Título: El destino del árbol y el junco
Autor: abysm
Disclaimer: Los personajes son de JR Tolkien, por supuesto. Los tomé prestados un tiempito.
Advertencias: Esto será slash Aragorn/Legolas, definitivamente. Creo que será rating R en algunos capítulos.
Aclaraciones: AU. No hay Anillo ni Sauron. El fic estará ambientado en la tradición de las geishas. Algunas de esas costumbres van a estar alteradas para beneficio de la trama del fic. Intentaré aclarar las ideas erróneas, me encanta el mundo de las geishas y no quisiera ofender. Por eso, habrá algunos nombres japoneses (personajes secundarios, obvio y poquitos) y alguna que otra frase.
Capitulo 26
Todo estará bien
Elroy
Un día más de asedio, una día más de elfos heridos, aunque por suerte, sin muertos.
Ya era pasada la medianoche, y Elroy seguía tratando de idear alguna manera que pudiese sacarlos de ese terrible problema. Podían resistir, pero no indefinidamente; las fuentes surgentes les aseguraban agua y por ende, una larga resistencia, pero no queria que el asunto llegase a esos extremos. Durante el día, las arañas custodiaban todos los accesos al castillo y durante las noches, los orcos lanzaban enceguecidamente sus interminables andanadas de flechas.
Ya había olvidado lo que significaba descansar. Desde que el rey no estaba, su vida parecía haber entrado en un torbellino de sucesos que no conseguía detener, que cada vez tomaba más velocidad y fuerza.
Sin meditarlo realmente, sus pasos lo llevaron de regreso a su estudio.
"¿Dónde estás ada...? No he vuelto a tener noticias, y te necesito... No sé cómo salir de esto solo..."
No quería desesperarse, pero estaba agotando rápidamente todo su conocimiento acerca de esas situaciones y necesitaba consejo y apoyo. No es que el de su esposa no sirviese, pero necesitaba la experiencia de un gobernante.
Entró en el estudio, y en cuanto cerró las puertas a sus espaldas, desde atrás, una mano se cerró sobre su boca impidiéndole emitir sonido.
- Ni un sonido, Elroy.- dijo la voz susurrante que el joven elfo reconoció al instante.
Había empezado a prepararse para resistir, pero el sonido hizo que su cuerpo se relajase de inmediato y giró muy rápido, solo para encontrar una figura envuelta entre las sombras.
Por un instante, se quedó estático, mirando al elfo alto y esbelto. Las ropas estaban cubiertas por una capa que lo cubría casi por completo, pero no era eso lo que asombró a Elroy, sino que al dejar caer la capucha hacia atrás, se descubrió la cascada de cabello rojo como el fuego. Sin embargo, los ojos grises, decididos y determinados no habían cambiado un ápice.
- Ada...- murmuró apenas, antes de abrazarlo con toda su fuerza.
No hubiese podido pronunciar otra palabra. Jamás le había sucedido eso de quedarse sin palabras para expresar todo lo que sentía en ese momento. En ese momento más que nunca, recordó todas las veces que discutió con los miembros del Consejo, con Silmatar, con todos lo que insistían en que ya ordenara celebrar las exequias de su padre y tomara el trono. Recordó su obstinamiento en negar su muerte, guardando con eso una mínima esperanza en su interior, como si con ello pudiese mantenerlo con vida, dondequiera que estuviese.
- Ada... Te necesitaba tanto...
Posiblemente nada de lo que hubiese podido decir, habría afectado tanto a Thandruil como esa sencilla declaración de necesidad. Durante largos instantes, no se movieron, no se hablaron disfrutando nada más del reencuentro.
Por fin, Thandruil deshizo el abrazo para poder contemplar mejor a su hijo.
Lo había visto de lejos unas cuantas veces, pero solamente en ese momento que lo tenía tan cerca, veía los cambios en él. Ya no quedaba nada del elfo irresponsable y aventurero que había dejado al salir de Mirkwood sin saber que pasaría tanto tiempo sin regresar. Las preocupaciones, los problemas habían dejado sus huellas en el rostro, o más bien, en la expresión de los ojos; porque el rostro continuaba siendo rozagante y fresco.
Todos decían que sus tres hijos se parecían a él, y él lo aceptaba viendo semejanzas y diferencias que tal vez escapaban a otros ojos. En aquel momento, luego de tantos acontecimientos, la veta oculta de resistencia que había en Elroy estaba a la vista y Thandruil pudo reconocer que el Espejo de la Dama de Lórien había conseguido ver eso por debajo de la capa de indolencia e irresponsabilidad que su hijo había tenido hasta entonces.
- Lo sabía...- musitó todavía Elroy.- Sabía que no estabas muerto. Mi corazón me lo decía a gritos cada vez que me pedían que declarara oficialmente tu muerte...
- Fue un gran riesgo no asumir el trono.- dijo Thandruil aunque en el fondo, agradecía maravillado el proceder de su hijo.- Eres increíblemente terco...
- Debo serlo, soy tu hijo... Ven, tienes mucho que contarme...
Casi remolcó a su padre hacia el escritorio, luego de asegurarse que las puertas estuviesen bien cerradas. Por unos instantes, tuvo la curiosa sensación de ya haber vivido ese momento, y luego se dio cuenta que en ese lugar, se habían visto por última vez antes del fallido intento de asesinato.
- No esperes demasiado, hijo... Fue sin duda alguna, la intervención de los Valar, la que me mantuvo con vida, ya que cuando caí en el río, estaba seriamente herido. Conseguí salir a la superficie y me aferré a un tronco que flotaba río abajo. Perdí el conocimiento en algún momento y no lo recuperé hasta mucho tiempo después. Una familia de elfos que vivía en la espesura me encontró... Mejor dicho, el hijo menor de esa familia...
- Ada... ¿No te reconocieron...?
- Nunca me conocieron, llegaron y se establecieron allí justamente porque estaba alejado de todo... Estuve con ellos hasta que llegaron esas bestias y los guardias nos obligaron a venir... Como ves, tuve que hacer algunos cambios para poder pasar desapercibido.- comentó pasando su mano por la mata de pelo que lucía tan extraño color.
- Quisiera preguntarte tantas cosas... pero no tenemos tiempo, ada. La situación es muy complicada aquí, y no encuentro la manera de salir de ella. Creo que necesitaremos la ayuda de Rivendel... Son los únicos que llegarían aquí a tiempo y ni siquiera imagino cómo enviar a alguien.
- No solicitaremos la ayuda de Rivendel a menos que sea absolutamente necesario.- dijo Thandruil, terminante.- De ser posible, debemos solucionar solos nuestros problemas.
- Estamos sitiados, Ada.
- Se está sitiado, Elroy, cuando no hay posibilidades de salir de algún lugar.
- Eso es justamente lo que...- Elroy comenzó a hablar y se quedó varado a mitad de la frase.
La expresión segura y confiada de su adar le decía que Thandruil sabía cosas que él no sabía.
- Hay algo que no me estás diciendo, Ada.
- Hay muchas cosas que no llegué a decirte, Elroy. Eras demasiado impetuoso, y no creo que hubieses hecho buen uso de lo que tenía para decirte... ¿No te has preguntado cómo es que puedo moverme por todo el palacio sin que me hayan visto?
- Sí... pero supongo que eso es porque conoces hasta el último rincón de este lugar.
- En parte sí, pero también porque este sitio tiene muchos pasajes internos que solo yo conozco. Pasajes que conectan muchos lugares del palacio y otros que pueden llevarte fuera de aquí. Uno de ellos se interna bastante en el bosque... Estuve allí no hace mucho y pude evaluar un poco la cantidad de bestias que hay...
- Ada... ¿Estuviste metido en medio de esas bestias...?- preguntó Elroy, asombrado por la sangre fría del rey.
- Era necesario, alguien debía averiguar todo lo posible para salir de esta situación.- declaró Thandruil displicente.- Si envías tropas por ese sitio, pueden salir en la retaguardia del enemigo. Sugiero que el ataque sea en el momento previo al amanecer, cuando los orcos estén por ocultarse. El ataque sorpresivo sembrará la confusión entre las arañas y los orcos no podrán replegarse a sus cuevas, tendrán que quedarse y no podrán luchar enceguecidos por la luz.
- ¿Crees que dará resultado...?
- La mejor defensa es un buen ataque, Elroy y no tenemos opción. Si cumplimos bien nuestra parte, matar orcos ciegos será algo de lo que podrán encargarse los arqueros menos experimentados. Los más diestros tendrán que encargarse de las arañas que queden y que seguramente al no poder retroceder, avanzarán hacia aquí.
Elroy meditó en silencio la propuesta de su padre. No había mucha elección posible, de manera que necesitaba tomar una decisión. De pronto, recordó que su padre estaba allí y era el rey; ya no era su decisión.
- Se hará como digas, ada.- dijo, acatando de inmediato la nueva situación.- Tenemos que poner a salvo a nuestra gente.
Para sus fueros internos, Thandruil sonrió. Elroy acababa de pasar con éxito la última prueba. Luego de estar tanto tiempo en uso del poder, era necesario saber si podía renunciar a esa posición y aceptar nuevamente su condición de príncipe. Una vez más, su hijo lo llenó de orgullo demostrándole que era capaz de hacer las cosas correctas por el bienestar de sus elfos.
- Muy bien, escucha esto: quiero que elijas una buena cantidad de elfos, ya te diré cuantos. No solo deben ser buenos arqueros, también deben ser diestros con la espada. Los llevaré a través de ese pasaje y caeremos por detrás a esas malas bestias. Y quiero que el Capitán Anarion esté al frente de ellos.
La petición sorprendió un poco a Elroy, ya que el elfo mencionado era uno de los principales comandantes de las tropas. La fría resolución en la voz del rey le avisó el posible porqué de ese pedido.
- Ada... ¿Estás seguro...? Anarion ha estado bajo tu mando durante mucho tiempo... Siempre fue fiel...
- No sé en qué momento la semilla de la maldad germinó en su corazón, hijo; pero no me cabe duda de ello. Y hay más implicados en esto...
- Lo sé. El Consejero Terendul, supongo.
- ¿Lo sabías...?
- No con seguridad, de hecho, no tengo prueba alguna de eso; pero Löne insiste en eso y ahora veo que tenía razón.- el joven elfo sonrió recordando sus conversaciones nocturnas.- Según dijo, es intuición femenina...
- Veo que tu relación con esa niña ha mejorado mucho.- dijo Thandruil, tentativamente.
- Sí... Yo diría que sí...- el rostro de Elroy tomó una expresión concentrada y seria, que Thandruil reconoció como propia, mientras buscaba el modo de explicar a su padre.- A veces todavía no me explico cómo llegó a amarme con las cosas que le hice... Con la manera en que me comporté con ella... Cómo es posible que siga amándome pese a todo y me ayude como lo hace...
- ¿Y la amas ahora?
- Sí.- la respuesta fue suave, decidida y firme; entonces levantó la mirada hacia su padre y su rostro recobró la expresión traviesa que el rey había visto muchas veces rondando en tres rostros similares.- Y también le alegrará mucho saber que estés bien... Abuelito...
Fue el turno de Thandruil de dejar casi de respirar ante la noticia. Lo que menos hubiese esperado en menos de tantas malas noticias era recibir una buena. No buena, grandiosa. Su Casa, la Casa de Thandruil tenía sangre nueva en camino.
Como si esas palabras hubiesen insuflado nuevas fuerzas en él, se irguió y sonrió a su hijo antes de abrazarlo con fuerza. Cuando lo soltó, los rostros serenos encontraron mucha más afinidad de la que hubiesen tenido hasta ese momento.
- Entonces, hijo mío; empecemos a hacer lo que debe hacerse. Tenemos que recuperar nuestro bosque para que mi nieto o nieta corretee por él a placer.- los ojos grises tuvieron un destello peligroso antes de seguir hablando.- Tendremos que deshacernos de todas las alimañas que nos rodean... Y no hablo de arañas y orcos.
Elroy asintió firmemente.
- Tenemos bastantes horas a nuestro favor antes del amanecer, debemos aprovecharlas, Elroy. Elige a los guerreros y que se reúnan en las caballerizas del ala sur, pero no les digas nada de mí, lo sabrán a último momento, cuando los encuentre para guiarlos. Asegúrate que Anarion esté con ellos. Tienes... tres horas.
El joven elfo asintió y vio cómo su padre iba hacia la pared más alejada del estudio ocupada por una enorme estantería. Thandruil metió la mano detrás de algunos libros y luego de oír un suave 'click' un sector de la biblioteca se deslizó en silencio dejando ver un espacio oscuro.
En cuanto lo vio desaparecer, el mobiliario volvió a moverse y retomó su lugar; entonces Elroy tomó aire profundamente y salió del estudio dispuesto a poner en ejecución las indicaciones recibidas.
(-o0o-)
Sus días allí estaban contados, se lo habían dicho, pero no lo creyó hasta aquel momento.
Silmatar vio a Elroy saliendo del estudio y caminando enérgicamente por los corredores hasta que desapareció de su vista. Regresó a sus habitaciones, las mismas que tantas noches había compartido con quien ahora era Regente.
La amplia cama que muchas veces soportó el peso de ambos, en interminables noches de pasión, ahora estaba vacía y se le antojó increíblemente grande para él solo, por lo que se desvistió de a poco, imaginando que Elroy estaba allí, mirándolo con la expresión de deseo latiendo en sus ojos dorados.
Tenía verdadero arte en desnudarse exponiendo con lentitud cada parte de su cuerpo de modo que se apreciara mejor, que luciese de la mejor manera; de ese modo había cautivado el cuerpo de Elroy. Con la estudiada exposición de sí mismo y la entrega en cada encuentro. Se cubrió con una bata de seda, de suave color añil que Elroy había usado cada vez que pasaba la noche allí. Todavía tenía su aroma.
Se arrebujó en ella pero no se acostó, sino que se acomodó en un diván, preguntándose si tendría el temple necesario para hacer lo que le habían pedido.
Cierto era que había participado en todo el complot desde el principio y que las vidas de Thandruil o la de esa odiosa elfa le importaban tanto como la de un orco, pero no era lo mismo con Elroy. Nunca había estado en sus planes que muriese y menos del modo en que planeaban matarlo. Tampoco le agradaba lo que podía suceder si los planes de matar a Elroy, fallaban. El remolino de sentimientos que lo rondaban eran demasiado confusos, incluso para él.
El sueño lo esquivaba desde que recibió esas indicaciones y no se hacía ninguna ilusión acerca de poder dormir esa noche tampoco. Trató de acomodarse en el diván, sin que le pasase por la mente el acomodarse en la cama, pero entonces la puerta de la habitación se abrió y Elroy entró por ella.
Ni siquiera se puso de pie. La expresión decidida en el rostro del Regente le decía con claridad que venía a comunicarle que pronto debería abandonar esas habitaciones y posiblemente el palacio, así que se limitó a mirarlo desde donde estaba reclinado.
Elroy dejó que su vista vagara hacia el cuerpo del elfo, apenas cubierto por la bata corta, estudiando el modo en que los pliegues se adherían sutilmente a cada plano y cada curva.
- ¿Cuándo deseas que me vaya?- preguntó de pronto, interrumpiendo la observación, que ahora le molestaba un poco.
- Al amanecer, un grupo de elfos intentará irrumpir las líneas de nuestros enemigos, mientras tanto, necesitaré que cada elfo que pueda tender un arco, ocupe un puesto en las murallas. Quiero que estés ahí, luego podrás irte. Te asignaré algún puesto...
El gesto de Silmatar cortó la frase y Elroy no hizo ningún esfuerzo por continuarla.
- ¿Estarás al frente de esos elfos suicidas?- preguntó fríamente.
