que recibió le indicó de inmediato quien estaba ahí.
- Majestad.- dijo, saltando y poniéndose de pie.
- Jamás pensé que yo mismo pondría a un hijo mío en un sitio como este. - dijo con voz clara y firme.- Y jamás pensé que un hijo mío se haría merecedor de algo así.
Elroy simplemente no tuvo palabras para decir por lo que el otro continuó.
- Príncipe, es necesario que asumas el papel que te fue destinado. Fuiste elegido por encima de tus hermanos para ser el Heredero, juraste, como ellos cumplir con tu destino y no lo estás haciendo. No deseo pasar por encima de los designios de la Dama, pero si no planeas cumplir tu palabra, dilo de una vez. Haré volver a alguno de tus hermanos, pero tú no pertenecerás más a la Casa de Thandruil.
Eran las palabras más duras que jamás le había dicho a alguno de sus hijos, y el buen rey estaba recurriendo a toda su fortaleza para que el padre no interfiriera con el mandatario.
El joven elfo, compungido ni siquiera intentaba mirar a su padre. Hubiese querido gritar que él no lo había pedido, él no había querido ser heredero, con todo gusto habría dejado que alguno de sus hermanos se convirtiera en rey; pero no podía. Había jurado y el peso de ese juramento ahora lo aplastaba.
- Muy bien, príncipe; decide.
Elroy tomó aire muy despacio, sabía que las palabras que iba a pronunciar lo atarían de por vida a eso, pero de cualquier modo, ya estaba atado. No tenía escapatoria.
- Cumpliré, Majestad.
-Bien.- la voz manifestó un notable alivio.- Empezaremos de nuevo. Ahora, serás escoltado a tus nuevas habitaciones. Las anteriores estaban bien para un príncipe, pero no para un heredero. Asistirás a tus clases y prestarás atención a tus tutores. Aprenderás el protocolo adecuado para un evento importante, ya que habrá una fiesta para tu designación.
Elroy asintió en silencio.
- Y anunciarás tu próxima boda.
Ahora los dorados ojos del elfo sí miraron al rey, abiertos de par en par, negándose a creer lo que habían escuchado.
- ¿Mi... boda?
- Así es. El futuro monarca debe tener una vida asentada. Te casarás.
- Pero, Majestad... - iba a empezar una airada protesta pero una mirada centelleante lo contuvo.- Ni siquiera sé con quién...
- Para eso tambien será la recepción, para que todos conozcan a tu futura esposa.
- ¿Quien es ella?
- Su nombre es Löne, es sobrina de Lord Elrond de Rivendel.
- Majestad... ¿Es necesario...?- consiguió preguntar con un hilo de voz.
- Absolutamente. Ahora, si no tienes más preguntas, salgamos de este horrible lugar.- Dando la media vuelta, Thandruil inició la salida sabiendo que su hijo lo seguiría.
Elroy consiguió poner sus músculos en movimiento para avanzar. Necesitaba salir de esa oscuridad cuanto antes, pero con el corazón oprimido, se dio cuenta que había cambiado el encierro físico por otro no menos agobiante. Se preguntó si ésas eran las cadenas que había visto en su visión, se preguntó cómo sería su futura esposa, tenía un sinfin de preguntas para hacerse, pero supo que ya no podía hacerlas. Algun día sería rey, y en última instancia un rey solo consulta consigo mismo todas las dudas que pueda tener.
Resignado, siguió a su padre escaleras arriba.
Legolas
Fumio se llevó al elfo hasta las cocinas, lo sentó en una banca y por un instante, contempló la marca rojiza en la tersa piel blanca. Tampoco le pasó por alto la expresión mortificada de aquél y el ligero temblor en las manos. No sabía nada de él, Gandalf no le había dicho nada acerca de la vida que había llevado antes de llegar a la okiya, pero no por nada, él llevaba años allí.
Había visto llegar y partir a muchos aspirantes a geijin y hasta ese momento, no había encontrado a ninguno que tuviese más posibilidades que ese elfo hermoso. Eso, si conseguía que Arwen lo dejara en paz. No entendía a esa muchacha, había supuesto que se sentiría feliz al no estar sola y rodeada de humanos, que podría compartir con el joven, cosas que era evidente no compartía con sus colegas; pero al parecer, se habían equivocado. Al contrario que Tyra, él no pensaba que Arwen fuera tonta; muy por el contrario, era muy inteligente, tanto que se cuidaba muy bien de demostrarlo y a quien demostrarlo.
