Título: El destino del árbol y el junco

Autor: abysm

Disclaimer: Los personajes son de JR Tolkien, por supuesto. Los tomé prestados un tiempito.

Advertencias: Esto será slash Aragorn/Legolas, definitivamente. Creo que será rating R en algunos capítulos.

Aclaraciones: AU. No hay Anillo ni Sauron. El fic estará ambientado en la tradición de las geishas. Algunas de esas costumbres van a estar alteradas para beneficio de la trama del fic. Intentaré aclarar las ideas erróneas, me encanta el mundo de las geishas y no quisiera ofender. Por eso, habrá algunos nombres japoneses (personajes secundarios, obvio y poquitos) y alguna que otra frase.

Capitulo 21

Regresos

Elroy

La puerta del estudio privado del Regente se abrió en silencio, y Silmatar entró con su habitual aplomo y elegancia. Los dorados ojos de Elroy lo enfocaron un momento antes de regresar a los papeles que estaba revisando, pero no olvidó sonreir.

Conciente que el Regente estaba adentrándose cada vez más en los asuntos del reino, el elfo se puso en guardia. Que se preocupara por algunos temas intrascendentes estaba bien, pero que empezara a meter sus narices en todo no era adecuado. Entre él y Terendul, el consejero, estaban redactando una serie de edictos que necesitarían la firma del Regente, pero que sin duda no resistirían una revisión concienzuda.

"Si al menos esa elfa idiota quedara encinta...- pensó Silmatar.- eso le daría a Elroy otra cosa en qué pensar..."

Se acercó al Regente, rodeó el sillón en que estaba sentado y lo abrazó desde atrás. Aplicó pequeños besos en el cuello y lamió con delicadeza la piel suave y perfumada hasta llegar a la oreja que mordisqueó emitiendo un suave ronroneo.

- Ahora no, Silmatar... Estoy ocupado.- dijo, a pesar que esas caricias siempre lo estremecían.

El informe que tenía entre sus manos lo estaba poniendo un poco nervioso porque hacía varios días que descansaba en su escritorio y nadie le había dicho. Confiando que su Consejero podía hacerse cargos de esos asuntos, había dejado pasar varios días sin aparecer por el estudio, pero la noche anterior, su esposa le había comentado que los guardias estaban nerviosos por algo.

Algo de lo cual él no estaba enterado, así que esa mañana, muy temprano, Elroy había tomado posesión del sillón de su adar y había empezado a revisar papeles para encontrarse que su 'querido' y uno de sus consejeros habian mantenido algunos de esos informes convenientemente relegados de su vista.

Sin dejar que ese descubrimiento se trasluciera en su rostro, Elroy continuó verificando otros datos y guardó esos descubrimientos para comentarlos por la noche con Löne, seguramente con la ayuda de la clara inteligencia de su esposa conseguirían ver un poco mejor las cosas. Tambien tendría que tener cuidado con ese consejero, pues con seguridad estaba implicado en el asunto.

Las manos de Silmatar descendieron por sus hombros hasta el pecho y abrieron los lazos de la túnica deslizándose hacia dentro. Se inclinó y sus dedos rozaron los pezones.

- Dije que ahora no.- cortó Elroy, apartándose dispuesto a seguir con su lectura. Había algo muy malo en eso.

Aunque se sintió humillado con el rechazo, Silmatar no iba a darse por vencido tan fácilmente. Con un movimiento rápido deslizó el sillón y se sentó sobre el escritorio, de frente al Regente que lo miró con gesto levemente ceñudo. Pero él sabía muy bien qué hacer en esos casos. Fue directamente a los labios de Elroy, para besarlos muy despacio, deslizó la punta de la lengua sobre ellos, pero no esperó a que le respondiese.

Ubicándose entre las piernas del Regente, siguió recorriendo con sus manos el pecho, los dedos juguetearon con el cinturón y poniéndose de rodillas, casi debajo del escritorio, acarició las piernas esbeltas y musculosas.

Una mirada pícara precedió a las manos introduciéndose entre sus piernas, y Elroy solo lo dejaba hacer, sabiendo qué seguía, sabiendo también que hubiese debido alejarlo, pero a veces su cuerpo decidía por él. Su virilidad, tiernamente acariciada, empezó a despertar pese a sus intenciones de seguir con el bendito informe.

Cuando la ropa fue apartada, sintió la piel erizándose bajo el contacto y tembló ligeramente.

Sonriendo, Silmatar tomó el semiendurecido miembro con su mano y continuó brindando sus caricias, sabiendo que eso siempre distraía al otro elfo. Momentáneamente vencido, Elroy se reclinó en su sillón y cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación.

- Sé que te agrada, señor mío...- murmuró antes de aplicar un besito en la húmeda punta provocando con eso un pequeño estremecimiento.- ¿Sigo...?

- Sigue...

Como ese pedido coincidía a la perfección con lo que él deseaba, Silmatar se inclinó para tomar en su boca aquel papitante bocado.

La puerta del estudio se abrió de pronto y un agitado consejero entró lanzando una rápida mirada alrededor. Tomado por sorpresa, Elroy no supo muy bien que hacer; pero casi de inmediato, tomó de nuevo el informe y se inclinó un poco para cubrir, aunque fuera en parte la castaña cabeza que apenas sobresalía del borde superior del escritorio.

- Alteza... Menos mal que está aquí... Lo he buscado por todos lados...

- ¿Qué... pasa?- Elroy tuvo que aclararse un poco la garganta para que la voz no saliese ronca y algo estrangulada.

Dirigió una mirada suplicante a Silmatar, que tambien se había quedado inmóvil por la interrupción; pero aquel se recuperó rápidamente de la sorpresa, y con una sonrisita lasciva, tomó con su boca y de una sola vez todo lo que había tenido entre manos.

El consejero no notó que los dedos del Regente se cerraron salvajemente sobre el papel del informe que sostenía.

Alteza, los guerreros que patrullan las zonas más cercanas al bosque profundo, informan que ha habido ataques sorpresivos y salvajes a las familias que viven alejadas. Arañas y orcos en gran número ya han producido algunas muertes.

La respiración de Elroy se puso un tanto pesada, y el consejero juzgó que era de indignación por lo que siguió hablando rápido.

- Ya se han enviado algunos refuerzos a las guarniciones más alejadas, pero eso no parece ser suficiente, Alteza... El informe que dejamos hace algunos días... ¿Está usted bien, Alteza?

"Elbereth, está perfecto..." fue el pensamiento maquinal, dictado únicamente por la incesante y eficaz labor que Silmatar continuaba haciendo bajo el escritorio.

- Sí... He leído el informe... - un pequeño mordisco lo hizo dar un saltito.- ¿Tan grave es?

- Muy grave. Esas familias están alejadas de nosotros... Si necesitaran ayuda urgente, no podríamos proporcionársela.

Elroy estaba haciendo un monumental esfuerzo por mantener su rostro neutro y concentrar su atención en lo que el consejero decía; pero la sensación que nacía entre sus piernas, ascendía con rapidez, incentivada por la feroz succión de la boca de su amante. Y eso hacia que su concentración, fuese una tarea imposible. Si no se deshacía rápido de ese consejero tendría un bochornoso orgasmo frente a él.

- Creo... que esas familias no pueden continuar... viviendo alejadas... Hay que hacer que se trasladen cerca de palacio... Donde podamos protegerlas.

- ¿Podemos enviar mensajes a las guarniciones para que inicien el traslado?

- Sí, háganlo sin tardanza...

- ¿También deben regresar los guerreros?

- Por supuesto, ellos tendrán que custodiar que todos lleguen bien...

"Y por lo que más quieras, ya lárgate."

