Título: El destino del árbol y el junco
Autor: abysm
Disclaimer: Los personajes son de JR Tolkien, por supuesto. Los tomé prestados un tiempito.
Advertencias: Esto será slash Aragorn/Legolas, definitivamente. Creo que será rating R en algunos capítulos.
Aclaraciones: AU. No hay Anillo ni Sauron. El fic estará ambientado en la tradición de las geishas. Algunas de esas costumbres van a estar alteradas para beneficio de la trama del fic. Intentaré aclarar las ideas erróneas, me encanta el mundo de las geishas y no quisiera ofender. Por eso, habrá algunos nombres japoneses (personajes secundarios, obvio y poquitos) y alguna que otra frase.
Capítulo – El Árbol y el Junco
Gondor – Minas Tirith
La pequeña comitiva avanzaba a buen paso por los caminos que llevaban hacia la ciudad. Los elfos que componían la guardia de Legolas se veían imponentes y hermosos, relucientes en sus vestiduras que ondulaban en el aire tibio que recorría la llanura. En medio de sus guardias, con la compostura que un príncipe debía mostrar en esos momentos, Legolas cabalgaba mirando de vez en cuando la figura que iba junto a él.
La llegada de la invitación a la boda de Imrahil y Eomer había puesto en el aire a todo el palacio del lejano Eryn Lassgalen, y luego de delegar el gobierno en manos de un consejo de sabios elfos escogidos especialmente por el Rey, la familia había partido hacia las llanuras de Rohan.
Los festejos habían durado tres días completos, durante los cuales sólo Aragorn, Haldir, Legolas y Elroy sabían dónde se había metido el Rey y su reciente Consorte. Eomer había tenido sobrada razón para no confiar demasiado en sus amigos, porque si bien esa noche terminaron demasiado ebrios como para ir a molestar de nuevo, al día siguiente planeaban toda una serie de bromas que tuvieron que desechar al ver que su estimado Rey les había ganado de mano llevándose a su Consorte lejos de sus miradas.
Un día después que todos los invitados partieran de regreso a sus hogares, Eomer e Imrahil habían regresado a Meduseld.
Consciente del tiempo que llevaba lejos de su hogar, Aragorn quiso partir de inmediato. Necesitaba ver a su hijo y también empezar los preparativos de su propia boda, por lo que armaron una comitiva sólo con algunos guardias, en la cual viajarían Aragorn y Legolas. Thranduil y Elroy se quedarían en Edoras hasta que llegasen las invitaciones desde Minas Tirith, ya que sabían bastante bien que cuando finalmente regresasen a su lejano bosque, pasaría mucho tiempo antes que volviesen a reunirse.
En la penumbra de la madrugada, Aragorn iba repasando mentalmente todo lo que debía poner a punto en cuanto llegase a la ciudad. Seguro que Faramir no habría dejado acumular el trabajo pero su estudio estaría rebosante de asuntos urgentes que sólo el Rey podía resolver, por lo que tendría que ponerse al día lo más pronto posible.
"Y tengo que encargar un vestuario nuevo completo para la boda... Un traje que no me haga parecer un campesino delante de mi Legolas... ¿Cómo conseguiré eso? Podría vestirme de oro y plata y aún así seguirían mirándolo aunque él estuviese vestido con una hoja de higuera... Elbereth, por supuesto que lo mirarían si sólo tuviese una hoja..."
-¿En qué estás pensando, señor mío?- la voz del elfo lo sacó de sus pensamientos justo cuando empezaba a imaginar.
En tu traje de bodas, amor...- dijo, sonriente y sin mentir del todo -. Y deseando la llegada del otoño...
-¿En verdad...?
A Legolas todavía lo asombraba en algunas ocasiones, el poder hablar de ese tema sin sentirse desmoralizado o triste, sino todo lo contrario. Aragorn no dudaba nunca en tomarle la mano frente a todos, en demostrarle lo mucho que lo amaba, y con una sombra de duda, el elfo pensaba en las reacciones de los súbditos de la ciudad al ver al Consorte que el Rey había escogido.
A diferencia de Imrahil, que había conseguido hacerse aceptar por haber compartido luchas y vicisitudes junto con la gente de Rohan, Legolas había estado encerrado en un mundo aparte, con una pequeña porción de personas exóticas tan distintas al resto de la gente de la ciudad, que difícilmente conseguirían verlo como uno de ellos.
"Me ocuparé de esos problemas a medida que se vayan presentando..." pensó el elfo. "Primero tendré que enfrentar a Lord Elrond y eso no será fácil... En alguna medida estaré tomando el lugar que Arwen había soñado para sí... Elbereth... ¿Permitirá que Aragorn conserve a su hijo? ¿Me permitirá a mí acercarme al niño...?"
Notando la súbita abstracción en su elfo, Aragorn se estiró sobre la silla para aferrar su mano en un cálido gesto de ternura, a lo cual Legolas sonrió en respuesta.
-Todo saldrá bien, amor... No te preocupes...
En esos momentos, Anar asomó y dejó a la vista toda la imponente hermosura de la Ciudad Blanca, sus blancos muros, el alto espolón y la Torre de Ecthelion. En las altas torretas y almenas que brillaban a la luz matutina, la brisa hizo ondear los blancos estandartes y banderas. Recordando el lejano día en que había llegado, temeroso y solo, a esa ciudad, el elfo levantó la vista hacia aquella.
Las cosas habían ido mal por tanto tiempo, que casi le costaba creer lo que le sucedía en esos momentos. Otro suave apretón sobre sus dedos lo hizo desviar la vista de regreso a su amado y la sonrisa volvió a surgir compitiendo en brillo con el sol saliente.
Para el momento en que llegaron al pie de la ciudad, ante la Gran Puerta, ya habían sido avistados hacía tiempo por los vigías y todos estaban a la espera del arribo del Rey. La Guardia Real estaba apostada a ambos lados del camino y presentaban armas a medida que la comitiva avanzaba y las trompetas de plata resonaban en el aire de la mañana dando la bienvenida. Las personas lo miraban sorprendidas pues muchas de ellas ni siquiera sabían que el Rey no estaba en la ciudad, lo cual indicaba que Faramir había cumplido su labor con mucha eficacia, ya que todo estaba funcionando como si él estuviese presente.
Pero más asombrados se quedaban al ver a la hermosa criatura que lo acompañaba, y muy pocos reconocían en ese elfo al mismo que bastante tiempo atrás recorriese las callejuelas del sexto nivel de la ciudad. No era para menos, los campesinos no tenían acceso a aquel nivel. Sin embargo, no dejaban por eso de observar la espigada figura, el cabello rubio y centelleante, y la pequeña y deslumbrante sonrisa que parecía flotar en el rostro hermoso.
Sonrisa motivada sobre todo por la presencia de Aragorn a su lado, por la vista de la ciudad que efectivamente el Rey había mejorado muchísimo y en general, por la sensación que Legolas tenía en ese momento, de que todo podía salir bien.
(-o0o-)
Haldir cruzó los jardines de la casa y entró en el salón principal, sintiendo que regresaba a casa y ese pensamiento lo asombró. Siempre había pensado en Bosque Dorado como su hogar, allí había visto la luz de Anar y allí planeaba pasar el resto de sus días hasta que iniciase su viaje a Valinor. Al menos así había imaginado su existencia hasta que la Dama de Lórien lo enviara a Minas Tirith a ayudar al Rey.
Lejos estaba el elfo de imaginar las tramas diabólicas, los enredos de poder en los que se vería inmiscuido por su amistad con el mortal. Más lejos aún estaba de pensar siquiera que terminaría atrapado por un par de cálidos ojos de terciopelo castaño pese a toda su resistencia inicial. Supo con total certeza que no era Minas Tirith o esa casa lo que estaba considerando como 'hogar' sino el saber que Baldor lo esperaba allí. Podría haber estado en cualquier sitio de la Tierra media, metido en una oscura cueva de Moria estando Baldor allí, ese hubiese sido su hogar.
Acompañando la comitiva en la cual viajaban Aragorn y Legolas, se había separado de ella antes de llegar al palacio, pues no quería pasar ni un momento más sin llegar a casa. El galadrim recordó la sonrisita burlona en la cara de Aragorn al permitirle separarse y supo que sin lugar a dudas, el montaraz no dejaría pasar esa oportunidad para futuras bromas a costa suya. Encogiéndose de hombros, Haldir se dijo que no le importaba y aguzó el oído.
Algunos toques vibrantes y trémulos oscilaban en el aire, provenientes de alguna de las habitaciones más alejadas y reconoció el retumbar del instrumento que Baldor tocaba a veces. Dejándose guiar por el sonido, atravesó algunas habitaciones hasta llegar a un salón que había sido acondicionado especialmente.
Los muebles habían sido acomodados contra las paredes dejando un amplio espacio en medio, algunos incluso habían sido quitados, y maderas del piso habían sido pulidas hasta presentar un aspecto brillante y liso. Un muchacho que Haldir no reconoció, tocaba dos pequeños tambores con bastante arte mientras en medio del salón, al compás de cada toque, los bastones describían círculos perfectos siguiendo las instrucciones que el bailarín les imprimía.
Deslizándose con extraordinaria soltura y elasticidad para tratarse de un humano, Baldor parecía por momentos no tocar el suelo; los pies pequeños enfundados en calcetines que atenuaban todo sonido se movían con total exactitud, sin dudas. Hubo un giro lento, lentísimo, y el rostro del muchacho siguió el movimiento del cuerpo, pero los ojos tardaron un poco más en elevarse hasta quedar a la altura del bastón y con ello, en dirección al elfo, que apoyado en el umbral de entrada, observaba, maravillado y sonriente.
-¡Haldir!- exclamó, dejando la danza al instante para ir hacia él.
Por supuesto, un geijin que se preciase no mostraría un estallido de emoción, así que Baldor dejó ceremoniosamente sus bastones a un lado, se dirigió al muchacho que ejecutaba los tambores y le dedicó una graciosa reverencia.
-¿Podrás disculparme, Mamoru...? Mi señor ha regresado y debo atenderlo.
El muchacho asintió en silencio, se puso de pie y luego de saludar a ambos, salió de la sala. Sin mover un solo músculo que delatase sus deseos de correr hacia el elfo, Baldor esperó a que el muchacho saliese, luego de lo cual con absoluta calma se dirigió hacia el elfo que lo esperaba, con más impaciencia de la que realmente mostraba. Haldir miró embelesado la sonrisa suave que le dedicó.
-Mi señor... Bienvenido a casa.
Haldir miró hacia el corredor por el cual desaparecía la figura del muchacho.
-¿Van a acompañarlo hasta el Barrio, verdad?
-Sí, le he pedido a un guardia que se encargue de eso cada vez que venga.