Esos dos parecían agua y aceite, no podían estar juntos porque el ambiente se enrarecía en cuanto se encontraban en alguna habitación, y tenía que reconocer que no era culpa de Hikari. Ahora que lo pensaba, ni siquiera sabía el nombre verdadero del elfo, pero era mejor así, no quería encariñarse con alguien que quizás no durara demasiado allí dentro. Además el joven tenía el carácter mas apacible que él hubiese visto, bastaba ver la manera en que se había dominado ante la bofetada. Cualquier otro muchacho, elfo o humano hubiese contestado, verbal o manualmente. Había una educación esmerada detrás de esa apariencia afable.
Le examinó la mejilla y le dio un paño humedecido en agua helada para que se pusiera, no quería que nada marcara por demasiado tiempo esa magnífica apariencia. Por un instante se lo imaginó, preparado para ir a una reunión, vestido y listo... Había un gran futuro ahí. Tal vez.
- Hikari,- empezó.- no voy a preguntar qué pasó ahí dentro, porque en realidad, no importa mucho. Arwen daría su versión de los hechos y como ella ya tiene una posición ganada en la okiya, tu versión no importaría.
- Lo sé, Fumio-san.- admitió Legolas suavemente.
- Así que solo te diré esto. No te pongas en su camino, procura no molestarla. En teoría, un geijin debe ser formado por otro, pero no tenemos ninguno en la okiya, de manera que probablemente sea ella la encargada de enseñarte todo lo que debes aprender y que no te enseñan en la escuela.
- ¿Ella...?- la expresión de desconcierto en su rostro debió ser suficiente.
- Las normas sociales, algunas ceremonias y otras cosas son iguales para una geiko y un geijin. No es extraño que una geiko se encargue de eso. Así que ya ves, debes comportarte bien con ella para que desee enseñarte bien. ¿De acuerdo?
No, no estaba de acuerdo para nada, pero tampoco podía decir nada para oponerse, así que solo asintió, cabizbajo. La noticia que Arwen iba a ser su instructora le había quitado cualquier ilusión de poder dedicarse a algo interesante en ese lugar.
Fumio salió unos momentos y regresó minutos después trayendo unas ropas que le extendió a Legolas. Aquel las examinó. Los pantalones no eran muy diferentes a los que estaba usando, solo que en vez de llegarle por debajo de las rodillas, le cubrían hasta los tobillos y eran color azul profundo. La camisa, blanca, cruzada al frente no iba suelta sino que se mantenía en posición con una banda de tela del color del pantalón. Eran ropas simples, pero sin duda, mucho mejor que las que tenía puestas, y que según había comprobado, vestían todos los criados que había en el Barrio de los Cerezos.
- Son tus ropas para la escuela. Mañana acompañarás a Mamoru después de las tareas matutinas y comenzarás tu instrucción. Tyra-san ha dado su visto bueno.
Legolas no estaba muy seguro si debía sentirse contento o no por eso. En cierta forma, para eso estaba allí, pero era casi como si todo eso le estuviese pasando a alguien más, no a él. Sin embargo, tomó las ropas, se puso de pie, y ensayó la reverencia que debía hacer con todos.
- Muchas gracias, Fumio-san.
- No nos decepciones, Hikari. Hay muchas esperanzas puestas en tí. Ahora vete a terminar tus quehaceres.
Con una nueva reverencia, Legolas se fue a la habitación que compartía con Mamoru para guardar sus nuevas ropas y esperar el día siguiente.
NOTA: Bueno, este capítulo no estaba en los planes, pero a mí tambien me dio curiosidad saber qué pasaba con los hermanos de Legolas, y darle una explicación a la aparición de Imrahil en Minas Tirith. Reviews, mails, sugerencias y críticas, please... Menos virus e insultos, acepto todo...
Autor: abysm
Disclaimer: Los personajes son de JR Tolkien, por supuesto. Los tomé prestados un tiempito.
Advertencias: Esto será slash Aragorn/Legolas, definitivamente. Creo que será rating R en algunos capítulos.
