CAPÍTULO IV. Ataque.
Estaba todo oscuro. No podía ver nada. No sentía nada. Estaba asustado, aterrado. Todo era negro. Oscuridad. Solo podía escuchar el susurro de un viento que lo hacía estremecerse. De pronto, de la nada, salió un rayo color verde, acompañado de uno fría risa, que le erizó los pelos de la nuca. El viento empeoró. Le agitaba el cabello y la ropa. Y volvió a llegar al peor sitio para él.
Parecía una cámara antigua. Llena de piedras, y en el centro un arco. Viejo, oscuro y atrayente. Algo le decía que no debía seguir allí, pero no podía marchar, no quería. Ese era el último lugar donde habló con su padrino. Donde lo vio.
Pero en el último momento, un grito de su tía lo despertó. Estaba sudando y respiraba con tranquilidad. Al menos, hoy no lo había visto atravesar el arco. Pronto se levantó con la intención de poder lavarse y estar preparado para ir con la persona que lo viniera a buscar para ir al Callejón Diagon.
Aún no sabía quién vendría ni cómo vendría. Todo un misterio. Solo le habían dicho que estuviera listo para las diez de la mañana. Cuando bajó a desayunar ya eran las nueve y media. Desayunó lentamente, sin prisa, hasta que fueron cerca de las diez. Pronto llamaron al timbre, y él fue a abrir. Cual fue su sorpresa al ver a Bill al otro lado de la puerta. Pero no venía acompañado. A su lado también estaba Fleur Delacour, la novia de este.
Buenos días, Harry –lo saludó con un pequeño abrazo Bill-. ¿Estás listo?
Buenos días Bill, Fleur –y la chica se acercó para darle dos besos-. Sí, ya lo estoy.
Pues vayámonos –le dijo Fleur-. Ya es hoga. En estos momentos aún hay poco gente en el Callejón, y pasagemos más desapegcibidos.
Y sin más se marcharon de la casa de los Dursley. Al llegar a un callejón oscuro, Bill sacó una revista vieja, y se lo tendió para que lo tocara. Era un traslador, y enseguida sintió como lo arrastraban por el ombligo. Cuando llegaron al patio que estaba justo antes de la entrada al callejón Diagon, no se cayó por los pelos.
Bill cogió su varita, y pulsó los sitios adecuados para poder entrar. Rápidamente lo vieron, y no había mucha gente por la calle. La verdad es que aún era muy pronto para ir a comprar los utensilios del colegio, pero al ya lo habían mandado. Entraron el callejón, y se fueron directos a Gringotts para sacar algún dinero para poder comprar las cosas. Antes de salir, Harry cambió algo de su dinero mágico por muggle, para poder comprar ropa y otras cosas necesarias. Al entender que quería hacer, Bill le propuso ir primero al Londres muggle, y al terminar regresar al callejón. El resto de la mañana se la pasaron comprando de todo, con la ayuda incondicional y experta, todo hay que decirlo, en moda de Fleur.
Cerca del mediodía volvieron al callejón Diagon para terminar sus compras. Nada más entrar, vieron a un chico, como de 11 años, solo, sentado delante de la tienda de calderos, y parecía muy nervioso y preocupado. Al principio Harry no lo reconoció, pero al acercarse más, vio que era Cristian, su vecino.
¡Cristian! –le llamó la atención, ante las miradas sorprendidas de Bill y Fleur-. ¿Se puede saber que haces aquí? ¿Dónde está tu hermana? –y al ver la cara extraña de los chicos les informó-. Es mi vecino del que le hablé a tu padre por carta. –y eso pareció tranquilizarlos.
No lo sé –le respondió muy angustiado-. Se desapareció sin más, hace ya bastante, y no ha vuelto.
Las causas por las que no había vuelto, eran que estaba recibiendo órdenes de su "superior", Marius.
Ya que Dumbledore no te permite hacer magia, creo que deberías llevar esto y algunas cosas más –le dijo mientras le entregaba una mochila y una pistola muggle-. No te recomiendo usarlo, al menos que sea una emergencia. Y procura que el chico no las vea.
Eso esta hecho –le respondió Chrysa comprobando que el arma funcionaba bien-. ¿Hay nuevas órdenes?
Algunas -le respondió escuetamente el chico-. Esta noche tendrás que venir al parque y hablaremos. No creo que sea seguro hablar aquí.
De acuerdo... –pero no pudo acabar la frase al escuchar como varias personas se aparecían en el callejón. Chrysa fue a ver, acompañada de Marius, a la ventana y lo que vio no le gustó nada-. ¡Joder! Debe de haber unos veinte o treinta.