-Entonces, ahora que se fue, puedo besarte...- dijo aliviado porque ya no había testigos y podía dedicarse plenamente a esa grata tarea.
Por supuesto, Baldor no opuso ningún reparo a esa idea y se dejó abrazar y estrujar con plena felicidad, luego de lo cual, permaneció muy cerca de Haldir, respirando agitadamente debido en parte a su danza y más que nada, debido a la actividad más reciente.
-Te extrañé mucho, Haldir...- dijo dejando de lado los formalismos -. Los días no pasaban nunca...
-También te extrañé, pequeño... Mira qué lindo estás- colocó detrás de la oreja un mechón castaño que había escapado de la cinta que sujetaba el resto del cabello y acarició con su dedo los labios rojos y levemente hinchados,que él mismo se había encargado de dejar en ese estado -. Estás rosadito y saludable. Parece que te hace bien que yo no esté contigo.
-No digas eso...- protestó el muchacho -. Si estoy rosadito y saludable, es porque te hice caso y me cuidé mucho. He practicado con cautela... Y me arruinaste la sorpresa... Quería danzar para ti cuando regresaras.
-Por supuesto que danzarás para mí... pero en este preciso momento, tengo otra danza en mente... Una danza para dos.
Haciendo gala de su fuerza, el galadrim levantó sin ninguna dificultad el cuerpo del muchacho que se acomodó al instante entre sus brazos, sabiendo dónde iban y deseoso de llegar allí cuanto antes.
(-o0o-)
Varios días depués de su retorno, el galadrim intentaba acomodar a duras penas, la inmensa caja dentro del baúl de la habitación que compartía con Baldor. Para cualquiera que lo hubiese visto, el rostro serio y adusto era tan impenetrable como siempre, pero en su interior, el elfo intentaba no sonreír pensando en la cara de Baldor cuando supiese y sin proponérselo en realidad, recordó los sucesos que habían tenido lugar poco tiempo antes.
La puerta del recinto espacioso y bien iluminado por la luz de la tarde, se abrió despacio y quien la atravesó, miró nerviosamente a los ocupantes mientras avanzaba. Hizo una pronunciada reverencia al llegar frente a la mesa baja y esperó. Pese a que también él era mayor, los presentes, ya sentados eran de mucha más jerarquía.
-Anborn... Bienvenido. Puedes sentarte- invitó uno de los ancianos.
-Gracias, venerable- dijo, sentándose en el extremo opuesto a los dos hombres y las dos mujeres que lo contemplaban con el rostro serio y concentrado.
-Trajiste lo que te pedimos, supongo.
Eso no era una pregunta, era una afirmación que no dejaba lugar a excusas, de modo que el hombre asintió y colocó sobre la mesa el inmenso libro. En ese momento, Anborn se percató de que a un lado, en silencio, como si fuese un agregado al decorado del recinto, estaba el elfo rubio. El mismo por el cual él había perdido su mejor fuente de ingresos.
-Venerables... ¿Por qué está esta criatura aquí...? ¿Acaso no me ha causado ya bastantes problemas?
-No te alteres, Anborn. Tiene sus razones para estar aquí, y nosotros tenemos las nuestras para permitirle permanecer- comentó uno de los ancianos, inclinándose sobre la mesa y alcanzando el grueso libro que abrió y comenzó a hojear.
Al llegar a cierto punto, empezó a leer en silencio, mientras los demás permanecían como estatuas. Por fin, levantó la vista hacia el hombre y deslizó el libro hacia uno de sus costados, frente a una de las mujeres que lo tomó para hacer lo propio.
-Qué extraño... Hubiese jurado que la deuda de Baldor no era tan cuantiosa cuando vimos estos libros por última vez...
Anborn permaneció en silencio, por lo que aquel continuó con voz suave y casi melodiosa.
-Verás, Anborn... Cuando Baldor salió del Barrio, corrieron toda clase de rumores sobre él, pero como no se presentó a rebatirlos o defenderse, creímos que su silencio los refrendaba, por lo cual fue nominalmente expulsado de nuestro círculo. Engañar a su 'danna' y huir sin cancelar su deuda son faltas muy graves que no podíamos tolerarle ni siquiera al mejor geijin del Barrio.
Los ojillos de Anborn vieron cómo su libro pasaba a las manos de los otros ancianos mientras el principal seguía explicando.
-Pero ayer, se presentó aquí el Capitán Haldir y pidió hablar con nosotros. Nos dijo que Baldor huyó de su 'danna' para que aquel no lo lastimase como venía haciéndolo hace tiempo y se refugió en su casa. También nos ha dicho que hasta el momento en que Baldor dio por finalizado ese acuerdo, ellos no habían tenido nunca ningún tipo de acercamiento.
-Perdón, venerable... ¿Pero acaso su palabra es mejor que la mía?
No juzgamos si es mejor, tan sólo nos parece, por el momento, tan buena como la tuya... ¿Tenías conocimiento que el 'danna' de Baldor lo maltrataba?
-No lo maltrataba, venerable... Aunque no lo parezca, Baldor es un jovencito rebelde, seguramente se puso insolente alguna vez y por eso el señor Denethor tuvo que ponerse firme con él. Yo mismo debí hacerlo cuando era un muchacho. Unos cuantos azotes no matan a nadie...
-Oh- dijo el anciano y su mirada bondadosa orbitó unos instantes hacia el elfo rubio que permanecía inmóvil, de pie a un lado de la habitación. Sus largos años de experiencia le decían que pese a la fría y calmada apariencia de aquél, el enojo por las palabras del hombre aleteaba en su sangre -. Sin embargo, te consta que ese tipo de relación violenta no es bien vista entre nosotros... Deteriora el espíritu real de lo que significa ser el 'danna' de una geiko o un geijin. Un 'danna' es un protector y si Baldor no estaba conforme con su 'danna', tú como dueño de su contrato, debiste interceder por él, ya fuese para intentar limar las diferencias entre ambos o para terminar ese acuerdo.
-Baldor nunca se quejó.
-Supongo que quería terminar de pagar su deuda contigo, pero tú eres un hombre adulto, Anborn... Y según recuerdo la última vez que estuviste aquí, dijiste que Baldor era como un hijo para ti.
Esa vez el resoplido de Haldir fue evidente, pero permaneció apartado y en silencio. En tanto, el último de los ancianos había terminado de examinar el libro y lo regresó a su sitio original mientras hacía un pequeño gesto de asentimiento al Anciano Principal.
-Bien, entonces... El Capitán Haldir ha tomado a Baldor bajo su protección desde el atentado que sufrió por las órdenes del señor Denethor, dice que planea retirarlo del oficio pero desea que esto se haga de un modo adecuado; por lo tanto ha ofrecido cancelar su deuda contigo.
Tomando uno de los delicados papeles que había sobre la mesa, una de las ancianas escribió unos símbolos en él y lo acercó al Anciano Principal que asintió y ante eso, el papel fue derivado entonces hacia las manos del elfo. Por toda respuesta, Haldir abrió la alforja que hasta ese instante había pasado desapercibida para Anborn y de ella extrajo una por una, varios saquitos de tela que contenían monedas, según se pudo sospechar ante el tintineo que produjeron al ser depositados en la mesa de madera.
-Creo que así está bien- dijo el anciano al cotejar la cantidad que ya había expuesta -. Esto será suficiente para que la deuda de Baldor sea cancelada.
-Pero yo no deseo vender la deuda de Baldor a este elfo.
-Me temo, Anborn, que has perdido ese privilegio...- el anciano cruzó sus manos sobre la mesa en un gesto de infinita paciencia -. Has fraguado tus libros en perjuicio del muchacho, y lo has hecho por largo tiempo... Mis ojos no están tan viejos como para no ver, pero aunque así fuese, también lo han visto los demás. El Capitán Haldir no quiere entrar en litigio por una burda cuestión de dinero. Pagará la deuda que figura en tus libros y no volverás a acercarte al muchacho.
Anborn miró con evidente recelo al elfo, pero aquel permaneció impertérrito, luego regresó su vista hacia las bolsitas de monedas sobre la mesa. De cualquier modo, eso era mejor que nada, y nada era lo que tenía antes de ir a esa reunión, de manera que decidió aceptar.
-Muy bien, toma tu dinero y ya puedes retirarte.
Anborn tomó las bolsitas llenas de monedas y como pudo, las acomodó dentro del estuche en el cual había llevado el libro. Luego, se puso de pie y ejercitó otra reverencia de despedida antes de desaparecer por el mismo lugar por el que había llegado.
Apenas las puertas se cerraron tras él, los cuatro ancianos se pusieron de pie y en silencio tres de ellos salieron también, dejando al elfo solo con el Anciano Principal.
-Me has sorprendido, Haldir de Lórien- dijo sonriendo casi del mismo modo en que Baldor lo hacía -. Por un momento pensé que te arrojarías sobre Anborn al oírlo, pero no lo hiciste... Realmente Baldor debe importarte mucho para que contuvieses así una reacción plenamente justificada.
-Yo no haría nada que pudiese lastimarlo o causarle algún perjuicio.
-Me alegro por ello. ¿En verdad planeas hacer que se retire?
-Si es lo que él desea hacer... Yo aceptaré lo que él decida, pero creí que ya no era bienvenido aquí.
Hoy han quedado aclarados muchos malos entendidos. Nos sentiremos honrados de contar con la presencia de Baldor nuevamente en el Barrio.
-Se lo haré saber, señor... Ahora con tu permiso, quiero ir a darle esta noticia.
Tal como pensaba, si ponía la caja dentro del baúl, no entraba casi nada más, ni siquiera el pequeño bolso con las 'cositas personales' de Baldor. Ahora sí, sonriendo, Haldir cerró el baúl y puso el bolso sobre la tapa, a la vista, consciente de lo que eso iba a provocar. Después tomó un libro de la mesita de noche y se recostó a leer. Tuvo que esperar un poco para escuchar por fin que Baldor llegaba a la habitación y entonces fingió estar muy enfrascado en su lectura.
Como casi siempre en los últimos tiempos, Baldor entró al recinto a toda velocidad. Ahora que ya estaba bien, parecía que nunca descansaba, pero se detuvo en seco al contemplar parte de sus ropas amontonadas en un sillón, y lo peor de todo, sus únicas pertenencias realmente queridas, arrumbadas sobre el baúl en lugar de adentro.
-¿Haldir...? ¿Qué significa esto...?
El galadrim ni siquiera lo miró al contestar.
-Que no hay lugar dentro del baúl, supongo.
-¿Cómo es posible? Mis cosas entraban perfectamente allí esta mañana...
-Pues no lo sé... Tal vez deberías ser más ordenado y acomodar bien todas tus pertenencias.
Por un instante, Baldor se quedó sin palabras, atónito, tanto por el tono lejano, como por las palabras del elfo. Al parecer Haldir no había tenido un buen día, por lo que suspirando y deseando evitar una discusión, se acercó para ver por qué ahora sus pertenencias ya no entraban en su baúl. Apartó con cuidado su preciado bolsito y abrió la tapa.