Aclaraciones: AU. No hay Anillo ni Sauron. El fic estará ambientado en la tradición de las geishas. Algunas de esas costumbres van a estar alteradas para beneficio de la trama del fic. Intentaré aclarar las ideas erróneas, me encanta el mundo de las geishas y no quisiera ofender. Por eso, habrá algunos nombres japoneses (personajes secundarios, obvio y poquitos) y alguna que otra frase.
Capitulo 3
Tres caminos diferentes
Imrahil
A pesar de los años que tenía, Gandalf jamás había asistido a algo similar a la ceremonia que había tenido lugar en Mirkwood y mucho menos a una separación tan abrupta de tres seres que hasta ese momento habían permanecido prácticamente inseparables. Además, conocía bastante bien a los príncipes y el 'destino' de cada uno era, según su opinión, lo menos indicado para cada uno.
Apenas salió de Minas Tirith y estuvo al descampado, convocó a su fiel Sombragrís ya que tenía premura por regresar a Bosque Negro donde aún tenía que escoltar al segundo príncipe. No tuvo que aguardar mucho, poco después el hermoso corcel llegaba junto a él, nunca se alejaba demasiado. Con él, había otro caballo más. Era gris acerado, macizo y fuerte, un animal hermoso, sobre la frente amplia tenía una mancha blanca. Rápido, el hombre montó en su cabalgadura y puso rumbo a Mirkwood.
En el silencio de sus habitaciones, Imrahil terminaba de guardar los últimos dibujos que había hecho y sus últimas anotaciones. Mientras lo hacía, no podía sacar de su mente el rostro de su hermano Legolas y ahora lo comprendía. Había llegado su momento de irse y esa realidad lo abrumaba, lo aplastaba por lo inevitable. Como su hermano, había hecho un juramento y no iba a quebrantarlo; su honor era algo que no tenía precio. Se sentó en la cómoda silla que tenía frente a su mesa de estudios, donde pasaba larguísimas horas en agradable lectura e investigación. Pensó en el fruto de su trabajo. Había hecho para Gandalf un amplio catálogo de las especies curativas de Bosque Negro, con detalles e ilustraciones de variedades que solo crecían ahí. No lo había terminado y ahora, probablemente nunca lo haría. Su mente vagó hacia lo ocurrido durante esa noche tan especial para ellos.
En un principio, solo había visto centelleantes remolinos de color, una vorágine que solo había conseguido confundirlo, pero luego, algo había aparecido detrás de todo eso. Un mar ondulante y verde. Esa sola visión había congelado su corazón, no era posible que ya fuese su tiempo de partir de la Tierra Media. En cuanto se recuperó del susto inicial, se dio cuenta que no era agua lo que ondulaba frente a sus ojos. La amplia extensión que tenía ante sí, era un llano rebosante de pastura alta verde y brillante, un río serpenteaba y se perdía a lo lejos, la bruma del amanecer se despejaba de a poco a medida que Anar despertaba. Una dulcísima voz cantaba a lo lejos, pero no comprendía lo que decía, a pesar de sus agudos sentidos, solo parecía llegarle la melodía y el sentimiento contenido en ella. Algo mas había ahí, algo que empezaba a oírse como el lejano rodar de un trueno. El sonido se acercó de a poco, y por fin, irrumpió con verdadero fragor. Se rompió la espesura de la niebla, y de entre las rachas blancas surgió una salvaje manada de caballos. Piafando, resoplando, pasaron a toda velocidad y se perdieron. Con ellos terminó su visión.
Estaba a punto de amanecer, y eso marcaba su último día en Mirkwood. Unos golpecitos dados en la puerta le indicaron que ya había llegado la guardia que debía escoltarlo al salón donde lo aguardaban su padre y su hermano, de modo que, decidió mostrar la misma valentía que había exhibido Legolas. Sin volver a dar una mirada atrás, abrió y los acompañó.
Luego de una despedida demasiado triste y por lo mismo corta, Imrahil había salido siguiendo a Gandalf a traves de los pasillos hasta las caballerizas. Allí vio al legendario Sombragris, tan magnífico que era un placer mirarlo y el otro corcel a su lado. Por un momento, se quedó mirándolo porque era imponente, de gran alzada, de miembros macizos y poderosos. Gandalf se volvió cuando se dio cuenta que el elfo no se movía.
