Título: El destino del árbol y el junco

Autor: abysm

Disclaimer: Los personajes son de JR Tolkien, por supuesto. Los tomé prestados un tiempito.

Advertencias: Esto será slash Aragorn/Legolas, definitivamente. Creo que será rating R en algunos capítulos.

Aclaraciones: AU. No hay Anillo ni Sauron. El fic estará ambientado en la tradición de las geishas. Algunas de esas costumbres van a estar alteradas para beneficio de la trama del fic. Intentaré aclarar las ideas erróneas, me encanta el mundo de las geishas y no quisiera ofender. Por eso, habrá algunos nombres japoneses (personajes secundarios, obvio y poquitos) y alguna que otra frase.

Capítulo – Bodas en Rohan

Edoras - Meduseld

La luz del día no llegaba a filtrarse a través de los pesados cortinajes que cubrían las ventanas, pero incluso en esa claridad difusa, Eomer vio el delgado cuerpo de Imrahil cruzando hacia el pequeño cuarto donde estaban los elementos para asearse. Las líneas largas se habían vuelto mucho más estiradas en los últimos tiempos y si bien no decía nada, veía que Imrahil perdía peso y con frecuencia parecía sumirse en pequeños períodos de tristeza.

Ambos sabían que era debido a la ausencia de Legolas y a la angustiosa espera que el otro elfo atravesaba en el lejano bosque de Eryn Lassgalen, como también sabían que no podían hacer nada para aliviar ni a uno ni a otro.

Eomer intentaba sacarlo de esos momentos tristes, ponía todo su empeño aún sabiendo que los resultados eran efímeros y, algunas veces, como ése día insistía para que se quedaran en cama un rato más para hacerlo descansar,aunque eso no ocultase los débiles círculos grises que rodeaban los ojos del elfo.

Algo se estrelló en el suelo y el sonido hizo que el joven rey saltase de la cama para correr hacia el cuarto adjunto. Por un instante, se quedó parado en el umbral, atónito de ver a su amado de rodillas en el piso, a medias aferrado a un mueble y en medio del charco del agua que contenía la jofaina que se había caído. Tenía los ojos fuertemente cerrados y una mano sobre su pecho, como si allí se concentrase un intenso dolor. O al menos eso fue lo que le pareció a Eomer en un primer momento, porque luego, Imrahil dejó escapar un largo suspiro y tomó aire al tiempo que abría sus ojos.

Así estuvo un par de segundos y cuando Eomer estaba a punto de acercarse, Imrahil giró el rostro hacia él para mirarlo. Una sonrisa lenta pero increíblemente hermosa empezó a inundar sus facciones al tiempo que la luz parecía encenderse en su interior, iluminándolo.

Terminó...- susurró apenas mientras se aplicaba a comprender del todo la sensación que llenaba su pecho -. Por fin terminó...

Aliviado, Eomer se acercó y se arrodilló a su lado esperando una mejor explicación.

Puedo sentirlo, Eomer... Legolas está feliz...- ahora la sonrisa era esplendorosamente amplia -. Aragorn debe haber ido por él. Su felicidad me llegó de pronto, fue tan intensa que no pude manejarla...

¿Estás seguro, Imrahil?

El elfo asintió con convicción, porque además sentía sus fuerzas retornando, de nuevo parecía en pleno uso de toda la energía que siempre había tenido. Se apoyó en Eomer para ponerse de pie, pero en realidad, no le hacía falta.

Estoy seguro. La espera terminó.

Eomer se puso de pie y ambos quedaron frente a frente, casi sin saber qué hacer pero la mente del joven rey reaccionó al instante. Durante días se había preguntado qué haría cuando aquella espera infernal terminase. Su deseo hubiese sido casarse con Imrahil en cuanto llegó a Edoras, pero sabía que mientras Legolas estuviese en aquella situación, su hermano no aceptaría celebrar la ceremonia.

Podía entenderlo, aunque le costaba asumirlo, y se resignó a esperar también, pero ya no más.

Con una carcajada feliz, tomó la mano de Imrahil con la intención de salir corriendo de las habitaciones.

¿Dónde me llevas? Eomer, por favor... Estamos casi desnudos...

Oh, es cierto. Vístete, amor...

Mientras se ponía apresuradamente unos pantalones y las botas, veía a Imrahil haciendo lo propio. Se echó encima una camisa, le arrojó otra al elfo y sin esperar a que terminase, lo acarreó hacia fuera. Sin entender, pero feliz, el elfo lo siguió hasta ver que llegaban al salón donde generalmente desayunaba Theoden.

En efecto, aquel estaba en pleno desayuno en aquellos momentos, y los miró a ambos sin comprender.

Tío... Termina pronto con eso, necesito que me ayudes con la boda.

Theoden casi escupió lo que tenía en la boca.

¿Boda...?

Lo que oíste. Boda. Voy a casarme con Imrahil...

Ahá- dijo parsimoniosamente, eligiendo la próxima fruta que iba a comer -. ¿Y le has preguntado a él si quiere casarse contigo?

Eomer se quedó mudo y se volvió hacia el elfo, que lo observabasonriente y divertido. Lo había dado por sentado... Dormían juntos desde que habían regresado de Minas Tirith, lo amaba, pero lo cierto era que no le había preguntado. Sin embargo, eso no era algo que fuese a detenerlo.

Imrahil... ¿Quieres casarte conmigo?

El elfo lo miró inclinando la cabeza y entornando los ojos, como si estuviese evaluándolo y pensando con mucha seriedad su respuesta mientras el joven rey esperaba. Cuando juzgó que había esperado suficiente, sonrió.

Mmm... Sí, creo que sí quiero.

Aliviado, Eomer lo abrazó con fuerza.

¿Ves, tío? Necesito que me ayudes a arreglar todo... No voy a esperar más de lo necesario, sólo hasta que puedan llegar tu padre y tus hermanos, Imrahil. No esperaré a nadie más, los demás no me importan en absoluto... Bueno, sí me gustaría que Faramir y Haldir estuviesen presentes... Las invitaciones tendrán que salir de inmediato, hoy mismo...

¿Podemos desayunar mientras discutimos esto...?- preguntó el elfo, mirando con ansiedad lo que había sobre la mesa -. Tengo hambre.

Y como en los últimos tiempos Imrahil había comido como un pajarillo, se sentaron a desayunar mientras Eomer seguía parloteando acerca de sus planes de boda. Después de todo, él había pedido la mano del elfo al Rey Thranduil cuando habían estado en Minas Tirith y el Rey se la había otorgado. En realidad, Eomer sabía que de no ser porque el Rey elfo seguramente estaba demasiado preocupado por Legolas, ya hubiese estado reclamándole que cumpliese con la palabra empeñada.

"Como si yo hubiese pensado alguna vez en no cumplir" pensó, mientras devoraba su desayuno con renovado apetito.

(-o0o-)

Gondor - Minas Tirith

Poco a poco, el aire se volvía más cálido, aunque todavía faltaba un poco para que los días fuesen templados, y Baldor tuvo que recordarse por décima vez que Haldir no necesitaba tanta ropa de abrigo. Sin embargo, no desistió de extender sobre la cama la túnica de terciopelo rojo que tan bien le sentaba al elfo. A él le encantaba verlo vestido con ella. Con algo de sonrojo, Baldor admitió para sí mismo que Haldir se veía mejor sin ninguna clase de ropa.