-¿Qué es esto...?- preguntó, sacando con verdadero esfuerzo la enorme caja.
La puso a un lado, quitó la tapa y su vista encontró una fina capa de papel de arroz. Con mucha suavidad para no estropear la delicada envoltura, quitó la cubierta y ante sus ojos, apareció el más hermoso traje de geijin que Baldor jamás hubiese visto y eso era decir bastante, porque en todos sus años en ese oficio, había tenido y visto trajes de todo tipo y riqueza.
Sin embargo, arrodillado junto a la caja, no podía pronunciar ni una sola sílaba y estaba tan aturdido que no escuchó que Haldir había dejado el libro del cual no había leído ni una palabra, y se había acercado a él. Se arrodilló a su lado y acercó su cuerpo rodeando la cintura con uno de sus brazos.
-¿Te gusta?
-Haldir, yo...- musitó Baldor, compungido -. Yo ya no puedo... no puedo vestirme así... Ellos me...
-Aún no has visto todo- dijo el elfo, como si no hubiese oído ninguno de sus balbuceos, y metió las manos a un lado del envoltorio, extrayendo una cantidad de papeles doblados prolijamente -. Esto también va con el regalo.
Sin comprender, Baldor los tomó, los desplegó y apenas sus ojos alcanzaron los primeros símbolos se dio cuenta de lo que eran.
Las hojas del libro de cuentas de Anborn, donde el hombre anotaba los aumentos y disminuciones en su deuda. Los asombrados ojos castaños lo enfocaron, abiertos de incredulidad.
-¿Cómo...? ¿Cómo conseguiste esto...?- murmuró.
-Hace unos días fui al Barrio y solicité una reunión con los Ancianos. Me recibieron, les expliqué algunas cosas y les pedí que revisaran los libros de ese hombre.
En ese punto, Haldir se detuvo. Si le decía a Baldor que él había pagado la deuda, el muchacho jamás se sentiría libre y él no quería eso. Tal vez lo mejor era que Baldor no supiese por el momento lo que había sucedido. Quizás más adelante pudiese decirle, quizás no... Igualmente eso no cambiaba lo que sentía por él. Como Baldor no era tonto, mejor se apresuraba antes que empezase a preguntar. Conociéndolo, haría las preguntas justas que no le permitiesen mentir.
-Descubrieron que había fraguado los libros durante mucho tiempo... Después de eso, decidieron dar por cancelada tu deuda con él y te reintegraron a tu antigua posición.
Si no tomaba en cuenta los escasos minutos que había 'olvidado' mencionar en los cuales había pagado la deuda, Haldir consideró que había dicho gran parte de la verdad.
-¿Quieres decir... que puedo volver...?- tartamudeó Baldor, animándose a deslizar los dedos temblorosos por la delicada tela del traje.
-Si es lo que deseas, amor...- entonces descubrió que era él quien temía hacer la siguiente pregunta -. ¿Deseas eso, pequeño...? ¿Deseas volver a ser el geijin más exitoso de la ciudad?
Por largos instantes el muchacho acarició la suave textura de la tela, extasiado ante la magnificencia de la misma y luego volteó para mirar a Haldir y encontrar la mirada anhelante que esperaba su respuesta. Sonrió suavemente pese a que las lágrimas le empañaban la vista y negó con más suavidad aún.
-No, no quiero eso... Lo único que quiero es estar contigo... Me preocupaba que todos pensaran cosas tan horribles de mí, pero nunca quise volver... ¿Es que ya te cansaste de mí...?
Tontería más grande, el elfo no había oído en los últimos tiempos, así que para impedir que continuase agregándole otra como: 'acaso ya no me amas' o alguna similar, tomó el rostro entre sus manos y ocupó esa boca deliciosa con la suya. Fue con sus labios con los que limpió cada una de las lágrimas saladas que corrieron por las mejillas del muchacho y con toda la delicadeza del mundo lo tomó en sus brazos para llevarlo al lecho donde lo depositó.
Pero los brazos de Baldor, ahora fuertes otra vez, lo aferraron por el cuello, para que no se alejase, para que no lo privara de su calor mientras sonreía feliz y murmuraba:
-Soy libre... ¿Verdad, Haldir...? Y no es traicionar mi honor el amarte como te amo...
Nunca Haldir hubiese sospechado la pesada carga que suponía para Baldor el permanecer a su lado pese a no haber roto del todo los lazos que lo unían al detestable dueño de su okiya y al aún más detestable Denethor. El acierto al visitar el Barrio y ayudarlo a esclarecer su buen nombre tenían mucha más relevancia de la que había sospechado y se sintió feliz por haberlo hecho.
Besó una y otra vez los párpados, la barbilla y siguió su recorrido, dejando que sus manos empezaran a deshacerse de la molesta ropa. Dejar ese cuerpo delgado y joven totalmente expuesto, le llevó varios preciosos minutos.
-¿Por qué usas tantas cosas...?- preguntó el elfo, arrojando lejos la ropa interior, último escollo que le impedía la visión completa de su amado.
-Para que te cueste llegar a mí- respondió Baldor levantando el rostro con picardía.
-Y vaya que cuesta... pero el premio vale todos los esfuerzos- sentenció mientras empezaba a besar cada centímetro de piel.
Sin que sus labios abandonaran por completo el cuerpo de Baldor, sus manos lo recorrían, acariciaban su pecho, pellizcaban apenas un sitio y luego lo acariciaba y besaba hasta ver que la ansiedad ya era notoria. El elfo postergaba su propia necesidad para sumir a su amado en el placer absoluto. Ver el cuerpo agitado, el rostro ruboroso, los ojos apretados para resistir y los labios enrojecidos y entreabiertos, era el espectáculo que el galadrim prefería sobre cualquier otro.
Un besito suave antes de retirarse un minuto y poder despojarse de la ropa, que por fortuna era mucho más escasa de la que Baldor usaba. Y luego, volvió a ubicarse sobre él, la piel contra la piel, en un contacto que provocó, como siempre,un silencioso jadeo. Se movió sobre el muchacho, frotando su endurecida carne contra el miembro erguido que lo enfrentaba.
-Te amo...- susurró el muchacho, despacito como era su costumbre.
-Mi Baldor... también te amo...
Así, mirándolo, contemplando su rostro enrojecido, Haldir se introdujo en él, gozando al ver cómo la excitación se abría paso ante su invasión, y los ojos castaños seguían fijos en él, sin apartarse incluso cuando empezó a moverse en su interior. Un interior tan apretado y ardiente que contagiaba su calor al orgulloso elfo rubio.
Baldor se aferró a la fuerte espalda del galadrim y elevó su cuerpo golosamente, ansiando más, ofreciéndose como no había hecho nunca hasta ese momento, y atreviéndose por primera vez a expresarlo.
-Haldir... más... por favor...
El pedido, por supuesto, había sido un murmullo, pero no había necesidad de gritos desesperados y el galadrim lo sabía, sabía que ese pedido era suave porque todo en Baldor era así, de modo que se aplicó a satisfacer a su amado y redobló sus esfuerzos. Las piernas del muchacho se enroscaron alrededor de su cintura y en ese instante, el elfo alcanzó el minúsculo centro del placer.
Apenas un par de embestidas más sobre aquel mismo punto y Baldor se estremeció, todo su cuerpo se tensó al máximo y descargó su placer entre ambos, consiguiendo así que Haldir también irrigara su tibio interior de manera abundante.
Un poco después, cuando el muchacho dormitaba en sus brazos, el elfo continuaba sus caricias leves, pensando en el futuro.
Podía llevar a Baldor a Lórien y solicitar a la Dama Galadriel el permiso para casarse con él. Las uniones entre elfos y humanos eran muy escasas y Haldir sabía que el caso de Aragorn y Legolas estaba favorecido por el hecho de que el humano tenía cierta porción de sangre élfica en sus venas.
El caso de Baldor era distinto. Baldor era tan completamente humano como Haldir era elfo.
De cualquier modo, siempre podían ir a vivir a otro sitio si en Bosque Dorado no aceptaban a su pequeño humano. Como ése era un tema lejano aún, Haldir decidió disfrutar la dicha presente y ocuparse de ese problema más adelante.
(-o0o-)
Aragorn abrió las puertas de las habitaciones de par en par y dejó que la vista del elfo recorriera el recinto espacioso, fresco y lleno de luz, las más hermosas habitaciones que Legolas había visto en todo el palacio, y eso que no había dejado de recorrerlo y maravillarse por todo lo que el rey había hecho en ese lugar.
El mobiliario construido en un estilo élfico depurado y simple, era al mismo tiempo lujoso y digno de un sitio destinado a la realeza. Los tenues cortinados dejaban pasar la brisa suave y la luz en forma difusa.
-¿Te gustan tus habitaciones, amor?
Legolas giró extrañado hacia el hombre, un poco desencantado por sus palabras.
-¿Mis... habitaciones...? Pero creí que nosotros...
Aragorn avanzó hacia él para poder tomarlo por la cintura y acercarlo a su cuerpo.
-Aún no estamos casados, mi amor... Y me temo que las costumbres de Minas Tirith no son tan distendidas como las de Rohan. Se espera que el futuro Príncipe Consorte sea capaz de demostrar su dignidad y pureza hasta el momento de la boda.
-Aragorn, yo no necesito demostrar mi dignidad ante nadie... y si vamos al caso tampoco soy virgen, eso lo sabes bastante bien.
-No te enojes conmigo, Legolas... Así son las cosas aquí...
-Pero a nadie le importaba cuando era tu geijin favorito y me invitabas a las reuniones... como tampoco les importaba que me quedara a pasar la noche contigo. Supongo que no habrán creído que tomábamos el té durante toda la noche... ¿No?
Era distinto. Eras un geijin, y no estaba mal que el Rey contratase tus servicios. Lo que sucedía luego de las reuniones, era algo privado... En cambio ahora serás mi esposo, tendrás una imagen que mostrar a tus súbditos.
-Eso suena ligeramente hipócrita, ¿lo sabías...?
-No dije que las costumbres aquí fuesen perfectas, amor...- Aragorn se encogió de hombros y se dedicó a besar la generosa boca que tenía tan cerca en ese momento.
Ante semejantes demostraciones, Legolas olvidó por unos instantes su pequeña desilusión para disfrutar ese momento de intimidad tan delicioso.
-Pero tendré que dormir aquí hasta la boda... Seguramente voy a sentirme solo y esa cama se ve muy grande para mi...
-No te preocupes... Algo se me ocurrirá...