- Esos elfos arriesgarán sus vidas para que tú tengas un lugar donde vivir.- comentó Elroy, de manera seca.- Y no, no estaré con ellos, pero no porque no lo desee, sino porque debo estar con mi gente...
- Así que estarás en las murallas... – musitó como para sí mismo, pensando que eso lo ponía en bandeja de plata sin que él tuviese que intervenir.
- Sí.
- Estaré contigo.- dijo Silmatar y al instante captó el gesto de sorpresa de Elroy ante la rápida aceptación de la orden.
- Bien, te lo agradezco.
Elroy no hubiese podido pensar que sería tan fácil. Había ido preparado para una escena, o al menos una buena discución, y en cambio, Silmatar había aceptado su decisión con esa extraña calma.
Entonces Silmatar se puso de pie, de esa forma lánguida en que siempre lo hacía y se acercó a él. Cerca, muy cerca, hasta que Elroy percibió el tenue aroma de la piel y el cabello del elfo. La mano se posó en su rostro segundos antes que los labios acariciaran los suyos.
- No...- murmuró, ladeando la cara para evitar que volviese a besarlo.
- Hazme el amor, señor mío...- susurró Silmatar sin despegar sus labios de la piel.- La última vez... No habrá reproches luego... Mañana te acompañaré en las murallas, lucharé a tu lado y me marcharé sin hacer escándalo... pero esta noche, hazme el amor como solías hacerlo.
Antes que Elroy pudiese volver a negarse, dejó caer la bata, que se deslizó sobre sus hombros hasta el suelo, formando allí un destellante charco añil.
El cuerpo era tan perfecto, tan detallado en sus formas que aún sin proponérselo, Elroy adelantó sus manos hacia las estrechas caderas, los dedos oprimieron la tersa piel, recordando el tacto agradable y ante eso, Silmatar avanzó hacia él, echandole los brazos al cuello y provocando con eso que los cuerpos se uniesen.
Aunque una de sus manos continuó aferrando la cadera, la otra ascendió por la espalda desnuda delineando la columna hacia arriba e internándose en la mata de cabello castaño, ondeado y suave.
- Dulces Valar...- gimió Elroy, cuando la boca del otro elfo se deslizó desde su cuello hasta su sensible y puntiaguda oreja.- ¿Qué es lo que buscas Silmatar...?
- Solo pertenecerte una noche más... La última noche, señor mío.-dijo, mientras sus manos deshacían los nudos de la túnica y se metían por debajo, izándola hasta quitarla.
Si apenas un par de horas antes le había dicho a su padre que amaba a su esposa... ¿Cómo era posible que la cercanía de ese cuerpo todavía le despertase sensaciones?
- Yo no te am...- empezó Elroy, pero los dedos de su pareja se posaron en la boca, impidiéndole que terminase las palabras.
- Lo sé... Siempre lo he sabido, pero puedes mentime por última vez...
De a poco, fue arrodillándose, hasta que su rostro quedó a la altura adecuada y las manos hábiles se encargaron con eficiencia de liberarlo de la molesta ropa deslizándola hasta el suelo.
Silmatar era muy bueno con la boca, Elroy debía reconocerlo; era insuperable. Sintió los labios posándose apenas en su punta y luego lo besó con suavidad, mientras manos igualmente expertas lo acariciaban y acariciaban también sus testículos despertándo muy rápido el deseo.
Deseo... Siempre había sido deseo y nada más, ahora Elroy podía discernirlo con toda claridad. O al menos con algo de claridad, porque de haberla tenido toda, se hubiese apartado de él. Pero no lo hizo.
La lengua lamiéndolo le arrancó ahogados gemidos y más aún cuando aquella jugueteó con el minúsculo orificio de la uretra, tanteando, intentando penetrar por él. Sorpresivamente lo tomó por completo, engulléndolo como si fuese una pieza irresistible, Elroy tuvo que inclinarse y apoyarse sobre uno de los hombros del elfo para no perder el equilibrio ya que sus piernas flaquearon. Y mientras tanto, seguían masajeando sus piernas, su trasero, incluso internándose breve y tentativamente entre sus nalgas.
La succión lo puso duro en muy poco tiempo y la tensión por contener el orgasmo hizo que sus rodillas temblaran. Se quitó de esa caliente cavidad antes de terminar allí. Sin detenerse a pensar en por qué lo hacía, arrastró a ese elfo hasta la cama mientras lo besaba y trataba de liberarse de la ropa que había quedado molestamente enroscada en sus tobillos.
Cuando llegaron al lecho, Silmatar se tendió de espaldas, mirándolo, mirándolo con una expresión extraña que parecía de despedida y angustia y que Elroy atribuyó a su pedido para que saliese de su vida. Después de todo, no le pedía demasiado, solo una última vez...
Elroy volvió a besarlo, hundiéndose en la boca, recorriendo con su lengua los rincones que bien sabía despertaban la pasión del elfo y luego resiguió el lento camino desde la barbilla hasta el cuello, bajó al pecho y succionó con fuerza una tetilla, hasta que un gemido llegó en respuesta a ese estímulo. La otra recibió tratamiento igual hasta que ambas casi doblaron su tamaño y quedaron enrojecidas y húmedas. No contento con eso, Elroy continuó dejando su estela de besos a traves del viente, hasta llegar al pene que ya lucía erecto y ansioso. Tan ansioso que pareció dar un saltito cuando apoyó sus labios en él.
Vio las manos crispadas arrugando las delicadas sábanas de satén blanco y decidió que era suficiente. Aparentemente, Silmatar debió pensar lo mismo en ese momento porque irguio la cabeza y lo miró otra vez, de manera oblicua y extraña.
- Hazme tuyo, señor mío...- jadeó, y empujó sus rodillas hasta su pecho, franqueándole el camino por completo.
Sin esperar más invitación, Elroy expandió apenas la entrada usando los dedos húmedos de su propia saliva antes de introducirse en él. No pudo saber si el gemido fue de intenso placer o un poco de dolor por la intromisión que casi no había tenido preparación previa, pero no pudo meditar demasiado en ello, porque como siempre, las calientes paredes lo apretaron, lo rodearon y lo sumieron en el éxtasis.
Luego de unos segundos, inició el movimiento, las embestidas que fueron aumentando su fuerza y velocidad, como sabía que a Silmatar le gustaba, y como continuaba gustándole porque las manos de su amante lo aferraron y las piernas se cerraron sobre su cintura obligándolo a ir hasta el fondo.
Empujó una y otra vez, con fuerza, con ritmo, sintió que las manos del otro elfo se deslizaban por sus hombros, no clavando sus uñas como solía hacerlo, sino en una caricia insólitamente suave. El duro pene apretado entre ambos cuerpos pareció convulsionarse y lanzó un cálido chorro al tiempo que las paredes que aprisionaban a Elroy se cerraban oprimiéndolo de forma casi dolorosa, lo cual lo hizo liberarse casi al segundo siguiente.
Durante largos segundos permanecieron en aquella posición, hasta que las piernas de Silmatar dejaron de sujetarlo y bajaron a una posición más relajada. Con el rostro hundido en la caliente piel de Elroy, Silmatar susurró algo que Elroy no comprendió.
- ¿Qué...?- susurró.
- Que mañana me iré sin escándalos...- respondió el elfo, aplicando un insólito beso sobre el hombro antes de empujarlo suavemente para que saliese de él.- Ahora necesito descansar, señor mío... No será bueno que esté desvelado cuando esté en las murallas...
El tono jovial, casi despreocupado del elfo alivió un poco la tribulación de Elroy, que se irguió y se sentó en el borde del lecho para localizar sus ropas mientras Silmatar se envolvía en las delicadas sábanas.
Cuando terminó de vestirse, Elroy giró para observar a su amante y encontró que aquel dormía o al menos parecía hacerlo.
(-o0o-)
Paseando en el frío aire previo al amanecer, Elroy repasó los últimos eventos.
Luego de salir de la habitación de Silmatar, regresó a sus propias habitaciones a tomar un rápido baño. Tenía que poner sobre aviso a su esposa de lo que sucedería y se sentía extrañamente sucio, por no decir culpable. Si aquella notó algo, no hizo mención alguna.
Lo más notable del asunto, fue el momento en que Anarion y la improvisada tropa llegó al sitio del encuentro. Los elfos de la guardia estaban exhultantes de alegría al ver vivo al rey, mientras el rostro de Anarion permanecía impertérrito, sin demostrar una sola emoción, pero sabiendo que la mirada penetrante y fría que el rey mantenía sobre él solo podía tener una explicación.
Hablaron aparte apenas unas cuantas palabras, algunas de ellas, Elroy nunca las olvidaría.
No comprendo qué pasó con mi fiel camarada...- había dicho Thandruil.- No sé en qué momento este elfo frío y calculador asesinó a mi amigo, al colega que me acompañó en tantas batallas... No me explico por qué sucedió y por qué te prestaste a esta sucia intriga... Si solo hubieses traicionado mi amistad, me limitaría a desterrarte a los confines de la Tierra Media, pero no solo traicionaste al amigo. Traicionaste al rey que te dio su confianza y pusiste en riesgo a mi hijo, y a toda mi gente... El amigo podría perdonarte la vida; el rey, no...
Con esas palabras y sin que nadie mas que Elroy que estaba muy cerca pudiese notarlo, un puñal apareció en sus manos. Contrariamente a lo pensado lo dio vuelta ofreciéndolo a Anarion.
- Elige: puedes acabar tú mismo con tu vida, aquí, de manera indigna y vil; o puedes recuperar tu honor sirviendo al pueblo que alguna vez me juraste defender...
Anarion había mirado apenas el puñal que le ofrecían sin intentar siquiera una excusa, y luego se irguió en toda su estatura.
- Soy un guerrero, Majestad... Recuperaré mi honor.
Solemnemente, Thandruil asintió y guardó el arma.
- Solo yo conozco el camino.- dijo el rey.- Lucharemos juntos una vez más.
- No, Majestad. Si tienes que venir, lo harás; pero permanecerás atrás. Bosque Negro no puede perder a su rey dos veces.
El abrazo entre los dos elfos adultos, había sido una despedida y Elroy se dijo, en aquel instante, que nunca lo olvidaría, porque luego, Anarion se retiró para dar sus instrucciones a los guerreros mientras Thandruil se alejaba un poco de todos. Cuando Elroy se acercó a él, descubrió con asombro que su padre lloraba en silencio.
- ¿Lloras por él...?- preguntó intrigado.- ¿Por su traición...?
- No hijo. Lloro porque tuve un gran amigo, un compañero de armas y lo perdí.
- Él podría sobrevivir a esto, ada.
- El corazón me dice que no lo hará, Elroy... pero en realidad, yo lo perdí hace bastante tiempo; cuando aceptó unirse a este complot. En ese momento, mi amigo murió.
Sin hacer ninguna otra pregunta, Elroy dejó solo al rey.
Cada vez que recordaba esos tramos de conversación, Elroy se sentía un tanto disminuido ante la grandeza del carácter del rey, reconociendo que todavía tenía mucho por aprender, mucho por avanzar antes de poder hacerse cargo del trono en un lugar como Mirkwood.
"Bosque Negro... Así empezó a llamarse cuando todas esas criaturas oscuras se agruparon aquí... Pero si esto da resultado, será un golpe muy duro para esas bestias... La tarea de erradicarlas de aquí que empezó Ada hace tiempo, por fin podría ser terminada... Ya no sería Bosque Negro..."
El viento frío previo al amanecer hizo ondear su capa en medio de una calma extraña, tensa. A uno y otro lado, parapetados en cada resquicio de la muralla, había elfos con sus arcos y aljabas prestos a entrar en acción en cuanto recibiesen la señal.
Elroy paseó la vista por ellos con un ramalazo de auténtico orgullo al ver la determinación en los rostros hermosísimos y pálidos. No había un solo joven ni una doncella que hubiese renegado tomar su arco en el momento en que les fue solicitado, y tuvo que reconocer que ni siquiera Silmatar lo había hecho. Por el rabillo del ojo espió a su antiguo amante que en ese momento revisaba su arma concentrado y serio.
Se había mantenido a su lado, pero a prudente distancia, y eso no podía negarlo. Estaba portándose con muchísima dignidad teniendo en cuenta que apenas algunas horas atrás habían roto formalmente su relación.
En ese momento, la calma llegó a un punto máximo de tensión y todos parecieron notarlo al mismo tiempo, porque de pronto, el viento cesó, y las aves que anidaban en lo profundo del bosque se lanzaron al aire, causando una extraña conmoción. Junto a esa especie de rompimiento, llegaron los chillidos de aquellas horribles criaturas desde un oscuro rincón del bosque y Elroy supo que en ese instante, había comenzado la ofensiva.
- ¡¡¡Ahora, elfos!!! – gritó, irguiéndose, pese a la lluvia de flechas que cruzaron el aire.- ¡Recuperemos nuestro bosque!
A esa orden, todos los que aguardaban a su lado, comenzaron a hacer su parte.
Thandruil había tenido razón. Las arañas habían sido tomadas desprevenidas, justo en el momento en que se dirigían a suplantar a los sitiadores nocturnos. En medio de la confusión, y sin poder retroceder, los orcos se lanzaron hacia las murallas, ofreciendo un blanco relativamente fácil si no hubiese sido porque a pesar de todo seguían siendo mortales mientras la penumbra los amparase.
- Vamos, Anar...- rogó Elroy mientras disparaba sin cesar.- Regálanos tu presencia, danos tu claridad para terminar de una vez por todas con esto...
Desesperados por no poder retroceder, los orcos lanzaron ganchos y cuerdas para acceder a las alturas, y comenzaron a trepar. No parecía importarles morir en cantidades impresionantes, trepaban, caían pero inmediatamente otro lo reemplazaba.
- ¡Corten las escalas! ¡No permitan que lleguen aquí!
Elroy corrió a lo largo de los parapetos hasta llegar al sitio donde las flechas orcas habían abierto un espacio y en aquel momento, un rostro negro y horrendo asomaba por el borde de la muralla. Desenvainando rápidamente, descargó un espadazo sobre él, haciéndolo desaparecer pero casi al instante otro lo reemplazó , y otro, y otro más. Desesperados, los orcos seguían apareciendo.
- ¡Elfos! ¡Espadas aquí!
En segundos, unos cuantos de los guardias de palacio se presentaron para ofrecer resistencia junto a su príncipe, demostrando que no solo eran diestros con arcos, sino también empuñando espadas. Mientras tanto, las flechas seguían lloviendo, repiqueteando entre las piedras de los muros, cayendo y ocasionalmente encontrando un blanco.
El grito desesperado de esas malas bestias resonó cuando el primer rayo de Anar cayó sobre las murallas, emergiendo desde detrás de las copas de los árboles.
El resto fue un desbande generalizado, porque la claridad empezaba a hacerse más y más fuerte, cegando a esas criaturas, que solo pensaron en huir de la luz, no ya de los elfos que seguían exterminándolos. Los que habían llegado a lo alto de las murallas, prácticamente se abalanzaron sobre las mismas sogas que habían usado para trepar, para poder escapar por ellas.
Rápido, para no perder esa oportunidad, Elroy reorganizó la línea de arqueros en las murallas.
- Están huyendo ahora... Escuchen bien, elfos. Un disparo, un orco menos. ¿Oyeron? Ninguna flecha debe ser desperdiciada... Piensen que cada orco que regrese al bosque será un orco más por el que tendrán que preocuparse los amigos que están ahora allí... ¿Comprendieron?
Acicateados de esa forma, Elroy pudo ver cómo las expresiones de esos seres que en toda la Tierra Media eran conocidas como pacíficas y mansas, se volvían máscaras determinadas y el brillo en los ojos se tornaba peligroso y frío. Al segundo siguiente, comprobó lo acertada que estuvo su observación.