- ¿Qué esperas? Debemos partir de inmediato.
- ¿Este es mi caballo?
- Por supuesto. Su nombre es Estrellablanca, será tu cabalgadura a partir de ahora. ¿Acaso suponías que ibas a unirte a los rohirrim con un caballo común?
Sin decir ni una sílaba mas, Imrahil montó y el corcel resopló y se sacudió un poco. No era que no supiera dominar un caballo, era muy buen jinete; si no quedaba mas opción que cabalgar. Una vez más se preguntó qué clase de sabiduría tenía la Dama de Lórien que enviaba a un estudioso a meterse en medio de los duros y terribles jinetes de la Marca.
Imrahil terminó de acomodar la silla sobre Estrellablanca mientras acariciaba el terso pelaje gris, como elfo, no la necesitaba, pero todos los jinetes la usaban. La tenue luz del amanecer ya había empujado lejos la oscuridad de la noche y hacía ya casi diez días que estaba junto a los jinetes de Rohan. Cierto que había pasado los primeros dos días en Edoras, donde esperaba quedarse; pero luego lo habían enviado junto con los demás principiantes a las llanuras donde los jinetes se fogueaban.
Después de preparar al caballo, trenzó con prolijidad su cabello para poder acomodar el ligero casco que usaban todos. Al levantarlo no pudo dejar de observar sus manos. En esos pocos días habían perdido la habitual finura que solían tener. Cierto que, la habilidad natural de los elfos para sanar con rapidez, le impedía tener ampollas o cortaduras, pero se las hacía, y vaya que sí. Que sanaran rápido era algo diferente. Ese día tenía suerte, iba a partir con un grupo que patrullaba las orillas del Entaguas y eso lo mantendría lejos de las malolientes tiendas de los jinetes. En realidad, lo que le hacía mal era el olor a la comida que preparaban. Su estómago élfico no podía soportar la asiduidad con que la carne, en cualquiera de sus maneras de cocción, aparecía en el menú. Se había pasado los primeros tres días con náuseas como una mujer encinta a causa del olor. Eso y el vino que algunos jinetes consumían, vino o cerveza. Bien o mal, parecía que ahora podía estar algún tiempo tolerando esos horribles hedores.
Un sonido evidente a sus espaldas le anunció que alguien se acercaba y con un gesto de fastidio supo quien era. Una de las costumbres de los rohirrim era galopar en parejas, para que quien guiaba el caballo estuviese libre de tener que otear los alrededores en busca de enemigos. Pero si bien esa costumbre era estratégicamente sólida, Imrahil no podía tolerarla. En realidad, lo que no podía tolerar, era a su compañero de cabalgadura.
El elfo podía ser un estudioso, pero sabía distinguir entre un hombre rudo y uno grosero y Brego era, decididamente vulgar y grosero; además de poco aficionado a la higiene, cosa que hería el delicado sentido olfativo de Imrahil.
Aquel llegó junto al elfo y palméo las ancas de Estrellablanca que resopló, como si tampoco él pudiese soportar al hombre. Sin molestarse por eso, el jinete hizo un desagradable ruido con la nariz y lanzó un escupitajo a tierra.
- ¿Listo para cabalgar, elfito?
Imrahil no contestó, solo asintió en silencio y sin mirarlo. No podía empezar el día peleándose con su compañero, pero eso resultaba cada día más difícil. Sin decir ni una sílaba, montó adelante. Estrellablanca era su caballo y nadie mas podía dirigirlo. En realidad el fiel corcel no permitía que nadie más que el elfo lo montara. Unos segundos después, el otro hombre montó en la grupa, directamente detrás de Imrahil. Esperaban la señal de partida cuando el cuerpo del hombre se pegó demasiado al elfo, y aquel dio un respingo de sorpresa.
- Este caballo es demasiado brioso, Imrahil, no quiero terminar en el suelo.
- Bien, solo mantén tu distancia.- contestó, hosco.
Dieron la señal y empezaron a alejarse del campamento, pero habían hecho apenas unos metros, y el elfo sintió una mano ascendiendo sospechosamente por su muslo derecho. Antes que pudiese decir algo, aquella derivó de manera certera hacia adelante, prodigando una caricia que Imrahil no había pedido y mucho menos deseaba. Pronunció apenas unas palabras en élfico y Estrellablanca alzó las patas delanteras de forma abrupta. El elfo estaba bien sujeto a las riendas, pero el jinete a sus espaldas se aferró a él con fuerza y lo arrastró en su caída.