Ahora Legolas estaba seguro que así sería. No tenía ninguna intención de pasar alejado de Aragorn más tiempo del estrictamente necesario, bastante habían pasado separados para tolerar más. Mientras pensaba eso, permitió que su amado explorara su boca con la destreza que siempre conseguía despertar el deseo en él. Las manos del hombre ascendieron a través de la espalda erguida y mientras una de ellas se enredaba en el precioso cabello rubio, la otra lo oprimía suavemente contra su cuerpo, haciendo que el calor fluyese entre ambos.
El leve carraspeo desde la entrada les avisó que allí había alguien esperando para hablar y que al parecer no había esperado encontrarlos en tan tiernas demostraciones.
Con un suspiro resignado, Aragorn liberó los labios del elfo y dirigió su vista a la entrada dispuesto a sacar a puntapiés a cualquier Ministro que hubiese tenido la mala idea de interrumpir justo en ese momento. Pero no era un Ministro ni un sirviente, era Faramir, quien se veía algo ruborizado por haber presenciado la escena.
-Mis disculpas, Majestad, pero hace rato que estoy buscándolos.
Por unos instantes, la mirada de Faramir cayó sobre Legolas y aquel retrocedió un paso apartándose de Aragorn.
Desde la llegada a la ciudad, los tres habían estado juntos en al menos dos ocasiones, pero siempre en compañía de muchas personas, nunca a solas y en el silencio que siguió, todos rememoraron los sucesos que Denethor había propiciado. Consciente de los terribles actos de traición que su padre había cometido, Faramir no había guardado luto demasiado tiempo por él, pero no porque no le amase, sino porque no lo consideraba correcto y justo hacia Aragorn.
En consideración a la amistad que los unía e ignorando las tradiciones que decían que el cuerpo de un traidor no debía reposar junto con sus venerables ancestros, Aragorn había permitido que Faramir llevase el cadáver de Denethor a un sitio en Ithilien, donde ahora reposaba junto a Boromir. Y no contento con eso, en directa oposición a todos los consejos que le habían dado, lo mantuvo en su posición de Senescal de Gondor.
-Príncipe Legolas...- empezó Faramir y avanzó un paso hacia el elfo que lo contemplaba sin saber qué esperar o qué actitud tomar.
Pero entonces el joven príncipe de Ithilien hizo algo totalmente inesperado, hincó una rodilla frente al elfo, postrándose a sus pies.
-El tiempo no diluye las obligaciones y esto debió ser hecho hace tiempo. Soy consciente del enorme daño que mi... que Denethor te hizo, y siendo el último de la Casa de los Senescales, me corresponde asumir la responsabilidad por esos actos terribles. Te pido perdón en nombre de mi padre y me pongo a tu disposición para que tomes en mí, la venganza que consideres apropiada para las afrentas que recibiste.
Venganza. Afrentas...
Responsabilidad y perdón...
Dos palabras terribles y dos palabras enormes. Las dos últimas, tan enormes como la grandeza del hombre que estaba frente al elfo y que aceptaba las consecuencias de los actos de su padre solamente porque sabía lo injustos y horribles que habían sido. Pero tampoco era justo tomar venganza en él por cosas que no había hecho. Con seguridad Legolas nunca podría olvidar todo lo que Denethor había hecho con él, pero un hijo no debía cargar con las culpas del padre.
Y Legolas nunca había esperado eso. Sabía que el encuentro con Faramir sería un momento tenso pero jamás se le ocurrió pensar que el muchacho haría algo como eso. Ahora veía que Aragorn no se había equivocado al elegirlo como amigo, porque sin duda era un hombre valioso y digno. Decididamente, avanzó hasta él y tomándolo por los hombros, lo ayudó a ponerse de pie.
Príncipe Faramir, Senescal de Gondor, no es adecuado que un hombre digno esté de rodillas, y mucho menos por actos de los cuales no tiene responsabilidad alguna. Denethor era un hombre libre, por su propia voluntad escogió un mal camino y también pagó por ello. Mis cuentas con él están saldadas y no tengo cuentas pendientes contigo.
Faramir alzó la vista hacia el elfo y encontró que la mirada era limpia y libre de rencores, no había ni un leve rastro de rencor en las palabras que decía y eso lo tranquilizaba enormemente, porque desde que se había enterado de todo lo sucedido, su conciencia no lo había dejado dormir en paz.
-Eres un gran hombre, Faramir. Me sentiré feliz si continuas siendo amigo de Aragorn, y muy honrado si en el futuro podemos compartir esa amistad.
A un lado de la escena, Aragorn estaba a punto de reventar de orgullo por el magnánimo sentido de justicia de su elfo, y feliz por no tener que alejar de su lado a un amigo tan querido como Faramir. Y Faramir no salía de su asombro por las palabras de Legolas. En su garganta se amontonaron frases y más frases de agradecimiento y ninguna salió por lo que Aragorn decidió socorrer a su compañero.
-Muy bien, Senescal flojo, estoy seguro que planeabas librarte de tu trabajo pero como verás, mi futuro esposo planea conservarte en tu puesto por mucho tiempo más, así que... ¿Qué te parece si vamos unos minutos a mi estudio y me enseñas todo el trabajo que tienes atrasado?
Todavía bajo el impacto de la situación, Faramir asintió en silencio y mientras lo remolcaba fuera, Aragorn lanzó un beso hacia Legolas, que sonrió aliviado por haber terminado de una vez con ese tema.
-¿Me esperarás aquí, Legolas?
-No, Majestad... No es apropiado que un hombre esté en las habitaciones de un elfo soltero que es su futuro esposo...- guiñó un ojo alegremente ante el gesto de Aragorn y siguió -. Visitaré los jardines reales y veré qué grandes cosas has hecho allí.
El Rey partió junto con Faramir, y Legolas se encaminó hacia los jardines con el corazón más liviano. Era fantástico sentirse libre de esos pensamientos que durante muchos días le habían pesado en el alma. No sería fácil, pero con la compañía de Aragorn conseguiría desterrar los funestos días pasados en Cair Andros.
Era difícil creer lo que Aragorn había hecho con los jardines reales. Los había transformado en algo grandioso, etéreo y casi mágico y Legolas empezó a recorrerlos sin ocultar su asombro por todo lo que se abría ante sus ojos. Por momentos, casi podía pensar que el hombre había conseguido trasladar un pequeño trozo de su bosque natal a ese espacio en Minas Tirith. Pero más que el trabajo hecho por los jardineros, el elfo adivinaba todo el amor implícito en ese acto porque Aragorn sabía lo importante que era para los elfos mantenerse en contacto con la naturaleza, y si Minas Tirith iba a convertirse en su hogar, era imperativo para él que Legolas estuviese a gusto allí.
Extasiado, el elfo aspiraba a pulmón lleno el aire fragante de los árboles pensando en el modo de retribuir a su amado todas las atenciones que tenía con él.
El llanto llegó a sus oídos con mucha claridad y extrañado, se puso a seguir el sonido hasta desembocar en una preciosa glorieta donde una mujer bastante mayor intentaba silenciar a un chiquillo que se debatía en sus brazos. El corazón del elfo empezó a palpitar en su pecho porque de forma instintiva supo quien era el pequeño. Avanzó hacia ellos hasta quedar a la vista de la mujer.
Señor...- luchando todavía con el pequeño combatiente, la mujer intentó ponerse de pie para la reverencia de rigor, pues aunque no reconociese al futuro Consorte, las ropas del elfo evidenciaban su condición noble -. Mis disculpas, no quise molestar su paseo... El pequeño está inquieto porque no ha tomado sus alimentos de media tarde...
-¿Planeabas alimentarlo aquí?- preguntó Legolas.
-Es un niño tan inquieto, que pensé traerlo aquí a ver si eso lo calmaba... pero olvidé sus alimentos...
No se veía inquieto sino molesto, como si no quisiese contacto con los brazos que lo sostenían y Legolas trató de decirse que el asunto no era de su incumbencia, pero el chiquito parecía realmente molesto.
-Puedo ir por sus alimentos si me dices dónde encontrarlos... Todavía no he tenido tiempo de familiarizarme con todo el palacio, pero tendré tiempo de aprender hasta el día de la boda...
En esas palabras, la mujer reconoció al futuro Consorte del Rey y se preguntó como no lo había notado antes, si era tema de todos los rincones del palacio la llegada del elfo que pronto se convertiría en el Príncipe Consorte de Gondor.
-Oh, Alteza... No lo reconocí... Mil disculpas por mi tontería... Soy una tonta...
-No hay necesidad de ser tan duro...- Legolas trató de tranquilizar a la mujer que se veía realmente consternada -. Si puedo ayudarte, lo haré... Sólo tienes que decirme cómo llegar a las cocinas...
Oh, de ningún modo, Alteza...- dijo alentada por la amabilidad del Príncipe -. Pero sí puede ayudarme y con una tarea que espero no estará fuera de lo que serán sus tareas como futuro esposo de nuestro Rey...
Diciendo así, se puso de pie y antes que el elfo pudiese decir algo, puso en sus brazos al chiquillo que sorprendido por el cambio de sitio, se quedó asombrado y quieto.
-Serán solamente unos minutos, Alteza, hasta que traiga los alimentos del pequeño- continuó la mujer -. Si llora, puede mecerlo un poquito, eso a veces lo calma...
-Pero yo no sé si...
-Prometo que no tardaré...
Con mucha más agilidad de la que el elfo podía esperar de una persona de esa edad, desapareció en los jardines, dejándolo a solas con el niño en sus brazos.
Durante unos instantes, ambos parecieron estudiarse mutuamente o al menos, eso fue lo que le pareció a Legolas, pese a que sabía que la idea era descabellada porque Eldarion era demasiado pequeño como para eso. De acuerdo a sus cálculos, ya debía tener cerca de un año aunque se veía un poco pequeño para esa edad. Cediendo a la curiosidad, estudió un poco mejor los rasgos redondeados, descubriendo agradecido los ojitos tan grises como los de Aragorn, y el cabello que era oscuro pero no tanto como el de Arwen.
-No estás tan gordito como yo pensé que estarías...- musitó Legolas en un susurro suave, y el chiquito inclinó la cabeza, como si de pronto estuviese prestándole atención.
-Al menos no estás llorando... Ni pataleando como hacías con tu aya. Eres un pequeño revoltoso. ¿Lo sabías, no?
Con algo de timidez, se animó a dejar que su dedo recorriese la mejilla rosada hasta llegar a la orejita terminada en punta y ante su propio asombro, el chiquito esbozó una pequeña sonrisa por la tenue caricia.
Eres un elfito muy lindo... Y no es extraño, tu ada es el humano más atractivo que yo haya visto... Bueno, no he visto muchos humanos, pero sí es el mas atractivo que conozco- como si comprendiese las palabras y coincidiese con él, Eldarion sonrió aún mas ampliamente.