Los brazos fuertes se cerraron en torno a su cintura causándole un pequeño sobresalto que fue mitigado en el instante en que sintió los dedos haciendo a un lado el cabello y los labios posándose en la parte de piel que había quedado expuesta en su cuello. Giró para encontrar el rostro serio de Haldir y sus ojos grises contemplando con algo de curiosidad toda su actividad.

Me sorprendiste... No te oí llegar- dijo, alzando los brazos hacia el cuello -. Caminas muy sigilosamente... Nunca te escucho.

¿Qué clase de elfo sería yo si un pequeño mortal como tú pudiese oírme?- replicó aquel.

No soy pequeño.

Sí lo eres... Para mí, eres un niño... Y yo debo ser alguna clase de depravado que disfruta besando a un niño- retrucó el elfo, para unir los hechos a esas palabras.

Durante esos instantes, Baldor se aplicó a dejarse besar, a disfrutar las lentas y sinuosas caricias que la lengua del elfo hacía en su boca, tan deliciosas y excitantes que siempre lo dejaban sin respiración.

¿Y qué estás haciendo con mi ropa, amor?- preguntó Haldir, mordiendo con suavidad los labios tiernos.

Mmm... Yo...- Baldor intentó reunir las ideas que siempre se le dispersaban un poco cuando lo besaban así -. Preparo tu equipaje para tu viaje a Edoras...

Los brazos del elfo lo tomaron por la cintura y lo alejaron un poquito, para poder observarlo mejor.

Ya habíamos hablado de eso, Baldor.

No, señor... Tú hablaste y yo te escuché, como siempre hago; pero no me dejaste decir ni una sílaba, así que decidí que haría lo que tenía que hacer... Ahora yo hablaré, y tú me escucharás.

Sin demasiados deseos, pero con determinación, Baldor se separó un par de pasos y enfrentó a su amante.

Tienes que ir a Edoras al casamiento de Eomer- dijo resueltamente y cuando Haldir estaba por replicar, levantó un dedo imponiéndole silencio -. Faramir no puede dejar Minas Tirith porque es el Senescal y mientras el Rey no regrese, debe quedarse a velar por la ciudad, así que enviará a su esposa en su lugar. Esto es correcto y adecuado porque Eowyn es la hermana de Eomer y será una buena representante...

Eso no significa que yo deba ir- se atrevió a decir Haldir, y los ojos castaños lo instaron a mantener silencio una vez más.

Eomer es tu amigo, él esperará que sus amigos se presenten a compartir este momento a su lado... No puedes faltar, no hay razón para que no viajes.

No voy a dejarte solo.

¡Maldición, Haldir, habías prometido que ya no harías esto!- exclamó, viendo que con buenos modos no conseguía demasiado -. Yo estoy perfectamente bien y puedo quedarme solo...

Consciente que los enojos de Baldor solían tener cierto fundamento, el elfo se mantuvo en silencio hasta que se le pasase un poco.

Ni siquiera estaré solo... Hay sirvientes, guardias... La casa nunca está sola, Haldir. Tienes que ir... y si no fuese presionar demasiado, te pediría que me llevases contigo.

Al menos coincidimos en algo.

Desde que llegué a Minas Tirith hace años, no he vuelto a salir de la ciudad... pero tal vez en eso tengas razón. Es un viaje largo y yo no estoy acostumbrado- resignado, Baldor suspiró -. Por favor, Haldir... No abandones a tus amigos por quedarte conmigo.

Se acercó al elfo y volvió a acomodarse cerca de él. En forma casi automática, los brazos lo envolvieron.

Sabes que Faramir y yo nos llevamos muy bien y si necesito algo, él estará para ayudarme...

¿Por qué te parece que no me quiero ir, pequeño?

La frase dejó mudo a Baldor, que alzó la vista hacia su amado para encontrar la mirada fingidamente seria del elfo.

¿Estás bromeando, cierto...?- preguntó el muchacho, algo temeroso de haber hecho, sin querer,algo que pusiese en duda su fidelidad -. Faramir es un buen hombre...

Claro que Faramir es un buen hombre... ¿Pero qué me dices de todo el resto de los hombres de Minas Tirith? Todos recuerdan al famoso Baldor, el geijin más exitoso de la ciudad y pese a que ya no te vistas como ellos, cada vez que sales, te miran y te desnudan con la mirada... Y yo no estaré aquí para recordarles que eres sólo mío...

Con cuidado, lo apretó contra su cuerpo como para dar énfasis a esas últimas palabras. Casi no podía reconocerse hablando así, él que durante tanto tiempo había recriminado los celos de Aragorn por Legolas, pero no tenía sentido que tratara de mentirse. Cada vez que salían a caminar un poquito por la ciudad, veía las miradas apreciativas que el muchacho cosechaba a su paso y eso no siempre le agradaba.

Yo voy a recordárselos- dijo Baldor, terminante -. Mejor aún: te prometo que no saldré, me quedaré aquí hasta que regreses... No veré a Faramir, si no quieres...

Viendo la clase de tonterías que podía llegar a prometer Baldor con tal de verlo feliz, Haldir regresó a la realidad. Confiaba en Baldor y no tenía por qué hacerle creer otra cosa. Cierto era que todos miraban mucho al joven cuando salían juntos, pero también era cierto que Baldor no miraba a nadie más que a él y sólo para él eran las sonrisas pequeñas y medidas del ex geijin. Y él también era capaz de hacer cualquier cosa con tal de ver feliz a su 'pequeño humano'.

Está bien, Baldor... No digas tonterías, yo confío en ti- volvió a besarlo con ternura, para que el muchacho supiese que hablaba en serio.

¿De verdad...? Yo nunca te faltaré, Haldir...

Shh... Lo sé- el dedo pálido se posó sobre los labios húmedos -. Está bien, amor... Viajaré a Edoras.

No te arrepentirás, Haldir. Cuando Eomer te vea llegar para compartir con él un día tan dichoso, sabrás que yo tenía razón.

Lo que más me asombra, mi amor, es que a pesar de ser un humano tan joven, la mayor parte de las veces tienes razón.

Como las manos del elfo estaban empezando a deshacerse de su ropa, Baldor perdió conexión con las últimas palabras del elfo. Él no buscaba tener siempre la razón, sino hacer lo mejor para su amado. Para él, Haldir era su 'danna', un 'danna' verdadero. Tal como la palabra lo expresaba, era su protector y él siempre haría lo mejor para Haldir, por amor y por agradecimiento.

Después de innumerables besos y caricias, cuando su cuerpo por fin recibió al elfo, se abandonó por completo al placer sin pensar en nada más que en complacer siempre a Haldir, porque haciendo eso, también él era completamente feliz.

Por supuesto, Baldor tenía razón. Cuando Eomer recibió la comitiva proveniente de Minas Tirith, estuvo feliz al verlo llegar y Haldir se prometió que cuando regresase a la ciudad, haría que su amante disfrutara todo su agradecimiento por haberlo aconsejado con tanto acierto.