Para esos momentos, Elroy ya estrujaba con todas sus fuerzas el desafortunado informe. El consejero hizo una corta reverencia y salió del salón.

Apenas la puerta se cerró, el trabajo en su entrepierna se hizo intenso, cada vez más fuerte, y él no se privó de dejar escapar largos gemidos de placer hasta que con un espasmo final, se vino en la boca de su amante. Sabiendo que luego de eso ya tenía gran parte del control de la situación, Silmatar se dedicó a limpiar a conciencia toda la zona, hasta que no quedó ningún rastro de lo sucedido.

Luego de eso, ya sabía que el Regente solo tendría algo en mente.

Poseerlo sobre el escritorio, o sobre la alfombra o sobre alguno de los sillones del estudio; olvidado por completo del informe y de toda la situación que había provocado el intempestivo ingreso del consejero.

En una parte de ello tuvo razón. Minutos después, bien cerradas las puertas, su cuerpo se estremecía bajo las fuertes embestidas del heredero.

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El elfo mas pequeño entró a toda carrera a la cabaña. Ya habían dispuesto muchas cosas para la partida porque los gallardos guerreros del Regente iban por todos lados anunciando que era necesario, para mejor protección, que todos se mudaran cerca del palacio y sus murallas.

En cuanto entró, vio al otro doblando prendas y metiéndolas con cuidado dentro de uno de los baúles que luego llevarían consigo.

- Hoy te ves mejor, Faenor- dijo el elfito.- Ya puedes hacer muchas cosas...

- Sí, pequeño... Ya estoy muy bien. Algunas heridas están tardando un poco en sanar, pero ya estoy mejor.

El pequeño estudió al elfo mayor, el cabello rubio prolijamente trenzado y los ojos grises con un ligero matiz de cautela. El cuerpo elástico ahora se veía fuerte, aunque delgado, producto sin duda del tiempo que le había llevado recuperarse de todo.

Él mismo lo había encontrado, moribundo, casi desangrado en la orilla del río. Su recuperación era lenta, pero no era extraño. Posiblemente había sido atacado por alguna de esas ordas de orcos que ahora estaban tan cerca. Al hallarlo se había asustado... pensar que lo había creído muerto.

En ese momento, otro elfo adulto entró en la casa.

- Faenor, hoy te ves muy bien.- señaló, casi igual que su hijo, pero miró con algo de preocupación, cómo cargaba un pesado baúl.

- Las heridas han cerrado casi por completo, Amras, no te preocupes. ¿Por qué nos trasladamos?

- "rdenes de palacio. El Regente supo que hay demasiadas bestias oscuras acercándose demasiado y quiere proteger a quienes viven demasiado lejos... Si sufrimos un ataque, no podrían ayudarnos a tiempo.

- ¿El Regente?

- Olvido que has estado un poco ausente durante mucho tiempo. Cuando nuestro buen rey Thandruil desapareció durante un ataque, su hijo Elroy debió tomar el trono... Pero parece que el príncipe no puede aceptar que el rey haya muerto, así que aún no pueden convencerlo que acepte el nombramiento. Su esposa le dio la idea de convertirse en Regente...

- ¿Y entonces quiénes no pueden convencerlo?

- Según dicen los rumores, hay una... muy mala influencia cerca del Regente... – se encogió de hombros, después de todo, ésos eran hechos muy lejanos para ellos.- Mejor apresurémonos, Faenor, pronto vendrán los guerreros y tendremos que marcharnos con ellos.

- Será interesante estar cerca del palacio... - comentó el elfo mientras continuaba guardando prendas.- Cerca, una vez más...

Un rato después, cargaban todas las pertenencias en una carreta y la familia partía rumbo a las cercanías del castillo, donde estarían cerca de las murallas protectoras y la mayor parte de la guardia Real.

Lloviznaba ligeramente cuando se acercaron al puente que los pondría dentro del territorio del castillo. En la comitiva, un elfo rubio echó sobre su cabeza la capucha de la capa que lo cubría, aunque eso no impidió que los ojos grises tuviesen un brillo de feroz desafío al traspasar esa última frontera.

"Estoy de regreso."

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Sintiendo cómo su respiración volvía lentamente a su ritmo normal, Elroy evitó que su propio peso cayera sobre el cuerpo de su esposa y se retiró con todo cuidado. Se acomodó a un costado, y la mantuvo dentro del círculo de sus brazos, sin dejar que sus manos dejaran de acariciar la piel tan suave.

Sentía la cabeza descansando sobre su hombro, en silencio; un silencio tranquilo que lo llenaba de calma, no como los primeros días, cuando ese silencio solo parecía el preludio al llanto o algún reproche.

- Silmatar intentó distraerme hoy en el estudio... Estaba bastante empeñado en impedir que leyera un informe.

- ¿Lo consiguió? Distraerte, quiero decir.- preguntó Löne, sabiendo cuales eran los métodos que usaba ese elfo, y lo poco resistente que su esposo era para eso.

- Un poco.- admitió con algo de vergüenza.- Pero finalmente conseguí enterarme de todo. Lo cierto es que un consejero entró y me dio toda la información que necesitaba sin que tuviese que leerlo.

Cuidadosamente, evitó decir en qué estaba ocupado en ese momento. No tenía sentido, y además, ahora podía admitir para sí mismo que solo le había resultado físicamente agradable, pero nada más.

- No comprendo cómo esas bestias pudieron progresar tanto... diseminarse y estar ahora en posición de amenazar mi reino. He tenido que ordenar que evacuaran las zonas mas alejadas y que esas familias vengan a vivir cerca de palacio. Así podré estar seguro que estarán protegidos.

- Fue una buena medida, señor mío.

- No me llames así.

- ¿Por qué no?

- Él me llama así... y ahora dudo mucho que sea honesto al hacerlo.

La elfa sintió por unos instantes, que las lágrimas se agolpaban detrás de sus párpados cerrados, pero se negó a dejarlas salir. Había ganado tanto en tan poco tiempo, que no iba a echarlo a perder. Ahora Elroy dudaba de las intenciones honestas de ese elfo descarado, y eso era un gran avance.

- ¿Cómo quieres que te llame? ¿Alteza?

Elroy dirigió una mirada interrogante hacia su esposa ante el sarcasmo. No había intentado ser desagradable, sino que ella no fuese igual a ese elfo al que había creído amar. Sus dedos recorrieron el perfil delicado del rostro, los pómulos altos y las mejillas suaves. Podía reconocer que se había equivocado mucho, pero eso no lo hacía más fácil.

- Claro que no... Me gusta cuando me llamas por mi nombre... cuando lo susurras en mi oído mientras hacemos el amor.

- ¿Hacemos el amor o solo intentamos hacer un heredero?- consultó ella.

Elroy se acomodó para poder acceder a la suave boca.

- Antes, hubiese dicho que intentaba hacer un heredero para poder librarme de la situación lo más pronto posible.- contestó Elroy con toda honestidad y ante el gesto contrito que surgió en su esposa, se apresuró a continuar.- Ahora... solo puedo pensar en que si quedas encinta, ya no querrás verme por aquí...

- Creo que ya estoy embarazada.- musitó en un murmullo trémulo.

Por unos instantes, hubo silencio. Löne sintió que todo su miedo se agolpaba en su garganta. Podría haberlo ocultado algún tiempo más, pero no sabía si podía conseguirlo sola. De momento, solo su doncella sabía. Había sido inevitable, pues era la que más cerca estaba de ella.

Por un lado se sentía tan contenta... Siempre había querido tener una familia, esposo, hijos... Pero las circunstancias en las que había tenido todo eso, eran totalmente diferentes a lo que había planeado para sí. En su imaginación, siempre había fantaseado un esposo amante, atento y amoroso, que se desviviese por ella, y que saltaría de emoción al saber que tendría un hijo...