Pues si con eso piensa atacar el callejón Diagon, están apañados –le dijo sarcásticamente-. Lo más probable es que haya algunos en otros sitios, o aparecerán por trasladadores. Será mejor distraerlos un poco, y evitar que cuantos menos lleguen mejor.
Vale –fue la respuesta de Chrysa, mientras abría la mochila para ver que le habían mandado. Por haber, había muchas cosas, pero cogió lo que mejor le venía en ese momento: un cinturón con algunos cuchillos y pistolas. –Creo que podrías empequeñecer la mochila.
¡Reductio! –y la mochila se hizo tan pequeña como una moneda, y ella se la guardó en un bolsillo -.Creo que también deberíamos cambiar tu vestuario –y con un movimiento de su varita, cambia sus ropas por otras negras, un pantalón de lyon y una camiseta de lycra, y sus zapatos por tenis.
Siempre tan lúgubre –añadió al ver su nueva vestimenta-. Vamos.
Salieron cuidadosamente por la puerta, y antes de avanzar mucho, Marius puso un encantamiento silencioso, para que en el callejón no se dieran cuenta, y poder hacer el trabajo sin estorbos. Su siguiente hechizo fue un bombarda que mandó a la mitad de los mortífagos por los aires, ya que al estar recibiendo las últimas órdenes, estaban distraídos. Muchos ya no se levantaron, pero los que quedaran en pie, enseguida arremetieron con numerosos hechizos, que dieron contra las paredes, pues los muy poco inteligentes mortífagos, no se fijaron en dos sombras que se hallaban en el suelo.
Mientras se dispersaba el polvo que había provocado los hechizos, ellos fueron , o bien degollando a los mortífagos a su alcance, o dejándolos inconscientes con un fuerte golpe en la nuca. Antes de que el polvo se dispersara completamente, retrocedieron, y Marius se alejó un poco de Chrysa para lanzar otro bombarda, que volvió a mandar por los aires a unos cuantos mortífagos. Y otra vez los mortífagos volvieron a lanzar los hechizos hacia el lugar en el que estaba Marius, pero este se había echado a rodar por el suelo hasta llegar junto Chrysa. Lo que no contaban, era que una mortífaga se fijara en sus sombras y dirigió un expelliarmus hacia ellos, y los mandó un par de metros hacia atrás, haciéndolos caer sobre unas cajas.
Aunque no se habían hecho mucho daño, se golpearon bastante fuerte contra la pared. Según lo que comprobaron, la mayoría eran novatos, pero los trece mortífagos que aún seguían en pie, no lo eran. Pero los que desprecian los objetos muggles, no sabían como defenderse de ellos, y Chrysa aprovechó esa pequeña ventaja para lanzarles una granada de mano, mientras dispara con la pistola para distraerlos. La granada se internó entre ellos, y cuando se quisieron dar cuenta, ya volaban tres de ellos por los aires. Pero ahora no tendría ninguna ventaja. El factor sorpresa había sido en su favor, pero ahora tenían que luchar contra diez mortífagos, y solo Marius podía usar su varita.
La mortífaga de antes, volvió a arremeter contra ellos, pero Marius convocó un escudo, que desvió la maldición, mientras Chrysa volvió a disparar con su pistola, dándoles a otros dos, que cayeron al suelo más muertos que vivos. Pero en la siguiente ocasión, les lanzaron cinco maldiciones a la vez, y aunque intentaron esquivarlas, una de ellas le dio a Chrysa que salió del callejón por los aires, yendo a parar cerca de Cristian.
Mientras Harry, Fleur y Bill intentaban tranquilizar a Cristian, sintieron un temblor de tierra.
¿Eso fue un terremoto? –preguntó desconcertado Harry.
No lo creo, más bien parecía como una explosión, pero no se escuchó nada –le respondió Bill bastante nervioso, mientras sacaba su varita, al igual que Fleur y Harry.
Volvieron a sentir dos sacudidas más, pero ya no fueron los únicos que lo notaron, sino que muchos transeúntes también lo hicieron. Momentos después vieron salir a una persona del callejón que tenían al lado. No sabían quien era, y si era de su bando o del de Quién-no-debe-ser-nombrado.
En cuanto esa persona se puso en pie, vieron que era una chica, pero no mayor que Harry. Iba completamente de negro, y tenía el pelo sucio, y tenía numerosos mechones sueltos. Tenía un ojo con un color un poco oscuro de más, y un corte que no dejaba de sangrar en la mejilla. Lo primero que hizo al levantarse fue escupir la sangre que tenía en la boca por el golpe recibido. Pero no puedo relajarse mucho cuando un segundo cuerpo salió del callejón y voló (literalmente) hacia ella, haciéndola caer otra vez.