Ambos rodaron entre la tierra y el pasto, forcejeando. Era considerable la fuerza de Brego, y por eso consiguió afirmar el cuerpo del elfo en tierra con su propio peso, sujetandole las manos. El resto de los jinetes de la partida, dándose cuenta de la pelea, regresaron y los rodearon.
Imrahil era de carácter apacible, en general no le gustaba pelear y evitaba hacerlo tanto como podía, por eso no tenía demasiada experiencia en la lucha cuerpo a cuerpo, pero en ese momento, estaba enfurecido. Poniendo en juego la fuerza de su raza, se deshizo de las manos del hombre y le propinó tan fuerte golpe que aquel salió despedido hacia atrás.
Viendo que el asunto se ponía realmente feo, otros jinetes se apearon para separarlos. En cuanto lo consiguieron, se acercó Jerek, el responsable de aquella compañía.
- ¿Qué sucede aquí? ¿Qué clase de comportamiento es éste?
- El principiante me arrojó del caballo. Lo azuzó en su lengua, Jerek, yo lo escuché.- contestó Brego que no podía admitir que el elfo lo hubiese despachado de ese modo.
- ¿Qué dices a eso?- esta vez, la pregunta iba dirigida al elfo.
- Es cierto. Cuando quiera que me toquen, Brego, yo sabré buscar a alguien de mi agrado para que lo haga.
El hombre se quedó alelado por las palabras del elfo y se puso morado cuando algunos de sus propios compañeros comenzaron a reírse y a murmurar entre ellos. Era una humillación que no podía aguantar, no por el hecho de haber intentado un avance con el elfo, sino porque todos se enteraron de su rechazo. Jerek meditó apenas unos segundos, no podía seguir deteniendo el patrullaje.
- Brego, monta con aquel.- dijo, señalándole a uno que iba solo.- Los demás continúen, los alcanzo pronto.
Esperó a que hubiesen alejado un poco y se acercó a Imrahil, que seguía de pie, junto a su caballo.
- Escucha esto, elfo: te aceptamos entre nosotros en atención a un pedido de Gandalf, pero con la condición que te adecuaras a nuestras costumbres.
- ¿Y por eso debo permitir que cualquiera me manosee a placer? No soy el consuelo de tus hombres, Jerek.- dijo Imrahil, con firmeza, sin desviar ni un milímetro la mirada.
El jefe de los jinetes midió por unos segundos al orgulloso elfo y casi sonrió. Si conseguía moldearlo, podía ser un gran rohirrim, pero había mucho por reformar. Quizas un par de días de escarmiento ayudaran, luego hasta podría ver si servía como mensajero.
- Creo que Brego podrá entender eso en el futuro, pero mis jinetes no pelean entre ellos. Regresa al campamento, ayudarás con la cocina los próximos tres días.
Diciendo así, montó en su propio caballo y salió detrás de sus hombres. Todavía enfurecido, Imrahil no podía creer lo que había hecho. Se había trenzado en una pelea con un hombre, y le había plantado cara a su jefe. Bien, si su vida no era miserable hasta ese momento, seguro iba a serlo en los próximos días. El solo pensar en el olor de la comida que ahora iba a tener que ayudar a preparar le revolvía el estómago.
Resignado, tomó a Estrellablanca de las riendas y emprendió el camino al campamento.
Elroy
El alto mirador le había permitido a Elroy mirar las dos figuras montadas alejándose hasta que las perdió de vista y aun así se quedó allí. Hasta ese momento había sobrellevado bastante bien todo el asunto, pero ahora, al saberse completamente solo estuvo a punto de derrumbarse.
Nunca se habian separado, eran como dedos de una misma mano, los tres; y ahora la ausencia de sus hermanos le dolía de manera casi física. Se suponía que no debía saber dónde estaban, pero se habían arreglado para comunicarse adónde irían aunque no pudiesen hacer nada para evitarlo. Sabía que Legolas iba a Gondor, probablemente a Minas Tirith, que era la ciudad más importante, pero no estaba seguro. En cuanto a Imrahil, él había dicho Edoras, pero Elroy había visto el caballo que montaba su hermano al partir. Era de los usados por los jinetes de Rohan, así que era posible que terminara junto con ellos.