La primera hilera de arqueros apuntó con helada calma y la andanada de las flechas derribó una línea completa de orcos en su huída. La segunda descarga, proveniente de la hilera siguiente, hizo lo mismo mientras la primera volvía a cargar. Teniendo en cuenta la rapidez con que ambas lo hacían, la matanza se tornó casi sistemática.
Al cabo de un rato, cuando Anar ya iluminaba toda la zona, y casi no quedaban criaturas corriendo por allí, Elroy se volvió para detener la acción y rearmar un grupo que fuese a prestar apoyo a los que seguramente seguían combatiendo en el bosque.
- ¡Abran las puertas! ¡Amras, lleva a los elfos que aún puedan luchar para ayudar!
Cuando los portones se abrieron y las tropas reunidas comenzaron a avanzar a través de la explanada que rodeaba el castillo, un penetrante chillido rompió nuevamente el silencio, y una no desdeñable cantidad de arañas emergieron de la oscuridad del bosque.
Con extraordinaria velocidad, avanzaban sobre los cuerpos caídos de sus anteriores aliados, y ante esa visión, Elroy ordenó volver a cerrar los portones y sin necesidad de su orden, sus arqueros volvieron a disparar con la fría eficacia que habían exhibido anteriormente, esta vez, para proteger a los elfos que habían quedado fuera de las murallas.
Pero las criaturas no habían salido de la espesura por su propia voluntad, sino empujadas por las tropas de Thandruil, que aparecieron segundos después, diezmadas pero todavía feroces persiguiendo a las arañas que habían quedado.
El combate, librado casi al pie de la muralla resultó terrible pero rápido y casi terminante. Solo algunas de esas horribles criaturas consiguieron llegar nuevamente al abrigo de los árboles, heridas y casi exterminadas.
Desde los altos, Elroy se asomaba con temeridad, buscando casi frenéticamente entre los que quedaban, la figura de su padre. Por su parte, desde el victorioso campo de batalla, Thandruil paseaba la vista por los murallones, hasta que consiguió vislumbrar la cabellera rubia, y sobre la frente, la diadema de mithril que identificaba al príncipe heredero de Mirkwood.
Cuando agitó el brazo, Elroy lo reconoció y alzó el suyo en respuesta, sonriendo.
Fue tan rápido que ni Thandruil que estaba en el llano, ni Elroy pudieron verlo. Uno de los propios guardias que continuaban en el parapeto, calzó la flecha orca en su arco y disparó. El sonido vibrante hizo que Elroy girase a toda velocidad, pero entonces, un cuerpo se cruzó decididamente delante, recibiendo la mortal herida.
Ambos cayeron al suelo, enredados, mientras el elfo traidor se daba a la carrera, solo para ser atrapado unos metros más lejos.
Con indescriptible asombro, Elroy se descubrió, una vez más envuelto en los castaños rizos de Silmatar, pues no había sido otro quien se cruzara en el camino de la flecha. Muy despacio, lo removió para incorporarse a medias, mientras intentaba detener el impresionante flujo de sangre, pero la saeta había sido lanzada con tanta puntería como era de esperar.
- Quédate quieto, Silmatar... Te curaremos... Te pondrás bien...- murmuró Elroy, sosteniendo el cuerpo entre sus brazos al mismo tiempo que constataba la gravedad de la herida.- Estarás bien.
- No... No estaré bien... Soy un tonto... No se supone... que debía interesarme de ti...- intentó reír, y las burbujas de sangre le llenaron la boca.- Tardé tanto... en darme cuenta...
Tenía tanto por decir, y ya no tenía tiempo. Quería decirle toda la verdad, que había estado implicado desde el principio en ese complot, y que las cosas se habían complicado para él cuando Elroy empezó a sentirse atraído por su esposa, porque justo en ese momento, él se dio cuenta de los sentimientos que se habían despertado en él sin que pudiese evitarlo. Queria decirle que no hubiese podido dejar que lo mataran.
- Shh... No hables...
- Debo... Esto no podía... ser... Empezó mal... No podía... terminar bien... Pero al menos... te tuve por última vez.. Ya ves, señor mío... Me voy sin escándalos... Como te prometí...
La voz se apagó de a poco, tanto que las últimas palabras, Elroy las adivinó más que escuchó y reconoció que esa era la frase que no había comprendido la noche anterior.
- Te amo, Elroy...
Conmocionado, cerró los ojos del elfo , se quedó acunándolo pese a que sabía que era inútil y lo mantuvo en sus brazos hasta que una idea empezó a filtrarse de a poco en su mente.
Habían intentado matar al rey, intentaron matarlo a él, era evidente que estaban intentando desterrar por completo la Casa de Thandruil del gobierno de Mirkwood. Pero solo quedaba un miembro de la familia real, no por sangre, pero sí por matrimonio y por ello, con derecho pleno a reclamar el trono.
- Löne...- murmuró apenas.
Posó el último beso de despedida sobre los labios exánimes del elfo y lo dejó allí, luego vería que le dedicasen los honores que correspondiesen; pero ahora tenía que asegurarse que su esposa estuviese bien.
Bajó de los altos murallones dirigiéndose al palacio pero a medida que se acercaba, tenía el pálpito, la corazanada cada vez más fuerte que su esposa estaba en peligro; que no todo el peligro se había conjurado detrás de las murallas del castillo. Al final, corría a toda la velocidad que podían dar sus piernas, recorriendo salones y pasillos.
Finalmente, se dirigió a las habitaciones que compartían, recordando que le había pedido que permaneciese allí para su propia protección. Aún antes de llegar, escuchó el llanto desgarrador y entrecortado, del otro lado de las puertas cerradas desde dentro. Golpeó, pateó sin resultados, hasta que por fin, descargó furiosos espadazos en la pesada madera, desgajándola para poder entrar.
Lo primero que vio, fue el reguero de sangre que corría por el suelo, y siguiéndolo con la vista, encontró, para su alivio, la figura de su esposa, acurrucada a un lado en un rincón de la habitación. Asustado por la posibilidad que estuviese herida, que algo pudiese haberla lastimado, corrió hacia ella.
En cuanto aquella lo vio, prácticamente se levantó en el aire para correr a refugiarse en sus brazos. Siempre había sido tan centrada, tan calmada y pragmática, que verla en semejante estado de desesperación, asustó un poco más a Elroy.
- ¿Estás bien...? Amor... ¿Estás herida...?- preguntó tratando de librarse de los brazos que lo rodeaban.
- Estás bien... Estás bien... – decía aquella, entre sollozos que todavía rozaban la histeria.
- Estoy bien, amor... Toda esta sangre... Estás herida.- siguió Elroy, logrando separarse un poco para contemplarla mejor y constatar su estado.
Ella negó suavemente, sin dejar de deslizar sus manos por el rostro de su esposo, como si estuviese constatando su solidez, su presencia.
- ¿Qué pasó...?
- El Consejero Terendul vino a verme... Me dijo que... me dijo que los orcos te habían matado en las murallas...- Löne dejó que las lágrimas volviesen a fluir, esta vez mucho más calmadamente.- Dijo... que el trono no podía quedar vacío... y que él podía ocuparlo... casándose con alguien de la familia real...
- Desgraciado...- barbotó Elroy, sintiendo crecer la furia en su interior.
- Cuando le dije que el trono no estaba vacío porque tenía a tu hijo creciendo en mí, enloqueció... Trató de matarme... Decía que la Casa de Thandruil había sido la ruina de Mirkwood... Que él limpiaría el bosque... No sé que otras necedades decía...
- ¿Estás segura que estás bien...? ¿No le pasó nada al bebé..?
Una vez más, la joven elfa negó.
- Estaba tan asustada, Elroy... Solo podía pensar en que habías muerto... El dijo que habías muerto...
Ahora más seguro que su esposa estaba bien, Elroy volvió a abrazarla para calmarla, para poder asegurarle que estaba bien, aunque de momento se reservaría decirle cómo habían sucedido las cosas.
- Condenado bastardo...- masculló, sintiendo todavía cómo se estremecía el cuerpo que sostenía entre sus brazos.- Lo atraparemos, no te preocupes... Lo desterrarán, le negarán su derecho a partir a Valinor... No escapará.
- No escapó...- susurró ella, con el rostro escondido todavía entre los pliegues de la ropa de Elroy.
Ante esa frase, el joven elfo se desligó del abrazo para observarla y pese a los ojos enrojecidos porque seguía llorando, ella señaló con mano bastante segura el otro lado de la estancia.
- Está allá.
Elroy siguió la indicación y encontró, en el vestidor adjunto, el cuerpo del Consejero con un afilado y delgado estilete clavado en el pecho. Iba a regresar pero la presencia de Löne y su voz le llegaron desde un costado.
- Dijo que antes de matarme quería divertirse un poco... Y yo le dije que accedería, si no hacía daño a mi bebé.- ahora, la voz se oía mucho más firme y segura.- Lo dejé acercarse... Yo solo podía pensar en que estabas muerto... y que mi bebé era lo único que me había quedado de ti... Nadie iba a hacerle daño a mi bebé.
Esa última aseveración fue un susurro, pero por alguna razón, sonó mucho más terminante que todas sus palabras anteriores.
Asombrado por todas las cosas que todavía no terminaba de conocer de su esposa, Elroy volvió a abrazarla para sacarla de ese lugar.
Mientras salían rumbo a los salones donde encontrarían a Thandruil, Elroy pensó que al fin todo había terminado. Los traidores habían muerto, los que idearon toda esa complicada trama para hacerse con el poder de Mirkwood estaban muertos. Terendul, Anarion y hasta donde podía sospechar, también Silmatar, aunque nunca hubiese tenido pruebas irrefutables de su participación en eso.
Ahora podían dedicarse a reconstruir Mirkwood, a convertirlo nuevamente en un sitio donde sus elfos pudiesen vivir en paz y armonía, sin preocupaciones. Ahora, incluso el nombre de Bosque Negro quedaría en el olvido.
"Tenemos que buscar un nuevo nombre para nuestro hermoso bosque... Porque volverá a ser tan hermoso como cuando era Bosque Verde... Imrahil... Legolas... Cómo me gustaría que estuviesen aquí para verlo..."
Pese que ese deseo era genuino, otro deseo emergió junto a ése.
"Mi hijo correrá por este bosque... Mi esposa y yo lo veremos crecer aquí. Sí... ahora todo está bien..."
(-o0o-) (-o0o-) (-o0o-)
Imrahil
Después de haber contemplado con sus propios ojos cómo el rey y ese elfo advenedizo consumaban su amor la primera noche, Grima no consiguió alejar el asunto de su mente. Y más todavía porque esos dos no perdían oportunidad de andar a los arrumacos en cuanto se quedaban solos.
Durante un par de días completos había andado rumiando su descontento por los rincones, observando, espiando, siendo testigo oculto del amor que el rey profesaba al elfo y sintiendo la envidia crecer a cada hora. Durante largo tiempo acarició la idea de unirse a la Casa de Edoras por medio de Eowyn, pero aquella, luego de despreciarlo de la peor forma, se enamoró de aquel otro estúpido príncipe de Ithillien.
Por supuesto, nunca se hizo ilusiones acerca de emparentar por medio de Eomer, no podía engañarse con respecto a que su aspecto no competía con la espléndida hermosura del elfo. Pero sus planes incluían influir en la elección del futuro Consorte, ya fuese varón o mujer y por intermedio de aquél, llegar al poder. Poder ejercido desde las sombras, pero eso a él le tenía sin cuidado, después de todo, toda su vida había actuado desde las tinieblas, seguir en ello no suponía ningún problema.
Pero el elfo había llegado para trastocar todos los planes. No solo consiguió capturar la atención y el amor del rey con su apariencia perfecta, sino que era además, indudablemente un buen guerrero, con opiniones propias, y lo peor de todo, con conocimiento de las llanuras y las gentes que vivían allí. Nada podía haber sido peor para él que esa combinación.
"Tengo que encontrar la forma de separarlos, de alejar al elfo de aquí... Lo ideal sería desacreditarlo frente a Eomer, que el rey lo repudiase y lo alejase por sí mismo de su lado..."
Sin embargo, mientras pensaba eso, sabía que tenía pocas probabilidades de conseguirlo. Si algo le había quedado en claro cuando los observó durante la primera noche que hicieron el amor, fue que el elfo estaba intacto en ese momento. No podía levantar falsos contra eso porque el mismo Eomer había constatado ese hecho.
Maldijo por lo bajo. Todos conocían la liberalidad con que los pueblos élficos manejaban las relaciones, y de todos los malditos elfos que habitaban la Tierra Media, a Edoras había llegado el único elfo casto en existencia. De momento, parecía imposible empañar la inmaculada imagen que el rey tenía de Imrahil.
"Un momento... ¿Qué pasaría si el elfo modificase su opinión acerca del rey...? Eso sería mucho más sencillo... Tengo que pensar un poco más en esto."
Con una sonrisa satisfecha, Grima caminó silenciosamente y luego de constatar que nadie andaba cerca, corrió el pestillo escondido y se dedicó, una vez más, a espiar.
(-o0o-)
A medida que se desvanecía la noche, la luz del amanecer empezaba a filtrar por las altas ventanas, y entonces Imrahil pestañeó un par de veces, emergiendo de su descanso dentro de los fornidos brazos de Eomer.
Sonrió deleitado por el cálido abrigo que se le ofrecía, y se acomodó un poco mejor mientras contemplaba el rostro plácidamente dormido de su rey. Era un mortal joven, y dedujo que si pudiesen equiparar sus edades bajo un mismo patrón, posiblemente no hubiese muchas diferencias entre ellos. Eso no podía hacerse, sin embargo era agradable pensar por un momento que sí se podía.
Además, el humano tenía bastantes cosas por enseñarle.
La noche anterior, recordó Imrahil, habían ido juntos a dormir, pero casi en el momento en que se deslizó debajo de las mantas, el elfo supo que no dormirían demasiado porque las manos del rey se apoderaron de él en cuanto lo tuvo a su alcance.
Con indudable experiencia, Eomer lo acarició por todas partes, usando manos y labios para esparcir centelleantes chispas de deseo por todo su cuerpo, hasta que estuvo anhelante y gimiente, tal como al rey le gustaba. Solo que al parecer, esa noche Eomer tenía otros planes.
Sosteniéndose con manos y rodillas sobre el cuerpo del elfo, Eomer le susurró en su picuda oreja algo acerca de una sorpresa antes de mordisquearla suavemente y el elfo asintió sin que le importase demasiado qué clase de sorpresa sería. Con los ojos apretados, Imrahil sintió la mano del mortal embadurnada con algún líquido aceitoso cerrándose sobre su pene, masajeando con destreza hasta que estuvo firme y erguido.
Iba a separar sus piernas para lo que seguía, cuando sintió que la punta de su miembro se posaba sobre algo que ante la presión, cedió y se abrió para recibirlo. Abrió los ojos, solo para comprobar que Eomer estaba sosteniéndose a horcajadas sobre él, y descendía con suavidad y lentitud, llevándolo a su interior por primera vez.
El rostro ligeramente crispado, enrojecido y exhaltado del joven rey, llenó los sentidos de Imrahil que ni siquiera atinaba a hacer algo, temeroso que un movimiento errado lastimase al hombre. Pero aquel parecía saber exactamente lo que hacía, porque con una mano lo guiaba expertamente mientras la otra le facilitaba el paso. Al cabo de un par de minutos, consiguió sentarse completamente sobre la erección del elfo y luego de aguardar unos segundos más para que su cuerpo se acostumbrara a la desconocida invasión, dirigió la mirada vidriosa hacia Imrahil para obsequiarle también una satisfecha sonrisa.