En cambio, tenía un esposo al cual temía dar la noticia, pensando que quizás, esa podía ser la última noche que compartieran juntos, ya que al haber cumplido su objetivo; solo se olvidaría de ella para regresar a los brazos de su amante.

- ¿Estas segura...?

No hubo salto de alegría ni emoción, solo una pregunta incierta.

- Casi.- consiguió responder antes que las lágrimas se desbordaran.

Elroy continuaba procesando la noticia. De pronto, al sentir las lágrimas que ahora se deslizaban sobre su pecho, tomó noción de lo que realmente sucedía.

Iba a tener un hijo.

Su esposa iba a darle un hijo. Y eso se sentía hermoso porque sabía que lo que sentía Löne por él, era mucho más genuino que lo que había entre Silmatar y él. De pronto, notó que la idea se sentía extraordinariamente bien.

Muy despacio, dejó que la sensación lo invadiera, y se permitió darse cuenta que se sentía feliz por ello. Giró sobre sí mismo para quedar frente a ella.

Lo que la elfa vio cuando la mano de Elroy la hizo levantar el rostro, la dejo un tanto desubicada. Había una auténtica sonrisa en la cara de su esposo. Le limpiaron gentilmente las lágrimas que se empeñaban en caer, y recibió el más dulce de los besos que había recibido hasta ese momento.

- Vamos a tener un hijo...- susurró.- Es... maravilloso...

- ¿En verdad...? ¿En verdad crees que... es maravilloso...?- no quería ilusionarse con la expresión de felicidad que parecía aflorar en el rostro de su esposo, no quería, pero tal vez... tal vez sí pudiese tener después de todo un esposo amoroso y atento.

- Estoy muy feliz... ¿Eso significará que ya no me querrás más por aquí?

Esta vez era él quien tenía el temor de ser rechazado. Apenas hizo la pregunta, Elroy se dio cuenta que sí quería ese bebé, y sí quería volver a esos aposentos que hubiesen debido ser los suyos desde el principio. ¿Por qué había sido tan necio antes?

La respuesta era simple: estaba obnubilado por la pasión que compartía con Silmatar. Y por eso no le había dado una oportunidad a su matrimonio sino hasta que había pasado mucho tiempo y demasiado sufrimiento. Ahora se preguntó, con un poco de angustia si ya no era demasiado tarde.

- ¿Querrás seguir viniendo? Después de todo, ya cumpliste tu objetivo.

- Sí me gustaría... si me aceptas.

- Eres mi esposo, siempre serás bienvenido.- contestó, pero aunque lo que quería con desesperación era decirle que lo amaba, no lo dijo.

De momento, ambos tenían mucho más de lo que habían pensado en un principio. Elroy la abrazó con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo se amoldaba con facilidad al de su esposa, casi con la misma facilidad con la que se acomodaba al de su amante.

Solo que esta vez, sentía con toda la fuerza de su corazón que lo ocurrido en el estudio no era correcto ni adecuado. Por primera vez, vio eso como una auténtica infidelidad. Y también recordó algo más. Todavía tenían que descubrir juntos al resto de los integrantes de esa conspiración.

- Nadie debe saberlo aún.- dijo.

- Pero... dijiste que estabas feliz... que...

- Y lo estoy... Estoy muy feliz, Löne... pero ahora que lo pienso mejor, no sabemos en quien confiar, tal vez sea mejor ocultarlo un poco más.

Aunque no comprendía muy bien a qué se refería su esposo, la elfa solo asintió y sonrió por primera vez durante toda la conversación. Así, también se aseguraba que Elroy seguiría acudiendo a sus aposentos regularmente y estaría lejos de ese elfo descarado.

Ahora solo tenía que encontrar la manera de desenmascararlo por completo delante de todos, y que sus intenciones aviesas quedaran al descubierto. No iba a ser fácil porque tanto Elroy como ella, presentían que no estaba solo en eso, pero juntos podrían idear algo.

Juntos... por primera vez desde su matrimonio, se permitió pensar que quizás no hubiese sido tan malo que su tío decidiera a último momento que fuese ella y no Arwen quien fuese a Mirkwood a casarse.

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Imrahil

Seguramente así se sentía cuando un balrog hacía restallar su látigo de fuego contra la carne desvalida. Y si no era así, era muy parecido al intenso ardor que Imrahil sentía en su hombro cuando abrió los ojos. Intensas ondas de dolor se diseminaron desde su espalda hacia el resto de su cuerpo haciéndole emitir un débil gemido.

Alguien se ocupó de refrescarle los labios, pero no consiguió enfocar la imagen antes de volver a hundirse en la inconciencia.

- Pronto estará bien, Majestad, no hace falta que se quede toda la noche.

- Sí hace falta, Grima, porque este Jinete salvó mi vida a costa de arriesgar la suya, y no pienso arriesgarme a que se le ocurra morir mientras yo no estoy.

"Y se parece tanto a Legolas, que nada me sacará de este lugar, puedo asegurártelo." Pensó Eomer, revisando de un rápido vistazo el emplasto que cubría la herida en el cuerpo del elfo.

- Es un elfo, Majestad; sin duda se recuperará pronto.

- No importa. Haz que me traigan algo para comer aquí mismo, luego veré qué hago.- ordenó, y el tono terminante en su voz le indicó al consejero que la discusión había llegado a su fin.

Con una reverencia aquel salió del cuarto y Éomer se preparó para pasar una noche más junto al lecho del herido.

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Con un suspiro, el elfo emergió de la oscuridad. El dolor lo atrapó en cuanto recuperó la conciencia, pero se negó a ceder ante él, y solo emitió un pequeño quejido.

Hubo un movimiento a un costado ante el sonido, y una cabeza rubia se elevó para mirarlo.

- Ya estás despierto...- suspiró Eomer y alcanzó a ver el gesto de incomodidad del elfo.- No intentes moverte, la herida fue profunda y podría volver a abrirse si te mueves demasiado...

Acostado sobre su estómago, Imrahil solo asintió levemente. Ahora podía recordar un poco mejor lo que había sucedido.

Había avistado el ataque a la comitiva real que regresaba de Minas Tirith, acudiendo de inmediato en su ayuda. La batalla, los haradrim pululando confusamente por todos lados, uno de ellos arrojando su lanza hacia el rey, y él haciendo lo único que se le ocurrió en aquel momento.

- El rey...- murmuró.- ¿Está bien...?

Un tanto sorprendido por la pregunta, Eomer sonrió levemente.

- Estoy bien, gracias a ti.

Imrahil tardó unos segundos en comprender lo que la frase significaba. Intentó preguntar algo más, pero un dedo se posó muy despacio sobre su boca impidiéndole hablar.

- Aun estás débil, debes descansar, no hables...

- Pero...

Y aunque se moría por saber al menos el nombre del elfo, Eomer insistió. Ya habría tiempo de saber todo lo que hiciera falta.

- Silencio. Es una orden de tu rey, Jinete.

Cediendo al dolor, Imrahil volvió a descansar.

(-0-)

El tercer despertar de Imrahil fue mucho menos doloroso, pero al igual que la vez anterior, apenas despertó, encontró la mirada de los centelleantes ojos celestes del rey, enfocados hacia él. Aunque le resultaba extraño que un monarca en persona se preocupara por el estado de uno de sus súbditos, no dejaba de ser tranquilizador el descubrir que era la mano de quien había salvado la que tomara su cuidado.