(-o0o-)

Edoras - Meduseld

El sol aún no se asomaba del todo y la claridad penetraba con algo de dificultad la neblina blancuzca que se levantaba sobre las llanuras que rodeaban la ciudadela. Los pastizales verdes ondeaban con la brisa y en los caminos cercanos a Edoras, se veían las picas clavadas en la tierra luciendo el estandarte de la Casa Real. Verdes como las llanuras y con el caballo blanco en plena carrera, símbolo de los Jinetes de Rohan, flameaban orgullosos, anunciando a todo aquel que pasase por esos caminos, que en Meduseld ése día, era un día de fiesta.

Y cuando el sol finalmente decidió aparecer, los primeros rayos incidieron sobre el castillo dorado, y aquel refulgió sobre la llanura, al igual que el resto del poblado, que había engalanado sus fachadas para dar la bienvenida a los visitantes que apresuradamente llegaban a la boda del joven Rey de Rohan.

En una de las habitaciones principales, Imrahil,sentado dentro de una tina llena de agua tibia y perfumada, intentaba tranquilizarse mientras un poco más lejos, Legolas y Elroy terminaban de componer las ropas que iba a usar durante ese día.

Se inclinó hacia atrás para sumergirse y que el agua le cubriese el rostro, permaneciendo así todo el tiempo que pudiese contener el aire en sus pulmones. En ese instante, el recuerdo lo llevó a lo sucedido apenas un par de días antes que llegasen los primeros invitados.

Te juro amor, que yo no sabía nada...- se excusó Eomer, tratando de disolver el hielo que había en los grises ojos que lo taladraban desde el otro extremo de la habitación.

-Creí que tendrías una excusa más original, Eomer- replicó con frialdad -. Te sugiero que pienses una menos trillada... Y te diría también que te apresures, porque hasta que yo no tenga una explicación realmente buena, no habrá boda.

Eomer abrió la boca para protestar, pero ninguna palabra se dignó a salir. En realidad, estaba tan asombrado de todo, que ni siquiera conseguía pensar de forma coherente, lo único que entendía, era que Imrahil estaba cancelando la boda.

-Pero Imrahil... Si me dejaras explicarte...

El elfo lo contempló con aire gélido un momento más y trató de dominar el enojo. Esa tarde, justo antes de cerrar los portones de la muralla que rodeaba la ciudad, un grupo de Jinetes había llegado remolcando los restos de una caravana perteneciente a comerciantes. Eso era extraño, pues no era época en que las caravanas de los comerciantes hiciesen la ruta hacia Edoras. Ladrones de los caminos los habían atacado y pese a la intervención de una de las tantas patrullas de Jinetes que en esos días custodiaban las rutas, los atacantes habían conseguido herir al hombre que conducía la carreta y matar a la mujer que viajaba con él. El hombre no había durado mucho más, sólo lo suficiente como para provocar un desastre. Entre sus últimos respiros, declaró que el pequeño que viajaba con ellos, era hijo del rey Eomer.

Por supuesto, eso podría haber sido tomado como el delirio de un moribundo, salvo por el hecho que algunos de ellos conocían a la muchacha y enviaron el recado al Rey. Semejante noticia corrió con la velocidad del viento en las llanuras y por eso, en esos momentos, Eomer intentaba coordinar sus ideas para explicarse.

-Muy bien, te escucho- contestó Imrahil, sentándose rígidamente en una de las banquetas del Salón Dorado y mirando a Eomer que paseaba de un lado a otro en el otro extremo de la sala.

-Es... es muy posible que ese niño sí sea mi hijo...- balbuceó Eomer -. Verás... Yo conocí a Lothiriel hace algo así como seis años... Yo era entonces Tercer Mariscal y había viajado a Dol Amroth. Ella era hija de uno se los comerciantes más ricos de la ciudad... Fue algo pasajero, Imrahil... y yo aún no te conocía. De hecho, no conocía tampoco a Aragorn...

Como el elfo continuaba impávido, Eomer intentó continuar.

-Ninguno de los dos deseaba ataduras, nos llevábamos bien, pero nada más... Cuando terminé mis asuntos allí y le informé que debía marcharme, le pregunté si quería venir conmigo, pero se negó. Dijo que no podía abandonar a su padre y no deseaba la vida de la corte. No nos peleamos, pero nos separamos y nunca volví a saber de ella. Por las cuentas... bien, es posible que ese niño sea mío.

Ese niño es Heredero de Edoras, Eomer... ¿Pretendes decirme que su madre no quería verlo convertido en Rey?

-Esas cosas no eran importantes para Lothiriel... Ella no necesitaba nada de todo esto, tenía algo de ascendencia élfica aunque casi no era notorio y no daba importancia a estas cosas. No dudo que sólo haya intentado venir al enterarse de la noticia de la boda... Supongo que nunca sabremos cuales eran sus intenciones.

En silencio, el elfo pensó en lo que estaba escuchando. Conocía lo suficiente a Eomer como para intuir que decía la verdad, que en realidad nunca había sabido nada al respecto. Apenas había visto al niño, pero aunque le costase mucho admitirlo, era la viva imagen de Eomer. Los mismos ojos, la boca llena y el cabello ondeado y rubio.

Me preguntaste si había tenido muchos amantes... ¿recuerdas?- continuó Eomer -. Y yo te dije que no, que no había habido muchos... pero ella sí fue una de ellos. Supongo que debí ser más claro, pero no era el momento adecuado y yo no podía sospechar que aquello había tenido estas consecuencias.

-¿Hay alguna manera en que puedas estar seguro?- preguntó, todavía indeciso.

-Supongo que podremos buscar alguna marca de familia, esas cosas... ¿Y si te dijera que yo siento que sí es mío... Que sí creo en lo que ese hombre dijo porque lo conocí lo suficiente...?

En ese momento, fue Imrahil quien se puso de pie y comenzó a pasear, dudando, deseando creer en Eomer, pero a la vez temeroso por ese niño que había caído en medio de ellos. Viendo eso, el joven humano se atrevió a acercarse.

-Te amo, Imrahil... y de haber sabido que existía, nunca te lo hubiese ocultado.

-Es que yo... Eomer, yo no soy como Legolas... No tengo paciencia con los niños... ¿Cómo esperas que...?

-Sé que es difícil, amor, pero piensa en esto¿recuerdas la trampa que te tendió Grima? Creíste que yo estaba intentando solucionar el problema del heredero¿no es así?- Imrahil asintió en silencio -. Lamentablemente, ésa parte tendrá que convertirse en realidad en algún momento, para que la Casa de Rohan continúe en el trono... A menos que yo ya tenga un heredero.

Tal vez fueron ésas las palabras que finalmente habían ganado al elfo. Aunque tenía mucha noción de lo que Legolas sentía por saber que Aragorn había estado con Arwen, recién en ese momento se daba cuenta lo duro que debía ser eso. El sólo pensar que Eomer había estado con alguien más y que ese alguien le había dado un hijo era desesperantemente doloroso. Con la enorme diferencia que Eomer todavía no lo conocía cuando estuvo con esa muchacha.

-¿Cómo se llama?- preguntó por fin.

-Elfwine...

Imrahil... ¿Estás intentando dejar viudo a Eomer antes de la boda?- preguntó Legolas, tomándolo por el cabello y sacándolo del agua.