Harry y Cristian estaban asombrados, pues habían reconocido a la chica, y era nada más y nada menos que Chrysa. Su estupor no llegó a mucho al ver salir del callejón algunos mortífagos, lo que provocó una estampida en el callejón Diagon.
Reaccionando rápidamente, Bill conjuró otro trasladador para Harry, quien no pudo hacer nada para evitarlo, y sin querer, o no, se llevó con él a Cristian.
El mortífago que iba al frente de todos, convocó la marca tenebrosa, y más mortífagos aparecieron allí. Luego se fijo en Marius y Chrysa que aún seguían en el suelo, y levantó su varita.
Ava... –pero no pudo acabar la maldición, pues un cuchillo se le clavó en la garganta, matándolo en el acto.
El cuchillo fuera lanzado por Chrysa, que sin contemplaciones se volvió a levantar, bajo la mirada estupefacta de Bill y Fleur, aunque no pudiera hacer mucho al verse atacados por los mortífagos. Chrysa seguía resguardada por Marius, mientras ella disparaba la pistola hiriéndoles sobre todo en la mano con la que cogían la varita, o si no tenía más remedie, los mataba. Marius, por su parte, estaba todo el tiempo repeliendo las maldiciones que volaban hacia ellos, y lanzando otras con buen tino, que sacaba del medio a los mortífagos en los que daban .Bill y Fleur se las arreglaban bastante bien, pero no llegaban a matar, solo aturdían y amordazaban a los mortífagos.
La batalla estaba siendo bastante perjudicial para el lado de la "luz", y sino recibían refuerzos, no acabarían bien.
Harry sintió el tirón por el ombligo, y se vio arrastrado a través de luces de colores. Cuando tocó suelo firme otra vez, sintió como algo caía a su lado. Se fijo, y vio que no había soltado a Cristian, y se lo había traído. Como se quedó mirando al chico, no notó a donde fuera a parar. Por su parte, los presentes en esa habitación se extrañaron mucho al ver al chico en la casa, cuando debía de estar de compras.
Si nos dices que haces aquí, Potter –le dijo la fría voz de Snape, sacándolo de sus pensamientos-, nos ahorraríamos algún tiempo.
Bill me mandó pues están atacando el callejón Diagon –dijo en general mientras fulminaba con la mirada a su queridísimo profesor de pociones.
Dumbledore enseguida se movilizó y empezó a mandar en grupos a los componentes de la orden del Fénix, que estaba reunidos en esos momentos, para que pudieran ayudar. Asegurándose luego que Harry no quedaba solo, sino en compañía de la señora Weasley, se marchó el también.
La señora Weasley aprisionó en un abrazo de oso a Harry, que le respondió gustosamente, pues había echado de menos el cariño por parte de la gente que apreciaba.
Harry, cielo, menos mal que estas bien –le dijo la señora Weasley, después de soltarlo y verlo de la cabeza a los pies -. Pero veo que has adelgazado otra vez. Vamos, ven a tomar una comida en condiciones, y quizás tu amigo quiero venir también. –añadió reparando en la presencia de Cristian-. Soy Molly Weasley, mucho gusto en conocerte –le dijo mientras le daba un pequeño abrazo.
Cristian Cambell –le dijo el chiquillo bastante incómodo con la situación. Las únicas muestras de cariño que había recibido hasta ahora, habían sido por parte de Chrysa, y no estaba muy habituado a ello.
Vamos a la cocina, que allí están los chicos –dijo la señora Weasley mientras los guiaba por la casa-. Seguro que se llevan una alegría al verte, Harry. Hacer el favor de no hablar y andar con cuidado al pasar por el vestíbulo –les pidió cuando llegaron cerca del cuadro de la señora Black.
Nada más entrar en la cocina, oyeron el sonido de una silla cayéndose y el chillido de una chica con el pelo marrón ondulado, que ya no estaba como años anteriores.
¡Harry! –exclamó con alegría, y lo aprisionó en otra abrazo-. ¿Cómo estás? ¿Qué tal el verano? ¿Y tus timos?
Venga, Hermione, déjalo respirar un poco –le reprendió un chico alto, pecoso y con el pelo pelirrojo-. ¿No ves que acaba de llegar?
Ei, Ron –lo saludó Harry con un abrazo de hermanos, y volviéndose a Hermione añadió-. Y estoy bien, el verano más o menos, y los timos bastante bien.
Hermione se sonrojó ligeramente al ver que había actuado como una posesa al ver a su mejor amigo.
¿Qué tal, Ginny? –le preguntó a una chica con el pelo pelirrojo como su hermano Ron, y pudo apreciar como la chica se había convertido en toda una mujer, y le sonrió alegremente.
Muy bien, Harry –le volviéndose hacia Cristian, preguntó-. ¿Y no piensas presentarnos a tu amigo? –le reprendió burlonamente-. Hola, me llamo Ginny Weasley, y mucho gusto.