Para ese momento, Éomer había tomado la precaución de informarse acerca del elfo preguntando a los compañeros de la partida que consiguieron sobrevivir al encuentro. Fue por ellos que supo el nombre, y cómo había llegado a las llanuras de Rohan, aunque nadie supo decirle porqué Gandalf se había limitado a llevarlo y prácticamente abandonarlo allí a su suerte.

En cuanto a su pasado, el elfo se negaba a hablar de eso, escudándose en un juramento hecho. Éomer ya sabía de elfos lo suficiente como para darse cuenta que no habría manera de hacer que Imrahil quebrantara ese silencio, y puesto que le debía la vida, decidió confiar en él. Pero no le hizo ninguna mención a conocer a otro elfo que vivía en Minas Tirith y que era tan parecido a él.

- No puedes hacerlo aún... elfo terco.

- Estoy sucio y necesito asearme.- repitió Imrahil, cansado de eso.

Discutir con Grima era algo que se había vuelto habitual. Al parecer el hombre disfrutaba llevándole la contraria en todo lo que el elfo deseaba hacer, con una especie de encono personal.

Ese fue el momento en que Éomer entró en las habitaciones. Al punto, el consejero se puso de pie y miró con bastante resentimiento al elfo, que permanecía sentado pese a que el monarca había entrado en el recinto.

- ¿No tienes respeto por tu rey? Ponte de pie, insensato.- lo urgió.

- Él no tiene necesidad de ponerse de pie ante mí.- respondió Eomer.- Creí escuchar una discusión...

- Este elfo insiste en tomar un baño, mi señor... pero si lo hace, la herida puede volver a abrirse...

- Me siento sucio...- explicó Imrahil.- No he tomado un baño desde que estoy aquí...

- Sin embargo, por esta vez, Grima tiene razón.- al ver la cara de disconformidad del elfo, la encontró tan parecida a la de Legolas, que no tuvo valor para negarle ese pequeño placer.- Haré que preparen una tina con agua tibia... Podrás lavarte un poco, pero no bañarte... no quiero que esa herida vuelva a darte problemas.

Imrahil iba a protestar, pero supo que tenía razón. La verdad, era que se había empeñado en el asunto del baño por hacer enfadar a ese hombre amargado y molesto. Él mejor que nadie, sabía que estaban en lo cierto. Asintió, sonriendo apenas por esa media victoria.

Éomer parpadeó asombrado por el extraordinario parecido. Esa sonrisa pequeña y casi enigmática era tan similar que por unos instantes quedó atontado. Por supuesto sabía que ese elfo no era Legolas, pero a veces no atinaba a discernirlos.

El que no se mostró para nada conforme con la decisión, fue Grima; pero habiendo escuchado ya la posición que había tomado el soberano, solo hizo una envarada reverencia y se retiró.

- No le agrado a ese hombre.- indicó Imrahil, viéndolo marcharse.

- No le hagas caso, Grima es así con todos.

Éomer se ausentó unos minutos, para dar las instrucciones necesarias y que los criados trajesen todos los utensilios, de manera que un poco después, una tina con agua tibia ocupaba el centro de la habitación.

Con el brazo aún inmóvil por los vendajes que impedían el movimiento, el elfo se dio cuenta que iba a resultar bastante difícil hacer lo que había planeado y por unos instantes se quedó pensando que iba a tener que pedir ayuda como un elfo pequeño.

Unos golpecitos en la puerta lo distrajeron un poco y la cabeza rubia del rey se asomó de nuevo.

- ¿Necesitas ayuda...? Puedo enviar algunos criados para que te ayuden...- ofreció de buena voluntad.

Aunque sí la necesitaba, Imrahil no estaba tan dispuesto a dejar que unos extraños lo viesen desnudo.

- No... Yo puedo solo.- dijo, y para demostrarlo, intentó despojarse de parte de la ropa.

Los lazos se presentaron mucho más complicados de lo que él esperaba. Sonriendo, Éomer entró en la habitación.

- No creo que puedas con una sola mano útil.- comentó, mirando divertido los infructuosos intentos del elfo.- Haré venir un par de sirvientes.

- ¡No...!

Extrañamente, el joven rey comprendió. Recordaba el recato sencillo de Legolas y no dudó que las razones para las negativas de este elfo fueran las mismas.

- ¿Te molestará que yo te ayude?

Imrahil lo miró como si fuese una especie de planta carnívora.

- Vamos, no es tan grave... He estado contigo casi todos los días desde que llegaste, no soy un extraño.

- No creo... no creo que sea apropiado, Majestad...- con toda intención, el elfo usó la forma respetuosa para que el hombre comprendiera lo que quería decir.

- Por el momento, olvidaremos que soy el rey... Soy simplemente el hombre al cual le salvaste la vida, y que está muy agradecido por ello. ¿Es tan difícil aceptar la ayuda en nombre de ese agradecimiento?

Ante semejante argumento, el elfo no podía esgrimir nada, de modo que accedió. Además también era cierto que en alguna medida ya no era un extraño. Sin embargo, eso no impidió que un ligero sonrojo le coloreara las mejillas cuando el hombre se inclinó hacia él para deshacer los lazos que sujetaban la ropa interior.

Una vez que deshizo ese obstáculo, aflojó un poco la prenda, pero no la movió de su lugar permitiéndole al elfo que la retirase por sus propios medios. Un poco avergonzado, aquel la deslizó por su cuerpo hasta que cayó al suelo. Para su propio alivio, la camisa que conservaba bajó para cubrir sus partes pudendas. Se metió en la tina sentándose en el agua antes de permitir que le quitaran esa última prenda.

Con cuidado para no mojar la herida, Imrahil procedió a restregar sus piernas con el paño que le habían dado para eso, mientras algo más lejos, Éomer contenía la respiración e intentaba por todos los medios mirar hacia otro lado. Pero no pudo hacerlo por demasiado tiempo.

Cuando el elfo necesitó asearse la parte del cuerpo que sí podía, tuvo que acercarse para ayudarlo. Deslizar sus dedos aunque solo fuese de modo accidental por la blanca piel estaba resultando bastante perturbador para el joven monarca, pero consiguió controlarse lo suficiente hasta terminar. El lavado del cabello fue una tortura más. Las hebras doradas, en un tono más oscuro que las de Legolas, eran igualmente sedosas.

"Eso supongo... Nunca toqué el cabello de Legolas." Se dijo, mientras dejaba que el agua se deslizara entre el pelo y sus manos.

Un poco después, le ayudó a vestir ropa limpia, y con la excusa de ordenar que vinieran a retirar todo, Éomer salió casi corriendo de la habitación. Esa experiencia había demandado más autocontrol del que hubiese creído tener, pero definitivamente necesitaba un respiro para poder sosegarse.

(-0-)

Muchos días habían pasado desde su llegada, y el elfo se sentía encerrado e inquieto. Jamás hubiese podido pensar que llegaría el día en que ansiaría regresar a las abiertas extensiones de Rohan, pero así era. Si se quedaba, era porque Éomer insistía en que tenía que estar completamente curado para partir, y también porque se había aficionado a la presencia del joven rey.

Y es que en las tardes, cuando Éomer ya había terminado con sus deberes de soberano, no pasaba día sin ir a las habitaciones del elfo, y pasaban mucho tiempo, conversando más que nada de la vida en las llanuras. Éomer extrañaba esa parte de su vida como Mariscal y el elfo podía comprenderlo a la perfección. El entendimiento entre ellos parecía perfecto.

Durante esas conversaciones era que los sentimientos del joven monarca parecían confundirse más. A veces miraba a Imrahil y le parecía estar hablando con Legolas, pero luego, notaba lo distintos que eran y eso lo ponía en un embrollo de sentimientos. Tal vez no había estado enamorado de Legolas, sino solamente encandilado, algo de lo cual nadie hubiese podido culparlo. Entonces... ¿Por qué se sentía tan a gusto con Imrahil? ¿Era solo por lo parecidos que eran?