El elfo boqueó y tomó aire. Legolas se acomodó a un lado de la tina y apenas segundos después llegó Elroy.

Sé que no es fácil, pero podrás con esto, hermanito... Eomer es un buen hombre y te ama; entre los dos podrán cuidar de Elfwine... Además, es un niño encantador...

Lo sé, Legolas, lo sé... Pero yo tenía tantos planes...

¿Y por qué vas a dejarlos a un lado? Solamente tienes que rehacerlos y dar lugar en ellos a uno más. Y tienes suerte... La madre de ese niño parece haber sido una buena muchacha... Y sin proponérselo, te resolvió un gran problema.

Es muy difícil tolerar la idea que el hombre que amas ha estado con alguien más... ¿Verdad...?- preguntó Imrahil, aunque sabía la respuesta y Legolas sólo asintió.

Es muy difícil saber que no mereces el amor de quien está a tu lado- terció Elroy, dando por primera vez la opinión desde el otro lado del asunto -. Y saber que te acepta tal y como eres, con defectos y virtudes... Supongo que ahora, hermanito,tienes que decidir de una vez por todas si aceptas a Eomer, y eso incluye a ese niño, que aparentemente sí es su hijo.

Sin embargo, ésa no era la mayor duda que en esos momentos ocupaba el corazón del elfo. Podía aceptar a Eomer tal como era, de lo que no estaba del todo seguro era si podría aceptar a ese niño que había llegado a sus vidas. Tenerlo frente a él sería tener el recordatorio constante que Eomer había estado con alguien más. Con ese pensamiento rondando, acertó a mirar a Legolas.

De los tres, era el que más había debido luchar para encontrar la felicidad, y si la tenía, era porque en el corazón de su hermano no había sitio para el rencor. En la elección entre detestar y amar, Legolas había elegido amar a ese niño que ni siquiera conocía y que era hijo de una mujer que lo había detestado al punto de poner su vida en peligro. Legolas elegía amar a Aragorn con sus errores pasados y presentes.

Si lo veía de aquel modo, él era afortunado. Eomer nunca lo había engañado para estar con otra persona. Lo sucedido había ocurrido mucho antes que ellos se conociesen, así que no podía sentirse mal por eso. Y había que agregar que por lo poco que sabía de la madre de Elfwine, había sido una mujer noble y digna, que era mucho más de lo que Aragorn podía decir de la madre de Eldarion.

Muy bien, si Legolas podía hacer a un lado todas esas cosas y ser feliz, también él podría, porque el simple pensamiento de perder a Eomer lo dejaba sin aire.

Pensando todas esas cosas, tomó aire profundamente y sonrió.

Entonces... ¿Sí hay boda...?- preguntó Elroy.

Sí, sí hay- confirmó Imrahil poniéndose de pie y envolviéndose en la bata que Legolas le alcanzó.

Muy bien, entonces debemos apresurarnos...

Asintiendo levemente, Imrahil salió de la tina y enfrentó a sus dos hermanos.

Sí, se casaría con Eomer y serían felices. Estaba seguro que los dos podían aprender a amar a ese niño.

(-o0o-)

El enlace ritual según las costumbres élficas tuvo lugar apenas el sol estuvo alto y brillante en el cielo límpido y celeste, en la verde terraza en la cual estaba asentado Meduseld. Allí, en medio de la fresca brisa de la mañana, Eomer espero con creciente impaciencia la aparición de su amado.

Y necesitó varios segundos para cerrar la boca cuando por fin apareció Imrahil, vestido a la usanza de su pueblo. Los cabellos de oro trenzados y el cuerpo delgado enfundado en una túnica azul profundo. Digno y deslumbrante, la tiara de filigranas de mithril recordaban a todos que ese elfo que había conseguido convertirse en un Jinete aguerrido, era también un príncipe entre su gente. Al verlo, todos los presentes juzgaron que no había en todo Rohan, mortal más afortunado que Eomer, rey de los rohirrim.

Después del enlace, hubo un almuerzo liviano para los invitados, también al aire libre, y grandes festejos en la ciudadela. En un principio los habitantes se asombraron un poco por la elección del joven Rey, pero aquello sólo les duró hasta que contemplaron a Imrahil y supieron que el elfo había compartido tiempo y muchas peripecias junto a otros Jinetes; al saber eso, dejó de ser un extraño para ellos.

Cuando el sol comenzó a declinar, Imrahil volvió a sus habitaciones, porque todavía quedaba por delante la ceremonia que oficiaría Theoden. De acuerdo a las costumbres de Rohan, ésta sería un poco más íntima, ya que en esa ocasión ya no estarían presentes los habitantes de la ciudad.

Eomer había pensado que no podía estar más nervioso que esa mañana, pero se equivocó. Mientras esperaba el inicio de la segunda parte de su matrimonio, revisó por décima vez el aspecto del recinto para estar seguro que todo estaba perfecto.

El Salón Dorado había recobrado el esplendor de sus mejores épocas, los pisos de piedra habían sido fregados una y otra vez en los últimos días, y las paredes mostraban la madera oscura pulida y brillante. Los poderosos pilares tallados habían recuperado su dorado original y los colores vívidos que lucieron en su origen, y a través de las altas ventanas, ya se vislumbraban las primeras estrellas. Como las noches en Rohan eran frías, en el inmenso hogar que dominaba el centro de la sala, chisporroteaba alegremente el fuego, haciendo que el recinto estuviese confortable y cálido.

Sobre el extremo norte, en el estrado de tres escalones, estaba el trono. Roble oscuro, oro y terciopelo verde, del mismo tono que los estandartes que colgaban desde lo alto de la bóveda del Salón. Por primera vez en muchos años, ese trono no estaba solo en el estrado, sino que otro similar había sido acomodado a su lado. Detrás de ambos, un inmenso tapiz bordado cubría todo el muro. Desde allí, desde la trama de lana colorida, Éorl el Joven y su caballo se aprestaban a la Batalla del Campo de Celebrant.

De pie en uno de los escalones, Eomer, con su brillante armadura, evidenciaba con toda nitidez su parentesco con aquel ilustre antepasado.

El Salón no estaba lleno. Debido al apuro de Eomer y tal como había advertido, las invitaciones fueron enviadas a aquellos que podían llegar en poco tiempo a Edoras. Los que sí se habían asegurado de estar presentes, eran sus antiguos compañeros de armas y también los de Imrahil. Eran ellos los que ocupaban en su mayor parte el gran recinto, conversando con sus voces fuertes y tonantes, riendo y susurrando a Eomer toda una cantidad de consejos e ideas para poner en práctica durante su noche de bodas.

Sentados en las primeras mesas, Thranduil compartía pareceres con Elroy, Legolas, Aragorn y Haldir hasta que finalmente, Imrahil entró al Salón, esta vez vestido con sus ropajes de Jinete.

El rito humano de enlace era mucho más simple de lo que los elfos imaginaban, porque los matrimonios entre las gentes de las llanuras por lo común eran uniones de mutuo acuerdo. Eran personas sencillas que no necesitaban de grandes demostraciones públicas para declararse amor, fidelidad y la promesa de una vida en común.

A una seña de Théoden, Eowyn avanzó con una pequeña bandeja cubierta con un paño de terciopelo verde, sobre el mismo, había gran cantidad de monedas de oro. Eomer las tomó en sus manos y las ofreció a Imrahil que a su vez extendió las suyas para tomarlas.