Luego de una jadeante pregunta acerca de si le agradaba su sorpresa, Eomer empezó a moverse sobre la turgente dureza, estableciendo el ritmo. Las suaves paredes que lo oprimían eran tan calientes, tan apretadas y la sensación tan nueva que Imrahil no meditó demasiado antes de comenzar a moverse también en respuesta a lo que su propio cuerpo parecía demandarle. Y eso era hundirse más y más en esa ardiente estrechez, hundirse hasta el fondo, y permanecer allí por siempre.
Entonces el hombre tomó una de sus manos y lo guió hacia su propia erección, mostrándole cómo acariciarlo, guiando su mano hasta que él encontró la manera de moverse y acariciarlo al mismo tiempo. El grito del éxtasis final llenó el cuarto, y ambos permanecieron abrazados mucho rato antes de decidirse a deshacer la perfecta maraña de brazos y piernas para descansar.
Pese a toda esa actividad nocturna, Imrahil despertó antes del amanecer, según acostumbraba y en aquel momento, delineaba con suavidad el perfil del joven humano, deleitándose en los rasgos fuertes tan distintos a la belleza élfica. Deslizó los dedos por la mandíbula, notando el crecimiento de la barba por el tacto, ya que aquella era rubia y no tan visible. Con un ligero sonrojo, recordó que ese hombre tenía vello dorado en gran parte del cuerpo y que a él le gustaba muchísimo sentir el roce ligeramente áspero contra su piel.
Sus piernas se enroscaron entre las poderosas piernas de Eomer, que despertó ante el contacto y antes de abrir los ojos, enlazó el cuerpo que tenía entre sus brazos para acercarlo más. Hundió el rostro en el hueco del cuello y aspiró con absoluto deleite el aroma de la piel de su elfo. Sonrió al recordar que en algún momento, Aragorn les había comentado que no había perfume ni esencia en la Tierra Media comparable al aroma de la piel de un elfo. Ahora estaba en completas condiciones de admitir que su amigo tenía toda la razón del universo.
- Buenos días, mi amor...- murmuró, exhalando su aliento contra la tersura blanca que lo cobijaba y luego ascendió para hundirse en el único sitio que podía competir con ese cálido refugio, la boca del elfo.
Luego de recuperar el aliento, Imrahil se quedó unos instantes mirándolo con detenimiento hasta que al final, se animó a poner palabras a su inquietud.
- ¿Has tenido muchos amantes...?- preguntó suavemente.
El cuestionamiento sorprendió un poco a Eomer pero no tenía sentido ocultar nada.
- Algunos... No muchos, en todo caso.
El bello rostro élfico pareció ensombrecerse un momento. Por supuesto con todo lo que Eomer le había enseñado en unos días no era posible que fuese casto. Pese a que lo prefería así, Imrahil no pudo dejar de sentirse un poquito desilusionado porque él le había dado al rey lo más valioso que tenía y no sabía si era apreciado en su justa medida.
- ¿Qué pasa, amor...?- Eomer no pudo dejar de notar la expresión de su amante.
- Me preguntaba... qué hubieses pensado si yo no hubiera estado intacto... Si yo realmente hubiese estado con otro antes...
- Yo te amaría igual.- dijo al punto mientras acariciaba el cabello rubio.- Pero...saber que he sido el primero... Lo hace especial... maravilloso... Algo que nunca nadie me dio...
Las palabras hicieron que la sonrisa volviese a embellecer el semblante.
- ¿Aunque no tenga... tanta experiencia...?- preguntó con algo de inseguridad.
- La experiencia se adquiere, mi amor... Y ya sabes que a mí me encanta enseñar...- comentó antes de sonreír y lanzarse ávidamente sobre el elfo, que como siempre, lo recibió deseoso y anhelante.
Otra vez iban a llegar tarde a la primera audiencia del día, pero eso le importó muy poco a los dos. De cualquier modo, el buen Théoden asumía con gusto la tarea de entretener a la gente hasta que el rey llegaba.
Desde su acostumbrado lugar de observación, alguien tuvo un súbito destello de inspiración para su pequeño plan. Solo tenía que apoderarse de algo de ropa del rey, conseguir un hombre con una contextura física similar y una mujerzuela.
Relativamente poco comparado con lo mucho que ganaría al quitar del medio al elfo.
(-o0o-)
El único problema que Imrahil tenía a veces, era que Eomer era inquieto a más no poder. En un instante estaba en la sala de Audiencias, y al segundo siguiente había salido rumbo a al Salon del Trono; y al tercer segundo, corría rumbo al patio de armas o a algún otro sitio. Eso enloquecía a sus ministros y a él parecía divertirlo sobremanera.
Las sombras de la tarde comenzaban a extenderse sobre el castillo y los sirvientes ya iban de un recinto a otro encendiendo candiles y lámparas. También el elfo iba de un sitio a otro buscando a Eomer sin saber que sus pasos estaban siendo sigilosamente seguidos en previsión a lo que sucedería.
Abrió las puertas del estudio pero el único ocupante era Grima, que ojeaba como siempre algún viejísimo libro lleno de polvo y en un rincón, un sirviente encendiendo las luces. Aquel levantó la vista al escucharlo entrar.
- Lo siento...- se disculpó Imrahil, estaba intentando llevarse bien con el consejero.- Estoy buscando al rey... ¿Lo has visto?
- Aunque lo hubiese visto hace algunos minutos, no significaría que su Majestad estará allí cuando llegues. Ya sabes cómo es...
La respuesta, dentro de todo cordial, animó al elfo.
- Sí... Ya sé.
- En ese caso... Creo que lo oí decir que visitaría las caballerizas.- dijo, y regresó a enfrascarse en su lectura.
- Gracias.- dijo Imrahil, y salio prestamente hacia el lugar indicado.
Si había algo que cautivaba tanto a Theoden como a Eomer, eran los caballos y los suyos, eran los mejores de todo Rohan. No había corceles mejores, los hermosos caballos eran el orgullo de la familia real y Eomer no perdía oportunidad de verificar por sí mismo la correcta atención que recibían esos animales.
Cruzó salones y patios hasta llegar a las caballerizas. Pasó un momento a ver y acariciar a su precioso Estrellablanca y se puso en camino a las caballerizas reales, que estaban mucho más resguardadas.
- Mmm... Sí, Majestad... Por favor, más...
Las palabras y la manera en que estaban dichas, detuvieron sus pasos en seco y también su corazón. No era posible lo que estaba oyendo. Avanzó despacio, sin hacer ruido. A decir verdad, el único sonido que podía captar, además de esos inquietantes jadeos, era el latir enloquecido de la sangre en sus oídos.
Las voces o más bien los gemidos y exclamaciones ahogadas venían del fondo del establo y hacia allá avanzó el elfo, pese a que todo le decía que girara y saliese de allí. El cuadro que se presentó ante sus ojos lo dejó sin aire, sin palabras y sin capacidad de pensar por unos cuantos segundos.
Sobre las pacas de forraje para los animales, el cuerpo del rey se movía sobre el de alguien más. Alguien cuyas piernas se entrelazaban fuertemente en la cintura del hombre, y se agitaba con él.
- Yo te daré un hijo, Majestad... Sí, sí...
Pese a la oscuridad del sitio, Imrahil veía sin embargo el cuerpo macizo, aún enfundado en sus ropas; el cabello rubio oscilando al mismo ritmo de sus acometidas. Apenas consiguió coordinar el movimiento para retroceder un paso, luego otro y por fin, logró girar para salir de ese horrible lugar.
La sorpresa inicial iba cediendo a medida que se alejaba del sitio, que el aire fresco le daba en el rostro, pero entonces el dolor se presentó, agudo, hiriente.
Ahora tenía sentido que Eomer no tuviese ningún inconveniente en tomar un Consorte varón... Siempre había tenido en mente la idea de procrear a su hijo con una mujer sin decírselo. Así que ésa era la manera que tenía Eomer para solucionar el problema. Claro que Theoden había tenido razón, Eomer sabría que hacer, y de hecho lo estaba haciendo en aquel momento.
Estaba haciendo un hijo con... No importaba con quién. Y luego tenía el valor de decirle que lo amaba con tanto descaro.
Lo que tanto había temido se volvía realidad. Le había concedido a ese ingrato humano, sus sentimientos, todo su corazón y además el valioso tesoro de ser el primero en su vida, para le hiciera eso, para que le pagase con una traición tan artera. Las lágrimas empezaron a empañarle la vista, y tuvo que detener su camino hacia ningún sitio.
Dolía, dolía terriblemente y algo le oprimía la garganta y el corazón, impidiéndole respirar. Cerró los ojos con fuerza, con la secreta esperanza que al abrirlos, todo se desvanecería y él podría descubrir que no era verdad, que era algún divagante sueño que lo habría sorprendido en medio del descanso; pero al abrirlos, todavía las lágrimas anegaban su vista, el dolor en el pecho era tan lacerante como antes.
Un empujón en su espalda lo hizo reaccionar y entonces se dio cuenta que había estado caminando en círculos. Había regresado a los establos generales y el empujón era un cabezazo de su fiel Estrellablanca. Los ojos inmensos y oscuros del animal lo contemplaron y casi parecieron comprender el intenso dolor que sufría el elfo. Volvió a restregar su cabeza contra el brazo como si quisiera darle a entender que él estaba ahí, él continuaba a su lado y él sí era fiel.
No podía quedarse ahí, no importaba cuantas visiones se lo hubiesen mostrado. Ese humano no podía ser su destino, porque él nunca ataría su destino a alguien que podía engañar así.
Como en un sueño o una pesadilla en todo caso, abrió la portezuela del establo y colocó una brida simple al animal. Así había llegado a Edoras mucho tiempo antes, así se iría. Con Estrellablanca y lo que tenía encima. Aunque al llegar allí, era un elfito inocente y crédulo, con el corazón algo triste por verse alejado de sus hermanos y su ada; pero entero.
El elfo que montó sobre el imponente corcel gris, con el rostro surcado por las lágrimas caídas, se marchaba mucho peor de lo que había llegado. Mucho más desnudo, sin su inocencia, sin su credulidad y con el peso terrible del corazón destrozado.
El mozo de las caballerizas lo cruzó cuando salía pero no lo detuvo por que lo reconoció y pensó que tal vez el rey había encomendado alguna importante y urgente misión a su futuro consorte. Lo mismo pensaron los guardias que encontró a su paso y también los que lo vieron abandonar la ciudad. Ninguno vio, por las sombras de la noche, el rostro ahogado de agónica desilusión.
(-o0o-)
En cuanto se vio fuera de las murallas, taloneó a Estrellablanca y el corcel respondió lanzándose en una loca carrera.
El aire frío lo golpeó en el rostro, le llenó los pulmones de aire, y aunque eso no lo aliviase mucho, al menos era algo. Cabalgar así, casi a ciegas era un peligro para su caballo. El animal no tenía su buena vista y corría el riesgo de meter la pata en algún agujero, en medio de la carrera. Pensando en eso, Imrahil lo hizo detener su marcha hasta que avanzó a un trote ligero.
"¿Qué voy a hacer ahora...? Elbereth...Rompí mi juramento... No puedo volver a Mirkwood..."
La extensión llana lo recibió en cuanto abandonó la zona cercana a Edoras y por un momento detuvo su cabalgadura, inseguro de su camino. Isilme, desde lo alto, brindaba claridad suficiente y las estrellas lo guiarían tal como hacían cuando estaba en la patrulla de Jerek. La idea le llegó casi sin esfuerzo.
"Minas Tirith... Buscaré a Legolas... Él me ayudará."
Esa idea puso una pequeña esperanza en su alma y enfiló su camino en aquella dirección retomando una marcha rápida.
Iba tan sumido en sus pesares, que no identificó el primer zumbido y el segundo llegó demasiado pronto, junto al golpe que hizo estallar brillantes luces de colores en su cabeza. Cayó duramente del caballo, atontado por el fuerte golpe, sintiendo la sangre escurriéndose desde el costado de su frente y escuchó antes de poder ver, el dialecto de las tribus haradrim, que pregonaban con gritos de júbilo la captura de una víctima.
Aturdido porque el golpe había sido por demás potente, si sintió levantado en vilo y muy rápido fue maniatado para impedir su huída. Sin embargo, Estrellablanca se irguió sobre sus patas posteriores y lanzó furibundas coces a quien se le acercaba. Imrahil escuchó el galope del caballo alejándose.
No comprendía la mayor parte de lo que hablaban, pero entonces una voz más se abrió paso entre las otras y al oírla, Imrahil levantó la vista a toda velocidad. Por segunda vez en la noche, se quedó sin voz, y cuando por fin pudo hablar, lo hizo más para asegurarse que no veía visiones.
- Brego...
- Nos volvemos a ver, elfito...
(-o0o)
Imrahil no lo había buscado en toda la tarde y eso extrañó bastante a Eomer, que se había acostumbrado con facilidad y bastante gusto a ese jueguito de 'búscame y verás lo que te hago cuando me encuentres'. Ahora, el joven rey se preguntaba dónde podía andar el elfo pero decidió que era probable que se hubiese enfrascado en alguna de las tareas que le había encomendado, por lo que decidió esperar.
Pero llegó la hora de la cena, y para su desconcierto, Imrahil no apareció. Théoden no lo había visto desde la tarde y tampoco sabía dónde hallarlo, de modo que Eomer dejó de lado su cena y comenzó su búsqueda. Con seguridad ese elfo travieso quería sacarlo de sus casillas obligándolo a recorrer todo Meduseld.
"Ya verá lo que le espera cuando lo encuentre..." pensó, mientras iba de un salón a otro.
Sin embargo, luego de recorrer buena parte del castillo, la intranquilidad comenzó a ganarlo, porque nadie parecía saber nada del elfo. Luego de un rato, Eomer ya estaba francamente preocupado, y no solo recorría a toda velocidad las habitaciones, sino que interrogaba a soldados, sirvientes y a cualquiera que se le cruzara en su camino.
Por fin terminó en las cocinas, donde las cocineras le informaron que esa tarde, el elfo no había aparecido para asaltar las frutas de la despensa como era su costumbre.
- Mi señor...- intervino un muchachito que estaba acomodando la leña a un lado de los fogones.- Mis disculpas, yo...
- ¡Sh, niño impertinente!- lo silenció al punto una de las mujeres, inquieta por el atrevimiento de su hijo.
Eomer giró al punto para enfrentar al niño, que pareció encogerse ante la mirada del rey, que para ese momento ya estaba desesperado por saber algo.
- Dime, jovencito... ¿Has visto al elfo?
- El señor elfo estuvo esta tarde hablando con el Consejero Grima...- musitó el niño, sin mirar a su madre.- Lo vi cuando estaba encendiendo los candiles de la biblioteca.
- ¿Hablando con el Consejero Gríma...?- eso sorprendió a Eomer, pues sabia de la inquina que el hombre tenía con el elfo.- ¿Habrás escuchado lo que dijeron?
- Yo...
Eomer comprendió que al muchachito le preocupaba la mirada severa de su madre, entonces hincó una rodilla para ponerse a su altura, le colocó una mano en el hombro para darle confianza y volvió a hablar.
- Por favor... Tú sabes lo importante que es para mí el señor elfo... No me enojaré y tu madre tampoco si 'por descuido' pudiste escuchar algo. Intenta recordar...
- No hablaron mucho... El señor elfo preguntó al Consejero si sabía donde encontrar a su Majestad y Grima le dijo que su Majestad visitaría las caballerizas reales... Eso fue todo, luego el señor elfo fue a buscarlo, creo...