Imrahil no sabía muy bien qué pensar con respecto a las atenciones del rey. Las obligaciones de Éomer a veces lo hacían estar ausente durante gran parte del día, y durante ese tiempo, Imrahil procuraba distraerse de alguna forma, porque de lo contrario, sus pensamientos iban una y otra vez hacia el humano. Para cuando promediaba el día, simplemente necesitaba verlo. Así, en aquellas rondas por el castillo, conoció a Théoden, padre de Éomer.

Era un hombre maduro pero jovial, de aspecto lozano y el elfo no podía explicarse porqué había abdicado a favor de Éomer si todavía hubiese podido tener muchos años de buen gobierno. Así se lo dijo al ex monarca y se ganó un aliado en su lucha para resistir los continuos comentarios mordaces de Grima.

Ante la llegada de un mensaje proveniente de Minas Tirith, Éomer había convocado a toda prisa a sus Mariscales. Uno a uno, provenientes de todos los puntos de Rohan, los rudos Jinetes iban llegando a la reunión con el monarca.

Durante gran parte de la tarde, habían discutido y reorganizado las patrullas y los recursos disponibles, para optimizar el control de toda esa zona. Por fin, a altas horas de la noche, la reunión terminó y lentamente, todos los Mariscales salieron rumbo al salón principal a disfrutar de una merecida cena.

- Me marcharé a las llanuras con ellos.- dijo Imrahil.

- Ya no quedaban en el recinto sino él y Éomer. Al escucharlo, el hombre giró hacia el elfo.

- No puedes irte aun... Tu herida...- alcanzó a tartamudear el humano, como lo primero que se le ocurrió.

- Mi herida ya está bien y necesitan todos los Jinetes que puedan reunir. Tal vez yo no sea de los mejores, pero prestaré el servicio para el que fui preparado.

Durante algunos instantes, el soberano no dijo nada, por lo que Imrahil se movilizó hacia la salida. Tenía que aprestar sus escasas pertenencias para partir al día siguiente con los Mariscales. Si tenía suerte, conseguiría llegar a la zona donde estaba Jerek.

"¿Si tengo suerte...? No te mientas, la verdad es que no quieres irte... Pídeme que no me vaya..." pensaba el elfo al tiempo que casi salía del salón. "Por favor... pídeme que no me vaya..."

No te vayas.

Éomer escuchó las palabras saliendo de su boca antes de poder contenerlas. En realidad, no quería detenerlas. Cuando Imrahil se volvió para mirarlo, se encontró perdido en los grises ojos del elfo.

No era Legolas, ahora lo sabía a la perfección. Solo había conseguido saber muy poco acerca de este elfo, pero ya no importaba. Imrahil era lo que quería.

Legolas estaba bien para Aragorn, pero no hubiese podido hallarse a gusto en aquellos parajes... Imrahil era un Jinete, como lo había sido él. En tantas conversaciones, descubrió que el elfo estaba perfectamente adaptado a esa vida, a él no tenía que explicarle absolutamente nada acerca de la existencia de las gentes de Rohan, de lo que sentía en su corazón por sus tierras de inacabables pastizales verdes, de la inefable sensación de libertad al cabalgar por esas interminables llanuras.

Con el corazón en un puño, Imrahil esperó hasta que el hombre estuvo junto a él. Como cada vez que estaban así de cerca, la respiración parecía fallarle un poco y esta vez, decididamente, parecía a punto de fallar del todo. Más aún cuando el humano, sin apartar la vista ni por un momento, llegó a su lado.

Éomer vaciló un instante, ganado por el recuerdo de algo similar, algo sucedido en un corredor del palacio de Minas Tirith, cuando un gesto parecido había sido cortésmente rechazado. Recordando de nuevo que ése no era Legolas, tomó confianza, y se animó a rozar tímidamente los labios del elfo con los suyos.

No era lo mismo que cuando había besado a Iorlas. Aunque besar al hombre no había sido para nada desagradable, el elfo supo que esto era muchísimo mejor, era terriblemente mejor y le producía un temblor excitante y desconocido. Cuando mordieron con suavidad su labio y solicitaron su acuerdo para traspasar esa frontera, cedió el paso de inmediato, inundado por la sensación.

Y en el instante que el elfo respondió al beso, Legolas se borró para siempre de la mente del soberano de Rohan. Esos dulces labios eran suyos y de nadie más. Profundizó el beso al tiempo que aferraba el cuerpo delgado y firme de Imrahil contra el suyo, para sentirlo, para saber que no era un sueño que podía desvanecerse en cualquier momento.

Por favor, no te vayas...- repitió Éomer en cuanto pudo liberar la tierna boca que lo recibía con tanta aceptación.

Estremecido todavía por lo que sentía, Imrahil solo asintió. Luego hablaría a Éomer de lo inútil que se sentía al estar vagando por los recintos del castillo sin tener nada que hacer, de momento, solo quería disfrutar un poco más de eso y volvió a ofrecer sus labios.

Hubiesen continuado en tan deliciosa ocupación, pero unos golpecitos en las puertas los hicieron separarse un poco.

- Majestad...- anunció un criado.- Los Mariscales reclaman su presencia en el salón... No quieren beber sin su rey.

Con un suspiro resignado, Éomer asintió. Por una vez, tenía algo que le cautivaba muchísimo más que reunirse con sus camaradas y emborracharse a morir. Tomó la mano del elfo y trató de remolcarlo hacia fuera.

- Vamos, Imrahil...

- ¿Juntos...?- la temeridad de ese humano era por lo menos admirable.

- Por supuesto... Al menos tres de ellos no te quitaron los ojos de encima durante toda la reunión. Que se vayan acostumbrando a vernos juntos.- respondió Comer, convencido por completo.

Había sido testigo de todas las idas y vueltas hasta que Aragorn se animó a avanzar con Legolas, y él no pensaba dejar escapar tanto tiempo.

A medias halagado por eso, el elfo se dejó guiar hasta el inmenso salón donde Mariscales y Jinetes comían y bebían en medio de una batahola. Hubo un par de miradas intencionadas, pero nadie objetó nada de la aparente elección del monarca.

En honor a su experiencia anterior con la cerveza, Imrahil se mantuvo firme en su decisión de no pasar de uno o dos jarros, aunque ya tenía una resistencia mucho más sólida. Luego de la comida, y de acuerdo a lo usual, comenzaron las canciones.

Como no conocía a la mayoría de los que estaban allí, el elfo se mantuvo a una distancia prudencial, dejando que los hombres se arracimaran un poco en torno a su rey. Por turnos iban entonando sus canciones, Imrahil se dejó ir en sus pensamientos por unos cuantos minutos.

Una extraordinaria voz, lo sacó de su ensueño con la fuerza de un cubo de agua fría, aunque no de manera desagradable. Conocía esa voz, la había oído antes solo que antes las palabras eran incomprensibles para él. Esas palabras de un idioma extraño, ondulante y suave por momentos; áspero y casi tosco en otros. Eran versos cantados en la lengua de los rohirrim, y entonces Imrahil supo dónde había oído esa voz.

Muchos, muchísimos días atrás, en la visión que le mostrara la Dama de Lórien, había visto las llanuras de Rohan, sus caballos y había escuchado la voz dulcísima y cautivante que ahora lo llamaba. Se irguió para ubicar al cantante mientras se dejaba acunar por la canción.

¿Dónde están ahora el caballo y el caballero? ¿Dónde está el cuerno que sonaba?