Todo lo que es mío te pertenece a partir de hoy- declaró, con voz firme y clara -. ¿Me aceptas como tu esposo?

Te acepto.

A su lado, Elroy se adelantó con una bandeja similar, pero en ella había monedas de mithril. Imrahil dejó las de oro a un lado y tomó las suyas para ofrecerlas a su vez con las mismas palabras. Dignamente, Eomer las tomó, aceptando así a Imrahil como su consorte. Interiormente, el joven humano hubiese gritado su aceptación, pero en vista de lo importante de la ocasión, se guardaría esas demostraciones para un momento más privado.

Dos círculos de ardiente fuego...- anunció Theoden -. Dos vidas, dos corazones, dos pasiones, se unen con estos anillos... ()

Una vez más, Eowyn alzó una pequeña bandeja, donde reposaban dos anillos de oro. Eomer tomó uno de ellos y extendió su mano, pidiendo la del elfo.

Con este anillo, te tomo como esposo, Consorte de la Casa Real de Rohan- ante esas palabras, sintió el ligero temblor en los dedos delgados y blancos que sostenía entre los suyos y eso traicionó un poco la expresión de aparente calma del joven rey.

Levantó la vista hacia su elfo, y ante los brillantes ojos grises, simplemente olvidó lo que tenía que decir. Se suponía que eran votos sencillos, fáciles de recordar, pero en esos instantes, perdido en la inmensidad gris que lo envolvió, Eomer no hubiese podido ni siquiera deletrear su nombre. A duras penas recordó que debía colocar el anillo y eso hizo, no sin vacilar antes acerca de si ése era el dedo correcto.

En otra ocasión, Imrahil se hubiese reído un poco pero no estaba en mejores condiciones aunque su rostro no lo demostrase. Tal vez, fuera de sus hermanos, el único que sabía cómo se sentía, era Eomer.

Con este anillo, te acepto como esposo y prometo darte respeto, fidelidad, mi amor y mi corazón...

Ante cada una de sus palabras, el elfo tocaba con la joya cada uno de los dedos. El pulgar, el índice, el mayor y finalmente junto con la última palabra, deslizó el anillo en el anular.

¿Son todos ustedes testigos de los votos formulados?- preguntó Theoden a todos los presentes.

¡Sí, lo somos!- contestaron los presentes.

Delante de toda esta feliz concurrencia, sean entonces, esposos desde ahora.

¡Noooo!- gritaron todos los Jinetes en un solo bramido.

De no haber sido por las sonrisas resignadas en las caras de Eomer y su hijo, Thranduil hubiese saltado a pedir explicaciones. En vista que todos parecían saber de qué se trataba eso, menos él, se acercó a Aragorn que era el que tenía más cerca.

¿Hay algo que no me han dicho, verdad...?

Es sólo una tradición... No es nada malo, Majestad. De hecho, ya están casados.

¿Y qué, aquí no hay beso y todas esas cosas?

Bien... No, aún no pueden besarse- explicó Aragorn, divertido, e iba a continuar la explicación, pero fue interrumpido por la voz de Theoden.

En el principio de los tiempos, los Dioses tomaron a uno de los hombres y lo pusieron en las llanuras de Rohan- recitó -. Y consiguió dominar a todas las criaturas que habitaban las llanuras. Entonces, los Dioses pusieron un meara, una criatura tan fuerte y voluntariosa como él. Pero sólo uno puede dominar, sólo uno será el Jinete.

La tradición dice que un Jinete no puede tener nada que no pueda dominar- susurró Aragorn -. Aprende a dominar su montura desde que caballo y caballero son jóvenes, no recibe una espada hasta que no domina el arte de saber cuando usarla y cuando no hacerlo... Bien, si fuese un matrimonio usual, esto no pasaría; pero al ser dos varones... pues alguno ha de tener el dominio.

Mientras Aragorn hablaba, el ruidoso grupo de Jinetes hacía un círculo en el espacio que había quedado en medio del salón, y un par de ellos ayudaban a Eomer a despojarse de la armadura y el resto de los aditamentos, hasta que solo se quedó con los pantalones y la camisa. Al otro extremo del círculo, Elroy y Legolas ayudaban a su hermano a hacer otro tanto.

Ehm... Y como Eomer es el Rey, debe demostrar que puede controlar a su consorte. Como Theoden dijo: sólo uno puede ser el Jinete.

¿Eso que significa exactamente?

Lucharán.

¿Qué?

o usaran armas, claro... Es un tipo de lucha que los Jinetes aprenden para el caso que pierdan todas sus armas...

Eomer puede ser rey, pero es un mortal, nunca podrá dominar a Imrahil. Aunque mi hijo no sea un luchador, todavía posee la fuerza de nuestra raza.

Tal vez por eso decidieron mantenerte al margen de esto, Majestad... Antes de la boda, Imrahil tomó un preparado... especial- Aragorn evitó decir que era muy similar al que Denethor había usado con Legolas -. Imrahil luchará como un humano común.

Fue bueno que en ese momento, todos los Jinetes comenzaran a golpear con sus jarros vacíos sobre las mesas de madera y las voces se alzaran hasta convertirse en un solo pedido estruendoso:

¡Lucha, lucha, lucha!

El tumulto se llevó todas las cosas que al parecer Thranduil pensaba acerca de esa bárbara tradición. Estaba un poco extrañado que Imrahil se hubiese prestado a eso, pero a la vez supo que debía pasar por ella y el hecho mismo que lo hubiesen considerado para la prueba, demostraba que no lo consideraban un extraño, sino uno más de ellos. Un ajeno probablemente ni siquiera hubiese sido informado de esa tradición.

Algunos sentados, otros de pie, todos los Jinetes habían formado un círculo que se abrió para dar paso a los dos contendientes. En medio, Theoden los acercó.

Muy bien, los dos saben lo principal. No valen golpes ni mordidas, tampoco jalar el cabello... Termina en cuanto uno de ustedes se de por vencido en voz alta y clara. Sólo uno tendrá el dominio.

Theoden se hizo a un lado. Ahora los dos se habían quitado también sus camisas y los torsos desnudos brillaron bajo las luces de las lámparas y antorchas. Eomer, y su piel oscurecida por el sol, contra la blancura cremosa de la piel del elfo.

Se estudiaron unos instantes, girando, para finalmente tomarse o al menos intentarlo. La lucha que se enseñaba a los Jinetes consistía más que nada en agarres, distintos modos de hacer caer al contrincante y una vez en el suelo, inmovilizarlo mediante torsiones o el peso del cuerpo mismo del contrincante. Durante largos segundos, bajo el barullo ensordecedor de los hombres, Eomer aferró el cuerpo del elfo, pero intentar sujetarlo era tan difícil como agarrar el agua. Imrahil era delgado y flexible, y aunque ya no tenía la potencia para derribarlo, era escurridizo y ágil. Por momentos, el joven humano creía tenerlo en su poder y al instante siguiente, el elfo se había escapado de sus brazos con la misma facilidad con que lo hacía de sus abrazos de amante.