Cristian Cambell –respondió el chiquillo, que había rezado para pasar desapercibido.
Muy bien. Cristian, estos son Hermione –y Ginny señaló a la chica del pelo ondulado-. Y este mi hermano Ron –le dijo también señalándolo.
Hermione le dirigió una sonriso y Ron le saludó con una palmada en el hombro.
Venga chicos, a comer –les dijo la señora Weasley, a la cual habían ignorado.
¿Por cierto, Harry, qué haces aquí? –le preguntó Ginny, la cual pensaba que vendría el domingo como muy tarde.
La lucha estaba llegando a momentos críticos, cuando como un rayo de luz entre las tinieblas, apareció la orden del Fénix, y con Dumbledore a la cabeza, empezaron a luchar contra los mortífagos, intentando apresarlos. Al ver la llegada de la orden, los mortífagos empezaron a desaparecer, al ver que estaban en inferioridad.
Por otra banda, al otra lado del callejón Diagon, donde no había aparecido aún ningún otro mago, se daba una lucha bastante pareja, aunque las estaban pasando canutas para poder reducirlos. Bill y Fleur estaban haciendo un buen trabajo, aunque las fuerzas empezaban a fallarles, y pronto sucumbirían. Chrysa y Marius seguían con la misma táctica, y aunque se libraban de la mayoría de las maldiciones, ella ya había recibido un par de crucios, y según podía apreciar, tenía una o dos costillas rotas; el también había recibido lo suyo, y sangraba copiosamente por la pierna, aunque gracias a Merlín, no le había dañado la arteria.
Cuando los cuatro lo daban todo por perdido y no iban a aguantar mucho más, unos aurores del ministerio aparecieron, y consiguieron reducir a los mortífagos que quedaban. Tonks y Shacklebolt se dirigieron rápidamente hacia Bill y Fleur, que estaba tremendamente cansada. Ojoloco Moody seguía allí parado, mirándolo todo con su ojo mágico, y se paró al fijarse en dos chicos que estaban sentados en el suelo, y con claros signo de agotamiento tanto físico, sobre todo la chica, y mágico que se podría apreciar en el chico. No parecían mortífagos, aunque iban vestidos completamente de negro.
Moody ya se dirigía hacia ellos, cuando Bill se le adelantó, y les felicitó.
Buen trabajo –les dijo-. Aunque un poco extraño ver a dos adolescentes como vosotros luchar así. La verdad me habéis asombrado, y creo que a los mortífagos también. Mi nombre el William Weasley, aunque prefiero que me llamen Bill.
Encantada –y sonrió levemente mientras aceptaba la mano de Bill para levantarse-. Mi nombre es Chrysaetos Aquila, aunque me suelen llamar Chrysa.
Aquila... –susurro Moody, que se veía realmente sorprendido-. Supuestamente esta familia de magos estaba extinta, desde hace 15 años. Creo que debes algunas explicaciones, sobre todo porque tú técnicamente estabas muerta.
Pues como puedes comprobar estoy viva –dijo con la voz más dura que podía poner, pues el dolor del costado apenas la dejaba hablar-. Y explicaciones ya me las pidió Dumbledore, que me mandó para su colegio, padrino.
Tanto Bill como Fleur, que se había acercado junto con Tonks y Shacklebolt, se miraron sorprendidos al escuchar sus últimas palabras. Nunca nadie supo acerca de algún familiar de Moody, y como mucho solo Dumbledore lo sabría.
Al menos te acuerdas de mi –le dijo. Después se volteó a Marius, quien estaba sosteniendo a Chrysa, que parecía a punto de desmayarse-. Y tú chico, ¿Cómo te llamas?
Me llamo Marius... –y no sabiendo si decirlo o no, miró a Chrysa, la cual también le estaba observando temerosa. Pero así habría más infiltrados en Hogwarts, pues lo más probable es que Dumbledore también lo mandara a la escuela-... Altair. Marius Altair.
Ahora no solo se sorprendió Moody, sino también Tonks y Shacklebolt, que en su carrera de auror habían estudiado a los Altair, una familia tradicionalmente de aurores.
Altair... otra sorpresa –dijo sarcásticamente Moody-. Increíble poder encontrar a los últimos descendientes de dos de las familias de sangre limpia más antiguas. Ahora creo que debéis aún más explicaciones.
Tal vez en otro momento, Alastor –le habló una voz tranquila, aunque también se podía notar cierta sorpresa. Era Albus Dumbledore, que había escuchado lo último de la conversación-.Creo que la señorita Aquila necesita servicios médicos. No me gusta el aspecto que tiene –y conjurando un trasladador se lo dio a Moody y a los chicos-. Poppy ya debe de haber llegado. Dile que los cure.