Eomer tendió la mano solemnemente al niño, que se la estrechó con orgullo.
Muchas gracias, jovencito; me has sido muy útil. Y no te preocupes, tu madre no se enojará.- dijo aquella última frase con una preventiva mirada hacia la mujer que sonrió acatando la velada orden.
"¿Las caballerizas...? ¿De dónde habrá sacado Grima que yo iba a estar en las caballerizas...?"
De cualquier modo, se puso en camino hacia allí, pero por supuesto, tampoco allí lo encontró. Una vez más parecía que el elfo se había esfumado en el aire. Sin saber qué más hacer, Eomer paseó por los establos, tratando de pensar en algo que pudiese haber hecho para que Imrahil desapareciese de aquella forma, pero por más que pensaba, no conseguía dar con alguna respuesta. Sus pasos lo llevaron de regreso a los establos generales, donde el mozo de las caballerizas lo saludó con deferencia mientras continuaba cepillando a los animales.
- ¿Dónde está Estrellablanca?- preguntó de pronto, al notar la caballeriza vacía.- El caballo del elfo... ¿Dónde está?
- El capitán Imrahil salió al atardecer, Majestad... No ha regresado aún.
- ¿Al atardecer?? ¿Dijo dónde iba?
Un poco asustado al ver la palidez en el rostro del soberano, el mozo intentó recordar, pero el elfo había salido de los establos casi sin verlo, y sin hablarle, cosa extraña porque solía ser muy amable. Negó suavemente.
- No, Majestad... Me extrañó un poco porque no llevaba equipaje y no usó la silla ni los aparejos... Pero bueno, es un elfo y todos saben que no los necesitan...
Las últimas frases, Eomer las escuchó en medio de su carrera hacia el castillo. Ahora no tenía dudas que Imrahil había abandonado Meduseld y no tenía idea por qué había hecho eso. Lo que sí sabía era que el último que había hablado con el elfo había sido Grima y no necesitaba ser muy inteligente para sospechar del viejo y amargado consejero. Como no tenía ninguna prueba contra él, se limitaría a sacudirlo hasta que soltase algo; pero primero, tenía que salir a buscar a Imrahil.
Eso era lo primero, de manera que a toda prisa despertó a su tío, porque ya era bastante entrada la noche, y organizó una patrulla ligera.
En medio de la noche, una partida de unos treinta Jinetes comandados por el propio soberano de Rohan salía de Edoras, confiando en la capacidad de sus rastreadores para encontrar las huellas del caballo del elfo.
(-o0o-)
Tenía las manos entumecidas porque las sogas que lo sujetaban le apretaban las muñecas con tanta fuerza que posiblemente también estuviesen lastimadas, y no solo sus brazos estaban inmóviles, la gruesa cuerda también amarraba sus tobillos. En forma tentativa, Imrahil trató de acomodarse mejor sin llamar demasiado la atención.
La tienda haradrim era extraña y si no fuese por la mala situación en que se encontraba, el elfo hubiese apreciado los colores, que aunque oscuros, eran agradables y los tapices con que se habían aislado del suelo húmedo de rocío. De rodillas, con las manos atadas a la espalda y aquellas a su vez sujetas al poste central de la tienda, Imrahil intentaba encontrar alguna manera de escapar.
Una mano tomó sus cabellos a la altura de la nuca y tiró con fuerza, obligándolo a levantar la cabeza y erguirse. El rostro moreno envuelto en un turbante se acercó y masculló algunas palabras junto a él, pero Imrahil no consiguió comprender nada de lo que le dijo. Eso pareció enojar a su interrogador, que descargó su puño cerrado sobre el rostro del elfo.
Hubo más preguntas, y más golpes, pero lo único que Imrahil podía decir o intentar decir, era que no comprendía lo que estaban preguntándole. Al cabo de un rato, el haradrim lo dejó en paz y con eso, Imrahil se dejó estar sobre sus rodillas. Discutieron un rato entre ellos y luego salieron de la tienda.
- ¿Estás cómodo, elfito?- fue la pregunta suave que lo hizo levantar la cabeza nuevamente.
Brego estaba sentado con bastante comodidad sobre los grandes y mullidos sillones y desde allí contemplaba al elfo con una sonrisa sardónica que no agradaba para nada a Imrahil.
- Estos creen que eres un correo de Edoras, que llevas algún mensaje importante a Minas Tirith...
- Eso... No es cierto...- murmuró Imrahil, escupiendo a un lado la sangre de su boca lastimada.- ¿Por qué no... me dijiste...? ¿Por qué los dejaste...?
No terminó su pregunta, porque recordó la manera ignominiosa en que el hombre partió de la patrulla de Jerek, en medio de sus acusaciones. Acusaciones ciertas, pero que hicieron que el hombre tuviese que dejar el lugar que por tantos años había ocupado en la patrulla.
- ¿Por qué dejé que te golpearan así...? Bueno, quiero que te ablanden un poco, que te estés listo para mí cuando se cansen.
- ¿Listo... Para ti...?
Brego se puso de pie cansinamente, sin prisas. La sorpresa al ver quien era la víctima capturada por los haradrim fue la mejor noticia que hubo tenido en mucho tiempo. Todavía recordaba que por culpa de ese elfo pacato, los Jinetes lo expulsaron de la patrulla. Solo porque ese estúpido no quiso pasar un rato agradable con él. Y nunca había tenido demasiadas quejas de sus amantes.
Desde la altura que le brindaba el estar de pie al lado del elfo arrodillado, pensó lujuriosamente que en ese momento sería muy fácil someterlo, obligarlo a ser dócil, a que abriese las piernas como no había querido hacerlo aquella noche. Pero luego de huir de los Jinetes que iban a llevarlo ante la justicia de Edoras, Brego había vagado solo por las llanuras hasta encontrar a ese grupo haradrim.
Conociendo los rudimentos del idioma, fue aceptado cuando a medias les contó que estaba expulsado de las llanuras. No supo ni preguntó qué hacía ese grupo tan adentrado en la zona, pero como le brindaron un sitio para quedarse en sus tiendas, no se interesó más que en lo que le ordenaban hacer. Y la conciencia no le molestó en absoluto al revelar las rutas que seguían sus antiguos compañeros, después de todo había sido expulsado...
Pero también averiguó que ese pueblo tenía muy diferentes costumbres. Los hombres nunca tomaban placer con otros hombres y hasta veían eso como una seria afrenta, por lo que Brego no quiso arriesgarse a ser arrojado nuevamente y se mantuvo alejado de cuanto jovencito agradable se le cruzó por delante. Así que ahora debía ser cauto y paciente.
Aunque pensándolo bien, podía tener un adelanto.
Intentó acariciar la mejilla de Imrahil, pero aquél escurrió el cuerpo y retiró el rostro, asqueado del contacto; por lo que Brego le tomó la cara con ambas manos para asegurarse que estuviese quieto. La respiración agitada del elfo y el movimiento de rechazo que hizo, lo excitaron terriblemente, iba a ser un intenso placer tomarlo. Oprimió sus labios contra la boca del elfo del único modo que sabía hacerlo, fuerte, tratando de abrirse paso entre los apretados dientes.
Todas las reacciones dormidas que ese hombre le provocaba, despertaron de pronto en Imrahil ante el horrible contacto y se retorció como una lombriz para escapar, pero aquel lo aferró con más fuerza y prácticamente se arrojó sobre él recargándolo en parte sobre el poste al cual seguía amarrado. Con indecible asco, el elfo sintió que las manos grandes abandonaban su rostro pero se ubicaron en sus caderas y comenzaron a derivar, una hacia su espalda y la otra hacia su trasero.
- Djmmmm...- quiso decir, pero tuvo que ladear rápido la cara para que la boca nauseabunda no volviese a posarse en la suya.
En cambio, aquella atacó su cuello, mordiendo, chupándole la piel. Brego metió su rodilla entre las piernas del elfo y se oprimió sobre su cuerpo con lascivia incontenible. De pronto, algunas voces afuera resonaron con fuerza y Brego se puso de pie de un salto, alejándose incluso un par de pasos.
Agitado, tratando de contener el profundo asco que le subía a la garganta, Imrahil lo miró sin comprender, pero en parte agradecido por aquella intervención. Sin embargo las voces se detuvieron un poco antes de entrar, por lo que el hombre se acercó, esta vez no tanto, pero el elfo no pudo evitar echarse atrás con violencia para evitarlo.
- No te ilusiones elfito. ¿Recuerdas lo que sucedió en el arroyo...? Ese asunto todavía está pendiente, y planeo terminarlo esta noche.
Cuando salió de la tienda, Imrahil se quedó solo y por primera vez desde que había huido de Meduseld se dio cuenta lo indefenso que estaba. Cuando los haradrim terminasen de convencerse que no sabía nada, que no llevaba ningún mensaje, lo entregarían a ese hombre. Y no necesitaba ni quería pensar en la promesa que aquél le hiciera antes de irse.
(-o0o-)
Rastrear en medio de la noche, por más luna llena que hubiese, era una tarea para un Montaraz o un elfo de buena vista, no para simples humanos como ellos. En medio de la desesperación, Eomer dirigió el grupo hacia la zona que ocupaba la patrulla de Jerek, era el único lugar que el elfo tenía para ir. De repente recordó algo a lo que no había vuelto a prestar importancia.
Imrahil era tan parecido a Legolas, que no podían ser sino parientes. Ante las repetidas preguntas de Eomer sobre su pasado y su vida, el elfo solo le dijo que no podía comentarle nada, que estaba bajo un juramento de silencio y que hasta que no lo liberasen de él, no podía decir nada.
"Pero deben ser parientes... Nadie puede ser tan parecido a menos que sea familia... "
Era una idea alocada, pero podía ser posible, de modo que dividió el grupo, y contra toda opinión, dejó que algunos fuesen en dirección a la zona de la patrulla de Jerek y él dirigió a los hombres restantes en dirección a Minas Tirith poniéndose bajo el amparo de todos los dioses conocidos y los no conocidos también.
Habían cabalgado un par de buenas horas sin encontrar rastro. Era indudable que el elfo había aprendido todas las artimañas de un buen Jinete y las había sumado a las de su raza; porque parecía haberse esfumado en medio de las hondonadas. Cuando el grupo hizo un nuevo alto para que el rastreador inspeccionase el suelo, oyeron un galope apagado y casi al segundo siguiente el relincho potente que espantó el rumor de los animales e insectos nocturnos.
Poco después, la silueta inconfundible del meara gris de Imrahil se recortó sobre una loma y como si en aquel momento los viese, se dirigió al grupo. Se detuvo antes de llegar y una vez más lanzó su relincho, pateando el suelo impacientemente.
Un par de hombres intentaron acercarse, pero el animal se alejó. Sin embargo se detuvo luego de unos metros y se volvió. Una vez más el casco pateó el suelo pedregoso y se acercó. Los dos hombres iban a hacer un nuevo intento para atraparlo pero la voz de Eomer los detuvo.
- Deténganse!- por un instante miró al animal, y de pronto comprendió.- Quiere que lo sigamos. ¡Rápido, monten! Él va a llevarnos con Imrahil.
Y tal como pensaba, en cuanto estuvieron prestos, fue el rey quien encabezó el grupo y de inmediato, sabiendo que había sido comprendido, Estrellablanca volvió grupas y se lanzó a la carrera de regreso al sitio donde habían atrapado a su dueño.
(-o0o-)
Luego de un rato de nuevas preguntas, gritos y puñetazos, Imrahil no quería moverse demasiado, temeroso a que un movimiento los alertase, pero no hizo falta. Brego regresó a la tienda y luego de echarle una mirada, se dirigió al grupo de haradrim y entabló con ellos una intrincada conversación.
Nada bueno podía resultar de eso para él y trató de aflojar las ligaduras que lo mantenían cautivo sin resultados. Entonces la conversación terminó y Brego se acercó sonriente.
- Bien, los he convencido que tengo la manera de hacerte hablar, elfito...- lanzó una pequeña carcajada antes de seguir.- No sé si hablarás, pero me aseguraré que grites lo bastante fuerte como para que te oigan...
Con esas palabras, giró hasta quedar fuera de su vista, e Imrahil supo que estaba liberándolo del poste, aunque no así de sus ligaduras. Sin que pudiese hacer nada para evitarlo, los fuertes brazos del hombre lo tomaron por la cintura y sin aparente esfuerzo, lo cargó sobre un hombro.
En esos momentos, Imrahil maldijo el peso leve de su raza. Aunque se revolvía, para un lado y otro, no conseguía más que contrariar a los haradrim y divertir a Brego, que inició el camino para salir de la tienda.
- Mi tienda está del otro lado del campamento...- decía, y mientras caminaba en la noche, un brazo sujetaba por la cintura al movedizo elfo y la otra mantenía sus piernas relativamante quietas.- Soy un extranjero y prefieren que esté a un lado... Eso me beneficiará esta noche...
Imrahil ya no pedía nada, ni que lo soltara ni ninguna otra cosa; sabía que Brego no escucharía, del mismo modo que no escuchó cuando una noche lejana quiso aprovecharse sabiendo que estaba ebrio. El terror estaba empezando a ganarlo cuando se detuvieron y escuchó el triunfal anuncio del hombre.
- Ya estamos en casa, elfito... Es la hora del placer...
Y cuando creía que ya no tenía salvación posible, la última voz que hubiese creído poder escuchar esa noche, tronó por encima de las crepitantes fogatas del campamento, en un grito similar al que él mismo había proferido muchos días antes.
- ¡Jinetes de la Marca, ataquen!
Como un huracán cayeron los guerreros ante el grito de Eomer sobre el pequeño campamento haradrim, cuyos integrantes, tomados por sorpresa tardaron demasiado en reaccionar. El ataque era despiadado, preciso, sin fallas y los haradrim huían en desbandada pese a que por número hubiesen podido presentar resistencia.
Al ver que la presa podía escapar nuevamente, Brego deslizó el cuerpo del elfo junto al suyo y ya planeaba meterlo dentro de la tienda cuando la advertencia le llegó desde muy cerca.
- Yo no haría eso, traidor.
Sin soltarlo, Brego giró para ver la silueta del rey surgiendo de las sombras. Se notaba que ya había dado cuenta de algunos porque la espada que pendía de su mano llegaba tinta en sangre. El aire salvaje en el rostro era atemorizante, por decir lo menos. Imrahil nunca había visto una tal expresión en el rostro del humano.
Por unos instantes, Brego se preguntó cómo se habían dado cuenta que era un traidor, luego por supuesto cayó en la cuenta que sus ropas continuaban siendo las de un Jinete y por si eso fuese poco, era tan rubio como los haradrim eran morenos. Sin embargo, no se dejó amedrentar, sino que muy rápido, extrajo un puñal y lo aplicó sobre el cuello del elfo.
- Así que el rey en persona viene a rescatarte, elfito... ¿No me dirás que le diste a él, lo que me negaste a mí?- sin quitar la vista del rey, la mano que sujetaba la cintura de Imrahil descendió hasta posarse posesivamente en una nalga y la sobó con evidente lujuria.
El más centelleante odio inundó las facciones de Eomer, más al ver que su amado elfo se retorcía, maniatado e imposibilitado de oponerse a tan asqueroso contacto.
- Si vuelves a hacer eso, te mataré.- anunció Eomer, con una voz tan fría que contradecía por completo la terrible expresión en su rostro.
- No estás en posición de amenazar, Eomer Senescal de la Marca...- dijo en forma insultantemente familiar, al tiempo que la mano no solo volvía a acariciar las turgentes redondeces, sino que los dedos intentaban inmiscuirse entre ellas.