No podía entender, él hubiese dado cualquier cosa porque lo enviaran a otro lugar en vez de quedarse en Mirkwood. No era que no le gustara su hogar, pero siempre había preferido los caminos, las aventuras y los nuevos horizontes. No habían aparecido nuevos horizontes en lo que el Palantir le había mostrado. Todo lo contrario.
La luz inundó su visión aclarando los contornos de las cosas que veía. Conocía el lugar donde estaba, era la habitación de su padre pero estaba diferente. Hubo unas risitas traviesas del otro lado de la cama y él rodeó el mueble para ver qué había allí. Asombrado, vio que eran tres pequeños elfos y le costó un poco darse cuenta que eran ellos. Reconoció los modales medidos de Legolas, y la timidez de Imrahil, tambien la exhuberancia de su carácter que ya por entonces era un problema. De pronto, su padre entró acompañado por dos de las nanas de los príncipes y se llevaron a sus hermanos. Con una sonrisa, Thandruil le dio una hermosa caja indicándole con un gesto que la abriera. Dentro, había una reproducción a escala de Mirkwood. Habían dibujado el curso de los ríos, las lejanas Montañas Nubladas y hasta tenía muchos pequeños arbolitos diseminados. Una vez más su padre le dio a entender que eso era solo para él y el elfo niño Elroy sonrió complacido.
Todo se sumió en la oscuridad antes que pudiese captar algo más de aquella escena. No había arriba o abajo, solo oscuridad y era horrible. Ningun elfo soportaba por demasiado tiempo la oscuridad y él no era la excepción. Intentó moverse y notó que estaba sujeto firmemente de muñecas y tobillos por pesadas cadenas de plata. Eran hermosas, pero increíblemente pesadas. Alguien lloraba a lo lejos, dentro de la oscuridad, en un primer momento, no le importó; pero después el sonido fue tan desgarrador que lo conmovió. Casi al mismo tiempo, las cadenas se transformaron en sogas plateadas, luego fueron listones de seda y entonces notó que podía moverse y que el sonido al fondo ahora era una risa. La oscuridad cedió y antes que pudiese ver dónde estaba, la visión terminó.
Aturdido, Elroy bajó del mirador y volvió a sus habitaciones sin deseos de ver a nadie. Por esa noche, Thandruil respetó sus ansias de soledad.
Sentado en la húmeda oscuridad, Elroy abrazó sus piernas para resistir la intensa angustia que le producía la negrura que tenía frente a sí.
Reconocía que en esos casi diez días, había colmado la paciencia de su padre y la tolerancia del rey, todo al mismo tiempo. No lo soportaba, no podía aguantar quedarse quieto mucho tiempo, necesitaba salir y sentir el aire del bosque, pasar alguna noche al solo abrigo de la bóveda del cielo y sus rutilantes estrellas. Durante esos días, había tenido que empezar a aprender el rígido protocolo que iba a empezar a regir su existencia en cuanto lo proclamaran como Príncipe Heredero. Sacaba de quicio a sus maestros y a su buen padre; pero finalmente se había excedido.
Se suponía que debía estar en la Sala del Concejo, donde recibirían a los Ministros para resolver problemas de estado pero por cuarta vez consecutiva, se había quedado dormido y ni siquiera estaba en sus habitaciones. Con seguridad Thandruil lo había esperado hasta que la paciencia se le acabó y mandó a buscarlo por todos lados, pero cuando por fin lo ubicaron en la habitacion de uno de sus amantes, fue demasiado. Lo encontraron, lo llevaron a la Sala del Trono, donde esperó, bastante temeroso la aparición del rey.
El resultado, es que ahora estaba ahí, en uno de los antiguos calabozos, donde no llegaba el sol, donde no había luz. Elroy nunca había pensado que existía un lugar así en Mirkwood, que su padre hubiese consentido la existencia de un sitio como ése y peor todavía, que lo hubiese mandado a él ahí, aunque había hecho todo lo necesario para merecerlo.