Y los tres no pudieron decir nada, pues en cuanto lo tocaron, sintieron el tirón en el ombligo.
¡Bill! –se escuchó una voz proveniente de la calle. Era Fred, uno de los gemelos Weasley, que seguramente había estado en su tienda cuando sucedió todo. Detrás de él venía George. Venían corriendo-. ¿Estáis bien? Profesor Dumbledore, no sabía que estaba aquí –añadió un poco avergonzado por su comportamiento
Tranquilo señor Weasley, que su hermano está bien –y decidió conjurar otro trasladador para los señores Weasley y Fleur, y así calmar las ansias de la señora Weasley-. Tranquilizar un poco a vuestra madre, y decirles que todos estamos bien.
Y sin poder añadir nada más, los envió a Grimmauld Place. Dumbledore contempló la calle, y encontró varios cuerpos sin vida de mortífagos. Por lo menos solo habían habido una docena de muertos por parte de algunos transeúntes que estaban de compras. Los mortífagos habían sufrido muchas más bajas, aunque ellos tenían numerosos heridos de distinta consideración.
Esto, al parecer, fue obra de la señorita Aquila y el señor Altair, según ha dicho Bill –le informó Shacklebolt-. Y eso que solo son adolescentes.
Hay sucesos que hacen madurar muy rápido y cometer acciones poco éticas –le comentó tranquilamente Dumbledore, aunque él nunca aprobaba estas tácticas para las misiones.
Hay más cuerpos en ese callejón –le dijo Shacklebolt a Dumbledore mientras señalaba con un dedo el callejón-. Supongo que intentaron detenerlos cuanto más pudieron, pero según han dicho algunos transeúntes, salieron volando los dos chicos después de algunos temblores.
Será mejor volver al cuartel y realizar una reunión de emergencia para cuantificar los daños –habló Dumbledore, mientras se acerca al mortífago que tenía el cuchillo en la garganta-. Quién lo hizo tiene una puntería admirable. Será mejor que nos vayamos para ver a los dos chicos, Kingsley -.y dicho esto se desapareció, seguido de Shacklebolt.
En Grimmauld Place los ánimos estaban candentes. Después de la breve explicación que les dio Harry, los Weasley, Hermione y él, esperaban la llegada de el resto de los Weasley's, y Cristian de la de Chrysa. Ya llevaban media hora sin noticias, cuando Madame Pomfrey llegó por la chimenea.
¿Aun no ha llegado algún herido? –preguntó nada más levantarse-. Dumbledore me ha dicho que viniera urgentemente.
Nadie ha ven... –pero su voz fue cortada por los estruendosos gritos provenientes de la madre de Sirius en el vestíbulo.
Rápidamente todos se dirigieron hacia allí, con la intención de hacer callar a la señora Black y ver quién había llegado. Al entrar en el vestíbulo, vieron a Moody intentando cerrar la cortina del cuadro, y dos chicos que estaban en el suelo.
BASTARDOS, DESGRACIADOS, ¡¡CÓMO OSÁIS PROFANAR LA CASA DE MIS PADRES!
Marius estaba muy desconcertado por los berridos que daba el cuadro, pero su preocupación aumentó al ver a Chrysa perder el conocimiento nada más llegar, y la logró coger antes de que diera en el suelo, pero al tener una pierna herida no la pudo sostener bien, y calló de rodillas con ella en sus brazos.
Entre Moody y la señora Weasley lograron cerrar la cortina, pero los chicos estaban mirando a los dos adolescentes que habían allí. Cristian enseguida reconoció a Chrysa, y quiso ir junto ella, cuando Harry se lo impidió al ver avanzar a Madame Pomfrey.
Sígueme –le dijo a Marius, al tiempo que hechizaba a Chrysa para llevarla a una habitación para poder curarla.
Al entrar, Marius se encontró en una habitación algo más luminosa que el resto de la casa, y con numerosas pociones y unas cuantas camas. Madame Pomfrey depositó suavemente a Chrysa en una, y le señaló a Marius que se tumbara en otra.
Primero revisó la chica, y encontró dos cosquillas rotas, y una tercera que estaba presionando demasiado el pulmón. También tenía numerosos cortes y el ojo muy morado. Rápidamente le dio una poción para sanar las costillas, y se las vendó para sujetarlas, e impedir el movimiento de su cuerpo lo máximo posible. Al resto de las heridas les aplicó un ungüento que las curaron rápidamente, así como el ojo. Después le puso un pijama, y la dejó sobre la cama, cubierta con una sábana.
Luego se dirigió a Marius, y le dio una poción para que cesara la hemorragia. En el resto de las heridas le aplicó el mismo ungüento que a Chrysa, y le dejó un pijama para que se lo pusiera, y una poción para dormir, pues estaba demasiado agotado.