¿Dónde están el yelmo y la coraza, y los luminosos cabellos flotantes?

¿Dónde están la mano en el arpa y el fuego rojo encendido?

No pudo menos que sonreír complacido al ver que cerca del fuego, en medio de todos sus Mariscales, era Éomer el que entonaba aquella canción.

Al final de todo, parecía que la Dama de Lórien le había mostrado su destino a la perfección.

Solo alguien no estaba conforme con eso. Alguien que entre las sombras pensaba en que ya una vez había quedado relegado con la Dama Éowyn, y ahora no iba a permitir el que volviesen a apartarlo.

(-0-) (-0-) (-0-)

Legolas

Baldor salió de una de las habitaciones envuelto en su bata, el cabello castaño y lacio caía mojado sobre sus hombros y dejaba caer gotitas sobre el rostro. Necesitaba una taza de té caliente, eso le podría ayudar a calmarse un poco.

La puerta abriéndose de pronto sin aviso, lo hizo sobresaltar, pero reaccionó al ver quien entraba. Después de todo, era el único que podía entrar así. Con la fuerza de la costumbre, ensayó su mejor sonrisa y fue a su encuentro. Hizo una respetuosa reverencia al llegar junto al hombre fornido que permanecía junto a la puerta.

- Danna, bienvenido a casa.- dijo, y alargó las manos para ayudarle con la pesada capa que tenía.

Luego de dejarla en el perchero, vio como el hombre se acomodaba en el sillón junto al hogar apagado. Se frotó las manos y continuó sin emitir sílaba. Puso los pies sobre el pequeño taburete.

- ¿Deseas un poco de té, danna?- ofreció el joven, ignorando el silencio.- Sati debe tener té recién hecho.

- ¿Esa bruja está en la casa? ¿No te he dicho que no me gusta verla aquí?

- No te enojes, danna san... No sabía que ibas a llegar hoy, además, está preparando la cena... Pero le avisaré para que se retire en cuanto haya terminado. Te traeré una taza de té.

Apresuradamente, Baldor se dirigió hacia la cocina, donde estaba la mujer preparando la cena, tal como dijera antes.

- Sati, prepárame el servicio para el té, mi danna ha llegado.

Comprendiendo de inmediato, la mujer dejó lo que estaba haciendo y se apresuró con el pedido. Fue y vino varias veces y dispuso sobre una delicada bandejita de plata todos los utensilios para el té, las tacitas como cuencos, la tetera de porcelana decorada. Cuando todo estuvo listo, la depositó en las manos de su joven patrón.

- Sati... cuando termines con la cena...

- Sí, señor Baldor, no hace falta que me lo diga. Saldré por la puerta de servicio.

- Gracias, Sati.

Baldor regresó a la salita a toda prisa. Al llegar, colocó todo sobre la mesa y sirvió una taza de fragante té de jazmín. Con una reverencia, ofreció con ambas manos el pequeño cuenco a su danna, tal como correspondía. El hombre lo tomó y saboreó un sorbo.

- Quítame las botas, me están matando.- ordenó.

- Claro, danna.

De rodillas frente a él, Baldor maniobró con las botas hasta quitarlas. Conciente de la tensión en el hombre, tomó uno de los pies y empezó a masajearlo con firmeza. El rostro pareció distenderse un poco y el hombre se reclinó en el sillón, descansando. Algo más tranquilo por los efectos conseguidos, el joven prosiguió con el otro pie durante unos minutos. Ocasionalmente, el hombre llevaba a los labios la taza de té, hasta que la terminó. Entonces, la extendió hacia el joven, sabiendo que él la tomaría sin tardanza.

En el silencio, solo se oía el crepitar de las llamas y algo mas lejos se escuchó la puerta de servicio cerrándose. Baldor tomó la tacita y se irguió para colocarla en la mesa. Cuando giró, casi tropezó con el macizo cuerpo que sin que él lo notara, se había movido hasta quedar detrás. Un brazo poderoso se cerró sobre su cintura acercándolo hacia el cuerpo.

La súbita presión hizo que Baldor intentara interponer los brazos. El gesto provocó un inmediato aumento en la presión del brazo.

- ¿Qué pasa, pequeño? ¿Ya me has olvidado?

- Nnno, danna....

Como para comprobar si esa afirmación era cierta, los labios del hombre se ubicaron sobre la boca del joven, que una vez más, sin meditarlo, hizo un intento de alejarse. Esta vez, la expresión del hombre fue de enojo.

- ¿Hay algún problema, Baldor?

La pregunta tenía la suficiente dosis de advertencia como para que él lo notara, y entonces, Baldor recordó que ésa era su vida. Ése hombre era su danna, lo había sido desde su mizuage, y a diferencia de otros geijin, él no tenía opción de elegir cuando terminar con eso.

- No, señor Dénethor... es solo... que hace mucho que no venías a verme... Han pasado muchos meses desde tu última visita.

- Eso puede arreglarse.

Una vez más la boca fina pero fuerte del hombre bajó hasta la del muchacho, y la lengua buscó con fuerza la entrada. Sabiendo que no tenía sentido oponerse, Baldor abrió los labios permitiendo el beso. Tal como siempre había hecho, intentó no pensar en lo que sucedía.

Pero era un poco difícil ignorar las manos que deshicieron el nudo del cinto de la bata y se metieron dentro. Acariciaron la suave piel de la espalda y descendieron para abarcar las nalgas oprimiéndolas casi con fiereza.

- Espero que no hayas estado esperando a alguien...- dijo Dénethor, en un tono que pretendía ser jovial, pero que no conseguía esconder la amenaza detrás.- Recién bañado y desnudo...

- Suelo quitarme la ropa para bañarme, danna...- Baldor trató de sonar distendido, aunque estaba muy lejos de sentirse así.

- Si... eso supongo...- gruñó.

Volviendo a tomar posesión de la boca del muchacho, Dénethor volvió a estrecharlo con sus brazos al tiempo que lo acarreaba rumbo a la habitación principal, la que ocupaba siempre que iba a visitarlo. Empujó la puerta con una patada, y lo hizo entrar.

Tratando de contener el temor, Baldor se dejaba guiar y cuando llegaron a la habitación, las manos lo soltaron, pero solo para poder posarse sobre sus hombros y echar atrás bruscamente la bata. Un par de movimientos más y estuvo de pie, desnudo ante la mirada apreciativa de su danna. Una vez mas el beso casi lo asfixió.

Desconectadamente, pensó si un beso de Haldir se sentiría igual de invasor y amenazante. Desechó el pensamiento con todas sus fuerzas, no podía recordar ahora al apuesto elfo rubio o empezaría a debatirse para escapar. Sin embargo, la tensión era notoria, aunque su danna nunca lo notara. O tal vez era que en general nunca le importaba.

A pesar de que el otro cuerpo continuaba vestido, Baldor podía notar la erección creciendo y presionando hacia él. La sola idea consiguió que se estremeciera, pero no impidió que las manos continuaran deslizándose de manera casi obscena por su cuerpo.

Hubiese querido irse lejos, olvidar todo, pero no tenía donde ir, no tenía cómo escapar. Tenía que quedarse y enfrentar eso.

- Tienes razón, precioso, he estado lejos demasiado... no tengo tiempo para tonterías.

Con un movimiento ágil y preciso, lo liberó de su abrazo, lo hizo girar y lo arrojó sobre el lecho, cayendo sobre él. Aprisionado por el formidable peso del cuerpo del hombre, Baldor hizo no obstante, un intento para quitarlo, pero fue inútil. Una mano potente se posó sobre su espalda presionando al tiempo que sentía que el cuerpo se removía luchando para deshacerse de la molesta ropa.