Sus finos sentidos le avisaron con bastante antelación que alguien bajaba las escaleras que conducían a ese lugar y reconoció tambien que los últimos peldaños los bajó solo. Chirriaron los goznes de la pesada puerta y aquella se abrió dejando entrar la claridad de una lámpara detrás de la cual apareció el rostro de su padre. La mirada distante y fría que recibió le indicó de inmediato quien estaba ahí.
- Majestad.- dijo, saltando y poniéndose de pie.
- Jamás pensé que yo mismo pondría a un hijo mío en un sitio como este. - dijo con voz clara y firme.- Y jamás pensé que un hijo mío se haría merecedor de algo así.
Elroy simplemente no tuvo palabras para decir por lo que el otro continuó.
- Príncipe, es necesario que asumas el papel que te fue destinado. Fuiste elegido por encima de tus hermanos para ser el Heredero, juraste, como ellos cumplir con tu destino y no lo estás haciendo. No deseo pasar por encima de los designios de la Dama, pero si no planeas cumplir tu palabra, dilo de una vez. Haré volver a alguno de tus hermanos, pero tú no pertenecerás más a la Casa de Thandruil.
Eran las palabras más duras que jamás le había dicho a alguno de sus hijos, y el buen rey estaba recurriendo a toda su fortaleza para que el padre no interfiriera con el mandatario.
El joven elfo, compungido ni siquiera intentaba mirar a su padre. Hubiese querido gritar que él no lo había pedido, él no había querido ser heredero, con todo gusto habría dejado que alguno de sus hermanos se convirtiera en rey; pero no podía. Había jurado y el peso de ese juramento ahora lo aplastaba.
- Muy bien, príncipe; decide.
Elroy tomó aire muy despacio, sabía que las palabras que iba a pronunciar lo atarían de por vida a eso, pero de cualquier modo, ya estaba atado. No tenía escapatoria.
- Cumpliré, Majestad.
-Bien.- la voz manifestó un notable alivio.- Empezaremos de nuevo. Ahora, serás escoltado a tus nuevas habitaciones. Las anteriores estaban bien para un príncipe, pero no para un heredero. Asistirás a tus clases y prestarás atención a tus tutores. Aprenderás el protocolo adecuado para un evento importante, ya que habrá una fiesta para tu designación.
Elroy asintió en silencio.
- Y anunciarás tu próxima boda.
Ahora los dorados ojos del elfo sí miraron al rey, abiertos de par en par, negándose a creer lo que habían escuchado.
- ¿Mi... boda?
- Así es. El futuro monarca debe tener una vida asentada. Te casarás.
- Pero, Majestad... - iba a empezar una airada protesta pero una mirada centelleante lo contuvo.- Ni siquiera sé con quién...
- Para eso tambien será la recepción, para que todos conozcan a tu futura esposa.
- ¿Quien es ella?
- Su nombre es Löne, es sobrina de Lord Elrond de Rivendel.
- Majestad... ¿Es necesario...?- consiguió preguntar con un hilo de voz.
- Absolutamente. Ahora, si no tienes más preguntas, salgamos de este horrible lugar.- Dando la media vuelta, Thandruil inició la salida sabiendo que su hijo lo seguiría.
Elroy consiguió poner sus músculos en movimiento para avanzar. Necesitaba salir de esa oscuridad cuanto antes, pero con el corazón oprimido, se dio cuenta que había cambiado el encierro físico por otro no menos agobiante. Se preguntó si ésas eran las cadenas que había visto en su visión, se preguntó cómo sería su futura esposa, tenía un sinfin de preguntas para hacerse, pero supo que ya no podía hacerlas. Algun día sería rey, y en última instancia un rey solo consulta consigo mismo todas las dudas que pueda tener.
Resignado, siguió a su padre escaleras arriba.
Legolas
Fumio se llevó al elfo hasta las cocinas, lo sentó en una banca y por un instante, contempló la marca rojiza en la tersa piel blanca. Tampoco le pasó por alto la expresión mortificada de aquél y el ligero temblor en las manos. No sabía nada de él, Gandalf no le había dicho nada acerca de la vida que había llevado antes de llegar a la okiya, pero no por nada, él llevaba años allí.