Eomer consiguió aferrarlo por el cuello y a toda velocidad cruzó una pierna, lo alzó por encima y el elfo cruzó sobre él estrellándose en el suelo pero eso no lo venció. Imrahil sujetó la mano que tenía alrededor de su nuca y usó la misma fuerza que el humano había empleado, para hacerlo caer. Ambos rodaron por el suelo, y por fin Eomer trabó al frente los brazos del elfo. Aquel forcejeó un poco, intentando soltarse, pero estaba bien sujeto, bastaba un movimiento del humano para que sus brazos se doblaran en forma bastante dolorosa.

¡Jinete, Jinete, Jinete!- empezaron a gritar los rohirrim, entusiasmados.

¿Te rindes...?- jadeó Eomer ante el rostro enrojecido por el esfuerzo de Imrahil.

Centellearon los ojos grises y negó sin hablar.

A un lado, Thranduil se puso de pie. Nunca hubiese sospechado ese espíritu indomable en su hijo antes tan poco aficionado a esas demostraciones físicas. Ahora comprendía que no solamente Legolas había tenido que aprender cosas para salir adelante en su nueva vida. Imrahil, quien antes no sacaba las narices de sus escritos, revelaba tener tantas condiciones para esos menesteres como las había tenido para el estudio.

Eomer reforzó el agarre y vio el dolor apareciendo en el rostro de su amado, pero si bien tenía sujetos los brazos del elfo, había olvidado sus piernas y aquel, con la flexibilidad que había demostrado en todo el encuentro, las cerró sobre el cuerpo del Rey y comenzó a apretar. Pronto, además del dolor, el aire empezó a faltarle al mortal, que se resistió a dejar su agarre. No podía creer que esas piernas enfundadas en el pantalón crudo fuesen las mismas sedosas y dóciles que lo encerraban para mejor abrigarlo entre ellas. De momento, estaban oprimiéndole los riñones y si no se soltaba, terminaría expulsándolos por la boca. Liberó al elfo para poder respirar y con un movimiento un tanto desmañado pero ágil, ambos volvieron a ponerse de pie para enfrentarse.

El rugido entre los rohirrim fue estremecedor. Nada había que apreciaran tanto como una buena lucha y aunque ninguno se animaba a expresarlo en voz alta por respeto al Rey y su Consorte, no podían evitar pensar en las ardientes noches que seguramente ambos compartirían.

Volvieron a girar y una vez más regresaron los agarres y forcejeos, pero aunque Imrahil había aprendido mucho y muy bien, Eomer tenía toda una vida de eso. El hombre giró con rapidez, cruzó un brazo por debajo del brazo del elfo, y su mano sujetó firmemente la nuca desde atrás mientras el otro brazo hacía un gesto igual. Inmovilizado, Imrahil respiraba fuerte, todavía resistiendo pero sabiendo muy bien que cuando ese agarre se cerraba, era imposible zafarse.

¿Te rindes...?

Nn... no...

Eso se estaba pasando de lo que Eomer consideraba divertido. No quería lastimarlo, sabía que sin poder hacer uso de la fuerza de los elfos, podía herir a Imrahil, pero aquel tenía que rendirse. Tenía que hacerlo en voz alta, para que todos supieran. Un poco a disgusto, reforzó el agarre y ante eso, un gemido leve escapó del elfo. Eomer nunca había podido sospechar ese orgullo en su pareja. Se inclinó hacia delante, y susurró muy despacio, para que nadie más pudiese oírlo.

Por favor, amor... No es gracioso... No quiero lastimarte...- rogó.

De inmediato, sintió cómo el cuerpo se relajaba en sus brazos y cesaba de resistir porque no era el orgullo lo que llevaba al elfo a actuar de esa manera, sino el querer oír esas palabras o algunas parecidas. Someterse a esa prueba había sido brindarle a Eomer la prueba que podía y tenía los medios para someterlo si lo deseaba, así que necesitaba asegurarse de algún modo que el humano no abusaría de eso.

Me rindo- declaró y su voz se escuchó con toda nitidez.

Al segundo siguiente, Eomer lo soltó y lo hizo girar para poder enfrentarlo, sin escuchar los rugidos alborozados de los Jinetes que a su alrededor gritaban de placer por la victoria de su Rey.

Pero el hombre no veía nada más que a Imrahil, el rostro aún enrojecido, el pecho que subía y bajaba respirando entrecortadamente, los ojos de tormenta fijos en él sin ningún rastro de rencor por haber sido vencido.

¡Jinete, Jinete, Jinete!

El golpeteo de los jarros sobre las mesas, los aplausos, todo era ensordecedor; pero como si no oyera nada de lo que ocurría a su alrededor, Eomer adelantó su mano, con inmensa suavidad quitó unos cabellos rubios que habían escapado de las trenzas, y acarició la mejilla rosada limpiando una mancha que con seguridad había obtenido mientras rodaban por el suelo. Con el mismo movimiento, sujetó la nuca húmeda y sin apartar la vista ni por un instante, acercó ese rostro hermosísimo al suyo hasta que los labios se encontraron.

Mientras el Rey besaba por primera vez a su Consorte en medio de la batahola, a un lado, Thranduil observaba todo meneando la cabeza con cierta incredulidad. No tuvo tiempo para mucho más porque el grupo de Jinetes que ahora se comportaban como un revoltoso grupo de jovencitos, se abalanzaron sobre la pareja y los separaron.

En medio de risas y chistes un tanto subidos de tono, los medio vistieron y los acarrearon fuera del salón. Alegres y sonrientes, Legolas y Elroy regresaron poco después junto con el grupo de hombres que retomaron sus sitios en la mesa y se lanzaron sobre la comida y la bebida con tanto interés como el que habían demostrado en la lucha.

Los dos elfos enfrentaron la mirada levemente reprobatoria de su padre pero se limitaron a sonreír y conversar con Haldir, mientras el elfo adulto, viendo que no obtendría demasiadas respuestas por ese lado, regresó a conversar con Aragorn.

No te preocupes, Majestad... Los escoltaron hasta sus habitaciones... Se supone que ahora Eomer debería estar terminando de demostrar quien tiene el dominio...- explicó por fin Aragorn, sin poder evitar un ligero sonrojo.

Bárbaros... Me extraña que no quisieran quedarse a ver también esa parte.

En realidad... En tiempos de Isildur, se dice que la lucha no terminaba cuando uno de los dos se rendía, sino cuando el vencedor, eehm... bien, cuando el vencedor demostraba su poder delante de todos sus compañeros...

Para fortuna de Aragorn, Thranduil prefirió no seguir preguntando, y se dedicó a acompañar a sus otros dos hijos en el festejo.

(-o0o-)

Los habían llevado en volandas a través de los corredores y escaleras hasta desembocar finalmente ante las puertas de los aposentos reales. Las abrieron y la comitiva entró pero no dejó de bromear y lanzar pullas a los recién casados hasta depositarlos en la inmensa cama adoselada que ocupaba el centro del recinto.

Es una suerte que la noche recién esté comenzando, Majestad... Creo que te llevará un buen tiempo controlar a tu esposo...- comentó uno -. ¡Eh, compañeros! Hay que ayudar al rey a desvestirse... Que no pierda tiempo o no le alcanzará la noche...