El movimiento de Eomer fue tan ágil y certero que solo los ojos de Imrahil pudieron verlo. Soltó la espada que llevaba en su mano izquierda y cuando de forma inevitable la vista de Brego fue hacia ella, el fino estilete de plata cruzó el aire y se clavó con absoluta certeza en el cuello del hombre.
Los breves segundos que aflojó la presión, le sirvieron a Imrahil para ponerse a salvo, pero ya casi no era necesario. Brego solo sobrevivió unos segundos porque era un hombre sumamente fuerte, pero la herida había sido profunda y certera.
Desde el suelo, en el sitio en el que había caído, el elfo vio al rey acercarse al cuerpo de Brego y recuperar su arma con total frialdad.
- Te dije que te mataría si volvías a tocarlo.- lo removió un poco con el pie, a fin de asegurarse que estuviese bien muerto.- Y soy 'Su Majestad' para ti, bastardo.
Sin decir ninguna otra cosa, regresó hasta su adorado elfo y se apresuró a librarlo de sus ligaduras, ayudándolo luego a erguirse. Lo que no esperaba, era que Imrahil se opusiera tan tenazmente a su alborozado abrazo.
- No...- forcejeó el elfo, intentando interponer sus brazos; pero pese a que deseaba inmensamente quedarse allí, no podía evitar que las imágenes de lo sucedido en el establo le regresaran con fatal exactitud.- Déjame ir... Por favor, suéltame...
- Confuso, Eomer lo liberó.
- ¿Qué pasó, amor...? ¿Por qué te fuiste así...? No entiendo...
Eso era el colmo del descaro, y el elfo no pudo guardárselo por más tiempo. Por más que le debiese su salvación a Eomer, no podía tolerar semejante hipocresía y la tristeza se trocó en enojo.
- ¡¿Amor?!- exclamó furioso.- ¿Cómo puedes llamarme así... Después de... de lo que hiciste?
- ¿Qué hice?- preguntó Eomer, más confundido que antes.
- ¡Yo te ví, Eomer! Te ví en la caballeriza... ¿Ese es el modo en que ibas a solucionar lo del heredero??
En ese momento, la expresión en el rostro del rey que antes había sido furibunda y temible era de total desconcierto. Había algún gran malentendido en eso, y era necesario aclararlo.
- Imrahil, no sé de qué estás hablando...- con un gesto detuvo al elfo que estaba a punto de protestar de nuevo.- No te entiendo, yo no estuve en las caballerizas... Estuve reunido con los mercaderes que llegaron esta mañana...¿Recuerdas...? La reunión estaba planificada por la tarde y se extendió demasiado...
- Pero... Yo te ví... Era... era tu ropa... Tu cabello... Y ella dijo: yo te daré un hijo, Majestad...- tartamudeó el elfo, ahora tan confundido como el rey, pero sintiendo que una pequeña luz de esperanza volvía a encenderse en su corazón.
Si Eomer había estado con otras personas en otro sitio, no podía haber estado en las caballerizas y tenía muchas personas que podrían confirmarle ese dato.
- Gríma me dijo que ibas a ir a las caballerizas...- recordó Imrahil.- Estaba oscuro, y yo... Yo ví...
- No, amor... No sé a quien viste, pero no era yo. Tengo al menos una docena de personas que te dirán que estuve con esos mercaderes hasta el anochecer...- tentativamente, volvió a acercarse y a aferrarlo. Esa vez, el elfo no se resistió.- ¿Por eso te fuiste?
Compungido, Imrahil asintió en silencio.
- Creí... Pensé que estabas intentando tener a tu heredero...- murmuró.
- Amor, yo nunca haría algo como eso sin contar antes con tu aprobación... – aseguró Eomer, y su mano recorrió con cuidado el rostro.- Te golpearon mucho...
- No, no mucho... Brego los había convencido que él tenía otros métodos...- avergonzado, el elfo se animó a responder al abrazo del rey.- Lo siento... Pero estaba... estaba tan...
Fue el delicado roce de los labios de Eomer sobre su boca, lo que acalló las disculpas de Imrahil, y disipó todas las dudas. Pese a lo mucho que le agradaba eso, el contacto con los lugares lastimados, hizo que el elfo emitiese un ligero quejido.
- Volvamos a casa, amor... Necesitas que te curen y yo tengo que pedirle muchas explicaciones a Grima... Pero por bien suyo, espero que sean buenas porque sino esta será la última noche que ese hombre pase en el castillo... Y también hay que darle una recompensa al que nos guió hasta aquí...
Con un gesto, Eomer señaló al fiel corcel que habiendo ubicado por fin a su dueño, ya se encaminaba hacia ellos.
- De no haber sido por él, quizás hubiese llegado demasiado tarde.
Conciente de la verdad de esas palabras, Imrahil se refugió en los brazos de su rey con auténtica gratitud.
- Tranquilo, mi amor...- susurró Eomer, sintiendo el temblor en el cuerpo que cobijaba junto al suyo.- Todo estará bien ahora...
Luego de disipar lo que quedaba de aquel contingente, los hombres se reagruparon y esperaron la alborada para emprender el regreso a Meduseld.
A medida que se acercaban, Imrahil tenía la intuición que las cosas se habían encaminado por fin para él, como si ésa noche hubiese sido la prueba final, el último escollo del camino. Recordó el lejano día en que la Dama de Lórien le dijo que él sabría cuándo su destino estaba completo, y que en ese momento podría regresar a Mirkwood.
Pese a que tenía la certeza del cumplimiento de su destino, encontró que deseaba volver a ver a su adar, y a sus hermanos, pero el deseo de quedarse al lado de Eomer era mucho mas intenso y se preguntó si Legolas estaría en una situación similar sin saber, que su hermano, en esos momentos, tenía pruebas mucho más dolorosas y difíciles por delante.
(-o0o-) (-o0o-) (-o0o-)
Legolas
"No puede ser... Tiene que estar aquí... Debe estar por aquí..."
Mientras revolvía entre la ropa ya guardada en varios arcones, Arwen iba y volvía, nerviosa ante algo inexplicable.
Afuera, en la sala, esperaban los criados del palacio que habían llegado a llevarse sus pertenencias, de acuerdo a lo que el rey ya le había anunciado. Pese a que no estaba del todo de acuerdo, no podía oponerse a una orden real, y acicateada por la dueña de la okiya, Arwen ya tenía casi todas sus cosas listas; dejando algo especial para último momento.
A punto ya de irse, cerró las puertas correderas de la habitación, corrió el mueble y abrió el pequeño compartimiento donde guardaba su cofre secreto. Sin embargo, para su completo asombro, el espacio estaba vacío.
Incrédula revisó la habitación del derecho y del revés, causando un revuelo de ropa, enseres, y demás; pero el cofre no estaba.
Arwen se retorció las manos, conciente de pronto de la terrible importancia del asunto. No le importaban demasiado las joyas que tenía dentro, pese a que eran una pequeña fortuna, era el resto de las cosas lo que le causaba verdadero pánico imaginar que llegaran a caer en manos inadecuadas.
"¿Cuándo vi la caja por última vez? La noche que se llevaron a Legolas... El hombre me trajo el trozo de su ropa, y lo guardé en la caja. Coloqué la caja en el agujero y la dejé allí... No volvía a sacarla de su escondite... Y esa noche, yo era la única que estaba preparándose..."
-¡Arwen! Los sirvientes del palacio ya no pueden seguir esperando...- llamó la mujer desde afuera.
- ¡Por supuesto que pueden!- gritó en respuesta, pero de algún modo presentía que la caja no estaba ya ni en la habitación ni en la okiya.
"Bien, cualquiera que la abra, solo prestará atención a las joyas... No comprenderá nada del resto de las cosas que hay allí... Eso solo tiene significado para mí..."
Ese pensamiento la reconfortó un poco y le devolvió su calma.
Respiró hondo y compuso su aspecto frente al espejo antes de salir. Ya había conseguido parte de sus objetivos: se había librado del elfo, e iría a vivir a palacio. Una vez que Aragorn comprendiese que Legolas estaba perdido, seguramente se hundiría en la depresión y allí estaría ella, para consolarlo, cuidarlo y brindarle su apoyo, al tiempo de recordarle con su presencia, que también estaba por brindarle a su heredero.
Con esas brillantes perspectivas en mente, se irguió y salió de la habitación para dedicarse a terminar de dar las indicaciones adecuadas a esos sirvientes... No fuera cosa que arruinaran sus pertenencias.
(-o0o-)
Luego de calmar un poco los temblores de su cuerpo, Legolas se reafirmó sobre sus piernas, y en silencio llegó hasta la puerta.
No necesitaba ser demasiado listo para saber que estaba cerrada, pero lo que le intrigaba, era saber si habría guardias del otro lado. Aplicó el oído sobre la madera y puso toda su atención en escuchar.
Nada. O sí, algo respiraba del otro lado. O mejor dicho, roncaba levemente.
"Solo uno... Claro, están confiados en las cadenas..."
Tenía muy pocas opciones por delante, de manera que necesitaba usar todo lo que estuviese a su alcance para aumentar sus posibilidades de huir.
"Tengo que irme antes que puedan hacer venir a Aragorn..." pensó desesperadamente, recordando las horribles promesas de Dénethor.
Recogió del suelo el plato de madera que había quedado olvidado en un rincón y lo arrojó, sin demasiada fuerza sobre la mesita donde estaba el cuenco con agua. Hubo un pequeño estrépito, no lo bastante fuerte como para causar demasiado alboroto, pero sí lo suficiente como para despertar al guardia de afuera.
Legolas se ubicó a un lado de la puerta, y esperó, rogando que aquel se decidiese a entrar y pudiese entrar. No quería ni siquiera pensar en la posibilidad que fuese Denethor el único en poseer la llave de esa puerta. Segundos después, escuchó el inequívoco sonido del cerrojo y la puerta se abrió con excesiva confianza.
Totalmente desprevenido, confiado en que el elfo continuaba encadenado, el hombre entró en la habitación y en ese momento, Legolas con bastante rapidez, puso sus manos en la cabeza del hombre. Una la nuca, la otra buscó el mentón y sujetándolas con fuerza, ejercitó una violenta torsión. El desagradable crujido que le llegó proveniente del cuello y el consiguiente desmadejamiento del cuerpo, le indicaron que el hombre había muerto de inmediato.
Ahora tenía que moverse rápido, no podía arriesgarse a que alguien más pasase por el corredor y notase la falta del guardia, pero tampoco podía salir desnudo, por lo que con toda la rapidez de que fue capaz, le aflojó el cinturón, le quitó los pantalones y luego la camisa.
Le daba un poco de asco ponerse esa ropa, pero no tenía opción posible, así que haciendo de tripas, corazón, se vistió. No pudo colocarse las botas de ese humano. Su tobillo no estaba tan mal como su muñeca, pero tampoco hubiese tolerado el roce del cuero de una bota. Desistió de la idea, de cualquier modo, ir descalzo no era tanto problema. También tomó la pequeña daga que el humano calzaba a la cintura.
Con gran cuidado, volvió a abrir la puerta y se asomó.
El corredor estaba solitario, apenas iluminado por una antorcha y Legolas salió de su encierro. Miró a ambos lados, notando que el lugar no había estado en uso durante mucho tiempo, pues las paredes estaban tapizadas de moho, y la mugre se amontonaba junto a los muros. El piso estaba cubierto de polvo, pero eso le indicó que uno de los extremos no había sido transitado, pues no había huellas. No podía irse por allí y arriesgarse a terminar encerrado en otro sitio. No quedaba más opción pues, que seguir el corredor con las huellas.
Sus pies desnudos no hicieron ruido al transitar sobre las piedras frías. Se internó en un tramo oscuro, hasta llegar a una escalera bastante empinada. Aún antes de empezar a subir, el aire del exterior lo puso sobre aviso que estaban cerca de un bosque y que se acercaba el amanecer. Cada escalón fue un sufrimiento extra para su dolorido cuerpo, pero ya no podía detenerse, tenía que seguir adelante.
Tal como había supuesto, la escalera terminó en una galería, cuyos ventanales dejaban ver un patio interno, inmenso. El lugar parecía una gran mansión. El cielo ya mostraba el leve resplandor previo al alba, y eso alertó al elfo. Tenía que apresurarse, pero a la tortura que eso significaba para él.
Con sigilo, atravesó la galería pues necesitaba salir al exterior, bajar al patio y encontrar el modo de salir. Probó cautelosamente abrir alguna de las ventanas, pero aquellas estaban tan empotradas por el escaso uso, que forzar alguna hubiese hecho tanto ruido como para ser escuchado hasta Minas Tirith. Una brisa fresca recorrió el sitio y Legolas levantó la cabeza, aspirando el aire del amanecer, cobrando un poco de fuerzas con ese respiro. Metros más lejos, una puerta entreabierta, daba paso, esta vez a una escalera que descendía hacia el patio interno.
Sin perder tiempo, Legolas se encaminó hacia allá y al llegar, emprendió la tarea de bajar con cuidado. La claridad ya inundaba todo el sitio, y por una vez, el elfo se encontró deseando que el amanecer se retrasase un poco, que las sombras lo amparasen un poco más...
"Dulces Valar... Solo un poco más... "
Se detuvo al llegar al último escalón, porque el tramo que ahora lo separaba del portón de salida, estaba totalmente al descubierto. Si quería llegar allí debía cruzar un enorme espacio vacío, sin protección alguna. Miró alrededor, escuchó y en ese momento, solo los ruidos previos al amanecer llegaron a sus sentidos.
Aun cuando le costase, emprendió el recorrido lo más rápido que pudo; pero apenas había dado unos pasos, cuando un sonido de pasos apresurados llenó el silencio y entonces supo que su huida había sido descubierta. Desesperado trató de correr, de movilizar esas piernas que estaban tan lánguidas y débiles. No necesitó ver a los hombres recorriendo a toda carrera, la misma galería que él había transitado minutos antes.
Pese a todo, corrió, tenía que llegar, tenía que hacerlo.
- ¡No lo maten!- gritó la voz de Denethor desde algún lugar en lo alto.
Y aprovechando eso, Legolas redobló los esfuerzos por continuar, hasta que escuchó un seco estampido y el súbito ramalazo de dolor se encendió en su muslo derecho. Solamente el desesperado deseo de escapar consiguió mantenerlo de pie pese a la flecha que ahora estaba alojada en su cuerpo.
"Tengo que seguir... Tengo que salir de aquí... Por favor..." pensó luchando contra el agónico dolor que se desparramaba y encendía incesantes fogonazos de dolor en su cerebro.
Ahora ya apenas caminaba, arrastrando más que otra cosa, su pierna herida, pero sin detenerse sin embargo. Y cuando uno de los mercenarios llegó junto a él, confiado al verlo herido, Legolas, enceguecido de dolor y desesperación lo enfrentó blandiendo la daga que había quitado al guerrero muerto. Incluso con sus reflejos claramente disminuidos por la infusión que Denethor le administrara, luego de algunos esquives, la daga describió un amplio arco plateado que encontró en su camino la garganta de aquel mercenario.
Los que llegaban a continuación, tuvieron la precaución de rodearlo y lanzarse juntos sobre él para evitar morir de la misma forma que su compañero.
Debatiéndose hasta en el suelo, Legolas continuaba luchando, apresado por no menos de cuatro pares de manos. Hubiese seguido, pero uno de ellos, sujetó el asta de la flecha que continuaba hendida en su pierna y la desclavó con saña, seguro que eso conseguiría hacer lo que ellos juntos no podían, es decir, abatir al elfo.
Tuvo razón.
Legolas no fue capaz de reprimir el grito de agónico dolor que se escapó de su boca, y luego, vencido, y tembloroso, no pudo seguir resistiendo. De bruces contra el suelo, y haciendo caso omiso al estado lamentable de sus muñecas, volvieron a maniatar sus manos a la espalda, pese a que ya no podía oponer ninguna resistencia.