Había visto llegar y partir a muchos aspirantes a geijin y hasta ese momento, no había encontrado a ninguno que tuviese más posibilidades que ese elfo hermoso. Eso, si conseguía que Arwen lo dejara en paz. No entendía a esa muchacha, había supuesto que se sentiría feliz al no estar sola y rodeada de humanos, que podría compartir con el joven, cosas que era evidente no compartía con sus colegas; pero al parecer, se habían equivocado. Al contrario que Tyra, él no pensaba que Arwen fuera tonta; muy por el contrario, era muy inteligente, tanto que se cuidaba muy bien de demostrarlo y a quien demostrarlo.
Esos dos parecían agua y aceite, no podían estar juntos porque el ambiente se enrarecía en cuanto se encontraban en alguna habitación, y tenía que reconocer que no era culpa de Hikari. Ahora que lo pensaba, ni siquiera sabía el nombre verdadero del elfo, pero era mejor así, no quería encariñarse con alguien que quizás no durara demasiado allí dentro. Además el joven tenía el carácter mas apacible que él hubiese visto, bastaba ver la manera en que se había dominado ante la bofetada. Cualquier otro muchacho, elfo o humano hubiese contestado, verbal o manualmente. Había una educación esmerada detrás de esa apariencia afable.
Le examinó la mejilla y le dio un paño humedecido en agua helada para que se pusiera, no quería que nada marcara por demasiado tiempo esa magnífica apariencia. Por un instante se lo imaginó, preparado para ir a una reunión, vestido y listo... Había un gran futuro ahí. Tal vez.
- Hikari,- empezó.- no voy a preguntar qué pasó ahí dentro, porque en realidad, no importa mucho. Arwen daría su versión de los hechos y como ella ya tiene una posición ganada en la okiya, tu versión no importaría.
- Lo sé, Fumio-san.- admitió Legolas suavemente.
- Así que solo te diré esto. No te pongas en su camino, procura no molestarla. En teoría, un geijin debe ser formado por otro, pero no tenemos ninguno en la okiya, de manera que probablemente sea ella la encargada de enseñarte todo lo que debes aprender y que no te enseñan en la escuela.
- ¿Ella...?- la expresión de desconcierto en su rostro debió ser suficiente.
- Las normas sociales, algunas ceremonias y otras cosas son iguales para una geiko y un geijin. No es extraño que una geiko se encargue de eso. Así que ya ves, debes comportarte bien con ella para que desee enseñarte bien. ¿De acuerdo?
No, no estaba de acuerdo para nada, pero tampoco podía decir nada para oponerse, así que solo asintió, cabizbajo. La noticia que Arwen iba a ser su instructora le había quitado cualquier ilusión de poder dedicarse a algo interesante en ese lugar.
Fumio salió unos momentos y regresó minutos después trayendo unas ropas que le extendió a Legolas. Aquel las examinó. Los pantalones no eran muy diferentes a los que estaba usando, solo que en vez de llegarle por debajo de las rodillas, le cubrían hasta los tobillos y eran color azul profundo. La camisa, blanca, cruzada al frente no iba suelta sino que se mantenía en posición con una banda de tela del color del pantalón. Eran ropas simples, pero sin duda, mucho mejor que las que tenía puestas, y que según había comprobado, vestían todos los criados que había en el Barrio de los Cerezos.
- Son tus ropas para la escuela. Mañana acompañarás a Mamoru después de las tareas matutinas y comenzarás tu instrucción. Tyra-san ha dado su visto bueno.
Legolas no estaba muy seguro si debía sentirse contento o no por eso. En cierta forma, para eso estaba allí, pero era casi como si todo eso le estuviese pasando a alguien más, no a él. Sin embargo, tomó las ropas, se puso de pie, y ensayó la reverencia que debía hacer con todos.
- Muchas gracias, Fumio-san.
- No nos decepciones, Hikari. Hay muchas esperanzas puestas en tí. Ahora vete a terminar tus quehaceres.
Con una nueva reverencia, Legolas se fue a la habitación que compartía con Mamoru para guardar sus nuevas ropas y esperar el día siguiente.
NOTA: Bueno, este capítulo no estaba en los planes, pero a mí tambien me dio curiosidad saber qué pasaba con los hermanos de Legolas, y darle una explicación a la aparición de Imrahil en Minas Tirith. Reviews, mails, sugerencias y críticas, please... Menos virus e insultos, acepto todo...