Después de eso salió de la habitación con algunas pociones rehabilitantes para el resto de los miembros que fueran llegando.
Nada más salir madame Pomfrey con los dos chicos, la señora Weasley le pidió a Moody que le explicara que había pasado, y que le dijera dónde estaban sus hijos.
Molly, solo sé que Bill y Fleur están bien –la intentó tranquilizar-. Esos dos están así porque acabaron con la mitad de los mortífagos de ese lado y no salieron impunes de la pelea. ¡Por el amor de Merlín, si salieron volando desde un callejón! –exclamó algo preocupado, cosa que extrañó mucho a los presentes.
¿Pero cómo está Chrysa? –preguntó tímidamente Cristian, que le importaba más saber cómo estaba su nueva hermana que de lo que habían hecho.
Seguro que Madame Pomfrey la cura enseguida –lo intentó tranquilizar Harry.
¿Quiénes eran esos dos chicos, y por qué están aquí? –preguntó Hermione que no entendía bien la preocupación de Cristian ni por qué traían a dos personas que no era de la orden al cuartel.
Son dos de los últimos descendientes de dos de las familias mágicas más antiguas de toda Inglaterra y también del resto del mundo –explicó Moody-. Sus familias están muertas por culpa de los mortífagos. Ellos son Chrysaetos Aquila, aunque se haces pasar por Chrysaetos Cambell –un pequeño brilló de entendimiento apareció en los ojos de los presentes, pues se les había informado de su presencia en Privet Drive-, y el chico es Marius Altair, procedente de una familia enteramente de aurores, y muy conocidos por cierto.
¡Pero si las dos familias desaparecieron semanas antes de la derrota de Voldemort! –dijo Hermione, y al ver la cara de Ron, añadió-. Lo he leído en un Hogwarts. –y Ron giró los ojos, como era su costumbre.
Eso era cierto, hasta ahora –le confirmó Moody-. Al parecer la chica ya está por ir a Hogwarts, y tal cómo conozco a Dumbledore creo que también enviará a Altair.
Pero en ese momento aparecieron en el salón Bill, Fleur y los gemelos, que nada más verlos la señora Weasley se lanzó hacia ellos a aprisionarlos en sus abrazos de oso.
En cuando se deshicieron de su madre, los gemelos saludaron a Harry alegremente, y también a sus hermanos y Hermione. Cristian intentó pasar otra vez desapercibido, pero Ginny acabó presentándolo a los gemelos, Bill y Fleur, que solo habían hablado un momento antes de ataque, y explicando quienes eran esos dos chicos. No pudieron hablar mucho, pues mientras bajaba Madame Pomfrey las escaleras, Dumbledore y Shacklebolt entraron por la puerta.
Nada más llegar junto Fleur y Bill, madame Pomfrey les dio una poción a cada uno, pues también se veían muy cansados. En cuanto la tomaron, se sintieron mejor.
El profesor Dumbledore lo primero que hizo, fue informarse por la salud de los dos chicos.
Verás, Albus, la chica tiene tres costillas dañadas, y estuvo a punto de perforársele un pulmón, aunque lo pude evitar, está bastante mal... –y al ver la cara de Cristian enseguida añadió-... pero se recuperará en dos o tres días, aunque sería recomendable que no se levantara de la cama. El chico solo está cansado, y lo he dejado durmiendo.
Bien, habrá que mantenerlos aquí durante unos días, y averiguar dónde han estado todo este tiempo -. Habló Dumbledore-. Lo más probable sea que el señor Altair vaya a Hogwarts, aunque a séptimo año. Ya veré lo que haré –y girándose hacia la señora Weasley, añadió-. Molly, prepara la sala para una reunión de emergencia. Ya deben de estar a llegar.
Y la señora Weasley salió rápidamente hacia el salón para ir insonorizando la habitación. Los chicos se quedaron donde estaban, junto a Dumbledore y los dos aurores, pues la enfermera volvió a la habitación donde estaban los heridos. Dumbledore, al verlos allí parados, empezó preguntándole algo a Harry.
¿Pudiste terminar tus compras, Harry?
¡Ah! 'Arry, ten tus compgas, se me 'abían olvidado –y Fleur le entregó un cinco o seis bolsas muggle, que acaba de agrandar-. Aunque no hemos podido compgar en el callejón Diagon, pues al llegar hubo el ataque.
Bueno, ya irán por vuestro materiales alguien de la orden –y fijándose en Cristian, también le habló-. Aunque tú tendrás que ir a por tu varita. Ya veremos como hacemos.