Estaba a la vista que la mujer iba a tardar un poco en regresar, de manera que Legolas tomó asiento en el mismo lugar que había ocupado aquella y acomodó al pequeño en su regazo. De inmediato, el pequeño se empinó para tomar un puñado del rubio cabello del elfo y luego de mirarlo un poco, se lo llevó a la boca.
Creo que eso no es una buena idea- dijo el elfo, intentando abrir las manitas o al menos quitarlo de la boca del pequeño, pero al parecer, aquel no compartía la idea y se resistió a que lo dejasen sin su nuevo juguete -. Así que no quieres dejarlo... A ver... Tu ada tiene cosquillas en la panza, así que puede que tú también tengas...
Acto seguido hizo una pequeña presión en la barriguita del pequeño y aquel se retorció un poco y soltó un alegre gorjeo, aún sin soltarle el cabello. En vista de los buenos resultados, Legolas repitió la operación y poco después había conseguido que le soltaran el cabello y que las risas Eldarion se escuchasen en ese pequeño sector de los jardines.
-¿Qué significa esto?
La voz de Elrond cortó casi en seco el tranquilo ambiente que rodeaba a Legolas y Eldarion, por el matiz frío y distante.
Yo... La nana del chiquito fue en busca de sus alimentos...- explicó el elfo -. Dijo que no tardaría, así que pensé...
No sé en qué pensabas, pero aún no he hablado con mi hijo acerca del cuidado de mi nieto y no me parece adecuado que desde ahora intentes imponer tu presencia en la vida de Eldarion.
-Aragorn no sabe nada de esto... Yo paseaba solo por los jardines...
De pronto, la mirada fría del elfo adulto hirió mucho a Legolas. Había sido un tonto al pensar que podía acercarse al niño, aun cuando ese encuentro no fuese premeditado. Lord Elrond nunca le permitiría cuidar del pequeño, jamás dejaría que otro se encargase de él y mucho menos quien había impedido que Arwen se convirtiese en la esposa de Aragorn.
Claro que no todo podía ser perfecto, pero había tenido la ilusión de tener una familia y ya que no podía dar hijos al hombre, había guardado en su corazón la esperanza de poder brindarle su amor al pequeñito que ya no tenía a su madre.
Ilusiones vanas que el elfo de Rivendel se encargaba de borrar de un plumazo enfrentándolo con la cruda realidad.
Haciendo un enorme esfuerzo, Legolas se puso de pie y puso al pequeño en brazos del elfo adulto; por un instante, el pequeño no comprendió lo que sucedía , pero segundos después empezó a retorcerse y estirar sus bracitos hacia el elfo rubio.
-No fue mi intención interferir con la vida de su nieto, Lord Elrond...- tomó aire para que la voz no traicionase la amarga desilusión que sentía -. Aragorn no tenía idea de esto, se lo aseguro... Yo... Lo siento...
Tratando de no ver la desesperación del chiquito que seguía intentando estirarse hacia él, Legolas giró precipitadamente y se alejó negándose a escuchar el llanto que surgió apenas él se hubo alejado.
"No podía ser tan perfecto... " se decía mientras caminaba a toda prisa a refugiarse en sus recién conocidas habitaciones.
Pero se sentía extrañamente despojado, como si le hubiesen mostrado el brillante reflejo de Isilme en el agua, y la imagen se hubiese esfumado justo cuando él estiraba sus manos para asirla. Por un pequeñísimo instante, había fantaseado mientras le hacía cosquillas, que Aragorn y él podían cuidar del pequeño, darle todo el amor y el cariño que no había recibido durante todo ese tiempo, y hasta imaginar que era de ambos.
A tal punto había llegado su deseo de tener un bebé para ellos, que podía amar a ese pequeño solamente por la parte de Aragorn que había en él. Había tenido el cuerpito cálido entre sus brazos y a pesar de que había sido sólo por breves momentos, lo extrañaba.
Llegó a sus habitaciones y únicamente cuando cerró las puertas a sus espaldas se sintió libre para dejar escapar su decepción. No le diría nada a Aragorn, no quería enemistarlo con Lord Elrond y correr el riesgo de que el elfo adulto se llevase al niño a Rivendel y lo alejase también de su padre. Respiró hondo para darse coraje y enfrentar a su futuro esposo sin que el incidente se notase en su rostro.
Los golpecitos leves en la puerta lo sacaron de sus pensamientos, abrió sin pensar y se quedó sin palabras.
Ante él, el imponente Lord Elrond esperaba sosteniendo todavía en brazos a un lloriqueante Eldarion que se debatía con más saña de la que usara con su anciana aya.
-¿Puedo... pasar?- preguntó quedamente Elrond, y esa vez su voz no sonó tan dura como en los jardines.
Incapaz de decir nada, Legolas se hizo a un lado para permitirle la entrada y por algunos instantes, ninguno fue capaz de pronunciar palabra.
-Mira esto, Legolas...- empezó Elrond, evitando el tratamiento distante y formal que habían usado hasta entonces -. Eldarion no quiere que lo tengan en brazos. Desde que nació, rechazó los brazos de Arwen, los míos, los de cualquiera de las ayas que he buscado para él. A veces acepta quedarse un ratito con Estel, pero no siempre... Supongo que de algún modo, comprende que ninguno aquí lo amó verdaderamente...
Eldarion continuaba estirando los bracitos hacia Legolas, berreando y pataleando al punto tal que los brazos de Elrond no parecían poder contenerlo. Entonces el elfo adulto avanzó hacia Legolas y de pronto, pasó al pequeño a sus brazos.
El movimiento sorprendió al chiquito, pero en cuanto se recuperó de la sorpresa, dejó de llorar, dedicó una sonrisa llena de hipos al elfo rubio y se acomodó dentro de los nuevos brazos que lo sostenían. Ante eso, Elrond suspiró. Claro que los niños tenían una sensibilidad especial y su nieto no tenía por qué ser la excepción. Tampoco tenia caso negar que en los jardines se había sentido un poco celoso al ver que Eldarion estaba tan tranquilo y sonriente justamente con el elfo y eso había motivado esa reacción cortante.
Fue el llanto de su nieto lo que sacudió al señor de Rivendel mientras veía a Legolas alejándose por los jardines. Eldarion no quería quedarse con él, quería ir con el elfo y esa comprensión también lo sorprendió.
Estaba siendo injusto, terriblemente injusto. Arwen no regresaría a la vida y aunque eso fuese posible, Elrond sabía que para ella, Eldarion sólo había sido un instrumento para llegar al poder. Era duro admitir eso, pero no por duro dejaba de ser cierto. El bebé lo había percibido inclusive antes de nacer, y por eso después no aceptó alimentarse del pecho de la elfa, por eso lloraba cada vez que Arwen lo tomaba en brazos. La parte más difícil de admitir era que también él había visto al pequeño como un desacierto, un error de una noche de borrachera y los Valar lo perdonasen, un rincón de su mente todavía pensaba así.
Pero Eldarion había aceptado los brazos de Legolas y allí permanecía, como si estuviese seguro que en ese nido cálido podía obtener el amor incondicional que no había tenido hasta ese momento... La confirmación a todas sus intuiciones la tuvo cuando se acercó para acariciar al pequeño, y aquel, pensando en que nuevamente iban a alejarlo de ese sitio abrigado recién descubierto, se aferró con todas las fuerzas de sus manitas a la ropa del elfo.
Al parecer, Eldarion ya eligió qué brazos prefiere... y me gustaría creer que puede elegir con una sabiduría distinta a la nuestra...- los ojos oscuros del elfo adulto se fijaron en Legolas tomando una repentina decisión -. Permitiré que Eldarion permanezca con ustedes.
-Y yo jamás terminaré de agradecerte por ello, ada- dijo la voz de Aragorn desde la puerta.
Había llegado para escuchar las últimas frases de Elrond y para observar el mejor paisaje que había encontrado ese día: su hijo cómodamente instalado en los brazos de su amor.
-Estaré al pendiente, Estel. De ambos- aclaró Elrond, diciéndose que al menos así contribuía a velar por el hijo de Arwen.
-Nunca tendrás motivos de queja, ada... Y por supuesto puedes estar al pendiente, venir a vernos, e iremos a visitarte para que Eldarion conozca y ame a su abuelo- con esa frase, Aragorn abrazó con fuerza a su padre.
Luego de un pequeño instante de indecisión, Elrond correspondió al gesto. Quizás eso era lo más acertado y Aragorn junto a Legolas pudiesen darle a su nieto todo lo que un pequeño necesitaba. El tiempo lo diría, pero su corazón se sentía liviano y complacido, de manera que en eso, el elfo adulto intuyó de manera casi segura que estaba haciendo lo correcto.
No hubo más palabras entre ellos, con apenas un gesto de aprobación, Elrond saludó a Legolas y se marchó. En cuanto las puertas de la habitación se cerraron tras él, Aragorn se volvió hacia el elfo, para constatar lo que ya había visto antes: no había paraje en toda la Tierra Media que pudiese compararse con lo que tenía frente a su vista.
La mirada a medias asustada e incrédula de Legolas era todo un poema, de modo que fue hasta él en tanto Eldarion se divertía jugando a tirar de las cintas de la túnica del elfo.
-Te ves hermoso...- dijo, quitando del alcance de las manos de su hijo unos mechones de rubio cabello -. ¿Me contarás qué sucedió? Solamente escuché la última frase de mi padre.
-Luego... Ahora, haz algo que pueda convencerme de que esto no es un sueño- pidió todavía sin atreverse a creer.
Con cuidado para no estrujar a su pequeño elfito, Aragorn le tomó el mentón, lo condujo hacia sus labios y suave, tiernamente,depositó el beso más dulce que el elfo había recibido. Su corazón aleteó en su pecho, tan fuerte que casi fue doloroso, pero al mismo tiempo tan hermoso que en ese momento, Legolas decidió que si eso era un sueño, no quería despertar. Pero los labios sobre los suyos eran tan cálidos, tan perfectos... y de no haber sido porque Eldarion lanzó un leve chillido para reclamar la parte de cariño que le correspondía, el beso hubiese durado una eternidad.
Sonriendo, Aragorn acercó su rostro hacia su hijo, para besarlo, y por primera vez, aquel se aferró a su cara sin rehuir el contacto.
Feliz, el hombre abrazó a ambos y decidieron que pasarían el resto del día juntos en los jardines.
(-o0o-)
El día de la boda comenzó antes que el sol saliese por el horizonte.
Dado que ambos contrayentes pertenecían a familias reales, serían necesarios unos cuantos rituales, lo que les llevaría casi todo el día, pero eso no les importaba. Habían pasado tanto tiempo anhelando eso, que los dos tenían perfectamente claro que se casarían por todos los rituales que hicieran falta para que a nadie le quedasen dudas de la legitimidad de su unión.