Rápidamente,Eomer fue despojado de sus botas y también de la camisa. Alcanzó a ver que alguien hacía lo mismo con Imrahil, y aunque eso también era parte de la broma, no le agradó tanto que hubiese tantas manos cerca de su elfo.

¡Ya es suficiente! Vamos... Deben marcharse ahora...- pidió lo más cortésmente que pudo.

Oh, pobre hermanito nuestro...- Elroy desarmaba las trenzas de Imrahil con un fingido gesto de reprobación en su rostro -. Deberías aprender a contener tu impaciencia, Majestad... Nuestro pobre Imrahil a merced de un Jinete desaforado...

Legolas estaba luchando con las botas de Imrahil, intentando contener la risa, pero ninguno de los dos pudo terminar su tarea porque Eomer se incorporó a medias y les arrojó un par de almohadas. Ante la ofensiva, los dos elfos y el resto de los hombres se replegaron; después de todo, hasta ahí llegaba ese parte de la tradición. Aprovechando eso, Eomer los amenazó con otra almohada aún mas grande hasta que quedaron fuera de las puertas. El joven rey las cerró a toda prisa y colocó el pestillo. Se quedó escuchando cómo del otro lado las risas se volvían un poco más fuertes por un momento y luego comenzaban a disminuir y se alejaban.

Por fin, el silencio reinó en la habitación y Eomer se volvió hacia el lecho, desde donde el elfo lo miraba con una suave sonrisa.

Uf... Ya se fueron...- suspiró, recargado sobre la puerta -. Menos mal. Vístete que ahora nos vamos nosotros.

¿Cómo...?- eso sí consiguió sorprender a Imrahil.

Lo que escuchaste... La mayoría de ellos son mis amigos, los conozco... Se van a embriagar y son capaces de venir otra vez aquí a seguir molestando...

Eomer no parecía enojado mientras hablaba de esa forma y se vestía otra vez. Obediente, Imrahil hizo lo mismo, entonces el joven humano lo tomó de la mano y salieron de la habitación por una puerta secundaria. El corredor al cual desembocaron estaba algo oscuro y solitario, pero Eomer sabía muy bien dónde iba y al cabo de un rato, el elfo también lo supo.

Al llegar a las caballerizas, Estrella Blanca y Gárulf, el caballo de Eomer, los esperaban listos para partir.

¿Dónde vamos, Eomer? Parece como si estuviésemos escapando...

Sígueme- ordenó Eomer sin dar explicaciones y montó con rapidez por lo que Imrahil se aplicó a obedecer.

Pronto, las dos sombras oscuras abandonaron la ciudadela.

Realmente parecía que iban huyendo porque Eomer espoleaba a Gárulf en un galope tendido que con bastante rapidez los alejó de Edoras a través de las llanuras. Sólo moderó la marcha después de alcanzada la primera hondonada, cuando el relieve natural del suelo los puso fuera del alcance de los ojos vigías de los guardias de las torres.

La cabalgata continuó por un rato más hasta que al llegar al tope de una de las elevaciones y cruzarla, Imrahil encontró que no había oscuridad del otro lado.

En la parte baja del terreno, una gran tienda ocupaba parte del lugar. Cuatro picas altas, con el estandarte de Edoras ondeando sostenían también las antorchas que iluminaban alrededor de la carpa. Blanca, con una guarda verde a media altura, y en su interior una leve luminosidad indicando que había luces dentro.

Apenas llegó, Eomer descabalgó y dejó libre a Gárulf por lo que Imrahil lo imitó en silencio, mirando todo con absoluto asombro.

Ven- lo invitó Eomer tomándolo de la mano para escoltarlo dentro de la tienda.

El interior estaba perfectamente acondicionado. Gruesas y hermosas alfombras los separaban del suelo húmedo, y los tapices bordados colgados impedían que el frío viento de las llanuras cruzaran al interior. Una mesa preparada con cosas que el elfo había visto en las mesas de la fiesta, copas y vino. Era evidente que Eomer había planeado eso con bastante tiempo.

El joven humano dejó su capa en un mueble y se acercó a la mesa donde sirvió vino en las copas.

¿Vas a quedarte parado allí?- preguntó, contento al ver el rostro asombrado de Imrahil.

El elfo avanzó hasta él para tomar la copa que le ofrecía sin dejar de mirar alrededor.

Mis hermanos sabían esto... ¿verdad...?

Sí. También Aragorn y Haldir... Me ayudaron a prepararlo. ¿Acaso pensaste que el Rey de los Jinetes de Rohan podía pasar su noche de bodas encerrado entre cuatro paredes?

Diciendo así, dejó la copa en la mesa para tener sus manos libres al acercarse al elfo y poder rodear su cintura. Como su propia copa estaba resultando molesta, Imrahil también la dejó sobre la mesa y se dejó acomodar dentro del abrazo. Por unos instantes, la mirada del Rey se mantuvo fija en él.

Realmente luchaste conmigo esta noche- dijo Eomer en un susurro.

Por supuesto. Sin mis fuerzas no tenía muchas posibilidades de vencerte, pero tenía que intentarlo. Nuestros antiguos compañeros estaban allí, no se merecían menos...

No tenías que probarles nada.

Sí tenía. Cuando llegué a la patrulla de Jerek, recuerdo que sus hombres me miraban con cierto desprecio y aunque susurraban, yo podía escucharlos a la perfección. 'Se pondrá a gritar cuando le despeinen su lindo cabello'... 'Saldrá corriendo en cuanto se le rompa una uña'. Había muchos que yo no conocía esta noche y ellos tenían que saber que yo soy uno de ustedes. Tenían que respetarme por lo que soy, no por ser tu Consorte.

¿Y qué mejor que vencer a su Rey para eso, no?

No bromees, Eomer... Nunca estuviste en peligro. Me pasé toda la lucha escapando de ti, no tenía la fuerza suficiente como para someterte...- apretándose contra el cuerpo del Rey, el elfo sonrió acercando su rostro hasta que las siguientes palabras fueron casi exhaladas sobre los labios del hombre -. Creo que el efecto de lo que tomé durará toda esta noche... ¿Quieres que volvamos a luchar...?

Esa era una invitación que Eomer no pensaba dejar escapar, porque sabía exactamente qué clase de lucha quería esa noche. Apresó la boca de seda con la suya y se dedicó a explorarla aunque ya la conociese a la perfección, mientras sus manos comenzaban a maniobrar para quitar la ropa que le estorbaba su deseo de tocar la perfecta piel que ocultaba.

Lo que se desarrolló luego, fue realmente parecido a lo que las mentes de todos los Jinetes habían imaginado.

Sin que se separasen sus bocas, empezaron a forcejear para quitarse mutuamente las prendas, que evidenciaron ser más resistentes de lo que pensaban y se negaron a dejarse arrancar, por lo que los lazos de las camisas tuvieron que ser desanudados aunque luego volasen por los aires. Las manos se deslizaban sobre la piel en toda la extensión que iba quedando libre y ambos cayeron sobre el lecho repleto de almohadas que dominaba el fondo de la tienda.

Condenadas... botas...- farfulló Eomer forcejeando con una de ellas hasta quitarla y arrojarla con cierta desesperación a un rincón.