Y como por la puerta empezaron a entrar todos los integrantes de la orden, Dumbledore, Moody, Fleur, los gemelos y Bill fueron hacia el salón, mientras los chicos decidían subir a la habitación que habían compartido Ron y Harry el verano pasado. Mientras iban por los pasillo, intentaron tranquilizar a Cristian, quien no veía con buenos ojos como estaba decorada la casa, pues era muy sombría.
La reunión de la orden se centró sobre todo en el ataque. Según pudieron ser informados, los dos chicos se encontraban en un callejón lateral del callejón Diagon, y después de varios temblores habían salido volando. Bill y Fleur no pudieron evitar decir que los chicos estaban muy bien preparados, y que habían sorprendido mucho a los mortífagos que no tenían ni idea de enfrentarse contra los objetos muggles, lo que le dio una idea a Dumbledore. Sino no sabían como defenderse de ellos, podrían usarlos en su favor, aunque solo los provenientes de familias muggles los sabían utilizar, siempre servirían de ayuda.
Lo que más preocupó a los presentes fue el hecho de que Snape no supiera del ataque, y solo le dejaba dos opciones, o bien Voldemort ya no confía en él, o sospechaba que había un espía en sus tropas.
Algunos rezaron porque fuera preferiblemente la segunda opción, y que se le pasara pronto la obsesión al señor oscuro.
El profesor Snape no pudo asistir a la reunión, aunque Dumbledore espera poder hablar con él antes de que empezaran las clases, para poder informarle de los nuevos alumnos.
Harry y Cristian fueron los encargados de informar a los otros todos los hechos que pudieron observar antes de que los mandaran a Grimmauld Place.
Pero, ¿cómo pudo estar luchando sin que detectaron su magia? –se preguntó extrañada Hermione, poniendo a los demás a pensar, excepto a Cristian que no sabía muy a qué venía eso.
Sinceramente, no lo sé –le informó Harry-. Pero se nota que debieron de dar trabajo para acabar como acabaron.
Lo que realmente me interesaría saber, es dónde diablos aprendieron magia, si no fueron a una escuela –se cuestionó Ginny, que le interesaba el tema cada vez más.
Lo mejor sería preguntarles –propuso Ron, que no entendía muy bien la obsesión que estaban cogiendo sus amigos.
Por lo menos sabemos que están contra Voldemort –dijo Harry, provocando el estremecimiento de Ron al escuchar el nombre. Fue el único, pues ni Ginny no Hermione temían decirlo, y Cristian sabía porque Ron temblaba, pero decidió seguir el consejo de Chrysa: "Si le temes a un nombre, nunca podrás enfrentarlo ni a él, ni a sus seguidores con la suficiente fuerza como para salir bien parado". Pero el chico no se dio cuenta que lo había susurrado, y que Ginny si lo había escuchado, sonriéndole abiertamente.
Y ahora tú, ¿por qué sonríes? –le preguntó un poco mosca Ron.
Sonrió porque hasta un chico de once años es más inteligente y valiente que tú –le dijo tranquilamente, mientras seguía mirando a Cristian, el cual ya se veía mal parado.
Ah, ¿si? –le cuestionó-. ¿Y me podrías decir exactamente por qué?
Simple –le respondió-. ¿Podrías repetir lo que dijiste, Cristian? –le preguntó amablemente, provocando que los demás se volvieran a mirarlo.
Bueno... –se veía muy avergonzaba y nervioso, pero una mirada de Ginny le hizo decirlo-. Si le temes a un nombre... –empezó, recordándole a Ron como si fuera Hermione quién lo estuviera diciendo-... nunca podrás enfrentarlo a él, ni a sus seguidores con la suficiente fuerza como para salir airoso-. Y recordando otra frase la añadió-. Y el miedo a veces es tu mejor arma, pero si no sabes utilizarlo bien, de poco de serviría, y te haría comer locuras.
Los demás chicos se vieron pensativos con sus últimas palabras, viendo como un chico de once años podía sacarles ventaja por el simple hechos de saber seguir los consejos que le dieron. A Ron no le hizo mucha gracia, pues prácticamente le decía lo mismo que Hermione, que le dirigió una mirada burlona, y el chico decidió cambiar de tema abruptamente.
Oye, Cristian, ¿qué sabes del quidditch? –le preguntó, pero al ver su cara supo que no tenía ni idea.
¿Qué es eso?
Y así Ron, Harry y Ginny le explicaron todo lo que sabían del tema, jugadas, jugadores profesionales, sobre el último mundial y infinitas cosas más, mientras Hermione se centraba en un libro, pues como que ella no le interesaba mucho el tema, aunque sonreía de vez en cuando al ver la cara de sorpresa del chico.