Habían pasado los días fríos en medio de los preparativos y las suaves brisas primaverales entibiaban las mañanas esparciendo el tenue perfume de la naturaleza que despertaba del letargo invernal.
En medio de los últimos días frescos, habían partido los emisarios hacia todos los puntos de Gondor llevando las invitaciones a las bodas reales, y también durante ese tiempo, Minas Tirith floreció bajo el cuidado del futuro Consorte Real, porque Legolas había tomado un especial interés en conocer a las personas que serían sus súbditos, en conocer qué necesitaban, qué las hacía felices, qué las hacía padecer.
Se había propuesto hacerse aceptar por los pobladores de la ciudad, tal como los de Edoras habían aceptado a su hermano Imrahil.
Pese a que algunos sectores todavía seguían escandalizados por la elección de un elfo varón para Consorte Real, no podían oponer nada. El Rey tenía asegurada su descendencia, y con eso, tenía vía libre para elegir a quien quisiera como compañía para su vida. El resto de las personas, simplemente cayó subyugada ante la bondad, el auténtico interés y la eficiencia del elfo. Y por qué no decirlo, también ante la radiante belleza que irradiaba porque después de tantos contratiempos, la felicidad lo iluminaba desde el interior y prácticamente lo hacía resplandecer.
Aquella mañana, en una de las terrazas del castillo, cuando las sombras empezaban a desvanecerse, el horizonte comenzaba a resplandecer, y Anar anunciaba su pronto arribo tiñendo de rosa y oro las nubes matutinas, la Dama Galadriel recibió ante ella, a los dos felices contrayentes.
El espacio no era grande pero había sido acondicionado para ese evento y hasta parecía como si una pequeña porción de los hermosos bosques de Lorien o Eryn Lassgalen hubiesen sido llevados a ese rincón. En ese sitio únicamente había representantes del pueblo élfico.
Tanto Lord Elrond como el rey Thranduil hubiesen podido oficiar ese rito, pero para evitar posibles disturbios, Aragorn y Legolas decidieron que fuese la Dama de Lorien quien los uniese en la ceremonia tradicional del pueblo de los elfos. Sin saberlo, cumplieron así con la segunda ocasión en que la Dama Galadriel saldría de los dorados bosques de Lothlórien, tal como ella misma lo había visto en su Espejo.
Durante esa madrugada, bajo la glorieta de madreselvas fragantes, no había allí un rey y un príncipe, sino dos almas que se prometían fidelidad y amor. Las ropas de ambos seguían la usanza élfica, túnicas simples pero hermosas y leves y los dos habían elegido como único adorno, guirnaldas de hojas verdes y flores pequeñas y perfumadas.
Con un listón, la Dama de Lorien amarró las manos derechas de ambos mientras continuaba la ceremonia, hasta que por fin, ante la mirada expectante de todos los elfos presentes, cortó el listón con las últimas palabras.
-Aire, fuego, y agua, todos los elementos, esta comunidad, amigos y familiares; han sido testigos de esta unión. Declaro ante todos ellos, que este lazo ya no es necesario, pues sus almas están unidas y son sólo una. Dos llegaron, uno se va... Que perdure mientras el amor permanezca. (2)
Girando hacia Legolas, Aragorn se perdió en la mirada radiante antes de besarlo, por fin como su pareja ante todos los presentes.
Y Anar regaló sus primeros rayos a ese primer beso entre esposos.
(-o0o-)
En el momento en el cual el sol marcó el exacto mediodía, todo el pueblo de Minas Tirith se encontraba reunido en el inmenso Patio del Manantial, en el espigón principal de la Ciudad Blanca. Todos intentaban ver las escalinatas principales del palacio, porque en esos momentos, delante de todos los ciudadanos, Gandalf como representante de los Pueblos de los Hombres, oficiaba la unión formal entre el Rey de Gondor y el Príncipe de la Casa Real de Eryn Lassgalen.
Esta vez, Aragorn tenía toda la presencia de su estirpe real y había conseguido que al verlo, todos olvidasen al 'montaraz salvaje y maleducado' tan propenso a repartir puntapiés entre sus Ministros y recordasen que él era el Heredero de Isildur, el único con derecho a llamarse su sucesor.
Terciopelo negro y plata para la túnica, la cota de malla y el cinturón del Rey en cuya frente brillaba la corona con la cual había sido ungido Rey más de cuatro años atrás. Blanco refulgente y el brillo del más puro mithril para las ropas y la tiara del elfo que orgulloso y erguido seguía la ceremonia con toda atención a su lado.
Luego, mientras Legolas se despojaba de su pequeña diadema, Gandalf abrió el cofre que aguardaba a un lado en manos de un edecán y extrajo la corona que había estado guardada durante mucho tiempo en los sótanos del castillo, desde que se había usado con el último Príncipe Consorte que hubo en Gondor. Era similar a la que en esos momentos brillaba en la cabeza del Rey, solo que no tenía las alas laterales imitando las alas de las aves marinas, ya que únicamente Aragorn era descendiente de los Reyes venidos de los Mares.
Aragorn la tomó de las manos de Gandalf y levantándola en el aire, la mostró a todo el pueblo reunido.
-Príncipe Legolas de la Casa Real de Eryn Lassgalen; con esta corona, yo, Elessar Telcontar, Rey de Gondor y Anor, te reconozco como mi esposo y Consorte Real- proclamó con voz alta y clara, sintiendo que retumbaba en su pecho y ansiando con desesperación saltarse todo ese protocolo, llevarse a su elfo lejos de allí y amarlo hasta perder el sentido.
La leve sonrisa que afloró en el rostro del elfo le dio la pauta que había interpretado o al menos sospechaba sus pensamientos, por lo que armándose de paciencia, el hombre se resignó a seguir con todas las ceremonias establecidas.
Legolas hincó una rodilla frente a su esposo e inclinó levemente la cabeza, permitiendo así que la corona descendiese con suavidad hasta posarse sobre él. Entonces, con movimientos elegantes, el elfo se puso de pie y colocó su mano sobre el brazo que le ofrecía el rey. Luego ambos giraron hacia las personas que contemplaban y aquellas prorrumpieron en sonoros aplausos al tiempo que sonaban las legendarias trompetas de plata.
Entonces dieron comienzo las fiestas del pueblo entre risas y baile, al son de la música de las flautas, arpas y violas. Las calles engalanadas de guirnaldas de flores y alegría compartieron durante toda la tarde los festejos en honor al Rey y su Consorte.
(-o0o-)
Las luces de la habitación empujaban las sombras de la noche hacia los rincones y ponían brillo en cada uno de los detalles del increíble atuendo del Rey de Gondor que se miraba una y otra vez en el inmenso espejo que habían puesto especialmente para ese día.
Mientras terminaba de ajustarse el cinturón, Aragorn trataba de calmar sus nervios diciéndose que ya era la última parte. Todavía no se explicaba muy bien por qué Legolas había insistido en llevar a cabo esa ceremonia, pero en cierto modo creía saberlo.
De hecho, lo único que lo fastidiaba era que tenía un protocolo más para recordar después de todo el trajín del día, pedir eso era casi pedir un milagro. Lo único que ocupaba la mente del hombre, era llevarse al elfo a las nuevas habitaciones que compartirían, y perderse en su cuerpo, en sus aromas, en la tibia suavidad de su piel.
"Detente, Aragorn... O entrarás a ese salón dando un espectáculo muy poco acorde a tu dignidad real... Ninguna túnica del mundo conseguirá ocultar tu entusiasmo."
-Estás nervioso...- dijo una vocecita burlona a sus espaldas, y eso arrojó un cubo de agua fría sobre su 'entusiasmo'.
-Sí- admitió, sabiendo que era inútil decir lo contrario. Además, Faramir no le creería ni en un millón de eras -. Espero no meter la pata y arruinar la ceremonia...
-No lo harás... Estoy seguro que si olvidas algo, Legolas encontrará la manera de salvarte del ridículo... Por supuesto, no sería raro que olvidaras algo... Todos esos nombres extraños, el ceremonial...
-Faramir... Cállate.
-Muy bien, pero luego habrás querido que te advierta...
Aragorn giró hacia él, calibrando la posibilidad de que dijese algo que alterase un poco más su delicado equilibrio pero al final, ganó la curiosidad.
-Adelante, dímelo...
-Tienes el pantalón desabrochado.
Rojo de vergüenza, Aragorn giró hacia el espejo mientras manoteaba a toda velocidad los botones de su pantalón, sólo para oír las risas divertidas de Faramir y las de Eomer, un poco más lejos. Bastante justificadas, si tenía en cuenta que la túnica de terciopelo color ciruela cubría bien esa zona y que sus pantalones estaban perfectamente abotonados.
-Me hiciste esa broma tres veces durante la ceremonia de mi casamiento con Eowyn...- dijo Faramir, limpiándose las lágrimas de la risa ante la cara exasperada de su amigo -. ¡Tres veces! Y yo estaba tan nervioso que caí en ella las tres veces... Dulces Valar... Esperé tanto este momento...
Resignado, Aragorn sonrió desistiendo de las repentinas ganas de acogotar a su amigo, diciéndose que era un experimentado Senescal y encontrar uno tan bueno y leal no sería tarea fácil. Además,tenía que reconocer que era cierto. Faramir había sido el primero en casarse y había recibido una cantidad para nada despreciable de bromas, la mayor parteprovenientes de Aragorn.
Al menos le quedaba el consuelo que Legolas no tendría que cruzar esos inconvenientes con sus hermanos.
Pensaba en eso cuando hubo unos pequeños golpecitos en la puerta y aquellas se abrieron para dejar entrar a Haldir, quien traía un pequeño envoltorio entre sus manos.
-Ah, ya estás listo- miró a los otros dos con gesto adusto, como siempre -. Ustedes deberían estar en el salón, tienen que entrar junto con los familiares. Te traje esto.
Estiró el envoltorio hacia Aragorn, que tomándolo, quitó el lienzo para descubrir las hojas verdes que mantenían fresca y crujiente, una hogaza de 'lembas'. Miró a Haldir sin comprender.
-No tengo hambre, Haldir.
-No lo traje por eso, humano tonto. Hoy has tenido un día sumamente agotador, esto recuperará tus fuerzas... No queremos que vayas a hacer un papelón en un momento 'cumbre' de la noche...
Si Haldir no hubiese permanecido con su rostro tan imperturbable como siempre, tal vez las risas de Faramir y Eomer no hubiesen sido tan estruendosas, pero el elfo permanecía tranquilo como si estuviese enunciando una verdad universal. Por un instante, Aragorn luchó con el deseo de arrojarle el trozo de pan élfico por la cabeza.
-Tu desempeño de esta noche es muy importante- continuó Haldir -. Eomer dejó en alto el estandarte de la Casa de Rohan... No queremos que 'tu estandarte' sufra un...