Imrahil no lo dejó pensar mucho y se arrojó sobre él, aprisionándolo de espaldas contra la cama acomodando su cuerpo sobre el otro dejando en claro que el deseo ya se había despertado en forma más que evidente. Si Eomer pensaba quejarse, la idea se esfumó de su cerebro cuando los labios de perfecta suavidad descendieron por su cuello y presionaron una y otra vez sobre su pecho. Los dedos del elfo demostraron absoluta habilidad para deshacerse de los pantalones y deslizarlos a través de las piernas.

Mirando la lánguida y blanca figura que se alzaba entre sus piernas, Eomer se preguntó en qué momento Imrahil se había desprendido de su ropa, pues el cuerpo estaba deliciosamente desnudo. Se irguió y tomándolo por los brazos invirtió las posiciones. Ubicado sobre el elfo, se apresuró a sofocar cualquier protesta besándolo hasta que no pudo evitar tener que tomar aire.

Los brazos de Imrahil abarcaron la amplia espalda, sujetándose a ella, deslizando los dedos desde los hombros hasta las nalgas firmes. Ansioso por prolongar el contacto, las oprimió contra sí al tiempo que elevaba las caderas buscando la fricción.

Y como eso era una lucha, enredó sus piernas en las del hombre y con un impulso, lo hizo rodar hasta quedar nuevamente encima de él.

¿Una vez más quieres vencerme, elfito...?- jadeó Eomer, sin resistirse para nada.

No, esposo mío. Lo que quiero, es saborearte- declaró Imrahil haciendo descender besitos leves a través del abdomen.

La clara explicación dejó atónito por un instante al joven, pero la boca que se posó sobre su erguida punta terminó con todo asomo de réplica.

La succión era firme y sostenida, tenía ritmo y precisión. Imrahil había aprendido cómo excitar a su pareja y lo hacía a conciencia introduciéndolo en su boca todo lo que podía. Esa noche ya habían tenido suficientes preludios, lo que querían ambos en esos momentos, era acción. Las manos del Rey acariciaban su cabello y le indicaban que lo hacía bien. Lo soltó por unos instantes y lo elevó un poco, para acceder a un sitio ubicado aún más al sur y el hombre separó las piernas aún más para no molestar esa tarea.

Los angustiosos gemidos del joven humano llenaron la tienda.

Detente... Imrahil...

Te amo...- susurró el elfo y se alejó de él.

Durante unos segundos, Eomer quedó aturdido. Su miembro pulsaba, casi dolía en su deseo por terminar. Sí le había dicho que se detuviese pero en realidad no quería que lo hiciera y menos que lo dejara de esa forma. Se irguió sobre sus codos y desde allí contempló a Imrahil, que se había sentado un par de pasos alejado de él y con ojos brillantes también lo miraba.

¿Qué... te propones...?- casi gritó el humano.

Pero por toda respuesta, sin apartar la vista de él, el elfo abrió sus piernas, deslizó una mano entre ellas tomando su miembro y empezando a acariciarse a sí mismo frente a los asombradísimos ojos del monarca.

Incrédulo, Eomer veía una mano subir y bajar mientras la otra ascendía hasta alcanzar un pezón que pellizcó apenas antes de pasar al otro. Se aceleró la respiración, y la boca se abrió un poco más para dejar escapar los lentos gemidos de placer. Cuando Imrahil cerró los ojos para detener el inminente orgasmo, el hombre decidió que no podía dejar que eso continuase sin su intervención. Rápido, se movilizó hacia el elfo y se ubicó tras él.

Al sentir la piel caliente contra su espalda, el elfo jadeó en forma notoria, y más aún al sentir la dureza del hombre presionando cerca de su cuerpo. Las manos de Eomer se adelantaron y una de ellas se ocupó de relevar a la del elfo que gustosamente le cedió el puesto. Por espacio de unos segundos, el hombre lo acarició con tanta maestría como antes el elfo había exhibido con él.

Era demasiado para ambos y los dos lo sabían, por eso Eomer se alejó solo lo suficiente como para girar y prácticamente arrojarlo sobre la cama. No podían esperar más, no había aire suficiente en esa tienda ni en todo Rohan como para apagar lo que se estaba encendiendo allí. Sin preámbulos, se ubicó entre las blancas piernas que se separaron con docilidad y casi a ciegas encontró la entrada estrecha. Se hundió en ella con ímpetu y fuerza.

Sus encuentros nunca habían sido silenciosos y éste lo era menos que todos los anteriores. La súbita invasión de su cuerpo hizo que Imrahil soltara un largo quejido, pero de inmediato, tal como había sucedido durante la lucha, alzó sus piernas, las cerró en torno a la cintura del hombre y ambos empezaron a moverse con frenesí, acariciando, intentando aferrar la piel. Eomer recargó todo su peso sobre el otro cuerpo, llegando más lejos que nunca y obligando así al elfo a deshacer el nudo que había formado con sus piernas para que aquellas se replegaran hacia su pecho y permitirle al hombre poseerlo por completo.

Con el intenso roce de su miembro entre los dos cuerpos, Imrahil sintió de nuevo aquel torbellino fabuloso que lo elevaba por el aire y apretó con fuerza sus músculos al tiempo que se liberaba en una descarga potente que lo dejó vacío por completo.

Eomer sintió todo el blanco cuerpo tensarse bajo el suyo, la presión en torno a su pene dejó de pulsar para aprisionarlo y eso lo arrojó dentro del orgasmo. Llenó la estrecha prisión que lo albergaba con un último par de fogosos impulsos para luego caer, deshecho y exhausto.

Durante largos minutos, el viento hizo ondular las paredes de tela de la tienda, y ese ulular se veía interrumpido únicamente por los jadeos que muy despacio volvían a convertirse en respiraciones normales.

Cuando Eomer salió de su cuerpo, Imrahil se movió para permitirle acomodarse a su lado y ambos yacieron juntos, abrazados. El elfo hundió su rostro en el hueco del cuello del hombre mientras aquel hacía correr sus manos por el cuerpo cálido.

Te amo, esposo mío- susurró al hombre y ambos se hundieron en un beso profundo y mucho más tierno que todos los compartidos hasta ese momento.

También te amo... Voy a amarte por todo lo que dure mi vida, Imrahil...

Mientras el viento de las llanuras inflaba las paredes de la tienda, el elfo contempló cómo el sueño finalmente vencía al hombre que se había convertido en su esposo y recordó la lejana visión que lo había llevado hasta ese lugar.

Recordó los primeros humillantes días entre esos hombres que había juzgado ignorantes e inferiores y el modo en que, poco a poco, se había ido adaptando a esa vida, descubriendo en él cosas que ni siquiera sospechaba tener. Pese a todas las malas situaciones que había cruzado para llegar a ese momento, supo que de haber continuado en su lejano bosque, no hubiese descubierto todas esas escondidas facetas de su personalidad, y reconoció que había crecido.

Y había conocido el amor.

El amor que se había revelado de un modo totalmente diferente al que imaginaba pero que era esplendoroso y fantástico. No pensaría en la corta vida que tenían los humanos, pensaría en todos los maravillosos días que pasarían juntos y los haría valer por siglos.

Mientras escuchaba el sonido del viento, pensó que lo único que le faltaba para completar la felicidad, era ver feliz a su hermano y con una sonrisa, recordó que eso, afortunadamente,no estaba lejos.

TBC...