Marius despertó cerca del anochecer, para encontrarse a una Chrysa pensativa. Ella ni se dio cuenta de que el chico había despertado, y que se levantó de su cama, y alcanzó su varita para agrandar la cama de la chica. Lo que notó reaccionando de forma alarmante fue como se agrandaba la cama, y enseguida intento levantarse, pero un fuerte dolor en las costillas se lo impidió, provocando que gimieran levemente.
¡Ei! –se preocupó Marius sentándose a su lado mientras le besaba la frente-. No fue mi intención asustarte. Aunque –añadió- deberías evitar distraerse de esa manera. Lo hacer muy a menudo.
Pero cuando lo hago estoy en un lugar seguro –le dijo tranquilamente-. Aunque puedo dejar de pensar y centrarme en otras cosas, pero –y miró al chico con unos ojos tiernos porco habituales en ella y poniendo morritos, lo que hizo sonreír abiertamente el chico- si tu no quieres –y se separó de su lado, habiéndolo dejado con el sabor dulce, pero sin poder seguir probándolo.
Eso es trampa –y agarrándola suavemente la atrajo de nueva a su lado, para besarla suavemente en los labios, lo que hizo sonreír a la chica-. No deberías ser tan manipuladora.
Si tú te dejas manipular, no es mi problema.
Me alegra saber que ya se encuentran perfectamente –se escuchó una voz desde la puerta, que se veía ligeramente divertida-. Si me pueden acompañar, se lo agradecería.
Supongo que tendremos que hacerlo –le dijo mientras realmente maldecía al director hasta la muerte-. Pero si nos permite cambiarnos, se lo agradecerías.
Dentro de cinco minutos vendrán a buscarlos para que bajen- y diciendo eso se marchó por donde había venido, pero unos ojos fulminantes le siguieron durante todo el camino.
Maldito viejo entrometido –exclamó exasperada Chrysa-. ¡Y yo pensando que quién me daría la tabarra sería mi padrino!
Tampoco es para tanto –le dijo mientras se reía de la espontaneidad que le daba a su novia cuando estaba con él-. Después de todo, como quien dice, es tu director y le debes respeto –y ante estas palabras del chico, ella le sacó la lengua infantilmente y le aventó la almohada, sabiendo que el no le haría nada al estar herida.
Tú espera a que te recuperes –la amenazó, solo consiguiendo que ella le volviera a sacar la lengua. Pero decidieron vestirse, aunque mirándolo bien, no se podía vestir con las ropas que habían traído puestas-. ¿Que quieres ponerte?
Supongo que un pirata, una camisa y unos tenis –y nada más terminar de decirlo, Marius le cambió su pijama por esas ropas. El simplemente se puso un chándal azul oscuro y una camisa blanca.
No pudieron intercambiar palabra, pues en ese momento en la puerta apareció Moody, quien con un gesto los invitó a seguirlo. Ellos fueron guiados por unos pasillos que se notaban a la legua que habían pertenecido a una familia rica y oscura.
Al llegar a la cocina, la vieron abarrotada por cabezas pelirrojas, y algunas otras personas que los miraban ansiosamente. Los chicos se dirigieron una mirada exasperada, comprendiendo que no estaban para una cena tranquila.
¡Chrysa! –exclamó Cristian mientras corría hacia ella para abrazarla. Nada más hacerlo sintió un gemido por su parte, soltándose inmediatamente-. ¿Estás bien?
Tranquilo que no es nada.
Si no vos importa, íbamos a cenar –les dijo Dumbledore invintándolos a sentarse en dos sillas, a lo que ellos accedieron con resignación-. Molly, cuando quieras.
La cena fue algo tensa, con la mayoría de las miradas en ellos dos, aunque al final acabaron hablando sobre cualquier cosa, pero sin despegar la vista de Marius, Chrysa y Cristian quienes hablaban alegremente y riéndose por las ocurrencias de Cristian.
Ahora tengo algo que ofreceros –les informó Dumbledore al final de la cena-. Señorita Aquila usted ya está en el colegio, pero quería saber si el señor Altair también iría –y Marius asintió después de pensarlo brevemente -. Bueno entonces solo díganme las optativas que quieren. La señorita Aquila ya fue informada y supongo que sabrá que escoger.
He pensado en algunas, pero profesor Dumbledore, no se me dijo cuantas podía coger –le dijo con cierto todo cínico, lo que recibió algunas miradas malintencionadas.
Obvio, pero eso depende de las optativas. Cómo máximo podrá cursar siete –le informó el director.
Pues entonces cogeré Pociones, Defensa, Runas, Transformaciones, Encantamientos y CCC –le informó amablemente, aunque Marius tubo que toser para disimular la risa que le entró ante la cara angelical que puso la chica.
¿Y usted, señor Altair? –dijo Dumbledore pasando la atención al chico.
Pues creo que las mismas.
Muy bien.