Los pasos lentos y seguros se detuvieron junto a él y Denethor hincó una rodilla para acercarse. De nuevo, la mano de acero lo tomó por el cabello, haciéndolo girar un poco al tiempo que le elevaba la cabeza. Los ojos azules, salvajes todavía sorprendieron al hombre por la carga de desprecio con que lo miraron y él no podía dejar de admirar eso.
- No puedo negar que eres increíble... Intentaste huir... Mataste a dos de mis hombres...- la otra mano del hombre recorrió la cadera, se deslizó por la pierna y de repente metió sus dedos en la sangrante herida buscando una vez más, quebrar al elfo.
Pese al tormento, Legolas se mordió hasta hacerse sangrar sin desviar la vista de su verdugo.
Incrédulo por la obstinada resistencia, Denethor desistió de esa idea y súbitamente se puso de pie. Fue hasta el cadáver cercano y rompió parte de la ropa.
- No quiero que te desangres, Legolas...- murmuró, volviendo junto al elfo y usando las telas para vendar la herida del muslo.- Pero no te ilusiones. Mataste a mis hombres... Pagarás por eso.
Una vez terminada la precaria cura, volvió a ponerse de pie, y estudió a los mercenarios que lo rodeaban.
- Tú, cárgalo y ven conmigo. Tú también.- indicó a dos de ellos.
Con demasiada facilidad, uno de los guerreros cargó sobre su hombro al jadeante elfo y los tres emprendieron el camino guiados por Denethor. Aquél no regresó al sitio donde Legolas había estado encerrado, sino que ingresó por otra puerta, recorrió algunos pasillos y finalmente desembocó en un sector que en esta ocasión, sí eran lóbregos calabozos.
El interior era oscuro y olía mal, pero eso no detuvo al hombre que lo cargaba y a una señal de Dénethor, lo dejó caer sobre las duras piedras. El encontronazo con el suelo provocó un nuevo y enceguecedor destello de dolor.
- Entonces, Legolas... Es evidente que necesitas aprender mejor tu papel en este asunto... pero no seré yo quien se encargue de enseñarte. Como mataste a dos de mis hombres, corresponde que hagas 'felices' a dos de ellos...
Con indescriptible regocijo, el hombre vio cómo el terror que hasta ese momento había permanecido agazapado en el interior del elfo, finalmente salía a la luz, e inundaba las hermosas facciones. Desde el suelo, los horrorizados ojos azules miraron con creciente espanto a los dos hombres que en un principio se sorprendieron, pero que comenzaron a sonreír en cuanto comprendieron lo que podían esperar del asunto.
- Y mientras ellos te enseñan, tendrás que disculparme, yo tengo que enviar una carta urgente a Minas Tirith...- comentó Denethor, con evidente alegría mientras salía del calabozo cerrando la puerta tras de sí.
El hombre salió al corredor y se mantuvo allí, esperando. Unos minutos después, un grito, el primero de muchos, levantó ecos en el resto de los calabozos vacíos y Denethor permaneció escuchando un rato, pensando que cada uno de esos gritos, era poca moneda para pagar por la muerte de Boromir.
(-o0o-)
Casi no tuvo conciencia de lo transcurrido desde que el grupo había salido de Minas Tirith hasta que arribaron a las inmediaciones de la propiedad que en algún momento Aragorn había obsequiado a Faramir.
Una vez más, como muchas durante ese día y medio de agotadora e incesante marcha, el rey se reprochó duramente la piedad mostrada con Denethor en aquel momento.
"Si lo hubiese matado en aquel momento, como merecía un traidor así, nada de esto hubiese pasado... Denethor, maldito gusano... Si le hiciste algo... Si lo lastimaste, te cortaré las manos y te las haré comer..."
Mascullando ésa y cualquier otra venganza, Aragorn había pasado esos días, y poco después del atardecer, él y sus hombres se establecieron silenciosamente en las afueras de la propiedad. Apenas algunos rodeos de reconocimiento le sirvieron para detectar que el lugar había sido recientemente ocupado, pero necesitaba más datos antes de irrumpir allí. Necesitaba saber dónde tenían a Legolas, si estaba bien, en condiciones de escapar o de defenderse cuando atacaran...
Tenía muchas preguntas que no podía contestar, y que lo atormentaban. Entonces Halbarad lo sacó de sus divagaciones.
- Majestad, tengo importantes novedades.- dijo, y al punto, Aragorn giró hacia él.- Capturamos a un mercenario que salió de la propiedad. Llevaba esta carta destinada a Minas Tirith...
Sin decir más, extendió el sobre a Aragorn que lo tomó con manos sorprendentemente firmes. El contenido de la carta lo dejó sin aire por unos segundos. Aunque no le decía mucho, confirmaba que Legolas estaba allí, y que debía estar bastante custodiado.
- ¿Mataron a ese hombre?- preguntó doblando el papel y guardándolo.
- No, Majestad, lo tenemos vivo.
- Perfecto, quiero hablar con él.
Con un gesto de asentimiento, Halbarad guió a Aragorn entre algunos árboles, alejándose un poco de la zona. Allí, entre dos de los guardias de la ciudad, uno de los mercenarios permanecía atado y sentado al pie de unos árboles. En cuanto vieron que el rey se acercaba, los guardias levantaron en vilo al hombre y lo pusieron de rodillas.
Por unos instantes, aquel pareció a punto de decir algo, pero cuando iba a hacerlo, Aragorn avanzó un paso, y el mercenario distinguió a la tenue luz de la luna, la corona y el símbolo de la Casa Real de Gondor sobre el pecho del soberano.
- ¿Dónde tienen al elfo?- preguntó Aragorn, sin preámbulos.
- No lo sé.
- No te creo.- y ante esa aseveración, Halbarad se adelantó un paso y descargó un perfecto revés en el rostro del hombre, quedándose luego cerca.
- ¿Dónde tienen al elfo?- repitió Aragorn, sin inflexión alguna que delatara el desesperante deseo que tenía de destrozar a ese hombre.
Ante la nueva negación, Halbarad repitió el método.
- Esta no es la manera en que me gusta proceder.- declaró el rey, implacable.- pero si es necesario, te arrancaré cada uno de tus dedos, y seguiré con tus otras extremidades hasta que me digas lo que quiero saber... Si me das lo que quiero, respetaré tu vida; aunque no lo mereces.
El mercenario debió captar que esa no era ni siquiera una amenaza, era una simple descripción de lo que sucedería si no cooperaba. Algún rincón de su mente recuperó la infomación que había escuchado alguna vez, acerca de que el actual rey de Gondor era un Montaraz salvaje. Ahora, el solo mirar la expresión fría del hombre le decía a las claras que no emitía palabras en vano.
Muy bien, la paga de Denethor no incluía hacerse matar por él, de modo que antes de arriesgarse, prefirió tomar la oferta que se le hacía. Oferta que seguramente no recibirían sus colegas en el interior de la propiedad.
- Quiero tu palabra de honor que respetarás mi vida si te doy los datos que quieres.- dijo, al fin.
Aragorn lo miró con creciente desprecio. Pensar que esos hombres habían conseguido llevarse a Legolas...
- Tienes mi palabra, respetaré tu vida, pero abandonarás Gondor para siempre, bajo condena de muerte inmediata si regresas.
- Tenían al elfo una habitación del piso superior.- dijo el mercenario luego de asentir en señal de aprobación al trato.- El viejo... Denethor, lo ultrajó hasta cansarse...
Por unos instantes, Aragorn permaneció quieto, en silencio, negándose a creer lo que había oído, pero su respiración se hizo pesada y contenida.
"Necesito a este desgraciado... Y le prometí respetar su vida" se repitió una y otra vez.
Rápido, Halbarad desenvainó su espada e hizo una seña a los dos guardias que estaban apostados cerca para que se alejaran. No era apropiado que escucharan esas palabras.
Una vez que estuvo seguro que no iban a matarlo, el mercenario siguió hablando.
- Esta madrugada el elfo intentó escapar. Casi lo consiguió, pero estaba tan débil, que lo atraparon... – temeroso por lo que debía decir a continuación, se detuvo.- Prometiste respetar mi vida, Majestad...
Esa frase, solo puso en alerta a Aragorn, que apenas podía contenerse para no salir corriendo en ese instante a buscar a Legolas.
- Lo sé. Continua.- dijo, y su voz sonó extrañamente lejana.
- Denethor... Lo entregó a dos de sus hombres para que se divirtieran con él... Como castigo por intentar huir.
Aragorn giró precipitadamente, buscando sosegarse. Tenía los puños tan apretados que las uñas estaban lastimando las palmas y las mandíbulas tan fuertemente hincadas, que casi rechinaba los dientes de furia e impotencia. Cuando pudo dominarse, habló para su Capitán.
- Que te diga cuantos son y cómo están distribuidos. Atacaremos de inmediato... Y quiero saber quienes fueron esos dos que... Quiero una descripción de esos dos.- entonces giró para enfrentar al mercenario, quien pese a sus largos años en eso, supo que en esos momentos, su vida dependía solo del férreo autocontrol de ese hombre ante la palabra empeñada.- En cuanto hayas terminado con eso, podrás irte, pero si vuelvo a verte; te juro que morirás por mi propia mano.
Sin decir nada más, volvió a internarse en la espesura, porque no quería volver a ver a ese hombre.
(-o0o-)
- Sujétate de mí cuando duela, pequeño...- susurró Haldir, tomando las manos de Baldor mientras el sanador retiraba los emplastos para reemplazarlos por unos nuevos.
Las manos del muchacho se aferraron con fuerza por unos instantes, pero luego disminuyeron el agarre. La agitada respiración hacía subir y bajar el pecho en forma un tanto errática. En vista de aquello, el sanador se detuvo unos momentos, hasta que constató que la respiración se había normalizado un poco. Recién entonces procedió a colocar los reemplazos. Con rapidez y eficiencia, colocó nuevas vendas y terminó las curaciones.
- Las heridas están cerrando bien, Capitán Haldir.- informó mientras se limpiaba y guardaba sus cosas.- Seguirá débil, pero lo importante es que no se agite, que no tenga emociones fuertes... Su corazón pierde el ritmo a veces. Cuando eso pase, hágale beber uno o dos sorbitos de este preparado...
Haldir asintió y colocó las medicinas en el mueblecito cercano. Cuando el sanador se retiró, inició sus cuidados vespertinos.
Trajo agua, y con un paño húmedo limpió el rostro, el cuello y los brazos del muchacho. Luego peinó como pudo el largo cabello color caoba.
- Está sucio...- susurró Baldor.
- Mañana, le preguntaré al sanador si puedo moverte un poco para lavarte el cabello... No te preocupes, amor... Volverás a tener tu hermoso cabello...
- Haldir...
- ¿Sí, amor...?
- Duele...- gimió despacito.
El elfo rubio se incorporó un poco, hasta alcanzar los labios del muchacho y dejó allí un beso leve, que por unos momentos, sorprendió a Baldor, pero al segundo siguiente, consiguió disipar el gesto de dolor.
¿Todavía duele...?
- Lo cierto era que sí, pero Baldor sonrió apenas y asintió; por lo que Haldir decidió repetir el 'tratamiento' un par de veces más, solo por las dudas. Luego se acomodó a su lado, en el sitio de costumbre junto a la cama.
- ¿Por qué no intentas dormir un poco? Te ves un poco cansado...
Sin fuerzas para otra cosa, el muchacho se dejó acomodar, arropar y con un leve suspiro cerró los ojos.
- Háblame de tu bosque, Haldir...- pidió en un murmullo semi dormido.- De ese lugar que tanto amas... Háblame de tu hogar...
Durante algunos minutos, el galadrim habló suavemente, con la voz susurrante propia de su raza contándole cómo era Lothlórien, cómo eran los altos mallorn y le describió Caras Galadhon. Un poco después, Baldor dormía plácidamente y bien, por lo que Haldir decidió salir un momento.
Pasaba casi todo el tiempo en las habitaciones que habían asignado a Baldor, y le urgía saber si habían llegado noticias de Aragorn. Según sus cálculos ya debían haber llegado a Cair Andros, pero aún restaba saber si habían conseguido dar con el rastro de Denethor y por ende, de Legolas.
(-o0o-)
Arwen descubrió enfurecida que el lugar que le habían asignado en el palacio, era una torre un tanto alejada. No hubiese tenido demasiado que objetar del sitio, que era cómodo y lujoso, pero por supuesto no era lo que ella esperaba.
Lo que ella había supuesto, era que como madre del futuro heredero de Gondor, sería alojada, cuando menos en el ala principal, cerca de las habitaciones del rey; y no en un rincón del inmenso palacio. Además, intentó hablar con Elessar en más de una oportunidad, pero siempre encontraba a alguno de los guardias personales del rey o a alguno de los Consejeros, que la atajaban antes que pudiese llegar a su destino.
Ese último día, decidió conocer un poco del lugar, mientras pensaba que Elrond estaba tardando demasiado en disponer su viaje y llegar a Minas Tirith. Necesitaba con urgencia la presión que su padre podría ejercer sobre el rey.
Deambuló por amplios y espejados corredores, por salones inmensos y lujosos hasta encontrarse en el cuerpo central del palacio.
Ése era el lugar que le correspondía, el lugar donde debía estar y donde llegaría a estar. Ahora que el elfo no estaba, era cuestión de tiempo y dedicación. Por un corredor adyacente, creyó ver la figura alta, delgada y rubia saliendo de una habitación, y por unos instantes, creyó que era Legolas, pero luego recordó que ese galadrim siempre andaba por el palacio.
"Pero...¿Qué estará haciendo por aquí...?"
Como no había guardias, solo caminó hasta el sitio donde había visto a Haldir, y luego de dudar un poco, empujó la puerta y curioseó dentro.
El asombro de ver acomodado en una de esas habitaciones a Baldor, la dejó atónita por unos segundos. Aprovechando que el muchacho dormía, entró en silencio.
"Así que este simple mortal merece este sitio, y yo; que soy la madre del futuro soberano del reino, debo conformarme con un rincón del palacio..."
En ese momento, Baldor se movió apenas, y emitió un débil quejido. Solo entonces Arwen notó la intensa palidez del muchacho y la cantidad de preparados y medicinas que había cerca.
"Al parecer, Denethor quería hacer las cosas completas... No le haría ninguna gracia saber que Baldor se salvó... En fin, eso es solo problema de él."
- ¿Haldir..?- preguntó Baldor antes de abrir los ojos.
- Haldir no está aquí.- contestó, sentándose en el mismo lugar que siempre ocupaba el elfo.
Ante la voz inesperada pero no desconocida, Baldor despertó de todo y la miró, preguntándose qué demonios hacía esa elfa allí.
- No te ves bien, Baldor...- comentó como sin querer.- La extrema palidez no le sienta a los mortales. Y si no cuidas un poco tu aspecto, nadie volverá a solicitarte para sus reuniones... Oh! Había olvidado que ya no vives en el Barrio... Arruinaste tu reputación huyendo a casa de ese elfo...
- No me importa...- alcanzó a susurrar Baldor.
- Pues debería. Abandonaste al dueño de tu okiya sin pagarle tu deuda, engañaste a tu 'danna' y te repudiaron... Yo diría que eso debería preocuparte.
Agitado, Baldor hubiese querido defenderse, porque nada de eso era cierto. O no del todo cierto, al menos.
- Yo no... engañé a mi 'danna'...- replicó, respirando pesadamente, pero decidido a no dejar que Arwen siguiera diciendo esas cosas de él.