-¡Mi estandarte no sufrirá nada!- casi gritó Aragorn, para hacerse oír sobre las carcajadas de los otros dos -. Mi estandarte no tiene ningún problema esta noche y no tendrá nada que envidiar al desempeño de la Casa de Rohan...
-Está bien, si tú lo dices, pero yo te aconsejaría...
-¡Largo de aquí los tres! No los toleraré un minuto más... ¡Fuera!
Uniendo palabras a hechos, dejó el 'lembas' sobre una mesita, tomó por el brazo a Eomer y Faramir que seguían riendo y hablando de la leyenda del monumental estandarte del legendario Isildur y ciertas habladurías sobre espadas rotas. Por las dudas, Aragorn prefirió no seguir escuchando y con toda la amabilidad que le permitían sus nervios, los escoltó hacia la puerta de entrada. Sin esperar para recibir un trato igual, Haldir lo siguió hasta que estuvieron los tres del lado de afuera del umbral.
-Los nervios y las tensiones no le hacen bien a las funciones de los mortales, Aragorn... Por más que seas medio elfo, siempre se puede tener un traspié...
-Haldir, yo no tendré ningún traspié, te lo aseguro. Y espero que recuerdes bien esto, porque yo no lo olvidaré, y tú eres el único que falta por casarse, así que si agregas algo más, deberás atenerte a las futuras represalias.
Por una vez se quebró la imperturbable faz del elfo al escuchar mención a un posible lazo entre él y Baldor. No era un tema que hubiesen hablado aún, así que no necesitaba preocuparse por el momento. Iba a replicar, pero las puertas de la habitación se cerraron en las tres narices.
Detrás de las mismas, mientras escuchaba las risas alejándose, Aragorn deseó con toda el alma que todo terminase pronto y sólo por si acaso, sí comió el 'lembas' que Haldir le había traído.
(-o0o-)
La sala donde se encontraban reunidos había sido acondicionada especialmente para ese evento bajo una supervisión detallada y minuciosa. Los pisos de mármol negro habían sido cubiertos por alfombras de exóticos entramados y colores diversos. Altos candelabros dispuestos a lo largo de las paredes brindaban una claridad tenue y difusa, muy acogedora e íntima.
Sobre el extremo más alejado a la entrada habían dispuesto una especie de altar que estaba adornado con arreglos florales que esparcían un leve perfume en todo el recinto y un pequeño gong de metal. Delante de éste, una mesita baja y tres esterillas dispuestas a su alrededor.
Cuando se abrieron las inmensas puertas de roble, los primeros en entrar fueron los familiares de los contrayentes y los escasos invitados que fueron ubicándose en las esterillas dispuestas para ellos y cuyos lugares ya habían sido asignados, rodeando en forma de semi círculo el punto central del salón.
Estaban todos en silencio, sin saber muy bien cómo sería el ritual que iban a presenciar, pero ansiosos por conocer, por comprender el mundo en el cual el elfo había convivido durante tanto tiempo. Por esa razón, los pocos invitados que habían, procedían de aquel escondido Barrio que le había brindado hogar. En un sitio de honor, estaban sentados con mucha dignidad, los cuatro Ancianos del Consejo que regía el Barrio, los Maestros más importantes de la Escuela, la antigua dueña de la okiya que miraba todo sin poder creer hasta dónde había llegado el elfito que ella considerara insignificante y poco digno de su educación. Todos ellos vestidos con el lujo que la ocasión ameritaba, por lo que abundaban las telas adamascadas, los bordados de colores brillantes, kimonos espectaculares con sus obis recamados en oro y plata. Ninguno de los invitados quería desmerecer el honor de haber recibido semejante invitación.
Apenas estuvieron ubicados, entraron los novios.
Como no había ninguna restricción al respecto, avanzaron juntos. Aragorn, vestido con su espléndida túnica de oscuro color ciruela, y detalles en oro, imponente y magnífico; portando todavía en su cinturón la legendaria Anduril,aunque una vez más, la corona había sido dejada de lado. Junto a él, Legolas era una silueta tan exótica que resultaba difícil ubicarla en un sitio determinado, ya que la belleza élfica lo hubiese puesto orgullosamente entre los antepasados de tan noble raza, y las hermosas vestiduras lo hubiesen ubicado sin ningún titubeo entre los más encumbrados personajes del Barrio donde había morado.
Todo el traje estaba realizado en terciopelo negro, ya que tratándose de una ocasión muy seria, ése era el color formal. El 'keikogi' solamente llevaba sobre la solapa, el bordado por el que Legolas ya era conocido en todo el Barrio, y lo único que resaltaba en la parte superior, era el inmaculado cuello blanco. Los bajos de las pernera del 'hakama' eran una obra de arte del bordado. Con hilos en distintos matices de plata, reproducían un paisaje fácilmente reconocible como perteneciente a los lejanos bosques de Eryn Lassgalen. El obi, de satén de plata era un poco más ancho de lo habitual, y ceñía la cintura estrecha resaltando la figura de elástica flexibilidad. Todo el conjunto, no conseguía opacar en lo más mínimo el brillante cabello rubio sujeto sobriamente hacia atrás, con una cinta de terciopelo negra, ni tampoco las dos joyas refulgentes que eran los azules ojos del elfo.
Avanzaron juntos hasta llegar a la mesita baja y una vez allí, tomaron asiento ubicados en los dos extremos más alejados. Desde allí, Aragorn se dedicó a contemplar a su amado con añoranza, rogando que todo pasase para que esa criatura etérea prontopudiese estar en sus brazos. Sin que él supiese, no había pensamientos diferentes en el elfo, que deseaba correr hacia él y dejarse llevar por el ansia que corría por sus venas.
Solamente cuando todos giraron hacia las puertas de entrada, Aragorn comprendió la razón final para todo eso, porque el último en entrar, era quien oficiaría la ceremonia. Esa persona, tendría que ser alguien de reputación intachable, probadas virtudes y también debía contar con la especial consideración de ambos novios. Seguro que Aragorn no desaprobaría su elección, Legolas no le había consultado, pero tenía razón.
Aragorn jamás se hubiese opuesto a que Baldor oficiase esa pequeña e íntima ceremonia, sobre todo, porque comprendía por fin lo que Legolas perseguía con eso. A raíz de lo sucedido con Denethor, el nombre de Baldor había sido bastante vapuleado y pese a que Haldir había cancelado la deuda con el propietario de su okiya, el gesto había pasado poco más que inadvertido en el trajín del Barrio. En cambio, esto era un reconocimiento público para el muchacho, para que todos supiesen que no tenía nada de qué avergonzarse, que su relación con el dueño de su contrato había sido terminadaen forma legal, y que su reputación jamás había tenido ni la más pequeña mácula.
La vista de Aragorn gravitó hacia Haldir, que se mantenía en un sitio alejado, majestuoso y distante como una estatua de mármol, pero el hombre captó a la perfección el momento en que ambos cruzaron la mirada. Ninguno de los dos pareció mover un solo músculo, pero el calor recorrió el camino de ida y vuelta y Aragorn sonrió para su interior, diciéndose que nunca el galadrim había lucido más orgulloso que en ese instante.
El traje de Baldor, el mismo que Haldir le había regalado, era de satén verde oscuro y tanto el obi como los deslumbrantes bordados estaban realizados en oro opaco. Se veía serio y digno, la larga convalecencia había terminado con los últimos rasgos adolescentes que el muchacho conservaba, pero en cambio había favorecido el rostro con pómulos altos y el suave terciopelo de sus ojos parecía aún más suave que la tela del traje de Legolas.
Sin vacilaciones, con la seguridad que siempre había demostrado, Baldor dio inicio a 'Yuino hin', la primera parte de la ceremonia, donde de acuerdo al ritual, se hacía anuncio formal del compromiso entre ambos y el novio ofrecía a su consorte los obsequios que representaban sus buenos deseos para esa unión: longevidad, felicidad, unión, fortuna, dicha y prosperidad.
Cada pequeño obsequio era presentado por Aragorn desde una bandeja y colocado frente a Legolas y una vez que todos estuvieron allí, el elfo los aceptó, aceptando así su inclusión en la familia del esposo.
Entonces Baldor colocó sobre la mesita, entre ambos consortes, una serie de tres tacitas de distintos tamaños y un platillo conteniendo dos simples anillos para Kekkon shiki, el casamiento formal.
En silencio,Aragorn tomó uno de los anillos y lo deslizó en el dedo de Legolas, junto al que le había dado como símbolo del compromiso, y luego, el elfo hizo lo mismo con el que le correspondía a él. Baldor mantuvo el rostro serio, sin sonreír, y tuvo la delicadeza de no impacientarse cuando tardaron un poco más de lo normal en soltarse las manos. Con gestos medidos y sobrios, colocó una pequeña cantidad de licor en cada una de las tacitas, preparándose para sellar la unión de la pareja, la última parte del ritual.
-Comprensión- deseó el joven, y tomó una de las tacitas dándola al hombre.
Aragorn bebió un pequeño sorbo y con ambas manos la ofreció a Legolas. Con una pequeña inclinación de agradecimiento, el elfo bebió a su vez y la dejó sobre la mesa.
-Máxima felicidad- recitó Baldor,ofreciendo la segunda tacita, y una vez que ambos bebieron, levantó la tercera -. Eterna unión.
Sosteniendo con sus manos el pequeño cuenco, Aragorn bebió sin apartar la vista de su elfo, deseando con todo el corazón, que ese ritual se cumpliese palabra por palabra; y con suavidad, lo depositó en las manos de su amado. Manteniendo la vista fija en el hombre que a partir de ese día era su esposo, Legolas bebió el licor, tan emocionado por el significado del mismo, que ni siquiera recordó lo mucho que detestaba el sabor de esa bebida.
Tan absortos estaban uno en otro, que no se dieron cuenta que la ceremonia había llegado a su fin hasta que el doble sonido del gong casi los hizo saltar.
Terminadas las formalidades, Baldor invitó a los flamantes esposos a ponerse de pie y abrazó con fuerza a Legolas, porque no le había pasado por alto la intención de su 'hermano pequeño' y lo agradecía con todo el corazón. Entonces todos pudieron pasar al recinto donde se había preparado la cena para el festejo final.
Esa fue la última tortura, dedicarles un poco de tiempo a cada uno, a los invitados, a cada uno de los familiares mientras todos bebían y comían y ellos iban de mesa en mesa esperando el momento oportuno para escabullirse de una buena vez.
Cuando empezó a sonar la música y todos se aprestaron a bailar, Legolas tomó de la mano a su esposo y sin explicaciones ni tratar de ocultarse, se encaminó hacia la salida. Contrariamente a lo que Aragorn esperaba, ninguno pareció prestarle atención, y siguieron en sus divertidas actividades. Los guardias presentaron armas al verlos salir, y el hombre estuvo seguro de haber visto una sonrisita maliciosa bailando en los rostros de sus escoltas, pero prefirió ignorarlos. Tenía mucho en mente como para prestar atención a esas nimiedades.