Finalmente el terror pudo más.

- Por favor, danna... – pidió casi en un sollozo asustado.- No me lastimes...

Y es que siempre había sido un poco delgado, y tal vez esa era la base de su éxito, porque la mayoría de los hombres se sentían confiados y seguros con él, porque sabían que nunca podía representar una amenaza con ese físico delgado.

Un jadeo ronco junto a su oído fue su única respuesta antes que los dientes se cerraran sobre la piel de un hombro. Cuando las rodillas de Dénethor se ubicaron sobre sus piernas, obligándolo por la fuerza a abrirlas, no se opuso. Pese al miedo, sabía que resistirse solo acrecentaría el enojo en el hombre y no quería que se enojase. Al menos de momento, solo percibía enardecimiento y excitación, pero no enojo.

Libre ya de una parte de la ropa, la dureza del hombre se restregó contra sus nalgas, creciendo y palpitando con el roce. Involuntariamente, Baldor se retrajo.

- ¿Asustado, precioso mío?- jadeó Dénethor, al tiempo que una de sus manos avanzaba y pellizcaba un pezón hasta que el muchacho lanzó un gemido de dolor.

- Por favor, danna... Te lo suplico... Has estado lejos mucho tiempo y yo...

Los dedos se inmiscuyeron entre las nalgas blancas y rebuscaron hasta encontrar la entrada, cerrada, comprimida. Sin mediación de algo que hiciese más fácil la intromisión, forzaron el ingreso.

Baldor hundió el rostro entre las mantas y mordió desesperadamente una de ellas, buscando ahogar el sollozo que pugnaba por salir de su garganta. Ya sabía lo que venía, y no podía hacer nada por evitarlo. Un par de dedos entrando y saliendo casi con furia, fue la única preparación para que unos segundos después, un enhiesto ariete de carne se abriese paso en sus entrañas.

El grito de dolor quedó ahogado en las mantas. Con uno o dos empujones, Dénethor consiguió penetrarlo por completo y la única concesión que hizo, fue la de esperar un momento antes de aferrarlo por las caderas y comenzar a moverse.

Sin preocuparse por brindar siquiera un poco de placer al cuerpo que temblaba bajo sus embestidas, el hombre solo se aplicó a desfogar su propia necesidad. Una necesidad tan imperiosa, que solo le importaba enterrarse más y más en el cuerpo joven que tenía a su completa disposición. Empujó, mordió y estrujó hasta que con un grito sofocado, se liberó dentro del muchacho cayendo luego sobre él.

Atrapado bajo el descomunal peso del otro cuerpo, dolorido; Baldor solo podía agradecer que ya había terminado, aunque el aguijón punzante en el sur de su cuerpo, todavía invadido; le decía que probablemente sí lo hubiesen lastimado. Luego de unos instantes, Dénethor se retiró de él y quedó tendido a su lado.

Al cabo de unos minutos, cuando las respiraciones se hicieron más normales, Baldor sintió que el otro se movía.

- Voy a lavarme. Alista la cena, tengo hambre.

Sin esperar su respuesta, se movilizó hacia el cuartito junto a ése, y solo cuando desapareció, Baldor se animó a dejar que sus dientes dejaran de morder el trozo de manta que mantenía atrapada entre ellos.

Todo el cuerpo le dolía y le temblaba de manera casi imposible de controlar, pero de alguna manera consiguió también aflojar la presión con que apretaba los puños. Las uñas habían dejado profundas marcas en las palmas, pero eso no importaba. Tenía que moverse y hacer lo que le habían pedido.

Con un gemido, consiguió ponerse de pie, y al hacerlo, el líquido que corrió entre sus piernas le dio la pauta que sí estaba un poco lastimado. Demasiado tiempo solo y que luego lo tomaran así... no era de extrañar. Después de limpiarse, volvió a colocarse la bata y con cuidado regresó a la sala.

Pensó en Legolas en ese momento. Seguramente era feliz y disfrutaba de su intimidad con el rey. Aunque se sentía contento por su hermano menor y amigo, no podía evitar un poquito de envidia pero dio las gracias a todas las divinidades que conocía por no haber dado lugar en su corazón al galadrim.

Sabía que era mentira, pero tenía que intentar mentirse, de lo contrario no podría tolerar la presencia de su danna y todo lo que ello implicaba.

Antes de empezar a disponer todo para la cena, se preguntó si era necesario ser un elfo para morir de tristeza.

(-0-)

Legolas tenía un rato libre antes de empezar a prepararse para esa noche. No le hacía mucha ilusión ir a las reuniones algunas veces, pero era conciente que ahora era parte de su existencia, y no podía simplemente cancelar su asistencia sin que eso afectara a la okiya.

Decidió emplear ese tiempo libre leyendo uno de los tantos libros que el maestro Egaldus le había prestado hasta que se hiciese el momento de empezar a prepararse.

- Felicitaciones, Legolas.- dijo Arwen, entrando en la sala y sentándose a su lado.

De manera casi inconsciente, Legolas se hizo a un lado; no por temor, sino porque la elfa parecía irradiar algo así como un aura fría que lo calaba hasta los huesos.

- ¿Felicitaciones...? ¿Por qué?

- Tyra-san ha hecho las cuentas de estos últimos tiempos y al parecer, tus ganancias han sido más que substanciosas...

- ¿Ah, sí?

- Por supuesto, no podía esperarse menos... después de todo, el rey paga bastante bien para que lo mantengas 'ocupado'...- agregó suavemente.

Legolas tomó aire un par de veces antes de contestar.

- Todos los clientes pagan para que los mantenga entretenidos... ¿No es eso lo que hacemos?

- Eso es lo que hacemos los demás.- ahora, la voz era un susurro gélido.- Puedes engañar a los demás con tu carita inocente, Legolas, pero yo se muy bien de qué manera mantienes ocupado al rey.

- Yo no eng...

- No te molestes en negarlo. ¿Olvidas que somos de la misma raza? ¿Crees que no puedo darme cuenta que cuando te vas, sales oliendo al perfume de esas dichosas flores del jardín; y cuando regresas de tus 'reuniones' con el rey hueles a sexo...?

La última frase había sido lanzada con tanta carga de odio, que por unos instantes, el elfo se quedó un poco estático. Sabía que Arwen no lo estimaba, pero tampoco hubiese podido pensar que guardara por él un odio tan genuino. Aún así, no iba a permitir que dijese esas cosas... Aunque fuesen ciertas.

- Sin embargo, antes que pudiese contestarle, Arwen se levantó y se dirigió hacia la salida.

- Probablemente nadie se dé cuenta de eso, pero yo lo sé... Y tú también lo sabes.- dijo todavía antes de salir.- Por más que intentes negarlo, Legolas, tus actos no se diferencian en nada a los de una vulgar ramera mortal.

Arwen salió de la salita perfectamente consciente del efecto de sus palabras. Si ella tenía que esperar retorciéndose de la impaciencia a la espera de poder saltar sobre su presa, no significaba que tenía que observar impávida como ese elfo disfrutaba de su conquista.

No podía haber dicho nada que hiciera sentir tan mal a Legolas, como eso. Por más que el elfo intentó decirse que esas palabras estaban dictadas por el despecho y el odio, no consiguió quitarlas de su mente.

(-0-)

Aragorn paseaba de un lado a otro de la sala, esperando la llegada del elfo. Tenían una reunión, esta vez una genuina reunión y quería que Legolas estuviese presente. Necesitaba saber que podía contar con la inteligencia despierta y esa facultad de consejo que había descubierto en su pareja para evaluar lo que sucediese en esa reunión.