- Pues eso es lo que todo el Barrio comenta de ti... Ya sabes que la reputación de un geijin es tan frágil... Pero no te culpo, después de todo, el Capitán Haldir es mucho más guapo que Denethor, sin ninguna duda, aunque no tenga más que un flet abandonado en Lothlórien... Comprendo que engañaras a tu viejo 'danna'...
- Yo... no...
- Pero seguramente Dénethor tendría mucha más experiencia que Haldir para tratar con humanos jóvenes... – Arwen ensayó una de sus sonrisas amables y casi angelicales.- Somos colegas, Baldor... Dime si es cierto lo que dicen... ¿Es cierto que Denethor era una fiera en la cama...?
Lo último que Baldor necesitaba era recordar lo que Denethor le hacía, intentó tomar aire para decir algo, pero el dolor en el pecho fue relampagueante y severo.
La primera visión de Haldir al entrar en la habitación, fue la de Arwen, sentada al lado de la cama de Baldor, como si fuese una amiga que visita a un compañero enfermo; pero al segundo siguiente, reparó en el palidísimo rostro del muchacho, en el gesto de dolor y la dificultad con que parecía llenar de aire sus pulmones.
Con un gesto que fue mucho menos galante de lo que siempre era, tomó a Arwen por un brazo y la sacó de ese lugar, que era el suyo. Acarició suavemente las manos frías, intentando calmar la respiración afanosa.
- Tranquilo, amor... Respira con calma... Despacito...- recordó entonces la advertencia del sanador y rápido tomó el frasco con el preparado. Con mucho cuidado lo acercó a los labios de Baldor ayudándolo para que bebiese un sorbito, y luego uno más. Al cabo de unos segundos, la respiración agitada empezó a calmarse.
En cuanto vio eso, Haldir giró en redondo y enfrentó a Arwen que se había quedado observando todo con cierta diversión pintada en el rostro.
- ¿Para qué lo cuidas tanto, Haldir...? Es un mortal, tarde o temprano morirá...
Recordándose que era una mujer y que no podía sacarla a puntapiés, Haldir se limitó a tomarla por el brazo y llevarla casi en andas hasta la puerta de la habitación.
- Escucha esto, Arwen.- dijo, una vez fuera.- No sé que le dijiste a Baldor y no me interesa mucho, pero si vuelvo a verte por aquí...
- ¡No puedes prohibirme andar por el palacio! Esta no es tu casa, en cambio, pronto será la mía, elfo idiota. Así que yo te aconsejo que seas más precavido en la forma en la que te diriges a mí.
- Este nunca será tu hogar, Arwen... Pero no soy yo el que va a decirte eso... El rey te lo dirá en persona, en cuanto regrese.
- ¿Regrese...?- preguntó, ni siquiera sabía que el rey no estaba en la ciudad.
- Por supuesto...- el gesto en el rostro del elfo, fue casi tan ladino como el que segundos antes había estado pintado en el rostro de ella.- Cuando regrese trayendo a Legolas...
- El rey no puede traer a Legolas... Legolas escapó de la ciudad.- dijo repitiendo la versión que ella misma había empezado a hacer circular.- Debe haberse ido con alguno de sus amantes...
- Ni tú misma crees eso, Arwen. De cualquier modo, te engañas. El rey sí traerá a Legolas, entonces veremos qué lugar ocupa cada quien. Mientras tanto, no regreses aquí...
Antes que Arwen atinase a decir algo más, regresó a la habitación, donde calmar a Baldor, le llevó mucho rato.
Mientras regresaba a sus habitaciones, la elfa decidió redactar una nueva misiva a su padre, esta vez con carácter urgente. Si ese elfo regresaba, necesitaría ayuda. Una vez más, se preguntó qué clase de protección especial tenía Legolas, que nada parecía afectarlo demasiado tiempo.
(-o0o-)
Entre las sombras de la noche reciente, los hombres de la guardia personal del rey de Gondor, lanzaron sus ganchos con sogas y treparon con agilidad los muros que protegían la propiedad. La orden del rey había sido bastante clara. Debían mantener con vida a todos los que fuese posible, necesitaba identificar a los dos que había mencionado el mercenario traidor.
Con la fría exactitud con que el mismo Aragorn los había entrenado, los hombres se escabulleron en el interior, desmayando y en algunos casos hiriendo a los centinelas. Cuando se inició el ataque, la mayoría de los mercenarios había sido controlada.
Eso no impidió que se librara un pequeño combate en el patio interior. Los mercenarios atacaban con bastante eficacia, pero sin la determinación que en ese momento llevaba Aragorn, cuya espada se abría paso entre el enemigo sin pausa.
La información brindada lo llevó de forma certera hacia la zona de los calabozos mientras Halbarad se dirigía a los pisos superiores, donde dormía Denethor.
Aquel despertó en medio de la noche, y comprendió de inmediato lo que sucedía. Al salir de sus habitaciones, un simple vistazo le permitió observar que la única opción que le quedaba, era escapar, si quería en algún momento cobrar venganza de Aragorn. Con un destello de feroz alegría, recordó lo sucedido con el elfo y supo que lo único malo del asunto sería que no podría ver el rostro del montaraz advenedizo cuando descubriese lo que había quedado de su elfo.
Sin pensar más que en escapar, corrió por la galería, y se internó en la oscuridad de unas escaleras que ascendían una y otra vez. Los pasos detrás de él le indicaron que estaban sobre sus huellas por lo que siguió corriendo escaleras arriba. Emergió a la terraza vacía y aislada de una alta torre. En ese momento comprendió que estaba perdido, no tenía escapatoria.
"Me llevaré a unos cuantos conmigo." Pensó empuñando la espada que había conseguido llevarse en su huida, y enfrentó a los dos guardias que fueron los primeros en aparecer.
Incluso a su edad, Denethor era un contrincante temible, y la locura parecía hacerlo todavía más eficaz, sin embargo luego de unos minutos de intensa lucha, supo que no podría resistir demasiado tiempo más.
- ¡Señor Denethor!- gritó Halbarad.- En nombre de la Casa Real de Gondor, le exijo que deponga sus armas y se entregue...
- ¡Dile al bastardo de tu rey, que primero le besaré el trasero a un troll antes que rendirme ante él!- rugió Denethor, y hundió su espada en uno de los guardias, que cayó a sus pies.
Entonces, conciente que no podía escapar y que rendirse era una posibilidad impensable para él, Denethor giró de pronto y corrió a toda la velocidad que le permitieron sus piernas, llegó al borde de la torre, subió al borde y antes que cualquiera pudiese llegar a él, se arrojó al vacío.
Cuando Halbarad se asomó, la claridad de la luna le mostró que, muchos metros más abajo, el ex Senescal de Gondor, el que fuese la mano fuerte de Minas Tirith, no era más que un despojo destrozado y sanguinolento sobre las piedras de uno de los patios interiores.
(-o0o-)
Enloquecido de desesperación, Aragorn entró en el corredor de los calabozos, pateando cada una de las puertas que encontraba a su paso y con el corazón martilleando en su pecho, en su garganta y en sus oídos, adelantaba la antorcha que había tomado a la carrera e iluminaba el interior de la celda.
Con una mezcla de alivio y angustia, las descubría vacías, una a una.
Había gritado tanto durante el combate, que casi no tenía voz, o tal vez, el miedo a lo que podía encontrar le había robado la capacidad de seguir emitiendo otra cosa que no fuesen sonidos roncos y raspantes.
Empujó una puerta más, e iluminó el interior.
"Nada... ¿Dónde estás, amor...?" gimió interiormente, y cuando giraba para salir, tuvo una fugaz visión de un bulto en un rincón.
Por unos segundos, se quedó de pie, y solo atinó a levantar la antorcha para que la luz llegase hasta ese sitio.
Un revoltijo de cabello rubio, los andrajos que quedaban de una camisa, los brazos a la espalda, amarrados y la visión de las desnudas piernas blancas. Todo eso llenó su mente por unos instantes, y luego, recuperando el movimiento, dejó la antorcha en el soporte para avanzar.
Aunque una parte de él no quería que fuese su elfo, que 'eso' fuese su Legolas, otra parte ya quería terminar con la terrible agonía de no tenerlo. Apenas se acercó, lo horrorizó la herida en la pierna, precariamente vendada, y el terrible trabajo que las sogas habían hecho en las manos y brazos del elfo. Con desesperado frenesí y a la vez con más cuidado del que nunca hubiese tenido en su vida, cortó las ligaduras e hizo girar el cuerpo.
Enfrentar el rostro magullado fue más de lo que pudo soportar. Gruesas lágrimas de impotencia se escaparon de su control y buscó desesperado, alguna señal de vida, algo que le indicase que todavía estaba vivo. Solo al escuchar la levísima respiración del elfo, se atrevió a soltar el aire que había mantenido en sus pulmones.
- Legolas... Legolas...- llamó suavemente.- Por favor, mi amor... Despierta...
Sus manos acariciaron el rostro, el cabello, mientras lo acunaba en sus brazos, sin atreverse a moverlo más que eso, mientras repetía su ruego una y otra vez.
- Despierta, Legolas... Reacciona, amor... Por favor, no te rindas...
No fue la repetición incesante ni la creciente angustia del llamado lo que atravesó las barreras que el elfo había levantado para resistir, sino el intenso amor que destilaba cada una de las palabras. Los párpados se agitaron y apenas se abrieron para enfocarse en el rostro del rey.
- Argrn... Vinis...te...
- Hasta los confines de la Tierra Media iría por ti, mi amor...- sollozó Aragorn, estrechando el abrazo, lo que levantó un gemido que lo hizo desistir de eso.- Estarás bien, amor... Ya verás, estarás bien... Todo estará bien...
Y esta vez, sin esperar respuesta; consiguió quitarse la capa y envolver con ella el cuerpo frío del elfo para luego, con toda la suavidad del universo, levantarlo en brazos y sacarlo de ese horrible lugar.
TBC...
N/A disculpas mil a todos por la tardanza... Ya saben... Trabajo hasta el techo y compromisos varios... El caso es que intento redimirme con un megacapìtulo... espero que sirva como disculpa... T.T
Reviews:
Iona Bueno, como verás he decidido respetar por ahora la vida de Baldor jiji... Ya rescataron al elfito, aunque aragorn no llegó a tiempo como quería... snif, snif... Nooo... yo no quiero matarte, plizzz que me quedo sin una lectora fiel... el viejo amargado ha pasao a mejor vida, aunque no sufrió tanto como merecía. Y tenías razón... Pobre Leggy... solo consiguió sufrir más... ays, pobre elfito...
Lahome Wa!!! Te leíste todo en 4 dìas!!! Eso sí que estuvo bueno!!! A mí tambíen me encanta la pareja aragorn/legotas... y también me gusta el mpreg, aunque no lo tengo planeado para este fic... espero que eso no te haga abandonar el fic... me alegra que la mezcla de estas tradiciones te haya gustado, porque reconozco que fue un desquicio mío, y tambien me alegra haber podido compartir lo que sé del tema contigo...saluditos!!
Nina Sip, ya mencionaste que odias a denethor jiji... Y por eso ya se murió el viejo degenerado, ya hizo bastante daño. Baldor sigue vivo por ahora, gracias a los ruegos de todas ustedes. Legotas ha resistido todo lo posible, y aragorn tardó un poquito en llegar, pero al fin lo hizo. Ahora tendrá que cuidar mucho al elfito para que sane. Kisses!!
Prince Legotas Recuerdas cuando te dije que guardaras ese baile para más adelante??? Bueno, este es el momento!!! El viejo degenerado cubrió su cuota de maldad, pero ya pagó sus maldades... todavía queda arwen por ahí haciendo cositas feas, pero ya le llegará el turno también. Aragorn llegó a rescatar a su elfito, ahora tendrá que cuidarlo... Saluditos elfitos para ti tambien!!
Elhyam Aragorn se apresuró todo lo posible, pero ya ves que no llegó todo lo rápido que hubiese querido... JAJAJA... yo ví esa peli... La verdad que no le vendría mal un encuentro con esa... Bye!!
Fedia bueno, este capítulo tampoco es muy livianito, me temo, pero ahora ya no habrá más violencia con el elfito. Creo que podrás comprender lo que quiero explicar... mantener una línea coherente , si relato los lemoncitos con realismo, y las otras situaciones también, entonces al incorporar escenas violentas, intento escribirlas con el mismo realismo con que escribí el resto... No creo que sea buena idea describir la violencia como algo digno de imitarse... Tus elogios ya me hicieron poner coloradita... sé que esas cosas no las dices muy seguido, y eso hace que las aprecie en su justa medida, gracias mil...
Alym Terminarás enviciándote con ese capitulo jiji... yo, contentísima con que lo leas muchas veces...bueno, ya ves que tenías razón... pobre leggy, estaba muy débil. Y esta vez los hermanitos tardaron mucho menos en aparecer... pronto tendrán que estar todos juntos, por eso urgía terminar con sus rollos... digo yo, nuestra miniliga ya podrá incorporar más gente? Besitos!!!
Azalea Pedraditas, maleficios, de todo me han arrojado con ese capítulo buaahhh... y como quiero seguir vivita, decidì conservar un poco mas a Baldor, poechito... arg... asesinos profesionales... abysm mira pa un lado, mira pa'l otro... por las dudas, vio bueno, a pesar de todo, Aragorn ha llegado a rescatar a su elfito, pero tendrìa que haber llegado antes T.T... Ya despaché a denethor, pa que no siga haciendo maldades... No hubo tiburones, pero sì un saltito a la piscina... sin agua jejeje...Ahora solo me queda Arwen... Besitos!!!
Ishtar Guadañas tambien, snif, snif... y pues... nop, no me dá culpa... es que creo que sì tengo una veta sádica terrible... me gustó esa recopilación de insultos varios, al menos son todos aptos para incluirse aquí jejej... Van a tener que poner al elfito en lavandina al menos por un mes, para que se le quite toda la porquería... Mantengo a Baldor vivito y tengo felices a Haldir, a Baldor y a vos, te parece?? Prometo que la próxima vez pondré la respuesta completa a tu comentario, hoy estoy en un ciber porque durante la semana no pude actualizar. Uso la conexión de mi oficina y mis jefes estuvieron insportables, grr... asì que ya sabes a quien echarle la culpa por la tardanza...
Ashura HOLA!!! Así con mayúsculas, jeje por dejarme tu comentario, y sobre todo por leerte todo el fic en tan poco tiempo. Sé que a veces se me va la mano con los capítulos, pero bueno, me pone contenta que te haya gustado aunque sea enorme... Y mas contenta estoy porque te gusta mi Baldor, que es mío, mío, mío... perdón, me emocioné... y por ahora no lo mataré. Es que ya me han amenazado bastante jajaja... Bueno, Arwen ha visto esa torre, y ya llegó allí, vio parte de su destino, pero como Galadriel dijo al principio, el Espejo muestra cosas que sucedieron, cosas que pueden suceder y otras que no... Habrá que ver qué le espera a la bruja. Saluditos!
Anya Hola!! Sorry por la demora, ya sabes lo que pasa a veces, uno propone y el trabajo dispone... jeje, tienes razòn, qué sería de los fics sino hiciéramos sufrir a los protagonistas? Uys, pobre aragorn, ya bastante tendrá con saber lo que le han hecho al pobre elfito. Nos vemos!!
Monce Malvada yo??? Bueno, sí... pero como ya lo tengo asumido, la conciencia mía salió corriendo hace rato, cuando vio las cosas que escribía jiji... Una parte de justicia ya le llegó a Denethor, aunque creo que debí hacerlo sufrir más, pero como es un cobarde, murió como tal. Me redimirè con Arwen. Gracias mil, Besotes!!