Tratando de conservar un mínimo de decoro, consiguió dominar el deseo de tomar al elfo en sus brazos y echar a correr hacia las habitaciones; y se limitó a seguirlo mientras recorrían los corredores y salones que se antojaron interminables. Pero por fin, todos los salones y pasillos se terminaron y las puertas de las habitaciones reales se cerraron tras ellos.
Durante largos segundos, ambos se miraron, incrédulos por haber llegado a ese momento, tan ansiado, tan esperado durante tanto tiempo. Fue finalmente Aragorn quien estiró su mano ofreciéndola a Legolas con un pedido.
-Ven.
Y el elfo, con esa sonrisa pequeña que conseguía desbaratar toda la coherencia del cerebro del hombre, tomó su mano como había hecho muchas veces durante el curso de ese día, para ser guiado dentro del primer estrecho abrazo que compartieron como legítimos esposos.
Era extraño, pero ahora que hacía memoria, durante todo el día, Aragorn había conseguido besar a Legolas sólo por la mañana, al finalizar la ceremonia que presidiera la Dama de Lórien, pero después de eso, apenas si pudo tomarlo de la mano, y por supuesto en los casos en los que el protocolo asílo permitía. En cambio en ese momento, lo estrechaba junto a su cuerpo sintiendo el calor, la firmeza junto al suyo, y el aroma que siempre conseguía volverlo loco. Atrapó su boca en un beso suave, dedicándose a saborearlo, lenta y codiciosamente,sin permitir que se alejase ni un milímetro.
Respondiendo a la caricia sobre sus labios, Legolas aceptó la guía y disfrutó del beso, de la intensidad de los sentimientos que aquel transmitía, la dulce firmeza con que las manos del hombre lo mantenían aferrado por la cintura.
-Por fin...- susurró Aragorn junto a sus labios, en un respiro robado -. Al fin eres mío.
-Siempre lo fui... Creo que lo soy desde que me encontraste en el jardín, aquel día... ¿recuerdas?
-Jamás podría olvidarlo, desde ese día no pude quitarte de mi mente... Cerraba mis ojos y siempre estabas allí...
-Y nunca dejé de ser tuyo, ni siquiera cuando Dén...
-Shhh- Aragorn acalló la mención de ese nombre con un nuevo beso -. Ni lo menciones.
-No temo hacerlo ahora- el elfo se acomodó en sus brazos y habló desde su cómoda posición -. Él dijo que si salía vivo de allí, no volvería a ser lo mismo, porque cada vez que me tocaras, tus manos serían las suyas... Y se equivocó porque nunca podría confundirlos... Tus manos sólo me han tocado con amor.
-No conozco otra forma de hacerlo... No quiero aprender otra- anunció el hombre uniéndose una vez más en un beso más profundo, mas apasionado que el anterior.
Y permanecían juntos y abrazados, casi a la entrada de la habitación, sin moverse por temor a romper ese momento mágico. Era cálido y hermoso sentirse abrigado de esa forma, y ninguno de los dos parecía tener prisas. De alguna forma, ésa era la culminación de tantas luchas, de tantos amargos momentos, el premio a tanta paciencia por parte de ambos. Con un suspiro, el elfo se alejó apenas un poco, para mirar a Aragorn.
-En el curso del día, te has convertido en mi esposo y mi rey... Pero también en mi 'danna'...
Esas palabras asombraron un poco al rey, que lo miró sin comprender.
-¿Pero eso no significa que eres mi amante?
-No siempre...- Legolas sonrió mientras sus dedos delineaban el contorno de la mandíbula del hombre -. Un 'danna' es un protector... Se supone que un esposo siempre es un protector, y como eso me convierte en tu protegido... Esta noche te enseñaré lo que hace un protegido.
La voz, de modulaciones suaves y ligeramente graves, envió descargas de anticipación a través de la columna de Aragorn, que se dejó convencer por las promesas que escondía esa frase y asintió.
-Empecemos por esto- dijo el elfo, y los dedos hábiles maniobraron con rapidez el dorado cinturón del cual pendía la espada -. Anduril es digna y hermosa, pero luego de cargarla todo el día, creo que ya podemos dejarla a un lado.
Quitó el cinturón, y empezó a moverse alrededor del hombre, en silencio,sin quitar sus ojos de él, dejando que sus manos parecieran flotar mientras lo remolcaban hacia el centro de la habitación, cerca del enorme lecho. Y en cada giro, deshacía los lazos de la túnica, la izaba hasta quitarla y luego emprendía la misma tarea con la blanca camisa hasta exponer la piel donde la cicatriz, ahora más pequeña pero todavía bastante evidente, testimoniaban todos los trabajos y peligros que ese hombre había atravesado para llegar a él.
Legolas lo empujó suavemente para que se sentase y poder así arrodillarse a sus pies y quitarle las botas. Lo hizo sin esfuerzo alguno, y era notable cómo conseguía que los blancos dedos rozasen siempre una pequeña porción de piel y que el gesto pareciese casual. Entonces se puso de pie, y tomó una bata de uno de los sillones de la habitación e invitó al rey a colocársela.
Demás estaba decir que Aragorn solamente esperaba el momento de quedarse sin ninguna prenda encima, pero Legolas había hecho tantas silenciosas promesas con sus palabras, que no dijo nada y permitió que la colocaran sobre sus hombros, luego de lo cual, fue escoltado con toda ceremonia hacia una de las puertas laterales.
Cuando la abrió, el tenue calor contenido dentro se esparció, llevando el perfume hacia todos los rincones del sitio.
-¿Cómo metieron eso aquí dentro...?- preguntó Aragorn, asombrado.
La tina circular era enorme, el triple de lo que usualmente eran, redonda, de madera y llena de agua humeante y perfumada.
-No la metieron aquí. De hecho, la armaron aquí dentro bajo mis indicaciones- señaló Legolas -. Y di las instrucciones necesarias antes del comienzo de la ceremonia, para que todo estuviese listo cuando llegáramos aquí... Adelante, señor mío, es hora de tu baño.
Una vez más, las palabras arrullaron a Aragorn que ingresó en el recinto. En ese momento, el elfo volvió a quitarle la bata que dejó sobre una banqueta cercana y empezó a maniobrar con el pantalón pero cuando se aprestaba a arrodillarse para bajarlos, el hombre lo detuvo.
-No... Si haces esto, todo terminará antes de lo que ambos queremos, así que permíteme que yo me encargue de esto.
Era evidente que la imaginación del rey iba mucho más adelante que los acontecimientos, pero no permitió que eso lo perturbase y con rapidez se quitó la última prenda quedando desnudo y expectante ante los ojos de su esposo.
Con una sonrisa, Legolas lo llevó hacia el pequeño taburete que lo ayudaría a entrar en la tina, porque las paredes de la misma eran demasiado altas como para cruzarlas. Aragorn se metió en el agua y se sentó. El espectáculo de su amado desvistiéndose lentamente ante sus ojos, desenvolviéndose como si fuese un regalo, llenó sus sentidos.
Una a una, desaparecían las prendas que cubrían al elfo, hasta que aquel quedó tan desnudo como el hombre y aquel pudo hacer correr su vista libremente, sin obstáculos.
El corazón del rey latía mucho más rápido de lo normal cuando Legolas ingresó al agua y se acercó a él. Entonces las manos del elfo empezaron a recorrer su piel, lavando su espalda, los hombros, aplicó algún tipo de líquido sobre su cabello y cada caricia empezó a levantar pequeños suspiros provenientes del hombre, que permanecía quieto dejándose hacer.
-Por favor, mi amor... Necesito tocarte, necesito besarte...- pidió incapaz de seguir en ese estado de pasividad.
-¿Acaso algo te lo impide?- replicó burlón, Legolas.
Esa frase liberó las manos del hombre y lo atrajo hacia sí, dedicándose a recorrerlo, a reconocer cada recoveco de la inmaculada piel blanca, como si no lo conociese, como si cada centímetro fuese nuevo y desconocido. Por fin pudo hacer lo que había soñado durante los largos días de separación: besar cada sitio que tuvo a su alcance.
Lo ubicó entre sus piernas para quitar la cinta que todavía sostenía el rubio cabello y empezó a lavarlo, deleitándose por la suavidad. Besó el cuello y los hombros y permitió que sus manos fuesen hacia delante, hasta encontrar la prueba de que el elfo deseaba lo mismo que él. Empezó sus diestras caricias al turgente miembro que tan agradecidamente recibía sus atenciones empinándose con orgullo.
Te deseo tanto...- jadeó Aragorn, mordisqueando suavemente la punta de la oreja -. Te amo.
Legolas había dejado de pensar hacía ya varios minutos, guiado solamente por las caricias que lo recorrían con tanta ternura. El roce de la piel con la piel era delicioso y único, las manos de Aragorn en su carne ansiosa lo sumían en un placer tan exquisito que temblaba y gemía todo a un tiempo. Sentía que podía estallar en cualquier instante, pero se contenía porque quería que el tiempo se detuviese esa noche. Sin embargo,supo que ya no podría seguir así mucho más, la firme dureza de su esposo punzaba tras él, palpitaba al mismo ritmo que su interior anhelante.
Él mismo se alzó apenas, acomodándose sobre la tiesa carne y descendió permitiendo que Aragorn se abriese paso en su cuerpo con deliciosa lentitud, sin detenerse hasta que se sintió lleno. Para ese momento, los profundos jadeos eran a dúo, y cuando se inició el movimiento, hombre y elfo se convirtieron, tal como la Dama de Lorien había dicho, en uno solo.
Uno solo que se movía, uno que respiraba, una voz gimiendo y un solo corazón latiendo cada vez a más velocidad, empujando la sangre con más fuerza hasta que también fue un solo grito el que llenó el recinto marcando el final de aquel dulce éxtasis compartido.
La noche apenas comenzaba y esa tina fue el escenario del primer acto de amor de los esposos, y aunque los dos supiesen que tenían todo el futuro por delante, no dejarían pasar ociosas las horas hasta el amanecer.
Y fue Anar quien les recordó que podían permitirse un pequeño descanso, descanso que tomaron juntos, uno en brazos del otro, enredados a tal punto de no saber dónde empezaba el elfo y dónde terminaba el humano.
Rendidos por fin en un delicioso agotamiento, no escucharon que en las lejanas murallas de la Ciudad Blanca, en las calles de piedra, comenzaba la actividad y se iniciaban los días del Rey y su Consorte desplegando al viento los nuevos estandartes de la Casa Real Telcontar que orgullosamente mostraron de allí en adelante, las Estrellas, el Árbol Blanco y en torno a su tronco robusto, el Junco de Plata.
TBC... (sólo Epílogo)