Dos días atrás había recibido la noticia que el antiguo Senescal de Gondor se encontraba en la ciudad, y lo había invitado a esa reunión. No porque quisiera verlo, sino porque necesitaba saber qué se traía entre manos el viejo y confiaba plenamente en la perspicacia de Legolas para descubrirlo o al menos obtener una pista.

Unos golpecitos en la puerta, aquella se abrió, y la gallarda presencia de su elfo lo dejó sin aire, como de costumbre. Sin embargo los dos se saludaron con la corrección adecuada mientras el guardia permanecía en la sala. Solo cuando aquel se retiró, Aragorn avanzó hasta tomarlo en sus brazos.

A pesar de la dulzura de los labios que respondieron a su beso, no pudo dejar de notar un cierto alejamiento en ellos.

- ¿Hice algo mal de nuevo, amor?- preguntó, a medias sonriente, a medias temeroso de haber cometido algún error sin darse cuenta de ello.

La sonrisa suave de Legolas lo tranquilizó en parte.

- No...

Aunque no quería, las palabras de Arwen seguían dando vueltas en su cabeza una y otra vez:

"No hay diferencia entre tú y una ramera humana... o al menos era algo similar a eso" se dijo, sin poder ocultar que algo lo ensombrecía.

- Mientes muy mal, amor y no me gusta que lo intentes conmigo. Te siento lejos, aunque tus labios estén junto a los míos.

- Aragorn... ¿Tú... pagas más a la okiya por mis invitaciones...? Es decir... ¿Pagas más de lo que es lo normal, como si recibieras 'algo' más cuando nos encontramos...?

Hizo la pregunta con cierto temor, porque no quería ofender al hombre, pero no podía evitar sentirse un poco humillado por la idea que tal vez Arwen tuviese razón.

- ¿A qué viene esa pregunta?

-Por favor, Aragorn... solo contéstame... ¿Es cierto?

- No, no es así. Pago a la okiya lo usual por la invitación a un geijin de prestigio.- aún sin saber el por qué de ese interrogatorio, el hombre volvió a envolverlo en su abrazo.- Y eso es porque aunque quisiera pagar más, no habría oro ni plata suficiente para pagar por ti... ¿Sabes algo, preciosura mía? Si alguien me dijera que debo elegir entre seguir siendo rey y estar contigo, no dudaría ni un segundo en irme contigo.

Por unos instantes, Legolas se quedó enmudecido porque percibió la perfecta convicción en esas últimas palabras, y aunque eso lo hacía sentir profundamente amado, no podía dejar de pensar en el peligro de eso.

- No serías capaz de dejar tu trono por mí... ¿Verdad?

- Sin dudarlo un solo segundo, amor.- dijo antes de intentar besarlo.- Ahora... ¿Me dirás el por qué de esa pregunta?

- Bueno... es que Arwen me dijo...- empezó el elfo, pero ahora sentía lo ridículo que había sido darle cabida al veneno vertido por esa elfa.

Ante la mención del nombre, Aragorn bufó, imaginando o mejor, sin querer imaginar las cosas que podía haber dicho para que su elfo se sintiese tan incómodo. Si Legolas no fuese tan transparente con él, el asunto podía haber terminado en una pequeña disputa.

- Alguien debería prohibirle hablar... Amordazarla o algo así. Prométeme una cosa, amor... En el futuro, cuando esa elfa te diga algo, prométeme que no le creerás, al menos hasta haber escuchado lo que yo tenga que decir al respecto... ¿De acuerdo?

Después de haberle oído decir que no habría oro ni plata capaz de pagar el tiempo que compartían juntos, y que era capaz de renunciar a su trono por él; Legolas le hubiese prometido cualquier cosa. De suerte que el hombre solo le pidió que prometiera eso, y el elfo pudo hacerlo con el corazón alegre y lleno de felicidad.

TBC...

Reviews:

Azalea: Si, malvada yo... Sorry, te entendí mal? Jiji... Pero tienes razón, no hay que ser, y en este capítulo tendrás tu respuesta. Legolas es un elfito astuto y supo exactamente dónde ir a clavar los dientes para que Haldir se sacuda... pero el galadrim se resistirá un poquito más, recuerda que tiene un motivo muy fuerte, pobechito... El es inmortal, pero Baldor no. Bueno, Arwen no sabe que el elfito es un príncipe, así que habrá dos caras OO cuando sepan juasjuas. Un besín.

Nina: Hiii!!! Tuve esos días en que veía todo lindo, rosa y precioso... por eso me salió el capitulo sin Arwen. Pero ya tenía que recordarme que existe, la arpía esa... Haldir sí está un poquitín celoso y tenías razón, en este capítulo tienes al danna de Baldor, aunque ahora que apareció, creo que todas querrán desaparecerlo jeje. Bye!

Iona: Se acabaron los capitulos tranquilitos muejeje!!! Ves lo que hace la lluvia? XD, XD... ese establo ardía... ni que hablar de sus ocupantes jajaja. Pobre Haldir, verdad? El elfo quiere curarse en salud y no permitirse amar a alguien que va a morir, pero las cosas no saldrán como 'él' quiere, sino como YO quiero juasjuas... Baldor está dolorido, no entiende, pero ya ves que tiene otros problemas graves por resolver. Todos se aman tanto... pero espera a que yo meta mis deditos en el teclado... Todos sufrirán!!! Oh, perdón, fue un momento de locura abysm se hace la inocente Nos vemos! Un besote.

Zekhen-angel: Jaja, Haldir quiere cerrar los ojos, pero se empeñan en no dejarlo; y algo más le hará comprender del todo. El rey y el elfito siguen haciendo travesuras cada vez que pueden XD, XD... Ya estoy maquiavelando la parte oscurita del fic, así que ya tendrás noticias. Besooooss!

Amazona Verde: Hola! Que bueno que te gustó... fue un capitulin para sacar lo rosita que tenía encima esos días. En cuanto a Haldir, está curioso, pero le cuesta admitir que también está celoso jejeje. A ver qué piensa después de esto. Adieu!!!

Forfirith: Hola!! Vaya que le picó el asunto del danna de Baldor... Si quieres que te diga, a mí tampoco me gustaba Haldir, pero en el fic de Jun salía tan caballero, tan lindo que me convenció... Hasta puedo verlo con Legolas... Por supuesto, mi pareja favorita es Aragorn, pero si no estuviese el reyecito, pondría elfo con elfo :- ) El establo les vino de perlas... solitos, con lluvia... uf, que de calores... Los hermanitos aquí están, me hicieron la vida imposible por unos días, malvadillos. Todas se extrañan de la ausencia de la elfa, pero ya aparecerá con su domingo siete... pero yo tengo mis planes, muejeje... ya verás. Un montón de besitos.

Monce: Holis. Tienes razón, tienes razón... Era Dénethor nomás el danna de Baldor, y es un $%·". Leggy ya conoce bastante al galadrim y supo dónde picar para que Haldir se rasque jeje. Las imágenes de ese establo me persiguieron un buen rato, puedo asegurártelo. La bruja mostró un poquito los dientes aquí para sacarse el veneno de encima, pero ya se viene con la noticia gorda, aunque... No digo más. Besotes.

Vania: Jajaja... Si me dejaste tu comentario en slasheaven también, yo contentita de verte por los dos sitios. Y sip, anduve en días pitufitos... Casi como lo describiste, nomás me faltaba la cancioncita... Y necesitaba empezar a bosquejar la parte más difícil del fic, pero no había caso. Esos dos insistían en hacerse arrumacos por todos lados jiji. Y el elfito supo qué decirle a Haldir pero ves que el pobrecito Baldor tiene problemillas snif, como le hago eso a mi creación, snif... Besos!